La independencia en Arizpe.

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Durante el periodo virreinal, las provincias de Sonora y Sinaloa estuvieron bajo un mismo gobierno debido a su escasa población y su posición como frontera. Con la implementación de las reformas borbónicas en los reinos de Indias, que incluían la creación de intendencias, estas dos provincias se fusionaron en la intendencia de Arizpe al designarse esta villa sonorense como la capital. Sin embargo, las condiciones en ambas provincias eran diferentes: mientras que en Sinaloa se había resuelto el problema indígena con su sumisión completa, en Sonora la relación con las tribus nómadas era ambivalente. Algunas tribus como los ópatas y los eudeves respaldaban el dominio novohispano, mientras que otras como los yaquis, mayos, seris, algunas bandas pima y los apaches eran más hostiles.

Debido a esta situación, el territorio sonorense mantuvo un sistema de presidios para defenderse de los ataques indígenas. Estos presidios incluían Buenavista para controlar a los yaquis, Pitic y Horcasitas para los pimas y seris, y en los límites fronterizos se encontraban los presidios de Altar, Tucson, Santa Cruz y Fronteras para combatir a los apaches. Además, contaban con el apoyo de los ópatas en los presidios de Bacoachi y Bavispe. Para finales del siglo XVIII, la fuerza militar en Sonora consistía apenas en 907 soldados, mientras que en Sinaloa solo se contaba con milicias de pardos para mantener el orden.

El estallido de la rebelión de Hidalgo se propagó rápidamente por la intendencia de Arizpe. El primero en enterarse fue el gobernador Alejo García Conde, informado por agentes de la Junta de Seguridad de Guadalajara. En ese momento, la provincia no mostraba una gran agitación social y, de hecho, previamente había demostrado lealtad a Fernando VII. Además, el aislamiento geográfico de la provincia facilitó la labor de los curas para denunciar a los insurgentes.

Sin embargo, al sur de la intendencia, donde se encontraban las poblaciones mineras con una comunicación constante con el resto del virreinato, lugares como San Ignacio y San Sebastián recibían información sobre la lucha de los insurgentes contra los «gachupines» afrancesados, proveniente de Acaponeta. Esto despertó simpatías hacia la causa insurgente entre algunos habitantes. Las autoridades de la intendencia se enteraron pronto de esta situación en el sur y tomaron medidas para enfrentarla. En primer lugar, contaron con el apoyo de los curas para disminuir el apoyo a la causa insurgente. Además, en Sonora se formó un ejército de voluntarios indígenas bajo el mando del teniente coronel Pedro Villaescusa, con la intención de marchar hacia El Rosario y evitar cualquier posible incursión insurgente.

La caída de Guadalajara en noviembre de 1810 generó preocupación en la intendencia, lo que llevó a que tanto los españoles de San Sebastián como algunas tropas en Mazatlán entraran en pánico y buscaran refugio en El Rosario. En este contexto, Hidalgo envió a José María González de Hermosillo para extender la insurrección a Arizpe. Hermosillo ingresó a la intendencia el 1 de diciembre con una fuerza de 2,000 hombres y 300 caballos. Para el 21 de diciembre, Hermosillo atacó El Rosario y derrotó al ejército de Villaescusa. La deserción de cuatro compañías de pardos de Mazatlán, que se unieron al bando insurgente, aumentó las fuerzas insurgentes a 4,125 hombres y fortaleció su armamento. Esto permitió que tomaran San Sebastián sin enfrentar resistencia seis días después.

A pesar de estos reveses, los mandos realistas no perdieron la esperanza. Mientras Villaescusa se retiraba a San Ignacio Piaxtla para reorganizarse, García Conde formó nuevos batallones de 400 indios ópatas a caballo como refuerzo bajo su dirección. Con esta estrategia, lograron derrotar a las tropas de Hermosillo en San Ignacio el 8 de febrero de 1811, infligiendo de 300 a 750 bajas al bando insurgente.

La presencia de los militares sonorenses, junto con el resto de las fuerzas realistas, incluyendo a criollos y ópatas que alcanzaron grados militares, comenzó a influir en las decisiones políticas del virreinato, siendo mandados tropas presiliarias a combatir a la insurgencia siendo muy eficaces debido a su experiencia militar. Estos militares fueron seducidos por las propuestas de Agustín de Iturbide y abrazaron la causa Trigarante. Un ejemplo de esto es el teniente-coronel Mariano Urrea y otros militares que se unieron gracias a la intervención de Pedro Celestino Negrete. Como resultado, una parte significativa de las tropas sonorenses se unió al bando independentista y se unió a la misión de Celestino Negrete para derrotar a los realistas del noroeste.

Esto llevó a enfrentamientos entre las fuerzas independentistas y sus antiguos jefes, como García Conde (quien ascendió a comandante general de las Provincias Internas de Occidente) y José de la Cruz, quienes decidieron servir en las defensas de Durango al ver que la causa realista estaba perdiendo terreno. José de la Cruz juró su adhesión a la independencia en Chihuahua el 26 de agosto de 1821 y el 6 de septiembre en Arizpe. Esta fue la primera participación significativa de los sonorenses en los primeros años de la independencia. Su experiencia adquirida en la lucha contra los indígenas los convirtió en fuerzas indispensables en la guerra, pero también provocó la ruptura de la alianza entre los españoles y los ópatas, así como un aumento en la violencia debido a los ataques de los apaches.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José Marcos Medina Bustos. La independencia en la Intendencia de Arizpe, del libro La Independencia en las provincias de México.

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Imagen:

  • Izquierda: José Antonio de Alzate y Ramírez. Plano de las Provincias de Ostimuri, Sinaloa, Sonora y demás circunvecinas y parte de California, 1772.
  • Derecha: S/D. Alejo García Conde.

La independencia en la Nueva Vizcaya.

En los alrededores del Camino Real de Tierra Adentro, el orden social distaba de tener presencia en aquellos territorios. Desde la incorporación de la Nueva Vizcaya, los españoles no lograron una pacificación duradera de los indígenas de la región, ya fueran los tepehuanes, los tarahumaras, los huicholes o los belicosos apaches, que constantemente realizaban incursiones en los pueblos.

Incluso a principios del siglo XIX, seguía muy presente en la conciencia indígena la rebeldía nacida del milenarismo de hace dos siglos, mezclándose con el crecimiento del sentimiento nacionalista criollo. Surgieron movimientos como la rebelión del “indio Mariano” de Nayarit en 1801, que tuvo repercusiones en la Intendencia de Durango, siendo secundado por el “transtornado Mesías de Durango” y el “indio Rafael”, movimientos que fueron reprimidos.

En lugar de detener estas inquietudes sociales, el enrarecimiento del contexto monárquico de la península con la intervención napoleónica de 1808 hizo que arraigara el sentimiento autonomista. Muchos cabecillas indígenas se sumaron a la iniciativa del Ayuntamiento de México, y con su represión surgió una conspiración por parte de los gobernadores de Santa María de Ocotán, José Domingo de la Cruz Valdez, y el de Guazamota, Tomás Páez, quienes fueron denunciados y detenidos antes de tomar las armas.

Con este antecedente, no es sorprendente que los indígenas duranguenses se unieran a la causa de Miguel Hidalgo, especialmente los de la región del Mezquital en el sur. Estos indígenas se habían sublevado en el pueblo de San Andrés del Teul y amenazaban con tomar Sombrerete para dirigirse hacia Durango. Sin embargo, los realistas, comandados por el capitán Pedro María Allende, ocuparon la villa e impidieron que la rebelión se propagara por la intendencia.

La responsabilidad de la defensa de Durango recayó en el comandante general de las Provincias Internas de Occidente, Nemesio Salcedo, quien estableció a Sombrerete como punto fuerte para impedir la incursión de los insurgentes zacatecanos. La pacificación del Mezquital llevada a cabo en noviembre de 1810 fue fundamental en este proceso.

La contrainsurgencia tuvo éxito y los realistas convirtieron a Durango en un bastión confiable para luchar contra los independentistas. Sin embargo, esto no impidió que los tepehuanes siguieran siendo un elemento de desestabilización al rebelarse continuamente. Como ningún movimiento estaba interconectado con otro, los realistas pudieron reprimirlos sin problemas.

El Obispado de Durango desempeñó un papel importante en los procesos llevados a cabo contra los religiosos insurgentes que cayeron prisioneros en manos realistas. Es importante tener en cuenta que el alto clero siempre se mantuvo fiel al rey, mientras que el bajo clero, al estar en contacto directo con el pueblo, apoyaba a las poblaciones que se sumaron a la insurgencia. Esto llevó a la degradación sacerdotal de los miembros capturados para que pudieran ser fusilados. Un caso destacado es el del vicario del valle de Topia, Salvador Parra, quien tenía antecedentes rebeldes al sumarse a las conspiraciones de 1808 y contaba con un historial de continuas fugas hasta que se unió a la insurgencia. Se convenció de secundar el movimiento al toparse con emisarios napoleónicos como Torcuato Medina, reafirmando su idea de luchar contra los “gachupines” afrancesados.

Otro religioso colaboracionista destacado fue Telesforo Alvarado, cura de Pueblo Nuevo, quien ayudó en la rebelión del sinaloense José María González Hermosillo. González Hermosillo tomó villas importantes como el Real de Rosario, Mazatlán y San Sebastián, incentivando a que los indígenas de los cuales Alvarado era responsable se sumaran a sus fuerzas.

Dentro de los territorios que conformaron la Intendencia de Durango o Nueva Vizcaya estaba Chihuahua. Se sabe que muchas de las autoridades de la villa fueron partícipes del movimiento autonomista de 1808 y su anulación hizo que también participaran en conspiraciones para rebelarse. Este fue el caso de la conspiración denunciada y detenida en enero de 1811, encabezada por el regidor y capitán Salvador Porras, el auditor peruano Mariano Herrera y el teniente de Mazatlán, Juan Pedro Walker.

La provincia fue muy favorable a las reformas implantadas por el constituyente de Cádiz, por lo que la implementación de la democracia para la elección de los representantes y miembros del ayuntamiento tuvo un gran recibimiento por la sociedad chihuahuense, que participó activamente. Sin embargo, el gobernador de Durango, Bernardo Bonavia, obstaculizó los procesos desconociéndolos y declarándolos nulos.

Todos estos problemas provocaron malestar entre los criollos que se veían cooptados por las autoridades realistas, como fue el caso de José Félix Tres Palacios, quien estuvo muy activo en la búsqueda de igualdad social. Sin embargo, el empeño de los españoles por ocupar los principales puestos del ayuntamiento llevó a Tres Palacios a participar en una nueva conspiración en enero de 1814, en la que también participaron estadounidenses, la cual fue denunciada.

La restauración del orden constitucional de 1820 renovó el interés de la sociedad de la Nueva Vizcaya por continuar con el experimento democrático. Se eligieron tres diputados más un suplente, además de ser responsables de las elecciones de la provincia de Sonora y Sinaloa para dos diputados. El interés por participar llevó a provincias como Nuevo México a solicitar su representación. Sin embargo, paralelamente al restablecimiento del orden gaditano, surgió el movimiento Trigarante de Agustín de Iturbide, proclamando la independencia. A este movimiento se sumó el militar español Pedro Celestino Negrete, comisionado para liberar el noroeste. Negrete se enfrentó al comandante general de la Nueva Galicia, José de la Cruz, que se había refugiado en Durango.

Inesperadamente, la capital de la Nueva Vizcaya se convirtió en un punto de resistencia realista frente a los iturbidistas, quienes iban sumando apoyos como el del capitán general de las Provincias Internas de Occidente, Alejo García Conde. Negrete sitió Durango en agosto de 1821 y la rindió el 3 de septiembre. Con esto, finalizó la era virreinal en el septentrión e inició su vida dentro de la nación mexicana.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jose de la Cruz Pacheco. El proceso de independencia en la Intendencia de Durango, del libro La Independencia en las provincias de Mexico.

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Imagen:

– Izquierda: Mapa de las intendencias de la Nueva España, en verde limon vemos a la Intendencia de Durango.

– Derecha: Ramón P. Cantó. Retrato de Pedro Celestino Negrete, siglo XIX.