El problema de trabajo en la Nueva España.

Resultaba paradójico que en el que fuera uno de los reinos más ricos de la monarquía hispánica hubiese un alto nivel de desempleo, sobre todo porque en los testimonios de la época se quejan de la falta de trabajadores dentro de las diferentes ocupaciones disponibles, mientras en las calles había una cantidad de gente desempleada quienes pasaban su tiempo en la vagancia y el ocio. Una de las respuestas que tenemos a esto es por la permanente posición desigualdad social, donde tanto los peninsulares como los criollos tenían asegurado el ocupar los mejores empleos, mientras a los mestizos, indígenas y afrodescendientes les tocaban los trabajados de más esfuerzo, con un alto grado de peligro y mal pagados, provocando con ello un círculo vicioso para las clases bajas donde se obligaban a contraer deuda para poder sobrevivir y todos sus ingresos se iban en pagarla. De ahí la razón del éxito del sistema de los obrajes donde reducían a los trabajadores libres en situaciones de esclavitud, la única salida habida para intentar salir de la miseria era el migrar a alguno de los reales de minas como Zacatecas para trabajar en la extracción, ya que sus sueldos eran mucho más altos que el de los oficios en las ciudades.

Aun con este panorama en contra, los plebeyos disponían de recursos tanto para escapar de los cobradores como de la justicia, siendo muy común que las familias cambiasen su domicilio continuamente, pero una de las principales salidas era sin duda el comercio ambulante, donde con un pequeño capital compraban algo de mercancía para revenderla y con ello podían empezar a ganar dinero autoempleándose. Si bien el comercio fue una salida usual donde las familias podían usarla para mejorar su situación económica, algunos de ellos solo la usaban de forma estacional aprovechando las fiestas religiosas para dedicarse a ello, siendo la fiesta de Todos los Santos cuando las plazas se abarrotaban de comerciantes. Otras fuentes de ingresos informales tenemos los autocultivos para el caso de las ciudades pequeñas donde sus pobladores tenían su parcela para poder cultivar lo que consumían, así como se valían de las redes familiares o vecinales para poder apoyarse financieramente en los momentos de necesidad, y sin duda estaban la presencia del robo y la mendicidad, cuyo riesgo y suerte la hacia un medio muy inestable para vivir.

Estas formas de salida encontradas por los plebeyos ayudarían a cimentar las ideas clasistas por parte de los patrones, ya que al preferir la independencia individual que el encontrar un trabajo fijo solo les inculcaría una visión negativa al considerarlos como buscadores del ocio e ignorantes, razones por las cuales pensaban era necesario obligarlos a trabajar y los obrajes era la forma para poder obtener mano de obra. Ninguno de ellos fue empático al encontrar como la verdadera razón del problema del desempleo eran los bajos ingresos para los trabajadores, la muestra de ello la encontramos en Zacatecas, donde con el paso del tiempo se fue reduciendo la necesidad de mantener mano de esclava para contratar trabajadores libres de quienes siempre había personas dispuestas a ir a las minas. En promedio, el minero ganaba entre 5 y 8 pesos al mes, de los cuales labores como el de los barreteros ganaban un bono extra por el riesgo del trabajo y todos tenían garantizado obtener “el partido”, el cual se trataba de una parte del mineral que encontraban podían quedárselo, es así que en las regiones mineras fue naciendo una pequeña aristocracia laboral para finales de siglo XVIII que daría pie al nacimiento de la clase media.

Pero la realidad fue que pocas actividades eran capaces de generar los ingresos que traían consigo la minería, por lo que el patrón tampoco podía comprometerse a elevar salarios si no podían obtener grandes márgenes de ingresos al tener que pagar desde impuestos y un elevado coste de transporte de sus productos. Una muestra la tenemos en el caso de Puebla de finales de siglo XVI y principios de siglo XVII, periodo donde viviría un breve tiempo de bonanza al convertirse en un importante productor agrícola y ganadero, pero con el arribo de los centros productores del Bajio y en Guadalajara empezaría a perder presencia en los mercados internos del virreinato. A esto hay que añadir la existencia de un marco institucional nada favorable para el incentivo de la generación de empresas, donde las autoridades virreinales actuaban de manera caprichosa para cobrarle a los patrones por gastos que inventaban o simplemente buscaban su soborno, por lo que la única forma donde la clase patronal podía rebajar los gastos de producción era el endosar sobre los salarios de los trabajadores lo que perdían fuera.

Era demasiada la demanda de trabajo en las ciudades y pocas las personas que se atreviesen a tomarlos, las únicas personas que buscaban esa clase de empleos eran los convictos, esclavos y peones endeudados, quienes tenían la esperanza de encontrar a un empleador que los tomase como una mano de obra fija y con ello asegurarse una fuente estable de ingresos, pero aun así ellos no fueron suficientes para cubrir las necesidades de las ciudades. La empresa novohispana era de muy reducidas dimensiones, siendo prácticamente de tipo familiar donde el patrón y el empleado llevaban un trato muy estrecho donde se llegaba a mezclar tanto la vida laboral con la privada, incluso sistemas más grandes como los obrajes solían tener una planta fija de entre 40 y 50 trabajadores. Esta clase de relaciones aumentaba en el sector artesanal, ya que cuando un maestro artesano aceptaba a un aprendiz era como si lo adoptase y formaba parte de su familia, ocupándose de sus gastos de manutención, con ello tanto el maestro como el patrón ocupaban un papel social equiparable a la figura del padre y el trabajador se convertía en un eterno menor de edad al cual hay que disciplinarlo y guiarlo para que logren mantener sus empleos.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: R. Douglas Coupe. Los ámbitos laborales urbanos, del libro Historia de la vida cotidiana en México vol. II. La ciudad barroca.

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Imagen: Códice Osuna, pág. 258.

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