La Costa Central y Sur durante el periodo Intermedio Tardío.

En las cuencas de Chillon, Rimac y Lurin, las sociedades andinas comenzaron a fragmentarse en señoríos o curacazgos independientes que aprovechaban los recursos locales. Sin embargo, muchos de estos territorios se integraron en la expansión del imperio Chimú, a pesar de que algunos, como la cultura Chancay, lograron un desarrollo autónomo. El territorio de la cultura Chancay se extendía desde el valle de Huaura al norte hasta el valle bajo del Chillon al sur, en Lima. Aquí, su desarrollo cultural floreció debido a una alta densidad demográfica, lo que resultó en la creación de centros residenciales, administrativos y ceremoniales.

Estos centros, como Piquillo Chico y Lauri, se destacaron como sitios ceremoniales, mientras que Pancha la Huaca se destacó como el centro de la élite. A pesar de su territorio relativamente pequeño, la sofisticación alcanzada por la cultura Chancay revela un alto nivel de organización político-religiosa por parte de la élite. Esto se evidencia en su cerámica fina, conocida como «chinos», que eran vasijas decoradas con representaciones antropomorfas y motivos geométricos, así como en su producción textil propia.

En el resto del valle del Chillon, surgieron una serie de pequeños curacazgos que se beneficiaron del ecosistema conocido como chaupi yunga, convirtiéndose en importantes productores de hoja de coca, fundamental para las ceremonias religiosas. La reputación de sus habitantes era tan destacada que, durante la conquista inca, muchos agricultores fueron llevados para especializarse en su cultivo.

En los valles de Lurin y Rimac, floreció el señorío de Ichma, cuya capital era el prestigioso centro ceremonial de Pachacamac, donde residía el curaca principal. Este grupo se destacó por la construcción de grandes estructuras piramidales de adobe, dotadas de rampas para acceder a la cima. Se cree que estas pirámides funcionaban como residencias de los gobernantes, desde donde se llevaban a cabo las ceremonias religiosas en comunión con el pueblo. Por lo tanto, la presencia de estas imponentes estructuras requería la movilización de grandes contingentes de voluntarios para su construcción y mantenimiento.

En el valle de Cañete, al sur, surgió el Curacazgo de Huarco, cuya capital estaba en Cerro Azul y se destacó por su especialización en la producción pesquera. A pesar de encontrarse en un entorno desértico, este territorio era abundante en recursos marinos como la sardina y la anchoveta, según registros incas que indican su capacidad para mantener grandes cantidades de pescado para el mercado andino.

Gracias a estos excedentes pesqueros, la sociedad de Huarco tenía acceso a recursos agropecuarios provenientes de los pueblos de la sierra, mientras que estos recibían los productos marinos de Huarco. Esto permitió que gran parte de la población estuviera abastecida con productos externos, aunque solo las élites tenían el privilegio de consumir carne de llama y cuyo a diario. La posición de Huarco en las redes de intercambio la convirtió en un estado importante y aliado clave, como se evidencia en su relación con el señorío de Chincha. Sin embargo, también tuvo enfrentamientos con enemigos como el estado de Mala. La importancia de Huarco como centro pesquero le otorgó una posición destacada en la economía del imperio inca.

Uno de los actores geopolíticos más complejos en el contexto andino fue el Señorío de Chincha, ubicado en el valle del mismo nombre. Se cree que sus principales centros administrativos estaban en los sitios de La Centinela de Tambo Mora, al norte del valle, y La Centinela de San Pedro, al sur. Estos sitios mantenían una red de caminos que los conectaban con otras poblaciones y les permitían establecer relaciones con los estados vecinos. La importancia de Chincha radica en su papel como principal intermediario comercial en las redes de intercambio andinas, manteniendo comunicación tanto con los señoríos de la sierra como con regiones como Ica, Nazca, Pisco, Topará y Cañete, además de estar cerca del imperio Chimú gracias al comercio marítimo.

Dada la extensión de sus vestigios, se estima que La Centinela de Tambo Mora fue la capital de Chincha, abarcando unas 60 hectáreas con estructuras piramidales que alcanzaban casi los 50 metros de altura. Estas estructuras estaban decoradas con frisos de barro y pinturas murales. Se estima que el curacazgo tenía una población de alrededor de 30,000 habitantes, de los cuales 12,000 se dedicaban a labores agrícolas y 10,000 a la pesca.

Con dos tercios de la población dedicados a la producción de alimentos, el resto de los habitantes de Chincha se dedicaba al comercio, llegando a contar con unos 6 mil comerciantes según registros de la época incaica. Esto les permitió colocar sus excedentes en el mercado andino y organizar su distribución mediante caravanas de llamas y, especialmente, a través del cabotaje marítimo. Gracias a estas actividades, los comerciantes de Chincha pudieron expandir su presencia hasta lugares remotos como la cuenca del lago Titicaca y la costa ecuatoriana, obteniendo el monopolio comercial en la distribución de las conchas de Spondylus. Incluso se especula que pudieron tener presencia en Centroamérica.

El éxito en alcanzar esta amplia red comercial se debió en parte a la posición neutral que mantuvieron en las disputas geopolíticas, convirtiendo a sus mercaderes en agentes diplomáticos clave en las relaciones políticas entre diversos estados. Esto los integró como una parte fundamental del estado inca, llegando incluso a tener un nivel de importancia equiparable al del Inca el Señor de Chincha.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Julián I. Santillán. Economía prehispánica en el área andina (Periodo Intermedio Temprano, Horizonte Medio y Periodo Intermedio Tardío), del libro Historia económica del Perú.

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Imagen: Alejandro A. Mendoza.

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