Los grupos otomíes en México.

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Una de las familias lingüísticas con una amplia presencia en la zona mesoamericana ha sido la otomangue, que incluye grupos como los zapotecas, mixtecas, chiapanecas, los mangue de Centroamérica y los otomíes, quienes ocupan una distribución en el centro-occidente de México y conforman cuatro grupos muy relacionados. A lo largo de la historia, los pueblos otomianos fueron menospreciados por pueblos dominantes, como los nahuas, quienes los tacharon de «salvajes» o «montañeses». Esta carga negativa fue seguida por los españoles, lo que provocó que su historia fuera olvidada y contada principalmente por fuentes religiosas o los propios caciques.

Dentro de la familia otomiana, podemos dividirla en dos grupos: aquellos que mantuvieron el modo de vida nómada y seminómada de Aridoamérica, como los chichimeca-jonaz de Guanajuato y los pames; y aquellos que tienen sus raíces en la tradición mesoamericana, como los otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecas. Los otomíes son el grupo de mayor distribución, con marcadas diferencias regionales.

Debido a la falta de fuentes, el pasado mesoamericano otomí ha sido relegado por parte de los investigadores. Es común encontrar argumentos que atribuyen a este grupo el papel de grupo primigenio en el Centro de México o el de migrantes llegados durante el colapso teotihuacano. En todos estos enfoques, es evidente la carencia de trabajos que permitan comprender su participación en los desarrollos de la cultura preclásica, teotihuacana o tolteca.

Un aspecto fundamental para comprender su alcance es el estudio de los señoríos en el Valle de Toluca, especialmente en el noroccidente de la Cuenca de México. Se centra en Azcapotzalco, habitado por los tepanecas de filiación otomí, que fueron el reino principal desde Teotihuacan, durante el periodo tolteca y hasta su caída en manos de los mexicas. Fuera de estos dos casos (incluyendo el de Xilotepec y su papel en la conquista del Querétaro colonial), el resto de los pueblos otomianos carecen de las fuentes necesarias para trazar su historia antes de la llegada de la conquista, salvo por algunas referencias. Por lo tanto, es necesario recurrir a investigaciones arqueológicas y etnográficas en esas regiones para obtener más información.

El corazón de los grupos otomíes podría considerarse el Valle de Toluca, donde predominan los matlatzincas y mazahuas, seguidos por algunos pueblos otomíes y los ocuiltecas de Ocuilan y el sur del valle. Hacia el noroccidente se localiza el señorío de Xilotepec, de clara filiación otomí, descendiendo hacia Chiapan, donde convivían con comunidades nahuas, para llegar a la Sierra de las Cruces o Quauhtlalpan. Desde allí, bajaban hacia la Cuenca de México, pasando por Tlacopan, Azcapotzalco, Naucalpan y la zona serrana del occidente, como Cuajimalpa, para continuar hacia Coyoacán, conviviendo con pueblos nahuas y matlatzincas. Se tiene conocimiento de poblados otomíes hasta Xochimilco. Al norte de la cuenca, la presencia otomí sigue por Cuautitlán, Zumpango, Tizayuca, internándose hacia el actual estado de Hidalgo, donde tienen su segundo núcleo cultural: Meztitlan, un señorío que logró mantener su independencia frente a los mexicas.

A partir de Hidalgo, las comunidades otomíes continúan dispersándose hacia el noreste, y se tiene constancia de su presencia en la Huasteca en algunas poblaciones. Sin embargo, la zona nuclear fue la Sierra Norte de Puebla, en pueblos como Pahuatlán, donde convivían tanto con los nahuas como con los totonacos. Otro corredor otomí puede rastrearse desde el valle de Teotihuacán, siguiendo por los llanos de Calpulalpan para internarse en Tlaxcala, de mayoría nahua. Se establecieron al oriente del volcán La Malinche en pueblos como Huamantla, Ixtenco y Tecoac, erigiendo el señorío de Tliliuhquitepec al norte, aliado de los estados tlaxcaltecas. Hacia el Valle de Puebla, su presencia se fue diluyendo en unos pocos pueblos como San Salvador el Seco, Quecholac y Tepeaca, con algunas comunidades en Huejotzingo, Tecali y Cuauhtinchan. Su punto más meridional fue una estancia en Coxcatlán llamada Otontepetl.

Más al sur, en el estado de Guerrero, la población otomí experimentó una significativa disminución durante las primeras décadas de la conquista, generando incertidumbre, especialmente con la influencia de factores como los chontales y los cohuixcas. No obstante, a través de referencias etnohistóricas, conocemos la convivencia de comunidades nahuas, mazahuas y matlatzincas, como en Tepecoacuilco, Cocula, Teahuixtlan, entre otros lugares.

Hacia el occidente, la presencia de los grupos otomianos parece estar vinculada a las tensiones generadas por la expansión mexica hacia el Valle de Toluca. Esto condujo a la expulsión de otomíes, matlatzincas y mazahuas, quienes fueron acogidos por el reino de Michoacán para frenar el avance mexica, dando origen a los llamados pirindas. El núcleo principal de los pirindas estuvo en Indaparapeo y Tiripitio, extendiéndose hacia Charo, Huetamo, Taximaroa (Ciudad Hidalgo), Tuzantla, Ucareo y Zitácuaro. Su punto más occidental fue Colima, aunque parece que la presencia otomí llegó con la conquista, con el asentamiento de los aliados tlaxcaltecas.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Pedro Carrasco Pizana. Los Otomíes. Cultura e historia prehispánica de los pueblos mesoamericanos de habla otomiana.

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La cultura Tlatilco y el contexto del Preclásico.

Durante la primera mitad del siglo XX, en las proximidades del entonces pueblo de Naucalpan, al noroeste de la Ciudad de México, se realizó uno de los descubrimientos más significativos en arqueología. En la comunidad de San Luis Tlatilco, se hallaron una serie de enterramientos que albergaban una notable cantidad de objetos cerámicos, incluyendo vasijas y, sobre todo, figurillas que representaban la vida cotidiana de los primeros asentamientos en la Cuenca de México.

Se ha deducido que Tlatilco fue una comunidad de alfareros, ya que no se han encontrado ejemplos de arquitectura monumental; únicamente se hallaron enterramientos que necesitaron ser rescatados del avance de la urbanización y del saqueo que amenazaba la zona. Aunque este descubrimiento fue el más extenso encontrado hasta el momento, se vincula con un complejo cultural más amplio que se extiende más allá de la región de los lagos. Se cree que su zona nuclear pudo abarcar el noreste del actual Morelos, el suroeste de Puebla, la Cuenca de México hasta la Sierra de las Cruces y Xalostoc. Además, se han encontrado ejemplares de sus figurillas en contextos de la cultura Capacha en Colima y hasta en la «zona nuclear» olmeca.

Los fechamientos más antiguos de la cultura Tlatilco se remontan alrededor del año 2,500 a.C., pero su periodo de consolidación cultural se sitúa entre el 1300-1150 y el 900 a.C. Todo indica que esta sociedad estaba dedicada especialmente a la alfarería, destacándose como expertos en esta habilidad y desarrollando una expresividad artística única, como evidencian las figurillas naturalistas. Una teoría sobre el desarrollo cultural en la cuenca sugiere la influencia de los olmecas de San Lorenzo Tenochtitlan. En su búsqueda de elementos suntuarios, comerciantes olmecas llegaron a la región y transmitieron aspectos de la cultura político-religiosa a las aldeas de la zona lacustre.

Este intercambio cultural se refleja en la presencia de orejeras y cuentas de piedras como serpentina, así como en la aparición de figuras huecas conocidas como «baby face». Esta parafernalia posiblemente impactó a la incipiente élite de las aldeas, quienes vieron en los elementos olmecas una manera de ratificar su autoridad sobre el pueblo. Al integrarse a las emergentes redes de intercambio de los olmecas, aportaron a la cerámica elementos que reflejan su influencia cultural, especialmente en el uso de la obsidiana.

Con la llegada de la influencia olmeca, se estableció un orden basado en una élite que dirigía los cultos religiosos. Los tlatilcas eligieron Tlapacoya, un sitio al sur de la Cuenca y accesible a las redes de intercambio mesoamericano, como su centro político-religioso. Este lugar, ubicado en una isla en medio del lago de Chalco, fue testigo de la construcción de uno de los primeros ejemplos de arquitectura monumental en la región.

Para mantener relaciones complejas en la misma región y con los olmecas, Tlatilco estableció una red de abastecimiento. Se destacó como un centro clave para controlar los yacimientos de obsidiana en el norte de la cuenca, como la Sierra de Navajas, Otumba y Paredón. La ausencia de talleres dedicados al trabajo de la obsidiana indica que se enfocaron en la extracción, darles una preforma y enviarlos para su exportación. El tercer eslabón en la cadena de intercambios se encuentra en los asentamientos tlatilcas de Morelos, que mantenían comunicación directa tanto con los olmecas del Golfo como con la ciudad cercana, Chalcatzingo. Además, pudieron haber sido el punto de contacto con los pueblos del Occidente.

Existen cuestionamientos intensos sobre el sistema de relaciones de Tlatilco con el resto de Mesoamérica, ya que algunos investigadores dudan que la cerámica pudiera haber sido un elemento de intercambio debido a su peso. Hasta ahora, no se ha identificado cuál podría haber sido el producto de interés en las redes de intercambio con otros pueblos. La primera fase de desarrollo tanto de Tlatilco como de otros pueblos de la zona lacustre, como Cuicuilco, parte de la base de la cultura Zacatenco, que muestra un interés por representar la figura humana. Es a partir del contacto con los olmecas que adquiere sus características distintivas, fusionando la tradición olmeca con la cultura Zacatenco.

Los elementos cerámicos con una fuerte presencia de características olmecas no son de elaboración local, y se teoriza que podrían haber llegado desde el sureste. Su presencia no se atribuiría necesariamente a redes de intercambio comercial; en cambio, se sugiere que estos objetos estaban destinados al culto religioso, formando parte de los elementos utilizados para enaltecer la figura del cacique dentro de la comunidad.

Tanto la cultura Tlatilco como la Zacatenco coexistieron en el mismo período. Todo indica que los primeros requerían piezas de cerámica de los segundos, pero aparentemente no hubo un intercambio de productos tlatilcas en los pueblos Zacatenco. Esto podría señalar una estratificación social en la región, respaldada por la presencia de elementos como piedra verde, concha y placas de hematita en algunos entierros en el contexto de Tlatilco. La hematita, utilizada como espejo, ha llevado a sugerir que la cultura Tlatilco podría haber estado relacionada con los pueblos olmecoides de Oaxaca, la región de donde proceden los yacimientos de hematita. Es posible que las élites tlatilcas hayan establecido relaciones político-religiosas con los olmecas oaxaqueños.

La cultura Tlatilco refleja el proceso de integración regional en el modelo civilizatorio mesoamericano. Aunque aún hay muchos vacíos que deben llenarse con la expansión de las investigaciones en los sitios del Preclásico de la Cuenca, este avance ha sido posible gracias a la exportación de recursos como la obsidiana del norte.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Edgar Nebot García. Herencia e intercambio: procesos económicos espacio-temporales ejemplificados de una aldea preclásica de la Cuenca de México, de la revista Dimensión Antropológica no. 56.

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Imagen: Figurillas de las llamadas «mujeres bonitas» de Tlatilco, Preclasico.

El sitio de Puebla.

Para marzo de 1863, la ofensiva francesa liderada por Federico Forey estaba lista para eliminar la vergüenza de la derrota del 5 de mayo del año anterior y tomar la capital poblana. La ciudad estaba bajo el mando de Jesús González Ortega, quien ordenó fortificarla para repeler a los invasores y repetir la hazaña de Zaragoza. El 16 de marzo, los franceses iniciaron la maniobra para rodear la ciudad, mientras Forey estableció su cuartel en el Cerro de San Juan, ubicado a 2 km del Fuerte de San Javier. Este último se consideró el objetivo principal, pensando que era el corazón defensivo de la ciudad, una suposición que demostraría ser errónea con el tiempo.

Hacia mediados de abril, al darse cuenta de que la caballería sería inútil para los sitiados, González Ortega ordenó su salida y puso a Tomás O’Horan a cargo. Lograron romper el cerco francés, con la intención de unirse a las fuerzas de Ignacio Comonfort y, cuando llegara la oportunidad, romper el asedio. En respuesta, Forey ordenó cavar trincheras alrededor de la ciudad para aumentar la efectividad del cerco.

Tanto los mexicanos como la artillería francesa descubrieron la eficacia de la arquitectura conventual como fortalezas. Los bombardeos realizados por los franceses tuvieron poco efecto para amedrentar las posiciones del sitio, y, por el contrario, aumentaron el ánimo de los sitiados para ganar la batalla. A partir del 29 de marzo, iniciaron los ataques sobre San Javier, logrando entrar en la fortaleza al día siguiente. Sin embargo, pronto descubrieron la inutilidad de tomar los fuertes, ya que al ingresar desde allí a la ciudad, se enfrentaban a las defensas mexicanas que habían adoptado la estrategia de guerrilla urbana. Los franceses se desgastaban al tener que librar batalla casa por casa y manzana por manzana.

Las semanas pasaron y los franceses no lograban completar la misión, por lo que el fantasma de otro 5 de mayo estaba aún presente. Ante esta situación, Forey intentó negociar la entrega de la ciudad con González Ortega, pero este se negó, confiado tanto por la cercanía de la temporada de lluvias como por contar con el respaldo de las fuerzas de Comonfort.

Con el tiempo en su contra, Forey encontró una oportunidad al norte de la ciudad. La División del Centro de Comonfort se había establecido en San Lorenzo Almecatla con la intención de romper el sitio y llevar víveres a los sitiados. Sin embargo, una serie de descuidos tácticos permitieron que Forey aprovechara la situación, infligiendo una dura derrota el 8 de mayo con un gran número de bajas para el frente mexicano y obligando a las tropas de Comonfort a dispersarse.

Al entrevistarse con los prisioneros y observar el cargamento de los mexicanos, Forey se dio cuenta de que la situación de la ciudad no era favorable. Para hacerla caer, bastaba con fortalecer el cerco e impedir cualquier entrada del exterior, forzándolos a rendirse por hambre. Aunque esto no resultaba muy honorable, evitaría un consumo de recursos por parte de los franceses y, sobre todo, sería un golpe a la moral de los mexicanos. Dentro de la ciudad, al enterarse de la derrota en San Lorenzo, varios militares mexicanos le propusieron a González Ortega abandonar la ciudad. Aunque se negó inicialmente, la realidad era que no estaban en condiciones de continuar la resistencia.

Para el 15 de mayo, las condiciones de la defensa eran graves, ya que el parque estaba a punto de agotarse y no había señales de que el gobierno estuviera organizando una fuerza para romper el sitio. Al día siguiente, González Ortega envió un enviado a Forey para explorar la posibilidad de capitular, pero este rechazó la opción y les comunicó que la única forma de poner fin a esto era mediante la rendición. González Ortega aceptó las condiciones de los franceses, pero no sin antes ordenar la destrucción de lo que quedaba de su armamento y la quema de las banderas para evitar que fueran utilizadas como trofeos de guerra. También dispuso dispersar las tropas, dejando solo a él, su cuerpo de generales, jefes y oficiales para entregarse como prisioneros cuando las tropas francesas entraran el día 17.

La actitud de los prisioneros causó admiración entre los invasores, ya que rompieron sus espadas para evitar entregárselas y rechazaron la oferta de libertad que se les hizo, la cual requería que firmaran un documento comprometiéndose, bajo palabra de honor, a no volver a tomar las armas ni participar en la resistencia. Ante esto, los prisioneros fueron enviados a Francia, donde varios lograron escapar en el camino a Veracruz.

Así, el 19 de mayo, Puebla estuvo en condiciones de recibir la ocupación de las tropas de Forey y, poco tiempo después, el 10 de junio, lograron entrar en la Ciudad de México sin resistencia. Benito Juárez era consciente de no tener los recursos necesarios para evitar la ocupación, por lo que apostó por hacerles la guerra en todo el país. El 31 de mayo, el Congreso cerró sesiones e inició el proceso para trasladar el gobierno hacia el norte.

A pesar de que las grandes ciudades fueron ocupadas sin mucho esfuerzo, los franceses y los conservadores cayeron en la trampa. Ahora, tenían que estar a la defensiva para proteger sus avances, lo que resultaría en un mayor gasto de recursos. Además, crecía el descontento de los conservadores por la conformación de un orden imperial y liberal que reafirmaba las acciones de Juárez. Mientras tanto, los mexicanos, a diferencia de la invasión estadounidense, ya contaban con un sentimiento patrio y una conciencia nacional. Esto permitió mantener la guerra de guerrillas, que eventualmente saldría victoriosa en 1867.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Macias Guzmán. El gran sitio de 1863. La verdadera batalla de Puebla, del libro El Sitio de Puebla. 150 Aniversario.

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Imagen: Jean-Adolphe Beaucé. El General Bazaine ataca el fuerte de San Javier durante el sitio de Puebla, 29 de marzo de 1863, 1867.


La diversidad literaria en la Nueva España.

Durante el siglo XVIII, el pequeño grupo de novohispanos educados comenzó a variar en la producción literaria, alejándose del ámbito religioso que no perdía vigor. En este periodo, empezaron a interesarse por escribir tanto sobre la cotidianeidad como sobre la historia que aprendían en sus clases y de los relatos familiares. Esta serie de crónicas recibían el nombre de «teatros», concebidos como textos de mero entretenimiento con el objetivo de despertar la curiosidad del lector apelando a las emociones provocadas por lo escrito.

El pionero en esta clase de obras fue el franciscano fray Agustín de Vetancurt, quien logró imprimir su obra «Teatro mexicano. Descripción breve de los sucesos ejemplares históricos, políticos, militares y religiosos del Nuevo Mundo de las Indias» para 1698. La obra estaba dividida en cuatro partes y distribuida en dos volúmenes. En ella, se narran aspectos geográficos, la historia desde la época de los mexicas hasta la conquista española y el proceso de evangelización. Además, aborda los conventos franciscanos del momento, describe las imágenes religiosas más populares y ofrece descripciones de las ciudades de México y Puebla. Destaca por empezar a darle una concepción patria a la Nueva España.

Hacia 1741, nace un nuevo teatro llamado simplemente «Teatro Americano» de la pluma de José Antonio de Villaseñor y Sánchez, un trabajo encargado por el virrey con la intención de ampliar las descripciones abarcando todo el reino, incluyendo los territorios del septentrión como California, Nuevo México y Texas. Recopiló información de conocidos y a este le seguiría un anexo llamado «Suplemento al Teatro Americano», elaborado de 1754 a 1755 y dedicado a la capital. Este trabajo se considera como la primera obra geográfica que retrata la realidad mexicana.

Las grandes ciudades fueron objeto de interés tanto de los novohispanos como de los mismos peninsulares, quienes querían dar a conocer al resto de la monarquía cómo era el reino más rico. En el caso de la Ciudad de México, tenemos a dos autores: Juan Manuel de San Vicente con su obra «Exacta descripción de la magnífica corte mexicana», editada en Cádiz en 1770, y el trabajo del padre Juan Viera «Breve compendiosa descripción de la Ciudad de México» de 1777, donde la equipara al mismo nivel que Roma y Jerusalén.

Tanto Puebla como Querétaro fueron objeto de interés de los cronistas novohispanos al ser las segundas en importancia dentro del virreinato. Buscaban dejar constancia tanto de sus relatos fundacionales como de sus principales hitos urbanos, personas ilustres y, sobre todo, su devoción religiosa.

En el caso poblano, encontramos el trabajo del cura Miguel de Alcalá y Mendiola, quien escribió de 1714 hasta 1746 su «Descripción en bosquejo». También tenemos al dominico fray Juan de Villa Sánchez con su «Puebla sagrada y profana», así como la obra del notario apostólico Diego Antonio Bermúdez, quien dejó inconcluso su «Teatro Angelopolitano» en 1746. Villa Sánchez, como albacea, facilitó una copia al abogado Mariano Fernández de Echeverria, quien elaboró su «Historia de la fundación de Puebla de los Ángeles». Esta también quedó inconclusa debido a su muerte en 1785. También cabe mencionar el trabajo del agrimensor Pedro López de Villaseñor con su «Cartilla vieja de la nobilísima ciudad de Puebla» de 1781, donde se adentra en cuestiones metafísicas involucrando a fray Juan de Zumárraga y a la Virgen de Guadalupe.

En cuanto a Querétaro, encontramos hasta principios del siglo XIX sus primeras crónicas, como la del padre Joseph María de Zelaa e Hidalgo con «Las glorias de Querétaro», editado en 1803, además de un suplemento titulado «Adiciones» de 1810. En todos ellos se indaga en el relato fundacional queretano.

Un género que se desarrolló poco a lo largo del periodo virreinal fue el de la novela de ficción, ya que, a pesar de que obras como «El Quijote» gozaban de gran popularidad, su producción se vio cohibida por la gran presencia de las novelas españolas y porque resultaban más atractivas las hagiografías como medio de entretenimiento. Se considera al primer novelista novohispano a Bernardo de Balbuena, quien escribió hacia 1608 «El siglo de oro en las selvas de Erífile», retratando el mundo rural pastoril. Bajo esa temática, surge hacia 1620 de la pluma del bachiller Francisco Bramón «Los sirgueros de la Virgen sin original pecado», donde aborda desde lo cotidiano la religiosidad. Sin embargo, el primero que se alejó de esa temática fue Carlos de Sigüenza y Góngora, quien optó por lo profano con su obra «Infortunios de Alonso Ramírez» de 1690.

En el siglo XVIII, la literatura satírica empezó a volverse popular a través del trabajo de Francisco de Quevedo. Varios autores intentaron imitarlo para crear sus propias obras, como «Sueño de sueños» de José Mariano Acosta Enríquez. En esta obra, realiza un viaje onírico de tipo paródico por el inframundo, donde se encuentra tanto con Quevedo como con Cervantes, y hace referencias a otras novelas españolas, inglesas y francesas que estaban en boga en los círculos intelectuales novohispanos.

Para finales del siglo XVIII, surgen tres autores que serían parteaguas de la novela mexicana. El primero fue fray Joaquín de Bolaños, quien escribió en 1792 «La portentosa vida de la Muerte», creando un relato imbuido tanto en la religiosidad moralizante como en la fantasía de la tradición medieval para narrar la historia de este agente del destino. Se sabe que escribió una obra previa que fue censurada por la Inquisición llamada «Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla» de 1785, donde se burla de la actitud de la Iglesia con las diversiones profanas.

El cura tlaxcalteca José Miguel Guridi y Alcocer incursiona en su autobiografía ficcionada llamada «Apuntes», donde narra su vida tanto desde su sentir como dejando testimonio de la vida cotidiana y de los cambios de los tiempos de finales del virreinato. Pero sin duda, el que tuvo la mayor fama fue José Joaquín Fernández de Lizardi, reconocido como el «primer novelista» por obras tan influyentes como «El periquillo sarniento» de 1816 y «La Quijotita y su prima» de 1818, permeando la picaresca en el contexto novohispano para ofrecer una crítica social con un evidente sentido moralizante que ganó el cariño del público.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Antonio Rubial. Entre la dependencia y la autonomía. La literatura colonial en castellano, del libro Literatura. Historia ilustrada de México.

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 – Izquierda: Anónimo. Grabado de la edición original del «Periquillo Sarniento», 1816.

 – Derecha: Anónimo. Grabado de «La portentosa vida de la muerte», 1792.

La entrada del maderismo en la Montaña.

Durante el inicio de la campaña electoral hacia las elecciones de 1910, el candidato opositor, Francisco I. Madero, nunca visitaría las comunidades del estado de Guerrero, no obstante, su mensaje donde pedía el fin de la reelección hizo que diferentes actores políticos guerrerenses tomaran su causa como una salida hacia las condiciones de miseria en la que vivía la entidad. Quienes tomaron su causa fueron los simpatizantes magonistas, quienes tenían como líder al doctor Luis Rivas Iruz de Coyuca de Benítez, amigo de Ricardo Flores Magón, tendría una intensa vida proselitista entre los estados de Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Puebla y México, siendo el principal propagandista del maderismo al coordinar las acciones de campaña de sus militantes por todas las comunidades del estado. Otros actores importantes estaban Octavio Bertrand, fundador del Partido Antirreeleccionista y enviado personal de Madero, quien lograría integrar dentro de los adeptos a los hermanos Figueroa de Huitzuco, pertenecientes a una de las familias caciquiles más importantes del estado, quienes junto a otras personas formarían el Club Juan Álvarez.

En la región de la Montaña, el maderismo sería introducido vía la pequeña clase media-alta de Tlapa, como fue el caso del comerciante Francisco Cisneros quien fue un entusiasta seguidor del movimiento y seria pieza clave en las acciones armadas durante el inicio de la revolución para tomar la ciudad, así como otros cabecillas como Lorenzo Diaz “El Arbolito”, Domingo A. Ramírez y Joaquín Melo Gálvez quienes fueron muy importantes para propagar el llamado a la rebelión. La conspiración iniciaría a movilizarse a partir de octubre por parte del licenciado Ramírez, donde además de insurreccionar Tlapa, se incluía la posibilidad de llevar la revolución hacia la Costa Chica vía Ometepec, donde tenía como importantes aliados a Joaquín Romero, Amado Carreño y a los hermanos Añorve, contando para 1911 con el amplio respaldo de las comunidades mixtecas del distrito de Morelos. No obstante, Ramírez seria descubierto por las autoridades porfiristas y seria remitido primero a Chilpancingo y después a la Ciudad de México para eliminar la posibilidad de mantener su influencia, siendo liberado hasta junio cuando cae el régimen y pudo regresar a Tlapa para coordinar la campaña presidencial de Madero y Pino Suarez.

Quienes llegaron a ocupar los papeles de caudillos revolucionarios fueron principalmente dos, el entonces estudiante de medicina Juan Andrew Almazán proveniente de Olinalá y quien estaba preparándose en la ciudad de Puebla, donde llegaría a tener contacto tanto con el maderismo como con el grupo de los hermanos Serdán, el segundo fue Cruz Dircio, indígena proveniente de la comunidad de Acatepec del municipio de Zapotitlán Tablas y proveniente de una familia caciquil local, metiéndose en la política durante su estancia en Chilapa siendo muy cercano a la hacendada Eucaria Apreza, distinguida maderista. Fue Almazán quien iniciaría a organizar a su grupo guerrillero en su comunidad Olinalá haciéndose de armas que estaban destinadas originalmente para los Añorve de Ometepec, entrando en contacto con los demás partidarios de la lucha armada pertenecientes a los rancheros acomodados de la región, iniciando la rebelión el 9 de febrero mediante un pronunciamiento y entre sus primeras acciones fue tanto la toma de Olinalá como la de Cuálac, agarrando a las autoridades porfiristas por sorpresa y sin la posibilidad de responder, iniciando así su fama como caudillo de la Montaña.

Las actividades de los almazanistas pronto se expandieron hacia el sur del estado de Puebla, empezando a reclutar gente de los pueblos de Chila de la Sal y Tulcingo, instalándose en el cerro de Tlaltepeje donde se enfrentarían con éxito a las tropas porfiristas provenientes de Huamuxtitlán y comandados por el capitán Fernando Horta. Durante el combate, algunos almazanistas escaparon del frente y emprendieron el camino hacia Huitzuco, donde le comunicarían a los hermanos Figueroa los movimientos llevados a cabo por Almazán, haciendo que Ambrosio Figueroa se dirigiese con su gente hacia la Montaña para presionar por la rendición de Huamuxtitlán, entablando conversaciones tanto con el capitán Horta como con su segundo al mando José María Ávila, quienes retaron a Figueroa a tomar la plaza si podían y después de tres días de dialogo para convencerlos de rendirse, Figueroa decide retirarse, acción controversial y provocando que algunos de sus hombres se sumasen a las tropas de Almazán.

Mientras tanto, Almazán decide retirarse de la región para dirigirse hacia San Antonio, Texas, para entrevistarse con el mismo Madero, ya sea tanto para seguir las directrices del movimiento como para tratar de obtener recursos para comprar armas, regresando para abril sin la valiosa financiación, pero contando con el camino a seguir para el estado de Guerrero al tener como encargo la instalación de un gobierno revolucionario en Chilpancingo cuando triunfase la rebelión. A su paso por Morelos para regresar a la Montaña, fue detenido por los zapatistas quienes estuvieron a punto de fusilarlo al sospechar que era gobiernista, logrando convencerlos de su extracción revolucionaria y finalmente se reuniría con su segundo al mando Juan Salgado con los ánimos elevados por la encomienda dada por Madero. Ahora tanto Almazán como Salgado tendrían como objetivo la toma de Huamuxtitlán, contando con el apoyo del viejo caudillo morelense y uno de los fundadores del movimiento agrarista, Gabriel Tepepa, quien para entonces estaba en la zona limítrofe suroriental en las colindancias con Puebla y Guerrero.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Francisco Herrera Sipriano. La Revolución en la Montaña de Guerrero. La lucha zapatista 1910-1918.

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Imagen: Hermanos Casasola. Juan Andrew Almazan junto a Eufemio Zapata tras convencerlo de que le ceda el paso a Francisco I. Madero por el estado de Morelos, 08/1911. 

La situación después de la batalla del 5 de mayo.

El panorama del conflicto entre México y Francia posterior a la batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862 para su momento fue un alivio, el gobierno de Juárez estaba consciente que con ella no lograrían evitar la escalada de la invasión, pero si representó un importante retraso para que lograsen su objetivo, pero sobre todo ganarían el tiempo necesario para organizar la defensa y poder darle batalla a los franceses, un panorama completamente diferente al de la invasión estadounidense de 1846 a 1848. Para los franceses, ese episodio no fue más que un tropiezo, Napoleón III tenía el potencial militar para culminar la invasión y expandir con ello su zona de influencia para imponer una barrera ante el cada vez creciente imperialismo estadounidense, pero la forma de hacer las cosas del ejército francés pasaba por grandes críticas hacia su estrategia aplicada en las guerras de Crimea y la independencia de Italia, donde las batallas celebres que ganaron como Sebastopol, el sitio de Malakoff, Magenta y Solferino escondieron sus grandes defectos tácticos como el desconocimiento del terreno o su estrategia de mantener un cuerpo solido del ejercito atacando un sitio y mandar tropas sueltas en los alrededores.

Todos estos problemas se vieron reflejados en la derrota de Puebla, donde vieron los mandos franceses que la expedición de 6,000 hombres no era suficiente para lograr el cometido y forzosamente tenían que traer más tropas, sobre todo aprendieron a respetar a los mexicanos quienes contaban con la experiencia ganada en la Guerra de Reforma o en la invasión estadounidense. Pero también el bando mexicano atravesaba por serios problemas, desde la falta del armamento necesario para mantener a los soldados equipados, muchas veces la falta de un equipo profesional del ejercito teniendo que recurrir a la leva, así como un duro golpe anímico con la muerte del general Ignacio Zaragoza el 8 de septiembre por tuberculosis, ocupando su puesto como general del Ejercito de Oriente Jesús Gonzales Ortega, quien formaría parte de esta generación de liberales civiles con un gran talento militar, convirtiéndose en el rival acérrimo del conservador y militar de carrera Miguel Miramón a quien terminaría derrotando. La situación de Gonzales Ortega tampoco era sencilla, al ser uno de los actores clave de la victoria liberal en la Guerra de Reforma le acarrearía fama y prestigio ante la sociedad, convirtiéndolo en un importante actor político donde lo llevaría a convertirse en presidente de la Suprema Corte, haciéndolo en el segundo al mando del país y un serio rival hacia Juárez.

A pesar de su posición, esto no evito que estuviera en el frente, primero persiguiendo a las gavillas conservadoras como la de Leonardo Márquez quien había ejecutado a los generales Leandro Valle y Santos Degollado, tocándole participar en las primeras maniobras para la defensa del país ante los franceses y enfrentándolos en el Cerro del Borrego en Orizaba, donde seria vencido por el Conde Lorencez. Una vez puesto en el mando de Zaragoza, Gonzales Ortega tenía dos opciones, la de hostilizar a los franceses hacia la sierra de Orizaba o encerrarse en Puebla para provocar un desgaste y atacarlos en su momento de debilidad, decantándose por esta segunda opción convencido de que los franceses buscarían la revancha, por lo que empezaría las maniobras para acumular las fuerzas necesarias y los recursos para sostener el sitio. Lograría juntar una fuerza de 24,828 hombres, 3,209 de caballería y 1296 de artillería, reclutando a los generales veteranos tanto de la batalla del 5 de mayo, de la Guerra de Reforma y de conflictos anteriores para sumar lo más que se pudo de la experiencia militar mexicana como Felipe Berriozábal, Porfirio Diaz, Miguel Negrete, Luis Ghilardi, Ignacio de la Llave, Tomas O ‘Horan, Ignacio Mejía, entre otros.

Con la perspectiva de recibirlos en Puebla, Gonzales Ortega ordena el completar y reforzar el sistema de fortificaciones de la ciudad, donde además de contar con los fuertes de Loreto y Guadalupe también estaban el Independencia, Zaragoza, Los Remedios, Hidalgo, Morelos, El Demócrata y el Iturbide (convento de San Javier), la posición que descarta para su ocupación fue el Cerro de San Juan al poniente, siendo esta la que aprovecharían los franceses para establecer su cuartel general. Además de contar con las fuerzas del Ejército de Oriente, también contaría con el apoyo del Ejecito del Centro, comandado por el expresidente Ignacio Comonfort y que se encargaría de mantener el abasto de la ciudad, siendo fortalecido con la adhesión de las fuerzas del licenciado Simón Guzmán.

Del lado francés, aprendieron de la humillante derrota y empezaron a hacer los movimientos necesarios para pasar la afrenta, empezando con la destitución del Conde de Lorencez del mando de la expedición para remplazarlo por el general Federico Forey, veterano de las campañas en África, Italia y Crimea, llegando al puerto de Veracruz el 25 de septiembre junto a una fuerza de 25,116 soldados y 5,845 caballos, estableciéndose en Orizaba. A diferencia de la impaciencia de Lorencez, Forey se tomó su tiempo para estudiar y plantear una estrategia para poder llevar a cabo su misión, por lo que empezaría el despliegue de tropas hasta febrero de 1863 cuando llega a Quecholac, teniendo bajo su mando a los generales Félix Douay y François Achille Bazaine, así como tuvo el apoyo de las fuerzas de Leonardo Márquez y sus 2,500 soldados. Hubo algunas críticas hacia la decisión de Forey de atacar Puebla, sobre todo de parte del embajador Dubois de Saligny quien recomendaba rodearla, pero era importante para el ejército francés lavar la derrota del 5 de mayo para poder mantener la moral, iniciando así el sitio en marzo.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Macias Guzmán. El gran sitio de 1863. La verdadera batalla de Puebla, del libro El Sitio de Puebla. 150 Aniversario.

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Imagen: Patricio Ramos. Descanso después de la batalla, de la serie El sitio de Puebla, 1862.

La población mesoamericana en las faldas del volcán Popocatépetl.

Buena parte de la constitución física de la geografía mesoamericana deriva de la intensa actividad tectónica de las placas que convergen en ella, haciendo al territorio con una gran cantidad de montañas y serranías que son parte inherente del paisaje, pero además de las montañas también se ha dado lugar al surgimiento de volcanes los cuales se encuentran en buena parte de la zona. Si bien la gran parte ya no presentan actividad, hay dos volcanes que permanecen activos y así han estado desde la llegada del hombre al continente, el Volcán de Fuego de Colima y el Popocatépetl, el cual por localizarse en el centro político y cultural ha sido objeto de atención como parte de la identidad mexicana y también por parte de los pobladores indígenas desde tiempos mesoamericanos. El Popocatépetl ha presentado a lo largo de milenios diferentes niveles de actividad, pero los pobladores de los alrededores han sabido convivir con él al construir un culto alrededor de su figura espiritual, con ello han logrado una comunión con el volcán al ofrecerle ofrendas y a cambio este les da la fertilidad para que puedan vivir de sus cultivos.

Según los análisis geológicos, el actual sistema volcánico deriva de su integración al sistema de placas conocido como el Cinturón de Fuego, el cual abarca la totalidad del contorno del Océano Pacifico y por lo tanto hace que todos los territorios entorno a él tengan una intensa actividad tanto sísmica como volcánica. Se sabe que debió haber nacido hace 730,000 años la red de volcanes en el territorio mesoamericano, de este periodo de los años 30,000 hasta el 8500 a.C. el Popocatépetl atravesó por su periodo de mayor actividad volcánica, de ahí seguiría un periodo tranquilo hasta el año 4980 a.C. cuando atraviesa su etapa de mayor explosividad, es muy posible que de esos años haya derivado en el nacimiento del mito de la destrucción del Sol 4 agua donde el mundo sucumbe ante explosiones volcánicas y lluvia de ceniza. De los 5,000 años de ocupación humana de la región en adelante se tienen registrados 5 eventos volcánicos de gran magnitud y dos de ellos supusieron un cambio tanto en la vida de sus habitantes como al nivel mesoamericano por la oleada de migrantes que huyeron de la zona.

El primero sucedió hacia el siglo I de nuestra era, cuando ocurrió una erupción de clase pliniana de nivel 6 (comparable con la erupción del Vesubio del año 79), la cual se caracterizó por el lanzamiento de una columna eruptiva de entre 20 a 30 km de altura y que sepultaría la región aledaña con una capa de 3.5 km de piedra pómez, seguido por un periodo intenso de lluvias torrenciales y tormentas eléctricas. Después le seguiría la salida de un flujo masivo de lava que afectaría a terrenos aledaños con un rango de 50 km a la redonda del cual nacería un pedregal que altera el curso hidrológico del occidente del valle de Puebla, esta destrucción provocaría el empoderamiento de ciudades como Teotihuacan y Cholula al recibir a los refugiados de la región, contribuyendo con ello a su desarrollo como potencias regionales. Una ventana al desastre de esos tiempos lo tenemos con el sitio arqueológico de Tetimpa, fundado entre los años 700 y 500 a.C. llego a tener una extensión de 4 km2 y una población de 3000 habitantes, llegando a su final con la erupción del siglo I cuando fue sepultada por la erupción del siglo I.

El sitio de Tetimpa está conformado por una serie de unidades habitacionales conformados por conjuntos de 2 a 3 habitaciones desplantados sobre plataformas construidos con el sistema del talud-tablero, el cual tuvo su origen en el valle Puebla-Tlaxcala y que pasaría a Teotihuacan en el periodo Clásico, estos conjuntos forman un patio en cuyo centro se localizaba un altar emulando al volcán y servía para rendirle culto a su figura y a los antepasados. Gracias a que fue sepultado por las cenizas, este sitio es importante al poder preservarse elementos como graneros, los cuales tienen correspondencia con los graneros tradicionales modernos conocidos como cuexcomates y demuestran la eficacia a lo largo del tiempo de este sistema al ser fabricados de barro y zacate. Tenemos que recordar que en el mismo periodo donde ocurre la erupción del Popocatépetl también sucede la erupción del Xitle, el cual provocaría el abandono de ciudades como Cuicuilco y de buena parte de la región del sureste de la Cuenca de México, por lo que el flujo de refugiados provenientes de estas zonas afectadas representaron un cambio de rumbo que no solo ayudaría al crecimiento de Teotihuacan y Cholula, también se especula de ser el punto de partida para la ocupación de regiones como el Occidente o la colonización del norte.

Como consecuencia de la erupción, la región quedaría despoblada por cerca de 4 siglos, periodo donde se alcanzó a acumular una delgada capa de suelo fértil capaz de dar lugar a los cultivos, se volverían a asentar los agricultores hasta el siglo VII cuando ocurre una nueva actividad volcánica consistente en una onda piroclástica de rocas fragmentadas y gases ardientes que quemaron los campos, de momento no se sabe el impacto social que tuvo esta actividad en los estados aledaños, pero no se duda su contribución al colapso del orden del Clásico. En adelante, la región de las faldas quedaría despoblada durante 9 siglos hasta el Posclásico, cuando ya se acumularía la suficiente tierra para albergar los cultivos y daría lugar a su recolonización conformando aldeas, en adelante contamos con documentación histórica de fuentes indígenas donde nos reportan diferentes periodos de actividad consistentes en fumarolas y explosiones con ceniza, pero ninguno de estos llegaron al nivel catastrófico como los del siglo I y el VII, dando lugar a la actividad contemporánea que persiste hasta ahora y conformando la cultura regional entorno a su culto.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Patricia Plunket Nagoda y Gabriela Uruñuela Ladrón de Guevara. El Popocatépetl y la legendaria lluvia de fuego, de la revista Arqueología mexicana no. 95.

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Imagen:

  • Izquierda: Erupción del Popocatepetl en el año 1509, Códice Telleriano Remensis folio 42.
  • Derecha: Patio de un conjunto habitacional de Tetimpa, Puebla, Preclásico Tardio.

La derrota francesa en la batalla del 5 de mayo.

Los esfuerzos de Lorencez habían sido en vano y por más que mandaba soldados no lograría tomar el fuerte de Guadalupe, por lo que la batalla fue finalizada cuando inicia una tormenta de granizo y ordena la retirada a la hacienda de Los Álamos en perfecto orden y llevándose a sus heridos, una victoria que en el bando mexicano nadie esperaba. Mientras transcurría la batalla, en la Ciudad de México la vida de sus habitantes seguía su curso, solo en la clase política se estaban llevando a cabo movimientos ante la eventual llegada de los franceses, como lo demuestra el bando del general Anastasio Parrodi donde prohibía cualquier clase de reunión, diversiones públicas y un toque de queda a las 11 de la noche, mientras en Palacio Nacional como el Congreso y la Suprema Corte trabajaban normalmente, la presidencia recibía los reportes telegráficos de Puebla. Conforme transcurrían las discusiones legislativas, eran interrumpidas con la llegada del parte de guerra para informar la situación, hasta las 2:30 de la tarde fue cuando llega el mensaje donde anuncia la derrota francesa y su persecución por parte de la caballería, pero fue con la llegada del informe de Ignacio Zaragoza a las 5:40 pm cuando ya se dio por sentada la victoria.

De las bajas de la batalla, se estiman en el bando mexicano alrededor de 83 muertos y 215 heridos, mientras los franceses reportaron 117 muertos y 305 heridos, de los cuales dejaron valiosas provisiones abandonadas en el campo de batalla y que fueron recogidas y repartidas por la tropa mexicana, de donde destacaron algunas medallas obtenidas por su participación en la guerra de Crimea o las batallas de Magenta y Solferino. El ejercito baja de las fortificaciones y empiezan a desfilar por las calles poblanas con la banda de guerra, además de pasear a los prisioneros franceses quienes fueron tratados con respeto, aunque si hubo casos donde los soldados mexicanos les arrebataron sus condecoraciones provocando su desasosiego, el presidente Juárez ordeno que les fuesen devueltos. Los soldados que no habían sido heridos desfilaron a pie por las calles, mientras a los heridos se les cedieron el uso de los caballos incluyendo los oficiales, al finalizar fueron felicitados por el general Zaragoza y les dio 2 pesos como premio por la hazaña.

Esto no evito que el ejército mexicano bajara la guardia y esperaban un posible contrataque francés, incluso entre la población poblana tampoco se confiaron de la victoria, algunos ciudadanos se armaron ante la posibilidad de su llegada y no pocos siguieron preparando arcos con los colores de Francia para recibir a los expedicionarios. Para el día 6, llegaba el general Tomas O’Horan para reportar su éxito en Atlixco para detener el avance de las tropas de Leonardo Márquez, pero para el día 7 Zaragoza quedaría completamente tranquilo con la llegada de la brigada Guanajuato con 2000 soldados, desvaneciéndose la posibilidad del contrataque francés o de Márquez. Los franceses se habían atrincherado en el Cerro Amalucan para evitar la posibilidad de ser perseguidos, desde ahí vieron como Zaragoza no bajaba la guardia y se reforzaba con la llegada de los guanajuatenses, por lo que Lorencez ordena la retirada hacia Amozoc.

Tanto Zaragoza como el embajador Dubois de Saligny empezaron los juicios y señalamientos en contra del general Lorencez, empezando a analizar todos los movimientos ordenados solo señalaron el exceso de confianza y menosprecio a las tropas mexicanas, por lo que el gobierno de Napoleón III ordena mandar condecoraciones a los soldados destacados por sus acciones en batalla, mientras a Lorencez le mandó sus recriminaciones por la derrota y su destitución del mando de la expedición para remplazarlo por el general Frederic Forey. Mientras el gobierno mexicano iniciaría los procesos en contra de los colaboracionistas de los franceses, empezando por Juan N. Almonte cuyo nombre fue borrado como miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, mientras el gobernador Tapia de Puebla investiga a los funcionarios que habían renunciado a sus cargos antes de la batalla, así como también empezaron a reconocer tanto al general Zaragoza como a los generales y soldados participantes en las batallas de Cumbres de Acultzingo, Atlixco y Puebla, llegándole a ofrecer a Zaragoza un premio en efectivo que rechazo y pedía que fuese repartido entre sus hombres.

Esto no lo pudo ver porque el 4 de septiembre mientras hacia los preparativos para atacar a los franceses estacionados en Orizaba fue contagiado de tifo, siendo trasladado a Puebla de emergencia muriendo hasta el día 8, siendo remplazado con el mando del Ejército de Oriente por el general Jesús Gonzales Ortega. El gobierno de Benito Juárez obtuvo un valioso tiempo para ir preparando la defensa del país ante la inminente llegada de más tropas francesas, organizando tanto el traslado del gobierno conforme se diese la ocupación francesa, esto no evito que tanto Zaragoza como su tropa se les diese el reconocimiento por la hazaña del 5 de mayo y les fueron haciendo diferentes homenajes como el del 4 de diciembre en el Fuerte de Guadalupe donde el presidente les dio sus medallas. Con ello inicia la segunda fase de la guerra civil entre liberales y conservadores la cual fue aderezada por la intervención francesa y la instauración del Segundo Imperio de Maximiliano, pero la sorprendente victoria del 5 de mayo fue fundamental para alimentar la resistencia a la ocupación por 5 años hasta lograr derrotarlos definitivamente.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria.

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Imagen: José Cussachs. Batalla del 5 de mayo de 1862, 1903.

La batalla del 5 de mayo.

Cada bando pudo conformar sus posiciones, Ignacio Zaragoza se atrinchera en las fortalezas de Loreto y Guadalupe, mientras el Conde de Lorencez estaba dispuesto a atacarlos directamente para demostrar la superioridad de las fuerzas francesas y propinar un duro golpe psicológico al gobierno mexicano desoyendo los consejos de los conservadores. Pensando que los franceses actuarían con más mesura, Zaragoza había colocado a sus principales generales a defender la Ladrillera de Azcarate, punto localizado en la salida al camino hacia Veracruz al saber que el campamento francés se localizaba en Amozoc, pero desde el amanecer hasta las 10 de la mañana se extrañan la ausencia de los franceses y entendieron que el objetivo era atacar directamente los fuertes, por lo que Zaragoza ordena al general Felipe Berriozábal dejar la posición de la Ladrillera para reforzar la defensa de los fuertes y que dejase a Porfirio Diaz con el cuerpo de carabineros a caballo para defender en caso de cualquier imprevisto. Mientras en la ciudad se ordena el repique de campanas a las 10 de la mañana para anunciar el inicio de movimientos del enemigo para que los civiles se resguarden en sus casas y quedasen las calles despejadas ante una posible refriega.

Los franceses se localizaban en la hacienda de los Álamos desmontando el campamento para el ataque y Lorencez se había acuartelado en el rancho Oropeza para dirigir la batalla, siendo uno de sus primeros movimientos el mandar a los Cazadores montados a vigilar las posiciones mexicanas, mientras el primer ataque a los fuertes los ejecuta el Regimiento de Infantería de Marina conformado por 1000 hombres y dividido en tres para realizar el asalto. A ellos le siguieron el Regimiento de Zuavos con 1500 soldados para atacar el fuerte de Guadalupe, seguido por el cuerpo de Cazadores de Vincennes y por último el escuadrón de Cazadores de África, decidiendo atrincherarse la hacienda de Rementeria que se encontraba cercana al fuerte y donde podían esperar hasta tener la orden de avanzar. Deciden que para empezar a atacar la fortaleza decidieron abrir fuego con artillería al fuerte de Guadalupe, pero la altura en que se localizaban la fortaleza y la orografía hicieron que este ataque no resultara efectivo y que tras dos horas de ataque gastasen la mitad de sus municiones de artillería, provocando que Lorencez decidiese dar la orden para que la infantería iniciase el asalto a la fortaleza.

Inicialmente, la defensa mexicana en el fuerte no le infringió daños de consideración a los asaltantes por su posición en el cerro, pero cuando suben a la meseta superior, la infantería francesa fueron un blanco fácil de las artillerías de Loreto y Guadalupe dirigidos por el general Berriozábal, mientras para evitar un debilitamiento de la defensa, Zaragoza le ordena al general Francisco Lamadrid apoyar a los fuertes mientras el Batallón de Zapadores ocupaban un barrio que se localizaba en las faldas del cerro. Una vez pasada la primer descarga de la defensa, los zuavos recomponen las filas y atacan cuerpo a cuerpo al Batallón de Toluca que se encontraba en la primera línea, perdiendo el enfrentamiento y fueron forzados a retirarse, también la Marina fue atacada por el 6to Batallón de la Guardia Nacional compuesto por los voluntarios de Tetela y Zacapoaxtla comandados por el general Miguel Negrete quienes esperaron hasta el último momento para tenerlos lo más cerca posible, obligando a los franceses a bajar del cerro.

Ante esta primera derrota, Lorencez reorganiza el ataque y manda la segunda oleada, la cual pudo salvar el foso del fuerte de Guadalupe y subiéndose en los hombros de los soldados intentaron pasar las murallas, esta vez la defensa mexicana estaba en problemas porque se trataba del Batallón de infantería de Michoacán que estaban conformados por novatos reclutados hace 2 meses, por lo que se vieron presa del pánico al solo estar encargados de proteger la artillería y huyen a refugiarse en el templo, dejando solos a los artilleros de Veracruz que no contaban con armas para su defensa cuerpo a cuerpo. Dada la situación tan desesperada, los artilleros se defendieron como pudieron golpeando a los zuavos con las balas de cañón, los escobillones y las palancas que tenían para preparar los cañones, pero fueron salvados por la llegada de Berriozábal quien ataca el costado derecho y fueron reforzados por el Batallón Reforma de San Luis Potosí, mientras pudieron calmar a los michoacanos y los convencieron para regresar a la batalla, logrando rechazar la segunda oleada y volvieron a forzar a los franceses a bajar del cerro ante su incapacidad de tomar las fortalezas.

A la par conforme se fue dando la segunda oleada, hubo otra columna francesa destinada a apoderarse de posiciones en la zona del llano, pero este intento fue frustrado por la llegada del general Diaz quienes rechazan el ataque y hacen que se refugien en la hacienda de San José, dándole la confianza a Diaz para ir en su persecución, pero esta acción fue desaprobada por Zaragoza y le orden regresar porque ellos tenían superioridad numérica, orden que fue desobedecida y hace que lo amenazaran con ir a corte marcial por su desacato, a lo que Diaz se pudo disculpar argumentando que dicha orden no resultaba conveniente al no tener apoyo para la retirada. Todos los esfuerzos franceses habían sido rechazados con éxito por parte de los mexicanos, por lo que Lorencez intento con los soldados que le quedaban en el campo volver a recomponer las filas, pero en eso se desata una tormenta de granizo y eso hace reconsiderar que, ante el agotamiento de sus soldados, el no contar con ninguna posición ventajosa y al haber perdido la mitad de sus municiones no le quedaba de otra más que aceptar la derrota.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria.

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Imagen: Patricio Ramos Ortega. Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862, 1862-1865.

Las condiciones de franceses y mexicanos antes de la batalla del 5 de mayo.

La soberbia existente por parte de los franceses les hizo creer que sería una guerra rápida donde en una breve campaña podrían tomar la Ciudad de México y con ello obtener un estado títere a sus intereses, así se percibe en la estrategia del Conde de Lorencez quien desechando las sugerencias de Juan N. Almonte y Manuel Haro y Tamariz de atacar el sur de la ciudad de Puebla por el convento del Carmen, decide tomar los fuertes de Loreto y Guadalupe para demostrar su superioridad y desmoralizar a los mexicanos, como lo experimentaron en la batalla de las Cumbres de Acultzingo. Esto no desmoralizo a Ignacio Zaragoza, quien no deja de organizar a sus mandos militares para poder defender los principales puntos de la ciudad, pero esto no evitaba que tuviese ciertas dudas ante la débil resistencia ofrecida a los franceses a lo largo del camino a Puebla y teniendo estos antecedentes no descartaba la factibilidad de que los ejércitos intervencionistas llegaran a la capital. Uno de los factores a tomar en cuenta por el propio Zaragoza era la evidente superioridad armamentística de los franceses, mientras sus ejércitos estaban armados con fusiles de chispa de fabricación inglesa con diferentes calibres y con artillería con alcance de 1500 a 2000 m, los franceses contaban con armamento desarrollado por ellos, bien pertrechados y con alcances de hasta 3000 m, por lo que era un obstáculo difícil de sortear por la defensa mexicana.

También tenían que enfrentar el problema de la falta de profesionalidad de las tropas mexicanas al tratarse en buena parte tanto de voluntarios como de leva, por lo que era usual que no hubiese estrategias, actuasen de manera improvisada y cuando se enfrentaban a dificultades se rompiese el frente para salvaguardar sus vidas, sumado a que no contaban con forma de aprovisionar a las tropas más que pedir víveres a los ranchos y poblaciones cercanas, ni que decir de la falta de paga. En cambio, las fuerzas expedicionarias francesas contaban con años de experiencia en campañas militares tanto en Europa, África y Asia, donde siempre resultaron victoriosos gracias a la integración de la cultura militar de las tribus de Argelia, región invadida en 1830 y donde adoptaron a los zuavos como parte de su ejército de elite, además de ayudar a la formación de unidades como los Cazadores de África y a la Legión Extranjera, teniendo sus primeros éxitos en frentes como Crimea contra los rusos y las célebres batallas de Magenta y Solferino en Italia contra los austriacos. De ahí que las fuerzas expedicionarias francesas tuviesen una gran diversidad donde se encontraban franceses, argelinos, mercenarios senegaleses y de otras naciones africanas que llegaron como parte de un potente imperio francés en expansión.

En aquel entonces, Puebla poseía una población de entre 70 y 75 mil habitantes, quienes tenían fama de ser los más antijuaristas del país y con una arraigada cultura conservadora como consecuencia de su antigua importancia durante el virreinato, de ahí que una de las personalidades del orden político poblano fuese el obispo Pelagio Antonio Labastida y Davalos quien fue un duro rival durante la presidencia de Ignacio Comonfort. Según los viajeros de la época, la población poblana tenía muy arraigada la cultura católica en sus vidas y su quehacer diario estaba determinada por el orden de la Iglesia, por lo que cuando el gobierno federal se dispuso a realizar las ordenes de desamortización de las propiedades eclesiásticas ocasionaron una verdadera conmoción social y hacían lo posible por ayudar a los religiosos dándoles asilo en otros conventos o en sus propias casas. Esto le agregaba una dificultad mayor a las fuerzas republicanas ante una población poblana en favor de los invasores y que en cualquier momento hubiesen podido ayudarlos para desalojarlos, así se muestra con el gran recibimiento que les dieron a las tropas francesas un año después cuando pudieron tomar la ciudad.

A pesar de este panorama favorable a los franceses, se empezaron a percibir algunos problemas, como una posible traición de las fuerzas de apoyo conservadoras provocada por una serie de destituciones promovida por su presidente Félix María Zuloaga, quien sustituyó al general Leonardo Márquez por José María Cobos, ahí intervendría el ministro Manuel Doblado quien entra en contacto con Cobos y logran un acuerdo para alcanzar un armisticio donde las fuerzas del ejército conservador se abstuvieran en respaldar la invasión, aunque manteniendo su posición antagónica ante la republica de Juárez. Con ello, las fuerzas de Cobos y el mando de Zuloaga se mantienen neutrales, pero meten en problemas a Doblado al declarar meses después que parte del acuerdo consistía en que se generaría un movimiento para derrocar a Juárez, punto que fue necesario aclarar y desmentir, aunque no todos estuvieron dispuestos a seguir los acuerdos de la jefatura conservadora y apostaron por los franceses, como fue el caso de Márquez y el coronel Echegaray quienes no respetaban realmente el liderazgo de Zuloaga, este último hizo su pronunciamiento en la fortaleza de Perote e intentaría hacerse de su artillería, pero Zaragoza manda a la Brigada y los derrota en la Cañada de Ixtapa recuperando las armas.

El haber logrado la retirada de buena parte de los conservadores de esta primera incursión francesa fue fundamental para lograr el retraso de su avance a la capital, aunque los que permanecieron leales al proyecto intervencionista como Márquez y sus aliados quedaron activos en su beligerancia por los rumbos de Atlixco, Izúcar, Huaquechula y Tochimilco, pero todos ellos fueron manejables para la defensa republicana como la encabezada por Tomar O ‘Horan. Mientras los franceses rebosaban desde su campamento de Amozoc de la confianza de poder derrotar a un rival “inferior” propinándoles un duro golpe militar, Zaragoza, sus mandos militares y el apoyo prestado por el gobierno lograron arreglar buena parte de los problemas que hubiesen facilitado la llegada francesa y con ello ganaron tiempo valioso para organizar la resistencia republicana que les daría la victoria definitiva cinco años después. 

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria.

Imagen: Angus McBride.

  • Izquierda: Ejercito mexicano republicano de 1863 a 1867.
  • Derecha: Cuerpo de zuavos del ejército francés.