El sitio de Guadalajara y la batalla de Calpulalpan, la derrota conservadora

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Por segunda vez durante la Guerra de Reforma, la ciudad de Guadalajara se convirtió en un campo de batalla entre liberales y conservadores a finales de septiembre y principios de octubre de 1860. Esta vez, los conservadores se habían atrincherado en la ciudad bajo el mando del general Severo Castillo, mientras que los liberales, inicialmente liderados por Jesús González Ortega y posteriormente reemplazado por Ignacio Zaragoza, tenían la misión de tomarla.

Sin embargo, se enfrentaban a la dificultad de la pronta llegada de refuerzos conservadores liderados por Leonardo Márquez y Tomás Mejía, quienes contaban con una fuerza de 4,300 hombres y estaban financiados con $200,000 pesos obtenidos de préstamos forzosos durante su victoriosa campaña por el Bajío. Zaragoza se vio presionado por el tiempo y decidió tomar Guadalajara a toda costa, a pesar de que las tropas conservadoras rondaban los 6,000 efectivos, cuyas fuerzas se veían mermadas por la falta de recursos.

Así, en la mañana del 29 de octubre, Zaragoza inició el asalto, desencadenando una batalla cruenta y sin cuartel que dejó la ciudad en ruinas y ninguno de los bandos se proclamaba como vencedor después de 14 horas de combate continuo, dejando exhaustas a ambas fuerzas.

A pesar de haber quedado igualados, la situación en el bando conservador estaba siendo más apremiante al quedarse sin dinero y sin parque. Por lo tanto, Castillo decide iniciar conversaciones con el general liberal Manuel Doblado, algo a lo que Zaragoza no se opuso, ya que esto le permitió preparar los morteros y continuar con el bombardeo al día siguiente. La reunión resultó en un armisticio de 15 días, durante los cuales las fuerzas conservadoras defensoras de Guadalajara no podían abrir fuego contra las tropas liberales. Esto permitió a Zaragoza concentrarse en atacar a Márquez, quien se encontraba en Zapotlanejo, a 34 km de la ciudad.

Para enfrentarlo, Zaragoza comisionó al general Nicolás Regules para perseguirlo y enfrentarlo en las Lomas de Calderón el 1ro de noviembre. La batalla se desencadenó después de que Márquez atacara como represalia contra Zaragoza por negarse a negociar, pero no pudo hacer frente a las tropas liberales y se dio a la fuga. Cerca de 3,000 soldados conservadores fueron capturados en la huida.

Como consecuencia de la derrota de Márquez, el general Castillo decide seguir sus pasos y abandona Guadalajara el 3 de noviembre, lo que representó una derrota decisiva para los conservadores al dejar en manos de los liberales los puntos más importantes del Occidente. Esto permitió a los liberales recuperar el Bajío y comenzar a prepararse, tanto comprando armamento a Estados Unidos como obteniéndolo de la ferrería de Tula. Reunieron una fuerza de 30,000 soldados y 180 cañones para dirigirse hacia la Ciudad de México.

Para finales de octubre, Miguel Miramón sabía que la causa conservadora estaba en desventaja. Un golpe moral fue el retiro de la legación británica, la cual desconoció su gobierno y se instaló en Xalapa. Ante esta situación, Miramón decide vender mobiliario y propiedades para pagar deudas y costear su huida a Europa junto con su familia. Una vez recibida la noticia de la toma de Guadalajara y la derrota de Márquez, Miramón declara el estado de sitio en la capital el 13 de noviembre y vuelve a imponer un préstamo forzoso de $300,000 pesos. Además, ordena a Márquez incautar los bonos de la legación británica por un valor de $660,000 pesos. Emitió una proclama donde admitía la situación crítica y preparaba a los capitalinos para la batalla.

La campaña final de los liberales contra los conservadores comenzó con una victoria para las tropas de Miramón en Toluca el 9 de diciembre, donde capturaron valiosos prisioneros como los generales Santos Degollado y Felipe Berriozábal, lo que les dio impulso para enfrentarse a las tropas de González Ortega, que habían tomado posiciones en la loma de San Miguelito en Calpulalpan con una fuerza de 16,000 hombres.

El día 21, Miramón llegó con la plana mayor de los comandantes conservadores, incluyendo a Márquez, Mejía, Marcelino Cobos y Miguel Negrete, para intentar infligir una derrota milagrosa utilizando los talentos del ejército federal. Esto marcó el inicio de la batalla de Calpulalpan el 22 de diciembre. Miramón decidió atacar el flanco izquierdo de las tropas de González Ortega, conformadas por la división de Michoacán. Sin embargo, tanto él como Zaragoza anticiparon su estrategia y enviaron a las fuerzas del general Regules a resistir el embate con las brigadas de Jalisco y San Luis Potosí. La estrategia de Miramón falló, y fue el turno de González Ortega de atacar a Miramón con las divisiones de Zacatecas y Guanajuato, con el apoyo del fuego de 30 cañones, resistiendo los conservadores durante cerca de una hora.

El ejército conservador finalmente sucumbe al ataque de González Ortega. Aunque tuvieron un breve momento de esperanza con la carga de caballería comandada por Joaquín Miramón (hermano de Miguel), no fue suficiente para cambiar el curso de la batalla. Poco a poco, los soldados conservadores se rinden y algunos cambian de bando, mientras que otros caen prisioneros. Miramón logra escapar de la batalla y se refugia en la Ciudad de México para preparar a su familia para su partida hacia Cuba. Él mismo encuentra refugio en la embajada española y deja la capital el 1 de enero de 1861. Las tropas de González Ortega entran en la ciudad el 25 de diciembre.

A partir del 1 de enero, se inician los festejos generalizados por parte de los liberales en todas las ciudades en celebración de su victoria. Se restaura el gobierno de la Constitución de 1857, y se consolida con el regreso del presidente Benito Juárez al Palacio Nacional el 11 de enero. Así, se pone fin a una guerra cruenta de tres años donde los mexicanos quedaron divididos en bandos irreconciliables. Sin embargo, pasarían algunos años más para la derrota final de los conservadores.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Will Fowler, La Guerra de Tres Años, el conflicto del que nació el estado laico, 1857-1861.

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Imagen: Casimiro Castro. Batalla de San Miguel Calpulalpan, decada de 1860.

El nacimiento del estado de Morelos.

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A la llegada del emperador Maximiliano a mediados de 1864, se intentó establecer un nuevo orden territorial para poner fin a la anarquía que se había vuelto endémica en el país. El objetivo era eliminar algunas estructuras territoriales heredadas del virreinato que resultaban insuficientes para las necesidades políticas y poblacionales de la época. Para lograr esto, Maximiliano designó al sabio Manuel Orozco y Berra para llevar a cabo esta tarea. Orozco y Berra basó su trabajo en factores naturales, así como en el potencial poblacional y económico de cada región. Esto resultó en la división del país en 50 distritos más pequeños, creando territorios más manejables que los estados anteriores, que no podían ser administrados de manera eficiente.

Un ejemplo de esta reorganización ocurrió en el sur del Estado de México, donde los distritos de Cuernavaca y Cuautla se quejaban de la ineficiencia del gobierno de Toluca para atender sus necesidades. Estos distritos buscaron separarse, ya sea uniéndose al naciente estado de Guerrero, gracias a la influencia política de Juan Álvarez en la región, o estableciendo un estado propio, como lo proponían los hacendados azucareros, quienes no estaban dispuestos a seguir bajo el dominio del antiguo caudillo.

La propuesta de Orozco y Berra para resolver el problema de una nueva entidad política estaba en consonancia con la propuesta conservadora. Esta propuesta implicaba la incorporación, además de Cuernavaca y Cuautla, de los distritos de Taxco e Iguala del norte de Guerrero, dando lugar al llamado «Departamento de Iturbide». A diferencia de las expectativas de los hacendados de establecer la capital en Cuernavaca, el edicto imperial designó a Taxco como la capital del departamento.

El territorio designado para el Departamento de Iturbide tenía una población de 157,619 habitantes, de los cuales Taxco contaba con 5,000. Esto fue contrario a las preferencias del emperador, quien tenía una afinidad por Cuernavaca, convirtiéndola en su destino favorito para pasar el tiempo, como lo demuestran las referencias a sus visitas al Jardín Borda y su casa de campo en la Villa de Olindo.

Sin embargo, al igual que durante la Guerra de Reforma, estos territorios no lograron mantener una estabilidad administrativa debido a los constantes conflictos y enfrentamientos entre los bandos. Como resultado, en realidad existían dos gobiernos que asumían funciones cuando las tropas estaban presentes en la población: la administración imperial y la republicana, esta última asignada al territorio del Tercer Distrito Militar.

Hasta el momento, no se ha llevado a cabo suficiente investigación historiográfica para comprender completamente los movimientos de ambos bandos durante este período. Aunque el Tercer Distrito mantuvo su carácter itinerante para evitar caer en manos de los imperialistas, inicialmente siguieron el patrón de los caudillos conservadores al establecerse en Cuernavaca. Sin embargo, a partir de 1865, se vieron obligados a trasladarse a Taxco. Esta situación persistió hasta la primera mitad de 1867, cuando los republicanos lograron la victoria.

Bajo el régimen imperial, se restableció la figura conservadora de los prefectos y subprefectos, que habían sido eliminados por la Constitución estatal de 1861. Estos funcionarios tenían la tarea de liderar los esfuerzos para el desarrollo económico de sus regiones, respaldados por un Consejo de Gobierno Departamental. Este consejo estaba integrado por un funcionario judicial, un administrador de rentas, un propietario agricultor, un comerciante y un minero o industrial.

Además, se establecieron las figuras de los comisarios imperiales y los visitadores para salvaguardar la justicia en el interior. Su función era vigilar las actividades de los funcionarios públicos de los departamentos. Sin embargo, en la práctica, estos comisarios y visitadores también fueron propensos a cometer abusos, caer en la corrupción y no cumplir con sus responsabilidades.

En el ámbito militar, el imperio se dividió en tres distritos militares para hacer frente a la resistencia republicana. Estos distritos estaban asignados a diferentes generales y militares leales al emperador. El distrito al que le correspondía el Departamento de Iturbide se compartía con el Valle de México, Toluca, Guerrero, Acapulco, Michoacán, Tula y Tulancingo, teniendo su capital en Toluca.

Como todo lo relacionado con el Segundo Imperio, el departamento de Iturbide llegó a su fin con su derrota a mediados de 1867, cuando las tropas de Mariano Escobedo capturaron a Maximiliano en Querétaro. La historiografía mexicana ha condenado cualquier referencia a los trabajos realizados durante este breve periodo. Con ello, en parte se restauró el antiguo orden, devolviendo al estado de Guerrero su extensión original.

Sin embargo, en el caso del Estado de México, las cosas no podían mantenerse igual. Se otorgaron facultades autónomas al territorio del Tercer Distrito para abordar temporalmente la gobernabilidad de Cuautla y Cuernavaca.

Finalmente, las discusiones políticas comenzaron con la República Restaurada en 1867 y concluyeron hacia 1869, dando lugar al nacimiento del Estado de Morelos tal como lo conocemos hoy en día. Dentro de los debates que se llevaron a cabo, se propuso la adhesión al Tercer Distrito de los distritos de Chalco y Tlalpan, una propuesta que también había sido planteada durante el intento anexionista de Álvarez al estado de Guerrero.

Aunque esto puso fin a la disputa por el surgimiento de una nueva entidad estatal, no resolvió los problemas sociales de sus habitantes. Estos seguían viviendo a merced de las relaciones entre las comunidades y las haciendas, las cuales aún estaban afectadas por años de inestabilidad desde el inicio de la guerra de independencia. El bandolerismo se arraigó como una forma de vida que contribuyó a perpetuar el desorden y la violencia en la región.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Carlos Barreto Zamudio. Rebeldes y bandoleros en el Morelos del siglo XIX (1856-1876).

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Imagen: 

 – Izquierda: Mapa del estado de Morelos, 1880.

 – Derecha: Osuna. Catedral de Cuernavaca-Morelos, Mexico, principios de siglo XX.

La situación del ejército mexicano en la primera mitad del siglo XIX.

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El México independiente, tras su llegada en 1821, enfrentó como principal desafío la herencia de las estructuras sociales novohispanas. Estas estructuras, aunque estaban quedando obsoletas frente a las necesidades de la nueva nación y su inserción en el contexto internacional, permitían la cohesión del vasto territorio que habían heredado. Por un lado, se encontraba la influencia predominante de la Iglesia, y por el otro, la influencia del ejército.

La inmadurez política del país en este período provocó una era oscura de inestabilidad, donde las diferentes facciones luchaban por el poder. En este escenario, el ejército se convirtió en una fuerza clave capaz de inclinar la balanza a favor de aquellos que aseguraran sus intereses. Estos intereses solían consistir en una serie de prebendas que les garantizaban un estatus privilegiado en comparación con el resto de la sociedad.

El problema radicaba en la falta de un mando único en el ejército, el cual estaba dividido entre diferentes jefes regionales. Esta división provocaba serias disputas dentro del ejército, lo que resultaba en conspiraciones constantes tanto entre los soldados como entre los mandos. Para cubrir sus bajas, el ejército recurría frecuentemente a la leva en las comunidades, lo que generaba tensiones adicionales.

Su posición de superioridad con respecto al resto del pueblo llevaba a que los miembros del ejército estuvieran por encima de las leyes civiles. Esto permitía que cometieran abusos contra la población y que sus crímenes quedaran impunes, ya que quedaban bajo el criterio de los mandos militares, quienes tenían la potestad de juzgarlos o no. Una de las razones por las cuales el gobierno permitía esta situación era la constante quiebra de las arcas del estado, que no podían financiar adecuadamente al ejército. Era muy común que el ejército careciera del armamento necesario, que no pudiera mantener el pago completo de los soldados, lo que provocaba la constante desaparición de batallones, o que les otorgaran salarios incompletos. Este sistema de privilegios era el único incentivo para el reclutamiento.

El problema de la falta de presupuesto era tan grave que buena parte de las milicias estatales desaparecieron. Solo quedaban las de Veracruz, Puebla, México, Oaxaca, Distrito Federal, Yucatán, Michoacán, Jalisco, Guanajuato y San Luis Potosí, además de las compañías veteranas de Oriente y Occidente, y las compañías de Guarda Costa.

Las constantes reducciones del presupuesto generaron un problema con los mandos militares, ya que había un exceso de ellos en comparación con el número de batallones disponibles. Muchos de estos mandos tenían que esperar a que se desocupara una plaza para poder trabajar, y era muy común que gran parte de ellos fueran licenciados del servicio. Además del ejército, las fuerzas armadas estaban compuestas por milicias cívicas formadas por miembros de la sociedad civil. Estas milicias fueron constituidas por los mandos realistas durante la guerra de independencia para combatir a la insurgencia, mientras que el ejército se enfocaba en proteger los intereses de los grupos de poder. Esta división se reflejó en la situación mexicana, ya que el ejército quedó bajo la influencia de los conservadores, mientras que las milicias se transformaron en guardias estatales a favor de los liberales.

Los políticos centralistas-conservadores continuamente trataban de incentivar la concentración del poder en el ejército, al mismo tiempo que debilitaban las estructuras de las guardias civiles. Esto provocaba tensiones entre los miembros de ambos cuerpos.

Un ejemplo de esto lo vemos en lo ocurrido en Zacatecas entre 1832 y 1835, donde su gobierno promovió la creación de su propia guardia, la cual llegó a ser muy numerosa. Esto provocó el recelo tanto de la capital como de Antonio López de Santa Anna, quien proclamó la “ley para el arreglo de la milicia local”, que obligaba a contar con un miliciano por cada 500 habitantes. Ante la negativa de los zacatecanos de cumplir con esta ley, Santa Anna realizó una incursión y como castigo separó Aguascalientes del estado de Zacatecas.

A pesar de la defensa del gobierno central en apoyar al ejército, esto no les aseguraba ni el futuro de los soldados ni les garantizaba una posición de estabilidad. Esto hacía que la tropa fuera susceptible de apoyar a cualquier general o caudillo que buscara levantarse contra el gobierno para derrocarlo, ya que de esta manera podrían obtener un medio de subsistencia con un empleo asegurado.

Dentro de la ideología conservadora, tanto la Iglesia como el ejército eran considerados figuras que debían permanecer para asegurar el futuro del país, ya que se consideraban representantes de los intereses nacionales. Por ello, se permitió que estuvieran fuera del orden civil y se los convirtió en un agente desestabilizador para establecer un orden constitucional.

Todos estos factores contribuyeron a que el ejército se convirtiera en un organismo ineficiente que solo actuaba en función de sus propios intereses. Esta crisis se evidenció con la Guerra de Texas de 1835 y la invasión francesa a Veracruz en 1838, donde las fuerzas mexicanas fueron derrotadas. Estos eventos proporcionaron argumentos a los liberales sobre la necesidad de reformar y modernizar el ejército. Buscaban formar una fuerza de 32 mil hombres reclutados por sorteo, con solo 12 generales de división y 24 de brigada bajo control de la capital.

Sin embargo, estos cambios no se implementaron hasta los inicios de la invasión estadounidense, cuando el vicepresidente Valentín Gómez Farías decretó en 1846 la creación de la Guardia Nacional. Esta Guardia Nacional serviría como unidades estatales encargadas de respaldar al desprestigiado ejército. Se convirtieron en agentes importantes para enfrentar a los invasores y, a pesar de la derrota, contribuyeron a reconstruir las relaciones entre los estados y a promover la unidad nacional.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. La difícil génesis del ejercito liberal, del libro Historia de los ejércitos mexicanos.

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Imagen:

 – Izquierda: Richard Knötel. Militares mexicanos hacia 1826, 1890.

 – Derecha: Frederic Remington. Tropas mexicanas en Sonora, 8 de agosto de 1886.

La construcción de la “democracia” porfirista.

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La consolidación del modelo republicano liberal se logró gracias al liderazgo de Benito Juárez, quien lo defendió de los esfuerzos conservadores por derribarlo. Sin embargo, es importante destacar que en aquel momento no existía una cultura democrática sólida en el país, lo que dio lugar a la construcción de la figura presidencial como si fuera soberana.

Tras la derrota francesa, Juárez continuó presentándose a las elecciones. Su prestigio acumulado le permitía mantenerse en el poder, lo cual generaba molestias en otros sectores del liberalismo que esperaban su oportunidad para ascender. Por ejemplo, Porfirio Díaz representaba a las fuerzas militares y se levantó en armas al perder las elecciones, utilizando la democracia como pretexto.

La muerte fue el único evento que pudo separar a Juárez del poder, y fue entonces cuando ascendió Sebastián Lerdo de Tejada, quien era juez de la Suprema Corte. Sin embargo, Lerdo también sucumbió a las tentaciones del poder y se presentó a la reelección en 1876. En esta ocasión, Díaz aprovechó la división dentro del grupo juarista y la oposición a la presidencia de Lerdo para obtener los apoyos necesarios y triunfar con el Plan de Tuxtepec, colocándose en la presidencia bajo la causa antirreeleccionista.

A diferencia del resto de los liberales, Díaz era considerado moderado, lo que le permitió obtener numerosos apoyos en diversos sectores de la sociedad mexicana, incluidos los grupos conservadores. Estos últimos encontraron un respiro del acoso durante el periodo juarista y, sobre todo, durante el gobierno de Lerdo, lo que les permitió llegar a acuerdos donde, a cambio de garantizar la gobernabilidad del régimen, se pasaba por alto la aplicación estricta de las leyes radicales de la Constitución de 1857.

El éxito en la consolidación de un sistema centralizado en torno a su liderazgo hizo que Díaz se encariñara con el poder. Sin embargo, aún no podía despojarse por completo de los ideales que lo habían llevado a la presidencia, como el antirreeleccionismo promovido en el Plan de Tuxtepec. Por lo tanto, por «congruencia», decidió no presentarse en las elecciones de 1880. No obstante, buscaba una manera de mantener el poder sin ostentarlo directamente. Para lograr esto, utilizó su círculo de amistades para elegir a su sucesor. Este perfil correspondió al general Manuel González, quien había sido un antiguo conservador bajo el mando de José María Cobos y Leonardo Márquez durante la Guerra de Reforma, pero que se acogió al indulto de Juárez ofrecido para enfrentar a los franceses.

Durante la guerra de intervención, González, quien era coronel, estuvo subordinado a las órdenes del general Díaz, a pesar de que paradójicamente se habían enfrentado en la Guerra de Reforma en los territorios del Estado de México, Puebla y Oaxaca. González fue uno de los hombres de confianza de Díaz durante los enfrentamientos contra los franceses, especialmente en las batallas de Miahuatlán y la del 2 de abril en Puebla, donde su participación fue determinante y perdió un brazo.

Durante los desafíos de Díaz hacia el gobierno de la República Restaurada, González fue uno de sus aliados en la lucha. Sin embargo, ante el fracaso del Plan de La Noria, se acogió al indulto y se retiró a su natal Matamoros. A pesar de esto, no perdió el contacto con Díaz y durante la rebelión de Tuxtepec, le permitió tener una sólida red de apoyos entre los empresarios tamaulipecos y regiomontanos, además de contar con el abastecimiento de la frontera.

A pesar del fracaso inicial de Díaz en el noreste, cambió sus planes y decidió dirigirse al sur para encabezar la rebelión, dejando a González a cargo del norte, siguiendo una estrategia de pinza. Las fuerzas de González destacaron al derrotar a las tropas lerdistas en batallas como la de Tecoac, asegurando el triunfo de Díaz y comprometiéndose aún más en recompensarlo.

Una vez en el poder, Díaz nombró a González como gobernador de Michoacán en 1877 y lo ascendió al rango de general de División. Posteriormente, lo designó como ministro de Guerra en 1879 y le encomendó la jefatura de Operaciones del Ejército de Occidente. Esta posición lo hizo responsable de los territorios que se extendían desde Guanajuato hasta Baja California y con la tarea de combatir la rebelión de los seguidores del fallecido Manuel Lozada en Tepic.

El distanciamiento de las luchas en la capital llevó a Díaz a confiar en González, lo que le permitió considerarlo como su sucesor. A pesar de haber comenzado en bandos opuestos, su cercanía se fortaleció durante la intervención, cuando Díaz apadrinó al hijo de González, convirtiéndose en compadres. Sin embargo, lo que realmente contribuyó a que González fuera elegido como sucesor fue su habilidad para manejar los intereses tanto de los caciques como de los caudillos militares, lo que lo convertía en una garantía para la continuación del nuevo orden nacional.

Para poder gobernar, Díaz había tejido una red de intereses entre caudillos y caciques del país, construyendo un equilibrio mediante su intervención. De esta manera, el ejército respetaba la autonomía de los municipios y escuchaba las peticiones de los pueblos, lo que contribuyó a alcanzar la estabilidad en términos de paz y orden. Este enfoque comenzó a dar resultados positivos al impulsar el crecimiento económico del país.

Las generaciones de aquellos años veían con buenos ojos y consideraban necesaria la perpetuación del proyecto porfirista, ya que su enfoque moderado atendía las necesidades de todos los sectores sociales. Sin embargo, esto implicaba un golpe serio a la cultura democrática, que estaba dispuesta a ser sacrificada en nombre del orden y el progreso. Tanto los poderes regionales, el ejército y la sociedad civil habían buscado sin éxito alcanzar esta estabilidad después de la independencia.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Silvestre Villegas Revueltas. Un acuerdo entre caciques: La elección presidencial de Manuel Gonzales (1880), de la revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea no. 25.

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Imagen: «Cedacito nuevo ¿dónde te pondré?», caricatura de la revista El Padre Cobos, octubre de 1880. 

Las gavillas conservadoras frente al gobierno de Juárez.

Con la derrota de los conservadores en la Guerra de Reforma, la lucha estaba lejos de terminar, ya que sus líderes quedaron dispersados y fuera de control, buscando oportunidades para derrotar a los liberales. Personajes como el «presidente» Félix María Zuloaga, Leonardo Márquez, Tomás Mejía, José María Cobos, Juan Vicario, Lindoro Cagiga y Manuel Lozada fueron catalogados como criminales.

Sin embargo, durante 1861 y como consecuencia de la degradación de las relaciones exteriores con las potencias europeas debido a la suspensión del pago de la deuda, Benito Juárez se vio obligado a ofrecer amnistía a los caudillos conservadores. Esto se hizo tanto para sumarlos a la defensa frente a una inminente invasión como para evitar que se unieran a los enemigos.

La única excepción a esta regla fue Márquez, quien, debido a las atroces matanzas que llevó a cabo durante la guerra y sobre todo por ser el ejecutor de destacados liberales como Melchor Ocampo, Santos Degollado y Leandro Valle, no recibió el perdón.

Con el avance de la crisis y la revelación de Francia como el verdadero enemigo, las defensas republicanas tuvieron que prepararse tanto para enfrentar a los franceses como para repeler los ataques de la banda de Márquez, la cual los atacaba sin mucho éxito, pero representaba un desvío de tropas para enfrentarlo.

Al ingresar los franceses a Orizaba, se enfrentaron a una visión poco alentadora tanto de los refuerzos conservadores como de las tropas de leva de los republicanos. Las carencias eran evidentes, desde la falta de armamento adecuado hasta la ausencia de uniformes. Según sus testimonios, muchos soldados mexicanos prácticamente andaban en harapos, lo que provocaba que, a su paso, algunos desertaran para unirse a las filas francesas en busca de paga o incluso comida.

En cuanto a la seguridad de los caminos, estaban prácticamente a merced de bandoleros que subsistían mediante asaltos a los transeúntes. Según sus descripciones, era común que los viajeros de México a Veracruz llegaran prácticamente desnudos a su destino, ya que las diligencias eran asaltadas hasta seis veces en el trayecto. Se señalaba a los indígenas como los principales perpetradores, y se mencionaba que esta situación había comenzado hacía pocos años.

Se ha argumentado que la implementación de la Ley Lerdo desde 1856, que despojó a la Iglesia de sus propiedades y desamortizó las tierras de las comunidades indígenas, fue la responsable del aumento de la delincuencia. La pérdida de tierras, la falta de medios de vida estables y los efectos de la guerra crearon el entorno propicio para el incremento del bandolerismo, apoyado por autoridades corruptas que permitían la impunidad de los crímenes.

Este clima de crimen en el contexto mexicano no era generalizado, ya que se inscribía dentro de la categoría de «bandolerismo social». Estos grupos se dedicaban a asaltar y atacar a personas adineradas, pero mantenían códigos que les impedían atacar a los campesinos, de quienes formaban parte. Así, fueron vistos como una suerte de justicieros que distribuían el botín entre los más necesitados. La ruina económica que vivió el país durante la primera mitad del siglo XIX alentó este tipo de prácticas. Dado un gobierno débil y quebrado por la inestabilidad política, resultaba imposible invertir en seguridad e infraestructura básica como los caminos, convirtiendo los viajes a lo largo del país en un verdadero riesgo para quienes necesitaban trasladarse de una ciudad a otra.

Ante este panorama anárquico, las comunidades se veían obligadas a unirse para repeler el despojo de los latifundistas o para intentar superar la desigualdad de siglos. Este fue el momento en el que surgieron movimientos agraristas para defender la vida comunal, como lo evidencian los movimientos conocidos como «guerras de castas», donde los indígenas se rebelaban contra el orden criollo, como en el caso maya o el de Manuel Lozada en Nayarit.

Occidente fue una región donde las agrupaciones reaccionarias tuvieron una mayor proliferación de movimientos populares conservadores. En este contexto, los caudillos ofrecían al campesinado una forma de defenderse de los abusos de un gobierno que no podía resolver sus problemas ni enfrentarlos, destacando el movimiento de Lozada, quien logró construir una «república campesina» que intentaba pactar tanto con el gobierno de Juárez como con el Segundo Imperio. Este movimiento no fue simplemente una revuelta campesina más, sino que contaba con el respaldo de los caudillos conservadores, quienes veían en él una oportunidad para mantener viva la lucha. Además, recibía apoyo de la burguesía de Tepic, como la familia García Vargas, los hermanos Rivas y la firma inglesa Barron Forbes.

Todo comenzó con una disputa de las comunidades indígenas del pueblo de San Luis contra la hacienda La Mojarra, acusada de haberles despojado de sus tierras en los últimos años de la colonia. El enfrentamiento se desató cuando Lozada, con armas en mano, exigió la devolución de las tierras al juzgado. Otras comunidades del cantón de Tepic y el sur de Jalisco se sumaron al conflicto, y en el contexto de la Guerra de Reforma, recibieron el apoyo de la Iglesia.

La adhesión de Lozada al conservadurismo era natural. Mientras los liberales contaban con el respaldo de los hacendados que se beneficiaban de las nuevas condiciones de tenencia de la tierra, él estaba del lado de las comunidades que luchaban por su supervivencia. Para él, era fundamental preservar el orden campesino que hasta entonces se mantenía, y la Iglesia representaba un símbolo de esa preservación. Lozada fue uno de los generales que se acogió al indulto de Juárez en 1862, pero como el gobierno de Jalisco no cumplió con lo pactado, los lozadistas tomaron Tepic y Santiago Ixcuintla, declarando su adhesión al imperio. Los franceses les garantizarían el financiamiento de su ejército.

La lucha de Lozada tenía implicaciones más amplias, como el intento de las élites de Tepic de separarse políticamente del estado de Jalisco. La rebelión agrarista cimentó las condiciones para lograr la autonomía al convertir a Tepic en un «distrito militar» dependiente del gobierno federal. A pesar de haber combatido del lado de los conservadores y el imperio, la fuerza que lograron hizo que, años después de su ejecución en 1873, el gobierno de Juárez tuviera que respetar los pactos.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Gerardo Palomo Gonzales. Gavillas de bandoleros, “Bandas conservadoras” y Guerra de Intervención francesa (1863), de la revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de Mexico no. 23.

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Imagen: S/D. Guerrilleros mexicanos, 1872.

La primera etapa del nacionalismo mexicano.

La independencia mexicana no llegó de la mano de la insurgencia de Miguel Hidalgo o José María Morelos, sino a través de la defensa realista. Esta defensa observó cómo el orden liberal impuesto por el golpe del General Del Riego reinstauró la Constitución de Cádiz, afectando a los grandes potentados. Estos decidieron apostar por la separación de la monarquía española, apoyándose en el mismo ejército realista. Es relevante destacar que gran parte de la primera generación de la clase política mexicana provino de los mandos criollos del ejército realista, entre ellos Agustín de Iturbide, Anastasio Bustamante, Manuel Gómez Pedraza, Antonio López de Santa Anna, Joaquín Herrera, entre otros. Durante su juventud, lucharon contra los insurgentes, una situación similar a la vivida en países como Perú, donde los militares criollos dictaron la vida política de la nación. En cambio, en otros países hispanoamericanos como Venezuela o Argentina, fueron los grandes caudillos quienes formaron el gobierno.

Para asegurar la supervivencia del joven país, el gobierno tuvo que valerse del ejército virreinal, transformado ya en un ejército nacional, para garantizar la cohesión de la nación. Es importante recordar cómo se heredó un territorio gigantesco, conformado por regiones que desarrollaron identidades propias durante la etapa colonial, sin una fuerte conexión con la capital del reino. Lo único que tenían en común era la lealtad a la figura del rey de España. Por esta razón, territorios que disfrutaron de gran autonomía, como la Capitanía de Guatemala, lograron su separación, mientras que otros, como Yucatán, siempre mantuvieron una posición amenazante en cuanto a su independencia.

Fue necesario que el gobierno mexicano confiara en el ejército como su principal cuerpo ejecutivo para poner fin a estos movimientos autonomistas. La nación fue dividida en 17 comandancias generales, cada una controlando un estado (posteriormente aumentó a 21), las cuales acaparaban hasta el 80% de los ingresos recaudados por impuestos y gozaban de autonomía con respecto a los gobiernos locales, teniendo solo al presidente de la república como su superior.

Prácticamente, el país fue dividido en verdaderos feudos militares, donde cada caudillo insurgente o realista le fue concedido un territorio para controlar a su voluntad, lo que siempre representó una amenaza para los gobiernos estatales que lucharon por no sucumbir ante los caprichos de los caudillos. Debido a que cada caudillo mantenía recelos hacia cualquiera que amenazara su poder regional, se creó una situación de inestabilidad política constante. Esta anarquía llevó a la falta de rumbo de la nación, ya que ni liberales, conservadores, radicales ni moderados tenían tiempo suficiente para gobernar, lo que empeoró la caótica situación del país.

En la sociedad, al no haber tenido precedentes de su integración en la toma de decisiones, hizo que se internalizara la idea de la llegada del «elegido por la Providencia» que solucionaría todos los problemas y encaminaría al país hacia la paz y el progreso. Se consideró establecer un modelo monárquico de los conservadores, que esperaban traer a un príncipe europeo o establecer una dictadura, donde la figura de Santa Anna con su carisma natural sería recurrente en todas las facciones políticas. Sin embargo, la presencia de Santa Anna en la política solo ayudó a perpetuar el fracaso de un sistema que no lograba consolidarse. La presencia de su círculo de funcionarios, caracterizado por la presencia de personas ignorantes o corruptas, contribuyó a mantener el ambiente anárquico en México.

Esta situación solo se superó como resultado del fracaso en la defensa ante la invasión estadounidense de 1846, que puso de manifiesto las deficiencias del ejército virreinal convertido en republicano. La nueva generación de mexicanos comenzó a escalar posiciones en el gobierno para reemplazar al antiguo ejército realista. Los presidentes de esa generación, como Joaquín Herrera y Mariano Arista, intentaron integrar a los liberales moderados para rebajar la creciente animosidad entre ambos bandos, pero ya era demasiado tarde. La lucha estaba pactada de antemano: la población civil exigía mayor participación en la política, mientras el ejército y la Iglesia querían conservar su sistema de prebendas y privilegios. Esta lucha definiría el rumbo de México en el mundo.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: David Brading. Los orígenes del nacionalismo mexicano.

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Imagen:

– Izquierda: S/D. Paisaje rocoso de Mexico, 1818.

– Derecha: F. Flores. Alegoría de Miguel Hidalgo

El sitio de Puebla.

Para marzo de 1863, la ofensiva francesa liderada por Federico Forey estaba lista para eliminar la vergüenza de la derrota del 5 de mayo del año anterior y tomar la capital poblana. La ciudad estaba bajo el mando de Jesús González Ortega, quien ordenó fortificarla para repeler a los invasores y repetir la hazaña de Zaragoza. El 16 de marzo, los franceses iniciaron la maniobra para rodear la ciudad, mientras Forey estableció su cuartel en el Cerro de San Juan, ubicado a 2 km del Fuerte de San Javier. Este último se consideró el objetivo principal, pensando que era el corazón defensivo de la ciudad, una suposición que demostraría ser errónea con el tiempo.

Hacia mediados de abril, al darse cuenta de que la caballería sería inútil para los sitiados, González Ortega ordenó su salida y puso a Tomás O’Horan a cargo. Lograron romper el cerco francés, con la intención de unirse a las fuerzas de Ignacio Comonfort y, cuando llegara la oportunidad, romper el asedio. En respuesta, Forey ordenó cavar trincheras alrededor de la ciudad para aumentar la efectividad del cerco.

Tanto los mexicanos como la artillería francesa descubrieron la eficacia de la arquitectura conventual como fortalezas. Los bombardeos realizados por los franceses tuvieron poco efecto para amedrentar las posiciones del sitio, y, por el contrario, aumentaron el ánimo de los sitiados para ganar la batalla. A partir del 29 de marzo, iniciaron los ataques sobre San Javier, logrando entrar en la fortaleza al día siguiente. Sin embargo, pronto descubrieron la inutilidad de tomar los fuertes, ya que al ingresar desde allí a la ciudad, se enfrentaban a las defensas mexicanas que habían adoptado la estrategia de guerrilla urbana. Los franceses se desgastaban al tener que librar batalla casa por casa y manzana por manzana.

Las semanas pasaron y los franceses no lograban completar la misión, por lo que el fantasma de otro 5 de mayo estaba aún presente. Ante esta situación, Forey intentó negociar la entrega de la ciudad con González Ortega, pero este se negó, confiado tanto por la cercanía de la temporada de lluvias como por contar con el respaldo de las fuerzas de Comonfort.

Con el tiempo en su contra, Forey encontró una oportunidad al norte de la ciudad. La División del Centro de Comonfort se había establecido en San Lorenzo Almecatla con la intención de romper el sitio y llevar víveres a los sitiados. Sin embargo, una serie de descuidos tácticos permitieron que Forey aprovechara la situación, infligiendo una dura derrota el 8 de mayo con un gran número de bajas para el frente mexicano y obligando a las tropas de Comonfort a dispersarse.

Al entrevistarse con los prisioneros y observar el cargamento de los mexicanos, Forey se dio cuenta de que la situación de la ciudad no era favorable. Para hacerla caer, bastaba con fortalecer el cerco e impedir cualquier entrada del exterior, forzándolos a rendirse por hambre. Aunque esto no resultaba muy honorable, evitaría un consumo de recursos por parte de los franceses y, sobre todo, sería un golpe a la moral de los mexicanos. Dentro de la ciudad, al enterarse de la derrota en San Lorenzo, varios militares mexicanos le propusieron a González Ortega abandonar la ciudad. Aunque se negó inicialmente, la realidad era que no estaban en condiciones de continuar la resistencia.

Para el 15 de mayo, las condiciones de la defensa eran graves, ya que el parque estaba a punto de agotarse y no había señales de que el gobierno estuviera organizando una fuerza para romper el sitio. Al día siguiente, González Ortega envió un enviado a Forey para explorar la posibilidad de capitular, pero este rechazó la opción y les comunicó que la única forma de poner fin a esto era mediante la rendición. González Ortega aceptó las condiciones de los franceses, pero no sin antes ordenar la destrucción de lo que quedaba de su armamento y la quema de las banderas para evitar que fueran utilizadas como trofeos de guerra. También dispuso dispersar las tropas, dejando solo a él, su cuerpo de generales, jefes y oficiales para entregarse como prisioneros cuando las tropas francesas entraran el día 17.

La actitud de los prisioneros causó admiración entre los invasores, ya que rompieron sus espadas para evitar entregárselas y rechazaron la oferta de libertad que se les hizo, la cual requería que firmaran un documento comprometiéndose, bajo palabra de honor, a no volver a tomar las armas ni participar en la resistencia. Ante esto, los prisioneros fueron enviados a Francia, donde varios lograron escapar en el camino a Veracruz.

Así, el 19 de mayo, Puebla estuvo en condiciones de recibir la ocupación de las tropas de Forey y, poco tiempo después, el 10 de junio, lograron entrar en la Ciudad de México sin resistencia. Benito Juárez era consciente de no tener los recursos necesarios para evitar la ocupación, por lo que apostó por hacerles la guerra en todo el país. El 31 de mayo, el Congreso cerró sesiones e inició el proceso para trasladar el gobierno hacia el norte.

A pesar de que las grandes ciudades fueron ocupadas sin mucho esfuerzo, los franceses y los conservadores cayeron en la trampa. Ahora, tenían que estar a la defensiva para proteger sus avances, lo que resultaría en un mayor gasto de recursos. Además, crecía el descontento de los conservadores por la conformación de un orden imperial y liberal que reafirmaba las acciones de Juárez. Mientras tanto, los mexicanos, a diferencia de la invasión estadounidense, ya contaban con un sentimiento patrio y una conciencia nacional. Esto permitió mantener la guerra de guerrillas, que eventualmente saldría victoriosa en 1867.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Macias Guzmán. El gran sitio de 1863. La verdadera batalla de Puebla, del libro El Sitio de Puebla. 150 Aniversario.

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Imagen: Jean-Adolphe Beaucé. El General Bazaine ataca el fuerte de San Javier durante el sitio de Puebla, 29 de marzo de 1863, 1867.


Los yorkinos contra los resultados de las elecciones de 1828

La maquinaria del bando yorkino para refutar las elecciones de 1828, donde el «imparcial» Manuel Gómez Pedraza derrotó al caudillo Vicente Guerrero con un resultado muy ajustado, se estaba movilizando. Esto se lograba mediante el trabajo político de los legisladores, donde, durante las discusiones, el legislador yucateco José María Alpuche e Infante pondría en duda la capacidad de las legislaturas estatales para seleccionar al elector que emitiría el voto por el presidente.

Así, los yorkinos esperaban que los gobiernos de los estados anularan los votos de sus congresos para «calificar» la elección. La prensa a favor de Pedraza empezaría a publicar las artimañas que estaban ejecutando los partidarios de Guerrero para deshacer las elecciones y lograr que él asumiera la presidencia. Para aumentar la presión sobre la elección, al bando yorkino se unió una de las figuras políticas más importantes que estaban empezando a dejar su presencia en el país: Antonio López de Santa Anna. Santa Anna tenía pleito declarado tanto con el presidente Guadalupe Victoria como con el mismo Pedraza, quienes lo habían amedrentado en su posición como vicegobernador como parte de la lucha política.

Antes de las elecciones, Santa Anna fue destituido de su cargo, pero su posición dentro del ejército le permitió sublevarse con algunos seguidores. Desde Perote, lanzó una proclama donde desconoció la elección de Pedraza debido a las irregularidades señaladas por los yorkinos. En su comunicado, reiteró su respeto a la Constitución de 1824 y anunció que no dejaría las armas hasta que sus demandas fueran cumplidas.

El gobierno declaró a Santa Anna fuera de la ley, junto con todos sus seguidores, y envió al general Manuel Rincón para combatirlo. Sin embargo, Rincón no pudo darle alcance a Santa Anna, quien logró escapar hacia Oaxaca, una de las plazas reclamadas por los yorkinos. Santa Anna esperaba tomar la capital desde allí y así iniciar la rebelión. Sin embargo, Rincón contaba con suficientes apoyos locales para resistir, lo que impidió que Santa Anna lograra su cometido.

A pesar de ello, la presencia de Santa Anna permitió que otros caudillos se levantaran en armas tanto en Oaxaca como en otros estados de la república. La propaganda impulsada por los yorkinos, dirigida por Lorenzo de Zavala, aumentó el descontento popular, calificando la situación como un fraude electoral.

Hacia finales de noviembre, la situación se estaba saliendo de control, y ni Victoria ni los pedracistas lograban contener los llamamientos de los yorkinos. Estos difundieron rumores donde señalaban la actitud tiránica con la que se había manejado a lo largo de su carrera militar, además de acusarlo de mostrar actitudes «antipatrióticas» al perseguir a los integrantes del gobierno del bando yorkino. También lo acusaron por las acciones cometidas en Oaxaca. Zavala, justificando con sus artículos la legitimidad de la rebelión popular, respaldó estas acusaciones.

La situación en Oaxaca ya era lo bastante conflictiva. Durante el proceso electoral, ambos bandos adquirieron motes bastante curiosos con un trasfondo derivado de los grupos que apoyaron a los insurgentes y a los realistas. Los federalistas serían conocidos como los «vinagres» y los imparciales como los «aceites», ya que detrás de estos últimos estaba la comunidad española. Se llegaron a pelear a tiros, siendo finalmente puestos en orden por el gobernador, lo que se convirtió en el punto de partida para acusarlo de represión.

Otro punto caliente fue Veracruz, ya que previamente muchos de sus diputados pasaron a apoyar la rebelión de Nicolás Bravo, respaldado por la logia escocesa conservadora. La derrota de Bravo lo sacaría a él y a los escoceses de las elecciones. Esto provocó que los diputados fueran el blanco de los ataques de los yorkinos, acusándolos de anticonstitucionales y argumentando que apoyaban la candidatura de Pedraza. Esta situación se considera una de las supuestas causas del inicio de la rebelión de Perote.

Los yorkinos intentaron deslegitimar las elecciones legislativas veracruzanas al calificarlas como «indignas». Argumentaron que los diputados estaban apoyando a Pedraza, sugiriendo incluso que la contrainsurgencia realista que aún persistía en el estado había presionado para que votaran por Pedraza. Cuando se anunció la victoria de los imparciales, los yorkinos radicales comenzaron a difundir duros cuestionamientos sobre la fiabilidad de los resultados. Alegaron que el estado de Durango, que había manifestado simpatías hacia Guerrero, había votado a favor del bando pedracista. Además, con respecto a Oaxaca, argumentaron que al no haber tenido una votación «constitucional», no se les debería tomar en cuenta. Con estos reclamos, esperaban al menos anular una legislatura para que la votación quedara en empate y la elección quedara en manos de los diputados, donde había una mayoría yorkina.

La negativa del gobierno de Victoria y de los imparciales a ceder ante los caprichos de los yorkinos provocó que los levantamientos surgieran en numerosos puntos del país, haciendo que la situación se tornara caótica debido al creciente clima de polarización generalizada. Los caudillos yorkinos empezaron a ganar posiciones, y todo culminó con la conspiración organizada por Zavala.

Zavala incentivó a algunos mandos militares a tomar un depósito de armas en la Ciudad de México llamado «La Acordada» para abastecer la rebelión. Armados, varios grupos populares de la capital intentaron tomar los edificios del gobierno para darle la presidencia a Guerrero, lo que resultó en varias trifulcas en la ciudad que terminaron con la destrucción del Parían. Con la presión encima, el Congreso no tuvo otra opción que anular la victoria de Pedraza el 5 de diciembre, permitiendo que Guerrero asumiera la presidencia y Anastasio Bustamante el puesto de vicepresidente. Este acontecimiento marcó el inicio de una situación de inestabilidad que hizo imposible lograr el progreso del país durante buena parte del siglo XIX.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ana Romero Valderrama. Una controversia en la elección presidencial de 1828: los atributos de las legislaturas ¿seleccionar o designar? Del libro Las elecciones y el gobierno representativo en México (1810-1910).

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Imagen: Theubet de Beauchamp. Generales mexicanos al frente de sus hombres, 1830.

Los problemas para la creación de un estado para Cuernavaca y Cuautla.

Los intentos para constituir una nueva entidad en los territorios sureños del Estado de México habían resultado infructuosos tanto por la resistencia de las autoridades mexiquenses como por la cada vez más estridente lucha entre liberales y conservadores. En este conflicto, los liberales, impulsados por el liderazgo de Juan Álvarez, pensaron en la posibilidad de anexar Cuernavaca y Cuautla a Guerrero. Mientras tanto, el sector conservador, representado por los hacendados, vio como alternativa para defender sus intereses la conformación de un nuevo estado.

Tanto en estos distritos como en la región norte de Guerrero existía una resistencia conservadora contra el poder de Álvarez, la cual fue encabezada por el general Juan Vicario y que combatió a los liberales en la Guerra de Reforma. Él proponía la creación del llamado territorio de Iturbide, que abarcaba los distritos de Cuernavaca y Cuautla, así como el distrito de Taxco perteneciente a Guerrero. Esta propuesta intentaría llevarse a cabo primero bajo el gobierno de Miguel Miramón y sobreviviría hasta el imperio de Maximiliano.

Su denominación jurídica estaba poco definida, primero porque fue definido como un «territorio» que debía ser administrado directamente desde el gobierno central y en lo judicial por la Suprema Corte. Solo durante el gobierno imperial sería considerado como un departamento. Esta opción para su constitución política se debía a que los conservadores tenían la idea de dividir al país en demarcaciones pequeñas y fáciles de gobernar.

Esta propuesta territorial nunca se llegaría a concretar, ya que los diferentes pueblos que la componían cambiaban de manos a lo largo del transcurso de la guerra y las leyes conservadoras solo se ejecutaban en los territorios ocupados. Por lo tanto, la soberanía mexiquense y sus leyes siguieron imperando. De forma unilateral, Vicario llama a la erección del territorio de Iturbide con capital en Cuernavaca en enero de 1858 con el reconocimiento del presidente interino Félix María Zuloaga.

Con el tiempo, los conservadores iban por más para castigar al Estado de México. En abril de 1859, Miramón decreta su fragmentación en los departamentos de Toluca, Tula y Valle de México, sumando a los territorios a Tulancingo junto con Iturbide.

Los liberales no ignoraron las dificultades que implicaba el efectivo control político para gobernar desde Toluca, pero decidieron intervenir en el asunto una vez que triunfaran sobre los conservadores y se hubiera restablecido el orden de la Constitución de 1857. A este problema se sumaría la inseguridad, ya que proliferaron las gavillas de bandidos conocidos como los «plateados».

Fue así como el gobierno juarista decidió que fuera la propia administración mexiquense la que reordenara su situación interna, ya que el gobierno federal estaba más preocupado por resolver los crecientes problemas externos. El 31 de julio de 1861 se expidió una nueva constitución estatal que dividía al estado en 27 distritos, de los cuales 5 abarcarían la extensión actual del territorio morelense y quedarían elevados como cabezas Cuernavaca, Morelos (con capital en Cuautla), Jonacatepec, Tetacala y Yautepec. La finalidad de ello era que más territorios estuviesen dirigidos por los llamados jefes políticos y, con ello, se incrementaran los territorios con un mayor control efectivo. Además, tendrían la oportunidad de contar con legisladores que los representasen en el congreso.

Estas medidas políticas, que incluyeron elevar al rango de villas a las cabeceras de partido, no fueron suficientes para contener a las gavillas de plateados. La situación se agravó con la invasión francesa, que provocó continuos «estados de sitio», llevando al gobierno estatal a declarar la movilidad de la capitalidad sobre cualquier población donde se encontrara el gobierno.

Estas medidas, junto con la creciente inseguridad en los caminos, llevaron a los hacendados a resucitar la idea de la necesidad de constituir un nuevo estado, ante la incapacidad de movilizarse hacia donde se encontraba la capital. El gobernador Francisco Ortiz de Zárate respondió con un decreto donde dividía al estado en 11 cantones militares, asignando a Cuernavaca y Morelos los números 10 y 11. Sin embargo, Juárez propuso otra alternativa de organización territorial al dividir al estado en tres distritos militares: Actopan, Toluca y Cuernavaca. Esta medida fue atacada por los legisladores del estado, argumentando que violaba la soberanía estatal. En respuesta, se les señaló que la acción se tomaba tanto por la necesidad mayor de atender la invasión como por la crítica a su poca efectividad para gobernar un territorio tan extenso. Se puso como ejemplo a Cuautla, que estaba en manos de la delincuencia.

La propuesta juarista sería la base con la que se empezaría a fraguar el nacimiento del estado de Morelos, pero esta se mantuvo muy endeble desde su declaración en 1862 hasta 1869. Durante este periodo, tuvieron tres gobernadores que dirigieron como pudieron el proyecto republicano: Agustín Cruz Manjarrez, Francisco Gerardo Gómez y Francisco Leyva. Este último ganaría relevancia al ser el principal sostén político de los republicanos en la región, iniciando la resistencia ante la entrada de las tropas francesas en junio de 1863 mediante un retiro de sus fuerzas hacia las montañas de Guerrero para organizar la logística de la defensa y el contrataque.

Mientras quienes se quedaron con los franceses, como algunos hacendados, celebraron su presencia al verlos como una posible solución para enfrentar a las gavillas, estar en estado de guerra llevó tanto a las tropas imperialistas como a las republicanas a recurrir a la rapiña como modo de sostenerse, y las haciendas fueron el blanco para poder obtener recursos.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Carlos Barreto Zamudio. Rebeldes y bandoleros en el Morelos del siglo XIX (1856-1876).

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Imagen: 

  • Izquierda: S/D. Retrato de Francisco Leyva.
  • Derecha: Cruces y Campa. Retrato de Juan Vicario, 1870.

La debacle conservadora en la Guerra de Reforma.

La victoria liberal en la Batalla de Silao tuvo un impacto significativo que marcó una tendencia infranqueable en contra de los conservadores. Desde el gobierno de Juárez, se difundió la noticia del triunfo de Jesús González Ortega sobre el general Miguel Miramón. González Ortega aprovechó la oportunidad para presentar a los liberales como benévolos al liberar a los prisioneros capturados durante su campaña en el Bajío.

En el bando conservador, comenzó a surgir cierta inestabilidad con la reaparición pública del expresidente Félix María Zuloaga y la tensión generada por la disputa sobre la devolución de la investidura presidencial a Miramón por parte del presidente de la Suprema Corte, José Ignacio Pavón. Este movimiento dio lugar a la excusa perfecta para que la delegación británica retirara su reconocimiento al gobierno conservador.

A partir de ese momento, la estrategia de González Ortega se centraría en lograr la toma de Guadalajara, con el objetivo de dejar a los conservadores atrapados en la Ciudad de México y Puebla, preparándolos para el golpe final.

Miramón comenzaba a quedarse sin opciones; la mayoría de las grandes ciudades estaban en manos de los liberales, con excepción de Guadalajara, la Ciudad de México y Puebla. Esto se debía, en parte, al financiamiento que Juárez estaba recibiendo gracias al inicio de los procesos de desamortización y venta de propiedades de la Iglesia en los territorios donde tenían presencia. Además, contaba con el apoyo diplomático de Estados Unidos.

Miramón se vio obligado a tomar medidas extremas para sostener la guerra. A mediados de agosto, inició con el cambio de su gabinete y liberó a Leonardo Márquez para que apoyara al general Pedro Ogazón en el frente de Guadalajara. Sin embargo, lo que enfureció a sus aliados fue la imposición de cobros forzosos. Solicitó a los empresarios un impuesto de $300,000 pesos y a la Iglesia la donación de sus tesoros en oro y plata para amonedarlos.

Ninguna de estas medidas ayudaría a cambiar las tornas. Márquez, como señal de rebeldía, no se dirigiría al Occidente hasta octubre. Los empresarios se negaron a pagar este impuesto, llegando incluso a encarcelar a un par de ellos. Además, el arzobispado, horrorizado por el despojo, frenó la entrega de sus objetos litúrgicos en octubre.

Hubo un breve respiro para Miramón a principios de septiembre debido a un error que tambalearía la posición de Juárez a nivel internacional. El general Santos Degollado, desesperado por adquirir recursos para financiar la toma de Guadalajara, decidió confiscar una carga de plata con un valor de $1,127,414 pesos, de los cuales $400,000 pertenecían a capital británico. Esto provocó que la legación británica, junto con la francesa y la española, exigiera a Juárez la devolución del dinero, comprometiéndose a hacerlo el 24 de octubre, más un pago adicional en concepto de indemnización.

A pesar de este tropiezo, los $700,000 restantes fueron suficientes para comenzar el cerco sobre la capital tapatía. La primera acción fue el posicionamiento de las tropas liberales el 20 de septiembre de 1860 en el pueblo de San Pedro Tlaquepaque por parte de González Ortega. Al día siguiente, González Ortega escribió una carta al lugarteniente conservador, Severo Castillo, para tratar de convencerlo e intimidarlo para que rindiera la plaza sin necesidad de iniciar un derramamiento de sangre, aunque ya había algunos tiroteos en los alrededores. Esto llevó a que Castillo aceptara reunirse con González Ortega en la garita de Tlaquepaque para discutirlo. Puso como condición para la entrega la renuncia de Juárez y el inicio de un nuevo proceso electoral siguiendo las reglas de la Constitución de 1857, además de un proceso de reformas a la misma.

Al fracasar los intentos de González Ortega para la entrega pacífica de Guadalajara, el sitio inicia el 27 de septiembre con el corte del suministro de agua potable a la ciudad. Hasta el 1ro de octubre, la artillería comienza a devastarla, agotándose las pocas provisiones que tenían, lo que lleva a la población civil a retirarse sin ninguna posesión para salvarse de la batalla. A pesar de esta posición adversa, Castillo se niega a rendir la plaza y se encierra con sus 6,000 soldados, que poco a poco fueron disminuyendo. Estaba esperanzado en la llegada de los refuerzos de Márquez, quien parte junto con Tomás Mejía hasta el 10 de octubre, llevando a cabo una campaña relámpago donde recuperan Querétaro, León, Irapuato, Guanajuato y Lagos. En el bando liberal también empezaban a surgir problemas al enfermar González Ortega de «calenturas» que no lograban apaciguar, por lo que decide nombrar al joven general Ignacio Zaragoza como su reemplazo. Sería él quien tomaría las decisiones para contrarrestar la llegada de los refuerzos conservadores.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Will Fowler, La Guerra de Tres Años, el conflicto del que nació el estado laico, 1857-1861.

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https://www.arthii.com/la-guerra-de-reforma-a-mediados-de-1860/

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Imagen:

 – Izquierda: Anónimo. Garita de Tlaquepaque, mediados de siglo XIX.

 – Derecha: Anónimo. Retrato de Jesus Gonzales Ortega, ca. 1860.