Las repúblicas de indios y sus relaciones con los españoles.

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Para el proyecto de segregación colonial destinado a constituir las repúblicas de españoles y las de indios, se enfrentaron a una dificultad adicional debido a los efectos de las diversas epidemias que azotaron a lo largo del siglo XVI. Estas epidemias cambiaron su patrón de afectación, pasando de impactar a la población en edades comprendidas entre 0 y 30 años, a afectar a los niños neonatos hasta los 5 años, lo que tuvo un impacto significativo en la recuperación demográfica de los indígenas.

Esta situación se vio agravada por la imposición del matrimonio monogámico como parte de la vida cristiana, lo cual suprimió otras formas de relaciones familiares que eran comunes en tiempos prehispánicos, como la poligamia o la poliginia. Como resultado, las familias que seguían estos esquemas familiares fueron obligadas a disolverse para forzar al varón a elegir a su esposa legítima. Como consecuencia de estas decisiones, las otras parejas y su descendencia quedaban como ilegítimas, perdiendo así cualquier tipo de legitimidad. Estas familias eran expulsadas de la casa principal y quedaban en una situación de miseria, sin recibir ningún tipo de apoyo, incluso llegando al extremo de favorecer a la mujer que aceptara convertirse al cristianismo en detrimento de aquellas que no lo hacían.

Los trabajos de evangelización se llevaron a cabo en estrecha colaboración entre los frailes del convento y las autoridades indígenas del cabildo. Los frailes solicitaban a los miembros del cabildo la realización de diversas obras, como la construcción de conjuntos eclesiásticos, la decoración de templos, la financiación de la liturgia y el mantenimiento de escuelas de primeras letras para los niños.

El cabildo se organizaba para disponer de los miembros de la comunidad y llevar a cabo los trabajos necesarios. También se encargaba de adquirir los materiales necesarios para las actividades religiosas, siendo común enviar a alguien de la comunidad a comprar lo necesario en los grandes mercados fuera del pueblo.

Con la incorporación de las cofradías y las mayordomías como elementos de organización, las responsabilidades del cabildo disminuyeron gradualmente. Las cofradías se encargaban de realizar ciertos trabajos como parte de sus actividades devocionales al culto de su santo patrono y la organización de los festejos.

A pesar de que la división entre las comunidades españolas e indígenas tenía como objetivo evitar los abusos y garantizar una conversión adecuada al cristianismo, esto no impidió que los españoles cometieran actos de violencia contra los indígenas. Estos actos incluyeron casos extremos, como la ejecución ordenada por el obispo Juan de Zumárraga del cacique don Carlos Ometochtzin, así como decretos de exilio y castigos físicos como azotes o encarcelamientos en las celdas de los conventos. Además, hubo actos de agresión motivados por la arrogancia de los españoles.

Estas acciones generaron desconfianza entre los indígenas hacia los españoles. Frente a la falta de comprensión por parte de los funcionarios o los frailes, era común que los indígenas adoptaran una actitud cerrada hacia los españoles y mostraran sumisión para evitar provocar su ira y replicar la relación que existía entre ellos. Sin embargo, también es cierto que, junto con estas relaciones conflictivas, hubo casos de genuina amistad o entendimiento. Algunos frailes permitían la celebración de expresiones de la antigua religiosidad y actuaban como intermediarios frente a los abusos de otros españoles. Además, los niños españoles a menudo actuaban como un puente entre las dos comunidades al establecer relaciones sinceras con los niños indígenas, basadas en la amistad.

Como resultado del choque entre culturas tan diferentes, surgió una natural falta de comprensión tanto por parte de los españoles como de los indígenas hacia las actitudes que reflejaban su idiosincrasia. Los frailes fueron quienes más dificultades encontraron para entender estas diferencias, y solo lograron hacerlo a través de la convivencia y el trato directo con los indígenas. A su vez, los indígenas hicieron todo lo posible por preservar sus costumbres, adaptándolas y reinterpretándolas, convirtiendo algunas de sus creencias en supersticiones que fueron consideradas inocuas.

Dentro de su propio entendimiento, los indígenas llegaron a cuestionar lo que consideraban incoherencias de la cultura española. Por ejemplo, algunos, como don Carlos, llegaron a considerar a las diferentes órdenes mendicantes como religiones diferentes, lo que les llevaba a seguir practicando su religión original. También había quienes creían que podían deshacer el bautismo lavándose la cabeza después, e incluso algunos se negaban a comer los animales traídos por los españoles por temor a convertirse en ellos.

A pesar de la sumisión al orden virreinal, algunos indígenas buscaron rebelarse contra él. Algunos recurrían a la figura del nahual, que se transformaba en jaguar para atacar a los españoles que maltrataban a los indígenas. También hubo casos de indígenas que decidieron practicar sus costumbres ancestrales y fueron castigados por ello, como el sacerdote tlaxcalteca que fue lapidado por su pueblo.

El mestizaje fue un fenómeno generalizado tanto en el contexto hispano como en el mesoamericano, y se produjo de manera fluida, aunque con matices en su desarrollo. Una de las formas más destacadas fue la consensuada, que involucraba a las familias nobles indígenas, las cuales casaban a menudo a sus hijas con funcionarios españoles para asegurar sus privilegios en el orden virreinal.

Paralelamente, era común que los españoles que residían en las repúblicas de indios (ya fueran autoridades civiles, hacendados o miembros del clero) establecieran relaciones clandestinas o de amasiato con mujeres indígenas. A pesar de la ilegalidad de estas uniones, las familias indígenas no solían denunciarlas, guardando el secreto y considerando a los hijos de estas relaciones como indígenas, lo que propiciaba el mestizaje de forma encubierta.

El número de mestizos aumentó gradualmente, principalmente en contextos urbanos, donde quedaban fuera de las categorías de españoles e indígenas. Hacia finales del siglo XVIII, los mestizos se convirtieron en el grupo mayoritario, representando aproximadamente el 37% de la población.

Este proceso de mestizaje no solo fue demográfico, sino que también tuvo implicaciones culturales y sociales significativas, contribuyendo a la formación de una nueva identidad y un tejido social más complejo en la sociedad colonial.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía:

 – Pablo Escalante Gonzalbo y Antonio Rubial García. El ámbito civil, el orden y las personas, del libro Historia de la vida cotidiana, volumen 1

 – Elsa Malvido. La población, siglos XVI al XX.

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Imagen: Códice Azoyú 2, siglo XVI. 

La separación de colonos europeos y los indígenas.

El contacto y el proceso de colonización de los europeos dejaron muchas preguntas sobre los indígenas y su morfología, comenzando por el color de piel, que generalmente era moreno con diferentes tonalidades, sin llegar a los tonos oscuros de los africanos. Inicialmente, se planteó la teoría de la exposición solar debido a la poca ropa que llevaban, pero esta fue desechada rápidamente. Esto hizo que fueran percibidos como más «aceptables» y con menos carga negativa que los africanos.

Otra característica que evaluaron de los indígenas fue su civilidad, la cual provenía de núcleos como Mesoamérica y los Andes, con su respectiva zona de influencia como límites de su influencia. En este punto, los ingleses envidiaban a los españoles por haber tenido que conquistar ambas zonas, mientras ellos tuvieron que lidiar con los belicosos pueblos de la Costa Este. Llegaron a reconocer el trabajo «civilizador» de los españoles, aunque matizaron al criticar su tiranía.

En cuanto a la forma en que se relacionaron con los indígenas, observamos sus raíces en su desarrollo durante la Edad Media. En el caso español, durante siete siglos se habían establecido relaciones cordiales con la población musulmana, llegando a ser cotidianas e incluso adoptando muchas costumbres árabes por su mayor refinamiento. Sin embargo, siempre existió la barrera religiosa que limitaba las relaciones. Todo esto comenzó a cambiar a partir del siglo XV cuando los reinos de Castilla y Aragón infligieron derrotas contundentes a los reinos islámicos. La promesa de la Reconquista se cumplió, y ya no era necesaria la tolerancia hacia las comunidades musulmanas y judías que vivían en sus poblaciones, resurgiendo el sentimiento de «superioridad» que siempre estuvo presente.

En el caso inglés, siempre se identificaron como parte de un supremacismo anglosajón frente a los bárbaros gaélicos, como los irlandeses, cuya forma de vida siempre consideraron «miserable» e «irracional». Siempre asignaron a lo irlandés toda la carga negativa sobre lo malo de la sociedad, y esto se intensificó durante la separación de la Iglesia católica. Incluso llegaron a comparar a los indígenas con los irlandeses.

Con los ingleses siempre existió una tendencia hacia la segregación, como se revela en los Estatutos de Kilkenny de 1366, cuando prohibieron los matrimonios con irlandeses y la convivencia de ambas comunidades por el temor de que se «cayeran en las degeneradas costumbres irlandesas». Estas conductas se replicaron durante la fundación de la colonia de Virginia con la construcción de palizadas para protegerse tanto de los ataques como del «pecado». Este pensamiento tenía una fuerte influencia bíblica basada en las disposiciones hacia los hijos de Abraham de no relacionarse con paganos. Además, la alta devoción religiosa de muchos colonos, como los puritanos, hizo que les resultara impensable entablar parentesco con los indígenas.

Esto condujo a que las uniones mixtas fueran muy reducidas, como en el caso de Nueva Inglaterra, donde hasta antes de 1676 no hubo registro de ninguna. Sin embargo, fue diferente en el caso de Virginia, donde hubo menos mujeres. Aunque tampoco hay registros de estos matrimonios, la prohibición de relaciones angloíndias de 1691 revela que existieron, aunque en un número muy reducido. Más tarde, el historiador Robert Beverly lamentaría que no fueran más, ya que podrían haber evitado las guerras.

Desde la llegada de Colón a las islas del Caribe, la corona incentivó la existencia de matrimonios mixtos como medio incluso de pacificación de las regiones conquistadas. Era muy común que los expedicionarios tomaran como esposas o concubinas a varias indígenas, y si pertenecían a la nobleza, era aún mejor. Con el tiempo, esto crearía problemas dentro de la administración española debido al sistema que asignaba derechos diferentes a los indígenas y a los españoles. Dado que los mestizos se encontraban entre ambos círculos, si nacían de matrimonios formales podían considerarse criollos. Sin embargo, si estaban en la bastardía o eran rechazados por ambas sociedades, se generaban serios problemas identitarios.

Uno de los casos de éxito fue el de Paraguay, donde la necesidad de los españoles de establecer un punto de comunicación entre Buenos Aires y el Perú, junto con el interés de los guaraníes de tenerlos como aliados, hizo posible fundar Asunción hacia 1537 con pocos colonos, estableciendo así una sociedad mestiza.

Si bien los españoles intentaron mantener a colonos e indígenas separados, ya sea para evitar abusos, respetar los derechos o prebendas, e incluso para intentar convertir a los indígenas en cristianos ejemplares, las dinámicas económicas de ambas comunidades hicieron imposible mantener este aislamiento, dando lugar a un lento proceso de mestizaje tanto biológico como cultural, especialmente porque los indígenas seguían siendo útiles a los españoles como servidumbre en las ciudades. Hubo un intento de acelerar la asimilación mediante un edicto de 1550 que obligaba a los frailes a enseñar español a los indígenas, pero encontraron resistencia tanto entre los indígenas como incluso entre los mismos religiosos, quienes ignoraron la orden. Debido a esto, Felipe II tuvo que decretar en 1578 que los misioneros debían aprender algún idioma indígena para poder predicar. Las relaciones entre indígenas y españoles resultaron en intercambios lingüísticos que dieron origen a los dialectos del español.

En el caso de los ingleses, no hubo manera de que los indígenas se integraran dentro del mundo colonial, ya sea debido a su propia resistencia a someterse a las necesidades de los colonos o al miedo de estos últimos. Las tribus se fueron asimilando a medida que los colonos demostraron su supremacía. Solo los sectores más pobres de las colonias vieron en los indígenas una forma de salir de su miseria.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: John Elliot. Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830).

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Imagen: Sidney King. John Smith comerciando con los indígenas, siglo XX.

El trabajo en la sociedad novohispana.

Las urbes novohispanas fueron a lo largo del tiempo en los principales receptáculos de la influencia española al ser donde vivían tanto los peninsulares como los criollos, pero la Ciudad de México era la que concentraba a la mayor parte de la población, se estima que hacia 1570 había en el virreinato cerca de 60,000 españoles de los cuales el 30% vivía en la capital. Pero esto no los convertía en poblaciones exclusivamente europeas, ya que conforme pasaba el tiempo los “pueblos de indios” atravesaron por una decadencia constantes debido a las epidemias y a las limitantes del orden comunal, por lo que fue muy común la migración de indígenas a las ciudades para poder buscar más ingresos, siendo este el verdadero motor del mestizaje. Las ciudades requerían de una base trabajadora para poder sostener tanto sus actividades constructivas como para ocupar los diferentes puestos de servidumbre, dando lugar a la llegada de trabajadores libres, esclavos africanos y también trabajadores llegados como parte del tributo de las comunidades, quienes además de aportar alimentos mandaban fuerza laboral como pago.

El requerimiento de mano de obra del gobierno virreinal para con las comunidades indígenas constaba de llevar entre el 2 y el 10% de la población masculina a trabajar durante cierto tiempo tanto en las ciudades, fincas y minas españolas durante cierto tiempo y de forma rotativa, pero la continua debacle demográfica de los indígenas, la propensión de los capataces hacia la violencia y la alta demanda de trabajo que el tributo no podía cubrir hizo que la Corona decidiese promover el trabajo libre aboliendo el trabajo como tributo en una cedula real en 1632, con excepción del trabajo en las minas. Tres eran los núcleos donde perduro el trabajo como tributo para las comunidades, Zacatecas y Taxco los necesitaban para poder cubrir las plantillas de trabajadores tanto en las minas como en el proceso de purificación de la plata con el azogue, pero la capital era una de las que más requería mano de obra para realizar obras tanto de desagüe, limpieza y la construcción de obras de infraestructura, se estima que para 1570 la ciudad requirió de 600 trabajadores indígenas al mes como base para mantenerla.

La presencia de esclavos africanos para llevar a cabo estas labores también fue insuficiente para poder mantener el motor económico virreinal, fue en el periodo de 1570 hasta 1650 cuando se hicieron las mayores importaciones de esclavos para tratar de suplir la necesidad de depender del trabajo indígena, aunque en opinión de diferentes testimonios de la época, los esclavos africanos eran considerados ineficientes en muchas labores y era preferible contar con indígenas, pero esto no evito que las familias acaudaladas desistiesen de tenerlos. Los esclavos solo llegaron a abarcar la quinta parte de la fuerza de trabajo en las minas, mientras en las ciudades ocupaban los puestos como sirvientes domésticos, artesanos, vendedores, entre otros trabajos que competían con los trabajadores libres. Las haciendas se convirtieron en un principal receptáculo de trabajo esclavo llegando a reemplazar en algunos casos la necesidad de contratar indígenas, principalmente para labores donde se requería un mayor desgaste físico o también ocupando el papel de capataces.

Tanto los obrajes como las haciendas fueron figuras muy controvertidas en la sociedad novohispana, ya que a pesar de la existencia de leyes donde protegían a los peones del abuso de los hacendados, esto no impedía que en muchas ocasiones abusasen con la creación de contratos donde se facilitase su endeudamiento y con ello pudiesen disponer de ellos, esto se daba más en los obrajes urbanos quienes llegaban a aprisionar a sus trabajadores como pasaba en Puebla y Tlaxcala de donde se supo llegaban a tener hasta 100 trabajadores encerrados. Una de las claves para que sucediese el abuso patronal se daba por la contratación de convictos, por lo que había una gran diversidad en su plantilla entre españoles pobres, mestizos, indígenas y complementados con esclavos africanos, de quienes era común se les obligase a trabajar de forma extenuante, sin días para su descanso y manteniéndolos en condiciones miserables, sumado a que eran susceptibles a recibir castigos físicos.

Los rígidos escalones sociales impuestos por el gobierno virreinal les aseguraban a los españoles y criollos los mejores puestos de trabajo, mientras mestizos, indígenas y afrodescendientes estaban condenados a realizar trabajos de baja categoría con muy pocas oportunidades para mejorar sus condiciones al nivel de los europeos. Dentro de la demanda laboral, el artesano era el mejor pagado con 6 reales al día, seguido por los albañiles con 3 reales y en lo más bajo estaban los tenderos, panaderos y trabajadores de los obrajes, por lo regular el sueldo mínimo rondaba los 2.5 reales. Lo poco que ganaban no bastaba para cubrir las necesidades básicas, provocando con ello que los trabajadores solicitasen préstamos a sus patrones para poder comer y esto creaba un círculo vicioso donde el salario se iba para pagarle al patrón, por lo que la única alternativa para escapar de estos problemas era convertirse en trabajadores libres.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: R. Douglas Coupe. Los ámbitos laborales urbanos, del libro Historia de la vida cotidiana en México vol. II. La ciudad barroca.

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Imagen: 

  • Izquierda: Anónimo. De indio y cambuja nace sambahija, siglo XVIII.
  • Derecha: Carlos Julião: Mineração de diamantes, Minas Gerais, Brasil, cerca de 1770.