El cine y las reticencias sociales de los años 20.

Durante las primeras décadas del siglo XX la sociedad se caracterizaba por mantener un orden moral sobre todos los aspectos de la vida, sobre todo en lo que respecta a los niños y jóvenes quienes recibían una educación especialmente rígida para evitar toda clase de desviaciones que pudiesen romper con la moral. El entretenimiento de los menores de edad de las clases bajas representaba un problema para este rígido orden que se buscaba preservar, ya que tanto los típicos juegos en la calle como los lugares de espectáculos como el box, el circo, las carpas, salones de baile o los toros podían incentivarlos hacia la depravación o incluso los consideraban como focos de enfermedades. A estos, se les sumaban otro medio que ya estaba ocupando su lugar en el campo del entretenimiento, el cine, llegando desde 1896 y con las décadas empieza a ganarse su lugar para una sociedad ávida por las innovaciones del momento, si bien en un inicio era exclusivo de la alta sociedad, la necesidad de sacar mayores ganancias hizo que bajaran sus precios para tener un mayor publico tanto en las clases medias como en las populares.

Los testimonios de la época nos indican la gran popularidad que tenían los cinematógrafos con los niños, quienes se congregaban en grandes números para poder presenciar las funciones, despertando el recelo de los padres de familia y las autoridades al ver como podían estar horas presenciando las funciones. Dentro del régimen revolucionario también había esta necesidad de reconstruir moralmente a la sociedad junto con los esfuerzos de alfabetizarla, por lo que la línea social de Plutarco Elías Calles también implicaba la persecución de todos aquellos locales donde se fomenten el “juego, el vicio y el alcohol” reorientando la moral hacia el trabajo. Fue fundamental para el gobierno de Calles inculcar en los niños la obediencia a los padres para servir como freno de seguir concurriendo a esos lugares de entretenimiento, sobre todo con el cine al ser la ventana a nuevas formas de percepción social y moral, teniendo como posibilidad que el mensaje con él fue escrito y producido pudiese pervertir sus mentes para que caigan en conductas antisociales.

Hay que considerar que durante esos años se estaba dando en el mundo una revolución al nivel académico sobre el papel de la infancia en la sociedad, reconociéndoles su papel como individuos y no como propiedad de los adultos, viendo la necesidad de preservar su correcto desarrollo y como tenía que separarse de conductas y actividades consideradas inapropiadas para los niños. De los primeros esfuerzos del gobierno para sumarse a esta tendencia fue el prestarse para albergar las reuniones de los especialistas, de ahí tenemos eventos como el Congreso Mexicano del Niño en 1920 y el involucramiento de la recién fundada Secretaria de Educación Pública (SEP)  de ir sumando todas estas opiniones para conformar sus campañas de alfabetización por el país, así como la creación de diferentes departamentos donde se aseguraban de ver por los diferentes factores que intervenían en la educación infantil, el impulso de leyes donde se limitaba el trabajo infantil y el incentivo a cuidar por su salud, haciéndose de un importante cuerpo de folletería, revistas y periódicos especializados en el tema.

Los cinematógrafos (itinerantes o las salas) representaban un problema para este nuevo enfoque del gobierno, ya que en las salas podían acceder a cualquier película quien sea sin importar la edad, sumado a ser un medio de entretenimiento barato para diferentes sectores. Las ganancias que podían obtener en promedio los niños iban desde los 50 centavos hasta 1 peso, mientras los adultos según su oficio podían ganar de 2 a 3 pesos, suficientes para abarcar la canasta básica consistente en tortillas que valían 23 ¢, el frijol 24 ¢ y el café 5 ¢, pero saliendo de estas necesidades gastos como el pulque podían costar 60 ¢ y la entrada al cine iba desde los 50 ¢ hasta los 3 ¢.

La irrupción de las clases populares seria escandalosa para la clase alta, a pesar de ocupar un lugar de privilegio al ocupar las lunetas, consideraban que con eso el cine iba perdiendo su estatus de “diversión de categoría” para caer en “diversión vulgar”. El debate intelectual también iba en ese sentido, pero en diferente tono, mientras personalidades como Luis G. Urbina o José Juan Tablada recibieron con entusiasmo la llegada del cinematógrafo, pero con la entrada del “pueblo” iba pervirtiendo su condición, otros como José Vasconcelos lo veían como un medio corriente de raíz estadounidense sin ninguna clase de tradición cultural, aunque durante su gestión en la SEP habría de ser uso de el para impulsar la alfabetización. Lo accesibles que resultaban los precios permitían que incluso los niños pudiesen pagar sin problema las entradas, llegando a hacer lo posible con tal de poder entrar a ver las películas, aunque esto provocaba ciertos problemas, desde pedir dinero de más a sus padres, que incurriesen a la mendicidad o al robo, incluso fomentaba que llegasen hasta media noche a sus hogares.

Para ellos era la única oportunidad que tenían en su vida social para pasar de ser trabajadores a ser considerados clientes, sumado a representar un acceso para ver cosas diferentes a lo que estaban acostumbrados fue convirtiendo al cine en una necesidad. Por lo general, tanto niños como jóvenes solían asistir ya sea solos o en grupos de amigos, era raro que asistieran con los padres, a diferencia de las niñas y muchachas que iban acompañadas ya sea de sus hermanas o de sus madres, pero generalmente eran las menos al ser lugares donde no había una separación de sexos y esto podía dar lugar a una relajación de la moral, siendo necesario tener que cuidarlas para no ser blanco de comentarios indecentes. Todos estos factores hacían al cine una fuente de trasgresiones donde la juventud podía perder su moral al ser incentivados a caer en actos inmorales y al estar expuestos a costumbres ajenas a la cultura nacional y por lo tanto podía empezar a debilitarla, sumado a otros que hicieron blanco a la naciente industria cinematográfica de las críticas de la “gente de bien” que veían amenazada la preservación del orden.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Susana Sosenki. Diversiones malsanas: el cine y la infancia en la Ciudad de México en la década de 1920, de la revista Secuencia no. 66. 

Imagen: Anónimo. Gente en el interior del «Salón Rojo», 1922

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