La independencia en la Nueva Vizcaya.

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En los alrededores del Camino Real de Tierra Adentro, el orden social distaba de tener presencia en aquellos territorios. Desde la incorporación de la Nueva Vizcaya, los españoles no lograron una pacificación duradera de los indígenas de la región, ya fueran los tepehuanes, los tarahumaras, los huicholes o los belicosos apaches, que constantemente realizaban incursiones en los pueblos.

Incluso a principios del siglo XIX, seguía muy presente en la conciencia indígena la rebeldía nacida del milenarismo de hace dos siglos, mezclándose con el crecimiento del sentimiento nacionalista criollo. Surgieron movimientos como la rebelión del “indio Mariano” de Nayarit en 1801, que tuvo repercusiones en la Intendencia de Durango, siendo secundado por el “transtornado Mesías de Durango” y el “indio Rafael”, movimientos que fueron reprimidos.

En lugar de detener estas inquietudes sociales, el enrarecimiento del contexto monárquico de la península con la intervención napoleónica de 1808 hizo que arraigara el sentimiento autonomista. Muchos cabecillas indígenas se sumaron a la iniciativa del Ayuntamiento de México, y con su represión surgió una conspiración por parte de los gobernadores de Santa María de Ocotán, José Domingo de la Cruz Valdez, y el de Guazamota, Tomás Páez, quienes fueron denunciados y detenidos antes de tomar las armas.

Con este antecedente, no es sorprendente que los indígenas duranguenses se unieran a la causa de Miguel Hidalgo, especialmente los de la región del Mezquital en el sur. Estos indígenas se habían sublevado en el pueblo de San Andrés del Teul y amenazaban con tomar Sombrerete para dirigirse hacia Durango. Sin embargo, los realistas, comandados por el capitán Pedro María Allende, ocuparon la villa e impidieron que la rebelión se propagara por la intendencia.

La responsabilidad de la defensa de Durango recayó en el comandante general de las Provincias Internas de Occidente, Nemesio Salcedo, quien estableció a Sombrerete como punto fuerte para impedir la incursión de los insurgentes zacatecanos. La pacificación del Mezquital llevada a cabo en noviembre de 1810 fue fundamental en este proceso.

La contrainsurgencia tuvo éxito y los realistas convirtieron a Durango en un bastión confiable para luchar contra los independentistas. Sin embargo, esto no impidió que los tepehuanes siguieran siendo un elemento de desestabilización al rebelarse continuamente. Como ningún movimiento estaba interconectado con otro, los realistas pudieron reprimirlos sin problemas.

El Obispado de Durango desempeñó un papel importante en los procesos llevados a cabo contra los religiosos insurgentes que cayeron prisioneros en manos realistas. Es importante tener en cuenta que el alto clero siempre se mantuvo fiel al rey, mientras que el bajo clero, al estar en contacto directo con el pueblo, apoyaba a las poblaciones que se sumaron a la insurgencia. Esto llevó a la degradación sacerdotal de los miembros capturados para que pudieran ser fusilados. Un caso destacado es el del vicario del valle de Topia, Salvador Parra, quien tenía antecedentes rebeldes al sumarse a las conspiraciones de 1808 y contaba con un historial de continuas fugas hasta que se unió a la insurgencia. Se convenció de secundar el movimiento al toparse con emisarios napoleónicos como Torcuato Medina, reafirmando su idea de luchar contra los “gachupines” afrancesados.

Otro religioso colaboracionista destacado fue Telesforo Alvarado, cura de Pueblo Nuevo, quien ayudó en la rebelión del sinaloense José María González Hermosillo. González Hermosillo tomó villas importantes como el Real de Rosario, Mazatlán y San Sebastián, incentivando a que los indígenas de los cuales Alvarado era responsable se sumaran a sus fuerzas.

Dentro de los territorios que conformaron la Intendencia de Durango o Nueva Vizcaya estaba Chihuahua. Se sabe que muchas de las autoridades de la villa fueron partícipes del movimiento autonomista de 1808 y su anulación hizo que también participaran en conspiraciones para rebelarse. Este fue el caso de la conspiración denunciada y detenida en enero de 1811, encabezada por el regidor y capitán Salvador Porras, el auditor peruano Mariano Herrera y el teniente de Mazatlán, Juan Pedro Walker.

La provincia fue muy favorable a las reformas implantadas por el constituyente de Cádiz, por lo que la implementación de la democracia para la elección de los representantes y miembros del ayuntamiento tuvo un gran recibimiento por la sociedad chihuahuense, que participó activamente. Sin embargo, el gobernador de Durango, Bernardo Bonavia, obstaculizó los procesos desconociéndolos y declarándolos nulos.

Todos estos problemas provocaron malestar entre los criollos que se veían cooptados por las autoridades realistas, como fue el caso de José Félix Tres Palacios, quien estuvo muy activo en la búsqueda de igualdad social. Sin embargo, el empeño de los españoles por ocupar los principales puestos del ayuntamiento llevó a Tres Palacios a participar en una nueva conspiración en enero de 1814, en la que también participaron estadounidenses, la cual fue denunciada.

La restauración del orden constitucional de 1820 renovó el interés de la sociedad de la Nueva Vizcaya por continuar con el experimento democrático. Se eligieron tres diputados más un suplente, además de ser responsables de las elecciones de la provincia de Sonora y Sinaloa para dos diputados. El interés por participar llevó a provincias como Nuevo México a solicitar su representación. Sin embargo, paralelamente al restablecimiento del orden gaditano, surgió el movimiento Trigarante de Agustín de Iturbide, proclamando la independencia. A este movimiento se sumó el militar español Pedro Celestino Negrete, comisionado para liberar el noroeste. Negrete se enfrentó al comandante general de la Nueva Galicia, José de la Cruz, que se había refugiado en Durango.

Inesperadamente, la capital de la Nueva Vizcaya se convirtió en un punto de resistencia realista frente a los iturbidistas, quienes iban sumando apoyos como el del capitán general de las Provincias Internas de Occidente, Alejo García Conde. Negrete sitió Durango en agosto de 1821 y la rindió el 3 de septiembre. Con esto, finalizó la era virreinal en el septentrión e inició su vida dentro de la nación mexicana.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jose de la Cruz Pacheco. El proceso de independencia en la Intendencia de Durango, del libro La Independencia en las provincias de Mexico.

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Imagen:

– Izquierda: Mapa de las intendencias de la Nueva España, en verde limon vemos a la Intendencia de Durango.

– Derecha: Ramón P. Cantó. Retrato de Pedro Celestino Negrete, siglo XIX.

La insurgencia potosina en los últimos años de la guerra.

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Desde 1811, con la captura de José Mariano Jiménez junto con el resto de la comitiva de Miguel Hidalgo, la insurgencia del noreste atravesó un periodo caracterizado por la fragmentación de la lucha en diferentes frentes: el texano, el tamaulipeco y el potosino. Estos frentes fueron combatidos por los militares realistas Félix María Calleja y Joaquín Arredondo, siendo uno de los escenarios más sangrientos debido a los esfuerzos realistas por acabar con las gavillas. 

Este periodo alcanzó su punto culminante durante 1814 y 1815 como consecuencia de la captura de José María Morelos, donde tanto la Huasteca como la Sierra Gorda fueron asoladas por una campaña de guerra total, en la cual los realistas se encargaron de perseguir y ejecutar a los insurgentes que cayeron en sus manos, llegando incluso a fusilar a cerca de 400 prisioneros. Con una insurgencia sometida y en continuo retroceso hacia el sur, la intendencia de San Luis Potosí estaba logrando ser pacificada gracias a la iniciativa del virrey Calleja con éxito. Sin embargo, con los ánimos rebeldes aún vivos, estos servirían de combustible para la llegada de un rebelde inesperado proveniente del otro lado del océano.

La restauración de la monarquía en manos de Fernando VII resultó ser una decepción al ver cómo acabaría con el gobierno liberal construido por el constituyente de Cádiz. Por lo tanto, muchos guerrilleros que lucharon contra la invasión francesa pasaron a enfrentarse al gobierno absolutista, como el caso de Xavier Mina, quien influenciado por el padre Servando Teresa de Mier fue convencido de combatir a Fernando VII desde la Nueva España.

Es así como comenzaron a organizarse desde Londres en 1816, apoyados por algunos políticos ingleses, para formar una expedición con soldados españoles, ingleses e italianos, desde donde partirían a Estados Unidos con la esperanza de reclutar más voluntarios y de conseguir tanto financiamiento como armas, pero continuamente fueron engañados y muchos de estos apoyos quedaron en promesas.

Fue así como llegaron a Soto la Marina en abril de 1817, estableciendo un fuerte y empezando a hacer propaganda con la imprenta que llevaron para impulsar a los novohispanos a unirse a su lucha. Lograron el apoyo de los habitantes de Croix y de Soto la Marina, dejando a Teresa de Mier en el fuerte mientras el resto de la expedición partía al interior, siendo atacados y derrotados por Arredondo dos semanas después.

A pesar de esta pérdida, Mina prosiguió su camino a través de la sierra tamaulipeca llegando a territorio potosino. En todo este tramo, fue reclutando voluntarios que se incorporaron a su comitiva, lo que les permitió llegar hasta Lagos con el fin de unirse a las fuerzas del caudillo Pedro Moreno.

Para ese entonces, los trabajos tanto de Calleja como de Arredondo dentro de la sociedad civil habían logrado inclinar la balanza a su favor por parte de las comunidades. Muchos rebeldes se habían levantado en armas debido a la posesión de la tierra como consecuencia de la secularización de las tierras comunales. Sin embargo, la falta de un liderazgo como el de Hidalgo hizo que estos movimientos pudieran ser sofocados por los realistas.

Ayudaría a esta tarea el reglamento de Calleja, donde fusiona las fuerzas civiles con las militares para combatir a la insurgencia. Con ello, las comunidades se hicieron responsables de su propia defensa y ayudó a arraigar los vínculos del ejército realista con el pueblo. Esta estrategia tendría sus frutos con la derrota de la expedición de Mina ya durante la administración del virrey Juan Ruiz de Apodaca.

Antes del estallido de la guerra, la intendencia potosina tuvo problemas para lograr su representatividad en el constituyente de Cádiz. Se eligió tanto al canónigo de Monterrey, Juan José de la Garza, como al terrateniente potosino Florencio Barragán. Sin embargo, el primero ni siquiera partió rumbo a España y el segundo murió antes de embarcarse. Por lo tanto, su única voz la tuvo en el representante de las Provincias Internas de Oriente, el cura Miguel Ramos Arizpe.

Como resultado de los trabajos legislativos, se autorizó el establecimiento de diputaciones provinciales independientes, siendo una de ellas la de San Luis Potosí, que permitiría a sus habitantes participar en la vida política instituyendo 33 ayuntamientos, aunque no lograron establecerse. Esto se debió a la campaña de Calleja que suspendió la ejecución de los mandatos liberales como consecuencia de la restauración absolutista de 1814.

Fue hasta 1820, con la entrada del Trienio Liberal, cuando se reinició el proceso de democratización de la sociedad. Se instaló hasta noviembre la diputación potosina, la cual también correspondía a la representación de Guanajuato. Sin embargo, hubo problemas al momento de implementarlo, como pasó con la representación de las Provincias Internas, que fue abolida por su comandante, el general Arredondo.

Por la diputación potosina, fue elegido el general realista Matias Martin de Aguirre, tocándole recibir a la propuesta autonomista de Iturbide en su estancia en Veracruz a principios de 1821, siendo responsable de exponer los problemas fronterizos con EU que trajo la implementación del Tratado Adams-Onis de 1819 y la conservación de las misiones indígenas. Asi finaliza la participación potosina dentro de la monarquia hispánica al sucitarse al poco tiempo la implementación del movimiento Trigarante de Iturbide, donde San Luis Potosi fue reducida al dividirse en varias provincias que conformaron el noreste mexicano en la primera mitad del siglo.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: María Isabel Monroy Castillo. La independencia en la intendencia de San Luis Potosí, del libro La Independencia en las provincias de México.

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– Izquierda: Obra de Gomez. Francisco Xavier Mina, 1888. Fuente: https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/xavier-mina-en-londres-nido-de-conspiradores-y-patriotas-americanos-1815-1816

– Derecha: S/D. Mapa de las intendencias, incluyendo la de San Luis Potosi. Fuente: https://www.facebook.com/YoAmoSanLuisMx/photos/a.1260251077371284/3032149406848100/?type=3

Las labores políticas para la integración mexicana de Guatemala.

En julio de 1822, Vicente Filísola emitió su primera proclama dirigida a la sociedad guatemalteca, en la que informaba acerca de los compromisos del imperio para defender los principios de la trigarancia. Principalmente, negaba la posibilidad de que el nuevo orden mexicano cometiera los mismos errores que España, asegurando la garantía de libertades que no se experimentaron durante su mandato.

En especial, reconocía a la incipiente clase política chapina como capaz de hacer valer sus derechos en el nuevo orden político. Confirmaba la continuidad con los procesos democráticos surgidos del constituyente de Cádiz, asegurando su debida representación dentro del Congreso mexicano para permitirles participar activamente en la política imperial.

Esta apertura fue aprovechada por las provincias guatemaltecas rebeldes, las cuales se acogieron a la promesa de autonomía para integrarse en el orden mexicano. Esto se evidenció con Chiapas, Nicaragua y Comayagua, que consideraron válidas estas disposiciones y solicitaron la misma asignación de representantes. Esta solicitud fue aceptada, formalizando así su ruptura con Guatemala.

La única provincia que logró garantizar la presencia de sus representantes fue Chiapas. La cercanía geográfica, el respaldo de Oaxaca y las intervenciones de Manuel Mier y Terán y Juan Francisco de Azcarate aseguraron la participación de los diputados de Ciudad Real (San Cristóbal de las Casas), Tuxtla, Chiapa, Comitán y el cabildo eclesiástico. Con esto, se formalizaron las intenciones de consolidar la adhesión definitiva a México.

Sin embargo, las demás provincias centroamericanas no tuvieron la misma suerte debido al bloqueo guatemalteco. La única excepción fue San Salvador, que desde un principio contó con el respaldo de Juan de Dios Mayorga. Aprovechando su posición como diputado de Chiquimula, informó en el Congreso los reclamos de la oposición salvadoreña. No obstante, los representantes de Honduras y Comayagua no tuvieron éxito al intentar superar el obstáculo impuesto por las autoridades guatemaltecas. Este contratiempo resultó en que no llegaran a la inauguración de las sesiones, quedando excluidos de las primeras disposiciones. No se hizo ningún intento mínimo para exigir a Guatemala que permitiera su paso o para retrasar los trabajos legislativos. Esto provocó la protesta del diputado por Quetzaltenango, Cirilo Flores, quien formaba parte del movimiento para separar los Altos de Guatemala y abogaba por el autonomismo centroamericano en favor de México, abandonando su curul.

El resto de los representantes centroamericanos llegaron después de la inauguración del Congreso en febrero de 1822. Como resultado, la delegación guatemalteca tuvo que ser representada por suplentes mexicanos y solo contaba con la presencia del coronel salvadoreño Pedro Lanuza y el párroco costarricense Florencio del Castillo. Las demás provincias guatemaltecas y los territorios autónomos llegaron en julio, ya que carecían de recursos para realizar el viaje.

Dado que el gobierno guatemalteco exigía que los diputados costearan sus propios viáticos para presentarse en la Ciudad de México, se dificultaba que Centroamérica pudiera cubrir la cuota asignada de 40 diputados. Esta cifra, exagerada y determinada por el gobierno guatemalteco, buscaba tener la mayor representatividad posible. Se basaba en el criterio de Cádiz, que otorgaba un diputado por cada 27,000 habitantes, conformando la quinta parte del Congreso. Con esto, Iturbide buscaba ganarse la adhesión de Centroamérica. Sin embargo, los representantes centroamericanos nunca ocuparon los lugares asignados y solo lograron llegar 21, número que se redujo debido a enfermedades, abandono o persecución por parte de Iturbide cuando disolvió el Congreso en octubre.

Uno de los problemas a resolver dentro del legislativo mexicano fue garantizar la autonomía de las provincias centroamericanas con respecto a Guatemala, ya que esta autonomía fue la premisa para aceptar la anexión a México. Sin embargo, dentro de las dinámicas de las élites chapinas, se esperaba que al aceptar la adhesión, Guatemala pudiera mantener su supremacía sobre Centroamérica.

Por un lado, la Junta de Guatemala reafirmaba su soberanía sobre las provincias rebeldes, desconociendo los plebiscitos de adhesión realizados un año antes. Aumentando la incertidumbre, el Congreso no reconocía oficialmente la autonomía de estos territorios, a pesar de los esfuerzos de sus diputados por cumplir con este requisito. Uno de los puntos más delicados fue la asignación de tropas mexicanas en Guatemala para sofocar la rebelión salvadoreña. Lanuza exigía la llegada de 35,900 efectivos, algo que Carlos María de Bustamante debatiría, ya que solo estaba dispuesto a enviar 20,000. Los guatemaltecos manejaron a su favor la importancia de llevar a cabo la «Doctrina Iturbide», donde Centroamérica jugaba un papel primordial en la posición geopolítica del imperio.

A medida que pasaba el tiempo, se hacía evidente que las promesas hechas por Iturbide eran irrealizables debido a la multiplicidad de intereses locales que habían respaldado su gestión de adhesión. La única provincia que logró consolidar su adhesión a México fue Chiapas, reconocida previamente por la Soberana Junta Provisional gracias a los esfuerzos de Mier y Terán.

En ese contexto, comenzaba a surgir un sector que abogaba por una integración efectiva de Centroamérica. Por un lado, Mayorga defendía los intereses de los salvadoreños, abogando por el respeto a la voluntad popular a través de medios pacíficos. Por otro lado, Bustamante se oponía al modelo monárquico y al liderazgo de Iturbide, calificándolo de tirano.

Finalmente, el Congreso ratificó la unión de las provincias del Reino de Guatemala al imperio, pero la posición con respecto a la rebelión salvadoreña quedó ambigua. Este asunto sería tratado de manera personal tanto por Iturbide como por parte de su séquito, que pertenecía a la élite chapina.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Mario Vázquez Olivera. El Imperio Mexicano y el Reino de Guatemala. Proyecto político y campaña militar, 1821-1823.

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El avance de los independentistas salvadoreños.

Imagen: Anónimo. Ilustración de un águila con las alas extendidas, parada en su pata derecha sobre un nopal y portando una bandera con la leyenda “Livertad”, principios de siglo XIX.

Los contactos entre Iturbide con Guerrero.

Sabemos que los movimientos de Agustín de Iturbide hasta finales de 1820 se ceñían a las órdenes de combatir a la guerrilla de Vicente Guerrero. No dejó de atacarlos, lo que no permitía entrever un posible acercamiento. Sin embargo, también es sabido que comenzó a establecer conversaciones con otras personas influyentes del reino, como altos jerarcas de la iglesia y mandos importantes del ejército.

Las cartas enviadas a estos líderes regionales implicaban una salida a través de la independencia para superar la crisis, donde ellos impondrían el orden en que se llevaría a cabo. Fue importante el contacto mantenido con las élites de la Ciudad de México a través de su amigo Juan José Espinoza de los Monteros. Trabajaron en el plan para lograr la adhesión de las principales autoridades novohispanas al proyecto.

Para alcanzar el objetivo, los conspiradores reunieron cerca de 700,000 pesos para iniciar el proceso de diálogo con los mandos realistas. Aunque, según la correspondencia, el plan no estaba aún claro y, en estos momentos, algunos militares como Pedro Celestino Negrete o Anastasio Bustamante, que habían luchado contra la insurgencia desde sus inicios, mostraban serias dudas sobre su concreción.

Entre los primeros líderes con los que intentó ganarse su apoyo se encontraban el comandante militar de Querétaro, Domingo E. Luaces, el obispo de Guadalajara Juan Cruz Ruiz de Cabañas y el arzobispo de México Pedro José de Fonte. Iturbide buscó financiamiento y armamento de estos líderes para formar una fuerza que lograra la independencia, profundizando así en las conversaciones y negociaciones para alcanzar su objetivo.

Mientras tanto, en la Sierra Madre del Sur, Guerrero comenzó a intercambiar correspondencia con Iturbide a través del agente José Figueroa desde enero de 1811. Una de las primeras condiciones impuestas por Guerrero fue la solicitud de que se dejara de considerar a sus seguidores como delincuentes. Esto permitió que comenzaran a intercambiar cartas, y a través de esta correspondencia, Guerrero expresó claramente que las intenciones de su movimiento eran lograr la independencia absoluta.

No hay constancia de que Iturbide y Guerrero hayan llegado a encontrarse en persona; todo indica que las conversaciones se llevaron a cabo por correspondencia. Sin embargo, este medio logró persuadir a Guerrero para que se uniera al movimiento, obteniendo como garantía la vía independiente.

Para mediados de febrero, Iturbide envió un mensaje directo al virrey Juan Ruiz de Apodaca, notificándole que estaba logrando pacificar sin violencia a la guerrilla de Guerrero y a otros líderes insurgentes. Aseguraba la sumisión de una fuerza de 3,500 hombres a quienes supuestamente había logrado hacer jurar lealtad a la Constitución española para finalizar el armisticio.

Dentro del plan de Iturbide, una de las principales bases para ganarse el apoyo de los liderazgos militares y religiosos del virreinato consistía en garantizar que la nación sería gobernada por Fernando VII o cualquier miembro de la familia Borbón. Por lo tanto, una de las personas clave para llevar a cabo el plan era asegurar la adhesión del virrey Apodaca. Como gancho para atraerlo, se proponía hacerlo líder para conformar la junta de notables que gobernaría mientras llegaba alguno de los príncipes españoles.

En esos días, la situación favorecía a Iturbide. La mayoría de los ejércitos realistas habían aceptado el plan, y el virrey no disponía de fuerzas suficientes para reprimirlo. Su adhesión formal habría puesto fin a cualquier tipo de lucha o disputa entre las diferentes facciones.

Las gestiones de Iturbide en el reino entorpecieron el trabajo de los legisladores electos para ocupar su lugar en las Cortes de Madrid, siguiendo las disposiciones de la Constitución de Cádiz. Se conformó un cuerpo de 30 representantes, entre ellos Lucas Alamán, Manuel Gómez Pedraza, Miguel Ramos Arizpe, José Mariano Michelena y Juan José Gómez de Navarrete, quienes se embarcaron desde Veracruz a finales de 1820.

De estos diputados, quien sería la voz de Iturbide fue Gómez de Navarrete, con quien mantendría correspondencia para informarle sobre la situación de México mientras estaban en España. Mientras tanto, Gómez de Navarrete intentaba cabildear entre sus compañeros en el proyecto independentista. Según el testimonio de Alamán, no había consenso, ya que algunos eran favorables, otros apostaban por un proyecto republicano y algunos preferían abstenerse de opinar sobre el tema.

Existe mucha opacidad en cuanto al origen del plan de Iturbide, y han surgido diferentes versiones que narran su concepción. La historia más difundida es la de Vicente de Rocafuerte, quien señala la existencia de una sociedad secreta conspiradora en la iglesia de La Profesa. En este relato, el alto clero y algunos potentados novohispanos participaron en la elección de Iturbide para llevar a cabo conversaciones con diversos liderazgos.

Se sugiere que el plan pudo haber surgido directamente de las jerarquías de la Iglesia católica, ya que veían amenazados sus intereses con la llegada del orden liberal. Sin embargo, también existen relatos que atribuyen la autoría al obispo de Puebla, Antonio Joaquín Pérez, quien formó parte del constituyente de Cádiz y estuvo del lado de los liberales. La cuestión se torna más nebulosa cuando se aborda el conocimiento del plan por parte de Guerrero. Según sus declaraciones, habría optado por esta alternativa al considerarla la «menos peligrosa» para alcanzar la independencia. Aunque todo indica que no tuvo participación alguna en la elaboración del Plan de Iguala.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: William Spence Robertson. Iturbide de México.

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Imagen: J. Ojeda. Encuentro entre Agustin de Iturbide y Vicente Guerrero, 1858

El movimiento insurgente en las Provincias Internas de Oriente.

Gracias a los extensos años de gestiones y relaciones sociales establecidas por el brigadier Félix María Calleja, logró contener a los insurgentes a lo largo de la intendencia potosina y, sobre todo, aseguró que los criollos sirvieran como base social para la causa realista. Sin embargo, de manera inesperada, el convento del Carmen, que había designado como prisión para los rebeldes, se convirtió en el núcleo de conspiración de la región.

Calleja, confiado por el apoyo económico de la caja potosina y la de Querétaro, inició la campaña para combatir a la insurgencia, dejando solamente una compañía de infantería recién formada y una guardia indígena para mantener el orden en la ciudad. Esto llevó a que los frailes a cargo del convento, quienes apoyaban la insurgencia, realizaran su movimiento a través de fray Juan de Villerías. Convenció al capitán de lanceros de San Carlos, Joaquín Sevilla y Olmedo, de tomar la ciudad con el respaldo de los indígenas de Mexquitic en noviembre de 1810, integrándose el mariscal insurgente José Rafael Iriarte y Leyton.

El saqueo y las tropelías cometidas por los insurgentes durante su presencia llevaron a que los potosinos se comprometieran con los realistas. Sin embargo, tuvieron que esperar hasta que Leyton se retirara a Guanajuato para apoyar a Ignacio Allende y así restablecer el orden.

Con el objetivo de propagar la rebelión hacia las Provincias Internas de Oriente, Allende encomienda a José Mariano Jiménez la campaña hacia el noreste. Dado que Jiménez es originario de la ciudad de San Luis Potosí, cuenta con numerosas amistades y familiares que le facilitan información, proporcionan recursos y se unen a su lucha. Esto provoca que los españoles se retiren hacia Saltillo para evitar saqueos o secuestros por parte de los insurgentes. Sin embargo, la conducta ordenada y compasiva de Jiménez logra que muchas personas, incluidos soldados realistas de Coahuila, Nuevo León y Nuevo Santander, se unan a sus filas.

Con gran habilidad para dirigir la causa, Jiménez toma Charcas, Venado, Cedral, Matehuala y Real de Catorce en diciembre. En enero de 1811, llega a Saltillo, derrotando a los realistas en la batalla de Aguanueva y apoderándose de toda la provincia. Gracias a la correspondencia mantenida por Jiménez con el gobernador de Nuevo León, Manuel de Santa María, y el comandante de la compañía de Lampazos, Juan Ignacio Ramon, ambos se unen a la causa independentista. Esto deja a Durango y Nuevo Santander como los únicos frentes realistas.

Jiménez logra repeler la contraofensiva realista de Durango, que intenta recuperar Saltillo, y comienza la logística para controlar Monterrey y Texas con el apoyo del gobierno de Nuevo León. Captura al gobernador texano Manuel María de Salcedo, quien es arrestado y puesto en prisión en Monclova. Salcedo es reemplazado por el insurgente Juan Bautista de las Casas, quien integra a Texas a la causa insurgente. La campaña en el noreste resulta exitosa y a finales de enero de 1811, Jiménez entra en Monterrey.

Solo resta esperar la caída de las poblaciones de Nuevo Santander, que poco a poco se suman al movimiento insurgente. Esto obliga al gobernador Manuel Iturbe de Iraeta a refugiarse en Altamira. Sin embargo, la derrota de Miguel Hidalgo y Allende en la Batalla de Puente de Calderón el 17 de enero fuerza a Jiménez a cambiar sus planes. Ahora, la misión de los insurgentes de Jiménez es facilitar que Hidalgo y Allende lleguen a sus territorios para reorganizar el movimiento. Intentan llegar a Saltillo para dirigirse a Estados Unidos, pero aún existen gavillas realistas e insurgentes cooptados por ellos para traicionarlos.

La conspiración de Ignacio Elizondo se materializa, capturando a la comitiva de Hidalgo y Jiménez en Acatita del Baján el 21 de marzo. En este grupo se encuentran varios de los frailes potosinos involucrados en la conspiración.

Con la captura tanto de Hidalgo como de Jiménez, llegó el fin de los insurgentes en el noreste. Todos sus líderes, así como aquellos que se unieron a la causa y fueron apresados, fueron fusilados. Solo quedaba el lego juanino Luis Herrera, quien desde febrero había estado ejecutando a los españoles y hostigando a los criollos leales. Convertido en el objetivo de Calleja, fue perseguido desde Rioverde hasta Valle del Maíz, donde fue derrotado, capturado y fusilado en Villa de Aguayo (hoy Ciudad Victoria).

En cuanto a Nuevo Santander, el comandante Joaquín Arredondo lideró la contraofensiva. Enfrentó a fray Juan de Villerías, cuyas principales fuerzas provenían de los indígenas de Tula. Sin embargo, el acoso de Arredondo, a través de su subordinado Cayetano Quintero, cercó a Villerías en Matehuala y lo ejecutó en mayo. La única fuerza insurgente que persistió fue la de los hermanos José Bernardo y José Antonio Gutiérrez de Lara, originarios de Revilla, Nuevo Santander. Lograron mantener la insurgencia en Texas con el respaldo de filibusteros estadounidenses, mientras que el resto del territorio fue acosado por diversas gavillas insurgentes que fueron reprimidas con éxito por Arredondo.

Nuevo León fue asegurado con la recuperación de Monterrey y la ejecución del gobernador Santa María. La gobernación quedó a cargo de una junta encabezada por Blas José Gómez, hasta que el alcalde mayor de Monterrey, Fernando de Uribe, asumió la gobernatura. Sin embargo, los disturbios de las guerrillas insurgentes asolarían la intendencia hasta la llegada de Arredondo en 1814, ya con el cargo de comandante de las Provincias Internas de Oriente.

Solo quedaron como focos rebeldes en la región la Sierra Gorda y la Huasteca. En esta última, la guerra se tornó muy violenta debido a la presencia de las milicias realistas de Ciudad Valles, Aquismón y Tamazunchale, así como de otros pueblos que se mantuvieron leales. Mientras tanto, el núcleo insurgente se concentraba en Huejutla, y era común que se arrasaran pueblos enteros para combatirlos.

Una vez que Calleja asumió el cargo de virrey, sometió la intendencia de San Luis Potosí bajo la orden de fusilamiento de los insurgentes capturados. Para 1815, se tiene registro de 400 ejecuciones.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: María Isabel Monroy Castillo. La independencia en la intendencia de San Luis Potosí, del libro La Independencia en las provincias de México.

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Imagen:

 – Izquierda: Charles Frederic. Plaza de Armas de Monterrey, Nuevo Leon, 1847.

 – Derecha: S/D. Retrato de Mariano Jimenez.

La retórica fernandista de la restauración absolutista.

El derrocamiento del régimen constitucionalista de 1814 para otorgar poderes políticos absolutistas a Fernando VII resultó en una de las primeras acciones: intentar sofocar las rebeliones independentistas que surgieron a lo largo de Hispanoamérica. Esto se llevó a cabo jugando con la idea providencialista surgida durante su cautiverio en Francia, donde llegaría a ser llamado «el deseado». Por ello, una de sus primeras medidas fue ofrecer una política de indultos generalizados a los insurgentes, idea con la que el virrey Félix María Calleja estaba en desacuerdo, al conocer cómo pensaban.

Además de estas medidas ejecutivas, el aparato de gobierno inició una campaña para difundir la idea de Fernando VII como el rey elegido por Dios para defender el nuevo orden, incluso colocándolo como «vencedor» de Napoleón. Se formuló una retórica que comparaba al imperio con Jerusalén, llegando a afirmar que Dios había provocado tanto la invasión francesa como las rebeliones americanas debido al relajamiento en los deberes religiosos, generando seis años de desorden. Sin embargo, se argumentaba que la ira divina había concluido y que Dios había seleccionado a Fernando VII para restaurar la paz y el orden en la Monarquía.

Este discurso mesiánico presentaba a Fernando como una verdadera víctima de las circunstancias, cuya fuerza le permitió superar todos los obstáculos en su camino. Colocaba como primer enemigo al ministro de su padre, Manuel Godoy, seguido por los franceses y, por último, los parlamentarios de Cádiz. Todos ellos, según la narrativa, estaban dispuestos a usurparle el poder al cual había accedido en 1808. Sin embargo, su juramento de luchar por la religión durante su coronación le aseguró la protección divina y, con ello, su futuro retorno a lo que por derecho era suyo.

Todo el aparato se encargaba de desacreditar a todos los adversarios del orden despótico, como el caso de los políticos gaditanos a quienes calificaron como «filósofos impíos», «monstruos del liberalismo» o «discípulos fidelísimos del Tirano». Estos, según la retórica, pretendieron traer la democracia para degradar a Fernando a «Rey de una Farsa». Se referían al poder de Fernando VII como conferido desde la batalla de Covadonga al primer rey Pelayo, líder de la resistencia contra la invasión musulmana, un espíritu que, según afirmaban, conservaron los reinos hispánicos a lo largo de la Edad Media hasta la unificación con el matrimonio de la reina Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, siendo recompensados por Dios con la concesión de América.

Las altas jerarquías, tanto políticas como eclesiásticas, representantes del conservadurismo hispano, consideraban que el despotismo borbónico se había desviado de los antiguos pactos establecidos por la Monarquía con el pueblo. Estos pactos eran vistos como los más sensatos y vigentes para resolver los problemas del momento. Por esta razón, creían necesario romper con este revisionismo promovido por los asambleístas para devolverle sus potestades al rey, quien solo tenía la obligación de velar por la felicidad y la justicia de los pueblos.

A su regreso a España, Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución de 1812 para «evitar mayores males», pero gracias al «pueblo sano» que reconocía el papel del monarca ante la sociedad, se negaron a aceptar la «injusticia» que se estaba llevando a cabo. Fueron ellos quienes se levantaron, haciendo todos los sacrificios necesarios para devolverle al monarca lo que consideraban su derecho divino.

En el caso de los insurgentes americanos, los fernandistas aducían que el pueblo era fácil de engañar por personas muy hábiles para cometer cualquier tipo de fechorías. Se referían al caso del «Judas de la Nueva España» o el «Barrabás de América», como llamaron a Miguel Hidalgo, alegando que él engañó a varios al levantarse en armas en su nombre. Por lo tanto, hacían un llamado a deponer las armas y elegir su destino: ser fieles a la Monarquía Española o declararse enemigos de Dios y de Fernando.

Según este discurso, el rey, en un acto de bondad, les estaba brindando la oportunidad de reconocer el error en el que habían caído al haber sido engañados por los emisarios del «tirano» para poder regresar al camino correcto. Se advertía que si seguían en el «engaño», serían víctimas de la ira de Dios por haber desobedecido sus mandatos.

Para demostrar el compromiso de regresar a este pasado idílico, Fernando VII ordenó la reinstauración tanto de la Santa Inquisición como de la Compañía de Jesús. Estos últimos eran vistos en su papel de educadores y guardianes de los valores católicos para el pueblo. Además, aprovechando su reinstauración por el Papa Pío VII, varias familias de potentados, tanto peninsulares como americanas, abogaron por su regreso, presentándolos como víctimas de la conspiración universal perpetrada por los ilustrados franceses.

La que no tuvo tan buena acogida fue la Santa Inquisición, ya que su presencia representaba, para Calleja, una pérdida importante de poder ejecutivo. Sin embargo, se aducía que su presencia era la fuente del esplendor de los siglos XVI y XVII, al ser los guardianes del orden social y tener como objetivo perseguir a los francmasones, considerados como enemigos naturales de la monarquía.

Para explicar la participación de clérigos tanto en las rebeliones como en el proceso constituyente, el oficialismo los calificó como «ociosos, ladrones o fanáticos religiosos que desconocían su misión histórica». Por lo tanto, también era necesario encaminar a las órdenes mendicantes para su recomposición y que ayudaran a la restauración.

Por último, faltaba componer la imagen del papa Pío VII, quien coronó a Napoleón como emperador. Dada su posición de debilidad ante las circunstancias, se vio obligado a actuar en ese sentido para salvaguardar a la Iglesia, siguiendo el ejemplo de su predecesor Pío V con los protestantes en el siglo XVI. Así, su retorno a Roma implicaba la restauración del antiguo orden.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Josep Escrig Rosa. La construcción ideológica de la restauración en Nueva España (1814-1816), de la revista Historia Mexicana no. 69.

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Imagen: Anónimo. Alegoría del triunfo de España y Fernando VII sobre Napoleon, 1814.

La reintegración de Iturbide en el mando realista.

A inicios del año de 1820 se daría un cambio de tornas en el inestable orden la monarquía hispánica, ya que el general Rafael del Riego quien estaba al mando de una expedición que iría a reforzar las posiciones españolas en Sudamérica aprovecha a los soldados que tiene y da un golpe donde fuerza a Fernando VII a restaurar el orden constitucional de Cádiz, retirándole el poder absolutista y forzándolo a conformar un gabinete liberal. Las noticias del cambio del orden político llegaría a la Nueva España hasta el 31 de mayo a los oídos del virrey Juan Ruiz de Apodaca con la orden de jurar el respeto a la Constitución de 1812, con ello se informaba la resurrección de los procesos democráticos para que en las intendencias eligieran a sus representantes en el gobierno, pero hubo diferencias con respecto a la forma de actuar con respecto a los reinos sudamericanos, ya que mientras allá se mandarían a representantes de la corona a dialogar con la insurgencia para oír sus reclamos y garantizarles el indulto por parte del rey, a Apodaca solo se le sugeriría actuar con cautela con respecto a los dos núcleos rebeldes que quedaban hasta saber cuáles eran sus planes, al considerar que la situación novohispana ya estaba casi completa la pacificación.

Fue así como en septiembre quedaron elegidos los representantes que irían a las Cortes de Madrid a defender los intereses del reino, siendo una muestra de un intento por acabar con la verticalidad monopolizada por los peninsulares, pero también llegarían nuevas disposiciones que terminaron por afectar a algunos sectores de la sociedad quienes habían mostrado su lealtad, como sucedió con la supresión de la Compañía de Jesús, así como limitar y suprimir la presencia de otras órdenes religiosas que se consideraban una carga para el estado. Mientras los liberales novohispanos estaban muy contentos con las concesiones salidas de la península, la insurgencia entorno a l liderazgo de Vicente Guerrero se había enquistado en la Sierra Madre del Sur en un territorio que abarcaba la mitad del camino de México a Acapulco, el cual se caracteriza por ser muy montañoso y permitía su fácil defensa por parte de los insurgentes, siendo este el factor que aseguraría su sobrevivencia. A diferencia de miles de insurgentes que habían aceptado el indulto desde los años 1815 a 1829, Guerrero fue el único quien pudo mantener la lucha independentista, siendo un problema para el virrey Apodaca ante la incapacidad del ejercito realista para entrar en la sierra y por el fracaso para poder convencerlo de aceptar la paz.

Inicialmente, el militar encargado de pacificar a las fuerzas de Guerrero fue coronel José Gabriel Armijo, quien ante su fracaso tanto para derrotarlo como para entablar el dialogo fue relevado y reemplazado por el oficial Melchor Álvarez, pero como para ese momento estaba indispuesto por enfermedad no le quedo de otra más que recurrir a otro militar que llevaba tiempo fuera del campo de batalla y había demostrado su efectividad contra la insurgencia, Agustín de Iturbide. Para el 9 de noviembre, Iturbide recibe la Comandancia del Distrito Militar Sur que abarcaba el territorio desde el puerto de Acapulco hasta Taxco, dándole la orden de que convenciera tanto a Guerrero como a su segundo al mando Pedro Ascencio de aceptar el perdón, pero como la situación económica de Iturbide era muy endeble por los gastos de la hacienda de Chalco y la incautación de sus recursos por el juicio de Guanajuato le pediría al virrey que le devolviera los 6,000 pesos que se le debían para poder sufragar sus gastos, pero esto se cambió por el pago de una mensualidad para poder mantener a su familia. Con este pendiente parcialmente resuelto, para el 26 de noviembre llega Iturbide a Teloloapan para establecer su cuartel con una pequeña fuerza expedicionaria, aunque quedaría molesto por no haber obtenido la absolución publica de las acusaciones que se le habían fincado por sus campañas en el Bajío.

Por parte de las autoridades realistas, estaban muy optimistas con respecto a las expectativas que dejaría en la población las garantías ofrecidas por la constitución, considerando con ello que por fin se habrían de acabar las disputas entre peninsulares y americanos al darles la representatividad política, siendo esta la oportunidad de reafirmar la lealtad a la monarquía hispánica. Fue por ello que el prestigio de Apodaca estaba en juego al ser la oportunidad de mostrarse ante el rey como el virrey que había logrado la pacificación de uno de los reinos de Indias, por lo que trataría de animar a Iturbide que sus muestras de lealtad serian recompensadas una vez que hubiese logrado la rendición de Guerrero, dándole además del mando de su regimiento de Celaya de cerca de 550 hombres también le asignaría los soldados de Armijo que eran cerca de 1,800, dándole el peso de ser quien traería la paz y el orden a la Nueva España. A pesar de contar con estas fuerzas a su disposición, no evitaría que cayera ente el genio de los dos únicos caudillos insurgentes que quedaban, recibiendo una derrota al ser emboscado por Pedro Ascencio en Atlatlaya el 28 de diciembre, aunque para enero de 1821 reportaría que le habría infringido a Guerrero una derrota en la Cueva del Diablo por las acciones del coronel Berdejo.

Antes de aceptar la comisión, Iturbide le había advertido a Apodaca que el clima tropical mermaba su salud y esto se manifestó en lo errático que fue en esos primeros meses, así como en sus cartas donde se manifestó como tuvo que pasar varios días en cama para recuperarse de las fiebres y por los reportes a cuenta gotas que mandaba a la capital, aunque no se descarta que haya sido una táctica para encubrir sus fracasos para capturar a Guerrero. El optimismo habido hacia la capacidad de Iturbide se tradujo tanto en cuantiosas donaciones como la hecha por el obispo de Guadalajara, Juan Ruiz de Cabañas, por cerca de 25,000 pesos para mantener a las tropas, mientras el virrey le daría 12,000 pesos y lo abastecería de parque para cumplir su misión. Si bien es sabido que Iturbide si tendría como planes derrotar a Guerrero como se manifiesta con la clase de movimientos realizados para combatirlo, amigos cercanos a quienes mantenía informados sabían que desde noviembre de 1820 estaba fraguando planes aparte para proyectar una alternativa a la pax hispánica constitucional y al orden de la insurgencia.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: William Spence Robertson. Iturbide de México.

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Imagen: 

 – Izquierda: Anónimo. Fuerte de Barrabas (Zirándaro), 30-09-1818.

 – Derecha: J. Sánchez. Vicente Guerrero, ca.1880.  

Simón Bolívar y la entrega de Francisco de Miranda a los españoles en 1812

Simón Bolívar reconocido como el Libertador de Venezuela, posee una de las páginas más oscuras de su historia, en los acontecimientos que desencadenaron la entrega de Francisco de Miranda a los españoles al término de la Primera República, luego de que capitulara con Monteverde granjeándole la oposición de numerosos oficiales entre los que se contaba el futuro Libertador.

Francisco de Miranda se considera el Precursor de la independencia venezolana, siendo junto a Bolívar, Antonio José de Sucre y José Antonio Páez, uno de los próceres más importantes de Venezuela.

Miranda y la capitulación de San Mateo

El 25 de julio de 1812 se firmó la capitulación de San Mateo entre el realista Monteverde y Francisco de Miranda, contrayendo ambas partes un pacto que fue en gran medida desconocido por la mayoría de los oficiales, quienes no estaban de acuerdo en capitular, sino que deseaban continuar luchando ya que pensaban, todavía tenían posibilidades de ganar la guerra.

Sin embargo, luego de la pérdida de todo el arsenal republicano en el castillo de Puerto Cabello, donde el joven Bolívar encargado de su custodia no pudo custodiar adecuadamente el castillo; el experimentado Miranda conocía que Venezuela, tal como lo señaló en una conversación privada: “estaba herida en el corazón”.

Las motivaciones de Miranda para pactar una capitulación eran variadas, en primera instancia la pérdida de Puerto Cabello era la principal causa militar, pero no la única; Miranda veía la indisciplina de las tropas, la cual era alentada por la oficialidad en la mayoría de los casos.

Otro factor de peso era la guerra racial que amenazaba con destruir la raza de los blancos en Venezuela, ya sean criollos o españoles, realistas o republicanos; y este hecho, no era bien visto por Miranda, en aquel momento ese peligro significaba el desorden y la retaliación como se vio entre 1813 y 1814.

El avance realista

El terremoto de marzo de 1812 que destruyó las principales ciudades venezolanas que se adhirieron a la república, permitió a las huestes realistas al mando de Monteverde avanzar hasta los valles de Aragua muy cerca de Caracas, aunque su intención era mantenerse en Barquisimeto, aquella destrucción de la naturaleza permitió a los realistas avanzar casi sin obstáculos, granjeándose a su vez, el apoyo del pueblo.

En mayo luego de que Monteverde ocupó la ciudad de Valencia y los republicanos se reunieran en la población de Guacara, Miranda tomó una decisión cuestionable al dirigirse a La Cabrera, lugar fortificado cerca de Maracay, la última ciudad importante antes de llegar a Caracas; con este movimiento defensivo, Miranda permitió a los realistas tener un amplio territorio para movilizarse rumbo a la capital.

En junio los patriotas pierden Puerto Cabello obligando a Miranda a firmar la capitulación, pero aunque las fuerzas patriotas estaban perdidas, muchos en el ejército no lo ven así, buscando deponer a Miranda en un movimiento insurreccional contra su autoridad, que terminó desbaratando el Precursor rápidamente.

Miranda luego de la capitulación

Las negociaciones entre ambas partes duraron varios días, ya que no había acuerdo entre los puntos tratados, no obstante, cuando el 25 de julio ambas partes deciden finalizar las hostilidades; Miranda a los pocos días decide tomar camino del puerto de La Guaira, para salir rumbo a los Estados Unidos.

Es en estos momentos en que comienzan a circular numerosos rumores sobre Miranda, muchos lo ven como un traidor o un cobarde que no ha querido luchar, otros señalaban que había embarcado grandes sumas de dinero en un barco inglés para irse; hubo rumores que ese dinero embarcado era un pago recibido por el enemigo (algo completamente inverosímil).

Fue en La Guaira que Simón Bolívar junto a otros oficiales decidieron arrestar a Miranda, por el cargo de traición.

El arresto de Francisco de Miranda por parte de Simón Bolívar

El 30 de julio Miranda llegaba a La Guaira hospedándose en la casa de Manuel María de las Casas, quien junto a Bolívar, Juan Paz del Castillo, Miguel Peña, Tomás Montilla, José Mires, Rafael Chátillon, José Landaeta, Juan José Valdéz, entre otros; crearon un plan para aprehender al Precursor por su traición.

El plan era que Manuel María de las Casas se situaría en el castillo con las tropas, para que Juan José Valdés cubriese la casa donde estaba Miranda con numerosos oficiales, encargándose Bolívar (que deseaba fusilarlo) con Chátillon de tomar a Miranda, para que José Mires lo tuviese en custodia. Dicho plan se llevó a cabo la noche del 30 de julio mientras Miranda dormía.

Miranda estaba esperando embarcarse para salir de Venezuela, por ello cuando fue despertado aquella amarga noche, pensó que lo despertaban para ese fin; sin embargo, cuando tomó la bujía para ver la cara de quienes le despertaron, profirió las célebres palabras: “bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche”.

Al día siguiente fue entregado Miranda a los españoles, eventualmente Bolívar recibió el pasaporte que le permitió salir de Venezuela rumbo a Nueva Granada, donde organizaría el regreso a la guerra que desembocaría en la Segunda República, mientras Miranda fue enviado al cuartel San Carlos en Caracas para luego continuar su presidio en Puerto Cabello.

De allí, Miranda fue llevado a Puerto Rico para luego ser enviado a España donde murió en el arsenal de La Carraca.

Miranda fue perseguido por los españoles desde su período en la isla de Cuba, debiendo resguardarse de oficiales españoles y franceses durante sus viajes europeos; a pesar de lograr ocultarse o evadir la cárcel española durante tanto tiempo, es irónico que su entrega a los enemigos se diera por sus propios compatriotas, a quienes quiso liberar del yugo español.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Leopoldo Agreda Lovera.

Bibliografía: PARRA PÉREZ, Caracciolo. “Historia de la Primera República de Venezuela”.

Puedes seguirlo en:

Para saber más: https://www.youtube.com/watch?v=IuWjFJiWxuk&t=405s&ab_channel=ElP%C3%B3rticodelaHistoria

Imagen: Arturo Michelena. Miranda en la Carraca, 1896.

José Tomás Boves y la rebelión de 1814

El férreo control de la sociedad colonial de castas fue sacudido en 1814, cuando los acontecimientos históricos que iniciaron el resquebrajamiento de la colonia en Venezuela, propiciaron el descontrol de las masas pardas, esclavas e indígenas, que habían visto la oportunidad de zafarse del yugo de sus amos, en una guerra racial que fue también una guerra de venganza.

Durante ese oscuro año de guerra, la figura de José Tomás Boves adquiere un protagonismo apabullante, convirtiéndose en el máximo líder de los llaneros que apoyaron al rey, aunque más por defender una corona, lo hacían por adversar a sus típicos enemigos o adversarios, los dueños de tierra y amos de esclavo, los blancos criollos.

La sociedad de castas determina el estatus social

Los blancos criollos estaban en la cúspide de la sociedad colonial, resguardando para sí, todas las prerrogativas del comercio local e internacional, además de poseer las tierras ms cultivables, ser dueños de recuas de esclavos, señores de grandes hatos ganaderos, amos del poder económico.

Por su parte, ´las grandes masas pardas veían como los mantuanos se quedaban con las mejores posibilidades de ascenso, evitando que otros estamentos ingresasen en su área de influencia, colocando numerosos obstáculos como la limpieza de sangre, que nunca podían superar los pardos.

De igual forma, los esclavos negros que eran la mano de obra de esta clase criolla, no eran un grupo tímido que aceptara de buenas formas su sumisión natural; por el contrario, muchos de ellos estaban al tanto de los movimientos políticos de su época, además de conocer los movimientos de esclavos en otros lugares lejanos a su provincia.

Todos con Boves

La Primera República de Venezuela liderada por los mantuanos, fue en ciertos momentos una expresión de la superioridad que sintieron los criollos, cuando empeñados en castigar a los valencianos que no querían unírseles, a los pardos y negros que se levantaron contra la república, o los llaneros que no les aceptaron; los mantuanos castigaron con una fuerza feroz estos levantamientos, provocando la hostilidad de estos vastos grupos sociales.

Fue así como encontramos a Boves en los llanos a mediados de 1813, buscando aquilatar las filas del ejército realista, prometiendo a todos sus seguidores repartirse el botín equitativamente, entregar las tierras de los mantuanos y matar a todos los blancos.

José Tomás Boves era un líder militar diferente, todo su tiempo lo compartía junto a sus soldados, pasando las mismas condiciones que ellos, durmiendo como ellos, comiendo como ellos y hablando como ellos, por lo que tuvo una conexión muy profunda con sus guerreros, a pesar de acaudillar a más de siete mil hombres.

Boves y sus hombres iniciaron en los llanos sus movimientos militares, ganando varias batallas que les hicieron agigantar sus territorios, ganando también experiencia valiosa en cada una de sus derrotas.

La influencia de Boves en el campo de batalla y sobre sus hombres, fue percibida por Bolívar luego de la batalla de San Mateo, donde el caudillo llanero salió herido en los primeros días, provocando que el ejército realista no saliera a luchar por más de veinte días, mientras el caudillo se recuperaba.

El éxito militar de José Tomás Boves

Dos factores fueron los más importantes para determinar el éxito militar de Boves, entre 1813 a 1814, en primer lugar, dirigir una causa popular que le convirtió en el líder máximo. En segundo lugar, el uso de la caballería que le hizo invencible.

La causa de Boves fue popular porque se dio en un período convulso, en que las férreas cadenas del orden racial colonial se estaban descomponiendo.

Fueron muchos los esclavos que en estos tiempos abandonaron sus haciendas, para unirse a caudillos locales con el fin de hacer la guerra, para tener un mejor futuro.

Por ese motivo, la repartición del botín que proporcionaba una fuente de enriquecimiento, además del repartimiento de vastas tierras que habían estado en manos de unos pocos en el pasado, hacían que miles de llaneros se unieran a las huestes realistas.

Por su parte, el uso de la caballería en el campo de batalla fue una de las maniobras más exitosas en la guerra para Boves, ya que al contar con masas de jinetes experimentados, en un territorio de sabana que permitía el galope rápido de los caballos llaneros, confirió a Boves una ventaja ineludible que le dio la victoria muchas veces.

José Tomas Boves un caudillo venezolano

A pesar de que José Tomás Boves luchó bajo los pabellones del rey de España, la verdad es que la defensa de dichas banderas no fue más que un pretexto, para ponerse a la cabeza de los ejércitos llaneros y luchar contra los opresores de quienes engrosaban su ejército.

Los mantuanos y la élite criolla en Venezuela, era muy soberbia por lo que no escatimaron en demostrar su superioridad de clase, siempre que la ocasión se le presente.

Este hecho les hacía odiosos a la gran mayoría que muchas veces estaba bajo sus órdenes, por ello, cuando en los años de 1813 y 1814 estas masas se reúnen para defender los estandartes del rey, en realidad están luchando contra los blancos criollos que eran sus opresores históricos.

Muchos estudios señalan que Boves logró penetrar profundamente en la psiquis del pueblo, razón para llevarle a ser el líder de aquellas huestes, cosa que no lograban hacer Bolívar ni los patriotas en esos años, sino hasta un año después, cuando llegue Pablo Morillo con quince mil españoles, y José Antonio Páez acaudille a las huestes que lucharon con Boves.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Leopoldo Agreda Lovera.

Bibliografía:

  • USLAR PIETRI, Juan, “La Rebelión Popular de 1814”, Monte Ávila Editores, Caracas, 2014.
  • VALLENILLA LANZ, Laureano, “Cesarismo Democrático”, Colección Libros y Revistas Bohemia, Caracas, Venezuela.

Puedes seguirlo en:

Para saber más: https://www.youtube.com/watch?v=IuWjFJiWxuk&t=405s&ab_channel=ElP%C3%B3rticodelaHistoria

Imagen: Bandera de la Segunda República de Venezuela. 1813 1814

El nacimiento del Katipunan en Filipinas.

A lo largo del siglo XIX, España no lograría ubicarse en su relación con respecto a sus territorios de ultramar, donde en buena parte siguieron entablando la posición de potencia colonialista frente a sus habitantes considerados como ciudadanos de segunda, esto paso en las Filipinas donde la creciente clase media mestiza de Manila cada vez más educada buscaba ocupar lugares en la gobernanza de su territorio, y porque no, participar activamente en la política de una monarquía hispana cada vez más debilitada. Quien sería el iniciador de la lucha independentista sería el mestizo José Rizal, proveniente de una familia campesina de Calambá, pudo acceder a la educación donde se destacaría y lo llevaría a entrar a la Universidad Ateneo de Manila y de ahí pasaría a la Universidad de Santo Tomas, debido a su preparación lo llevaría a seguir con sus estudios en Medicina y Filosofía y Letras a Madrid, Paris y Heidelberg a finales de la década de los 80 obteniendo el título de oftalmólogo. Este paso por Europa llevaría a Rizal junto con otros intelectuales filipinos a exigir a las autoridades españolas la necesidad tanto de llevar a cabo reformas de talante liberal-moderado para asegurar el llevar al archipiélago hacia el progreso, esto incluía la necesidad de que recuperase su lugar en las Cortes de Madrid para tener representación.

A su regreso a Manila a inicios de los 90, empezaría a formar agrupaciones políticas entre los mestizos para poder exigir sus derechos, recibiendo el apoyo de sectores liberales y masónicos de la misma península, teniendo como objetivo no la independencia, sino el reconocimiento de su posición como provincia con las mismas garantías que el resto de España dejando su trato como colonia, fundando hacia 1892 la Liga Filipina con otros integrantes del movimiento “La Propaganda” que atravesaba por un periodo de decadencia. El postulado de Rizal era el integrar plenamente a Filipinas como parte integral de España, ya que consideraba que la relación entablada por las autoridades españolas con el pueblo filipino era el de conquistador, asimilándose a una clase de enquistamiento donde lo único que provocaba era que existiese un rechazo hacia un sector que se consideraba extranjero e invasor. Pero el arribo de los conservadores en el gobierno español y la constante perdida de interés por parte de la población filipina por la política hizo que Rizal empezase a abandonar su ideario moderado para apostar por el independentismo, dejándolo entrever en su novela “El filibustero”, esto empeora con la postura del gobernador y capitán general de las Filipinas, Eulogio Despujol y Dusai quien realiza un decreto donde ordena la deportación de Rizal a Dapitan en Zamboanga.

Con la partida de Riza, los demás miembros de La Liga vieron que resultaba imposible dialogar con loe españoles para pedirles igualdad, por lo que abrazan la idea del independentismo y fundan una organización secreta para lograr este objetivo, el Katipunan, acrónimo tagalo que quiere decir “Soberana y Venerable Asociación de los Hijos del Pueblo”, el cual buscaría conformar una red de apoyo y propaganda entre los diferentes pueblos indígenas poniendo como columna vertebral a los mestizos educados de Manila como sus dirigentes. Al paso de los años, la idea de la independencia fue agarrando fuerza en los diferentes sectores populares empezando a tener presencia en las diferentes ciudades de la isla de Luzón y sus islas allegadas entre la mayoría étnica tagala, conformando una estructura política integrada por consejos municipales, estos dirigidos por los consejos provinciales y en la cima presidia el Consejo Supremo.

Sus primeros dirigentes estaban integrados por miembros de la clase media baja manileña educada, como el caso de su primer presidente Deodaro Arellano y como secretario a Andrés Bonifacio, este último estaba más radicalizado y apostaba por dar una respuesta violenta, por lo que promueve la destitución de Arellano para colocar a Román Basa, perteneciente a las fuerzas hispano-filipinas y que podía servir como espía de las acciones españolas. Este movimiento hizo que varios potentados filipinos empezasen a patrocinar al Katipunan, el cual estaba dirigido de facto por Bonifacio y le daría a la organización una estructura muy rígida y segura tanto para el ingreso de nuevos miembros como para la operación de las acciones encubiertas, llegando al punto donde los reclutas no conocían a los demás miembros de la organización hasta obtener su admisión final, además de que tenían el compromiso de reclutar a otros dos miembros haciendo que la organización se mantuviese completamente en secreto, a este sistema donde se incluía una serie de pruebas y ritos iniciáticos seria conocido como hasik. Para 1896, Bonifacio inicia el plan de sublevación donde se crearía una red de abasto desde Japón donde conseguirían armamento, mientras se mandaba una delegación a Dapitan para convencer a Rizal de unirse a la rebelión, quien a pesar del pesimismo por no lograr un cambio pacífico se niega a integrarse al Katipunan.

El servicio de defensa español detecta esta serie de movimientos sospechosos, los cuales quedaron confirmados por la denuncia del padre agustino Mariano Gil, por lo que las autoridades dan a conocer a través del Diario de Manila en agosto de 1896 la existencia del Katipunan, todo a raíz de la salida de un operario de imprenta de la organización debido a la falta de pagos de la cuota y temía ser objetivo de sus antiguos compañeros, confesándole al padre las ceremonias de iniciación donde implicaba el marcaje con un hierro ardiente y el asesinato de un traidor (esto último no está confirmado). A pesar de contar con una estructura para poder iniciar la rebelión, el Katipunan empezaba a dividirse al nivel ideológico, ya que el proyecto que defendía Bonifacio se caracterizaba por ser de tipo romántico e incluso monárquico, facción llamada Magdiwang, pero los más allegados a la clase media manileña aspiraban a crear una república moderna y formaron la facción Magdalo dirigida por Emilio Aguinaldo, representando un problema para las acciones de los independentistas contra los españoles.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José María Fernández Palacios. El Katipunan y las fuerzas armadas revolucionaria, de la revista Despertar Ferro Contemporánea no. 36.

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Imagen:

 – Izquierda: Anónimo. Jose Rizal, 1890.

 – Derecha: Anónimo. Rebeldes del Katipunan, finales del siglo XIX.