La conformación del cine de ficheras.

Destacado

A partir de la década de los 70, varias películas de los primeros años como Mecánica nacional de Luis Alcoriza y Basuras humanas de Emilio Gómez Muriel empezaron a introducir elementos de la sexicomedia. Posteriormente, estos elementos se usarían con fuerza en Bellas de noche y Las ficheras de Mario M. Delgado, así como en Tivoli de Alberto Isaac. En estas películas, se exploraron situaciones de índole sexual con un sentido del humor aplicado mediante el uso del albur. Además, se integraron como parte del contenido de las películas los números de burlesque y shows propios de los centros nocturnos de la capital, donde las mujeres eran el centro de atención al protagonizar tanto escenas de baile erótico como algunos desnudos.

A partir de ahí, se desatan situaciones donde las protagonistas se enfrentaban a diferentes enredos y malentendidos, los cuales servían como fuente de desarrollo de la trama. Un ejemplo de esto es Bellas de noche, que surgió de la obra de teatro Las ficheras, la cual fue un éxito rotundo en su puesta en escena realizada por el actor y productor Víctor Manuel «El Güero» Castro, con 2,500 representaciones consecutivas. Según sugerencias del cómico Eduardo de la Peña, alias Lalo «el mimo», quien llevó al veterano productor Guillermo Calderón a verla para que incursionara con una temática completamente inédita. Sin embargo, la censura gubernamental impidió que la película llevara el nombre de la obra teatral y su título fue un homenaje a la película del director Luis Buñuel llamada Belle de Jour (Bella de día) de 1967.

Estas películas sentaron las bases del género, así como las formas de dirigirlas y producirlas para garantizar el éxito en cada una de ellas. En este contexto, la calidad era un elemento prescindible, y no se buscaba necesariamente transmitir un mensaje artístico o moral; más bien, se trataban de relatos anecdóticos de índole sexual que servían como entretenimiento para adultos y se sumergían en la cultura popular urbana. Detrás de buena parte de estas películas estaba la mano de «El Güero» Castro como guionista principal.

Además, se conformó un elenco constante en este género, con actores como Alfonso Zayas, Jorge Rivero, Rafael Inclán, César Bono, Lalo «el mimo», Hugo Stiglitz, Alberto «el Caballo» Rojas, entre otros. También destacaron actrices como Sasha Montenegro, Carmen Salinas, Rebeca Silva, Maribel Guardia, así como las vedettes que pasaron a convertirse en actrices, como Lin May, Wanda Seux, Rossy Mendoza, Olga Breeskin, Lina Santos y otras más, cuya belleza les abrió las puertas para ser las principales figuras de este género.

La trama de estas películas giraba en torno a la sexualidad, donde las ficheras eran el centro principal de atención y movían la historia mediante sus coqueterías al protagonista. Al estar dirigidas principalmente a un público masculino, no escatimaban en el uso de escenas de bailes sensuales o desnudos para captar la atención y el interés de la audiencia.

Dado que el objetivo principal de estas películas era apelar a los deseos del público, la trama no requería ser compleja. Lo crucial era que las vedettes resaltaran sus atributos físicos para quedar grabadas en la memoria de los espectadores. Por lo tanto, no se necesitaba que tuvieran una calidad interpretativa destacada; más bien, la película debía explotar al máximo su belleza en todo momento. Todo esto contribuyó a alimentar un componente fundamental de la identidad social mexicana: el machismo. En una época donde estas creencias estaban muy arraigadas, las películas ayudaban a satisfacer los deseos del público masculino al mostrar situaciones fantasiosas comunes en la imaginería popular machista, donde la mujer era vista como objeto. Los papeles masculinos se encargaban de exaltar estas situaciones con sus expresiones, como se veía especialmente en las miradas.

El cine de ficheras se dedicó a ofrecer una forma de cumplir las fantasías voyeuristas del macho mexicano al permitirles ser espectadores de situaciones imposibles en la vida real. En este contexto, el papel de los directores fue crucial, ya que siempre supieron qué ofrecer para mantener cautivo a su público.

La sensualidad ha sido siempre parte integrante de la cultura popular mexicana, aunque debía permanecer oculta y subyugada bajo el orden moral de la sociedad. No obstante, esta sensualidad ha permanecido omnipresente dentro de las relaciones personales, encontrando formas de manifestarse, como el caso del doble sentido en el albur. El albur es un juego lingüístico y mental con raíces prehispánicas y españolas, donde se busca dejar callado al rival mediante el uso de alusiones alegóricas de índole sexual.

Este recurso fue fundamental para articular la trama de las películas de ficheras, por lo cual se buscaba a comediantes para ocupar el papel de protagonistas en lugar de los típicos galanes o actores de la época. Tanto la astucia como los deseos de los personajes eran el vehículo de las situaciones expuestas en la trama, y se combinaba el humor y la sensualidad en el doble sentido, lo que articulaba las historias.

Los personajes masculinos formaban parte de las clases medias-bajas, y por ende, expresaban sus valores y prejuicios, como la religiosidad católica como rectora de la moral. Esta moralidad era constantemente desafiada por las situaciones presentadas en las películas, que permitían la liberación de los deseos reprimidos. Incluso se exploraban temas tabú como la homosexualidad, mientras mostraban a estos personajes con una actitud hostil hacia lo que no comprendían, utilizando recursos como el albur.

El cine de ficheras ocupó el papel de ventana hacia los deseos de una sociedad que, debido a las imposiciones moralistas, se había visto imposibilitada de expresarse libremente, manteniéndose siempre en la marginalidad del ámbito popular. Sin embargo, los cambios ideológicos de la década de los 60 cuestionaron aquel orden moral, dando paso a una mayor libertad de expresión y despojando a la sociedad de las normas culturales e intelectuales impuestas.

A pesar de que este género puede ser criticado por su baja calidad de producción y argumentativa, así como por exaltar vicios y prejuicios como la vida nocturna y el machismo, es innegable la manera en que expuso la realidad social de gran parte del público mexicano. Esto fue la raíz de su éxito en comparación con el intento de construir un cine culto durante el sexenio de Echeverría.

De esta manera, el cine de ficheras se transformó en una forma de resistencia para amplios sectores de la sociedad, que encontraron en él una manera de sacar a relucir sus deseos más oscuros a través del entretenimiento puro. Esto fue fundamental para sobrellevar la situación de crisis que vivió el país durante las décadas de los 70, 80 y 90, en un contexto difícil de superar para la gran mayoría.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jesús Alberto Cabañas Osorio. El cine de ficheras: un orden simbólico en espera de análisis, de la Revista Iberoamericana de Comunicación no. 25.     

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El origen del cine de ficheras.

Imagen:

  • Izquierda: Poster de la pelicula «El vecindario», 1982.
  • Centro: Poster de la pelicula «Pancho el sancho», 1988.
  • Derecha: Poster de la pelicula «Los verduleros», 1986.

El fin del desarrollismo.

Destacado

El petróleo se convirtió en una especie de solución mágica para los problemas del país durante el gobierno de José López Portillo. Sin embargo, su gestión fue marcada por un gasto irresponsable que descuidó sectores productivos clave, como la agricultura y la siderurgia, que habían sido relegados durante décadas. Esto generó un aumento significativo en los niveles de inflación, ya que el país tuvo que recurrir a importaciones para suplir lo que no podía producir internamente, acumulando una deuda importante para mantener el sistema productivo funcionando.

Como resultado, el saldo de la cuenta corriente experimentó un crecimiento del 59%, impulsado por el desbalance comercial y el aumento de las importaciones debido a la reactivación económica. Sin embargo, gran parte de las ganancias obtenidas se destinaron al pago de intereses de la deuda pública, contribuyendo al 95% del déficit de la cuenta corriente. Esta situación, junto con la inflación de los precios, la disminución del gasto en inversión social y el tope en la política salarial, llevó a una disminución en las remuneraciones salariales de los trabajadores, pasando del 46.6% al 40.4% en 1980.

Estos factores provocaron un aumento en las movilizaciones sociales a principios de la década, ya que se volvía cada vez más difícil para los trabajadores cubrir sus gastos básicos debido a la situación económica.


A pesar de que México experimentaba una de las tasas de crecimiento más altas a finales de la década, alcanzando un 9%, el desempeño deficiente de los ingresos petroleros resultó en una concentración de la riqueza en un grupo limitado de potentados en lugar de beneficiar a la mayoría de la sociedad. Además, los problemas estructurales no resueltos de la economía volvieron al sistema vulnerable ante los vaivenes del mercado internacional del petróleo.

La situación petrolera se complicó significativamente a partir de 1979 y 1980 debido a eventos como la victoria de la revolución islámica en Irán, uno de los principales productores de petróleo, y la guerra con Iraq. Esto provocó la expropiación de muchas empresas petroleras en Irán, lo que resultó en un desequilibrio en la producción debido a la salida de numerosos trabajadores. Esto coincidió con un periodo de sobredemanda de petróleo que fue absorbida por los países industrializados.

Los problemas se agravaron a partir de junio de 1981, cuando el mercado petrolero mostró signos de recuperación y los precios del barril bajaron de 38 dólares a 36 dólares. A pesar de esta tendencia, López Portillo decidió mantener el precio del barril en 38 dólares, argumentando la «calidad» del petróleo como justificación. Esta decisión llevó a una disminución en las exportaciones petroleras de México por un total de 13,305 millones de dólares.

Si bien la disminución en las exportaciones solo representó una pérdida financiera menor, erosionó la confianza y la credibilidad del gobierno mexicano en su política económica. Los economistas y la comunidad internacional comenzaron a percibir los vacíos dejados en el sector productivo, lo que llevó a que la banca internacional cancelara la línea de crédito del país y suspendiera algunos préstamos previamente aprobados al considerar las acciones del gobierno como sobrevaluadas.

Para compensar los faltantes presupuestarios, el gobierno contrajo más deuda, pero los altos intereses asociados con los préstamos, en comparación con los ingresos, generaron desconfianza entre los inversionistas. Esta falta de confianza condujo a una fuga de capitales, ya que los inversores no creían en la efectividad de las políticas económicas del gobierno.

Ante la pérdida de prestigio ante el capital internacional, López Portillo recurrió a una retórica nacionalista para justificar sus acciones y culpó al sector privado de la crisis económica. Se aumentó el gasto público por encima de lo presupuestado para mantener la confianza del pueblo, pero esto no logró detener la salida acelerada de inversiones por parte de los empresarios.

Al ser evidente que la crisis económica es imposible de resolver a corto plazo y a pocos meses de finalizar el sexenio, el 25 de septiembre de 1981 López Portillo reconoce el fin del proyecto desarrollista. Elige como el candidato a sucederlo a quien era el Secretario de Programación y Presupuestos, Miguel de la Madrid. Este era el primero de los ‘tecnócratas’ formados en EU y que pertenecían a los partidarios de aplicar el neoliberalismo para resolver la profunda crisis del país.

En la oposición, dentro del PAN gana la facción pragmática colocando como su candidato a Pablo Emilio Madero. Con ello, el partido abandona sus principios doctrinales para ser competitivo a nivel electoral. Esta elección sería la primera vez en que participa la izquierda. Sin embargo, en ella se haría patente el problema de la diversidad doctrinal. Esto provocó que las diferentes facciones tuvieran sus propios partidos y lanzaran sus candidaturas.

Fue el caso del PSUM proponiendo a Arnoldo Martínez Verdugo, el PRT a Rosario Ibarra de Piedra, el PSD a Manuel Moreno Sánchez, el PDM a Ignacio González Gollaz y Cándido Díaz Cerecedo por el PST. Esta situación dejó al electorado de la izquierda muy disperso.

A pesar de los serios problemas estructurales vividos en el país, el PRI sigue manteniendo su poderío y De la Madrid gana las elecciones con un 70.99%, mientras Pablo Emilio Madero queda con un lejano 15.8% y el resto se divide entre los diferentes partidos de izquierda. Sin embargo, a pesar del cambio de rumbo que representaba el nuevo presidente, no implicó una mejora de las condiciones por parte de la banca internacional.

Para el 18 de febrero de 1982, el país comenzó un periodo de devaluación del valor del peso respecto al dólar, pasando de los 26.4 pesos por dólar para caer en los 44.7. Para marzo de ese año, llegó a los 45.52 pesos por dólar. Este periodo se caracterizó por una reacción lenta por parte del gobierno, donde el presidente López Portillo prefirió salvar la estructura política del país para asegurar el monopolio político en lugar de priorizar la economía.

La imposibilidad de apuntalar la economía llevó a López Portillo a tomar medidas drásticas para evitar la salida de capitales. Primero, impuso el control del uso de divisas, fijando la cotización del dólar en 49.13 pesos con variaciones diarias de 4 centavos. Durante su último informe de gobierno, decretó la nacionalización de la banca. Por su parte, Miguel de la Madrid comenzó a hacer acuerdos con organismos internacionales, comprometiéndose a tomar medidas para estabilizar la economía cuando asumiera la presidencia. Sin embargo, esto no evitó la fuga masiva de capitales.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Elsa M. Gracida. El desarrollismo.

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Imagen:

  • Izquierda: Nacho Lopez. Campaña de Miguel de la Madrid, Campeche, Campeche, 1982.
  • Derecha: Rogelio Naranjo. Arriba y Adelante, 1976.

El camino a la crisis de 1982.

Destacado

Los cambios implementados por el presidente José López Portillo sobre fundamentar la economía en la producción petrolera parecían ser la solución para salvar el modelo desarrollista implementado desde los años 50, donde el Estado se erigía como el principal rector económico. Sin embargo, la mala gestión de los excedentes de la producción del petróleo, el continuo uso de la deuda externa y la concentración de la generación de ingresos en un solo recurso pronto cobrarían graves consecuencias.

Como efecto del boicot petrolero de 1973 implementado por los países árabes para atacar a Israel, el mercado internacional del petróleo vivió un periodo de alza de precios al tomar la decisión las naciones industrializadas de aumentar sus reservas de petróleo para evitar una situación similar. En los siguientes 11 años, el petróleo vivió un periodo de bonanza al aumentar su valor cuatro veces. Esta situación fue aprovechada por López Portillo para colocar a México como una potencia exportadora, usando el potencial petrolero del país para solicitar más créditos a la banca internacional.

Sin embargo, en agosto de 1981, las tendencias del mercado empezaron a cambiar al llegar las reservas al tope requerido para controlar la demanda del consumo de los países del primer mundo. Por lo tanto, ya no era necesario comprar tanto petróleo y empezó la tendencia negativa en el precio.

Para ese entonces, la banca internacional había aceptado para todos los países petroleros como garantía para otorgar créditos el valor por la producción potencial de sus reservas. Sin embargo, con la baja de la demanda se cerró el acceso a los financiamientos al elevar a un 16% la tasa de interés y cancelar varios créditos, de los cuales México tenía varios comprometidos para llevar a cabo su gasto público.

La baja de los precios del petróleo hizo que el país dejase de percibir 10,000 millones de dólares, mientras se debía pagar 5,000 millones de dólares para cumplir con los programas de pagos. En lugar de rectificar el programa económico, la presidencia mantuvo una postura optimista sobre la bajada de precios, pensando que se trataba de un proceso temporal y que los miembros de la OPEP impedirían que siguiera la depreciación del barril para que volviese a subir su valor en poco tiempo.

Como medida para ajustarse a las circunstancias, solo se aceptó bajar el precio del barril tipo Maya por cuatro dólares, tomando la postura de que «el petróleo mexicano no se baja». Esta medida provocó tanto la renuncia del director general de PEMEX, Jorge Díaz Serrano, como el inicio de la desconfianza por parte de los inversionistas que no veían con buenos ojos esta postura.

La incertidumbre empezó a reinar al no cumplirse los buenos deseos del gobierno. Para finales de año, tuvo que reconocer que el país enfrentaba un «problema de caja», viéndose en la necesidad de solicitar a sus acreedores una reestructuración del pago de la deuda de corto plazo contraída durante el segundo semestre del año. El país debía cubrir los 20,000 millones de dólares del endeudamiento público.

Para abril de 1982, las medidas tomadas por el gobierno despertaron las alarmas al anunciarse la reducción del gasto público a un 5%, el aumento de precios y tarifas de bienes y servicios del sector público, la limitación al endeudamiento público externo e interno, y medidas para reducir la liquidez de la economía nacional. Todo esto se hizo para sanear las cuentas públicas y reducir el déficit en la cuenta corriente, generando una devaluación del peso leve frente al dólar de 26.4 a 32.2 pesos.

También se anunció un aumento escalonado de los salarios y pensiones: 30% para quienes ganaban menos de 20,000 pesos mensuales, 20% para quienes ganaban entre 20,000 y 30,000, y 10% para los que ganaran arriba de 30,000. Asimismo, se anunció un aumento del 59% del valor de las pensiones. Todo esto provocó la queja de los empresarios, que vieron insostenible poder cubrir estos aumentos. En respuesta, el gobierno ofreció apoyos fiscales a quienes cumplieran con estas medidas.

Las cosas no parecían regularizarse con las nuevas acciones, empeorando con el anuncio de finales del mes del Grupo Alfa, grupo financiero al cual el gobierno había prestado 5,000 millones de dólares meses atrás. Declararon la suspensión de pagos a sus 130 acreedores internacionales debido a las elevadas tasas de intereses y a los cortos tiempos que tenían para realizar los pagos. Esto fue tomado como una señal negativa por parte de los inversores internacionales sobre la situación del país.

El gobierno no podía hacer gran cosa, ya que se encontraba en el periodo electoral para elegir al nuevo presidente. Para rescatar la situación económica era necesario realizar algunas medidas antipopulares con altos costos sociales para evitar caer en recesión. Estas medidas, para intentar callar las críticas de los expertos, negaron que tuvieran alguna implicación de gravedad en el bolsillo de los mexicanos. Sin embargo, la realidad era que los aumentos a los salarios y la devaluación del peso para el pago de las deudas representaban un serio problema.

A pesar de la gravedad de la situación económica, esta no fue determinante para los comicios electorales al salir completamente airoso Miguel de la Madrid. La oposición no pudo capitalizar el descontento social a su favor. Sin embargo, ante la crisis económica, el presidente electo prometió hacer grandes virajes económicos, pero sin romper con las acciones de López Portillo y quedando en promesas vagas.

El nulo compromiso por parte del gobierno para garantizar la confianza del empresariado propició la fuga de capitales del país. Esta situación empeoró en agosto de 1982 cuando se anunció otro aumento al precio de bienes y servicios básicos y dos tipos de cambio para el dólar: uno preferencial para pagar los intereses de la deuda y otro libre. Esto dio como resultado que la cotización preferencial quedase en 49.13 pesos por dólar y la libre entre los 77 y 84 pesos.

Estas acciones se justificaron como una forma para no entorpecer el comercio fronterizo con EU, negando cualquier pretensión para imponer un control de precios. Sin embargo, la realidad fue que esta situación fue aprovechada por los grandes capitales como los banqueros para obtener mejores rendimientos de sus inversiones y sacarlas del país, aumentando la especulación sobre el peso y devaluándolo.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José Luis Ávila. La era neoliberal.  

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El factor petrolero en el gobierno de José López Portillo.

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Los sectores conservadores ante la década de los 70.

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En la década de los setenta, con la llegada de Luis Echeverría a la presidencia, se evidenciaron los límites del modelo del «desarrollo estabilizador», el cual había generado una concentración de la riqueza en una minoría mientras gran parte de la población se encontraba en la miseria y sin oportunidades. Para abordar esta situación, Echeverría propuso un enfoque de «desarrollo compartido» que buscaba una mayor redistribución de la riqueza para reactivar la economía y brindar oportunidades más amplias a la sociedad.

Sin embargo, factores globales, como la falta de demanda por las exportaciones mexicanas, contribuyeron a que la deuda acumulada en administraciones anteriores se convirtiera en un problema, aumentara la inflación y se volviera insostenible mantener la cotización fija del dólar. En este contexto, Echeverría se enfrentó a desafíos económicos significativos.

En cuanto a la democratización y apertura política, Echeverría inicialmente mostró disposición a permitir una mayor participación de otras agrupaciones políticas, como una forma de distanciarse de los eventos de 1968. Sin embargo, también se vio envuelto en acciones autoritarias, como la represión ejercida por los «Halcones» contra manifestaciones estudiantiles en 1971, así como en la llamada «guerra sucia» contra grupos de izquierda radicalizados, lo que generó controversia y críticas hacia su gobierno.

Dentro de las agrupaciones conservadoras, la Iglesia en México experimentó un período de reconfiguración de alianzas y estrategias para defender sus intereses ante el gobierno de Luis Echeverría. Esto condujo a la formación de tres facciones con diferentes posturas sobre la relación entre la Iglesia y el Estado. La primera facción abogaba por mantener el estatus quo, confiando en que la apertura política de Echeverría permitiría mantener una relación favorable para la Iglesia. La segunda facción buscaba una mayor participación del clero en la solución de problemas sociales, al tiempo que fortalecía su labor pastoral. La tercera facción, la más numerosa y con influencia en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), abogaba por romper esta relación con el Estado y recuperar la autonomía de la Iglesia en la toma de decisiones.

Este cambio de postura se vio motivado por políticas gubernamentales que fueron percibidas como contrarias a la moral cristiana, como programas de planificación familiar, la inclusión de temas controversiales en los libros de texto gratuitos (como sexualidad, teoría de la evolución y sistemas socialistas), lo cual generó descontento entre los sectores conservadores de la sociedad. Este malestar se intensificó con el asesinato de dos líderes de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) en noviembre de 1975, lo que exacerbó la animadversión hacia el gobierno y fortaleció la postura de la facción más crítica hacia la relación Iglesia-Estado.

En la década de 1970, la Iglesia católica enfrentó el desafío de la creciente diversificación religiosa en México, con la presencia en aumento de iglesias protestantes, el ateísmo y otras denominaciones. Este fenómeno fue especialmente notable en el sureste del país, donde el catolicismo comenzó a perder terreno, especialmente en regiones como Chiapas y Tabasco, donde aún mantenía una mayoría, pero con un porcentaje menor que en décadas anteriores.

Paralelamente, la administración de Luis Echeverría buscaba implementar reformas para una mayor redistribución de la riqueza, incluyendo una reforma fiscal que afectaría a los grandes empresarios, quienes vieron estas medidas como un ataque a la libertad de negocios y propiedad privada. Este descontento llevó a un distanciamiento creciente entre el sector empresarial y el gobierno, con actores como el Grupo Monterrey y la COPARMEX adoptando posturas más beligerantes, e incluso asociándose con la extrema derecha estadounidense a través de iniciativas como el Memorando Powell, que buscaba defender sus intereses mediante la formación de cuadros sociales.

Sin embargo, lo que marcó un punto de quiebre en la relación entre el gobierno y el sector empresarial fue la serie de asesinatos de empresarios prominentes como Eugenio Garza Sada y Fernando Aranguren, perpetrados por grupos socialistas radicales como la Liga 23 de Septiembre. Estos actos violentos proporcionaron a los empresarios argumentos sólidos para criticar al gobierno federal, acusándolo de fomentar ideologías socialistas y de no garantizar la seguridad de los ciudadanos y sus propiedades.

El surgimiento del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) en mayo de 1975 marcó un punto crucial en la relación entre el gobierno y las agrupaciones empresariales en México. Esta unión se formó en respuesta a las políticas gubernamentales que afectaban los intereses económicos de los empresarios, especialmente en situaciones como las invasiones de tierras en el Valle del Río Yaqui en Sonora, donde campesinos alentados por el gobierno se apropiaban de terrenos, generando conflictos con los propietarios.

La crisis económica que se acentuó hacia el final del gobierno de Echeverría en 1976, con la devaluación del peso después de décadas de estabilidad, fue un golpe significativo para los empresarios. Esta situación llevó a una fuga de capitales mientras buscaban salvaguardar el valor de sus inversiones ante la incertidumbre económica.

En este contexto, el presidente Echeverría tomó medidas controvertidas el 17 de noviembre de 1976 al expropiar grandes extensiones de tierras en los valles del Río Yaqui y Mayo, así como agostaderos en otros municipios de Sonora. Esta acción fue interpretada como un castigo hacia los empresarios que habían mostrado desconfianza en las políticas económicas del gobierno y habían buscado proteger sus activos financieros.

Los Sinarquistas, un grupo radical y marginado dentro de los conservadores, intentaron reconstituirse políticamente bajo el liderazgo de Ignacio González Gollaz. Buscaron posicionarse como una alternativa real para el destino del país y se aliaron con el PAN en las elecciones de 1970, respaldando la candidatura de Efraín González Morfín como enlace con los sectores populares.

Después de las elecciones, los Sinarquistas intentaron nuevamente formar un partido propio, creando el Partido Democrático Mexicano en 1971. Sin embargo, no lograron cumplir con los requisitos de la nueva Ley Federal Electoral al no realizar las asambleas constitutivas necesarias. Aunque tuvieron cierta presencia en estados como Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Querétaro y San Luis Potosí, su posición radical limitó su alcance en la sociedad. Los sectores populares conservadores también estaban en declive con el tiempo, lo que dificultó el avance de los Sinarquistas.

Finalmente, el registro del Partido Democrático Mexicano se logró de manera condicionada por parte de la Secretaría de Gobernación en 1978, marcando un hito para los Sinarquistas aunque con limitaciones significativas.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Tania Hernández Vicencio. Tras las huellas de la derecha. El PAN, 1939-2000.

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La dinámica del PAN en la sociedad de los 60.

Imagen: El Presidente Luis Echeverría Álvarez (al centro, con lentes) asistió a los servicios fúnebres del empresario Eugenio Garza Sada, septiembre de 1973. Fuente: https://www.elnorte.com/deja-luis-echeverria-huella-oscura-en-nl/ar2434381

El factor petrolero en el gobierno de José López Portillo.

Destacado

Durante los primeros años del gobierno de José López Portillo, se mantuvo una postura ortodoxa en el desempeño económico para superar la crisis económica de la administración anterior. Esto provocó un aumento en las protestas de los trabajadores, y el Partido Comunista aprovechó la situación para incrementar su base de seguidores. Para poderles dar cauce a la participación de más agrupaciones de oposición dentro del sistema político, se promulgó la Reforma Política de 1977. Esta reconoció legalmente a partidos como el PCM, permitiéndoles participar en las elecciones.

La Reforma Política buscaba evitar situaciones como las elecciones anteriores, donde López Portillo no tuvo competencia debido al boicot del PAN y a la falta de reconocimiento de otras agrupaciones. El secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, fue clave en la elaboración y aprobación de esta reforma en el Congreso. Se destinaron 100 escaños de participación proporcional para dar cabida a partidos de izquierda como el PCM, el Partido Socialista de los Trabajadores y el Partido Democrático Mexicano. Con esto, se esperaba reducir la tensión social sin representar una amenaza para la hegemonía política del PRI.

Una de las ventanas que parecía una alternativa para salir de la crisis era el petróleo, por lo que desde el inicio del sexenio se enfocó en aumentar la producción. Se realizaron trabajos para revalorizar las reservas y la capacidad de extracción de los yacimientos. Inicialmente estimadas en 6,338 millones de barriles, a finales de 1977 se incrementaron a 16 mil millones de barriles, con reservas probables de 31 mil millones y un potencial de 120 mil millones.

Esta mejora en las reservas llevó a considerar la paraestatal PEMEX como la base para el nuevo despegue económico, al basar los ingresos del estado en los recursos petroleros. Las condiciones en el mercado internacional eran favorables para alcanzar este objetivo y reorganizar las finanzas internas, generando un optimismo que se reflejó en una frase emblemática del presidente: «administrar la abundancia».

Con estas nuevas condiciones, se logró convencer al FMI sobre la seguridad en la capacidad de pago del país, respaldada por las reservas petroleras. Esto permitió acceder a mayores créditos con otras instituciones financieras internacionales, abriendo la posibilidad de resolver los graves problemas económicos.

Al disponer de los nuevos créditos, la primera acción fue liquidar parte de la deuda contraída con el FMI, utilizada para lidiar con la devaluación del peso. También se anticipó el pago del préstamo otorgado por la Tesorería de Estados Unidos. Con esto, el gobierno de López Portillo se liberó de los compromisos de austeridad impuestos por el FMI, reavivando el debate sobre la función del Estado como agente para el desarrollo económico.

El potencial petrolero despertó un optimismo tal que el gobierno consideró que ya no era necesario un cambio en el sistema económico. Se creyó que podía mantenerse la estructura del «desarrollo estabilizador», ya que los excedentes petroleros cubrían el déficit de las finanzas públicas y también se utilizaban para pagar las importaciones necesarias para transformar la industria nacional en una manufacturera.

Sin embargo, restaurar la confianza del sector empresarial para que regresaran sus inversiones al país resultó complicado al principio. Inicialmente, tomaron una postura negativa ante los intentos de conciliación de López Portillo. Sin embargo, el dinamismo impulsado por el potencial petrolero creó las condiciones para restaurar la relación con el gobierno, principalmente debido a la promesa de compartir la riqueza petrolera.

Para sellar este compromiso, las organizaciones patronales publicaron en los medios su compromiso de contribuir con los esfuerzos del gobierno para alcanzar la recuperación económica mediante sus inversiones. Entre 1977 y 1980, aumentaron su presencia en un 20%. Sin embargo, el gobierno seguía manteniendo su papel como principal inversor, con un 42%, una cifra no vista desde los años cuarenta.

Debido al optimismo por parte del gobierno, los empresarios decidieron no hacer caso de las advertencias de sus propios analistas sobre la fragilidad de la economía mexicana. No se había resuelto el problema del déficit del gasto público, la insuficiencia de las materias primas, la paralización de la agricultura, el descenso de las exportaciones manufactureras, los problemas en los servicios de transporte y el empleo de recursos inflacionarios. Todos estos factores llevaron a los economistas a determinar cómo riesgosa la estructura financiera del país, haciéndola muy susceptible al aumento de la inflación, la devaluación de la moneda y una mayor dependencia externa.

Estas señales indicaban el agotamiento del viejo modelo económico y la necesidad de cambiar la organización económica para acceder a un nuevo ciclo expansivo y corregir los desequilibrios estructurales del aparato productivo.

A pesar de contar con la oportunidad única para resolver las deficiencias en estos sectores productivos del país, el gobierno decidió ignorarlos. En 1979, asignó el 30% de la inversión pública para mejorar el sector petrolero y petroquímico, mientras que la agricultura, siderurgia, comunicaciones y transportes solo obtuvieron el 27% del presupuesto, repartiéndose entre ellos. Esta decisión contribuyó a hacer realidad los pronósticos negativos de los especialistas en unos pocos años.

Una de las señales que revelan estos problemas está relacionada con la inflación, que aumentó del 17% en 1978 al 19% en 1980. La incapacidad del país para producir bienes agropecuarios, textiles, productos metálicos o de madera obligó a realizar importaciones para cubrir estos déficits, lo que elevó los precios en el mercado.

Aunque los excedentes petroleros proporcionaron ingresos adicionales al país para cubrir las necesidades del presupuesto público, esto no evitó contraer deuda, aunque de forma moderada. Durante el periodo de 1977 a 1980, la deuda externa aumentó del 46% al 63%, y la relacionada con los recursos petroleros del 18% al 29%. Esto ayudó a cubrir el déficit del ahorro, la inversión y los ingresos por las exportaciones.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Elsa M. Gracida. El desarrollismo.

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La política exterior de Echeverria.

Destacado

El gobierno mexicano no estaba siendo proactivo en la resolución de la problemática fronteriza, como la migración ilegal o el creciente narcotráfico. Esto llevó al gobierno estadounidense a comenzar a presionar en el terreno comercial, un sector delicado y fundamental para Luis Echeverría para sacar al país de la crisis económica mediante el aumento de las exportaciones. Estados Unidos impuso restricciones a la importación de fresas, tomates, textiles y otros bienes, empeorando el panorama en agosto de 1971 con la aprobación de un impuesto del 10% sobre las importaciones. Esto llevó a Echeverría a dirigirse directamente al presidente Richard Nixon para lograr una excepción con los productos mexicanos. Además, otros altos funcionarios viajaron a Washington para tratar de revertir esta medida.

Aunque posteriormente el impuesto fue derogado, las relaciones con el gobierno de Echeverría se tensaron. México sostuvo la cancelación de las restricciones a sus importaciones y exigió un trato preferencial alegando la vecindad. Sin embargo, esto quedó estancado en vagas promesas que nunca se cumplieron. Esto provocó que México impusiera determinadas restricciones para la inversión.

Una de las medidas del gobierno fue promover la «mexicanización» de las empresas en el país, lo que implicaba que al menos el 50% del capital fuera nacional. Esto generó preocupación entre algunos empresarios estadounidenses que vieron amenazadas sus inversiones. Sin embargo, los congresistas estadounidenses dieron su visto bueno siempre y cuando se asegurara que los inversionistas recibirían una compensación justa.

En el plano diplomático, Nixon dio su beneplácito al plan del canciller Henry Kissinger para que Echeverría fuera el interlocutor con el resto de mandatarios de América Latina. Aunque se rechazó cualquier trato con respecto al gobierno de Cuba, se vio positivamente el deseo del presidente mexicano de ser conocido como el «líder del Tercer Mundo». Sin embargo, las intervenciones de Echeverría en el plano internacional comenzaron a sonar disruptivas para los intereses estadounidenses. Combinando el nacionalismo con una posición a favor de los países afectados por Estados Unidos, como se vio en su apoyo al ingreso de Vietnam a la ONU, Echeverría generó el disgusto de Washington por su tono radical y su completa identificación con las naciones tercermundistas.

Cuando Nixon renunció a la presidencia debido al escándalo «Watergate» y fue reemplazado por el vicepresidente Gerald Ford, los políticos estadounidenses empezaron a mostrar mayor animadversión hacia el discurso de Echeverría, acusándolo de llevar al país hacia el comunismo. En 1976, aumentaron los rumores publicados en la prensa sobre posibles cancelaciones de créditos e incluso se habló de una filtración de un memorándum del Banco Mundial que sugería la devaluación del peso, lo que provocó la salida de algunos capitales.

En cuanto a las relaciones con el resto del mundo, Echeverría mantuvo una política activa con el objetivo de diversificar las inversiones en el país. Realizó doce giras internacionales y visitas particulares a 30 países. Uno de sus primeros objetivos fue posicionarse como la cabeza de América Latina, reafirmando el Tratado de Tlatelolco de 1967, que aseguró el desarme nuclear y el compromiso de no adquirir armamento nuclear por parte de las naciones latinoamericanas.

Logró mantener buenas relaciones con diversas potencias, incluyendo el bloque de la Comunidad Económica Europea, la URSS, las disidencias socialistas como China y Yugoslavia, las naciones recién independizadas de Asia y África, e incluso realizó una visita al Papa en el Vaticano. A cambio, recibió importantes visitas como la de la reina Isabel II, el sha de Irán y numerosos primeros ministros.

La cuestión latinoamericana fue un aspecto crucial en las actividades de la cancillería mexicana durante la presidencia de Echeverría. Muchos de los gobiernos en la región eran de origen militar debido a golpes de estado, lo que llevó a las embajadas mexicanas a servir como refugio para los perseguidos políticos. Además, México enfrentó rivalidades con países como Brasil y Argentina, lo que se reflejó en los esfuerzos por crear el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe. Este sistema tenía como objetivo contrarrestar la influencia de Estados Unidos y establecer relaciones de libre comercio, aunque sus resultados a mediano plazo fueron infructuosos.

A pesar de la política exterior de buena voluntad de Echeverría, hubo dos casos en los que adoptó una posición antagonista. Por un lado, estuvo el conflicto con Israel debido a su apoyo a una iniciativa en la ONU que equiparaba el sionismo con el nazismo como consecuencia del conflicto árabe-israelí, lo que provocó un boicot de la visita de turistas judíos . Por otro lado, adoptó una posición beligerante contra la España franquista al proponer su expulsión de la ONU tras la ejecución de activistas vascos acusados de terrorismo en 1975.

Los esfuerzos de Echeverría en sus relaciones internacionales estaban teniendo éxito, especialmente en el ámbito del comercio exterior. Las exportaciones mexicanas al inicio de su sexenio totalizaban 14,703,000 pesos, con un 70% destinado a Estados Unidos. Para 1976, este volumen se había elevado a 51,905,000 pesos, con una disminución en la participación de Estados Unidos en las compras y un aumento en las compras de otros países del mundo.

A pesar de estos logros en el comercio exterior, el aumento en las importaciones fue significativo, pasando de 30,760,000 pesos en 1970 a 90,900,000 pesos al finalizar el periodo de Echeverría. Estados Unidos continuó siendo el mayor beneficiado al representar aproximadamente el 62% de las importaciones, lo que generó un balance negativo en el comercio exterior mexicano.

Aunque los objetivos económicos no se cumplieron totalmente, la representación mexicana logró posicionarse en el ámbito internacional gracias al llamado «poder blando». Esto se manifestó en la participación activa de intelectuales y científicos en comitivas internacionales, así como en intercambios culturales y colaboraciones científicas con diversas naciones, fortaleciendo la posición de México a nivel mundial.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Blanca Torres. La política exterior de México durante el gobierno de Luis Echeverria (1970-1976): El renovado activismo global, de la revista Foro Internacional, vol.62.

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Imagen: S/D. Recepcion de la reina Isabel II y el principe de Edinburgo de Luis Echeverria y su esposa Maria Esther Zuno a su visita a la Gran Bretaña, 1973.

El nacimiento de la Liga comunista 23 de septiembre.

Destacado

Durante la década de los 60, la presidencia buscó ejercer un poder que soterrara cualquier intento de cuestionar la legitimidad del grupo en el poder para mantenerse en la cima. Sin embargo, a pesar de las presiones, algunas organizaciones sindicales y estudiantiles buscaron enfrentar esto mediante la formación de manifestaciones, huelgas e incluso llegaron a la radicalización, conformando guerrillas.

Uno de los epicentros de la lucha estudiantil se dio en Guadalajara, donde en la década de los 50 surgió en el barrio de San Andrés un grupo de jóvenes conocidos como Los Vikingos. Estos jóvenes pertenecían a familias migradas del campo y reclamaban mejores condiciones de vida. Aunque esta organización mantenía una estructura subdividida en varios grupos según las calles del barrio, se unían cuando era necesario ejercer más presión.

Inicialmente, Los Vikingos eran una agrupación juvenil más dentro del ambiente urbano tapatío. Sin embargo, el contacto que tuvieron con el profesor Ricardo Balderas mientras estaban en secundaria les dio un sentido a sus inquietudes juveniles. Cuando pasaron al bachillerato, comenzaron a participar en los mecanismos políticos estudiantiles de la ciudad, manejados por la Federación de Estudiantes de Guadalajara.

Así, los miembros de Los Vikingos luchaban por arraigar la cultura democrática en la toma de decisiones estudiantiles. Sin embargo, la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) contaba con el respaldo del gobierno estatal, lo que le permitía mantener diferentes grupos de choque y golpeadores a sueldo para atacar a potenciales rivales. Además, les aseguraba impunidad frente a los delitos que pudieran cometer y les servía como plataforma política para acceder a cargos dentro del gobierno.

Esto no detuvo las intenciones de Los Vikingos de participar en la política. Mejoraron su organización interna para competir en las elecciones estudiantiles y comenzaron a definir una línea ideológica para fundamentar su lucha política contra la FEG, denunciando su falta de compromiso para resolver la problemática real de los estudiantes. Con ello, propusieron medidas como la reducción de las tarifas del transporte público, la disminución de las cuotas escolares y la anulación del paro de labores de manera arbitraria.

Estas propuestas atrajeron la atención de más agrupaciones barriales que se unieron a Los Vikingos, incluyendo organizaciones masónicas y grupos ideológico-políticos como las Juventudes Comunistas.

Ante la crisis derivada de los movimientos estudiantiles en 1968, el gobierno presionó a la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) para aumentar su control sobre Los Vikingos y desmovilizar las marchas en honor a los muertos por la masacre del 2 de octubre. Esto se tradujo en la suspensión de labores en algunos centros de estudio sospechosos, patrullaje en centros escolares y detenciones de estudiantes que manifestaban apoyo a los huelguistas de la UNAM y el IPN.

A pesar de que Los Vikingos se replegaron debido al aumento del acoso por parte de la FEG, aprovecharon esos momentos para fortalecer sus redes políticas en otros barrios de la ciudad. Reconstruyeron tanto sus redes de transacción a través de una agenda política-cultural, pero lo que tuvo más peso fue la definición política, debatiendo entre seguir a las Juventudes Comunistas o a los masones. Las opciones iban desde la radicalización de la lucha hasta la integración dentro de la lucha política y social.

Gracias a la intercesión de los masones, quienes utilizaron sus vínculos con algunos políticos del PRI, se logró negociar que les asignaran el Auditorio Plutarco Elías Calles para celebrar sus reuniones. Con esto, se consolidó la unión de Los Vikingos, las Juventudes Comunistas y los masones en una nueva organización llamada Juventudes Juaristas. Sin embargo, este nuevo enfoque político desestimó la lucha estudiantil hacia 1970.

Ante la crisis por la salida de miembros, las tres organizaciones de las Juventudes Juaristas replantearon sus objetivos a mediano plazo y decidieron radicalizar el movimiento para contender contra la FEG en las elecciones de la presidencia universitaria. Construyeron células y brigadas para combatir los esfuerzos de sus rivales, augurando el éxito de sus esfuerzos debido al desprestigio que tendría la FEG, y conformaron el Frente Estudiantil Revolucionario (FER).

Las acciones del FER para mantener el movimiento se volvieron clandestinas al promover asaltos para financiar la pinta de bardas, la distribución de volantes y panfletos, así como iniciaron entrenamientos en guerrilla urbana y la elaboración de explosivos caseros. Esto provocó la salida de más miembros y llamó la atención de las autoridades, respaldadas por la FEG, que comenzaron a detener a sus integrantes por sus acciones criminales.

Así, en dos años, el FER planteó el abandono de la política estudiantil para dirigirse a la lucha guerrillera, aprovechando la falta de oportunidades para que los jóvenes participaran en la política. Comenzaron a reclutar jóvenes de Ciudad de México, Sonora, Sinaloa y Nuevo León, quienes buscaban luchar por la democratización del país a través de la vía armada. Esta transformación culminó el 15 de marzo de 1973 con la formación de la Liga Comunista 23 de Septiembre, con pretensiones de tener alcance nacional.

El objetivo de la lucha cambió hacia derrocar al Estado e implantar un gobierno socialista, instaurando un Estado del proletariado. Esto implicó aumentar su presencia en diferentes ciudades del norte, centro y sur del país, así como desarrollar diversos organismos para llevar a cabo tareas organizativas y de propaganda, como fue el caso del periódico Madera. La estrategia contemplaba varias acciones, desde la huelga económica para paralizar la producción total o parcial de industrias y empresas, hasta la huelga política donde el proletariado se organizaría para luchar contra la ofensiva de la burguesía. Esto conduciría a la agitación social mediante la dispersión de propaganda y a la organización de la guerrilla para combatir tanto en las ciudades como en el campo, con el objetivo de enfrentarse a caciques, guardias blancas y soldados.

A pesar del debilitamiento social del gobierno debido a su incapacidad para lograr la redistribución de la riqueza, aún mantenía la fuerza suficiente para combatir a los grupos guerrilleros gracias a su compleja estructura interna y a sus alianzas exteriores que impedían el apoyo de naciones socialistas. Por lo tanto, movimientos como la Liga serían rápidamente reprimidos por la fuerza del Estado.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Rodolfo Gamino Muñoz y Mónica Patricia Toledo González. Origen de la Liga Comunista 23 de Septiembre, de la revista Espiral, vol. XVIII, no. 52.

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  • Izquierda: Anónimo. Panfleto de la Liga 23 de Septiembre, agosto de1978.
  • Derecha: Anónimo. Portada del periodico «Madera».

Los copreros de Guerrero y el corporativismo presidencialista.

Destacado

Durante la primera mitad del siglo XX, México buscó oportunidades para incrustarse en los mercados globales como forma de salir de la crisis derivada tanto de la revolución como de las reformas agraristas. Una oportunidad crucial surgió de la tensión geopolítica de los años 30, que desembocaría en el estallido de la Segunda Guerra Mundial. México se convirtió en un abastecedor de materias primas para las potencias del Eje al proporcionar petróleo a Alemania, rayón a Italia y frijoles a Japón, a cambio de maquinaria para impulsar la industria.

Con el estallido de la guerra y gracias a la lejanía del conflicto, el país se convirtió en un importante productor de materias agropecuarias necesarias para mantener las demandas del mercado internacional. Diferentes zonas agrícolas del país aprovecharon la oportunidad para vender sus excedentes. Este es el caso de la Costa Grande de Guerrero, una zona que había quedado relegada durante siglos debido a la falta de recursos de interés para las élites y los efectos de la despoblación causada por epidemias y enfermedades tropicales. Las comunidades en esta región tenían poca población y subsistían principalmente de cultivos básicos, ajonjolí y palma de coco, que utilizaban para producir aceite.

Como consecuencia de la guerra, varios productos agropecuarios experimentaron una revalorización en el mercado mundial de manera significativa. Esto brindó la oportunidad para que los campesinos de la costa de Guerrero obtuvieran mayores ingresos. Por ejemplo, el valor de la copra, carne de coco, se elevó de los 268 pesos la tonelada que valía en 1939 a alcanzar los 1241 pesos en 1946. De manera similar, la demanda de ajonjolí aumentó, lo que resultó en un incremento del 175% en su producción.

Para la inserción de estos productos agropecuarios en el mercado, siempre fue necesaria la presencia de intermediarios. En el caso de la copra y el ajonjolí, este papel lo ocuparon la fábrica La Especial y empresas comerciales como Bola de Nieve y Casa Minaya. Estas empresas acaparaban la producción de toda la costa y estaban asociadas con grandes capitales extranjeros y estadounidenses. Aunque eran los intermediarios quienes obtenían las grandes ganancias de la alta demanda, lo que quedaba para los campesinos era suficiente para salir de su extrema pobreza. Aquellos que llevaban años como agricultores podían beneficiarse más, ya que los recién dotados de tierras tenían que dedicarse a cultivar diferentes plantas para subsistir. Además, para convertirse en productores de copra, ajonjolí o café, como en el caso de Atoyac, se necesitaban entre 7 y 8 años de cultivo y desarrollo.

Mientras los antiguos campesinos disfrutaban de la bonanza económica de la época y llegaban a despilfarrar sus ingresos en actividades como peleas de gallos, juegos, cabarets y fiestas, los nuevos campesinos tenían que distribuir sus escasas ganancias tanto para su sustento como para invertir en cultivos de alto valor. Estos últimos debían destinar cerca de 976.50 pesos por hectárea al año en campos que oscilaban entre 1 y 8 hectáreas.

Aunque las ganancias obtenidas superaban con creces los recursos invertidos, la realidad era que pocos campesinos tenían el capital necesario para trabajar la tierra. Muchos tuvieron que emplear a miembros de su familia como peones sin paga, exacerbando los problemas endémicos como el analfabetismo.

Desde 1940, con la llegada de Manuel Ávila Camacho al poder, se comenzó a revertir el proyecto agrarista radical de su antecesor Lázaro Cárdenas. Esta tendencia fue continuada por su sucesor Miguel Alemán Valdés a partir de 1946, quien buscaba impulsar la propiedad privada y las inversiones particulares como base del desarrollo nacional. Esto implicaba neutralizar los valores del nacionalismo revolucionario y mantener bajo control a los sectores obrero y campesino para asegurar la tranquilidad de los inversionistas.

Este cambio en la política económica del gobierno fomentó el surgimiento de nuevos latifundios en el país, beneficiando principalmente a los productores veteranos que se convirtieron en una nueva burguesía. Sus fincas de copra y café, a pesar de tener dimensiones de hasta 150 hectáreas, fueron legalizadas, mientras que los ejidatarios solo tenían a su disposición 10 hectáreas cada uno. A nivel nacional, esto generó una profunda desigualdad entre estos latifundistas y el resto del campesinado. Estos últimos llegaron a poseer solo el 1.5% del total de tierras cultivables, pero producían el 40% de la producción agrícola y obtenían el 46% de los ingresos agrícolas del país.

En el caso específico de Guerrero, se sumó otro factor fundamental que lo hizo atractivo para el desarrollo nacional: el potencial turístico del puerto de Acapulco. El presidente Miguel Alemán participó en los beneficios de esta urbanización y desarrollo, creando para ello la Compañía Constructora La Joya y comprando predios como la playa El Revolcadero, un lote de la ex hacienda de San Marcos y otros predios en Granjas del Marqués. Llegó a poseer cerca de 180,000 m2 en propiedades que fueron adquiridas a precios de remate.

El detonante de los problemas sociales en el estado fue una serie de impuestos decretados por el gobernador Alejandro Gómez Maganda (1951-1954). Buscando llenar las arcas para cumplir con su gestión, impuso el pago de 10 pesos por cada palmera de coco de agua, 7 por palmilla sentada en banco y 5 por las recién sembradas. Este problema afectaba principalmente a ejidatarios y pequeños propietarios, mientras que los grandes potentados tenían la capacidad de organizarse o afianzarse como aliados políticos dentro del naciente PRI, escapando así de estos impuestos.

Los principales afectados se organizaron y fundaron en 1951 la Unión Regional de Productores de Copra del Estado de Guerrero. Surgieron dos liderazgos que se disputaron su control: por un lado, el profesor Florencio Encarnación Ursúa de Coyuca de Benítez, respaldado por el cacique de El Espinalillo en el mismo municipio, Candelario Ríos; por otro lado, el empresario coprero Jesús Bravo González de Petatlán, apoyado por la poderosa familia Ruisánchez. Petatlán, además de ser una importante productora de copra, era un centro comercial clave en la región.

El balance de poder se inclinó a favor del grupo de Coyuca gracias al respaldo del presidente Alemán y de su tío, el general Juan G. Valdés. La propuesta inicial de Encarnación Ursúa era lograr un acuerdo entre las élites de Coyuca y Petatlán, además de servir como un importante vínculo del PRI en la región.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Francisco Ávila Coronel. Del clientelismo político a la contrainsurgencia. La masacre de copreros en Acapulco, Guerrero, en perspectiva histórica: 1940-1967, de la revista Historia Mexicana no. 73.    

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  • Izquierda: Hugo Brehme. Palmeras y vivienda rustica, Acapulco, 1940.
  • Derecha: S/D. Retraro de Alejandro Gomez Maganda.

La debacle económica de los 70.

Destacado

Para los últimos años del sexenio de Luis Echeverría, el intento de impulsar la economía del país resultó en un fracaso evidente. En 1974, las inversiones privadas en México se redujeron a la mitad, lo que condujo a una recesión económica con una caída del PIB del 0.1% ese año y del 2% en 1975. Esta situación se vio agravada por una inflación rampante del 13.2% y 10.5%, respectivamente, en esos años.

A pesar de estos desafíos, el gobierno mexicano contaba con los ingresos petroleros como respaldo para seguir accediendo a líneas de crédito internacionales, cuyos intereses estaban por debajo del aumento de la inflación. Esto los convertía en un recurso atractivo para el gobierno, que intentaba así salir de la crisis económica, aunque esto contradecía los principios de la política económica.

La crisis también obstaculizó la implementación de una reforma fiscal, que se esperaba generara más ingresos para el Estado. Sin embargo, dada la debilidad económica y la falta de garantías para los empresarios respecto al retorno de sus inversiones, el gobierno se encontró sin opciones viables para incrementar sus fuentes de ingresos y rescatar el crecimiento económico.

El debilitamiento de las condiciones gubernamentales para mantener la estabilidad de los recursos básicos llevó a un aumento de precios en diversos sectores por primera vez en 10 años. Esto incluyó incrementos en los precios de la electricidad, los hidrocarburos, los fertilizantes y el acero, como resultado del aumento en la impresión monetaria. Entre 1972 y 1975, la impresión monetaria se elevó en un 23%, más del doble del 10% registrado en años anteriores, respaldada por una amplia línea crediticia que permitía seguir emitiendo dinero.

Esta situación generó desconfianza entre los ahorradores, quienes comenzaron a cambiar sus pesos por dólares, provocando una fuga de capitales que debilitó aún más al gobierno. Este se encontraba en la encrucijada de mantener el control estatal sobre la economía, especialmente bajo la presión cercana del periodo electoral.

En el ámbito político, surgieron rumores sobre la posibilidad de que Echeverría intentara reelegirse, aunque estos rumores se disiparon con el anuncio realizado por el veterano líder de la CTM, Fidel Velázquez, el 22 de septiembre de 1975. En este anuncio, destapó al secretario de Hacienda, José López Portillo, quien tenía una amplia experiencia en el sector público y ocupó puestos de relevancia con el ascenso de Echeverría, recibiendo el respaldo del PPS y el PARM.

A pesar de la grave situación económica del país, el panorama político seguía siendo favorable para la maquinaria electoral del PRI. En aquel entonces, el PAN enfrentaba una crisis interna desencadenada por la disputa entre dos liderazgos. Por un lado, Efraín González Morfín representaba la doctrina del partido, sosteniendo que la participación del PAN solo legitimaba al gobierno al ofrecer la imagen de un estado democrático. Por ello, movilizó a sus bases para no participar en las elecciones. Por otro lado, José Ángel Conchello adoptó una postura pragmática, buscando capitalizar la inconformidad generalizada del país y abogando por la incorporación de políticos que no compartieran su visión ideológica. Sin embargo, esta estrategia no fue suficiente para derrotar a González Morfín, cuya posición prevaleció y llevó a la decisión del PAN de no participar en las elecciones.

Aunque posteriormente la línea doctrinal de González Morfín perdió fuerza y prevaleció el «neopanismo» de Conchello, en ese momento el PRI fue el único partido presente en las elecciones. Se presentaron algunas candidaturas sin registro, como la de Valentín Campa por el Partido Comunista y la Coalición de Izquierda. Además, algunos panistas que deseaban participar en el proceso respaldaron a Pablo Emilio Madero. Esto aseguró la elección de López Portillo, quien obtuvo un total de 16.7 millones de votos, con el 98% de las preferencias electorales.

Ante las graves presiones económicas que experimentaba el país y una vez asegurada la sucesión, el 31 de agosto de 1976, se anunció el fin del cambio fijo de 12.5 pesos por dólar por parte del secretario de Hacienda, Mario Ramón Beteta. Este cambio dejó la moneda a la libre flotación del mercado con el objetivo de corregir los vicios del saldo negativo de la balanza de pagos y evitar la fuga de capitales, poniendo fin a 22 años de estabilidad mantenida de forma artificial.

Durante la toma de protesta el 1 de diciembre, López Portillo hizo un llamado a la cordialidad para enfrentar la crisis económica. Hizo referencia a la posible solución de utilizar las reservas petroleras, que en ese momento se mantenían sin explotar a gran escala. Además, se comprometió con el FMI para llevar a cabo una política económica ortodoxa que permitiera resolver los problemas y cumplir con el pago de la deuda externa.

Entre las medidas acordadas estaban garantizar la liberalización del comercio para reducir la demanda, implementar restricciones en las fuentes de financiamiento y el gasto público, así como imponer topes salariales. Estas medidas tenían como objetivo revertir los efectos negativos de las políticas económicas de Echeverría.

Los efectos de los acuerdos a inicios de 1977 son evidentes: la actividad económica disminuye del 4.2% al 3.4% y los salarios caen en un 21%. Sin embargo, a nivel macroeconómico, la situación del país comienza a estabilizarse al reducirse la inflación del 19.1% al 16%. Además, el déficit público disminuye con respecto al PIB, pasando de un 7.2% a un 5.1%, y el precio del dólar se estabiliza en 22.58 pesos. También se observa un aumento en la cantidad de ahorros y un incremento en los créditos internos debido a la disminución de la tasa de interés.

Aunque la deuda externa se eleva ligeramente, el país se mantiene dentro de las directrices dictadas por el FMI. Esto permite el aumento del ingreso de la inversión extranjera y el incremento de las reservas de dólares del país, que alcanzan los 845 millones. Paralelamente, se lleva a cabo una apertura comercial mediante la liberalización del precio de algunos artículos, sustituyendo las licencias de importación por tarifas.

El tope salarial del 10% resultó fundamental para avanzar en la recuperación económica, aunque generó problemas al no resolver la cuestión del bajo poder adquisitivo de la mayoría de la población. Esto condujo a movilizaciones sindicales, como la de los trabajadores de la UNAM afiliados al STUNAM en junio de 1977, quienes se opusieron a la propuesta de aumento salarial y fueron reprimidos.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Elsa M. Gracida. El desarrollismo.

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  • Izquierda: Rogelio Naranjo. Caricatura de la quiebra economica de Luis Echeverria.
  • Derecha: S/D. Jose Lopez Portillo y Luis Echeverria en la toma de protesta, 1976.

El origen del cine de ficheras.

Destacado

La industria cinematográfica mexicana logró captar la atención del público desde sus inicios gracias a sus historias que exploraban diversos géneros como el melodrama, la tragedia y la comedia. Se adaptó con éxito a los diferentes contextos que ofrecía el país, desde las historias del campo con el género ranchero hasta las problemáticas de la creciente sociedad urbana y su adaptación a la modernidad. Este éxito se reflejó en la época conocida como el «cine de oro», desarrollada en la década de los 50. Varios factores contribuyeron a su éxito, como la disminución de la producción cinematográfica estadounidense debido a los efectos de la guerra, el surgimiento de un star system cuyas figuras se convirtieron en sensación del público (Pedro Infante, Jorge Negrete, Cantinflas, entre otros) y el crecimiento de la población urbana. Sin embargo, esta tendencia llegó a su fin en los años 60, entrando en un periodo de crisis.

Tanto realizadores como políticos intentaron encontrar soluciones para revertir esta crisis. Se intentó crear un nuevo elenco de estrellas, pero ninguna logró alcanzar el éxito de la generación anterior. También se apostó por la experimentación artística, aunque esta fue influenciada por consideraciones políticas. Además, se buscó mejorar los niveles de calidad de las producciones. Fue en este contexto que surgió un género que, aunque odiado por muchos, resultó exitoso y característico de la época: el cine de ficheras.


Dentro del «cine de oro», se encuentra un subgénero que representa el antecedente directo de las ficheras: el cine de rumberas. Este subgénero se desarrollaba en entornos urbanos, especialmente en cabarets, y presentaba historias que exploraban el submundo, caracterizado por la sensualidad, el vicio, el crimen y el deseo, elementos que resultaban seductores en una sociedad dominada por valores tradicionales basados en la religión y la familia. Aunque permitía cierto nivel de sexualidad dado el contexto del cabaret, el género abordaba tanto historias policíacas como melodramáticas.

Las historias melodramáticas tendían a transmitir un mensaje moralizante, destacando la decadencia del ambiente y cómo el amor podía ser un medio para redimir vidas hacia un destino más honesto. Aunque este género fue muy popular en la década de los 50, comenzó a caer en estereotipos y patrones repetitivos en las historias, lo que hizo que las siguientes películas perdieran su atractivo para el público. Estas películas fueron estigmatizadas por ser vistas como entretenimiento para satisfacer al público masculino, lo que limitó su audiencia y su capacidad para seguir siendo populares.

La década de los 70 representó una encrucijada para México en diversos aspectos. Por un lado, se evidenciaba el agotamiento del modelo de «desarrollo estabilizador» que había gestionado el crecimiento nacional bajo un esquema centralizado en la presidencia. El inicio de la década estuvo marcado por el gobierno de Luis Echeverría, quien buscaba regresar a los valores nacionalistas para superar la crisis en curso.

Dentro de la escena cinematográfica, el gobierno intentó impulsarla a través de la supervisión de Rodolfo Echeverría, hermano del presidente y actor. Ambos estaban convencidos de que elevar la calidad del contenido cinematográfico era el siguiente paso para el cine nacional. Esto implicaba la incorporación de vanguardias artísticas y el abordaje de problemáticas sociales contemporáneas. Sin embargo, esta postura generó distanciamiento con los productores, a quienes se culpó de la crisis en la industria.

A pesar del respaldo gubernamental a estos proyectos de calidad, al convertirse en su principal patrocinador, el cine de autor no logró captar la atención del público nacional ni extranjero. Esto resultó en graves pérdidas económicas al no recuperar los costos de producción, lo que llevó a muchos trabajadores del cine a quedarse sin cobrar o a recibir ingresos muy bajos.

Ante el distanciamiento del sector privado del respaldo gubernamental y la crisis en la industria cinematográfica, surgieron pequeñas productoras que se enfocaron en desarrollar títulos a gran escala, de fácil consumo, con bajos costos de producción y temáticas atractivas para el público masivo. Un hito importante en este cambio de enfoque fue la película «Bellas de noche» del experimentado director Miguel M. Delgado, conocido por su trabajo en películas como «El gendarme desconocido», «El extra», y «Un Quijote sin mancha», entre otras, que marcó el camino a seguir en 1975.

Además del cine de rumberas, otra influencia significativa fue el subgénero teatral conocido como vodevil, originado en el mundo del cabaret a finales del siglo XIX. Este género se caracterizaba por su contenido sexual y tramas basadas en enredos, malentendidos y chismes que desencadenaban situaciones cómicas, dirigidas a un público adulto. Las historias del vodevil se fundamentaban en la dinámica de los cabarets, donde los clientes acudían para disfrutar de los números sensuales de las bailarinas. Las asistentes, igualmente atractivas, los atendían, les incitaban a comprar bebidas alcohólicas, les hacían compañía y, a su vez, recibían fichas que podían cambiar por dinero al final de la jornada, manteniéndose sobrias como parte del juego.

La exaltación de la sexualidad al presentar mujeres atractivas, el uso del albur, las situaciones picarescas y morbosas que evocaban narraciones anecdóticas, junto con su desarrollo en un contexto popular, atrajeron a grandes sectores de la sociedad, lo que resultó en una gran aceptación por parte del público y revitalizó a una industria cinematográfica que estaba casi moribunda, con producciones de baja calidad tanto técnica como argumentativa. Los resultados fueron un éxito total: cada película generaba grandes ganancias, como fue el caso de «Bellas de noche», que recaudó 400 millones de pesos y se proyectó en 34 salas de todo el país. Esto llevó a una recuperación en la producción cinematográfica en los años siguientes, con un promedio de 80 películas realizadas por año.

La clave de este resurgimiento radicó en la contratación de actores de segunda o tercera categoría, así como bailarinas, el uso de cabarets o las casas de productores y artistas como sets de filmación, y la rapidez en la realización de las películas. Esta fórmula permitió un alto consumo tanto a nivel nacional como internacional, exportándose a Centroamérica y Sudamérica. Estas películas se convirtieron en una oportunidad para la clase trabajadora de disfrutar de un momento de diversión y escapar de su complicada realidad, cumpliendo fantasías que evocaban sus deseos sexuales o su mentalidad machista, sin preocuparse demasiado por seguir un orden moral establecido.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jesús Alberto Cabañas Osorio. El cine de ficheras: un orden simbólico en espera de análisis, de la Revista Iberoamericana de Comunicación no. 25.     

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Imagen:

  • Izquierda: Poster de la pelicula «Bellas de noche», 1975.
  • Derecha: Afiche de la pelicula «Tivoli», 1975