Los grupos otomíes en México.

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Una de las familias lingüísticas con una amplia presencia en la zona mesoamericana ha sido la otomangue, que incluye grupos como los zapotecas, mixtecas, chiapanecas, los mangue de Centroamérica y los otomíes, quienes ocupan una distribución en el centro-occidente de México y conforman cuatro grupos muy relacionados. A lo largo de la historia, los pueblos otomianos fueron menospreciados por pueblos dominantes, como los nahuas, quienes los tacharon de «salvajes» o «montañeses». Esta carga negativa fue seguida por los españoles, lo que provocó que su historia fuera olvidada y contada principalmente por fuentes religiosas o los propios caciques.

Dentro de la familia otomiana, podemos dividirla en dos grupos: aquellos que mantuvieron el modo de vida nómada y seminómada de Aridoamérica, como los chichimeca-jonaz de Guanajuato y los pames; y aquellos que tienen sus raíces en la tradición mesoamericana, como los otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecas. Los otomíes son el grupo de mayor distribución, con marcadas diferencias regionales.

Debido a la falta de fuentes, el pasado mesoamericano otomí ha sido relegado por parte de los investigadores. Es común encontrar argumentos que atribuyen a este grupo el papel de grupo primigenio en el Centro de México o el de migrantes llegados durante el colapso teotihuacano. En todos estos enfoques, es evidente la carencia de trabajos que permitan comprender su participación en los desarrollos de la cultura preclásica, teotihuacana o tolteca.

Un aspecto fundamental para comprender su alcance es el estudio de los señoríos en el Valle de Toluca, especialmente en el noroccidente de la Cuenca de México. Se centra en Azcapotzalco, habitado por los tepanecas de filiación otomí, que fueron el reino principal desde Teotihuacan, durante el periodo tolteca y hasta su caída en manos de los mexicas. Fuera de estos dos casos (incluyendo el de Xilotepec y su papel en la conquista del Querétaro colonial), el resto de los pueblos otomianos carecen de las fuentes necesarias para trazar su historia antes de la llegada de la conquista, salvo por algunas referencias. Por lo tanto, es necesario recurrir a investigaciones arqueológicas y etnográficas en esas regiones para obtener más información.

El corazón de los grupos otomíes podría considerarse el Valle de Toluca, donde predominan los matlatzincas y mazahuas, seguidos por algunos pueblos otomíes y los ocuiltecas de Ocuilan y el sur del valle. Hacia el noroccidente se localiza el señorío de Xilotepec, de clara filiación otomí, descendiendo hacia Chiapan, donde convivían con comunidades nahuas, para llegar a la Sierra de las Cruces o Quauhtlalpan. Desde allí, bajaban hacia la Cuenca de México, pasando por Tlacopan, Azcapotzalco, Naucalpan y la zona serrana del occidente, como Cuajimalpa, para continuar hacia Coyoacán, conviviendo con pueblos nahuas y matlatzincas. Se tiene conocimiento de poblados otomíes hasta Xochimilco. Al norte de la cuenca, la presencia otomí sigue por Cuautitlán, Zumpango, Tizayuca, internándose hacia el actual estado de Hidalgo, donde tienen su segundo núcleo cultural: Meztitlan, un señorío que logró mantener su independencia frente a los mexicas.

A partir de Hidalgo, las comunidades otomíes continúan dispersándose hacia el noreste, y se tiene constancia de su presencia en la Huasteca en algunas poblaciones. Sin embargo, la zona nuclear fue la Sierra Norte de Puebla, en pueblos como Pahuatlán, donde convivían tanto con los nahuas como con los totonacos. Otro corredor otomí puede rastrearse desde el valle de Teotihuacán, siguiendo por los llanos de Calpulalpan para internarse en Tlaxcala, de mayoría nahua. Se establecieron al oriente del volcán La Malinche en pueblos como Huamantla, Ixtenco y Tecoac, erigiendo el señorío de Tliliuhquitepec al norte, aliado de los estados tlaxcaltecas. Hacia el Valle de Puebla, su presencia se fue diluyendo en unos pocos pueblos como San Salvador el Seco, Quecholac y Tepeaca, con algunas comunidades en Huejotzingo, Tecali y Cuauhtinchan. Su punto más meridional fue una estancia en Coxcatlán llamada Otontepetl.

Más al sur, en el estado de Guerrero, la población otomí experimentó una significativa disminución durante las primeras décadas de la conquista, generando incertidumbre, especialmente con la influencia de factores como los chontales y los cohuixcas. No obstante, a través de referencias etnohistóricas, conocemos la convivencia de comunidades nahuas, mazahuas y matlatzincas, como en Tepecoacuilco, Cocula, Teahuixtlan, entre otros lugares.

Hacia el occidente, la presencia de los grupos otomianos parece estar vinculada a las tensiones generadas por la expansión mexica hacia el Valle de Toluca. Esto condujo a la expulsión de otomíes, matlatzincas y mazahuas, quienes fueron acogidos por el reino de Michoacán para frenar el avance mexica, dando origen a los llamados pirindas. El núcleo principal de los pirindas estuvo en Indaparapeo y Tiripitio, extendiéndose hacia Charo, Huetamo, Taximaroa (Ciudad Hidalgo), Tuzantla, Ucareo y Zitácuaro. Su punto más occidental fue Colima, aunque parece que la presencia otomí llegó con la conquista, con el asentamiento de los aliados tlaxcaltecas.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Pedro Carrasco Pizana. Los Otomíes. Cultura e historia prehispánica de los pueblos mesoamericanos de habla otomiana.

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La diversidad literaria en la Nueva España.

Durante el siglo XVIII, el pequeño grupo de novohispanos educados comenzó a variar en la producción literaria, alejándose del ámbito religioso que no perdía vigor. En este periodo, empezaron a interesarse por escribir tanto sobre la cotidianeidad como sobre la historia que aprendían en sus clases y de los relatos familiares. Esta serie de crónicas recibían el nombre de «teatros», concebidos como textos de mero entretenimiento con el objetivo de despertar la curiosidad del lector apelando a las emociones provocadas por lo escrito.

El pionero en esta clase de obras fue el franciscano fray Agustín de Vetancurt, quien logró imprimir su obra «Teatro mexicano. Descripción breve de los sucesos ejemplares históricos, políticos, militares y religiosos del Nuevo Mundo de las Indias» para 1698. La obra estaba dividida en cuatro partes y distribuida en dos volúmenes. En ella, se narran aspectos geográficos, la historia desde la época de los mexicas hasta la conquista española y el proceso de evangelización. Además, aborda los conventos franciscanos del momento, describe las imágenes religiosas más populares y ofrece descripciones de las ciudades de México y Puebla. Destaca por empezar a darle una concepción patria a la Nueva España.

Hacia 1741, nace un nuevo teatro llamado simplemente «Teatro Americano» de la pluma de José Antonio de Villaseñor y Sánchez, un trabajo encargado por el virrey con la intención de ampliar las descripciones abarcando todo el reino, incluyendo los territorios del septentrión como California, Nuevo México y Texas. Recopiló información de conocidos y a este le seguiría un anexo llamado «Suplemento al Teatro Americano», elaborado de 1754 a 1755 y dedicado a la capital. Este trabajo se considera como la primera obra geográfica que retrata la realidad mexicana.

Las grandes ciudades fueron objeto de interés tanto de los novohispanos como de los mismos peninsulares, quienes querían dar a conocer al resto de la monarquía cómo era el reino más rico. En el caso de la Ciudad de México, tenemos a dos autores: Juan Manuel de San Vicente con su obra «Exacta descripción de la magnífica corte mexicana», editada en Cádiz en 1770, y el trabajo del padre Juan Viera «Breve compendiosa descripción de la Ciudad de México» de 1777, donde la equipara al mismo nivel que Roma y Jerusalén.

Tanto Puebla como Querétaro fueron objeto de interés de los cronistas novohispanos al ser las segundas en importancia dentro del virreinato. Buscaban dejar constancia tanto de sus relatos fundacionales como de sus principales hitos urbanos, personas ilustres y, sobre todo, su devoción religiosa.

En el caso poblano, encontramos el trabajo del cura Miguel de Alcalá y Mendiola, quien escribió de 1714 hasta 1746 su «Descripción en bosquejo». También tenemos al dominico fray Juan de Villa Sánchez con su «Puebla sagrada y profana», así como la obra del notario apostólico Diego Antonio Bermúdez, quien dejó inconcluso su «Teatro Angelopolitano» en 1746. Villa Sánchez, como albacea, facilitó una copia al abogado Mariano Fernández de Echeverria, quien elaboró su «Historia de la fundación de Puebla de los Ángeles». Esta también quedó inconclusa debido a su muerte en 1785. También cabe mencionar el trabajo del agrimensor Pedro López de Villaseñor con su «Cartilla vieja de la nobilísima ciudad de Puebla» de 1781, donde se adentra en cuestiones metafísicas involucrando a fray Juan de Zumárraga y a la Virgen de Guadalupe.

En cuanto a Querétaro, encontramos hasta principios del siglo XIX sus primeras crónicas, como la del padre Joseph María de Zelaa e Hidalgo con «Las glorias de Querétaro», editado en 1803, además de un suplemento titulado «Adiciones» de 1810. En todos ellos se indaga en el relato fundacional queretano.

Un género que se desarrolló poco a lo largo del periodo virreinal fue el de la novela de ficción, ya que, a pesar de que obras como «El Quijote» gozaban de gran popularidad, su producción se vio cohibida por la gran presencia de las novelas españolas y porque resultaban más atractivas las hagiografías como medio de entretenimiento. Se considera al primer novelista novohispano a Bernardo de Balbuena, quien escribió hacia 1608 «El siglo de oro en las selvas de Erífile», retratando el mundo rural pastoril. Bajo esa temática, surge hacia 1620 de la pluma del bachiller Francisco Bramón «Los sirgueros de la Virgen sin original pecado», donde aborda desde lo cotidiano la religiosidad. Sin embargo, el primero que se alejó de esa temática fue Carlos de Sigüenza y Góngora, quien optó por lo profano con su obra «Infortunios de Alonso Ramírez» de 1690.

En el siglo XVIII, la literatura satírica empezó a volverse popular a través del trabajo de Francisco de Quevedo. Varios autores intentaron imitarlo para crear sus propias obras, como «Sueño de sueños» de José Mariano Acosta Enríquez. En esta obra, realiza un viaje onírico de tipo paródico por el inframundo, donde se encuentra tanto con Quevedo como con Cervantes, y hace referencias a otras novelas españolas, inglesas y francesas que estaban en boga en los círculos intelectuales novohispanos.

Para finales del siglo XVIII, surgen tres autores que serían parteaguas de la novela mexicana. El primero fue fray Joaquín de Bolaños, quien escribió en 1792 «La portentosa vida de la Muerte», creando un relato imbuido tanto en la religiosidad moralizante como en la fantasía de la tradición medieval para narrar la historia de este agente del destino. Se sabe que escribió una obra previa que fue censurada por la Inquisición llamada «Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla» de 1785, donde se burla de la actitud de la Iglesia con las diversiones profanas.

El cura tlaxcalteca José Miguel Guridi y Alcocer incursiona en su autobiografía ficcionada llamada «Apuntes», donde narra su vida tanto desde su sentir como dejando testimonio de la vida cotidiana y de los cambios de los tiempos de finales del virreinato. Pero sin duda, el que tuvo la mayor fama fue José Joaquín Fernández de Lizardi, reconocido como el «primer novelista» por obras tan influyentes como «El periquillo sarniento» de 1816 y «La Quijotita y su prima» de 1818, permeando la picaresca en el contexto novohispano para ofrecer una crítica social con un evidente sentido moralizante que ganó el cariño del público.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Antonio Rubial. Entre la dependencia y la autonomía. La literatura colonial en castellano, del libro Literatura. Historia ilustrada de México.

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 – Izquierda: Anónimo. Grabado de la edición original del «Periquillo Sarniento», 1816.

 – Derecha: Anónimo. Grabado de «La portentosa vida de la muerte», 1792.

Los habitantes del Gran Tunal.

El centro del actual territorio mexicano se encuentra en la confluencia tanto de la Sierra Madre Occidental como la Oriental, donde los procesos geológicos dieron origen a un altiplano localizado al oeste del estado de San Luis Potosí, el norte de Guanajuato y el sureste de Zacatecas, conocido como la región del Gran Tunal por sus condiciones desérticas y la abundancia de nopaleras en su medio ambiente. Gracias a la presencia de los yacimientos de plata en la región fue posible que los españoles se interesasen en su colonización y la fundación de numerosas villas como la misma San Luis Potosí, pero previa a la conquista encontramos un territorio donde no era posible mantener un modo de vida sedentario, tanto por el clima seco como por la baja cantidad de lluvia, solo permitía el asentamiento de grupos nómadas quienes aprovechaban los pocos recursos estacionales disponibles. Esto ha provocado que el Gran Tunal haya quedado fuera del radar de las investigaciones arqueológicas, donde al solo tratarse de chichimecas nómadas no ameritaba mayor atención el estudio de campamentos o petrograbados, por lo que hay poco material al respecto y muchas veces solo se limitan a las crónicas españolas.

Uno de los temas donde podríamos ver la importancia del Gran Tunal en los tiempos precolombinos tiene que ver con las dinámicas comerciales mesoamericanas entre la región Occidente, el Altiplano Central, el Golfo de México y los cacicazgos militarizados norteños, una evidencia de esto lo tenemos en la persistencia del uso ritual del peyote tanto por los huicholes, los mexicas y las tribus nómadas, siendo esta región el hábitat de esta cactácea y donde existen santuarios como el famoso Wirikuta en Real de Catorce. Al nivel arqueológico, se ha investigado el sitio Cerro de Silva donde se han encontrado materiales tanto líticos como cerámicos de indudable influencia mesoamericana con un fechamiento de los años 100 a.C. al 1200 d.C., sobre todo en los entierros encontramos personajes que llevan la deformación craneal típica de los pueblos mesoamericanos, lo que podría indicar que los nómadas del Gran Tunal mantenían relaciones de diferente índole con los estados mesoamericanos limítrofes. En la región vecina de la Sierra Gorda, donde en tiempos mesoamericanos fue dividida en diversas ciudades-estado fortificadas, se han encontrado vestigios de material proveniente del altiplano potosino, por lo que es seguro que las tribus se hubiesen internado en diferentes temporadas y ahí se hubiese dado la interacción con los mesoamericanos con sus correspondientes intercambios culturales.

El éxito de la colonización mesoamericana de las zonas con una mayor captación de lluvia hizo posible el nacimiento de ciudades como La Quemada, Ranas, Toluquilla o Cañada de la Virgen, las cuales al haber alcanzado los niveles de organización estatal llevaron consigo la necesidad del comercio para abastecerse tanto de productos de primera necesidad para la población civil o de objetos suntuarios para las elites, manteniendo la comunicación con otras regiones mesoamericanas. Es posible que los nómadas del Gran Tunal hayan participado en la red de intercambios mesoamericana, ya que las fuentes coloniales relatan la presencia de solidas relaciones entre nómadas, seminómadas y agricultores de la región para apoyarse mutuamente, esto sin descartar la existencia de periodos de violencia de estos grupos. Pero también es evidente que hasta el momento no se han encontrado la presencia de redes comerciales en el corazón de Aridoamérica desde el oeste de San Luis Potosí, Coahuila, Nuevo León, hasta buena parte de Texas, lo que nos habla de la persistencia de los caminos por la sierra y de la poca necesidad mantener contacto directo de las tribus de esta zona, sino se dio de manera indirecta al comerciar con otros grupos aledaños a la zona mesoamericana.

Al ser un territorio semidesértico con recursos limitados, provocaría que las tribus tuviesen que adecuar un modo de vida cíclico para poder sostener la cacería y la recolección de determinados recursos, siendo necesario para asegurar la sobrevivencia de los diferentes grupos el establecer tanto territorios como tiempos determinados para poder establecerse, permanecer en él y desplazarse cuando haya terminado la temporada para irse a otro lado. En la zona se han encontrado tanto campamentos al aire libre y bajo techo, estas se hacían en las cuevas o en abrigos rocosos, las cuales se mantuvieron como la forma de habitación habitual durante gran parte de la historia indígena, teniendo un cambio en periodo llamado Venadito II del 100 a.C. al 200 d.C. cuando hay evidencia del inicio del contacto agrícola, como lo es la aparición de la presencia de cerámica y el inicio del uso de navajillas de obsidiana, teniendo como ventaja la presencia de yacimientos de obsidiana como el del Cerro del Sombrero. Según las referencias de las fuentes, lo más usual eran los campamentos al dejar constancia de la construcción de campamentos con la vegetación de la zona y su fácil desmantelamiento, en cambio en las cuevas no se ha localizado mayores evidencias de haber servido como habitación, por lo que es posible su uso exclusivo como sitios rituales al ser estos donde se alberga el arte rupestre de la región.

Los campamentos se solían asentar en las zonas de recolección, no se han encontrado en las cercanías de los pocos cuerpos de agua, indicándonos un profundo conocimiento de los recursos aprovechables en la región, incluso algunos investigadores proponen que la presencia de elementos líticos pudiera ser una señal de una cultura del reciclable, donde al no ser elementos perecederos podían dejarlos ahí para tiempo después reusarlos cuando hacía falta. Los elementos de la orografía sin duda conformaron parte de la vida ritual de las tribus, como lo vemos en el caso del Wirikuta huichol y su antiquísima tradición peregrina, esto lo vemos en los múltiples ejemplos de petrograbados donde plasmaron sus símbolos religiosos, los cuales de momento resultan indescifrables. Solamente mediante la arqueología podemos llenar los huecos que nos dejaron los procesos de conquista y colonización, pero hacen falta recursos para llevar a cabo los proyectos tanto de investigación como de conservación, solo asi podríamos detener las amenazas que ciernen sobre ellas ante las necesidades del mundo moderno que no deja de estigmatizar como una zona “vacía” de nulo desarrollo cultural.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Geiser Gerardo Martin Medina. Consideraciones sobre los pobladores del semidesierto en la región del altiplano potosino y el Gran Tunal durante la época prehispánica desde el paisaje y la territorialidad, de la revista Arqueología no. 62.

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Imagen: Pinturas con manos en negativo. Cueva del Almagre, SLP.

El camino de los agricultores rumbo al Norte.

La agricultura mesoamericana tuvo su origen a lo largo de las sierras donde diferentes valles semidesérticos reunieron las condiciones adecuadas para poder alimentar a una gran población en intervalos de tiempos largos, esto dio pie a que fuesen experimentando a lo largo de generaciones por medio de la selección natural especímenes que daban un mayor volumen de alimento y poco a poco se fueron convirtiendo en pobladores sedentarios. Poco a poco, a través de las primigenias redes comerciales tribales se fueron esparciendo los conocimientos de la siembra del maíz, el frijol, la calabaza, el chile, entre otras especies que podían cultivarse sabiendo sus ciclos, adaptándose a diferentes ecosistemas y expandiendo el modo de vida aldeano junto con su modelo de organización social basado en jefaturas políticas vinculadas a la religión, llegando hasta la línea imaginaria del Trópico de Cáncer y sus amplias zonas de clima desértico. Por los vestigios encontrados, se han identificado dos tradiciones que expandieron la civilización mesoamericana, la primera conocida como la Tradición del Golfo vinculada posiblemente con el núcleo agrícola de la Sierra de Tamaulipas y que coloniza la zona subtropical de San Luis Potosí hasta llegar a la Sierra Madre, la otra es la Tradición Chupícuaro que se consolida en el Bajío y se sigue al noroeste.

Por la falta de investigaciones en la región, no se sabe si la tradición de la Sierra de Tamaulipas vinculada con hallazgos como la Cueva de la Perra se trata de un núcleo independiente al de Tehuacán o Tlacolula o si hasta allá fue de los primeros sitios a donde llegaron los agricultores, pero lo que si coincide es con los limites ecológicos señalados por el Trópico de Cáncer donde más arriba de aquella referencia empiezan a escasear las lluvias para dar lugar a ecosistemas áridos los cuales no pueden sostener la vida sedentaria. La topografía de San Luis Potosí nos marca tres regiones diferenciadas, la Huasteca en la parte baja de clima tropical, Rio Verde en la parte intermedia donde encontramos condiciones semiáridas, pero con cuerpos de agua suficientes para la agricultura, por último, tenemos el Gran Tunal con condiciones desérticas y donde ya no es posible tener grandes cultivos, región que comparte con Zacatecas y que fue el hogar de las tribus nómadas. Hacia el 500 a.C. vamos a encontrar las primeras aldeas agrícolas tanto en el centro-sur de Tamaulipas como en Rio Verde, teniendo como elemento articulador a la Huasteca que fue también un foco de influencia cultural, permitiendo el flujo de este pueblo continuase rumbo a la Sierra Gorda queretana y se formasen las poco estudiadas redes comerciales entre el Golfo y Occidente a través de los caminos de la sierra.

El éxito derivado de la expansión del modo de vida aldeano en Rio Verde dio pie a que la gran potencia mesoamericana fijase su atención en la región, Teotihuacan, por lo que vemos una mayor proliferación de la influencia huasteca de la mano con la teotihuacana como resultado de la gran actividad comercial entre los años 250 al 500 d.C. incluso se han encontrado en algunas ofrendas pipas tubulares del sureste de EU y podría indicarnos un posible contacto con la civilización del Mississippi. De los años 500 al 700 d.C. Rio Verde tendrá su etapa de mayor esplendor con la proliferación de centros ceremoniales con edificios religiosos circulares integrando en su trazado las canchas de juego de pelota, un elemento en común con las tradiciones culturales fronterizas como los guachimontones de Occidente o los sitios de la sierra de Sinaloa, siendo uno de los sitios más grandes San Rafael en San Luis Potosí. Pero uno de los sitios de importancia religiosa en la región vamos a tener al Lago de la Media Luna, un sitio muy importante para la arqueología subacuática donde se han encontrado importantes ofrendas por parte tanto de los pueblos de la tradición Rio Verde, de los grupos filiación huasteca e incluso de presencia de las tribus nómadas.

La Sierra Gorda tiene importantes atractivos que hicieron posible el asentamiento de grupos mesoamericanos, desde la diversidad de sus ecosistemas que van de bosques y selvas bajas alimentadas por sus numerosos ríos, la facilidad de su defensa otorgada por su complicada orografía y sobre todo los minerales como el cinabrio que fue un elemento importante para la parafernalia religiosa mesoamericana. La demanda por la adquisición del cinabrio por parte de las elites político-religiosas dio pie al nacimiento de la incipiente minería mesoamericana, que abre las primeras redes de yacimientos como los de la región del Soyatal donde encontramos tanto evidencias de mazos y mangos para cavar galerías de diferentes tamaños, esto hizo que los pueblos del centro de Veracruz se mantuviesen muy ligados con los pueblos de la Sierra Gorda como se manifiesta tanto con la presencia de la cerámica de Rio Verde como de los yugos y palmas de piedra del Clásico veracruzano relacionados con el juego de pelota. Los primeros fechamientos de la explotación de las minas nos dan desde los años 15 al 540 d.C., pero fue en el Clásico donde sedaría su periodo de esplendor cuando la actividad comercial minera hizo posible la construcción de ciudades-estado fortificadas en las cimas de los cerros para facilitar su protección.

Arqueológicamente, la región cultural de la Sierra Gorda se puede dividir en tres, la primera es llamada simplemente la “Sierra” y se caracteriza por la presencia de estas acrópolis en lugares de difícil acceso como el muy conocido binomio de Ranas y Toluquilla, Los Moctezumas, El Doctor, El Durazno, entre otros. Pegado a San Luis Potosí, tenemos una mayor influencia de Rio Verde dejando asentamientos dedicados a la explotación del tepetate, arcillas y la extracción de pigmentos como el almagre como Concá, Purísima, Arroyo Seco, El Carrizal, entre otros, por último tenemos una subárea de influencia huasteca donde vemos los patrones culturales básicos como vemos en sitios como Tancoyol, Tancamá, La Campana y Agua Zarca, siendo los dos primeros donde vemos el arraigo de sus nombres huastecos. Falta mucho trabajo por realizar en cuanto a la investigación de la región, de momento tenemos que esta influencia del Golfo llega hasta Xichú en la actual Guanajuato, por lo que no sabemos los alcances reales que tuvieron las regiones de Rio Verde y la Sierra Gorda en las relaciones geopolíticas de los estados huastecos e incluso no se descarta la influencia de metrópolis como El Tajín por la presencia de las palmas y yugos de piedra.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Beatriz Braniff. La colonización mesoamericana en la Gran Chichimeca. La tradición del Golfo y la tradición Chupícuaro-Tolteca, del libro La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas.

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El mercado en el Querétaro virreinal.

Gracias a su posición estratégica dentro del Camino Real de Tierra Adentro, las actividades económicas de la ciudad de Querétaro se vieron muy diversificadas al ofrecer a sus habitantes una gran cantidad de productos gracias a las excelentes condiciones para producir los productos europeos. Uno de ellos fue el ganado, convirtiendo a su mercado en una importante fuente de abastecimiento a donde iban a parar los animales de los pueblos adyacentes, aunque tenían como limitante el pago de derechos para las dos unidades administrativas de la ciudad, la republica de españoles y la de indios, mismos que estaban obligados a ofrecerles a los ganaderos tanto los rastros para sacrificar los animales como su correspondiente espacio en el mercado, así como velar por la presencia de precios justos para los consumidores. La cría de ganado bovino y el porcino se basaba tanto en Querétaro como en San Juan del Rio, siendo el centro de abasto de regiones como el mismo Altiplano donde por las disputas con los indígenas no se había logrado consolidar, exportando tanto toros, vacas y novillos como los productos procesados como la lana, el tocino y la manteca, contribuyendo al enriquecimiento de la ciudad.

Mientras los indígenas tenían como su espacio de comercio el tianguis, los españoles lo hacían desde sus tiendas en la plaza y en los alrededores, pero hacia 1594 se buscaría que el virrey les otorgase un espacio fijo en la plaza, dándoles un terreno que estaba cerca del Convento de San Francisco. La dinámica comercial española se basaba tanto en la venta de los excedentes de la producción agropecuaria, el de los obrajes de las cercanías y las importaciones como el aceite de oliva, el vino, las ropas finas, armas y aditamentos para la caballería, donde los productos de interés para los españoles serian la producción de trigo, el maíz, el ganado y las uvas, fruto que sería muy buscado tanto por criollos como por los indígenas. Querétaro se había convertido en el centro de abastecimiento de productos como el vino, a donde llegaban las diligencias desde Veracruz y de ahí se distribuía tanto para el Bajío como para la zona minera de Zacatecas y San Luis Potosí. También se había convertido en el centro de distribución de los productos de lujo novohispanos como el cacao de Guatemala y Colima, los pescados de las zonas lacustres y las costas o incluso de las importaciones como el bacalao, siendo el centro de la logística de la línea de abastecimiento para el Septentrión.

Para el siglo XVII, la importancia de la ciudad había logrado desarrollar su propia elite de mercaderes, dejando de ser meros representantes de casas comerciales ultramarinas, incluso llegaron a tener representación tanto los propios españoles e incluso los antiguos pochtecas mantenían su presencia en las redes de comercio queretana. Los mercaderes estaban en contacto con las líneas de abastecimiento de ciudades como México, Puebla, Zacatecas, Celaya, Guanajuato y Colima, aunque si estuvieron limitados con respecto al comercio de importaciones, ya que sus agentes no mantuvieron presencia en puertos como Veracruz y Acapulco al ser manejados por los comerciantes capitalinos. Una de las redes comerciales más importantes era la ganadera, la cual estaba conformada por un circuito que la comunicaba con Tula, Metepec, Coyoacán, Tacuba, Toluca y Pachuca, siendo la Ciudad de México donde se realizaban los tratos con otros comerciantes regionales y ya de ahí se mandaban los pedidos a Querétaro para enviar las recuas o los productos solicitados.

El trato de los comerciantes con sus clientes se basaba en un sistema de confianza a la palabra para realizar algunas transacciones sin tener los recursos, por lo que los mercaderes siempre estaban al pendiente de las deudas contraídas y los deudores no tenían problema en darles lo que solicitaban, el problema era que no había un registro como tal y estas podían llegar a ser olvidadas, razón por la que era usual que en el lecho de muerte destinasen una cantidad de dinero dispuesta para donar a la iglesia y con ello limpiar su conciencia por las deudas olvidadas. La principal función del gobierno era el vigilar el control de precios, esto incluía el salario para los tamemes que todavía eran fundamentales en el comercio novohispano a pesar de la presencia de las diligencias, si bien los funcionarios tenían prohibido intervenir en las actividades comerciales, esto no evito que hicieran negocios en cuanto tuvieran la oportunidad. El alcalde mayor era el principal responsable de fijar los precios mediante el edicto de ordenanzas donde se informaban el valor de los insumos tomando en cuenta los costos de producción y de transporte, aunque no ha habido un estudio de los precios, se sabe que de 1590 a 1608 hubo una baja inflación.

El principal impuesto que estaba presente en el comercio novohispano eran las alcabalas, que equivalía al 2% del valor donde incluía desde bienes raíces, muebles y alimentos, esto se cobraba al momento en que el mercader hacía la declaración de los bienes y en base de eso hacían el correspondiente cobro sin tolerancia a dar lugar a omisiones. Esta potestad estaba en manos del alcalde mayor el realizar el correspondiente cobro y de ahí llevar el dinero a la Real Hacienda, aunque por las fuentes de la época, en el caso de Querétaro la recaudación fue muy floja y existían muchos casos de evasión fiscal. Todo ello ayudaría a la ciudad de Querétaro a convertirse en un motor económico regional al ser la puerta principal rumbo al norte, dándole la oportunidad de que su bonanza traspasara hasta el día de hoy.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Ricardo Jiménez Gómez. El Camino Real de Tierra Adentro a su paso por el pueblo de Querétaro y el mercado a finales del siglo XVI y principios del XVII, del libro Caminos y Mercados de México.  

Imagen: 

  • Izquierda: S/D. Mercaderes en las calles de Queretaro, principios de siglo XX
  • Derecha: S/D. El «Portal Quemado», Queretaro, principios de siglo XX.

Fuente de imágenes: https://www.facebook.com/cronistadequeretaro

Querétaro y su integración al Camino Real de Tierra Adentro.

La fundación de Santiago de Querétaro fue una de las más peculiares en el proceso de conquista, ya que su establecimiento fue bajo la iniciativa de los caciques otomíes de Xilotepec quienes se habían convertido en aliados de los españoles, por lo que durante sus primeras décadas tendría un gobierno dual, un cabildo español representado en el alcalde mayor y la republica de indios. Las condiciones de la región del valle de San Juan del Rio hacia posible que esta ciudad pudiese vivir de la agricultura, pero la introducción del ganado por parte de los españoles hizo que fuera este rubro el preferido para sentar la base económica de la zona. A pesar que más adelante de Querétaro las regiones eran más hostiles tanto por su árido entorno y por la belicosidad de los nómadas, el descubrimiento de las minas de Zacatecas fue impulso suficiente para que siguiera el avance hispano rumbo al norte, inicialmente se pensaba que Querétaro pudiese participar en el nuevo entramado comercial como proveedor de productos agropecuarios, la ciudad platera tendría en el Bajío como su principal proveedor, no obstante la riqueza de las tierras queretanas le permitieron incluso crear su propia red independiente del septentrión.

Las puertas de entrada que poseía Querétaro al Camino Real de Tierra Adentro eran la población de San Juan del Rio y la misma ciudad, quedaría excluida de este camino la población de San Miguel Huimilpan la cual en un inicio sería una de las estaciones de llegada durante los primeros años del camino, mientras en sus ramales secundarios quedarían comunicadas poblaciones como San Pedro de la Cañada y San Francisco Galileo. Como sabemos, la región de Querétaro estaba en plena decadencia durante el periodo Posclásico de los tiempos mesoamericanos, pero resultaría con las condiciones ideales para la aclimatación y proliferación de los productos europeos, ya sea en la agricultura como el trigo, la uva, manzanas, grandas, duraznos, entre otros lograrían convivir perfectamente con los cultivos autóctonos. La ganadería sería muy fructífera en San Juan del Rio, como lo reporta la Relación de Querétaro de mediados de siglo XVI donde señala que en esos tiempos había 100,000 vacas, 200,000 ovejas y 10,000 yeguas, pero como en otras partes de la Nueva España, la ganadería representaba un serio problemas para las comunidades indígenas al entrar en los terrenos durante su pastoreo y comerse los cultivos, siendo común el reclamo de los indígenas ya sea ante las autoridades de la comunidad o incluso escalando el caso con el virrey.

Un tercer sector económico derivado de la ganadería sería los obrajes, quienes aprovechando la abundancia de ovejas permitía la proliferación de la producción textil y con ello los primeros desarrollos fabriles en el territorio novohispano. Todo este desarrollo que estaba alcanzando Querétaro no sería posible si no fuera por la comunicación y cercanía que tiene con la Ciudad de México, una situación que había sido aprovechada desde tiempos prehispánicos y razón por la que se pueden encontrar vestigios relacionados con las grandes metrópolis como Teotihuacan, Tula y Tenochtitlan. El trazado del Camino Real de Tierra Adentro es atribuido a la labor del misionero fray Sebastián de Aparicio, aunque los documentos de la época revelan que realmente el artifice del camino fue Juan Muñoz de Zayas con la adaptación para carretas de Paulo Carrasco, pero se tiene constancia de la participación del beato en el tramo entre México y Querétaro, probablemente sirvió de base el antiguo camino que comunicaba a Tenochtitlan con el confín del imperio como lo era la población de Tlachco.

Los principales beneficiarios con el trazado del camino eran directamente los colonizadores españoles, a quien el virrey les otorgaba mercedes reales para establecer diligencias para comunicar las ciudades, así como las hospederías a lo largo del camino para alojar a los viajeros. El recorrido de México a Querétaro cubría una distancia de 30 leguas y abarcaba dos caminos, uno corto y el principal que llegaba primero a Chapa de Mota, Jilotepec y San Juan del Rio, con una desviación hacia San Miguel Huimilpan. La segunda parte del recorrido empezaba en la misma Querétaro, el camino dividía en dos la ciudad por medio de la calle real que generaba un sector norte y uno sur, siendo la plaza publica el centro de la ciudad donde se concentraba el poder político, religioso y económico, siendo el rio que divide la ciudad de oriente a poniente la frontera natural que delimitaba la zona conocida como “La Otra Banda” donde se localizaban los barrios de San Sebastián, San Roque y San Pablo, dando paso a las rancherías por el camino a Zacatecas.

La importancia que llego a tener al poco tiempo de su fundación hizo que fuese posible la disposición de su propio tianguis, mercado indígena de carácter itinerante, instalado en la plaza pública a un lado del convento franciscano, aunque a finales del siglo XVI un sujeto trataría de prohibirlo para quedarse con el terreno y proponía beneficiar el modelo de comercio traído por ellos, la tienda, pero la sociedad queretana e incluyendo a los españoles salieron a la defensa del tianguis y lograron su permanencia. Otro problema se presentaría hasta 1764 cuando las autoridades pretendían cobrarle “derecho de piso” a los comerciantes, pero los vendedores indígenas se lograron defender aduciendo que no se les puede cobrar por haberse fundado bajo la figura del “pueblo de indios” y por lo tanto no se les podía hacer ningún cobro, argumento respetado por las autoridades y el cobro seria anulado, permitiendo que los indígenas siguieran vendiendo sus mercancías mientras los españoles tenían las tiendas como expendios del diario.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Ricardo Jiménez Gómez. El Camino Real de Tierra Adentro a su paso por el pueblo de Querétaro y el mercado a finales del siglo XVI y principios del XVII, del libro Caminos y Mercados de México.  

Imagen: N. Gonzales. Vista general de Queretaro, mediados de siglo XIX.

La mítica conquista y fundación de Querétaro.

La situación del centro geográfico del actual México previo a la conquista española era de una gran inestabilidad al localizarse en la región fronteriza entre los pueblos mesoamericanos y las tribus nómadas conocidas popularmente como chichimecas, esto incluso se complica en el caso de la región de la actual Querétaro al localizarse en la frontera entre el estado mexica y el purépecha donde se localizaban las poblaciones de Tlachco y Cinconque, cuyos nombre en purépecha eran los de Queretaro y Apapátaro, siendo el primero atribuido a la forma de la cañada localizada en la cercanía del pueblo y que tenía la forma similar a la de un juego de pelota. La conquista y pacificación de la región fue asignada a los otomíes del señorío de Xilotepec, localizada actualmente en el noreste del actual Estado de México, cuya llegada a Tlachco fue precedida por las antiguas ceremonias mesoamericanas de fundación de una comunidad donde se emplazó la ciudad según las normas mesoamericanas que incluían la sacralización del lugar, pero siguiendo la traza española.

La principal fuente que tenemos sobre su fundación la tenemos en la “Relación geográfica de Querétaro” donde se relatan los pormenores sobre los acontecimientos que definieron el establecimiento del pueblo, donde se apunta la alianza de los caciques otomíes encabezados por Fernando de Tapia o “Conin” junto con los soldados españoles quienes ayudaron a someter la región entre los años de 1548 y 1550, aunque hay una segunda versión donde se le atribuye la fundación al capitán general otomí Nicolas de San Luis Montañez secundado por Tapia y Martin de Toro, quienes se lanzaron a atacar a los chichimecas y los derrotan en la batalla del cerro Sagrenmal. La victoria implico la sumisión de los chichimecas encabezados por el cacique Juan Bautista Criado y sobre todo el compromiso de estos para cristianizarse, aceptando asentarse junto a los otomíes y a petición de los chichimecas se les proporciona una cruz de piedra y terrenos para la construcción de una iglesia para emplazarla en el cerro Sangremal, donde se atribuye la victoria a la aparición milagrosa del santo guerrero Santiago Apóstol.

Si bien los tres caudillos otomíes tienen sus respectivos relatos similares donde en cada uno se resalta el protagonismo de cada uno, sería el de San Luis Montañez el que tendría un mayor arraigo en el colectivo queretano al contener dos de los símbolos religiosos de importancia para la ciudad, la Santa Cruz de los Milagros y la presencia de Santiago Apóstol, de ahí que sea tomado como el santo patrono de la ciudad. Las particularidades que presenta con la tradición mesoamericana la tenemos con el relato de la peregrinación de los conquistadores otomíes siendo indicada por el oráculo entorno a la mítica cueva de Chiapa, a esto se le suma la aparición milagrosa señalando el lugar donde se habría de fundar el asentamiento y su posterior delimitación de los límites de este, todo relacionado con un ambiente lacustre para darle una mayor validez cosmogónica. Posterior al primer establecimiento otomí, le siguió otra migración proveniente de Xilotepec e indicada por la cueva de Chiapa, esta vez se asientan en las cuevas del sitio conocido como La Cañada vistiendo a la manera de los chichimecas, relato que indica ser mítico al ser imposible la habitabilidad de esas cuevas y comparte más el imaginario de otros relatos como el de Chicomoztoc, sumado a que estaban encabezados por siete jefes.

Según las narraciones indígenas, el pueblo de Tlachco se localizaba cerca de un pequeño lago, fundamental para la escatología mesoamericana para proseguir con el arquetipo de la mítica Tollan, señal que aseguraba el éxito de la fundación. La delimitación de los linderos se establece por ceremonias donde se fija la orientación de la ciudad definiendo los ejes que corresponden con las montañas y ríos de la región, posteriormente se pasan a flechar hacia los cuatro rumbos cardinales a manera de saludo y de ahí se pasa a flechar los manantiales y pozos de las cercanías para reclamar la pertenencia del agua a la comunidad. Después se hace el repartimiento de los terrenos entre los colonos y del templo principal, así como un banquete elaborado por los miembros más viejos del grupo, quedando con esto definidos tanto los barrios como los distritos de la nueva ciudad. Todo esto fue proseguido con una procesión de los 50 capitanes otomíes para localizar la cruz prometida a los chichimecas, siendo elaborada en La Cañada al probar fallidamente en otros sitios cercanos, lugar donde surge también el rio Tlachco para aumentar la sacralidad de su manufactura, comitiva que fue acompañada por músicos que tocaban los clarines y tiraban flechas.

La tradición mesoamericana nos indica que un nuevo estado o altépetl podía ser fundado sobre otro asentamiento previo y no en un sitio vacío, como pasa con el caso de Tlachco, por lo que al perder los pobladores originarios se les otorgaba la titularidad de sus tierras a los vencedores y que es refrendada con la victoria sobre los chichimecas en cerro Sangremal y matando al capitán Mazadin de los Maxorro, lo que provoca la rendición del cacique e integración de los chichimecas a los otomíes. Los ejes que se establecen son los correspondientes con las orientaciones norte-sur y este-oeste, correspondiendo con el cerro Cimatario el primero y La Cañada en el segundo para definir el centro poblacional en el Sangremal dividiéndose en cuatro cuadrantes. Una vez definido el centro, se empieza a asociar a la presencia de una cactácea donde se para un águila, indicándonos que el mito fundacional de los mexicas era común entre otros pueblos mesoamericanos y como este persistía en los primeros años de la conquista. Los españoles también jugaron su papel en la fundación con la fortificación a la manera de los castrum romanos y el establecimiento de las capillas para el culto, por lo que vemos la forma en que conquistadores indígenas y españoles colaboraron y convivieron ambas tradiciones culturales iniciando el proceso de mestizaje que conformaría la Nueva España.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Lourdes Somobano Martínez. Los rituales de fundación del siglo XVI y el trazo urbano del pueblo de Querétaro, de la revista Secuencia no. 60.

Imagen:

  • Izquierda: Guerrero otomí, Códice Pedro Martin de Toro, siglo XVII.
  • Derecha: Templo y convento de la Santa Cruz de Queretaro, siglo XVII.

Las misiones de la Sierra Gorda de fray Junípero Serra.

La región de la Sierra Gorda está conformada en un territorio con abundantes cerros, montañas, cañadas y ríos que le otorgaron una especial diversidad ecológica que va desde los bosques de coníferas en las tierras altas como ecosistemas cálidos en los fondos de las barrancas. Se localiza al norte de Querétaro, así como parte del noreste de Hidalgo, el este de Guanajuato y el sur de San Luis Potosí, territorio que le otorgaría la posibilidad en tiempos prehispánicos de dar cobijo a ciudades-estado con una compleja arquitectura como lo reflejan las ciudades de Ranas y Toluquilla. Sin embargo hacia el siglo IX, con la caída de la región fronteriza mesoamericana se vio obligada ser abandonada por los pueblos agrícolas, siendo ocupada por cazadores-recolectores del norte como los pame y los chichimeca jonaz pertenecientes a la familia otopame que mantuvieron a raya a mexicas y tarascos como a los españoles, los cuales debido a la dureza de sus enfrentamientos, la poca ventaja que ofrecía su control y a que pudieron hacer las paces con los grupos aledaños, prefirieron armar un cerco por toda la sierra donde las tribus pudieron mantener su estilo de vida.

El hecho de que perviviera un foco de “gentilidad” cercano al corazón de la Nueva España hizo que para el siglo XVIII las autoridades decidieran acabar con esta situación, por lo que mandan al capitán José de Escandón a conquistar la región (previamente ya había sometido a los indígenas de Tamaulipas) lo que devino en una campaña de exterminio entre los años de 1742 y 1748 que culminaría en la sangrienta batalla de la Media Luna. Es así que Escandón reorganiza el territorio para congregar a los indígenas en pueblos de misiones (sería nombrado Conde de Sierra Gorda), mientras que a los rebeldes se les aseguraba la muerte, por lo que de su propia propuesta encarga la misión de la evangelización a los franciscanos, por lo que mandan a fray Pedro Pérez de Mezquía para organizarse con Escandón sobre los planes para iniciar la evangelización, llegando a la conclusión de que se debían fundar cinco poblaciones: Jalpan, Tilaco, Landa, Concá y Tancoyol.

Pero el establecimiento de las misiones estaba resultando un fracaso, ya que de 1744 a 1750 rápidamente los indígenas estaban cayendo víctima de las enfermedades que estaba dejando el panorama regional en condiciones deplorables, mientras Escandón se encargaba de apoderarse de las tierras para dárselas a los hacendados y ganaderos mientras a los chichimecas les dejaban las peores. Con el riesgo de que todos los esfuerzos se fueran a la basura es que llaman a un fraile franciscano mallorquín que recién había llegado de España, fray Junípero Serra, quien había sido reclutado junto a otros misioneros por Pérez de Mezquía para fortalecer la campaña evangelizadora en la Sierra Gorda, quien fiel a su fe y a manera de penitencia, Serra se va caminando de Veracruz hasta la Ciudad de México por 15 días, lo que le produjo una cojera en la pierna izquierda de por vida.

Para cuando llega Serra a la Sierra Gorda entiende la difícil situación en que se encuentra el cumplir su objetivo, ya que por un lado entiende que el sistema misional tenía el objetivo de otorgarle a Escandón mano de obra barata para que trabajasen en las propiedades de los españoles, por el otro entendía que tenían que proteger a los indígenas de la serie de vejaciones que habían sufrido desde que habían sido sometidos y sobre todo dirigirlos a la protección de la iglesia.  Es así que se decide tomar partido por los indígenas y de inmediato pone en práctica las ideas utopistas de San Francisco organizándolos para que ya no fuesen objeto de abusos por parte de los españoles, lo que le trajo la enemistad con Escandón y no dudo en ponerlo de ejemplo sobre las crueldades que no se debían de hacer, lo que hizo que se ganara el mote de “exterminador de los indios pame”. Además, se dispuso a hacer repartos de tierra para que cada quien tuviese sus tierras para cultivas, decide no enseñarles el español, por lo que aprende el pame y empieza a dar servicio en su idioma para facilitar la comprensión del mensaje.

Cabe decir que además de la organización social que deja en las comunidades, dejaría un importante legado arquitectónico al construir cinco misiones que serían de los últimos ejemplares de la arquitectura barroca, permitiendo que además de los simbolismos católicos fundamentales para ir instruyendo a los indígenas en la fe, dejo que ellos mismos participasen en la composición de las portadas y los dejo que aportaran sus elementos culturales que combinaron sin ningún problema con la nueva religión, otorgando a cada iglesia un distintivo único. Destacan los relieves policromados de estuco, donde junto con los santos de la orden, ángeles y cruces fueron acompañados con representaciones de la vegetación regional, junto con sus animales que les dieron a cada uno la simbología que representaban en sus culturas. Esta originalidad única en la Nueva España hizo que en el año 2003 las cinco misiones de Serra fueran incluidas dentro de la lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO.

A pesar del éxito que tuvo Serra al lograr hacer prosperar la región recién incorporada al orden novohispano, para 1758 por órdenes de sus superiores se vio obligado a dejar la Sierra Gorda para encabezar el proyecto misional para la colonización de la Alta California, un trabajo de mayor calibre ante las implicaciones geopolíticas que le implicaba al virreinato incorporar de manera definitiva la frontera septentrional que se veían amenazada de ser perdida ente los rusos o los ingleses. Al igual que en su trabajo de la Sierra Gorda, implementa la creación de comunidades indígenas para instruirlas en el catolicismo y en el orden civilizatorio español, fundando la mayor parte de las que hoy son las principales ciudades californianas, pero desafortunadamente sus sistema fue desmembrado para 1770 deteriorando las condiciones en las que vivían los indígenas, algo que no hizo que cesase su actividad misionera que terminaría con su muerte en 1784 en la misión de San Carlos de Monterrey. A pesar de que en la actualidad se le acusa a Junípero Serra de haber cometido abusos contra los indígenas de California, en el caso de la Sierra Gorda se le recuerda con cariño al haberles dado una vida digna que duraría hasta la modernización.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Diego Prieto Hernández. Las misiones de Fray Junípero Serra en la Sierra Gorda queretana, de la revista Arqueología Mexicana no. 77

Imagen: Fray Junípero Serra, Misión de Landa, Querétaro, siglo XVIII.