El sitio de Puebla.

Para marzo de 1863, la ofensiva francesa liderada por Federico Forey estaba lista para eliminar la vergüenza de la derrota del 5 de mayo del año anterior y tomar la capital poblana. La ciudad estaba bajo el mando de Jesús González Ortega, quien ordenó fortificarla para repeler a los invasores y repetir la hazaña de Zaragoza. El 16 de marzo, los franceses iniciaron la maniobra para rodear la ciudad, mientras Forey estableció su cuartel en el Cerro de San Juan, ubicado a 2 km del Fuerte de San Javier. Este último se consideró el objetivo principal, pensando que era el corazón defensivo de la ciudad, una suposición que demostraría ser errónea con el tiempo.

Hacia mediados de abril, al darse cuenta de que la caballería sería inútil para los sitiados, González Ortega ordenó su salida y puso a Tomás O’Horan a cargo. Lograron romper el cerco francés, con la intención de unirse a las fuerzas de Ignacio Comonfort y, cuando llegara la oportunidad, romper el asedio. En respuesta, Forey ordenó cavar trincheras alrededor de la ciudad para aumentar la efectividad del cerco.

Tanto los mexicanos como la artillería francesa descubrieron la eficacia de la arquitectura conventual como fortalezas. Los bombardeos realizados por los franceses tuvieron poco efecto para amedrentar las posiciones del sitio, y, por el contrario, aumentaron el ánimo de los sitiados para ganar la batalla. A partir del 29 de marzo, iniciaron los ataques sobre San Javier, logrando entrar en la fortaleza al día siguiente. Sin embargo, pronto descubrieron la inutilidad de tomar los fuertes, ya que al ingresar desde allí a la ciudad, se enfrentaban a las defensas mexicanas que habían adoptado la estrategia de guerrilla urbana. Los franceses se desgastaban al tener que librar batalla casa por casa y manzana por manzana.

Las semanas pasaron y los franceses no lograban completar la misión, por lo que el fantasma de otro 5 de mayo estaba aún presente. Ante esta situación, Forey intentó negociar la entrega de la ciudad con González Ortega, pero este se negó, confiado tanto por la cercanía de la temporada de lluvias como por contar con el respaldo de las fuerzas de Comonfort.

Con el tiempo en su contra, Forey encontró una oportunidad al norte de la ciudad. La División del Centro de Comonfort se había establecido en San Lorenzo Almecatla con la intención de romper el sitio y llevar víveres a los sitiados. Sin embargo, una serie de descuidos tácticos permitieron que Forey aprovechara la situación, infligiendo una dura derrota el 8 de mayo con un gran número de bajas para el frente mexicano y obligando a las tropas de Comonfort a dispersarse.

Al entrevistarse con los prisioneros y observar el cargamento de los mexicanos, Forey se dio cuenta de que la situación de la ciudad no era favorable. Para hacerla caer, bastaba con fortalecer el cerco e impedir cualquier entrada del exterior, forzándolos a rendirse por hambre. Aunque esto no resultaba muy honorable, evitaría un consumo de recursos por parte de los franceses y, sobre todo, sería un golpe a la moral de los mexicanos. Dentro de la ciudad, al enterarse de la derrota en San Lorenzo, varios militares mexicanos le propusieron a González Ortega abandonar la ciudad. Aunque se negó inicialmente, la realidad era que no estaban en condiciones de continuar la resistencia.

Para el 15 de mayo, las condiciones de la defensa eran graves, ya que el parque estaba a punto de agotarse y no había señales de que el gobierno estuviera organizando una fuerza para romper el sitio. Al día siguiente, González Ortega envió un enviado a Forey para explorar la posibilidad de capitular, pero este rechazó la opción y les comunicó que la única forma de poner fin a esto era mediante la rendición. González Ortega aceptó las condiciones de los franceses, pero no sin antes ordenar la destrucción de lo que quedaba de su armamento y la quema de las banderas para evitar que fueran utilizadas como trofeos de guerra. También dispuso dispersar las tropas, dejando solo a él, su cuerpo de generales, jefes y oficiales para entregarse como prisioneros cuando las tropas francesas entraran el día 17.

La actitud de los prisioneros causó admiración entre los invasores, ya que rompieron sus espadas para evitar entregárselas y rechazaron la oferta de libertad que se les hizo, la cual requería que firmaran un documento comprometiéndose, bajo palabra de honor, a no volver a tomar las armas ni participar en la resistencia. Ante esto, los prisioneros fueron enviados a Francia, donde varios lograron escapar en el camino a Veracruz.

Así, el 19 de mayo, Puebla estuvo en condiciones de recibir la ocupación de las tropas de Forey y, poco tiempo después, el 10 de junio, lograron entrar en la Ciudad de México sin resistencia. Benito Juárez era consciente de no tener los recursos necesarios para evitar la ocupación, por lo que apostó por hacerles la guerra en todo el país. El 31 de mayo, el Congreso cerró sesiones e inició el proceso para trasladar el gobierno hacia el norte.

A pesar de que las grandes ciudades fueron ocupadas sin mucho esfuerzo, los franceses y los conservadores cayeron en la trampa. Ahora, tenían que estar a la defensiva para proteger sus avances, lo que resultaría en un mayor gasto de recursos. Además, crecía el descontento de los conservadores por la conformación de un orden imperial y liberal que reafirmaba las acciones de Juárez. Mientras tanto, los mexicanos, a diferencia de la invasión estadounidense, ya contaban con un sentimiento patrio y una conciencia nacional. Esto permitió mantener la guerra de guerrillas, que eventualmente saldría victoriosa en 1867.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Macias Guzmán. El gran sitio de 1863. La verdadera batalla de Puebla, del libro El Sitio de Puebla. 150 Aniversario.

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Imagen: Jean-Adolphe Beaucé. El General Bazaine ataca el fuerte de San Javier durante el sitio de Puebla, 29 de marzo de 1863, 1867.


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