Las primeras exploraciones a la península de Baja California.

Una vez asegurado el dominio español sobre el imperio mexica, Hernán Cortés se dedicó a explorar el territorio en busca de oportunidades para expandirse tanto territorialmente como para aumentar su fortuna. Fue muy afortunado haber encontrado la costa del océano Pacífico, ya que esto le permitiría seguir el objetivo principal de la presencia ultramarina española: establecer un camino directo a Asia. Decidió establecer su primer astillero en Tehuantepec para comenzar a construir barcos para emprender el viaje transoceánico. En 1527, envió una expedición comandada por Álvaro de Saavedra Cerón hacia las Islas de la Especiería (Molucas) con el objetivo de localizar a la expedición de Jofre de Loaysa. Sin embargo, el establecimiento de la primera Audiencia de México, presidida por Nuño de Guzmán, frenó cualquier posibilidad de continuar su camino hacia el Lejano Oriente. Debido a estos obstáculos, Cortés se vio obligado a regresar a España en 1529 para presentarse ante la corte y defender sus derechos. Fue recibido por la reina Isabel de Portugal, quien le otorgó el Marquesado del Valle de Oaxaca y la autorización para descubrir y poblar islas en el Pacífico, así como para gobernar sobre tierras americanas del poniente que no estuvieran adjudicadas a gobernadores en funciones.

Con el respaldo real, Cortés regresó a la Nueva España para construir sus barcos tanto en Tehuantepec como en Acapulco. Se construyeron el Concepción y el San Lázaro en el primero, y el San Miguel y San Marcos en el segundo. La última nave fue utilizada para enviar a Diego Hurtado de Mendoza como avanzada, pero naufragó a finales de julio de 1532, resultando en la muerte del capitán. Sin embargo, los sobrevivientes afirmaron haber descubierto unas islas, las Marías.

La Audiencia de México hizo todo lo posible por obstaculizar la carrera de Cortés. Prohibió el uso de los cargadores tamemes para retrasar la construcción de las naves, lo que llevó a Cortés a reclamar al Supremo Consejo de Indias para que intercediera y le permitiera cumplir sus compromisos con la Corona. A pesar de los problemas, la pequeña armada quedó completa para octubre de 1533, zarpando del puerto de Santiago el Concepción bajo el mando de Diego Becerra y el San Lázaro con Hernando de Grijalva. Durante el viaje, el Concepción experimentó un conato de motín, tras el cual los rebeldes fueron dejados en las costas de Nueva Galicia. Mientras tanto, Grijalva parece haber logrado llegar a la isla de Revillagigedo.

Guiados por las historias transmitidas por los indígenas de Colima, las cuales mencionaban la existencia de unas islas con grandes riquezas y pobladas exclusivamente por mujeres, Hernán Cortés se sintió motivado a continuar las exploraciones en el Pacífico. Durante una expedición liderada por Fortún Jiménez en el Concepción, se afirmó haber encontrado una gran isla donde se criaban perlas. Sin embargo, esta expedición tuvo un final trágico: Jiménez murió a manos de los indígenas junto con otros veinte expedicionarios, mientras que el resto logró hacerse a la mar y llegar a la villa de La Purificación. A pesar de las pérdidas, Cortés se convenció de continuar con su empresa de explorar el océano, con la esperanza de encontrar grandes riquezas.

Aunque no se sabe cuándo recibió este nombre, la semejanza de la isla con las historias de los indígenas de Colima llevó a Cortés a llamar a este nuevo territorio California. Este nombre se relaciona con un territorio de las historias europeas, como la novela «Las Sergas de Esplandián», donde se atribuían grandes riquezas a un lugar habitado por guerreras amazonas.

A pesar de contar con el beneplácito de la corona, la audiencia dirigida por Guzmán tenía amplias facultades legales para disputar la soberanía de los territorios descubiertos. Comenzaron incautando la nave Concepción aprovechando su localización en la Nueva Galicia, lo que provocó que Cortés se dirigiera a reclamar su posesión ante Nuño de Guzmán mientras enviaba tres naves rumbo a Chiametla. Al no obtener resultados, Cortés decidió encabezar personalmente la expedición y partió al territorio que hoy ocupa la capital, La Paz, llegando el 1 de mayo de 1535 y desembarcando el 3 de mayo. Decidió llamar al lugar Santa Cruz en honor al día del santoral. Cortés se encargó de organizar la nueva colonia mientras enviaba sus naves para transportar colonos y provisiones desde Nueva Galicia. Sin embargo, solo lograron llevar los suministros, ya que la hostilidad del territorio impidió que la colonia prosperara. Además, el interés por las perlas, que eran el principal atractivo, disminuyó a medida que la necesidad de buscar sustento se volvió más apremiante.

Los esfuerzos de Cortés por sostener su nueva colonia resultaron en un fracaso, y con la llegada del primer virrey, Antonio de Mendoza, se solicitó la evacuación de Santa Cruz. Sin embargo, esto no detuvo a Cortés. En julio de 1539, envió al capitán Francisco de Ulloa para continuar explorando la «isla» en busca de tierras fértiles. Esta expedición descubrió que no se trataba de una isla, sino de una península, aunque terminó perdiéndose. Con esto, Cortés vio finalizada su carrera como explorador, y sería el gobierno de Mendoza quien continuaría con la exploración de las costas del Pacífico.

A pesar de que otras expediciones, como la de Hernando de Alarcón, que llegó al delta del río Colorado, demostraron que era una península, persistió la idea errónea de que era una isla. Ninguna expedición logró encontrar algo que motivara la colonización de la península, y este objetivo fue olvidado tras el descubrimiento y conquista de Filipinas. Sin embargo, paradójicamente, el descubrimiento de la ruta del Tornaviaje, donde los barcos navegaban hacia el norte para que las corrientes los llevaran por la costa hacia Acapulco, hizo que el control de California fuera vital para la ruta hacia Oriente. Esta importancia también fue reconocida por los piratas ingleses que llegaron a la zona.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ignacio del Rio. A la diestra mano de las Indias. Descubrimiento y ocupación colonial de la Baja California.

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Imagen: Diego Muñoz Camargo. Conquista de «Tonatiuh Yuetziyan», identificado como California. Lienzo de Tlaxcala, lamina 73, original del siglo XVI con edición facsimilar del siglo XVIII.

La Baja California prehispánica.

Uno de los territorios más singulares de América, está conformada por una península alargada que está rodeada por un lado el Océano Pacifico y por el otro el Mar de Cortes, conectada hacia el norte con el resto del continente por la articulación que hace la Sierra Juárez hacia el resto del sistema montañoso de California y es vuelto a ser separado por la desembocadura del rio Colorado, obedeciendo el límite tectónico de la Falla de San Andrés. Estas particularidades hicieron que solo una fracción del norte serrano quedase con una porción del bosque de piñones del resto de California, por lo que el resto de la península quedo dominando el desierto con un manchón en el sur de selva subtropical en la Sierra la Laguna, siendo determinante para que la población originaria sea completamente nómada sobreviviendo de los recursos que les ofrecía el desierto y las costas.

La población indígena se dividió en dos familias lingüísticas que tuvieron un rango de desarrollo muy diferente, los primeros eran los yumanos que se localizaban al norte del paralelo 30 y ocuparon la región serrana de los bosques de piñones y el delta del rio Colorado, estos pueblos eran los únicos que mantenían el contacto con el resto de los grupos indígenas de California y Sonora, por lo que conocieron tanto una agricultura muy incipiente y la cestería. Lograron desarrollar los aditamentos para poder almacenar alimentos y lograron conformar una estructura social estratificada basada en liderazgos hereditarios que mantenían guerras rituales con sus vecinos, logrando conformar aldeas y rancherías semipermanentes. Estos grupos lograron adaptarse al sistema misional que trajo el dominio español y pudieron sobrevivir, por lo que actualmente constituyen la única población indígena que queda en la península y que está siendo amenazada por la aculturalización y su baja natalidad.

Gran parte de la península fue poblada por los grupos de filiación guaycura-pericú, los cuales mantuvieron un modo de vida completamente nómada subsistiendo de lo que encontraban en el desierto y en el mar. En un inicio, vamos a encontrar una proliferación de campamentos entorno a la región del Cabo, dejando testimonios de su presencia tanto con los restos de ellos y una prolífica cultura funeraria que nos deja un gran número de enterramientos donde dejaron ofrendas de ornamentos de conchas y mechones de cabello. Pero una de sus manifestaciones culturales que han despertado el interés de todos es sin duda el Complejo Gran Mural, localizado en la parte central de la península y que está constituida por numerosas cuevas que contienen un gran acervo de pinturas rupestres donde nos reflejan sus creencias relacionadas con figuras chamánicas y en relación con la cacería del venado y el aprovechamiento de los recursos marinos.

Como en el resto de América, los primeros grupos humanos basaban su forma de vida en la cacería de megafauna, que en el caso bajacaliforniano sus presas eran los bisontes prehistóricos, pero los cambios climatológicos que implicaron el fin de la glaciación entre los años 12,000 y 8,000 a.C. también hicieron que los cazadores-recolectores cambiasen de hábitos al desaparecer los bisontes, cambiando de las puntas de lanza Clovis a las Folsom más pequeñas. Uno de los puntos de convergencia entre ambas tradiciones fue la explotación de la obsidiana de los yacimientos del Valle del Azufre en la parte central de la península e iniciando por le año 10,000, que debido a su eficacia como material para la fabricación de puntas y flechas hizo que se convirtiera en un punto medular para la economía nómada, siendo la base para que naciera en las sierras del centro la tradición de Gran Mural por el año 3,300 a.C.

Si bien en el extremo sur no se desarrolló la tradición de las pinturas murales, se ha encontrado una tradición cultural basada en el culto a los muertos, como lo atestigua los numerosos enterramientos en el complejo conocido como cultura Las Palmas, la cual tiene su origen desde el año 3380 y que llega sin muchos cambios hasta la evangelización. En la misma región de El Cabo se localizaron testimonios de la vida chamánica de las sociedades nómadas y que fueron conocidas por los jesuitas, encontrando tejidos de cabello humano que eran usados de forma ritual, los cuales obtenían como forma de pago por sus servicios y eran muy importantes para sus rituales. Junto a los artículos de cabello, también encontramos tablas de ramas de mezquite aplanadas o de madera llevada por la marea y donde pintaban diseños geométricos con pintura roja y negra, así como la localización de ídolos de madera pintadas en rojo y negro con adornos de cabello y plumas.

Además de estos vestigios, también encontramos lo que serían los “bastones de mando” que terminaban en abanicos y les otorgaban a los chamanes la voz de mando en los rituales, objeto que podemos encontrar tanto en las pinturas rupestres como en las descripciones de los misioneros. Todo esto nos habla de la importancia que tenían los chamanes dentro de la sociedad nómada peninsular y que dirigían su vida ritual en torno a su presencia, asegurándoles que obtendrían el sustento diario que en su forma de vida resultaba muy azaroso, por lo que es injusto catalogar a estos grupos como “complejos” o “no complejos” si no tomamos en cuenta tanto las evidencias como los testimonios de los misioneros. Fueron ellos los que nos dejaron parte importante del legado cultural de estos pueblos, quienes a pesar de que los jesuitas intentarían una evangelización pacifica, tanto las epidemias como las rebeliones provocaron que estas sociedades se extinguiesen o quedasen muy mermadas, desapareciendo a finales de siglo XIX.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: María de la Luz Gutiérrez. Los nómadas de siempre en la Baja California, del libro La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas.

Imagen: Pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco, Baja California Sur