La diversidad literaria en la Nueva España.

Durante el siglo XVIII, el pequeño grupo de novohispanos educados comenzó a variar en la producción literaria, alejándose del ámbito religioso que no perdía vigor. En este periodo, empezaron a interesarse por escribir tanto sobre la cotidianeidad como sobre la historia que aprendían en sus clases y de los relatos familiares. Esta serie de crónicas recibían el nombre de «teatros», concebidos como textos de mero entretenimiento con el objetivo de despertar la curiosidad del lector apelando a las emociones provocadas por lo escrito.

El pionero en esta clase de obras fue el franciscano fray Agustín de Vetancurt, quien logró imprimir su obra «Teatro mexicano. Descripción breve de los sucesos ejemplares históricos, políticos, militares y religiosos del Nuevo Mundo de las Indias» para 1698. La obra estaba dividida en cuatro partes y distribuida en dos volúmenes. En ella, se narran aspectos geográficos, la historia desde la época de los mexicas hasta la conquista española y el proceso de evangelización. Además, aborda los conventos franciscanos del momento, describe las imágenes religiosas más populares y ofrece descripciones de las ciudades de México y Puebla. Destaca por empezar a darle una concepción patria a la Nueva España.

Hacia 1741, nace un nuevo teatro llamado simplemente «Teatro Americano» de la pluma de José Antonio de Villaseñor y Sánchez, un trabajo encargado por el virrey con la intención de ampliar las descripciones abarcando todo el reino, incluyendo los territorios del septentrión como California, Nuevo México y Texas. Recopiló información de conocidos y a este le seguiría un anexo llamado «Suplemento al Teatro Americano», elaborado de 1754 a 1755 y dedicado a la capital. Este trabajo se considera como la primera obra geográfica que retrata la realidad mexicana.

Las grandes ciudades fueron objeto de interés tanto de los novohispanos como de los mismos peninsulares, quienes querían dar a conocer al resto de la monarquía cómo era el reino más rico. En el caso de la Ciudad de México, tenemos a dos autores: Juan Manuel de San Vicente con su obra «Exacta descripción de la magnífica corte mexicana», editada en Cádiz en 1770, y el trabajo del padre Juan Viera «Breve compendiosa descripción de la Ciudad de México» de 1777, donde la equipara al mismo nivel que Roma y Jerusalén.

Tanto Puebla como Querétaro fueron objeto de interés de los cronistas novohispanos al ser las segundas en importancia dentro del virreinato. Buscaban dejar constancia tanto de sus relatos fundacionales como de sus principales hitos urbanos, personas ilustres y, sobre todo, su devoción religiosa.

En el caso poblano, encontramos el trabajo del cura Miguel de Alcalá y Mendiola, quien escribió de 1714 hasta 1746 su «Descripción en bosquejo». También tenemos al dominico fray Juan de Villa Sánchez con su «Puebla sagrada y profana», así como la obra del notario apostólico Diego Antonio Bermúdez, quien dejó inconcluso su «Teatro Angelopolitano» en 1746. Villa Sánchez, como albacea, facilitó una copia al abogado Mariano Fernández de Echeverria, quien elaboró su «Historia de la fundación de Puebla de los Ángeles». Esta también quedó inconclusa debido a su muerte en 1785. También cabe mencionar el trabajo del agrimensor Pedro López de Villaseñor con su «Cartilla vieja de la nobilísima ciudad de Puebla» de 1781, donde se adentra en cuestiones metafísicas involucrando a fray Juan de Zumárraga y a la Virgen de Guadalupe.

En cuanto a Querétaro, encontramos hasta principios del siglo XIX sus primeras crónicas, como la del padre Joseph María de Zelaa e Hidalgo con «Las glorias de Querétaro», editado en 1803, además de un suplemento titulado «Adiciones» de 1810. En todos ellos se indaga en el relato fundacional queretano.

Un género que se desarrolló poco a lo largo del periodo virreinal fue el de la novela de ficción, ya que, a pesar de que obras como «El Quijote» gozaban de gran popularidad, su producción se vio cohibida por la gran presencia de las novelas españolas y porque resultaban más atractivas las hagiografías como medio de entretenimiento. Se considera al primer novelista novohispano a Bernardo de Balbuena, quien escribió hacia 1608 «El siglo de oro en las selvas de Erífile», retratando el mundo rural pastoril. Bajo esa temática, surge hacia 1620 de la pluma del bachiller Francisco Bramón «Los sirgueros de la Virgen sin original pecado», donde aborda desde lo cotidiano la religiosidad. Sin embargo, el primero que se alejó de esa temática fue Carlos de Sigüenza y Góngora, quien optó por lo profano con su obra «Infortunios de Alonso Ramírez» de 1690.

En el siglo XVIII, la literatura satírica empezó a volverse popular a través del trabajo de Francisco de Quevedo. Varios autores intentaron imitarlo para crear sus propias obras, como «Sueño de sueños» de José Mariano Acosta Enríquez. En esta obra, realiza un viaje onírico de tipo paródico por el inframundo, donde se encuentra tanto con Quevedo como con Cervantes, y hace referencias a otras novelas españolas, inglesas y francesas que estaban en boga en los círculos intelectuales novohispanos.

Para finales del siglo XVIII, surgen tres autores que serían parteaguas de la novela mexicana. El primero fue fray Joaquín de Bolaños, quien escribió en 1792 «La portentosa vida de la Muerte», creando un relato imbuido tanto en la religiosidad moralizante como en la fantasía de la tradición medieval para narrar la historia de este agente del destino. Se sabe que escribió una obra previa que fue censurada por la Inquisición llamada «Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla» de 1785, donde se burla de la actitud de la Iglesia con las diversiones profanas.

El cura tlaxcalteca José Miguel Guridi y Alcocer incursiona en su autobiografía ficcionada llamada «Apuntes», donde narra su vida tanto desde su sentir como dejando testimonio de la vida cotidiana y de los cambios de los tiempos de finales del virreinato. Pero sin duda, el que tuvo la mayor fama fue José Joaquín Fernández de Lizardi, reconocido como el «primer novelista» por obras tan influyentes como «El periquillo sarniento» de 1816 y «La Quijotita y su prima» de 1818, permeando la picaresca en el contexto novohispano para ofrecer una crítica social con un evidente sentido moralizante que ganó el cariño del público.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Antonio Rubial. Entre la dependencia y la autonomía. La literatura colonial en castellano, del libro Literatura. Historia ilustrada de México.

Para más contenido histórico o para opinar del tema, visita la página de Facebook: https://www.facebook.com/profile.php?id=100064319310794

Si te gustan los artículos, leer mas de los publicados en el blog y apoyar al proyecto, vuélvete un asociado en la cuenta de Patreon: https://www.patreon.com/user?u=80095737

Únete a Arthii para conocer a mas creadores de contenido siguiendo este enlace: https://www.arthii.com?ref=antroposfera

Imagen:

 – Izquierda: Anónimo. Grabado de la edición original del «Periquillo Sarniento», 1816.

 – Derecha: Anónimo. Grabado de «La portentosa vida de la muerte», 1792.

Deja un comentario