El sitio de Guadalajara y la batalla de Calpulalpan, la derrota conservadora

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Por segunda vez durante la Guerra de Reforma, la ciudad de Guadalajara se convirtió en un campo de batalla entre liberales y conservadores a finales de septiembre y principios de octubre de 1860. Esta vez, los conservadores se habían atrincherado en la ciudad bajo el mando del general Severo Castillo, mientras que los liberales, inicialmente liderados por Jesús González Ortega y posteriormente reemplazado por Ignacio Zaragoza, tenían la misión de tomarla.

Sin embargo, se enfrentaban a la dificultad de la pronta llegada de refuerzos conservadores liderados por Leonardo Márquez y Tomás Mejía, quienes contaban con una fuerza de 4,300 hombres y estaban financiados con $200,000 pesos obtenidos de préstamos forzosos durante su victoriosa campaña por el Bajío. Zaragoza se vio presionado por el tiempo y decidió tomar Guadalajara a toda costa, a pesar de que las tropas conservadoras rondaban los 6,000 efectivos, cuyas fuerzas se veían mermadas por la falta de recursos.

Así, en la mañana del 29 de octubre, Zaragoza inició el asalto, desencadenando una batalla cruenta y sin cuartel que dejó la ciudad en ruinas y ninguno de los bandos se proclamaba como vencedor después de 14 horas de combate continuo, dejando exhaustas a ambas fuerzas.

A pesar de haber quedado igualados, la situación en el bando conservador estaba siendo más apremiante al quedarse sin dinero y sin parque. Por lo tanto, Castillo decide iniciar conversaciones con el general liberal Manuel Doblado, algo a lo que Zaragoza no se opuso, ya que esto le permitió preparar los morteros y continuar con el bombardeo al día siguiente. La reunión resultó en un armisticio de 15 días, durante los cuales las fuerzas conservadoras defensoras de Guadalajara no podían abrir fuego contra las tropas liberales. Esto permitió a Zaragoza concentrarse en atacar a Márquez, quien se encontraba en Zapotlanejo, a 34 km de la ciudad.

Para enfrentarlo, Zaragoza comisionó al general Nicolás Regules para perseguirlo y enfrentarlo en las Lomas de Calderón el 1ro de noviembre. La batalla se desencadenó después de que Márquez atacara como represalia contra Zaragoza por negarse a negociar, pero no pudo hacer frente a las tropas liberales y se dio a la fuga. Cerca de 3,000 soldados conservadores fueron capturados en la huida.

Como consecuencia de la derrota de Márquez, el general Castillo decide seguir sus pasos y abandona Guadalajara el 3 de noviembre, lo que representó una derrota decisiva para los conservadores al dejar en manos de los liberales los puntos más importantes del Occidente. Esto permitió a los liberales recuperar el Bajío y comenzar a prepararse, tanto comprando armamento a Estados Unidos como obteniéndolo de la ferrería de Tula. Reunieron una fuerza de 30,000 soldados y 180 cañones para dirigirse hacia la Ciudad de México.

Para finales de octubre, Miguel Miramón sabía que la causa conservadora estaba en desventaja. Un golpe moral fue el retiro de la legación británica, la cual desconoció su gobierno y se instaló en Xalapa. Ante esta situación, Miramón decide vender mobiliario y propiedades para pagar deudas y costear su huida a Europa junto con su familia. Una vez recibida la noticia de la toma de Guadalajara y la derrota de Márquez, Miramón declara el estado de sitio en la capital el 13 de noviembre y vuelve a imponer un préstamo forzoso de $300,000 pesos. Además, ordena a Márquez incautar los bonos de la legación británica por un valor de $660,000 pesos. Emitió una proclama donde admitía la situación crítica y preparaba a los capitalinos para la batalla.

La campaña final de los liberales contra los conservadores comenzó con una victoria para las tropas de Miramón en Toluca el 9 de diciembre, donde capturaron valiosos prisioneros como los generales Santos Degollado y Felipe Berriozábal, lo que les dio impulso para enfrentarse a las tropas de González Ortega, que habían tomado posiciones en la loma de San Miguelito en Calpulalpan con una fuerza de 16,000 hombres.

El día 21, Miramón llegó con la plana mayor de los comandantes conservadores, incluyendo a Márquez, Mejía, Marcelino Cobos y Miguel Negrete, para intentar infligir una derrota milagrosa utilizando los talentos del ejército federal. Esto marcó el inicio de la batalla de Calpulalpan el 22 de diciembre. Miramón decidió atacar el flanco izquierdo de las tropas de González Ortega, conformadas por la división de Michoacán. Sin embargo, tanto él como Zaragoza anticiparon su estrategia y enviaron a las fuerzas del general Regules a resistir el embate con las brigadas de Jalisco y San Luis Potosí. La estrategia de Miramón falló, y fue el turno de González Ortega de atacar a Miramón con las divisiones de Zacatecas y Guanajuato, con el apoyo del fuego de 30 cañones, resistiendo los conservadores durante cerca de una hora.

El ejército conservador finalmente sucumbe al ataque de González Ortega. Aunque tuvieron un breve momento de esperanza con la carga de caballería comandada por Joaquín Miramón (hermano de Miguel), no fue suficiente para cambiar el curso de la batalla. Poco a poco, los soldados conservadores se rinden y algunos cambian de bando, mientras que otros caen prisioneros. Miramón logra escapar de la batalla y se refugia en la Ciudad de México para preparar a su familia para su partida hacia Cuba. Él mismo encuentra refugio en la embajada española y deja la capital el 1 de enero de 1861. Las tropas de González Ortega entran en la ciudad el 25 de diciembre.

A partir del 1 de enero, se inician los festejos generalizados por parte de los liberales en todas las ciudades en celebración de su victoria. Se restaura el gobierno de la Constitución de 1857, y se consolida con el regreso del presidente Benito Juárez al Palacio Nacional el 11 de enero. Así, se pone fin a una guerra cruenta de tres años donde los mexicanos quedaron divididos en bandos irreconciliables. Sin embargo, pasarían algunos años más para la derrota final de los conservadores.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Will Fowler, La Guerra de Tres Años, el conflicto del que nació el estado laico, 1857-1861.

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Imagen: Casimiro Castro. Batalla de San Miguel Calpulalpan, decada de 1860.

El sitio de Puebla.

Para marzo de 1863, la ofensiva francesa liderada por Federico Forey estaba lista para eliminar la vergüenza de la derrota del 5 de mayo del año anterior y tomar la capital poblana. La ciudad estaba bajo el mando de Jesús González Ortega, quien ordenó fortificarla para repeler a los invasores y repetir la hazaña de Zaragoza. El 16 de marzo, los franceses iniciaron la maniobra para rodear la ciudad, mientras Forey estableció su cuartel en el Cerro de San Juan, ubicado a 2 km del Fuerte de San Javier. Este último se consideró el objetivo principal, pensando que era el corazón defensivo de la ciudad, una suposición que demostraría ser errónea con el tiempo.

Hacia mediados de abril, al darse cuenta de que la caballería sería inútil para los sitiados, González Ortega ordenó su salida y puso a Tomás O’Horan a cargo. Lograron romper el cerco francés, con la intención de unirse a las fuerzas de Ignacio Comonfort y, cuando llegara la oportunidad, romper el asedio. En respuesta, Forey ordenó cavar trincheras alrededor de la ciudad para aumentar la efectividad del cerco.

Tanto los mexicanos como la artillería francesa descubrieron la eficacia de la arquitectura conventual como fortalezas. Los bombardeos realizados por los franceses tuvieron poco efecto para amedrentar las posiciones del sitio, y, por el contrario, aumentaron el ánimo de los sitiados para ganar la batalla. A partir del 29 de marzo, iniciaron los ataques sobre San Javier, logrando entrar en la fortaleza al día siguiente. Sin embargo, pronto descubrieron la inutilidad de tomar los fuertes, ya que al ingresar desde allí a la ciudad, se enfrentaban a las defensas mexicanas que habían adoptado la estrategia de guerrilla urbana. Los franceses se desgastaban al tener que librar batalla casa por casa y manzana por manzana.

Las semanas pasaron y los franceses no lograban completar la misión, por lo que el fantasma de otro 5 de mayo estaba aún presente. Ante esta situación, Forey intentó negociar la entrega de la ciudad con González Ortega, pero este se negó, confiado tanto por la cercanía de la temporada de lluvias como por contar con el respaldo de las fuerzas de Comonfort.

Con el tiempo en su contra, Forey encontró una oportunidad al norte de la ciudad. La División del Centro de Comonfort se había establecido en San Lorenzo Almecatla con la intención de romper el sitio y llevar víveres a los sitiados. Sin embargo, una serie de descuidos tácticos permitieron que Forey aprovechara la situación, infligiendo una dura derrota el 8 de mayo con un gran número de bajas para el frente mexicano y obligando a las tropas de Comonfort a dispersarse.

Al entrevistarse con los prisioneros y observar el cargamento de los mexicanos, Forey se dio cuenta de que la situación de la ciudad no era favorable. Para hacerla caer, bastaba con fortalecer el cerco e impedir cualquier entrada del exterior, forzándolos a rendirse por hambre. Aunque esto no resultaba muy honorable, evitaría un consumo de recursos por parte de los franceses y, sobre todo, sería un golpe a la moral de los mexicanos. Dentro de la ciudad, al enterarse de la derrota en San Lorenzo, varios militares mexicanos le propusieron a González Ortega abandonar la ciudad. Aunque se negó inicialmente, la realidad era que no estaban en condiciones de continuar la resistencia.

Para el 15 de mayo, las condiciones de la defensa eran graves, ya que el parque estaba a punto de agotarse y no había señales de que el gobierno estuviera organizando una fuerza para romper el sitio. Al día siguiente, González Ortega envió un enviado a Forey para explorar la posibilidad de capitular, pero este rechazó la opción y les comunicó que la única forma de poner fin a esto era mediante la rendición. González Ortega aceptó las condiciones de los franceses, pero no sin antes ordenar la destrucción de lo que quedaba de su armamento y la quema de las banderas para evitar que fueran utilizadas como trofeos de guerra. También dispuso dispersar las tropas, dejando solo a él, su cuerpo de generales, jefes y oficiales para entregarse como prisioneros cuando las tropas francesas entraran el día 17.

La actitud de los prisioneros causó admiración entre los invasores, ya que rompieron sus espadas para evitar entregárselas y rechazaron la oferta de libertad que se les hizo, la cual requería que firmaran un documento comprometiéndose, bajo palabra de honor, a no volver a tomar las armas ni participar en la resistencia. Ante esto, los prisioneros fueron enviados a Francia, donde varios lograron escapar en el camino a Veracruz.

Así, el 19 de mayo, Puebla estuvo en condiciones de recibir la ocupación de las tropas de Forey y, poco tiempo después, el 10 de junio, lograron entrar en la Ciudad de México sin resistencia. Benito Juárez era consciente de no tener los recursos necesarios para evitar la ocupación, por lo que apostó por hacerles la guerra en todo el país. El 31 de mayo, el Congreso cerró sesiones e inició el proceso para trasladar el gobierno hacia el norte.

A pesar de que las grandes ciudades fueron ocupadas sin mucho esfuerzo, los franceses y los conservadores cayeron en la trampa. Ahora, tenían que estar a la defensiva para proteger sus avances, lo que resultaría en un mayor gasto de recursos. Además, crecía el descontento de los conservadores por la conformación de un orden imperial y liberal que reafirmaba las acciones de Juárez. Mientras tanto, los mexicanos, a diferencia de la invasión estadounidense, ya contaban con un sentimiento patrio y una conciencia nacional. Esto permitió mantener la guerra de guerrillas, que eventualmente saldría victoriosa en 1867.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Macias Guzmán. El gran sitio de 1863. La verdadera batalla de Puebla, del libro El Sitio de Puebla. 150 Aniversario.

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Imagen: Jean-Adolphe Beaucé. El General Bazaine ataca el fuerte de San Javier durante el sitio de Puebla, 29 de marzo de 1863, 1867.


La debacle conservadora en la Guerra de Reforma.

La victoria liberal en la Batalla de Silao tuvo un impacto significativo que marcó una tendencia infranqueable en contra de los conservadores. Desde el gobierno de Juárez, se difundió la noticia del triunfo de Jesús González Ortega sobre el general Miguel Miramón. González Ortega aprovechó la oportunidad para presentar a los liberales como benévolos al liberar a los prisioneros capturados durante su campaña en el Bajío.

En el bando conservador, comenzó a surgir cierta inestabilidad con la reaparición pública del expresidente Félix María Zuloaga y la tensión generada por la disputa sobre la devolución de la investidura presidencial a Miramón por parte del presidente de la Suprema Corte, José Ignacio Pavón. Este movimiento dio lugar a la excusa perfecta para que la delegación británica retirara su reconocimiento al gobierno conservador.

A partir de ese momento, la estrategia de González Ortega se centraría en lograr la toma de Guadalajara, con el objetivo de dejar a los conservadores atrapados en la Ciudad de México y Puebla, preparándolos para el golpe final.

Miramón comenzaba a quedarse sin opciones; la mayoría de las grandes ciudades estaban en manos de los liberales, con excepción de Guadalajara, la Ciudad de México y Puebla. Esto se debía, en parte, al financiamiento que Juárez estaba recibiendo gracias al inicio de los procesos de desamortización y venta de propiedades de la Iglesia en los territorios donde tenían presencia. Además, contaba con el apoyo diplomático de Estados Unidos.

Miramón se vio obligado a tomar medidas extremas para sostener la guerra. A mediados de agosto, inició con el cambio de su gabinete y liberó a Leonardo Márquez para que apoyara al general Pedro Ogazón en el frente de Guadalajara. Sin embargo, lo que enfureció a sus aliados fue la imposición de cobros forzosos. Solicitó a los empresarios un impuesto de $300,000 pesos y a la Iglesia la donación de sus tesoros en oro y plata para amonedarlos.

Ninguna de estas medidas ayudaría a cambiar las tornas. Márquez, como señal de rebeldía, no se dirigiría al Occidente hasta octubre. Los empresarios se negaron a pagar este impuesto, llegando incluso a encarcelar a un par de ellos. Además, el arzobispado, horrorizado por el despojo, frenó la entrega de sus objetos litúrgicos en octubre.

Hubo un breve respiro para Miramón a principios de septiembre debido a un error que tambalearía la posición de Juárez a nivel internacional. El general Santos Degollado, desesperado por adquirir recursos para financiar la toma de Guadalajara, decidió confiscar una carga de plata con un valor de $1,127,414 pesos, de los cuales $400,000 pertenecían a capital británico. Esto provocó que la legación británica, junto con la francesa y la española, exigiera a Juárez la devolución del dinero, comprometiéndose a hacerlo el 24 de octubre, más un pago adicional en concepto de indemnización.

A pesar de este tropiezo, los $700,000 restantes fueron suficientes para comenzar el cerco sobre la capital tapatía. La primera acción fue el posicionamiento de las tropas liberales el 20 de septiembre de 1860 en el pueblo de San Pedro Tlaquepaque por parte de González Ortega. Al día siguiente, González Ortega escribió una carta al lugarteniente conservador, Severo Castillo, para tratar de convencerlo e intimidarlo para que rindiera la plaza sin necesidad de iniciar un derramamiento de sangre, aunque ya había algunos tiroteos en los alrededores. Esto llevó a que Castillo aceptara reunirse con González Ortega en la garita de Tlaquepaque para discutirlo. Puso como condición para la entrega la renuncia de Juárez y el inicio de un nuevo proceso electoral siguiendo las reglas de la Constitución de 1857, además de un proceso de reformas a la misma.

Al fracasar los intentos de González Ortega para la entrega pacífica de Guadalajara, el sitio inicia el 27 de septiembre con el corte del suministro de agua potable a la ciudad. Hasta el 1ro de octubre, la artillería comienza a devastarla, agotándose las pocas provisiones que tenían, lo que lleva a la población civil a retirarse sin ninguna posesión para salvarse de la batalla. A pesar de esta posición adversa, Castillo se niega a rendir la plaza y se encierra con sus 6,000 soldados, que poco a poco fueron disminuyendo. Estaba esperanzado en la llegada de los refuerzos de Márquez, quien parte junto con Tomás Mejía hasta el 10 de octubre, llevando a cabo una campaña relámpago donde recuperan Querétaro, León, Irapuato, Guanajuato y Lagos. En el bando liberal también empezaban a surgir problemas al enfermar González Ortega de «calenturas» que no lograban apaciguar, por lo que decide nombrar al joven general Ignacio Zaragoza como su reemplazo. Sería él quien tomaría las decisiones para contrarrestar la llegada de los refuerzos conservadores.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Will Fowler, La Guerra de Tres Años, el conflicto del que nació el estado laico, 1857-1861.

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Imagen:

 – Izquierda: Anónimo. Garita de Tlaquepaque, mediados de siglo XIX.

 – Derecha: Anónimo. Retrato de Jesus Gonzales Ortega, ca. 1860. 

La situación después de la batalla del 5 de mayo.

El panorama del conflicto entre México y Francia posterior a la batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862 para su momento fue un alivio, el gobierno de Juárez estaba consciente que con ella no lograrían evitar la escalada de la invasión, pero si representó un importante retraso para que lograsen su objetivo, pero sobre todo ganarían el tiempo necesario para organizar la defensa y poder darle batalla a los franceses, un panorama completamente diferente al de la invasión estadounidense de 1846 a 1848. Para los franceses, ese episodio no fue más que un tropiezo, Napoleón III tenía el potencial militar para culminar la invasión y expandir con ello su zona de influencia para imponer una barrera ante el cada vez creciente imperialismo estadounidense, pero la forma de hacer las cosas del ejército francés pasaba por grandes críticas hacia su estrategia aplicada en las guerras de Crimea y la independencia de Italia, donde las batallas celebres que ganaron como Sebastopol, el sitio de Malakoff, Magenta y Solferino escondieron sus grandes defectos tácticos como el desconocimiento del terreno o su estrategia de mantener un cuerpo solido del ejercito atacando un sitio y mandar tropas sueltas en los alrededores.

Todos estos problemas se vieron reflejados en la derrota de Puebla, donde vieron los mandos franceses que la expedición de 6,000 hombres no era suficiente para lograr el cometido y forzosamente tenían que traer más tropas, sobre todo aprendieron a respetar a los mexicanos quienes contaban con la experiencia ganada en la Guerra de Reforma o en la invasión estadounidense. Pero también el bando mexicano atravesaba por serios problemas, desde la falta del armamento necesario para mantener a los soldados equipados, muchas veces la falta de un equipo profesional del ejercito teniendo que recurrir a la leva, así como un duro golpe anímico con la muerte del general Ignacio Zaragoza el 8 de septiembre por tuberculosis, ocupando su puesto como general del Ejercito de Oriente Jesús Gonzales Ortega, quien formaría parte de esta generación de liberales civiles con un gran talento militar, convirtiéndose en el rival acérrimo del conservador y militar de carrera Miguel Miramón a quien terminaría derrotando. La situación de Gonzales Ortega tampoco era sencilla, al ser uno de los actores clave de la victoria liberal en la Guerra de Reforma le acarrearía fama y prestigio ante la sociedad, convirtiéndolo en un importante actor político donde lo llevaría a convertirse en presidente de la Suprema Corte, haciéndolo en el segundo al mando del país y un serio rival hacia Juárez.

A pesar de su posición, esto no evito que estuviera en el frente, primero persiguiendo a las gavillas conservadoras como la de Leonardo Márquez quien había ejecutado a los generales Leandro Valle y Santos Degollado, tocándole participar en las primeras maniobras para la defensa del país ante los franceses y enfrentándolos en el Cerro del Borrego en Orizaba, donde seria vencido por el Conde Lorencez. Una vez puesto en el mando de Zaragoza, Gonzales Ortega tenía dos opciones, la de hostilizar a los franceses hacia la sierra de Orizaba o encerrarse en Puebla para provocar un desgaste y atacarlos en su momento de debilidad, decantándose por esta segunda opción convencido de que los franceses buscarían la revancha, por lo que empezaría las maniobras para acumular las fuerzas necesarias y los recursos para sostener el sitio. Lograría juntar una fuerza de 24,828 hombres, 3,209 de caballería y 1296 de artillería, reclutando a los generales veteranos tanto de la batalla del 5 de mayo, de la Guerra de Reforma y de conflictos anteriores para sumar lo más que se pudo de la experiencia militar mexicana como Felipe Berriozábal, Porfirio Diaz, Miguel Negrete, Luis Ghilardi, Ignacio de la Llave, Tomas O ‘Horan, Ignacio Mejía, entre otros.

Con la perspectiva de recibirlos en Puebla, Gonzales Ortega ordena el completar y reforzar el sistema de fortificaciones de la ciudad, donde además de contar con los fuertes de Loreto y Guadalupe también estaban el Independencia, Zaragoza, Los Remedios, Hidalgo, Morelos, El Demócrata y el Iturbide (convento de San Javier), la posición que descarta para su ocupación fue el Cerro de San Juan al poniente, siendo esta la que aprovecharían los franceses para establecer su cuartel general. Además de contar con las fuerzas del Ejército de Oriente, también contaría con el apoyo del Ejecito del Centro, comandado por el expresidente Ignacio Comonfort y que se encargaría de mantener el abasto de la ciudad, siendo fortalecido con la adhesión de las fuerzas del licenciado Simón Guzmán.

Del lado francés, aprendieron de la humillante derrota y empezaron a hacer los movimientos necesarios para pasar la afrenta, empezando con la destitución del Conde de Lorencez del mando de la expedición para remplazarlo por el general Federico Forey, veterano de las campañas en África, Italia y Crimea, llegando al puerto de Veracruz el 25 de septiembre junto a una fuerza de 25,116 soldados y 5,845 caballos, estableciéndose en Orizaba. A diferencia de la impaciencia de Lorencez, Forey se tomó su tiempo para estudiar y plantear una estrategia para poder llevar a cabo su misión, por lo que empezaría el despliegue de tropas hasta febrero de 1863 cuando llega a Quecholac, teniendo bajo su mando a los generales Félix Douay y François Achille Bazaine, así como tuvo el apoyo de las fuerzas de Leonardo Márquez y sus 2,500 soldados. Hubo algunas críticas hacia la decisión de Forey de atacar Puebla, sobre todo de parte del embajador Dubois de Saligny quien recomendaba rodearla, pero era importante para el ejército francés lavar la derrota del 5 de mayo para poder mantener la moral, iniciando así el sitio en marzo.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Macias Guzmán. El gran sitio de 1863. La verdadera batalla de Puebla, del libro El Sitio de Puebla. 150 Aniversario.

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Imagen: Patricio Ramos. Descanso después de la batalla, de la serie El sitio de Puebla, 1862.

La Guerra de Reforma a mediados de 1860

Si bien la guerra impidió que Santiago Vidaurri se convirtiese en el caudillo de los liberales, esto no ceso su influencia política en el noreste, lográndose consolidar como el cacique de la región al quedar electo como gobernador de Nuevo León y Coahuila, permitiéndole disponer del mando del Ejercito del Norte el cual había resultado imprescindible en la lucha contra los conservadores. A pesar de la ausencia de las fuerzas de Vidaurri a mediados de 1860, esto no impidió que los liberales entrasen en una etapa donde pasaban por diferentes victorias como la batalla de Peñuelas ganada por Jesús Gonzales Ortega en Aguascalientes, la toma de Toluca por Felipe Berriozabal, la toma de Salamanca por Manuel García Pueblita, la campaña sobre el sur de Puebla, la toma de Cuautla y el triunfo de Porfirio Diaz al tomar Oaxaca en manos de Marcelino Cobos. Para ese entonces, ambos bandos cometían el mismo nivel de atrocidades tanto contra el enemigo como contra la población civil, llegando a niveles como el ejecutar a todos los prisioneros, hacerse de tropas mediante la leva y permitir el saqueo de los pueblos a sus soldados, siendo un caso conocido el del guerrillero liberal Antonio Rojas en el Occidente.

Fue tal el nivel de devastación en los pueblos por dos años de guerra que ya era difícil para las tropas encontrar algo de valor, ni siquiera era posible encontrar caballos o armamento para mantener a las tropas, incluso para evitar la leva, cuando iba a llegar la tropa de cualquier facción a los pueblos serviría el que todos los hombres se fueran al monte mientras estuviesen bajo ocupación, haciéndolos más susceptibles a los abusos, teniendo que recurrir al reclutamiento de presos y convictos. Si para en un inicio del conflicto las diferentes facciones entregaban vales de pago para compensar en un futuro lo que se llevaban, en el tercer año se alejaron de todas las formalidades y se llevaban lo que podían sin más y sin ninguna justificación, incluso los altos mandos se sentían impotentes al verse impedidos por imponer disciplina a sus tropas. Al no encontrar la forma de mantener pagados a sus batallones, provocaban la deserción de una parte de ellos quienes se salían para conformar gavillas criminales y atacar a los pueblos, esto sucedió mucho en el Bajío y la Sierra Gorda donde aprovechaban el desorden de la guerra.

Era tal la violencia que se había arraigado en la vida cotidiana nacional, que se llegarían a niveles de franca crueldad hacia la población civil, siendo comunes las matanzas, los incendios en los pueblos, las ejecuciones públicas y actos aberrantes de tortura y vejaciones. La sociedad civil empezaría a manifestarse tanto con el gobierno de Miramón como con el de Juárez la persistencia de una guerra que no parecía tener fin y que solo dejaba una estela de destrucción, como una petición dirigida por 200 personas de la Ciudad de México para llamar al fin de la guerra, también muchos generales empezaron a tener conciencia sobre la necesidad de poner fin al ciclo de violencia, como el caso del generan Gonzales Ortega quien le perdona la vida a los prisioneros hechos en la batalla de Peñuelas a pesar de que Miramón rechazase la propuesta de canje. Aun con estos actos de misericordia por parte de Gonzales Ortega, no hacia olvidar en la sociedad el que fuera uno de los generales más jacobinos por su implacable persecución de curas y el saqueo al que sometía a las iglesias de sus objetos litúrgicos, aunque era conocido por ser un ferviente católico en su vida privada.

Como muchos otros generales liberales, Gonzales Ortega distaba de tener una formación militar al ser un oficinista de Teul, alternando su labor con la escritura de artículos y poemas donde exponía sus convicciones liberales, esto le valdría dar su paso en la política cuando se instituye el congreso constituyente de 1856 representando a Zacatecas como diputado. Con el golpe de estado de finales de 1857, hizo que Gonzales Ortega empezase a realizar esfuerzos para defender el orden constitucional y empieza a organizar la Guardia Nacional local, valiéndole ser electo como gobernador del estado, dando pie al emprendimiento de su persecución al clero, quienes mejor huyeron de todo el estado dejando a las comunidades sin sacerdotes. Para mediados de 1860, Gonzales Ortega decide dejar la gobernatura a su compadre Miguel Azua para pasar directamente al frente, donde asomaría su talento para conformar y organizar tropas como Santos Degollado, pero también se haría relucir su talento innato para la batalla al lograr estar a la altura de Miramón haciéndole frente sin problemas y llegando a vencerlo.

Esto lo demostraría en el Bajío, donde el “Joven Macabeo” estaba dispuesto a perseguirlo al enterarse de que había dejado Zacatecas, esperándolo con una fuerza de 3,282 soldados y su cuerpo de artillería a la que llamaba los “doce apóstoles”, decidiendo enfrentarlo en Silao pensando que sus fuerzas eran suficientes para capturarlo aprovechando su posición en llanura abierta para acribillarlos cuando se hicieran presente. A pesar de que Gonzales Ortega poseía una ventaja numérica al tener 8,000 soldados, la posición de Miramón podía anularla sin problema, por lo que en colaboración con Ignacio Zaragoza deciden movilizar sus fuerzas en la madrugada y colocar su artillería a 700 metros de la conservadora, iniciando el ataque en la mañana del 10 de agosto y aprovechando las condiciones lluviosas pudieron sorprender a Miramón. Después de una batalla de 3 horas, los liberales se hicieron con la victoria al lograr inmovilizar a las tropas conservadoras con la artillería, de la cual apenas y pudo escapar Miramón, dejándole a Gonzales Ortega un valioso botín conformado tanto de armamento y valiosos bastimentos.

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Imagen: Francisco de Paula Mendoza. Batalla de Silao del 10 de agosto de 1860, 1861.