La insurgencia potosina en los últimos años de la guerra.

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Desde 1811, con la captura de José Mariano Jiménez junto con el resto de la comitiva de Miguel Hidalgo, la insurgencia del noreste atravesó un periodo caracterizado por la fragmentación de la lucha en diferentes frentes: el texano, el tamaulipeco y el potosino. Estos frentes fueron combatidos por los militares realistas Félix María Calleja y Joaquín Arredondo, siendo uno de los escenarios más sangrientos debido a los esfuerzos realistas por acabar con las gavillas. 

Este periodo alcanzó su punto culminante durante 1814 y 1815 como consecuencia de la captura de José María Morelos, donde tanto la Huasteca como la Sierra Gorda fueron asoladas por una campaña de guerra total, en la cual los realistas se encargaron de perseguir y ejecutar a los insurgentes que cayeron en sus manos, llegando incluso a fusilar a cerca de 400 prisioneros. Con una insurgencia sometida y en continuo retroceso hacia el sur, la intendencia de San Luis Potosí estaba logrando ser pacificada gracias a la iniciativa del virrey Calleja con éxito. Sin embargo, con los ánimos rebeldes aún vivos, estos servirían de combustible para la llegada de un rebelde inesperado proveniente del otro lado del océano.

La restauración de la monarquía en manos de Fernando VII resultó ser una decepción al ver cómo acabaría con el gobierno liberal construido por el constituyente de Cádiz. Por lo tanto, muchos guerrilleros que lucharon contra la invasión francesa pasaron a enfrentarse al gobierno absolutista, como el caso de Xavier Mina, quien influenciado por el padre Servando Teresa de Mier fue convencido de combatir a Fernando VII desde la Nueva España.

Es así como comenzaron a organizarse desde Londres en 1816, apoyados por algunos políticos ingleses, para formar una expedición con soldados españoles, ingleses e italianos, desde donde partirían a Estados Unidos con la esperanza de reclutar más voluntarios y de conseguir tanto financiamiento como armas, pero continuamente fueron engañados y muchos de estos apoyos quedaron en promesas.

Fue así como llegaron a Soto la Marina en abril de 1817, estableciendo un fuerte y empezando a hacer propaganda con la imprenta que llevaron para impulsar a los novohispanos a unirse a su lucha. Lograron el apoyo de los habitantes de Croix y de Soto la Marina, dejando a Teresa de Mier en el fuerte mientras el resto de la expedición partía al interior, siendo atacados y derrotados por Arredondo dos semanas después.

A pesar de esta pérdida, Mina prosiguió su camino a través de la sierra tamaulipeca llegando a territorio potosino. En todo este tramo, fue reclutando voluntarios que se incorporaron a su comitiva, lo que les permitió llegar hasta Lagos con el fin de unirse a las fuerzas del caudillo Pedro Moreno.

Para ese entonces, los trabajos tanto de Calleja como de Arredondo dentro de la sociedad civil habían logrado inclinar la balanza a su favor por parte de las comunidades. Muchos rebeldes se habían levantado en armas debido a la posesión de la tierra como consecuencia de la secularización de las tierras comunales. Sin embargo, la falta de un liderazgo como el de Hidalgo hizo que estos movimientos pudieran ser sofocados por los realistas.

Ayudaría a esta tarea el reglamento de Calleja, donde fusiona las fuerzas civiles con las militares para combatir a la insurgencia. Con ello, las comunidades se hicieron responsables de su propia defensa y ayudó a arraigar los vínculos del ejército realista con el pueblo. Esta estrategia tendría sus frutos con la derrota de la expedición de Mina ya durante la administración del virrey Juan Ruiz de Apodaca.

Antes del estallido de la guerra, la intendencia potosina tuvo problemas para lograr su representatividad en el constituyente de Cádiz. Se eligió tanto al canónigo de Monterrey, Juan José de la Garza, como al terrateniente potosino Florencio Barragán. Sin embargo, el primero ni siquiera partió rumbo a España y el segundo murió antes de embarcarse. Por lo tanto, su única voz la tuvo en el representante de las Provincias Internas de Oriente, el cura Miguel Ramos Arizpe.

Como resultado de los trabajos legislativos, se autorizó el establecimiento de diputaciones provinciales independientes, siendo una de ellas la de San Luis Potosí, que permitiría a sus habitantes participar en la vida política instituyendo 33 ayuntamientos, aunque no lograron establecerse. Esto se debió a la campaña de Calleja que suspendió la ejecución de los mandatos liberales como consecuencia de la restauración absolutista de 1814.

Fue hasta 1820, con la entrada del Trienio Liberal, cuando se reinició el proceso de democratización de la sociedad. Se instaló hasta noviembre la diputación potosina, la cual también correspondía a la representación de Guanajuato. Sin embargo, hubo problemas al momento de implementarlo, como pasó con la representación de las Provincias Internas, que fue abolida por su comandante, el general Arredondo.

Por la diputación potosina, fue elegido el general realista Matias Martin de Aguirre, tocándole recibir a la propuesta autonomista de Iturbide en su estancia en Veracruz a principios de 1821, siendo responsable de exponer los problemas fronterizos con EU que trajo la implementación del Tratado Adams-Onis de 1819 y la conservación de las misiones indígenas. Asi finaliza la participación potosina dentro de la monarquia hispánica al sucitarse al poco tiempo la implementación del movimiento Trigarante de Iturbide, donde San Luis Potosi fue reducida al dividirse en varias provincias que conformaron el noreste mexicano en la primera mitad del siglo.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: María Isabel Monroy Castillo. La independencia en la intendencia de San Luis Potosí, del libro La Independencia en las provincias de México.

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Imagen:

– Izquierda: Obra de Gomez. Francisco Xavier Mina, 1888. Fuente: https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/xavier-mina-en-londres-nido-de-conspiradores-y-patriotas-americanos-1815-1816

– Derecha: S/D. Mapa de las intendencias, incluyendo la de San Luis Potosi. Fuente: https://www.facebook.com/YoAmoSanLuisMx/photos/a.1260251077371284/3032149406848100/?type=3

Los contactos entre Iturbide con Guerrero.

Sabemos que los movimientos de Agustín de Iturbide hasta finales de 1820 se ceñían a las órdenes de combatir a la guerrilla de Vicente Guerrero. No dejó de atacarlos, lo que no permitía entrever un posible acercamiento. Sin embargo, también es sabido que comenzó a establecer conversaciones con otras personas influyentes del reino, como altos jerarcas de la iglesia y mandos importantes del ejército.

Las cartas enviadas a estos líderes regionales implicaban una salida a través de la independencia para superar la crisis, donde ellos impondrían el orden en que se llevaría a cabo. Fue importante el contacto mantenido con las élites de la Ciudad de México a través de su amigo Juan José Espinoza de los Monteros. Trabajaron en el plan para lograr la adhesión de las principales autoridades novohispanas al proyecto.

Para alcanzar el objetivo, los conspiradores reunieron cerca de 700,000 pesos para iniciar el proceso de diálogo con los mandos realistas. Aunque, según la correspondencia, el plan no estaba aún claro y, en estos momentos, algunos militares como Pedro Celestino Negrete o Anastasio Bustamante, que habían luchado contra la insurgencia desde sus inicios, mostraban serias dudas sobre su concreción.

Entre los primeros líderes con los que intentó ganarse su apoyo se encontraban el comandante militar de Querétaro, Domingo E. Luaces, el obispo de Guadalajara Juan Cruz Ruiz de Cabañas y el arzobispo de México Pedro José de Fonte. Iturbide buscó financiamiento y armamento de estos líderes para formar una fuerza que lograra la independencia, profundizando así en las conversaciones y negociaciones para alcanzar su objetivo.

Mientras tanto, en la Sierra Madre del Sur, Guerrero comenzó a intercambiar correspondencia con Iturbide a través del agente José Figueroa desde enero de 1811. Una de las primeras condiciones impuestas por Guerrero fue la solicitud de que se dejara de considerar a sus seguidores como delincuentes. Esto permitió que comenzaran a intercambiar cartas, y a través de esta correspondencia, Guerrero expresó claramente que las intenciones de su movimiento eran lograr la independencia absoluta.

No hay constancia de que Iturbide y Guerrero hayan llegado a encontrarse en persona; todo indica que las conversaciones se llevaron a cabo por correspondencia. Sin embargo, este medio logró persuadir a Guerrero para que se uniera al movimiento, obteniendo como garantía la vía independiente.

Para mediados de febrero, Iturbide envió un mensaje directo al virrey Juan Ruiz de Apodaca, notificándole que estaba logrando pacificar sin violencia a la guerrilla de Guerrero y a otros líderes insurgentes. Aseguraba la sumisión de una fuerza de 3,500 hombres a quienes supuestamente había logrado hacer jurar lealtad a la Constitución española para finalizar el armisticio.

Dentro del plan de Iturbide, una de las principales bases para ganarse el apoyo de los liderazgos militares y religiosos del virreinato consistía en garantizar que la nación sería gobernada por Fernando VII o cualquier miembro de la familia Borbón. Por lo tanto, una de las personas clave para llevar a cabo el plan era asegurar la adhesión del virrey Apodaca. Como gancho para atraerlo, se proponía hacerlo líder para conformar la junta de notables que gobernaría mientras llegaba alguno de los príncipes españoles.

En esos días, la situación favorecía a Iturbide. La mayoría de los ejércitos realistas habían aceptado el plan, y el virrey no disponía de fuerzas suficientes para reprimirlo. Su adhesión formal habría puesto fin a cualquier tipo de lucha o disputa entre las diferentes facciones.

Las gestiones de Iturbide en el reino entorpecieron el trabajo de los legisladores electos para ocupar su lugar en las Cortes de Madrid, siguiendo las disposiciones de la Constitución de Cádiz. Se conformó un cuerpo de 30 representantes, entre ellos Lucas Alamán, Manuel Gómez Pedraza, Miguel Ramos Arizpe, José Mariano Michelena y Juan José Gómez de Navarrete, quienes se embarcaron desde Veracruz a finales de 1820.

De estos diputados, quien sería la voz de Iturbide fue Gómez de Navarrete, con quien mantendría correspondencia para informarle sobre la situación de México mientras estaban en España. Mientras tanto, Gómez de Navarrete intentaba cabildear entre sus compañeros en el proyecto independentista. Según el testimonio de Alamán, no había consenso, ya que algunos eran favorables, otros apostaban por un proyecto republicano y algunos preferían abstenerse de opinar sobre el tema.

Existe mucha opacidad en cuanto al origen del plan de Iturbide, y han surgido diferentes versiones que narran su concepción. La historia más difundida es la de Vicente de Rocafuerte, quien señala la existencia de una sociedad secreta conspiradora en la iglesia de La Profesa. En este relato, el alto clero y algunos potentados novohispanos participaron en la elección de Iturbide para llevar a cabo conversaciones con diversos liderazgos.

Se sugiere que el plan pudo haber surgido directamente de las jerarquías de la Iglesia católica, ya que veían amenazados sus intereses con la llegada del orden liberal. Sin embargo, también existen relatos que atribuyen la autoría al obispo de Puebla, Antonio Joaquín Pérez, quien formó parte del constituyente de Cádiz y estuvo del lado de los liberales. La cuestión se torna más nebulosa cuando se aborda el conocimiento del plan por parte de Guerrero. Según sus declaraciones, habría optado por esta alternativa al considerarla la «menos peligrosa» para alcanzar la independencia. Aunque todo indica que no tuvo participación alguna en la elaboración del Plan de Iguala.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: William Spence Robertson. Iturbide de México.

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Imagen: J. Ojeda. Encuentro entre Agustin de Iturbide y Vicente Guerrero, 1858

La reintegración de Iturbide en el mando realista.

A inicios del año de 1820 se daría un cambio de tornas en el inestable orden la monarquía hispánica, ya que el general Rafael del Riego quien estaba al mando de una expedición que iría a reforzar las posiciones españolas en Sudamérica aprovecha a los soldados que tiene y da un golpe donde fuerza a Fernando VII a restaurar el orden constitucional de Cádiz, retirándole el poder absolutista y forzándolo a conformar un gabinete liberal. Las noticias del cambio del orden político llegaría a la Nueva España hasta el 31 de mayo a los oídos del virrey Juan Ruiz de Apodaca con la orden de jurar el respeto a la Constitución de 1812, con ello se informaba la resurrección de los procesos democráticos para que en las intendencias eligieran a sus representantes en el gobierno, pero hubo diferencias con respecto a la forma de actuar con respecto a los reinos sudamericanos, ya que mientras allá se mandarían a representantes de la corona a dialogar con la insurgencia para oír sus reclamos y garantizarles el indulto por parte del rey, a Apodaca solo se le sugeriría actuar con cautela con respecto a los dos núcleos rebeldes que quedaban hasta saber cuáles eran sus planes, al considerar que la situación novohispana ya estaba casi completa la pacificación.

Fue así como en septiembre quedaron elegidos los representantes que irían a las Cortes de Madrid a defender los intereses del reino, siendo una muestra de un intento por acabar con la verticalidad monopolizada por los peninsulares, pero también llegarían nuevas disposiciones que terminaron por afectar a algunos sectores de la sociedad quienes habían mostrado su lealtad, como sucedió con la supresión de la Compañía de Jesús, así como limitar y suprimir la presencia de otras órdenes religiosas que se consideraban una carga para el estado. Mientras los liberales novohispanos estaban muy contentos con las concesiones salidas de la península, la insurgencia entorno a l liderazgo de Vicente Guerrero se había enquistado en la Sierra Madre del Sur en un territorio que abarcaba la mitad del camino de México a Acapulco, el cual se caracteriza por ser muy montañoso y permitía su fácil defensa por parte de los insurgentes, siendo este el factor que aseguraría su sobrevivencia. A diferencia de miles de insurgentes que habían aceptado el indulto desde los años 1815 a 1829, Guerrero fue el único quien pudo mantener la lucha independentista, siendo un problema para el virrey Apodaca ante la incapacidad del ejercito realista para entrar en la sierra y por el fracaso para poder convencerlo de aceptar la paz.

Inicialmente, el militar encargado de pacificar a las fuerzas de Guerrero fue coronel José Gabriel Armijo, quien ante su fracaso tanto para derrotarlo como para entablar el dialogo fue relevado y reemplazado por el oficial Melchor Álvarez, pero como para ese momento estaba indispuesto por enfermedad no le quedo de otra más que recurrir a otro militar que llevaba tiempo fuera del campo de batalla y había demostrado su efectividad contra la insurgencia, Agustín de Iturbide. Para el 9 de noviembre, Iturbide recibe la Comandancia del Distrito Militar Sur que abarcaba el territorio desde el puerto de Acapulco hasta Taxco, dándole la orden de que convenciera tanto a Guerrero como a su segundo al mando Pedro Ascencio de aceptar el perdón, pero como la situación económica de Iturbide era muy endeble por los gastos de la hacienda de Chalco y la incautación de sus recursos por el juicio de Guanajuato le pediría al virrey que le devolviera los 6,000 pesos que se le debían para poder sufragar sus gastos, pero esto se cambió por el pago de una mensualidad para poder mantener a su familia. Con este pendiente parcialmente resuelto, para el 26 de noviembre llega Iturbide a Teloloapan para establecer su cuartel con una pequeña fuerza expedicionaria, aunque quedaría molesto por no haber obtenido la absolución publica de las acusaciones que se le habían fincado por sus campañas en el Bajío.

Por parte de las autoridades realistas, estaban muy optimistas con respecto a las expectativas que dejaría en la población las garantías ofrecidas por la constitución, considerando con ello que por fin se habrían de acabar las disputas entre peninsulares y americanos al darles la representatividad política, siendo esta la oportunidad de reafirmar la lealtad a la monarquía hispánica. Fue por ello que el prestigio de Apodaca estaba en juego al ser la oportunidad de mostrarse ante el rey como el virrey que había logrado la pacificación de uno de los reinos de Indias, por lo que trataría de animar a Iturbide que sus muestras de lealtad serian recompensadas una vez que hubiese logrado la rendición de Guerrero, dándole además del mando de su regimiento de Celaya de cerca de 550 hombres también le asignaría los soldados de Armijo que eran cerca de 1,800, dándole el peso de ser quien traería la paz y el orden a la Nueva España. A pesar de contar con estas fuerzas a su disposición, no evitaría que cayera ente el genio de los dos únicos caudillos insurgentes que quedaban, recibiendo una derrota al ser emboscado por Pedro Ascencio en Atlatlaya el 28 de diciembre, aunque para enero de 1821 reportaría que le habría infringido a Guerrero una derrota en la Cueva del Diablo por las acciones del coronel Berdejo.

Antes de aceptar la comisión, Iturbide le había advertido a Apodaca que el clima tropical mermaba su salud y esto se manifestó en lo errático que fue en esos primeros meses, así como en sus cartas donde se manifestó como tuvo que pasar varios días en cama para recuperarse de las fiebres y por los reportes a cuenta gotas que mandaba a la capital, aunque no se descarta que haya sido una táctica para encubrir sus fracasos para capturar a Guerrero. El optimismo habido hacia la capacidad de Iturbide se tradujo tanto en cuantiosas donaciones como la hecha por el obispo de Guadalajara, Juan Ruiz de Cabañas, por cerca de 25,000 pesos para mantener a las tropas, mientras el virrey le daría 12,000 pesos y lo abastecería de parque para cumplir su misión. Si bien es sabido que Iturbide si tendría como planes derrotar a Guerrero como se manifiesta con la clase de movimientos realizados para combatirlo, amigos cercanos a quienes mantenía informados sabían que desde noviembre de 1820 estaba fraguando planes aparte para proyectar una alternativa a la pax hispánica constitucional y al orden de la insurgencia.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: William Spence Robertson. Iturbide de México.

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 – Izquierda: Anónimo. Fuerte de Barrabas (Zirándaro), 30-09-1818.

 – Derecha: J. Sánchez. Vicente Guerrero, ca.1880.  

El juicio a Iturbide.

Con la destitución de Félix María Calleja del cargo de virrey para ser remplazado por Juan Ruiz de Apodaca, se acercaba el fin del poder acumulado por Agustín de Iturbide en el Bajío y con ello las acusaciones de abusos y saqueos por parte de sus tropas empezaron a cobrar fuerza, siendo la principal evidencia en su contra el enriquecimiento inexplicable del propio Iturbide quien se había comprado una granja en Maravatío, una casa en Valladolid y una tienda en Guanajuato donde vendía muchas de las cosas que saqueaban sus soldados. Calleja, quien fungía como su protector, permitía y justificaba las acciones de Iturbide contra el pueblo justificando su eficacia demostrada en el campo de batalla, pero sobre todo por la flaqueza de las arcas públicas hacía imposible que el gobierno pudiese financiar a la tropa que había aplastado a la insurgencia en el Bajío, por lo que los despojos y la corrupción era la forma en que se les podía retribuir a sus servicios. El mes de septiembre seria fundamental por la inminente transición del poder, ya que poco antes de terminar con su gobierno, Calleja declara inocente a Iturbide y le devolvía el mando del Ejercito del Norte, pero dejo una ambigüedad al decir que todavía debían de ser consideradas las quejas de los acusadores, por lo que cuando toma el poder Apocada el 20 de septiembre reactiva el caso.

En los últimos meses de 1816, Apodaca deshecha la exoneración de Calleja, le ordena a Iturbide devolver el mando del Ejerció del Norte y lo destituye del mando de la Intendencia de Guanajuato para dárselo al coronel Francisco Orrantia, siendo desplazado al poco tiempo por Cristóbal Ordoñez, esto le daría esperanzas a Iturbide de que al final el caso podría resolverse a su favor. Una forma con la que pretendía que Apodaca suspendiese la investigación en su contra era la de informarle que desde su alejamiento del mando de la defensa de Guanajuato la insurgencia estaba recuperando fuerza y que las acusaciones en su contra eran inventos de gente maliciosa que pretendían luchar del lado independentista, reiterando que no estaba interesado en el poder mismo y su compromiso para luchar por la causa de Fernando VII. En el tiempo en que estaba siendo investigado, Iturbide tuvo que residir en la Ciudad de México y al poco tiempo tanto su esposa como sus hijos llegaron a apoyarlo en el juicio, instalándose en una hacienda cerca de Chalco, pero a pesar de estar retirado del campo de batalla, todavía tenía el mando sobre el regimiento de Celaya debido a la consideración que se le dio por su desempeño en la lucha, incluso se concedió el derecho de audiencia ante el rey en España autorizándole a visitarlo.

Mientras continuaba el juicio en México, Iturbide había mandado al cura José Antonio López a España como apoderado para demostrar ante las Cortes su inocencia, pero los avances hacia su causa se daban de forma lenta debido a lo difícil que resultaba encontrar apoyo entre los funcionarios reales, pero no perdía las esperanzas al enterarse que el mismo Calleja había sido reconocido tanto con la Cruz de la Orden de San Hermenegildo e incluso con la Insignia de la Orden de Isabel la Católica. La estrategia de López recaía en hacerle llegar un informe detallado a Fernando VII donde describía todas las acciones hechas por Iturbide para asegurar los intereses del orden virreinal y tenía como pruebas los reportes de Calleja, además de señalar que las acusaciones en su contra fueron hechas por potentados importantes de Guanajuato y Querétaro que no habían aportado pruebas de sus acusaciones, llegando a decir que había renunciado al mando realista para cultivar sus tierras e incluso había pedido un préstamo para financiarse.

Las cosas nunca se llegaron a arreglar y con el tiempo el ánimo de Iturbide iba decayendo ante la imposibilidad de ser declarado inocente, por lo que buena parte de su fortuna tuvo que gastarla en su manutención en la hacienda de la Compañía y la de su familia, se sabe que por un tiempo paso por dificultades económicas como lo revela una carta donde su suegro le manda 500 pesos. Como de esos años se conoce poco, sus enemigos se sirvieron para alimentar su leyenda negra, escribiendo que en esos tiempos se había dedicado a derrochar su fortuna en la bebida y en mujeres, atribuyéndole una infidelidad a su esposa con la afamada María “La Güera” Rodríguez e incluso dijeron que mandó a encerrar a su esposa a un convento. A su vez, hay testimonios de esos tiempos donde manifestaron que Iturbide les comentaba su convencimiento por la causa de la independencia, pero consideraba que los insurgentes habían corrompido ese fin y que su trabajo había sido el de purificarlo, para que una vez pacificado el reino se pudiese llevar a cabo, aunque todo indica que solo se trató de argumentos para cambiar de bando ante su eventual rompimiento con los realistas.

A pesar del breve repunte que tuvo la insurgencia con la incursión de Xavier Mina, Apodaca pudo derrotarlo y su política de indultos logro reducir a los insurgentes a dos focos centralizados en las figuras de Vicente Guerrero en la Sierra Madre del Sur y a Guadalupe Victoria en Veracruz, por lo que el virrey había demostrado que podía prescindir de los servicios del coronel Iturbide, incluso se llega a negar a retribuirle unos gastos que había hecho en campaña por la cantidad de 6,000 pesos. Todo indicaba que las ambiciones de Iturbide iban a quedar en nada debido a que en 1820 el reino prácticamente había quedado pacificado, pero un inesperado cambio de tornas provocado por el golpe del coronel Rafael del Riego implantaría un gobierno de tinte liberal, por lo que a las elites novohispanas no les convenia la implantación de las leyes gaditanas y esta sería la oportunidad que esperaba Iturbide para lograr su objetivo. 

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: William Spence Robertson. Iturbide de México. 

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Imagen: Juan Comba. Grabado del juicio por el asesinato de Blanco de Benaocaz, España, c/a 1880 (solo ilustrativo).

La decadencia de Iturbide como mando realista.

Los métodos usados por Agustín de Iturbide causaban demasiado escozor tanto por parte de la población del Bajío quienes sufrieron sus consecuencias como por los mandos realistas, así se manifestaron al enviarles cartas al virrey Calleja donde le informaron de su intención de realizar una proclama donde se anunciaba la ejecución de una décima parte de las prisioneras bajo su custodia si los insurgentes no desistían en sus ataques a las haciendas, llegando a amenazar de matar a todas si alguno de sus soldados o mensajeros fuese asesinado, y en caso de no acatar la disposición arrasaría con los pueblos, viéndose obligado Calleja a reprenderlo e impedir su puesta en servicio. Esto no mermo su eficacia en el combate contra los insurgentes y acato las llamadas al servicio de Calleja, así sucedió a principios de 1815 cuando manda al general Ciriaco del Llano a tomar el fuerte del Coporo en las cercanías de Valladolid y bajo el mando de Ramon Rayón, manteniendo una actitud propositiva en la logística de las fuerzas realistas y su proceder tanto en el sitio como en las poblaciones cercanas, aunque fracasa en su propuesta de atacar el fuerte por sorpresa, pero esto no impidió que se dirigiese inmediatamente a Guanajuato donde aprovecha para asaltar a las bandas insurgentes.

A pesar de este reconocimiento recibido tanto por Calleja como de los demás militares peninsulares, Iturbide no cesaba en su deseo de ser reconocido por el propio rey en España, por lo que en julio le hace la petición a Calleja de solicitar a Madrid la posibilidad de residir por dos años en la península, posiblemente pensando en tratar de penetrar en la corte y lograr su ansiado nombramiento como Caballero, pero el permiso le fue negado. Al poco tiempo le fueron asignados los mandos tanto del Ejercito del Norte y los de las tropas de las Audiencias de Valladolid y Guanajuato, por lo que sus deseos de ir a España disminuyen, aunque con algunas reticencias, pero finalmente accedió ser el responsable de las acciones de 4,000 soldados que tuvo a su disposición. Hasta ese momento, Iturbide presumía el haberse mantenido “invicto” durante los años de guerra y de triunfar en situaciones donde llego a tener minoría numérica, pero siempre omitía la derrota que tuvo en el fuerte de Coporo, su intento de capturar a Morelos y que fue detenido a finales de 1815 en el actual Guerrero.

En algunos testimonios como en el de Vicente Filísola, deja constancia que Iturbide se lamentaba de las carnicerías en que terminaban sus campañas y dejaba entrever la posibilidad de realizarse la independencia, llegando a sugerir un consenso de todos los militares realistas mexicanos para unirse con los insurgentes, pero no estaba de acuerdo ni con su indisciplina y el orden que estaban implementando en las poblaciones bajo su bando, viendo necesario acabar con ellos para implementar su plan. Una de las razones que algunos historiades han querido explicar la crueldad de Iturbide se le ha querido atribuir a las acciones del propio Calleja, quien mientras estaba en campaña se le acusaba por todas las tropelías cometidas contra la población civil, la cual también era común dentro de los mandos realistas y hasta cierto punto era permitida por el propio Fernando VII. El mismo Iturbide llego a justificarse al considerar como respuesta de las acciones de los insurgentes y su odio hacia los europeos al ser su objetivo asesinarlos y destruir sus propiedades, acusándolos de pervertir el culto católico.

Por más que tenía todo el apoyo por parte de Calleja, esto no era suficiente para la carrera del joven coronel quien aspiraba a obtener las mismas oportunidades que sus pares peninsulares, mientras las quejas por sus acciones iban creciendo, llegando al punto de que en abril de 1816 el virrey le solicita su presencia en México para responder a las acusaciones de dos coroneles sobre su conducta. Las cosas se le estaban poniendo en contra, en la Nueva España la insurgencia estaba en plena decadencia y continuamente iban cediendo territorios a los ejércitos realistas, incluso al nivel hispanoamericano los diferentes movimientos independentistas atravesaban por un periodo de crisis donde todo indicaba que se podría reestablecer el orden virreinal, por lo que Calleja se vio obligado a investigar todos aquellos reclamos. A partir del 24 de junio, Calleja empieza a recabar testimonio de toda la intendencia de Guanajuato sobre su proceder, aunque según el testimonio de Lucas Alamán, muchas personas prefirieron dar declaraciones a favor de Iturbide o ambiguas para evitar alguna represalia por parte de sus tropas.

El caso que sería clave para el proceder legal contra Iturbide fue el testimonio del cura Antonio de Labarrieta, de quien se sabía tenía simpatías por la insurgencia, pero se había vuelto un ferviente defensor de la causa realista, con él surge la acusación sobre los encarcelamientos de mujeres y niños de los pueblos, así como dañar la economía de la región al monopolizar el comercio y sustraer parte de la producción minera. Para hacer frente de las acusaciones, Iturbide renuncia a los dos mando para quedarse solo con el regimiento de Celaya y tanto el cómo Calleja y sus allegados se dedican a desestimar el testimonio de Labarrieta, pero mientras se realizaba el juicio el Consejo de Indias ya estaba reemplazando a Calleja en el puesto de virrey para poner a Juan Ruiz de Apodaca, quien llega el 20 de septiembre, tocándole resolver el caso y sobre todo atender la defensa de Labarrieta contra los ataques propinados por los partidarios de Iturbide.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: William Spence Robertson. Iturbide de México. 

Imagen:

  • Izquierda: Jose Guadalupe Posada. Guanajuato, 1870.
  • Derecha: Anónimo. Medallón con retrato de Agustin de Iturbide, 1821-1823.

Agustín de Iturbide frente a la Independencia.

El joven teniente había demostrado su posición ante los acontecimientos que se suscitaron ante la crisis política generada por la invasión napoleónica, el reino de la Nueva España tenía que subordinarse ante los dictados de la metrópoli y esperar a que desde allá llegasen las iniciativas de cómo afrontar los problemas geopolíticos del momento, algo que dejo a muchos conformes o indiferentes y a otros que habían vivido en carne propia las crisis socioeconómicas de sus regiones represento la gota que derramo el vaso la supresión del Ayuntamiento de México. Cuando ocurre el inicio de la rebelión de Hidalgo, el se encontraba en su hacienda de Apeo en Maravatío, Michoacán, por lo que termina enterándose el día 20 de septiembre, por lo que se dirige a recibir órdenes por parte del virrey Francisco Xavier Venegas quien lo manda rumbo a Acámbaro el 5 de octubre, donde vence a una turba de 150 hombres al mando de los lideres Luna y Carrasco después de 12 horas de batalla.

Con una victoria asestada a la insurgencia, se dirige a la capital para formar parte de las tropas del comandante Torcuato Trujillo, llegando a participar en la defensa de la ciudad en la batalla de Montes de las Cruces, que a pesar de que fueron derrotados por la insurgencia, fue alabada su participación que fue descrita como notable, logrando ser promovido a capitán. Para mediados de 1811 fue encomendado a la división de Taxco, pero no soporta el clima cálido y tuvo que pasar tiempo en recuperación, por lo que una vez recuperado lo mandan a proteger los convoyes de plata que circulaban entre Guanajuato, Acámbaro y Querétaro, donde se enfrentaría directamente a la insurgencia que se había establecido en Zitácuaro para conformar la Junta Nacional Americana. Seria en la laguna de Yuriria donde se enfrenta al que fuese vocal de la junta José María Liceaga, que mantenía su cuartel en una isla y logra hacerlo evacuar, pero no logra capturarlo en noviembre de 1812 y que tiene la misma suerte en el sitio que le hace en la isla de Jaujilla en Zacapu para febrero de 1813, pero esta vez logra quedarse con un gran botín que evito que los insurgentes tomasen Valladolid.

Pronto Acámbaro sería un objetivo importante para los hermanos Ramon y Francisco López Rayón, pero Iturbide se entera de sus planes y los ataca en su base en Salvatierra, forzándolos a fortificarse en el puente de Batanes, pero los insurgentes se desmoralizan y abandonan su posición, logrando capturar una gran cantidad de parque y causándoles 170 bajas, por lo que fue celebrado por el virrey y promovido al grado de coronel. La fama que adquirió por su desempeño le valió recibir el mando del Regimiento de Infantería Provincial de Celaya, la protección de la provincia de Guanajuato y la comandancia de la División del Bajío, prestigio que fue sometido a la prueba de fuego en diciembre al tocarle interceptar al ejército de Morelos que se dispuso tomar Valladolid y que aprovechando sus errores logra derrotarlo, siguiendo el impulso de la victoria para enero de 1814 en la batalla de Puruarán donde le asesta un golpe mortal a la insurgencia con la captura y ejecución de Mariano Matamoros.

Fue tal el prestigio que consiguió que para 1815 lo nombran comandante del Ejército del Norte, pero pronto empezaron a surgir noticias sobre los excesos que sometía contra los insurgentes y a la población civil, acusaciones dirigidas por el sacerdote de Guanajuato Antonio Labarrieta quien lo responsabiliza de los saqueos de las haciendas de Copal, Mendoza y El Molino, así como monopolizar el comercio de enceres domésticos, dictar leyes a los cabildos de León, Silao y Guanajuato sin ningún cargo de autoridad y de extraer recursos de las cajas reales. Es así que ante el escándalo, el virrey Calleja se dispone a someterlo a juicio, a lo que Iturbide se defiende de forma torpe al justificar sus acciones como parte del castigo por haber participado en la insurgencia, por lo que niega los casos de los que fue acusado pero sin negar haberlas realizado. Para el 12 de septiembre de 1816 Calleja desestima los cargos de los que fue acusado, pero tuvo la mala suerte de que llegase a reemplazar a Calleja Juan Ruiz de Apodaca el 20 del mismo mes, por lo que deroga la absolución y le retira el mando, por lo que se retira a la vida privada.

Poco se sabe de sus acciones hasta 1820, pero hay constancia de que estuvo comunicado de los últimos hechos de armas de la insurgencia como de la guerrilla en Guanajuato, la Junta de la Jaujilla y la expedición de Xavier Mina, por lo que estaba esperando a que llegase un nuevo virrey que volviera a solicitar sus servicios o que su representante en España lograse que Fernando VII le concediese la orden de la Cruz de Isabel, gestión que no tiene éxito. Sea o no justo el castigo que se le imputo por sus abusos, Iturbide representaba la creciente inconformidad del ejercito novohispano que se veía impedido a acceder al grado de general y siempre estar subordinados a los peninsulares, por lo que cambia su posición de realista a ser partidario de que la Nueva España adquiriese mayor autonomía en su gobierno por la vía pacífica.

El cambio del orden hacia un gobierno liberal provocado por la rebelión del general Del Riego en España hizo que Iturbide fuese llamado al servicio por el mismo virrey Ruiz de Apodaca para ponerlo a cargo de la comandancia del Sur, con la misión de acabar con los restos de la insurgencia encabezada por Vicente Guerrero y Pedro Ascencio Alquisiras, aunque puso la condición de que iría acompañado del Regimiento de Celaya. Entre diciembre de 1820 y enero de 1821 hubo unos cuantos, hechos de armas para atacar la insurgencia, pero parece que fue solo una pantalla en lo que mantenía negociaciones con Guerrero, así como con los principales mandos del ejército realista para ir preparando la proclamación del Plan de Iguala para el 24 de febrero, lo que desencadenaría una fuerte reacción que acaba de forma fulminante con 300 años de gobierno español para aventurarse en un desconocido porvenir independiente.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Agustín de Iturbide. De defensor del orden virreinal a independentista, de la revista Relatos e Historias en México no. 153.

Imagen: Anónimo. Agustín de Iturbide, CA. 1820

La respuesta novohispana al liberalismo español: el “Plan de la Profesa”

Mientras una parte de los criollos novohispanos veían sus sueños materializarse con la adhesión de Fernando VII a los mandatos de la Constitución de Cádiz y así conformar una monarquía parlamentaria (aunque no legaban a cumplir algunas de sus expectativas), otros grupos pertenecientes a las esferas aristocráticas y eclesiásticas vieron con muy malos ojos los cambios que se estaban produciendo desde la península con esta vuelta liberal y que amenazaba el poder con que habían gozado por generaciones. Las elites novohispanas quedaron anonadadas al enterarse como el propio rey se pudo haber prestado a las exigencias de Del Riego, rebelión que se veía venir por el claro desacuerdo por parte del ejército español por la deriva despótica de Fernando VII al desconocer los mandatos que se crearon en las Cortes de Cádiz, por lo que se fueron uniendo a la Logia Escocesa para esperar el momento de poner en orden al rey y reestablecer el liberalismo español.

No por nada los virreyes (o Jefe Político Superior según el cambio constitucional) Félix María Calleja y Juan Ruiz de Apodaca se negaron a implementar el nuevo orden político y siguieron las viejas usanzas de gobernar, porque sabían que de hacerlo se arriesgaban a perder el favor de la nobleza y terratenientes, visión que finalmente se cumplió y que le tocaría a Apodaca tanto ejecutar la nueva realidad democrática y por otro lado apaciguar a los potentados afectados. Para esos tiempos, en la capital virreinal fue muy popular entre los aristócratas asistir a la que fue el Templo de San José el Real ocupado por los jesuitas como noviciado, siendo estos aspirantes a entrar en la orden conocidos popularmente como “profesos” y dándole el nombre a la iglesia de “La Profesa”. Propiamente no existe como tal un “Plan de La Profesa” donde se puedan ver las directrices que aspiraba el movimiento conservador contra el orden liberal, pero era bien sabido la clase de diálogos que había entre sus asistentes, que a grandes rasgos implicaba la creación de una monarquía absolutista en México.

Originalmente estas platicas no estaban destinadas a fomentar conspiraciones independentistas, sino que giraban en torno a la preocupación que sentían por la llegada del liberalismo que ligaban desde la doctrina protestante de Martin Lutero, para pasar por los hechos recientes de la Revolución Francesa y como los revolucionarios se encargaron de cargar contra la Iglesia al someterla al poder civil. Los principios con que se manejaba el liberalismo atentaban directamente el “poder divino” con que la Iglesia había dirigido a las naciones europeas, derrumbando así la función de Roma como garante del orden cristiano, por lo que tenían las peores perspectivas imaginando el derrumbe de la civilización para caer en la anarquía que representaban los postulados de la libertad. Criollos como Mariano Cuevas llego a decir que la Constitución de 1812 atentaba contra el progreso de las colonias a las que consideraba como semillero de desórdenes económicos, políticos y sociales, siendo obligación de los católicos “independizarse” de los poderes legislativos españoles.

Las reuniones de La Profesa fueron encabezadas por el sacerdote español Matías de Monteagudo, oratoriano rector de la Universidad de México, siguiéndole los sacerdotes Manuel de la Bárcena  y Mario López de Bravo y Pimentel, ellos tuvieron como primera misión evitar que el virrey Apodaca jurase la constitución, cosa que no lograron y que pasa a realizarla el 31 de mayo de 1820, pasando a ser Jefe Político Superior y empezando a conformar las instituciones y disposiciones que ella dictaba. Al fracasar en su plan inicial y ver como poco a poco los organismos liberales empezaban a penetrar en la Nueva España, sacan a Apodaca de la ecuación y piensan en la idea de liberar a Fernando VII de su “cautiverio” para traerlo a gobernar el nuevo reino independiente donde podía preservar los valores con que el imperio español se había dirigido por siglos, por lo que era fundamental acabar con los últimos resabios que quedaban de la insurgencia y que se habían atrincherado en la sierra del sur.

Se cree que el comisionado para generar las condiciones para establecer el régimen absolutista Agustín de Iturbide, quien era allegado a los participantes de La Profesa y estos le darían la confianza de poder derrotar a los hombres de Vicente Guerrero que podían ser una amenaza latente para sus planes, pero en realidad no hay documentos que confirmen o desmientan la asociación de Iturbide con la conspiración. Pero no solo no lograría derrotarlo, sino que saldría aliándose con los insurgentes y se disponía a implementar un plan mucho más ambicioso, el reunir a todos los espectros políticos y de intereses del virreinato para alcanzar una meta en común que consistía en la ruptura de toda relación con la península. Lamentablemente las metas que tenían estos diferentes grupos de poder resultaban incompatibles o irrealizables, por lo que el primer postulado que implicaba traer a Fernando VII o a alguien de la casa de Borbón resulto un fracaso conformando un imperio improvisado entorno a su figura que no lograría cumplir con las expectativas de nadie y terminaría por naufragar el primer proyecto de un México independiente, desencadenando décadas de inestabilidad política.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Rigoberto Gerardo Ortiz Treviño. El plan de la Profesa. Contexto y realidad, del libro El bicentenario de la consumación de la independencia y la conformación del primer constituyente mexicano.

Imagen: Guillermo Kahlo. Iglesia de la Profesa, Ciudad de México, 1908

El autonomismo criollo en 1820

La guerra de independencia inicia con la imposibilidad de conseguir mejoras ante una gran presión fiscal que había deteriorado las condiciones de vida en las últimas décadas que ya habían sido vulneradas con la imposición de las reformas borbónicas a mediados de siglo XVIII. De estos reclamos surgen dos tendencias, los que apostaban por negociar con la corona mayores facultades para que los criollos ganasen más facultades dentro de la política virreinal y los que querían romper todo vínculo con una monarquía que se había mostrado tiránica, siendo la invasión napoleónica la oportunidad perfecta de los moderados de probar su punto con los peninsulares proponiendo la iniciativa del Ayuntamiento de México para gobernar en nombre de Fernando VII en lo que permanecía cautivo y poniendo un gobierno representativo novohispano a la manera de las cortes españolas, iniciativa que fue echada abajo por los propios peninsulares que derrocan al virrey Iturrigaray, arrestan a los miembros del Ayuntamiento e imponen el viejo orden.

Ante el fracaso de esta medida moderada es que surgen posturas radicales para asegurar acabar con este viejo orden, por lo que empiezan a surgir varias conspiraciones siendo la de Miguel Hidalgo e Ignacio Allende la que logra concretar la insurgencia el septiembre de 1810. Los autonomistas criollos vieron con recelo las acciones de la insurgencia por los abusos que cometieron, pero esto no impidió que algunos de ellos los apoyasen a través de la sociedad secreta de la Orden de los Guadalupes, llegando a plantearse participar en el Congreso de Chilpancingo promovido por José María Morelos, pero la rápida arremetida de los realistas a la campaña de Morelos y la victoria del absolutismo que echo abajo la Constitución de Cádiz hizo que estos grupos volvieran a entrar en la clandestinidad.

Esta actitud que tuvieron los autonomistas criollos hizo que se ganaran el apodo por parte de los insurgentes de “equilibristas”, esto se debe a que buena parte de ellos formaban parte de las elites novohispanas que abarcaban desde la nobleza, el sector profesional, el clero e intelectuales los cuales vivían solamente la realidad de la Ciudad de México y que se sentían apegados a la corona española, pero que mantenían un creciente nacionalismo criollo que reivindicaba su origen para exigir condiciones de igualdad dentro de la monarquía hispana. Ha sobrevivido muy poca documentación de la actividad de los autonomistas que mantenían sus pasos en secreto, como lo hacía notar Félix María Calleja quien narraba que los autonomistas pertenecían a la clase noble y que lograban formar sus reuniones secretas. En el periodo absolutista que va de 1814 a 1820 el movimiento absolutista trata de sobrevivir como puede en lo que encontraban la oportunidad para volver a entrar en acción con sus condiciones, aunque algunos de sus miembros fuesen descubiertos y mandados al exilio a España acusados de deslealtad.

La oportunidad se presenta en 1820 con la rebelión del coronel Rafael del Riego quien con la fuerza expedicionario que estaba destinada a Sudamérica obliga a Fernando VII a reinstaurar la Constitución de Cádiz inaugurando el periodo conocido como el “Trienio liberal”. Conforme fueron llegando las noticias las ciudades novohispanas se fueron adhiriendo a la Constitución de Cádiz, iniciando por Campeche, Mérida y Veracruz para ir avanzando hasta la capital, obligando a Juan Ruiz de Apodaca a jurarla y quedar en el papel de “Jefe político superior”, esparciendo las noticias del nuevo orden al resto de las capitales provinciales. Se reinstaura el breve periodo democrático que lo había precedido en un periodo entre los años de 1812 y 1813 cuando se había promulgado la constitución que derivo en un corto periodo democrático con la elección de diferentes autoridades provinciales, renaciendo las esperanzas de una nación hispana ultramarina que aseguraba la igualdad de todos sus súbditos y la resolución de sus problemas fundamentales, por lo que se dispuso de una intensa campaña propagandística y educativa para hacer de conocimiento a los novohispanos de sus nuevos derechos políticos.

El ejercito vio mermadas sus facultades ante el nuevo empoderamiento que se le daba a la ciudadanía y como podía disminuir sus privilegios, al igual que cierto sector del clero que empezó a proliferar la idea de que el nuevo orden constitucional atentaba contra la religión. Esto se vio empeorado con los decretos que abolían a las ordenes mendicantes y la inmunidad eclesiástica y militar en favor de la justicia civil, por lo que sus abusos y riquezas podían llegar a ser juzgados sin la posibilidad de ampararse en su posición de privilegio que les otorgaba el absolutismo, yéndose a pique la confianza del ejército de poder acabar con la insurgencia. Aun así, para ese momento ya se habían celebrado las primeras elecciones que terminaron por acabar con los intereses del clero y el ejército, por lo que estaban muy disminuidos en su capacidad de reacción. El sector autonomista fue el más beneficiado por el nuevo orden que les había garantizado ganarse los principales puestos de representación provincial, por lo que veían en el nuevo sistema la posibilidad legal de llegar al ansiado autogobierno, pero también fue ganando el descontento ante la poca representatividad en las cortes, quejas que no fueron atendidas.

A pesar del optimismo que tenían los políticos autonomistas sobre el papel que tendrían en las cortes, su proyecto se vio obstaculizado por las diputaciones peninsulares que veían amenazado su poder sobre las Indias. Los proyectos autonomistas tenían décadas de haberse propuestos, que iban desde la formación de reinos federados al imperio o la de juntas provinciales derivadas de la invasión napoleónica, incluso Fernando VII le llegaría a mandar una carta a Apodaca en la que sugería la posibilidad de embarcarse a la Nueva España ante el “acoso” que recibía de los liberales. El proyecto autonomista fue impulsado por los diputados novohispanos José Mariano Michelena y Miguel Ramos Arizpe, pero la iniciativa fue truncada ante un nuevo intento de Fernando VII de querer imponer autoridades a las cortes provocando un levantamiento que se conoció con el nombre de “comuneros”, pasando a ocupar las principales ciudades españolas. Se forma una junta tanto con Michelena y Ramos Arizpe junto con los diputados Lorenzo de Zavala, Lucas Alamán, Francisco Fagoaga, Bernardino Amati y el venezolano Fermín Paul, quienes junto con el ministro de Asuntos de Ultramar, algunos antiguos virreyes, capitanes generales y visitadores aprueban la conformación de regencias dirigidas por príncipes españoles, pero Fernando VII rechaza la propuesta al sospechar que podía ser una treta para derrocarlo.

Los americanos no cesaron en su intento de convertir al autonomismo en una realidad, por lo que buscaron quitar a todas las autoridades realistas impuestas para colocar políticos peninsulares que tuvieran las mismas convicciones políticas, esto incluía al mismo Apodaca a pesar de que se mostró muy perceptivo a la implementación de la Constitución de Cádiz y a su política conciliatoria. Es así que el cabildeo de Michelena y Ramos Arizpe logra que las cortes nombren como nuevo jefe Político al militar liberal Juan O’Donojú quien había sido ministro de Guerra en el primer periodo constitucional y que gobernaba Sevilla, por lo que fue mandado a la Nueva España para que tomase el control del reino, pero lo que vio al llegar hizo imposible que se mantuviese toda posibilidad real de que siguiese perteneciendo a la monarquía hispana.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jaime E. Rodríguez. La transición de colonia a nación: Nueva España, 1820-1821, de la revista Historia Mexicana vol. 43, núm. 2

Imagen: Anónimo. Juramento de Fernando VII de la Constitución de 1812 en la sesión de apertura de las cortes del Trienio Liberal el 9 de Julio de 1820.

La restauración realista.

Entre 1814 y 1815 el movimiento insurgente sufre de un declive que estuvo a punto de terminar con él, la caída de la figura de José María y Morelos en favor del Congreso de Anáhuac dio inicio a una serie de derrotas que culminaría en la captura y muerte de caudillos como Mariano Matamoros, Hermenegildo Galeana y el propio Morelos, dejando en manos al movimiento entre Guadalupe Victoria, Nicolas Bravo y Vicente Guerreo que fueron incapaces de unir fuerzas y cada uno trataría de formar sus propios movimientos terminando por debilitar la causa. Esto permitió a las autoridades virreinales implementar una serie de medidas tanto de contrataque para las bandas insurgentes y sobre todo políticas de conciliación que corta de tajo el apoyo local de las comunidades a los independentistas. Tenemos que tomar en cuenta que parte de la iniciativa autonomista reclamaba la perdida gradual de privilegios que tenían el sector criollo ante el centralismo peninsular que acaparaba los puestos de importancia política del virreinato, por lo que las nuevas políticas que emanaban de las Cortes de Cádiz de 1810 complicaban aún más el ganarse el favor de los potentados novohispanos al promover condiciones de igualdad social, por lo que perderían aún más su posición social y que podría hacer que se fueran del lado insurgente, por lo que los virreyes decidieron no aplicar la Constitución de Cádiz para mantener una base social que los ayudase a combatir a los rebeldes.

El plan virreinal tuvo un aliado que le dio solidez a las acciones de contención de la insurgencia, la restauración del absolutismo en 1812 cuando Fernando VII deroga la Constitución para asumir todos los poderes, acabando con el gobierno liberal pero que no ayudaría a revertir la tendencia a favor de los insurgentes que fue ganando fuerza en el sur. Es así que el peso del fracaso que estaba teniendo el gobierno virreinal fue adjudicado a las acciones del virrey Francisco Javier Venegas, siendo uno de los principales conspiradores el brigadier Félix María Calleja quien estaba a cargo de la campaña contra Miguel Hidalgo y que lograría desarticular el primer movimiento, haciendo que se ganase el favor del rey y que lo nombrase como nuevo Jefe Político Superior en reemplazo de Venegas, aunque Calleja terminaría por restituir la figura del virrey. Calleja contaba la ventaja de haber vivido en la Nueva España desde 1789 encargándose de múltiples puestos de mando que le permitió conocer el reino mejor que los demás virreyes, por lo que para 1814 cuando ejerce la jefatura empieza a implementar una serie de campañas que empieza a languidecer la insurgencia de Morelos (sumada a la crisis interna que vivió el movimiento), pero esto no llego a paliar la crisis económica producto de la guerra que había arruinado el comercio interno, por lo que el gobierno se tuvo que financiar por deuda.

Con las noticias provenientes de España, Calleja inicia una campaña propagandística para anunciar el destierro de toda aquella política liberal para reinstaurar el poder absolutista de Fernando VII, desapareciendo del discurso la unidad nacional para cambiarla por la soberanía del rey, ejecutándose en numerosas poblaciones celebraciones donde se festejaba la restauración de Fernando VII como monarca absoluto junto con otras instituciones como la Inquisición o incluso se llega a decretar el regreso de los jesuitas y la suspensión de pagos de tributos a los indígenas. La insurgencia como contramedida es que se decreta la Constitución de Apatzingán por parte del Congreso de Anáhuac perfilando una alternativa liberal y republicana que hacia contrapeso al absolutismo fernandino, pero eso no fue suficiente para sumar fuerzas al movimiento y termina fragmentándose debido a las campañas realistas. A pesar del éxito que tuvo Calleja de haber acabado con el movimiento de Morelos, sus enemigos políticos dan a conocer numerosos actos de corrupción que provocan su destitución y ponen al frente a Juan Ruiz Apodaca hacia 1816.

Aprovechando que el reino había sido pacificado, Apodaca baja el nivel de beligerancia del gobierno y apuesta por una medida conciliatoria, algo que dejo inconformes a los comandantes realistas y debido a esas discrepancias provoca que la expedición del guerrillero Xavier Mina entre al territorio novohispano para internarse hacia el Bajío para unir fuerzas con los rebeldes de la zona, permitiendo que el movimiento resucitara por tres meses que termina cuando Apodaca logra poner orden a los militares y se coordina para emprender la campaña contra Mina que termina por su captura y ejecución.

A la par que Apodaca implementa una política conciliatoria y de indultos, se dedica a vilipendiar la gestión de Calleja, pero lo cierto es que ambos implementaron las mismas medidas que ayudaron a ir poco a poco cortando el apoyo a la insurgencia. En el caso de Calleja el amplia la facultad de expedir los indultos a sus comandantes generales y permitía que los insurgentes entregaran sus armas y caballos ante las autoridades con su correspondiente jura de fidelidad al rey, Apodaca amplia las medidas con el completo olvido de cualquier falta y la posibilidad de sumarse a las fuerzas realistas como voluntarios respetando su rango al prestar información valiosa para la captura de cabecillas. Otra medida fundamental fue la militarización de la sociedad novohispana, con lo que el ejército empieza a asumir posiciones de la administración de las intendencias y se aumenta el reclutamiento del ejercito realista que pasa de 30,000 en 1810 a 40,000 efectivos en 1821, además de habilitar milicias urbanas que ayudaran en la defensa de las poblaciones.

Para 1820 la Nueva España había sido pacificada en el orden realista de Apodaca, pero de repente llegan desde la metrópoli noticias inquietantes, triunfa la rebelión del general Del Riego y se reinstaura la Constitución de Cádiz en todos los territorios hispanos. El conocimiento de la noticia provocó la reacción que se temió pudiese aparecer desde 1812 y las elites criollas se vieron indignadas por la patente pérdida de poder para que fuese repartido entre mestizos e indios, por lo que tanto Apodaca como una serie de potentados empiezan a conspirar en favor de la propuesta independentista dirigida por ellos y que pretendían hacer que Fernando VII o alguno de sus familiares viniese a gobernar, por lo que era preciso ponerse de acuerdo con todos los sectores de la sociedad novohispana para desconocer al gobierno peninsular, siendo comisionado para conversar con ellos al joven coronel cuya carrera había sido atacada por múltiples acusaciones de abusos y corrupción en sus campañas, Agustín de Iturbide.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Rodrigo Moreno Gutiérrez. La Restauración en la Nueva España: Guerra, cambios de régimen y militarización entre 1814 y 1820, de la Revista Universitaria de Historia Militar, vol. 7, no 15

Imagen:

  • Izquierda: Giuseppe Perovani. Don Félix María Calleja, 1815
  • Derecha: Anónimo. Retrato del Excelentísimo señor Juan Ruiz de Apodaca, Primer Conde de Venadito