La independencia en Arizpe.

Destacado

Durante el periodo virreinal, las provincias de Sonora y Sinaloa estuvieron bajo un mismo gobierno debido a su escasa población y su posición como frontera. Con la implementación de las reformas borbónicas en los reinos de Indias, que incluían la creación de intendencias, estas dos provincias se fusionaron en la intendencia de Arizpe al designarse esta villa sonorense como la capital. Sin embargo, las condiciones en ambas provincias eran diferentes: mientras que en Sinaloa se había resuelto el problema indígena con su sumisión completa, en Sonora la relación con las tribus nómadas era ambivalente. Algunas tribus como los ópatas y los eudeves respaldaban el dominio novohispano, mientras que otras como los yaquis, mayos, seris, algunas bandas pima y los apaches eran más hostiles.

Debido a esta situación, el territorio sonorense mantuvo un sistema de presidios para defenderse de los ataques indígenas. Estos presidios incluían Buenavista para controlar a los yaquis, Pitic y Horcasitas para los pimas y seris, y en los límites fronterizos se encontraban los presidios de Altar, Tucson, Santa Cruz y Fronteras para combatir a los apaches. Además, contaban con el apoyo de los ópatas en los presidios de Bacoachi y Bavispe. Para finales del siglo XVIII, la fuerza militar en Sonora consistía apenas en 907 soldados, mientras que en Sinaloa solo se contaba con milicias de pardos para mantener el orden.

El estallido de la rebelión de Hidalgo se propagó rápidamente por la intendencia de Arizpe. El primero en enterarse fue el gobernador Alejo García Conde, informado por agentes de la Junta de Seguridad de Guadalajara. En ese momento, la provincia no mostraba una gran agitación social y, de hecho, previamente había demostrado lealtad a Fernando VII. Además, el aislamiento geográfico de la provincia facilitó la labor de los curas para denunciar a los insurgentes.

Sin embargo, al sur de la intendencia, donde se encontraban las poblaciones mineras con una comunicación constante con el resto del virreinato, lugares como San Ignacio y San Sebastián recibían información sobre la lucha de los insurgentes contra los «gachupines» afrancesados, proveniente de Acaponeta. Esto despertó simpatías hacia la causa insurgente entre algunos habitantes. Las autoridades de la intendencia se enteraron pronto de esta situación en el sur y tomaron medidas para enfrentarla. En primer lugar, contaron con el apoyo de los curas para disminuir el apoyo a la causa insurgente. Además, en Sonora se formó un ejército de voluntarios indígenas bajo el mando del teniente coronel Pedro Villaescusa, con la intención de marchar hacia El Rosario y evitar cualquier posible incursión insurgente.

La caída de Guadalajara en noviembre de 1810 generó preocupación en la intendencia, lo que llevó a que tanto los españoles de San Sebastián como algunas tropas en Mazatlán entraran en pánico y buscaran refugio en El Rosario. En este contexto, Hidalgo envió a José María González de Hermosillo para extender la insurrección a Arizpe. Hermosillo ingresó a la intendencia el 1 de diciembre con una fuerza de 2,000 hombres y 300 caballos. Para el 21 de diciembre, Hermosillo atacó El Rosario y derrotó al ejército de Villaescusa. La deserción de cuatro compañías de pardos de Mazatlán, que se unieron al bando insurgente, aumentó las fuerzas insurgentes a 4,125 hombres y fortaleció su armamento. Esto permitió que tomaran San Sebastián sin enfrentar resistencia seis días después.

A pesar de estos reveses, los mandos realistas no perdieron la esperanza. Mientras Villaescusa se retiraba a San Ignacio Piaxtla para reorganizarse, García Conde formó nuevos batallones de 400 indios ópatas a caballo como refuerzo bajo su dirección. Con esta estrategia, lograron derrotar a las tropas de Hermosillo en San Ignacio el 8 de febrero de 1811, infligiendo de 300 a 750 bajas al bando insurgente.

La presencia de los militares sonorenses, junto con el resto de las fuerzas realistas, incluyendo a criollos y ópatas que alcanzaron grados militares, comenzó a influir en las decisiones políticas del virreinato, siendo mandados tropas presiliarias a combatir a la insurgencia siendo muy eficaces debido a su experiencia militar. Estos militares fueron seducidos por las propuestas de Agustín de Iturbide y abrazaron la causa Trigarante. Un ejemplo de esto es el teniente-coronel Mariano Urrea y otros militares que se unieron gracias a la intervención de Pedro Celestino Negrete. Como resultado, una parte significativa de las tropas sonorenses se unió al bando independentista y se unió a la misión de Celestino Negrete para derrotar a los realistas del noroeste.

Esto llevó a enfrentamientos entre las fuerzas independentistas y sus antiguos jefes, como García Conde (quien ascendió a comandante general de las Provincias Internas de Occidente) y José de la Cruz, quienes decidieron servir en las defensas de Durango al ver que la causa realista estaba perdiendo terreno. José de la Cruz juró su adhesión a la independencia en Chihuahua el 26 de agosto de 1821 y el 6 de septiembre en Arizpe. Esta fue la primera participación significativa de los sonorenses en los primeros años de la independencia. Su experiencia adquirida en la lucha contra los indígenas los convirtió en fuerzas indispensables en la guerra, pero también provocó la ruptura de la alianza entre los españoles y los ópatas, así como un aumento en la violencia debido a los ataques de los apaches.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José Marcos Medina Bustos. La independencia en la Intendencia de Arizpe, del libro La Independencia en las provincias de México.

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  • Izquierda: José Antonio de Alzate y Ramírez. Plano de las Provincias de Ostimuri, Sinaloa, Sonora y demás circunvecinas y parte de California, 1772.
  • Derecha: S/D. Alejo García Conde.

La independencia en la Nueva Vizcaya.

En los alrededores del Camino Real de Tierra Adentro, el orden social distaba de tener presencia en aquellos territorios. Desde la incorporación de la Nueva Vizcaya, los españoles no lograron una pacificación duradera de los indígenas de la región, ya fueran los tepehuanes, los tarahumaras, los huicholes o los belicosos apaches, que constantemente realizaban incursiones en los pueblos.

Incluso a principios del siglo XIX, seguía muy presente en la conciencia indígena la rebeldía nacida del milenarismo de hace dos siglos, mezclándose con el crecimiento del sentimiento nacionalista criollo. Surgieron movimientos como la rebelión del “indio Mariano” de Nayarit en 1801, que tuvo repercusiones en la Intendencia de Durango, siendo secundado por el “transtornado Mesías de Durango” y el “indio Rafael”, movimientos que fueron reprimidos.

En lugar de detener estas inquietudes sociales, el enrarecimiento del contexto monárquico de la península con la intervención napoleónica de 1808 hizo que arraigara el sentimiento autonomista. Muchos cabecillas indígenas se sumaron a la iniciativa del Ayuntamiento de México, y con su represión surgió una conspiración por parte de los gobernadores de Santa María de Ocotán, José Domingo de la Cruz Valdez, y el de Guazamota, Tomás Páez, quienes fueron denunciados y detenidos antes de tomar las armas.

Con este antecedente, no es sorprendente que los indígenas duranguenses se unieran a la causa de Miguel Hidalgo, especialmente los de la región del Mezquital en el sur. Estos indígenas se habían sublevado en el pueblo de San Andrés del Teul y amenazaban con tomar Sombrerete para dirigirse hacia Durango. Sin embargo, los realistas, comandados por el capitán Pedro María Allende, ocuparon la villa e impidieron que la rebelión se propagara por la intendencia.

La responsabilidad de la defensa de Durango recayó en el comandante general de las Provincias Internas de Occidente, Nemesio Salcedo, quien estableció a Sombrerete como punto fuerte para impedir la incursión de los insurgentes zacatecanos. La pacificación del Mezquital llevada a cabo en noviembre de 1810 fue fundamental en este proceso.

La contrainsurgencia tuvo éxito y los realistas convirtieron a Durango en un bastión confiable para luchar contra los independentistas. Sin embargo, esto no impidió que los tepehuanes siguieran siendo un elemento de desestabilización al rebelarse continuamente. Como ningún movimiento estaba interconectado con otro, los realistas pudieron reprimirlos sin problemas.

El Obispado de Durango desempeñó un papel importante en los procesos llevados a cabo contra los religiosos insurgentes que cayeron prisioneros en manos realistas. Es importante tener en cuenta que el alto clero siempre se mantuvo fiel al rey, mientras que el bajo clero, al estar en contacto directo con el pueblo, apoyaba a las poblaciones que se sumaron a la insurgencia. Esto llevó a la degradación sacerdotal de los miembros capturados para que pudieran ser fusilados. Un caso destacado es el del vicario del valle de Topia, Salvador Parra, quien tenía antecedentes rebeldes al sumarse a las conspiraciones de 1808 y contaba con un historial de continuas fugas hasta que se unió a la insurgencia. Se convenció de secundar el movimiento al toparse con emisarios napoleónicos como Torcuato Medina, reafirmando su idea de luchar contra los “gachupines” afrancesados.

Otro religioso colaboracionista destacado fue Telesforo Alvarado, cura de Pueblo Nuevo, quien ayudó en la rebelión del sinaloense José María González Hermosillo. González Hermosillo tomó villas importantes como el Real de Rosario, Mazatlán y San Sebastián, incentivando a que los indígenas de los cuales Alvarado era responsable se sumaran a sus fuerzas.

Dentro de los territorios que conformaron la Intendencia de Durango o Nueva Vizcaya estaba Chihuahua. Se sabe que muchas de las autoridades de la villa fueron partícipes del movimiento autonomista de 1808 y su anulación hizo que también participaran en conspiraciones para rebelarse. Este fue el caso de la conspiración denunciada y detenida en enero de 1811, encabezada por el regidor y capitán Salvador Porras, el auditor peruano Mariano Herrera y el teniente de Mazatlán, Juan Pedro Walker.

La provincia fue muy favorable a las reformas implantadas por el constituyente de Cádiz, por lo que la implementación de la democracia para la elección de los representantes y miembros del ayuntamiento tuvo un gran recibimiento por la sociedad chihuahuense, que participó activamente. Sin embargo, el gobernador de Durango, Bernardo Bonavia, obstaculizó los procesos desconociéndolos y declarándolos nulos.

Todos estos problemas provocaron malestar entre los criollos que se veían cooptados por las autoridades realistas, como fue el caso de José Félix Tres Palacios, quien estuvo muy activo en la búsqueda de igualdad social. Sin embargo, el empeño de los españoles por ocupar los principales puestos del ayuntamiento llevó a Tres Palacios a participar en una nueva conspiración en enero de 1814, en la que también participaron estadounidenses, la cual fue denunciada.

La restauración del orden constitucional de 1820 renovó el interés de la sociedad de la Nueva Vizcaya por continuar con el experimento democrático. Se eligieron tres diputados más un suplente, además de ser responsables de las elecciones de la provincia de Sonora y Sinaloa para dos diputados. El interés por participar llevó a provincias como Nuevo México a solicitar su representación. Sin embargo, paralelamente al restablecimiento del orden gaditano, surgió el movimiento Trigarante de Agustín de Iturbide, proclamando la independencia. A este movimiento se sumó el militar español Pedro Celestino Negrete, comisionado para liberar el noroeste. Negrete se enfrentó al comandante general de la Nueva Galicia, José de la Cruz, que se había refugiado en Durango.

Inesperadamente, la capital de la Nueva Vizcaya se convirtió en un punto de resistencia realista frente a los iturbidistas, quienes iban sumando apoyos como el del capitán general de las Provincias Internas de Occidente, Alejo García Conde. Negrete sitió Durango en agosto de 1821 y la rindió el 3 de septiembre. Con esto, finalizó la era virreinal en el septentrión e inició su vida dentro de la nación mexicana.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jose de la Cruz Pacheco. El proceso de independencia en la Intendencia de Durango, del libro La Independencia en las provincias de Mexico.

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– Izquierda: Mapa de las intendencias de la Nueva España, en verde limon vemos a la Intendencia de Durango.

– Derecha: Ramón P. Cantó. Retrato de Pedro Celestino Negrete, siglo XIX.

La resistencia comunal en Veracruz.

Durante el siglo XIX, el país se vio inmerso en un continuo proceso de modernización con el objetivo de equipararse con otras naciones. Era evidente que las estructuras antiguas, heredadas de épocas prehispánicas y coloniales, ya no eran viables para alcanzar esta meta. Era imperativo integrar a las comunidades en el esfuerzo de construcción nacional para superar la crisis. Uno de los estados afectados por estos intentos de modernización fue Veracruz, cuya dinámica económica siempre fue destacada debido a su posición como la puerta del país y a la innegable fertilidad de sus tierras. Estas características la convirtieron en uno de los pilares agrícolas, destacando la producción de cultivos de alto valor como el tabaco y la vainilla.

El epicentro de estos desafíos recaía en el Totonacapan, especialmente en el pueblo de Misantla. Sus habitantes no solo debían hacer frente a las haciendas y ranchos de la región, sino que también asumían la responsabilidad de la seguridad. Por lo tanto, reformas como la Ley Lerdo resultaban inaceptables para ellos.

Debido a su posición estratégica, Misantla fue considerada como un cantón político desde la independencia, según lo establecido por la Constitución de 1824 hasta la Revolución. Este estatus se extendió a cinco pueblos cercanos: Colipa, Juchique de Ferrer, Nautla, Vega de Alatorre y Yecuatla. En conjunto, estos lugares albergaban a una población de alrededor de 10,000 personas a lo largo del siglo XIX, de las cuales la mitad eran totonacos.

En esa época, Misantla experimentaba un periodo de decadencia marcado por una baja densidad poblacional, sin poder competir con localidades cercanas como Papantla o Martínez de la Torre. Además, otras poblaciones mantenían conexiones a través del río Bobos. Se sumaba a estos desafíos un problema de distribución agraria, lo que generaba reclamos legales constantes por parte de la población indígena. Para empeorar la situación, al estar cerca del puerto veracruzano, los habitantes de Misantla se veían obligados a participar en tareas de defensa ante las constantes invasiones o amenazas en la primera mitad del siglo. Como resultado, los campesinos eran reclutados mediante la «Ley del Sorteo», donde se designaba por azar al pueblo encargado de proporcionar voluntarios.

Cuando la leva llegaba a Misantla, los totonacos resistían unirse a los batallones, respaldándose en su propia etnia para evitar participar en las guerras. Aprovechaban los difíciles caminos que dificultaban el traslado de los «voluntarios», permitiéndoles a la comunidad formar grupos para interceptarlos y rescatar a sus vecinos. Este escenario se hizo especialmente evidente en 1839, cuando la resistencia totonaca casi desembocó en una rebelión.

Ante estas amenazas, la comunidad totonaca se organizaba eficientemente y mantenía informados a sus miembros sobre los movimientos del ejército mexicano para evitar que se llevaran a sus conocidos. El orden era tan notable que, cuando la invasión estadounidense llegó a sus puertas, lograron rechazar y expulsar a las fuerzas invasoras hasta Naolinco. Esta valiente hazaña fue reconocida por el gobernador Juan Soto, quien se entusiasmó con los resultados. Intentó persuadir a los totonacos para que se unieran a la lucha contra los estadounidenses, pero estos se negaron a abandonar su comunidad. A pesar de los esfuerzos de Soto, quienes se resistieron fueron etiquetados como antipatriotas, rebeldes y traidores.

Las fuerzas del orden estatal se mostraban incapaces de reprimir a los rebeldes debido a su escaso número, y los misantecos, junto con otros pueblos que se unieron al desacato, conocían a la perfección sus tierras comunales. Esto les permitía defenderse fácilmente del ejército a través de la guerra de guerrillas. Ante la imposibilidad de someterlos, el gobierno veracruzano solicitó a la comandancia general el envío de un destacamento militar. La intención era que los campesinos pudieran apreciar la fuerza de la federación.

En especial, se pedía que los soldados no fueran de la región, ya que, con frecuencia, se consideraban cómplices de los indígenas y aprovechaban su posición de poder para realizar negocios. Con la creciente inconformidad en todas las comunidades del estado, el gobierno tuvo que dejar de lado a Misantla. La prioridad era pacificar la región cercana a la capital Xalapa, donde se manifestaba una rebelión más intensa. De esta manera, los totonacos pudieron mantenerse al margen del desorden generalizado.

La tensión se agudizó hacia 1853 con el último gobierno del veracruzano Antonio López de Santa Anna, quien asumió la presidencia en un país sumido en el caos y sin perspectivas de ser ordenado. Para conformar un nuevo ejército federal, Santa Anna recurrió a la leva y vio en el centro veracruzano la posibilidad de reclutar hombres suficientes para su tropa. Los misantecos, sin embargo, se opusieron firmemente a las intenciones de Santa Anna. El malestar llegó a tal punto que 40 campesinos llegaron a asesinar a las autoridades civiles de la villa, y se sumaron a esta resistencia los habitantes de Papantla y Tlapacoyan.

A pesar de la amenaza cercana del batallón de Puebla, los misantecos no se dejaron amedrentar por el gobierno. Desde la sierra de Chiconquiaco, combatieron con sus gavillas contra las fuerzas federales y lograron mantenerlas fuera de los asuntos de su comunidad. Gracias a sus redes entre los diferentes pueblos, pudieron hacer frente y evitar que sus vecinos fueran desposeídos de sus tierras o incluso de sus vidas.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Roberto Reyes Landa. Resistencia campesina en Misantla, Veracruz: los totonacos contra el servicio militar y la individualización de las tierras en el siglo XIX, de la revista Ulua no. 14

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Imagen: Anónimo. Manifestacion en el Templo parroquial de Misantla, Veracruz, 1937. Fuente: https://www.facebook.com/470028450043042/photos/a.527485034297383/527487330963820?locale=sr_RS

El fin de Santa Elena.

Los esfuerzos de los españoles por mantener a flote el establecimiento de Santa Elena estaban mostrando algunos resultados, ya que despertaron el interés de los indígenas por poseer mercancías de manufactura española o novohispana, a cambio de poder explotar los bosques de los alrededores. Además, los jefes de las tribus estaban enviando a sus hijas a estudiar el catecismo en las misiones de la colonia. Sin embargo, el poder español aún era muy frágil como para empezar a imponer condiciones. Esto quedó patente con la rebelión de los guales, oristas y escamazus a mediados de 1576 en respuesta al asesinato de algunos indígenas guales por parte del capitán Alonso de Solís. Estos indígenas habían asesinado a un cacique que se había convertido al catolicismo, y Solís consideró necesario ajusticiarlos.

Esta situación provocó que Santa Elena fuera sitiada por mes y medio por los indígenas, hasta que llegaron barcos procedentes de San Agustín para evacuar la villa. Cabe destacar que las mujeres mantuvieron una posición aguerrida, ayudando tanto a rescatar a sus maridos como a cargar con los víveres. Finalmente, todo quedó a merced de los indígenas, quienes incendiaron los edificios de madera.

Ni las menguantes redes de intercambio hispanas pudieron ganarse a los indígenas, tampoco lo lograron los franciscanos, quienes quedaron a cargo de la evangelización en 1573 después del fracaso jesuita. Llevaron a 18 frailes para predicar entre los guales y los oristas, pero su empeño no tuvo éxito y tuvieron que dejar la región hacia 1575.

Dos años después del abandono de Santa Elena, los españoles intentarían reocupar la villa de la mano del sobrino de Menéndez de Áviles, Pedro Menéndez Márquez. Este decidió reconstruir el fuerte, pero más hacia el suroeste de su ubicación original. Además, usaría elementos prefabricados armados en San Agustín para tener listas las defensas lo más pronto posible y así asegurar la defensa de la villa sin estar vulnerables ante los indígenas.

La expedición de 93 colonos logró rápidamente la segunda fundación de Santa Elena con construcciones de madera reforzadas con aplanados de cal para prolongar su duración. También se aseguraron de mantenerla bien abastecida de cañones y pertrechos para poder defenderse. El problema fue que muy pocos colonos del primer asentamiento regresaron; prefirieron quedarse en la seguridad de San Agustín.

Poco a poco, la nueva Santa Elena iba tomando forma a medida que se construían más casas. También se intentó hacer las paces con los indígenas, y algunas tribus llegaron a pagar un pequeño tributo para defenderse de las continuas incursiones francesas en la zona. Sin embargo, esto no fue señal de pacificación, ya que los españoles no dejaron de abusar de los indígenas, lo que provocaba que estos no pudieran salir de la villa sin correr el riesgo de ser asesinados.

Con ello, Santa Elena no recuperaría su papel como centro de poder y quedaría relegada a ser un presidio fronterizo. A pesar de los intentos de los colonos por dedicarse a la agricultura o la ganadería, incluso solicitando permiso al rey para llevar ganado, los terrenos cercanos a Santa Elena eran tan inhóspitos para la siembra que se consideró seriamente desmantelar la villa hacia 1580. El único recurso para mantenerse eran los ingresos provenientes del situado.

Fue crucial mantener la moral de los colonos para asegurar su permanencia en la villa. Por lo tanto, la vida religiosa y la firmeza del liderazgo de Menéndez Márquez y el oficial Gutierre Miranda fueron fundamentales para mantener el orden y la justicia en la villa, aunque fueron acusados de ser demasiado severos.

Se intensificaron los esfuerzos por asegurar la supervivencia de Santa Elena, como el reacondicionamiento del fuerte para hacerlo más grande, ya que representaba un problema para la defensa y gran parte de la obra se estaba arruinando debido a la humedad. Todos los soldados del presidio tuvieron que participar en las obras de construcción. Sin embargo, a pesar de estos trabajos, el destino de la villa fue sellado por el aumento de la presencia pirata. En 1586, Francis Drake atacó San Agustín y la destruyó, pero paradójicamente, cuando pasó por Santa Elena y la vio tan bien construida gracias a las recientes obras, decidió no atacarla.

Las pérdidas sufridas por los ataques de Drake hicieron imposible que los españoles pudieran mantener presencia en dos plazas. Aquí es donde entraron en juego los celos de Menéndez Márquez hacia la gestión de Miranda. A pesar de que la villa se mantenía en buenas condiciones, la influencia de Menéndez Marquez en el Consejo de Indias llevó a la orden de desmantelamiento de Santa Elena.

Así llegó Menéndez Márquez a Santa Elena el 7 de agosto de 1587 con la orden a los colonos de desmantelar la villa y la artillería para embarcarla y llevarla a San Agustín. A pesar de las protestas de Miranda, quien se negaba a abandonar la villa, el proceder del gobernador no cambió y los colonos tuvieron que abandonar sus casas y tierras con las pocas pertenencias que tenían. Aunque el abandono de Santa Elena fue un alivio para los colonos, quienes se sentían inseguros y tenían que pagar precios muy altos por los víveres, el reasentamiento en San Agustín tampoco fue sencillo al ver la villa destruida y tener que trabajar en la reconstrucción de las casas y las defensas.

Con esto, Santa Elena moriría definitivamente como proyecto de colonización de la Costa Este y su ubicación llegaría a perderse por muchos años debido a su posición en terrenos de marismas. Fue encontrada por arqueólogos en el siglo XX, dejando el territorio de Carolina y Georgia para que lo ocuparan los colonos ingleses.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Luis Arnal Simón. Inician las expediciones. Las grandes expediciones y fracasos, del libro Arquitectura y Urbanismo del Septentrión Novohispano. Fundaciones en La Florida y el Seno Mexicano, siglos XVI al XVII.

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– Izquierda: S/D. Plano de los restos del fuerte de Santa Elena. Fuente: https://lostworlds.org/santa_elena_mission/

– Derecha: S/D. Excavaciones realizadas en Santa Elena, Carolina del Sur, 1979. Fuente: https://cnycentral.com/news/offbeat/remains-of-lost-spanish-fort-found-on-south-carolina-coast

La situación de Centroamérica durante la conquista española.

Los territorios que conforman el istmo centroamericano presentaban, a inicios del siglo XVI, un contexto muy complejo que fue determinante para la conformación de los sistemas de dominación colonial español. Esto tiene como trasfondo el encontrarse en una región cultural fronteriza de dos modelos de formas de vida. Por un lado, el mesoamericano, basado en la conformación de estados con una organización civilizatoria que abarcaba por completo Guatemala y se extendía por toda la costa del Pacífico hasta la península de Nicoya. Por otro lado, las costas del Caribe con sus selvas formaron parte del área cultural llamada «Zona Intermedia», que incluía Colombia, Venezuela, Panamá y porciones considerables de Costa Rica (exceptuando Nicoya), Nicaragua y Honduras. Los habitantes de esta zona vivieron bajo el modelo tribal de forma seminómada.

Esto provocaría, en primer lugar, que el centro de la dominación española se basara en Guatemala como la cabeza de la región y partiera desde allí para conquistar y evangelizar a los pueblos de influencia mesoamericana. En cambio, las tribus seminómadas de la selva quedarían relegadas de cualquier esfuerzo de colonización, ya que resultaba complicado tanto conquistarlos como hacer que se asentaran en pueblos para reducirlos a la servidumbre. Sin embargo, esta falta de atención por parte de los españoles hacia el oriente de Centroamérica cambiaría con la cada vez más creciente presencia de los piratas ingleses en sus costas. Estos piratas entablaron relaciones cordiales con uno de los pueblos más numerosos de la región, los misquitos, quienes se resistieron a la dominación española y se convirtieron en valiosos aliados de los ingleses, adquiriendo la capacidad de asaltar los pueblos de la región y provocar inestabilidad.

El peligro de la influencia inglesa hizo que los españoles tomaran en serio el sometimiento de las tribus de la selva e impidieran que los ingleses se asentaran en la región. Esto se logró combinando los esfuerzos entre las reducciones de los indígenas para su conversión y las campañas militares para acabar con las tribus belicosas y los aliados de los ingleses.

La primera iniciativa correría a cargo de las órdenes mendicantes, que se propusieron la conversión de las tribus de la selva. Participaron en la campaña de fundación de conventos, tanto franciscanos, dominicos y mercedarios provenientes de Guatemala como de Panamá. Sin embargo, en una situación similar a la encontrada en el norte de México, enfrentaron serias dificultades para lograr su objetivo. Estas dificultades incluyeron la obstinación de los indígenas por mantener su vida nómada, los ataques a las misiones para defenderse, la huida de los indígenas a la selva y, sobre todo, las enfermedades que afectaron tanto a los misioneros como a los indígenas.

Como resultado, las únicas misiones que resultaron exitosas fueron las cercanas a los pueblos españoles, ya que no podían internarse en las selvas debido a lo imposible que resultaba mantener las misiones en esas condiciones. Sin embargo, los indígenas aumentaron su animadversión hacia los misioneros debido a la inminente relación entre las misiones y las enfermedades. Esta situación se mantuvo hasta después de las independencias y con el establecimiento de los latifundios en el siglo XIX.

A los misioneros no les quedaba otra opción que tratar de convencer a los indígenas para que se acercaran a las misiones. Para lograrlo, comenzaron a hacer obsequios en herramientas de metal como machetes, hachas y agujas a cambio de su bautizo. También introdujeron el ganado vacuno y porcino en la región como fuente de alimento. La única región donde esta relación resultaría exitosa fue en Costa Rica, gracias a los esfuerzos de los franciscanos.

Las principales regiones rebeldes en la zona eran tres: el Petén de los mayas, al cual se le suma Belice; Taguzgalpa, localizado en la costa caribeña de Nicaragua y Honduras. De esta deriva en las costas la región de la Mosquitia, el territorio de los misquitos, quienes gracias a la relación entablada con los ingleses les permitió conformarse en un reino bajo su protección.

La sociedad de los misquitos había experimentado cambios profundos desde la llegada de los españoles, ya que los esclavos fugados de las haciendas y rancherías españolas encontraron refugio en sus territorios. Esto llevó a que se formara una sociedad mestiza, dando origen a los zambos-misquitos. Esto facilitó el establecimiento de colonos británicos en las costas del Caribe, con el aval de los misquitos para comerciar con ellos.

Mientras tanto, los misquitos habían entablado expediciones vía canoa para internarse por los ríos tierra adentro y atacar tanto a las tribus rivales como a los asentamientos españoles. Capturaban a sus habitantes para venderlos como esclavos y llevarlos hacia Jamaica.

Un tercer foco rebelde se estableció en los límites de Costa Rica con Panamá, abarcando desde el valle de Talamanca, las montañas Tabasará, hasta las tierras bajas de Chiriquí y Veraguas. Esta región era el hogar de tribus como los cabécares, bribris, viceítas, chánguinas y ngöbes. Por último, estaba la provincia del Darién, que resultó imposible de colonizar debido a las condiciones extremas de la selva (aun hoy es una región peligrosa). Esta área era el hogar de los chocó y los cuna.

El fracaso de los misioneros para pacificar la región convirtió la costa caribeña de Centroamérica en una verdadera amenaza para la dominación española. Los objetivos más preciados eran el binomio comercial de Panamá y Portobelo, que era la llave para comunicar la metrópoli con el Perú. A partir del siglo XVIII, los gobiernos coloniales apostaron por la militarización de la zona para intentar expulsar a los ingleses de la región, pero ninguno de sus esfuerzos resultaría exitoso. La soberanía de la región le tocaría resolverla a las naciones centroamericanas en el siglo XIX.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Carlos Solorzano F. La frontera colonial del Istmo de América Central (1575-1800): indios, frailes, soldados y extranjeros en los límites de la colonización hispánica, de la revista Boletín de la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica no.53

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Imagen: John Cockburn. Indios misquito atacando la villa de Chiquirí. 1740.

El “Moctezuma” seri.

La colonización de Sonora fue un proceso complejo, al igual que otras partes del norte de Mexico, era una región habitada por pueblos seminómadas o tribus nómadas quienes vivían en condiciones desérticas, por lo que la conquista militar fue imposible y solo se produciría la penetración española de la mano de las campañas misioneras los jesuitas encabezados por el padre italiano Eusebio Kino. Las relaciones con los indígenas fueron muy variadas, por un lado, estaban quienes aceptaron de buen agrado la presencia de los misioneros y se adaptan el cristianismo sin mayor problema como los ópatas y eudeves, del otro estaban los “indios insumisos” quienes siempre mostraron desconfianza por los misioneros y cualquier señal de abuso fue detonante de rebeliones como los seris y apaches, pero quienes tenían la relación más compleja era el grupo indígena mayoritario, los pimas. Ellos se dividían en numerosas bandas que viajaban continuamente por el territorio sonorense junto con los pápagos y los guarijíos, cada una de estas tribus a pesar de contar con una lengua en común mantenían intereses diferentes, por lo que había algunos que habían aceptado la evangelización asentándose en las misiones, otros mantuvieron una posición rebelde y otros mostraron una posición intermedia, usar a las misiones a conveniencia para pasar en ellos la temporada y volver a irse siguiendo sus viajes.

Debido a estos contactos que mantenían los indígenas con los misioneros, hicieron que poco a poco sus creencias fueran influenciadas por el cristianismo, que ante el panorama dispar en cuanto a las posiciones con los “españoles” (en el contexto del norte, aplicaba tanto para peninsulares, criollos y mestizos sin distinción), empezarían a usar algunos conceptos para mantener su independencia encontrando una justificación religiosa. Es así que hacia 1737 empieza a surgir entre los indígenas sonorenses un pensamiento que en el siglo pasado les había ocasionado problemas en otros lados, el milenarismo. Se supo que entre los indios Guaymas (grupos seris que aceptaron el cristianismo) empezó a surgir un líder religioso que tenía visiones apocalípticas y estaba predicando su mensaje, este era Agustín Ascuhul quien era llamado Ariscibi o profeta, quien predicaba la llegada del dios “Moctezuma” quien pronto habría de destruir al mundo para el nacimiento de uno nuevo donde los indios habrían de ocupar la posición de los españoles y ellos el de los indios, resucitaría a los muertos, habría abundancia de comida y los españoles pasarían a ser sus sirvientes.

En poco tiempo, el mensaje empieza a repercutir en la Pimería al encontrarse algunos indígenas que replicaban la predica y las autoridades españolas empezaron a vigilarlos, si bien como respuesta las diferentes tribus se desmarcaron de ese culto e incluso llegaron a participar en las celebraciones de Semana Santa, pero para el 8 de mayo los indígenas de diferentes comunidades pimas, Guaymas y otros grupos las abandonaron casi a la misma hora. Partieron por igual desde adultos jóvenes, niños y anciano o enfermos junto con sus animales, todos esperanzados en que la promesa del Ariscibi se cumpliese, se estima partieron entre 4 y 5 mil indígenas quienes se dirigieron al llamado Cerro Prieto, donde se había construido un pequeño adoratorio para rendirle culto al dios Moctezuma al cual se le había representado en un ídolo de madera, mientras el Ariscibi portaba una sotana negra imitando a los misioneros. La vida religiosa en el Cerro Prieto emulaba en buena parte las formas católicas, pero estaban aderezadas con elementos sincréticos, ya que el adoratorio contaba con una campana que dictaba las diferentes ceremonias que estaban acompañadas de cohetes, música de violines y arpas, mientras iban sacrificando a su ganado para realizar los banquetes rituales y según reportes hacían que el ídolo simulase fumar.

Por el lado de los españoles, el presidio de Fronteras mantuvo tanto la vigilancia como el plan para reprimir a los indígenas bajo la dirección del capitán Juan Bautista de Anza I, por lo que las tropas presidiales organizan una redada para entrar a Cerro Prieto, el Ariscibi se entera y les pide a sus seguidores dispersarse para evitar el ataque español, pero esto no basto para que fuese apresado. Ya una vez capturado, el Ariscibi fue sometido a un interrogatorio donde acepto haber sido influenciado por el demonio al no cumplirse las promesas del dios Moctezuma y fue forzado a confesar el lugar donde había sido oculto el ídolo, terminando por ser condenado a muerte colgándolo en el pueblo de Guaymas el primero de junio para demostrar que no tenía ningún poder sobrenatural, mientras muchos de los seguidores fueron encontrados muertos por viruela en diferentes parajes ¿Qué relación tenía Moctezuma con los pimas? Fueron los mismos españoles quienes empezaron a relacionar las ruinas de los pueblos de Oasisamérica con el origen de los mexicas, sobre todo el padre Kino relaciono las ruinas Hohokam del valle del rio Gila como Casa Grande a un supuesto bastión mexica anterior a su llegada a la Cuenca de México.

Fue así como los jesuitas empezaron a mezclar la historia mexica con los relatos pimas donde decían de un caudillo llamado Sibuni que era calificado como cruel y había hecho la guerra contra los apaches, siendo relacionado con Moctezuma I y poco a poco ese nombre empieza a hacer presencia entre las tribus pimas y ópatas quienes lo ponían como su fundador. Sobre los mensajes apocalípticos se tiene las noticias de la difusión de ideas de un colono valenciano llamado Basilio Perpente Suarez, quien supuestamente había sido visitado por San Juan Bautista y este le aseguro la llegada de un nuevo orden donde los indios habrían de matar a todos los españoles para ser gobernados por Moctezuma, valiéndole ser enjuiciado por la inquisición por judaizante, blasfemo y apostata. Todos estos factores se le fueron sumando los problemas surgidos con la imposición del nuevo orden colonial como los trabajos en las minas y la proliferación de las enfermedades, complementándose con las creencias cíclicas de creación y destrucción del mundo dieron lugar al surgimiento de un culto milenarista que combinaba elementos católicos e indígenas, todavía hasta 1783 hay indicios de la persistencia popular de la figura del Ariscibi.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José Luis Mirafuentes Galván. Agustín Ascuhul, el profeta de Moctezuma. Milenarismo y aculturalización en Sonora (Guaymas, 1737), de la revista Estudios de historia novohispana 12.

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Para saber más: https: //www.arthii.com/la-vida-en-el-septentrion-novohispano/

Imagen: Padre Adam Gil, Seris, 1692.

La crisis de la vida de los rancheros chihuahuenses.

Mientras las oligarquías locales eran más cuidadosas para irle despojando de sus antiguas potestades a los rancheros, los inversionistas extranjeros eran lo más bruscos al momento de hacer gala de su poderío económico, como sucedió con el caso de los Limantour quienes aprovecharon el fin de la guerra apache como argumento para suspender los derechos a los que tenían para el uso de los terrenos. Para la década de 1880, los rancheros del oeste de la sierra quisieron poner un alto a las pretensiones de los Limantour y pensando tener el apoyo de Luis Terrazas, mientras el mismo había sido despojado de la gobernatura por el propio Porfirio Diaz hacia 1884 para colocar al protegido de su ministro Carlos Pacheco, Lauro Carrillo, con el fin de aminorar la influencia política de los Terrazas. Si bien el poder económico de los Terrazas crecía sin problemas ante la constante entrada de inversiones en el estado, no podían tolerar la pérdida de su supremacía política, por lo que en 1891 se le presta la oportunidad con la salida de Pacheco del gabinete y con ello se terminaba el principal sostén de Carrillo, por lo que empieza a azuzar a los rancheros para demostrarle a Diaz su debilidad como gobernador, pero sabiendo esa táctica ofrece la amnistía a los rancheros rebeldes y logra contener en buena parte un latente conflicto.

El único pueblo que no accedió a la amnistía de Carrillo fue Tomóchic en el distrito de Guerrero, ya que en los últimos años sus habitantes habían entrado en conflicto con el hombre fuerte de la región, Joaquín Chávez, quien había colocado a un pariente forastero en el cargo de presidente municipal, quien haciendo uso de su poder mandaba a su ganado a pastar en los terrenos del pueblo y los forzaba a trabajar con un bajo sueldo para él o para los Limantour. Esto provocaría el aumento de las protestas por parte de los habitantes de Tomóchic y como muestra de insulto y humillación, el cacique Chávez cambia el itinerario del transporte de la mina de plata que iba a Chihuahua para evitar entrar en el pueblo, lo que para ellos era inaceptable porque los trataba como si fueran ladrones. La afrenta hace que las manifestaciones subiesen de tono y se fuesen contra el palacio municipal, lo que sirvió a Chávez para alegar que el pueblo se había revelado y querían apoderarse de las cargas de plata, todo con la intención de provocar al gobierno para que mandase a los federales, como representaba una amenaza para las inversiones extranjeras, Diaz autoriza a Carrillo a mandar a los federales y toman al pueblo que había sido abandonado por sus habitantes, pensando con ello que habían logrado pacificarlos.

El problema de Tomóchic empieza a adquirir una mayor envergadura al combinarse con la crisis religiosa que experimentaba la región, este pueblo había sido originalmente tarahumara y con la llegada de los españoles empezaron a mestizarse, pero con la expulsión de los jesuitas provoca que el pueblo careciese de religiosos para atender sus necesidades espirituales, por lo que a lo largo del siglo XIX muchos de ellos empiezan a convertirse a las iglesias protestantes. Pero las familias que se habían quedado en el catolicismo se refugiaron en el surgimiento de un culto popular fuera de la Iglesia, el de la santidad de Teresita de Cabora, Sonora, cuyas visiones místicas tenían repercusión gracias a la predica de Cruz Chávez (nada que ver con el cacique del pueblo), quien mete la cuestión devocional para impulsar los reclamos de los pobladores de Tomóchic contra su presidente municipal, por lo que se le suma el elemento religioso a la crisis.

Cuando los habitantes de Tomóchic abandonan su pueblo, deciden partir en peregrinación hacia Cabora para recibir la bendición de Teresita, el trayecto seria aprovechado tanto por las tropas de Chihuahua como por las de Sonora para tratar de emboscarlos, pero derrotan a un contingente de sonorenses y pudieron eludir al resto de los soldados, pudiendo llegar a Cabora donde a pesar de no encontrar a Teresita, Cruz Chávez les da un sermón que refuerza su fe al poder llegar se pesar del ejército federal. El gobernador Carrillo intenta negociar con los tomichitecos retirando a los federales del pueblo y ofreciéndoles la amnistía con la condición de reconocer la legitimidad de las autoridades estatales y municipales, pero se niegan por el odio hacia el presidente municipal y posiblemente porque estaban siendo apoyados por Luis Terrazas para desprestigiar al gobernador. Ante el fracaso de la negociación con Tomóchic, los planes de Terrazas tienen éxito y logra que Diaz destituya a Carrillo, colocando en la gobernatura a Miguel Ahumada quien tenía la fama de ser aceptado por todas las clases políticas chihuahuenses y tenía la resolución de acabar con la rebelión por la fuerza para evitar un escalamiento del conflicto.

El miedo a la expansión del conflicto estaba justificada, ya se estaba gestando en otros pueblos indicios de rebelión y todo en torno al culto a Teresita de Cabora, cuya influencia llegaría hasta con los yaquis y mayos de Sonora y Sinaloa con quienes se había tenido una larga conflictividad con el gobierno federal, por lo que mandan al general José María Rangel para pacificar al pueblo con una tropa bien pertrechada, por lo que esperaban atacar al pueblo de frente apostando por su superioridad. Pero no tomaron en cuenta con que los tomochitecos estaban más que fogueados en la guerra apache y usando sus tácticas de guerrilla pudieron superar la desventaja que les daba su inferioridad numérica y hacen huir a las tropas de Rangel dejándoles considerables bajas a pesar de contar con armamento moderno. A su regreso a Chihuahua, quería buscar apoyo entre las milicias locales, pero todos se negaron debido al respeto que le tenían a Cruz Chávez al ser parte de las guardias de Terrazas para combatir a los apaches, por lo que el ejército federal quedaba humillado ante la experiencia y habilidad de los rancheros chihuahuenses de Tomóchic.

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Federico Flores Pérez.

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Bibliografía: Friedich Katz. Pancho Villa, vol. 1

Imagen: Jose Guadalupe Posadas. Los sucesos de Tomóchic, 1892

El fin de la rebelión tepehuana.

Para finales de 1617 y principios de 1618 los españoles hicieron todo lo posible por detener los brotes rebeldes de los tepehuanes que continuamente iban atacando a los pueblos de Guadiana, por lo que se pusieron como una de sus prioridades la captura de uno de los lideres y principal instigador del levantamiento, Gogoxito. Se forma una comitiva liderada por los capitanes Soria y García, acompañados por el jesuita Alonso de Valencia y un destacamento de cuarenta indígenas aliados entre xiximes, laguneros y acaxees dirigidos por el alférez Gonzalo de Uría, quienes llegaron a un lugar conocido como El Astillero y se encuentran con mensajeros de Gogoxito quienes intentaron confundirlos para perderlos, pero en lugar de eso fueron aprendidos y sometidos a tortura de las cuales solo sobreviviría uno. Según la información que recabaron, Gogoxito se encontraba en Guatimapé, mientras un importante número de tepehuanes de Tenerapa y Santa Catalina se encontraban en Sariama, apostando por seguir en el camino rumbo a Sariama y usando al enviado sobreviviente como guía, decision afortunada porque en el camino a Guarisamey entra en choque con la guardia de Gogoxito, logrando matarlo en el enfrentamiento.

La muerte del caudillo Gogoxito no fue suficiente y las tropas del gobernador siguen con su campaña pacificadora más allá de Guarisamey para reprimir la rebelión de algunos pueblos y rancherías xiximes, terminando en los territorios de los humes en la sierra de Sinaloa quien según los testimonios de la expedición se trataba de un pueblo civilizado con tradición agrícola. Conforme se empieza a correr la voz de la muerte de Gogoxito, tanto los tepehuanes, acaxees y otros grupos que los siguieron en el levantamiento empezaron a rendirse ante los españoles entablando tratados de paz con el gobernador Gaspar de Alvear, solamente hubo un combate contra algunos tepehuanes y xiximes insurrectos en Sapioris. Con ello inicia el proceso de restablecimiento del orden donde los jesuitas se encargarían de recuperar las misiones destruidas y volver a fungir su papel como cabezas religiosas de los pueblos indígenas, mientras el gobernador Alvear continuaría en la tarea de ir sofocando los grupos rebeldes que sobrevivían en la sierra hasta el final de su administración en diciembre de 1620, siendo sustituido por el almirante Mateo de Vega quien se encarga de acabar con los últimos reductos de la rebelión tepehuana y continua la campaña contra los tobosos y los tarahumaras dirigidos por Juan Coclé.

El éxito inicial de los tepehuanes contra el poder novohispano se debió a la red de alianzas mantenidas con otros grupos indígenas, pero la organización mantenida por las autoridades de Nueva Vizcaya para enfrentar la rebelión fue el punto vital desde donde les permitiría negociar a cualquier precio la paz con los diferentes liderazgos rebeldes y poco a poco fueron desarticulando la rebelión, fomentando la desconfianza y quitándoles la culpa para depositarla en los tepehuanes. La destrucción de pueblos, misiones, haciendas y rancherías retrasarían en cuanto a progreso material a la Nueva Vizcaya cerca de 50 años, por lo que una de la decisiones para darle más solidez a la presencia española fue la de erigir el obispado de Nueva Vizcaya para poder infundir confianza en los mineros neovizcainos, además de que les tocaría sacar réditos de la imagen mariana de El Zape convirtiéndola en un importante culto local y símbolo de la victoria sobre la “barbarie” de los indígenas. Solamente se registraría un último levantamiento liderado por el cacique de Santiago Papasquiaro como respuesta al despojo de tierras promovidos por el responsable del santuario de El Zape Martin Suarez, aunque finalmente aceptaron entrar en conversaciones con el gobernador al comprobarse que recibían ayuda en los tiempos de hambrunas y solo se ocupaban algunos terrenos baldíos, congregándose en una nueva población.

Una vez sofocada la rebelión, se empieza la tarea de reconstrucción de las misiones y pueblos del reino, por lo que hubo un fuerte impulso por parte del gobierno y también serviría como apoyo importante el culto a la “Virgen del Hachazo” de El Zape, usándose tanto con fines propagandísticos como la victoria de la verdadera fe sobre los idolatras y sobre todo por la cantidad de limosnas aportadas por los devotos. Con ello se empieza a estructurar el regreso de los jesuitas en las poblaciones de Topia, Santiago Papasquiaro, Santa Catarina, San Andrés, entre otras poblaciones, además de servir para continuar con la expansión hacia el norte en la región de La Laguna reforzando las misiones de Parras y Rio Nazas para ser la entrada hacia la Sierra Tarahumara. Mientras, los procesos de reducción de las poblaciones indígenas (entiéndase como la congregación de comunidades pequeñas en un solo pueblo) y la pacificación de los grupos rebeldes continuo a lo largo de las siguientes décadas, pero esto no evito que los tepehuanes y otras etnias siguiesen recurriendo a sus chamanes para seguir realizando sus ceremonias.

Si bien, el reino de la Nueva Vizcaya había logrado su pacificación en la década de los 30, la rebelión tepehuana mostraría muchas de las características de las guerras de expansión sostenida por los españoles en el septentrión, las cuales de no haber tenido el soporte de las minas de plata encontradas a lo largo de la Sierra Madre Occidental hasta Chihuahua, no se hubiese concretado el impulso para seguir más adelante, ya que los indígenas no tenían ningún beneficio de la presencia de los misioneros que lo que ofrecía su ancestral orden autóctono. También vamos a ver como los indígenas mostraron permeables a la recepción de nuevos conceptos del cristianismo propagado por los misioneros para usarlos en favor de sus intereses, como ocurrió con la mutación del mensaje milenarista al mezclarse con la religiosidad indígena para poder articular la rebelión en manos de sus representes religiosos. Con ello, a lo largo del periodo novohispano y posteriormente el independiente, los indígenas se irán rebelando cuando han percibido abusos por parte de las autoridades civiles o de la iglesia, pero las diferencias existentes entre los grupos indígenas como disputas por las tierras o incluso más antiguas, impidieron que se formalice un movimiento para expulsar a los europeos, por lo que al poco tiempo regresaban aprovechando esas divisiones y volvían a imponer el orden colonial.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: José de la Cruz Pacheco Rojas. Milenarismo tepehuán. Mesianismo y resistencia indígena en el norte de México.

Imagen:

  • Izquierda: Chorografía de las misiones apostólicas que administro antes en Topia y Tepehuana, y administra en Nayo, Tarahumara, Chínipas, Sinaloa, Sonora, Pimería y California de la Compañía de Jesus en la America Septentrional, siglo XVII.
  • Derecha: Miguel Cabrera. Hermano de Santarén, religioso jesuita muerto durante la rebelión tepehuana de 1616, siglo XVIII.

Los conflictos de los colonos ingleses en la Costa Este.

Pese a que no se encontraron las grandes riquezas de las colonias españolas, los migrantes británicos mantuvieron una ávida necesidad de conseguir más tierras para trabajarlas, si bien esto llevaría el interés para sostener altos números de migrantes, tuvo como desventaja el no lograr congregarlos en una ciudad para irse a las regiones fronterizas, provocando que puertos como Baltimore o Filadelfia solo fuesen lugares de paso en lugar de asentarse en ellas. En las sociedades hispanas, se lograron contener a los colonos en las ciudades tanto por la predilección por la vida urbana y sobre todo por el peso del poder real, además de servir como incentivo las encomiendas donde recibían su respectiva dotación de trabajo indígena, aunque al poco tiempo este sistema fracasaría por el monopolio de unos cuantos de este “beneficio”. El perfil de los migrantes españoles era de una gran mayoría población masculina soltera o que dejaron sus familias en la península, pero estos tenían problemas al momento de conseguir trabajo al tener que competir tanto con los indígenas como con los mestizos y africanos, además de representar una amenaza para la integridad de los pueblos indígenas.

Como el poder de la corona inglesa era muy débil y los establecimientos coloniales dependían de las concesiones a las compañías colonizadoras, dio pie a que los colonos tuviesen un mayor margen para desplazarse, situación que fue fomentada por el patrón de asentamientos de los indígenas con su modo de vida seminómada y les daba pie a los colonos para reclamar esas tierras bajo la figura de terra nullius. Inicialmente, los colonos tenían las intenciones de establecerse junto con los indígenas para entablar relaciones comerciales de beneficio mutuo, algo que sirvió en los primeros años por la ayuda indígena que recibieron los primeros establecimientos, pero la incomprensión ante las redes de conflictos tribales de la región fomentadas por diferentes rivalidades hicieron que los ingleses se viesen involucrados en conflictos que no entendían y que las mismas tribus también malinterpretaran las acciones de los colonos, provocando un mayor número de conflictos que terminaron en masacres, inoculándose en los colonos la idea de la “traición india” y como no se debía confiar en ellos.

Como al principio se trataron de pequeños asentamientos colonos, los indígenas no tuvieron problema con su llegada e incluso aceptaban venderles terrenos, pero con el aumento del número de colonos y la reducción de las poblaciones indígenas debido a las enfermedades hizo que creciese la presión para tomar más terrenos, llegándose a justificar las invasiones de las tierras indígenas. Esto llevaría a intervenir tanto a los gobiernos de Nueva Inglaterra como el de Virginia para legislar la forma de cómo se debían adquirir nuevas tierras para asentarse, culminando en la aprobación de la ley de 1662 donde se le otorgaba protección a los asentamientos indígenas con respecto a las acciones de los colonos, pero como su población estaba en decadencia por las epidemias de 1616-1617 y 1633-1634, las tribus estaban dispuestas a vender sus tierras con la condición de conservar sus derechos a la caza, la pesca y la recolección en las temporadas. Si bien se había logrado un periodo de paz entre indígenas y colonos después de la Guerra Pequot de 1636 a 1638, al no haber freno a la llegada de migrantes se desataría una nueva crisis en 1675 con el estallido de la Guerra del rey Felipe o Metacomet, donde los wampanoag, Penobscot, narragansett y otras tribus atacan a los colonos, pero terminando en una victoria de los colonos y acabando en un verdadero exterminio hacia 1678.

Las consecuencias de la guerra terminarían por enraizar la completa animadversión hacia los indígenas, transformándose el concepto de terra nullius por el de wilderness para referirse a aquellos terrenos que los rodeaban y estaban llenos tanto de animales como de hombres “salvajes” donde gobernaba Satán, por lo que el deber de los colonos para con Dios era el “domesticar” aquellos terrenos yermos. Como el patrón de colonización hispano no tendía a asentarse en territorios solitarios, el conflicto con los indígenas estaba focalizado en las acciones de los misioneros, por lo que los colonos españoles solo llegaban una vez se había consolidado un núcleo urbano para poder asentarse y con la evangelización se intentaba incorporar a los indígenas en los nuevos asentamientos, pero esto no evito que surgieran incursiones tanto de misioneros como de exploradores que se adentraron hacia el norte de México y en el territorio mapuche en Chile.

La colonización tampoco era una empresa fácil debido a los altos índices de mortalidad entre los europeos y a la falta de personas dispuestas a cruzar el océano, esto era un problema en el caso español donde los únicos interesados en irse era la población joven masculina dispuesta a hacer riquezas fáciles para regresar a su lugar de origen, pero a los pocos años la corona ve la necesidad tanto de consolidar su presencia en ultramar y a su vez de regular el flujo migratorio, por lo que crea la Casa de Contratación de Sevilla en 1503 para vigilar quienes eran los que se asentaban en las Indias y descartando la ida de indeseables como los gitanos, judíos, moros y extranjeros que pudiesen llevar la herejía entre los gentiles. La corona inglesa no le importaba quienes llegasen a instalarse en sus asentamientos, aunque en 1630 Carlos I trataría de hacer un registro de los migrantes, pero no se llega a consolidar un control del movimiento migratorio y daría lugar a una mayor diversidad religiosa al establecer numerosas comunidades cristianas.  

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: John Elliot. Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830).  

Imagen: 

  • Izquierda: Paul Revere. Philip, rey de Mound Hope, 1772.
  • Derecha: Darley. Ataque nativo a los colonos de Nueva Inglaterra, 1886.

El avance de la rebelión tepehuana.

Fueron pocos los sobrevivientes del ataque a El Zape quienes lograron llegar a Indé, población minera que estaba bien pertrechada y lograría aguantar hasta el paso del gobernador rumbo a Guanaceví, la cual supo a tiempo de la rebelión indígena y también logro guardar los suficientes víveres y parque para resistir. Pero los planes de los tepehuanes iban más allá, tanto los acaxee como los xixime de la sierra de Sinaloa recién se habían enterado de la guerra y amenazaban con entrar para desterrar a los españoles, incluso los indígenas avecindados en Guadiana tenían planeado tomar la ciudad por asalto mientras iban colaborando en las labores de fortificación, pero esta conspiración fue descubierta por un religioso quien escucho los planes y se mandó a arrestar a 75 indígenas, entre ellos caciques quienes informaron que el ataque se daría el 22 de noviembre, pero la circulación de un informe falso de que llegaba a la ciudad una fuerza de 2,000 indios flecheros provoca que los españoles ejecutasen a todos los prisioneros.

El 19 de diciembre sale de Guadiana el gobernador Gaspar de Alvear rumbo a Indé y Guanaceví para reorganizar la defensa llegando con 61 soldados españoles a caballo y 120 indios conchos aliados, al día siguiente se dirige a La Sauceda donde ve indicios de un ataque tepehuan, llegando cerca de 800 tepehuanes al ataque que más bien se trató de un combate preventivo, ya que los españoles no habían caído en el plan de emboscada y prefirieron dejarlos sufriendo bajas menores. De este enfrentamiento surgiría la versión de José de Arlegui, quien da una cifra disparatada al decir que habían enfrentado y matado a 15,000 tepehuanes, versión que estaría arraigada en la cultura popular de La Sauceda donde en el siglo XIX llegaron historias de haber existido montículos con los restos de los indígenas muertos en la batalla o como supuestamente salían huesos cuando se araba el campo por los rumbos de Cacaria.

Al mismo tiempo en que el gobernador se encontraba en La Sauceda, se había desatado la violencia en Guanaceví al aumentar los asaltos, asesinatos e incendios, debido a que se encontraba una de las minas más productivas de la región se prestó a ir en su ayuda pasando por las poblaciones de San Juan del Rio e Indé para reorganizar su defensa y recabar provisiones. Llega el 15 de enero de 1615 y encuentra que los colonos habían logrado refugiarse en la iglesia, pero el resto del pueblo había sido saqueado e incendiado, más precaria encontraría la situación cuando llega a El Zape días después donde encontró los cuerpos de los misioneros asesinados, iniciando el camino de regreso rumbo a Santa Catarina y Santiago Papasquiaro, pero en las cercanías de Santa Catarina entraría en batalla con los tepehuanes donde capturo algunos prisioneros y de ellos supo que el centro de la rebelión se encontraba en Tenerapa, donde se encontraban los caudillos Mateo Canelas y Gogoxito. Es así que deciden atacar la población por sorpresa, aunque fueron alertados de la llegada española y muchos pudieron huir, pero los españoles habían provocado 60 bajas y se hicieron con 200 prisioneros, los cuales algunos fueron ahorcados o vendidos.

Muchos de los cuerpos de los religiosos muertos durante los asaltos eran mandado a Guadiana para recibir su debido entierro y ser homenajeados como mártires, pero aun con la disuasión que pudo suponer el ataque a Tenerapa, los tepehuanes persistían en su plan de atacar la capital y empezaron a merodear sus alrededores, intentos que fueron deshechos por la vigilancia de las fuerzas españolas y sus aliados conchos. A pesar del triunfo de las fuerzas del gobernador contra los rebeldes, cada vez más pueblos se iban levantando destruyendo las misiones, llegando peticiones de ayuda provenientes de Atotonilco, Nombre de Dios e incluso de Chametla en Sinaloa, incrementándose el peligro de la extensión del conflicto ante una posible incorporación de los acaxees y xiximes. En el oriente, se empezaron a suscitar algunas inquietudes entre los indígenas de Parras y La Laguna al verse tentados para revelarse contra los españoles, pero los franciscanos lograron convencerlos de desistir a la guerra y sobre todo se vieron persuadidos por la amenaza de la viruela, ya que lo vieron como una maldición que solo afectaba a los indígenas y a los españoles no, creyendo que era mejor estar en paz con los religiosos.

Fue tal la fuerza del mensaje rebelde que sus efectos se llegaron a sentir en Nueva Galicia, por lo que parte de las fuerzas de Nueva Vizcaya junto con las tapatías empiezan a perseguir cualquier indicio de entrar en contacto con los indígenas de la región y después sería sellada la audiencia con la llegada de voluntarios de México. Mientras del lado de los tepehuanes, habían logrado incorporar a su lucha a algunos grupos de tobosos, conchos, tarahumaras y acaxees quienes tuvieron refugio en la Sierra Madre, pero sus posiciones cada vez se veían más asediadas por los españoles quienes poco a poco iban cerrando posiciones entorno a los enclaves tepehuanes, ejecutando a cuanto líder caía en sus manos, aunque los indígenas contaban con la ventaja de conocer a la perfección los recovecos de la sierra para aparecer y atacar a los perseguidores.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: José de la Cruz Pacheco Rojas. Milenarismo tepehuán. Mesianismo y resistencia indígena en el norte de México.

Imagen: S/D. Mural de batalla entre indigenas y españoles.