Las repúblicas de indios y sus relaciones con los españoles.

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Para el proyecto de segregación colonial destinado a constituir las repúblicas de españoles y las de indios, se enfrentaron a una dificultad adicional debido a los efectos de las diversas epidemias que azotaron a lo largo del siglo XVI. Estas epidemias cambiaron su patrón de afectación, pasando de impactar a la población en edades comprendidas entre 0 y 30 años, a afectar a los niños neonatos hasta los 5 años, lo que tuvo un impacto significativo en la recuperación demográfica de los indígenas.

Esta situación se vio agravada por la imposición del matrimonio monogámico como parte de la vida cristiana, lo cual suprimió otras formas de relaciones familiares que eran comunes en tiempos prehispánicos, como la poligamia o la poliginia. Como resultado, las familias que seguían estos esquemas familiares fueron obligadas a disolverse para forzar al varón a elegir a su esposa legítima. Como consecuencia de estas decisiones, las otras parejas y su descendencia quedaban como ilegítimas, perdiendo así cualquier tipo de legitimidad. Estas familias eran expulsadas de la casa principal y quedaban en una situación de miseria, sin recibir ningún tipo de apoyo, incluso llegando al extremo de favorecer a la mujer que aceptara convertirse al cristianismo en detrimento de aquellas que no lo hacían.

Los trabajos de evangelización se llevaron a cabo en estrecha colaboración entre los frailes del convento y las autoridades indígenas del cabildo. Los frailes solicitaban a los miembros del cabildo la realización de diversas obras, como la construcción de conjuntos eclesiásticos, la decoración de templos, la financiación de la liturgia y el mantenimiento de escuelas de primeras letras para los niños.

El cabildo se organizaba para disponer de los miembros de la comunidad y llevar a cabo los trabajos necesarios. También se encargaba de adquirir los materiales necesarios para las actividades religiosas, siendo común enviar a alguien de la comunidad a comprar lo necesario en los grandes mercados fuera del pueblo.

Con la incorporación de las cofradías y las mayordomías como elementos de organización, las responsabilidades del cabildo disminuyeron gradualmente. Las cofradías se encargaban de realizar ciertos trabajos como parte de sus actividades devocionales al culto de su santo patrono y la organización de los festejos.

A pesar de que la división entre las comunidades españolas e indígenas tenía como objetivo evitar los abusos y garantizar una conversión adecuada al cristianismo, esto no impidió que los españoles cometieran actos de violencia contra los indígenas. Estos actos incluyeron casos extremos, como la ejecución ordenada por el obispo Juan de Zumárraga del cacique don Carlos Ometochtzin, así como decretos de exilio y castigos físicos como azotes o encarcelamientos en las celdas de los conventos. Además, hubo actos de agresión motivados por la arrogancia de los españoles.

Estas acciones generaron desconfianza entre los indígenas hacia los españoles. Frente a la falta de comprensión por parte de los funcionarios o los frailes, era común que los indígenas adoptaran una actitud cerrada hacia los españoles y mostraran sumisión para evitar provocar su ira y replicar la relación que existía entre ellos. Sin embargo, también es cierto que, junto con estas relaciones conflictivas, hubo casos de genuina amistad o entendimiento. Algunos frailes permitían la celebración de expresiones de la antigua religiosidad y actuaban como intermediarios frente a los abusos de otros españoles. Además, los niños españoles a menudo actuaban como un puente entre las dos comunidades al establecer relaciones sinceras con los niños indígenas, basadas en la amistad.

Como resultado del choque entre culturas tan diferentes, surgió una natural falta de comprensión tanto por parte de los españoles como de los indígenas hacia las actitudes que reflejaban su idiosincrasia. Los frailes fueron quienes más dificultades encontraron para entender estas diferencias, y solo lograron hacerlo a través de la convivencia y el trato directo con los indígenas. A su vez, los indígenas hicieron todo lo posible por preservar sus costumbres, adaptándolas y reinterpretándolas, convirtiendo algunas de sus creencias en supersticiones que fueron consideradas inocuas.

Dentro de su propio entendimiento, los indígenas llegaron a cuestionar lo que consideraban incoherencias de la cultura española. Por ejemplo, algunos, como don Carlos, llegaron a considerar a las diferentes órdenes mendicantes como religiones diferentes, lo que les llevaba a seguir practicando su religión original. También había quienes creían que podían deshacer el bautismo lavándose la cabeza después, e incluso algunos se negaban a comer los animales traídos por los españoles por temor a convertirse en ellos.

A pesar de la sumisión al orden virreinal, algunos indígenas buscaron rebelarse contra él. Algunos recurrían a la figura del nahual, que se transformaba en jaguar para atacar a los españoles que maltrataban a los indígenas. También hubo casos de indígenas que decidieron practicar sus costumbres ancestrales y fueron castigados por ello, como el sacerdote tlaxcalteca que fue lapidado por su pueblo.

El mestizaje fue un fenómeno generalizado tanto en el contexto hispano como en el mesoamericano, y se produjo de manera fluida, aunque con matices en su desarrollo. Una de las formas más destacadas fue la consensuada, que involucraba a las familias nobles indígenas, las cuales casaban a menudo a sus hijas con funcionarios españoles para asegurar sus privilegios en el orden virreinal.

Paralelamente, era común que los españoles que residían en las repúblicas de indios (ya fueran autoridades civiles, hacendados o miembros del clero) establecieran relaciones clandestinas o de amasiato con mujeres indígenas. A pesar de la ilegalidad de estas uniones, las familias indígenas no solían denunciarlas, guardando el secreto y considerando a los hijos de estas relaciones como indígenas, lo que propiciaba el mestizaje de forma encubierta.

El número de mestizos aumentó gradualmente, principalmente en contextos urbanos, donde quedaban fuera de las categorías de españoles e indígenas. Hacia finales del siglo XVIII, los mestizos se convirtieron en el grupo mayoritario, representando aproximadamente el 37% de la población.

Este proceso de mestizaje no solo fue demográfico, sino que también tuvo implicaciones culturales y sociales significativas, contribuyendo a la formación de una nueva identidad y un tejido social más complejo en la sociedad colonial.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía:

 – Pablo Escalante Gonzalbo y Antonio Rubial García. El ámbito civil, el orden y las personas, del libro Historia de la vida cotidiana, volumen 1

 – Elsa Malvido. La población, siglos XVI al XX.

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Imagen: Códice Azoyú 2, siglo XVI. 

Las variantes del mito creacionista maya en la tradición oral.

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Las similitudes y diferencias que encontramos en fuentes coloniales mayas como el Popol Vuh, el Memorial de Sololá y los Chilam Balam reflejan la existencia de una tradición cosmogónica común entre los mayas, tanto del altiplano guatemalteco como de la península yucateca. Esto se confirma mediante el rastreo tanto en la tradición oral de los grupos mayenses modernos como en los textos jeroglíficos y la cultura iconográfica maya del período Clásico. 

En el caso de las fuentes prehispánicas, contamos con datos adicionales como los cálculos matemáticos realizados por los religiosos para determinar la fecha de la creación del mundo según la tradición mítica. Por ejemplo, se encuentra un texto jeroglífico en Cobá, Quintana Roo, que data del 13 de agosto del 3114 a.C., fecha que coincide con la estela C de Quiriguá, Guatemala, donde está acompañada por una representación del dios Itzamná con forma de cocodrilo. Vale la pena destacar el caso de Palenque, con el tablero del Templo de la Cruz, donde se registra el nacimiento del «Primer Padre» el 16 de junio de 3122 a.C. y el de la «Primera Madre» el 7 de diciembre de 3,121 a.C., lo cual corresponde con la tradición de los quichés.

La persistencia de este relato se refleja nuevamente en fuentes del Posclásico, como el Códice Dresde en la página 74, donde se representa al dragón celeste Itzamna acompañado de la diosa anciana. En la narrativa, el dios provoca un diluvio sobre la tierra arrojando un torrente de agua desde sus fauces, mientras la diosa contribuye derramando agua desde una vasija, la cual cae sobre el dios Chaac, armado con dardos y lanzas, simbolizando la destrucción. 

Todos estos elementos del relato han sido transmitidos a través de la tradición oral entre los diferentes pueblos mayas, ya sea mediante los libros coloniales o de generación en generación, donde se han agregado elementos cristianos, pero se ha conservado el sentido original de la temporalidad cíclica. Es digno de destacar el relato tzotzil, que guarda similitudes con el quiché, describiendo una era primigenia de oscuridad habitada por demonios, jaguares, monos y «judíos» (reflejo de los prejuicios de la cultura cristiana de la época). Además, la Luna es vista como la Virgen María, quien queda embarazada de forma milagrosa para dar a luz a «Nuestro Padre Sol», Ojoroxtotil, quien asciende al cielo y al inframundo en dos días, resucita al tercero y al cuarto día mata a los seres de la oscuridad para dejar el mundo a los seres vivos.

Según el mito tzotzil, en la primera creación, el Sol creó a la primera pareja humana utilizando barro, pero carecían de entendimiento y, al tener hijos, los sacrificaban echándolos en agua hirviendo. Como consecuencia, el Sol los destruyó con un diluvio de agua ardiente, salvándose solo las ardillas, los monos y los mapaches, mientras que los niños fueron transformados en pájaros para sobrevivir. En la segunda creación, se creó a la humanidad con madera y pudieron multiplicarse, pero también carecían de entendimiento y no aprendían nada, lo que llevó a la destrucción del mundo por otra inundación. En esta ocasión, se salvó una pareja que fue transformada en monos, y algunos hombres no morían, sino que resucitaban al tercer día para vivir eternamente. La tercera creación mezcla el mito cristiano al presentar a Adán y Eva como creaciones del Sol, junto con la configuración de la tierra, los ríos y las formas de vida civilizada, como la agricultura, la ganadería, la religión y el sexo. Según la narrativa, la Virgen María proporcionó frutos para que pudieran comer, aunque con excreciones y parte de su cuerpo. Es importante destacar que, según esta narración, los primeros hombres hablaban español, pero debido a sus constantes conflictos, el Sol decidió otorgarles una lengua diferente a cada grupo para que pudieran convivir mejor.

Dentro del relato tzotzil, existe un componente racial que los distingue del resto de la humanidad: se consideran hijos directos del Padre Sol, mientras que a los mestizos y ladinos los consideran producto de la unión entre una sobreviviente de la humanidad de la primera época y su perro, lo que explicaría la persistencia de la lengua española. El fin del mundo también es un tema recurrente en las creencias tzotziles. Según sus mitos, la segunda época fue destruida por una inundación provocada por una banda de música proveniente de San Pedro Chenalhó, encabezada por San Garpar y San Alonso, llamando a sus almas. Como señal de la destrucción de la era actual, mencionan que los animales se acercarán a los humanos para ser sacrificados.

Otro grupo que conserva de manera destacada el relato del Popol Vuh en su tradición oral son los lacandones. En su versión, el dios K’akoch es el creador del mundo, y de una flor nacen el resto de los dioses, entre ellos Hachakyum, quien se encarga de ordenar el mundo creando el cielo y el inframundo. Finalmente, Hachakyum completa su obra al crear a la humanidad a partir de masa de pozol. Sin embargo, esta humanidad, que solo se alimentaba de dulces, quedó muy delgada, no practicaba la oración y comenzó a morir. Por ello, llamaron al dios Xulab, también conocido como «El Destructor», quien se convirtió en el planeta Venus y destruyó la tierra, dejando solo el mar. Entonces, Hachakyum tuvo que volver a crear el mundo y a sus habitantes, dando origen a los lacandones, seres perfectos cuyos ojos fueron sacados para tostarlos y evitar que vieran más allá. Cuando Hachakyum envejece, crea un doble que desciende al inframundo para enfrentarse al dios del inframundo, Kisin, y resucita varias veces. También sube al cielo para hablar con K’akoch y pedirle que evite la destrucción del mundo, creando al Sol para presidir desde él.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Mercedes de la Garza. Origen, estructura y temporalidad del cosmos, del libro Religión Maya.

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 – Izquierda: Tablero del Templo de la Cruz, Palenque, periodo Posclásico, cultura maya.

 – Derecha: Ixchel derramando agua sobre Chaak, Códice Dresden, pag.74, periodo Posclásico, cultura maya

Los grupos otomíes en México.

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Una de las familias lingüísticas con una amplia presencia en la zona mesoamericana ha sido la otomangue, que incluye grupos como los zapotecas, mixtecas, chiapanecas, los mangue de Centroamérica y los otomíes, quienes ocupan una distribución en el centro-occidente de México y conforman cuatro grupos muy relacionados. A lo largo de la historia, los pueblos otomianos fueron menospreciados por pueblos dominantes, como los nahuas, quienes los tacharon de «salvajes» o «montañeses». Esta carga negativa fue seguida por los españoles, lo que provocó que su historia fuera olvidada y contada principalmente por fuentes religiosas o los propios caciques.

Dentro de la familia otomiana, podemos dividirla en dos grupos: aquellos que mantuvieron el modo de vida nómada y seminómada de Aridoamérica, como los chichimeca-jonaz de Guanajuato y los pames; y aquellos que tienen sus raíces en la tradición mesoamericana, como los otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecas. Los otomíes son el grupo de mayor distribución, con marcadas diferencias regionales.

Debido a la falta de fuentes, el pasado mesoamericano otomí ha sido relegado por parte de los investigadores. Es común encontrar argumentos que atribuyen a este grupo el papel de grupo primigenio en el Centro de México o el de migrantes llegados durante el colapso teotihuacano. En todos estos enfoques, es evidente la carencia de trabajos que permitan comprender su participación en los desarrollos de la cultura preclásica, teotihuacana o tolteca.

Un aspecto fundamental para comprender su alcance es el estudio de los señoríos en el Valle de Toluca, especialmente en el noroccidente de la Cuenca de México. Se centra en Azcapotzalco, habitado por los tepanecas de filiación otomí, que fueron el reino principal desde Teotihuacan, durante el periodo tolteca y hasta su caída en manos de los mexicas. Fuera de estos dos casos (incluyendo el de Xilotepec y su papel en la conquista del Querétaro colonial), el resto de los pueblos otomianos carecen de las fuentes necesarias para trazar su historia antes de la llegada de la conquista, salvo por algunas referencias. Por lo tanto, es necesario recurrir a investigaciones arqueológicas y etnográficas en esas regiones para obtener más información.

El corazón de los grupos otomíes podría considerarse el Valle de Toluca, donde predominan los matlatzincas y mazahuas, seguidos por algunos pueblos otomíes y los ocuiltecas de Ocuilan y el sur del valle. Hacia el noroccidente se localiza el señorío de Xilotepec, de clara filiación otomí, descendiendo hacia Chiapan, donde convivían con comunidades nahuas, para llegar a la Sierra de las Cruces o Quauhtlalpan. Desde allí, bajaban hacia la Cuenca de México, pasando por Tlacopan, Azcapotzalco, Naucalpan y la zona serrana del occidente, como Cuajimalpa, para continuar hacia Coyoacán, conviviendo con pueblos nahuas y matlatzincas. Se tiene conocimiento de poblados otomíes hasta Xochimilco. Al norte de la cuenca, la presencia otomí sigue por Cuautitlán, Zumpango, Tizayuca, internándose hacia el actual estado de Hidalgo, donde tienen su segundo núcleo cultural: Meztitlan, un señorío que logró mantener su independencia frente a los mexicas.

A partir de Hidalgo, las comunidades otomíes continúan dispersándose hacia el noreste, y se tiene constancia de su presencia en la Huasteca en algunas poblaciones. Sin embargo, la zona nuclear fue la Sierra Norte de Puebla, en pueblos como Pahuatlán, donde convivían tanto con los nahuas como con los totonacos. Otro corredor otomí puede rastrearse desde el valle de Teotihuacán, siguiendo por los llanos de Calpulalpan para internarse en Tlaxcala, de mayoría nahua. Se establecieron al oriente del volcán La Malinche en pueblos como Huamantla, Ixtenco y Tecoac, erigiendo el señorío de Tliliuhquitepec al norte, aliado de los estados tlaxcaltecas. Hacia el Valle de Puebla, su presencia se fue diluyendo en unos pocos pueblos como San Salvador el Seco, Quecholac y Tepeaca, con algunas comunidades en Huejotzingo, Tecali y Cuauhtinchan. Su punto más meridional fue una estancia en Coxcatlán llamada Otontepetl.

Más al sur, en el estado de Guerrero, la población otomí experimentó una significativa disminución durante las primeras décadas de la conquista, generando incertidumbre, especialmente con la influencia de factores como los chontales y los cohuixcas. No obstante, a través de referencias etnohistóricas, conocemos la convivencia de comunidades nahuas, mazahuas y matlatzincas, como en Tepecoacuilco, Cocula, Teahuixtlan, entre otros lugares.

Hacia el occidente, la presencia de los grupos otomianos parece estar vinculada a las tensiones generadas por la expansión mexica hacia el Valle de Toluca. Esto condujo a la expulsión de otomíes, matlatzincas y mazahuas, quienes fueron acogidos por el reino de Michoacán para frenar el avance mexica, dando origen a los llamados pirindas. El núcleo principal de los pirindas estuvo en Indaparapeo y Tiripitio, extendiéndose hacia Charo, Huetamo, Taximaroa (Ciudad Hidalgo), Tuzantla, Ucareo y Zitácuaro. Su punto más occidental fue Colima, aunque parece que la presencia otomí llegó con la conquista, con el asentamiento de los aliados tlaxcaltecas.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Pedro Carrasco Pizana. Los Otomíes. Cultura e historia prehispánica de los pueblos mesoamericanos de habla otomiana.

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La cultura laboral novohispana y su impacto social.

Así como ocurría a nivel global en la relación entre el monarca y sus súbditos, esta dinámica se replicaba a pequeña escala en el ámbito de las pequeñas empresas. El patrón asumía el papel del rey, comprometiéndose a velar en lo posible por el bienestar de sus empleados, y estos debían verlo como a un padre, respetando siempre su posición jerárquica y evitando cuestionar su autoridad.

Esta relación paternalista se reflejaba incluso en la negociación de los salarios, que se realizaba de manera indirecta. Los empleados se valían de estrategias como simular enfermedades o dañar deliberadamente sus herramientas de trabajo para llamar la atención del patrón. En esos momentos, se presentaba la oportunidad para plantear sus demandas y discutir las condiciones salariales.

Además, existían ocasiones en las que los trabajadores tenían la posibilidad de cambiar de empleo cuando aparecía algún maestro u obraje que ofreciera salarios más atractivos. En estos casos, los obreros tenían la oportunidad de acceder a un mayor pago, pero también se comprometían a asumir mayores gastos, ya sea para eventos como bautizos, tratamientos médicos, la compra de ropa nueva o para contribuir a los gastos de una fiesta. Este tipo de dinámicas reflejaban la complejidad de las relaciones laborales en el contexto de las pequeñas empresas en la Nueva España.

Siempre existía alguna manera de mejorar la relación entre el empleado y el patrón, incluso en el caso de los esclavos. Además de tener la oportunidad de ahorrar dinero para comprar su libertad, los esclavos podían realizar pequeños trabajos como vendedores en sus tiempos libres para aumentar sus ingresos. También era crucial ganarse el afecto del dueño para llevar una vida más relajada o eventualmente alcanzar la libertad.

Para los trabajadores libres, también existía la oportunidad de establecer una relación de confianza con el patrón si este les brindaba un buen trato o un salario más elevado. Esto podía traducirse en invitaciones a vivir en la casa del patrón, la contratación de la esposa como personal doméstico, o la facilidad para establecer líneas de crédito más accesibles que con externos.

De esta manera, el patrón obtenía un empleado de confianza con el compromiso de protegerlo ante cualquier problema y brindarle acceso a una mejor calidad de vida. En los casos más favorables, estas relaciones podían evolucionar hacia la familiaridad a través del compadrazgo. Si las diferencias sociales no eran tan grandes, incluso podrían llevar al matrimonio entre alguno de los hijos de los trabajadores y los hijos del patrón. Estas dinámicas reflejaban la complejidad de las relaciones laborales y sociales en la Nueva España.

En este contexto, los padres de familia de las clases bajas se veían comprometidos a conseguir empleo para sus hijos como una medida para alejarlos de la vagancia y los vicios. Para lograrlo, se movían en los conventos o en las casonas en busca de oportunidades como sirvientes, visitaban a los maestros para que aceptaran a sus hijos como aprendices o los integraban en los obrajes.

Los plebeyos enfrentaban una delgada línea entre la contratación y el esclavismo. Los compromisos adquiridos por los empleados, como solicitar dinero por adelantado, permitían a los contratadores establecer condiciones que a menudo rayaban en el abuso. La ausencia de normativas claras dificultaba hablar de la existencia de «trabajadores libres» reales.

En los sectores gremiales, sin embargo, los trabajadores disfrutaban de mejores prerrogativas. Cada gremio regulaba las relaciones entre maestros y aprendices. El monopolio de producción artesanal de los gremios, que obligaba a la sociedad a comprar sus productos, facilitaba a los trabajadores ascender en su puesto con mayor facilidad. Además, tenían garantizados días de descanso y accedían a servicios religiosos como los entierros. Estas dinámicas revelan la complejidad de las relaciones laborales y sociales en la Nueva España, donde la movilidad y las condiciones laborales variaban según el sector y la influencia de los gremios.

A pesar de los beneficios que proporcionaban los gremios en la sociedad novohispana, surgieron problemas en su organización, especialmente debido a la preferencia de algunos artesanos por trabajar de manera autónoma. Los indígenas eran quienes disfrutaban de esta prerrogativa respaldada por la corona, convirtiéndose en una competencia significativa para los talleres de españoles. Este escenario generaba constantes conflictos judiciales con el objetivo de impedir que los indígenas vendieran sus productos.

No obstante, la estructura interna de los propios gremios complicaba aún más los desafíos dentro de la sociedad de artesanos calificados. Para obtener el título de maestro, se requería someterse a una serie de pruebas para demostrar habilidades, un proceso que podía llevar años o incluso décadas. Esta situación resultaba en la falta de maestros disponibles para reemplazar a aquellos que se retiraban o fallecían, y el número total de maestros a menudo se reducía a cifras de un solo dígito.

Las razones detrás de esta problemática se encontraban en los rigurosos estándares establecidos por los evaluadores, la discriminación basada en la casta y el favoritismo hacia los parientes. Para un artesano, resultaba más rentable permanecer como jornalero que intentar ascender dentro del gremio, ya que buscar trabajo en diversas áreas resultaba más costeable que especializarse en un solo oficio bajo las restrictivas condiciones impuestas por los gremios.

Una estrategia para que un artesano pudiera salir adelante sin depender del respaldo del gremio era asociarse con un comerciante que financiara su taller y tienda. Aunque solo fuera un socio, esta asociación proporcionaba al artesano una forma de ganarse la vida con sus habilidades. Este modelo de competencia libre fue promovido por las reformas borbónicas en el siglo XVIII en detrimento de los gremios. Sin embargo, la realidad era que la mayoría de los artesanos y maestros enfrentaban la pobreza y la falta de empleo.

Los mercados y los tianguis eran espacios donde se violaban todas las normas comerciales, especialmente porque estaban operados en su mayoría por indígenas. Estos lugares permitían que cualquiera pudiera acceder a mercancías de bajo costo y calidad, superando a menudo a las tiendas convencionales. Además, los artesanos y jornaleros podían vender directamente sus productos a los clientes, eludiendo las regulaciones impuestas por los gremios.

En este contexto, la vida durante el periodo virreinal resultaba incierta, ya que no existían garantías de empleo digno. Sobre todo, carecían de condiciones para mejorar su nivel de vida, dejándoles solo la opción de intentar sobrevivir en la sociedad.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: R. Douglas Coupe. Los ámbitos laborales urbanos, del libro Historia de la vida cotidiana en México vol. II. La ciudad barroca.

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Imagen: Joaquin Antonio de Basarás. Ilustracion de su obra «Origen, costumbres y estado presente de mexicanos y filipinos», 1763.

La separación de colonos europeos y los indígenas.

El contacto y el proceso de colonización de los europeos dejaron muchas preguntas sobre los indígenas y su morfología, comenzando por el color de piel, que generalmente era moreno con diferentes tonalidades, sin llegar a los tonos oscuros de los africanos. Inicialmente, se planteó la teoría de la exposición solar debido a la poca ropa que llevaban, pero esta fue desechada rápidamente. Esto hizo que fueran percibidos como más «aceptables» y con menos carga negativa que los africanos.

Otra característica que evaluaron de los indígenas fue su civilidad, la cual provenía de núcleos como Mesoamérica y los Andes, con su respectiva zona de influencia como límites de su influencia. En este punto, los ingleses envidiaban a los españoles por haber tenido que conquistar ambas zonas, mientras ellos tuvieron que lidiar con los belicosos pueblos de la Costa Este. Llegaron a reconocer el trabajo «civilizador» de los españoles, aunque matizaron al criticar su tiranía.

En cuanto a la forma en que se relacionaron con los indígenas, observamos sus raíces en su desarrollo durante la Edad Media. En el caso español, durante siete siglos se habían establecido relaciones cordiales con la población musulmana, llegando a ser cotidianas e incluso adoptando muchas costumbres árabes por su mayor refinamiento. Sin embargo, siempre existió la barrera religiosa que limitaba las relaciones. Todo esto comenzó a cambiar a partir del siglo XV cuando los reinos de Castilla y Aragón infligieron derrotas contundentes a los reinos islámicos. La promesa de la Reconquista se cumplió, y ya no era necesaria la tolerancia hacia las comunidades musulmanas y judías que vivían en sus poblaciones, resurgiendo el sentimiento de «superioridad» que siempre estuvo presente.

En el caso inglés, siempre se identificaron como parte de un supremacismo anglosajón frente a los bárbaros gaélicos, como los irlandeses, cuya forma de vida siempre consideraron «miserable» e «irracional». Siempre asignaron a lo irlandés toda la carga negativa sobre lo malo de la sociedad, y esto se intensificó durante la separación de la Iglesia católica. Incluso llegaron a comparar a los indígenas con los irlandeses.

Con los ingleses siempre existió una tendencia hacia la segregación, como se revela en los Estatutos de Kilkenny de 1366, cuando prohibieron los matrimonios con irlandeses y la convivencia de ambas comunidades por el temor de que se «cayeran en las degeneradas costumbres irlandesas». Estas conductas se replicaron durante la fundación de la colonia de Virginia con la construcción de palizadas para protegerse tanto de los ataques como del «pecado». Este pensamiento tenía una fuerte influencia bíblica basada en las disposiciones hacia los hijos de Abraham de no relacionarse con paganos. Además, la alta devoción religiosa de muchos colonos, como los puritanos, hizo que les resultara impensable entablar parentesco con los indígenas.

Esto condujo a que las uniones mixtas fueran muy reducidas, como en el caso de Nueva Inglaterra, donde hasta antes de 1676 no hubo registro de ninguna. Sin embargo, fue diferente en el caso de Virginia, donde hubo menos mujeres. Aunque tampoco hay registros de estos matrimonios, la prohibición de relaciones angloíndias de 1691 revela que existieron, aunque en un número muy reducido. Más tarde, el historiador Robert Beverly lamentaría que no fueran más, ya que podrían haber evitado las guerras.

Desde la llegada de Colón a las islas del Caribe, la corona incentivó la existencia de matrimonios mixtos como medio incluso de pacificación de las regiones conquistadas. Era muy común que los expedicionarios tomaran como esposas o concubinas a varias indígenas, y si pertenecían a la nobleza, era aún mejor. Con el tiempo, esto crearía problemas dentro de la administración española debido al sistema que asignaba derechos diferentes a los indígenas y a los españoles. Dado que los mestizos se encontraban entre ambos círculos, si nacían de matrimonios formales podían considerarse criollos. Sin embargo, si estaban en la bastardía o eran rechazados por ambas sociedades, se generaban serios problemas identitarios.

Uno de los casos de éxito fue el de Paraguay, donde la necesidad de los españoles de establecer un punto de comunicación entre Buenos Aires y el Perú, junto con el interés de los guaraníes de tenerlos como aliados, hizo posible fundar Asunción hacia 1537 con pocos colonos, estableciendo así una sociedad mestiza.

Si bien los españoles intentaron mantener a colonos e indígenas separados, ya sea para evitar abusos, respetar los derechos o prebendas, e incluso para intentar convertir a los indígenas en cristianos ejemplares, las dinámicas económicas de ambas comunidades hicieron imposible mantener este aislamiento, dando lugar a un lento proceso de mestizaje tanto biológico como cultural, especialmente porque los indígenas seguían siendo útiles a los españoles como servidumbre en las ciudades. Hubo un intento de acelerar la asimilación mediante un edicto de 1550 que obligaba a los frailes a enseñar español a los indígenas, pero encontraron resistencia tanto entre los indígenas como incluso entre los mismos religiosos, quienes ignoraron la orden. Debido a esto, Felipe II tuvo que decretar en 1578 que los misioneros debían aprender algún idioma indígena para poder predicar. Las relaciones entre indígenas y españoles resultaron en intercambios lingüísticos que dieron origen a los dialectos del español.

En el caso de los ingleses, no hubo manera de que los indígenas se integraran dentro del mundo colonial, ya sea debido a su propia resistencia a someterse a las necesidades de los colonos o al miedo de estos últimos. Las tribus se fueron asimilando a medida que los colonos demostraron su supremacía. Solo los sectores más pobres de las colonias vieron en los indígenas una forma de salir de su miseria.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: John Elliot. Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830).

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Imagen: Sidney King. John Smith comerciando con los indígenas, siglo XX.

El gobierno virreinal frente a la caída demográfica de los indígenas de Baja California.

La presencia española en América tuvo como su principal agente para garantizar su permanencia no a las armas ni a su «voluntarismo civilizador», sino a un factor que no podían controlar y que también les causó serios problemas: las enfermedades pandémicas. Estas enfermedades, desarrolladas en el contexto del «Viejo Mundo», hicieron que a los nativos americanos les resultara imposible adquirir las defensas que los colonos europeos tenían hacia ellas. Resultaba evidente cómo, poco después de establecerse misioneros o poblaciones españolas en diversas regiones, el número de habitantes descendía de manera crítica, generando así un grave problema demográfico. Aunque esto acababa con las resistencias a la presencia española y facilitaba la colonización, también planteaba la dificultad de no contar con la mano de obra a la que estaban acostumbrados para prosperar.

Este fenómeno se reflejó en el avance de la conquista hacia el noroeste, en dirección a los territorios de Sonora y las Californias. Allí, fue imposible penetrar mediante el uso de la fuerza debido a la resistencia indígena. Los jesuitas, convencidos de que ofrecer las bondades del cristianismo y la civilización europea podría lograr lo que los colonos no habían conseguido, se embarcaron en esta empresa con consecuencias desastrosas.

Desde finales del siglo XVI, los indígenas del noroeste entraron en contacto con los españoles a través de expediciones de conquista, misioneros voluntariosos, indígenas cristianizados y, en el caso de Baja California, piratas anglosajones que fondeaban en las costas para asaltar las naves españolas. Todos estos encuentros provocaron, con el tiempo, la proliferación de diversos brotes epidémicos que afectaron a las tribus nómadas.

La cultura chamánica de estos grupos se vio superada por la virulencia y mortandad de las enfermedades. Sin embargo, al asociar estas epidemias con la presencia de los europeos, lograron preservar su prestigio y atribuyeron la culpa a los misioneros. Estos últimos también tuvieron que lidiar con los enfermos de su feligresía, y los limitados alcances de la medicina europea hicieron que solo pudieran brindar cuidados paliativos para asegurar un final digno.

Los primeros brotes se dieron en los principales establecimientos españoles en la región, como Chametla y Culiacán, donde según los informes, casi extinguieron a la población indígena. Esta tendencia continuó con la llegada de los jesuitas, quienes establecieron sus misiones en la Pimería y California, fundando la misión de Nuestra Señora de Loreto en 1697.

En ese entonces se creía que los «californios» poseían inmunidad frente a las enfermedades, pero esto se debe a que los contactos eran esporádicos, como se demostraría con el avance de los jesuitas por la península y el aumento de fallecimientos en las cercanías de los territorios de las misiones, mientras que las tribus que permanecían alejadas se mantenían sanas. Lo que no se anticipó es que el sistema de «reducción» de las misiones, donde se congregaban diferentes tribus de una región para vivir en pueblos, era el principal agente de contagio de las enfermedades. En ese momento, la única explicación para su aparición era la voluntad divina, y nunca se consideró que las condiciones de hacinamiento fueran la causa, y que aquellos que seguían siendo trashumantes lograban salvarse de su contagio.

Aunque no hay registros que nos permitan saber cuáles fueron los brotes que afectaron a las diferentes regiones, todo indica que en Baja California la enfermedad que arraigó más en la población fue la sífilis, provocando no solo la muerte de los indígenas, sino también la esterilidad de los sobrevivientes.

Las estimaciones de los investigadores indican que la población de la península en 1697 debió haber alcanzado cerca de 41,500 habitantes. Estos números se redujeron alarmantemente en un 83% hacia 1768 con la expulsión de los jesuitas, quedando solamente 7,149 habitantes. Esto evidencia que en pequeñas poblaciones indígenas, como históricamente ha sido el caso de Baja California debido a sus condiciones agrestes, era más probable que se extinguieran que que sobrevivieran.

Esto contrasta con el caso de los vecinos Sonora y Sinaloa, donde, a pesar de que los indígenas también fueron víctimas de las epidemias, al tener una población más numerosa lograron amortiguar la mortalidad. Para mediados del siglo XVIII, empezaron a mostrar una tendencia hacia la recuperación gracias a la adaptación genética a las enfermedades. Sin embargo, esto no ocurrió con los indígenas californios, que nunca se recuperaron y mantuvieron números poblacionales marginales hasta su desaparición e integración a la población mestiza en el siglo XIX (con excepción del norte).

Una vez desalojados los jesuitas de las misiones, su lugar sería ocupado brevemente por los franciscanos del colegio de San Fernando, siendo reemplazados por los dominicos hacia 1773. Aunque los dominicos llegaron a informar de una ligera recuperación demográfica entre los indígenas, esto se debía a que ya estaban incluyendo en los censos a las misiones del norte de la península que aún no habían sido evangelizadas.

La situación en la península era catastrófica, ya que las enfermedades habían afectado especialmente a la población femenina, dejándolas muy débiles para concebir y con la posibilidad de contagiar a sus hijos durante el parto. Esto se agravó aún más con la prohibición de las relaciones polígamas tradicionales en las sociedades indígenas, lo que impedía que los hombres buscaran mujeres aptas para concebir. Para 1771, en tan solo tres años después del último censo, la población se redujo nuevamente a 5,094 habitantes distribuidos en 13 pueblos de misión. Esta situación provocó, por un lado, el ataque del clero secular para promover la desamortización de las misiones, así como la preocupación del gobierno al no saber qué hacer. Mientras tanto, los indígenas se resignaron y se dedicaron a la vida religiosa con la esperanza de que las oraciones los salvaran de la muerte.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Francisco Altable. Humanitarismo, redención y ciencia médica en Nueva España. El expediente de salud pública para frenar la extinción de los indios en la Baja California (1797-1805), de la revista Secuencia, núm. 80.

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Imagen: Ignaz Tirsch. Colono y mujer california, 1762-1767. 

El problema de trabajo en la Nueva España.

Resultaba paradójico que en el que fuera uno de los reinos más ricos de la monarquía hispánica hubiese un alto nivel de desempleo, sobre todo porque en los testimonios de la época se quejan de la falta de trabajadores dentro de las diferentes ocupaciones disponibles, mientras en las calles había una cantidad de gente desempleada quienes pasaban su tiempo en la vagancia y el ocio. Una de las respuestas que tenemos a esto es por la permanente posición desigualdad social, donde tanto los peninsulares como los criollos tenían asegurado el ocupar los mejores empleos, mientras a los mestizos, indígenas y afrodescendientes les tocaban los trabajados de más esfuerzo, con un alto grado de peligro y mal pagados, provocando con ello un círculo vicioso para las clases bajas donde se obligaban a contraer deuda para poder sobrevivir y todos sus ingresos se iban en pagarla. De ahí la razón del éxito del sistema de los obrajes donde reducían a los trabajadores libres en situaciones de esclavitud, la única salida habida para intentar salir de la miseria era el migrar a alguno de los reales de minas como Zacatecas para trabajar en la extracción, ya que sus sueldos eran mucho más altos que el de los oficios en las ciudades.

Aun con este panorama en contra, los plebeyos disponían de recursos tanto para escapar de los cobradores como de la justicia, siendo muy común que las familias cambiasen su domicilio continuamente, pero una de las principales salidas era sin duda el comercio ambulante, donde con un pequeño capital compraban algo de mercancía para revenderla y con ello podían empezar a ganar dinero autoempleándose. Si bien el comercio fue una salida usual donde las familias podían usarla para mejorar su situación económica, algunos de ellos solo la usaban de forma estacional aprovechando las fiestas religiosas para dedicarse a ello, siendo la fiesta de Todos los Santos cuando las plazas se abarrotaban de comerciantes. Otras fuentes de ingresos informales tenemos los autocultivos para el caso de las ciudades pequeñas donde sus pobladores tenían su parcela para poder cultivar lo que consumían, así como se valían de las redes familiares o vecinales para poder apoyarse financieramente en los momentos de necesidad, y sin duda estaban la presencia del robo y la mendicidad, cuyo riesgo y suerte la hacia un medio muy inestable para vivir.

Estas formas de salida encontradas por los plebeyos ayudarían a cimentar las ideas clasistas por parte de los patrones, ya que al preferir la independencia individual que el encontrar un trabajo fijo solo les inculcaría una visión negativa al considerarlos como buscadores del ocio e ignorantes, razones por las cuales pensaban era necesario obligarlos a trabajar y los obrajes era la forma para poder obtener mano de obra. Ninguno de ellos fue empático al encontrar como la verdadera razón del problema del desempleo eran los bajos ingresos para los trabajadores, la muestra de ello la encontramos en Zacatecas, donde con el paso del tiempo se fue reduciendo la necesidad de mantener mano de esclava para contratar trabajadores libres de quienes siempre había personas dispuestas a ir a las minas. En promedio, el minero ganaba entre 5 y 8 pesos al mes, de los cuales labores como el de los barreteros ganaban un bono extra por el riesgo del trabajo y todos tenían garantizado obtener “el partido”, el cual se trataba de una parte del mineral que encontraban podían quedárselo, es así que en las regiones mineras fue naciendo una pequeña aristocracia laboral para finales de siglo XVIII que daría pie al nacimiento de la clase media.

Pero la realidad fue que pocas actividades eran capaces de generar los ingresos que traían consigo la minería, por lo que el patrón tampoco podía comprometerse a elevar salarios si no podían obtener grandes márgenes de ingresos al tener que pagar desde impuestos y un elevado coste de transporte de sus productos. Una muestra la tenemos en el caso de Puebla de finales de siglo XVI y principios de siglo XVII, periodo donde viviría un breve tiempo de bonanza al convertirse en un importante productor agrícola y ganadero, pero con el arribo de los centros productores del Bajio y en Guadalajara empezaría a perder presencia en los mercados internos del virreinato. A esto hay que añadir la existencia de un marco institucional nada favorable para el incentivo de la generación de empresas, donde las autoridades virreinales actuaban de manera caprichosa para cobrarle a los patrones por gastos que inventaban o simplemente buscaban su soborno, por lo que la única forma donde la clase patronal podía rebajar los gastos de producción era el endosar sobre los salarios de los trabajadores lo que perdían fuera.

Era demasiada la demanda de trabajo en las ciudades y pocas las personas que se atreviesen a tomarlos, las únicas personas que buscaban esa clase de empleos eran los convictos, esclavos y peones endeudados, quienes tenían la esperanza de encontrar a un empleador que los tomase como una mano de obra fija y con ello asegurarse una fuente estable de ingresos, pero aun así ellos no fueron suficientes para cubrir las necesidades de las ciudades. La empresa novohispana era de muy reducidas dimensiones, siendo prácticamente de tipo familiar donde el patrón y el empleado llevaban un trato muy estrecho donde se llegaba a mezclar tanto la vida laboral con la privada, incluso sistemas más grandes como los obrajes solían tener una planta fija de entre 40 y 50 trabajadores. Esta clase de relaciones aumentaba en el sector artesanal, ya que cuando un maestro artesano aceptaba a un aprendiz era como si lo adoptase y formaba parte de su familia, ocupándose de sus gastos de manutención, con ello tanto el maestro como el patrón ocupaban un papel social equiparable a la figura del padre y el trabajador se convertía en un eterno menor de edad al cual hay que disciplinarlo y guiarlo para que logren mantener sus empleos.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: R. Douglas Coupe. Los ámbitos laborales urbanos, del libro Historia de la vida cotidiana en México vol. II. La ciudad barroca.

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Imagen: Códice Osuna, pág. 258.

CUÉNTAME A VENEZUELA Capitulo 1. Parte 7

¿CÓMO ERA CARACAS?

¿Qué era esa ciudad? ¿Cómo eran esos hombres y cómo era esa situación? Era una sociedad que giraba en torno de lo que pudiéramos llamar los principios y los modelos de la vida española. España trató de establecer en América sus modelos de vida, sus estructuras, sus instituciones, los cabildos como existían en las ciudades españolas, las funciones religiosas y políticas personificadas por el Obispo y por el Gobernador, las Audiencias que estaban encargadas de la administración de la Justicia, en fin, una estructura jurídica a la española pero en una sociedad que en gran parte estaba compuesta por la presencia del indio y del negro, del mestizo; una sociedad en que había otras culturas, porque el indio tenía su vieja cultura que no desaparecía ni iba a desaparecer por el mero hecho de un bautismo apresurado, y el negro tenía también la suya propia que aportó. De modo que se establece una sociedad sui generis con la presencia de estas tres culturas y con la tentativa de trasplantar a un ambiente nuevo un modelo que correspondía a lo que se había producido en la Castilla de la Edad Media.

Esa sociedad comprendía, en primer lugar, una estructura política y administrativa que estaba encabezada por el Gobernador y Capitán General, el hombre que tenía la autoridad civil y la autoridad militar sobre la Gobernación. Este Gobernador y los principales funcionarios eran generalmente españoles, muy rara vez y muy tardíamente algún criollo pudo acceder en alguna parte de América a una función de esta clase. Luego venían los propietarios de tierras, las gentes que se habían establecido que eran en gran parte conquistadores o descendientes de conquistadores y que constituían, por así decirlo, el núcleo directivo y principal de la sociedad.

EL REPARTIMIENTO Y LA ENCOMIENDA

¿Qué tenían estos hombres y qué habían adquirido? La Corona española una vez terminada la Conquista, comenzó a realizar una especie de obra de asentamiento y de estructuración social. Lo primero que hizo fue repartir tierras, esto se llamaba “mercedes de tierra”. A estos conquistadores, según su importancia, según sus obras, se les daba tierra, un pedazo de tierra generalmente muy grande, medida en leguas, para que establecieran allí plantaciones agrícolas. También surgió una institución que se llamó la “encomienda”, que no tiene nada que ver con la propiedad de la tierra. La encomienda consistía simplemente, como su nombre lo dice, en encomendarle a un conquistador, a un español establecido, la dirección de un grupo de indígenas que quedaban sometidos a él, dirigidos por él, en una especie de dependencia espiritual y física. El los dirigía, estaba obligado a enseñarles la religión cristiana y, por lo tanto, era el jefe de estos hombres a los cuales utilizaba tanto en labores en el campo como en el servicio doméstico. Esto constituía la encomien- da. La encomienda, que podía encomendar diez o doce indios o centenares de ellos, según la importancia, y las mercedes de tierra, que podían consistir en pocas o muchas hectáreas, fueron la base de la sociedad que era básicamente una sociedad que vivía de la explotación de la tierra con el trabajo del indio y luego con el del negro.

LA CARACAS DE 25 MANZANAS

En cuanto a la ciudad misma era pequeña y pobre. Juan de Pimentel mandó pronto un informe a la Corona española un pequeño plano en el que describe la cuadriculada disposición de aquella pequeña ciudad que tenía 25 manzanas, y una pequeña plaza, en la central, que era la Plaza Mayor, en torno a la cual estaban los ranchos que servían de Casa de Gobierno, de Iglesia y de Cabildo. Era una vida estrecha, restringida y muy pobre.

LA SOCIEDAD DIVIDIDA

Esa sociedad se dividía en castas muy cerradas. Arriba estaban los españoles peninsulares que ejercían las funciones de gobierno y el Obispado, luego seguían los conquistadores y descendientes de conquistadores, que eran los propietarios de tierras y encomiendas, con el trabajo de los indígenas y de los negros, luego estaban los mestizos y por último, al final de la escala estaba el negro esclavo. Tal era la estructura que se estableció desde el primer momento y que prácticamente se mantuvo incambiada hasta el fin del período colonial.

La pobreza era enorme en ese comienzo y se mantuvo por mucho tiempo. No se encontró oro, la producción agrícola era escasa, producían maíz con las técnicas indígenas, producían cacao con las técnicas indígenas, introdujeron el trigo, algún ganado; llegaban al año uno o dos barcos de España y era todo el contacto que había con el mundo exterior.

EL PRIMER BOLIVAR DE NUESTRA HISTORIA

El año de 1590, el Cabildo de Caracas frente a la extrema miseria en que estaban, resuelve mandar a España a un delegado que lleve una petición de ayuda y de socorro al rey Felipe II. Y escogen para esto a un vecino reciente que había llegado poco tiempo antes a la ciudad, viniendo de Santo Domingo, y que era español de origen vascongado. Este delegado, este procurador como decían ellos, se llama Simón de Bolívar; es el fundador del apellido Bolívar en Venezuela y el más remoto antepasado del Libertador que llegó a tierra venezolana.

Simón de Bolívar va con un largo petitorio ante el rey, que es simplemente un retrato de la miseria extrema. No había moneda, los pagos se hacían o en pedacitos de oro o en perlas, había un comercio mínimo, la producción era muy escasa, no había contacto con el exterior, les agobiaban los impuestos. El va a suplicar que el rey remedie esta situación y que les dé ayudas y mercedes. Esta misión tiene un éxito relativo. Simón de Bolívar logra que Felipe II le conceda algunas mercedes, algunos alivios a la pobrísima Provincia donde se había buscado infructuosamente El Dorado y donde la riqueza de las perlas había terminado. Cuando termina el siglo XVI y regresa Simón de Bolívar con el resultado escaso de su misión, podemos decir que está establecida la sociedad colonial venezolana, que está estructurada en ese régimen cerrado de castas y que la caracterizan algunos rasgos fundamentales: el atraso, la pobreza y el aislamiento. Es así como se va a ir madurando el alma venezolana y es así como va a ir creciendo la raíz de una nación que más tarde va a llegar a ser ésta que hoy tenemos.

ORIGEN DE LA POBLACION NEGRA

El tráfico negrero tiene su origen en la exportación de esclavos de la costa occidental de África por la Corona de Portugal hacia dicho país en 1441. Esta práctica se extendió a tierras americanas en el siglo XVI, durante el proceso de Conquista y Colonización.

La presencia de diversas etnias africanas -negros jelofes de Senegal, de Gambia, mandingas, congos, zapes, loangos, fundamentalmente- en América obedeció a la necesidad de mano de obra para realizar trabajos que iban desde el doméstico hasta el agrícola, pasando por el minero.

La Corona española habilitó los puertos de Veracruz, La Habana, Santo Domingo, Portobelo, Cartagena de Indias y La Guaira como centros de recepción y distribución de esclavos. En Venezuela, para 1764, fue la Compañía Guipuzcoana quien ejerció este tráfico a través de compañías inglesas, entre ellas la Wenland Brothers, aun cuando holandeses, franceses y portugueses también se dedicaron a este comercio.

Si bien fue en el siglo XVI cuando se inició la trata de negros en América, en el siglo XVIII es cuando alcanzó su máximo auge.

GUAICAIPURO

Guaicaipuro, como Naiguatá, Tiuna, Uripatá, Chacao, entre otros, perteneció al grupo de jefes caribes que opuso una bravía resistencia a la penetración española en sus territorios. Se erigió en uno de los más destacados jefes al agrupar en torno a él las tribus de los Caracas, Teques, Araguas, Maracayes, Chaimas y Mariches.

De esta forma logró derrotar a Juan Rodríguez Suárez -fundador de Mérida-, Narváez y Francisco Fajardo, pero fracasa en los intentos por tomar la recién fundada ciudad de Santiago de León de Caracas (1567).

La constante amenaza que constituía Guaicaipuro para la presencia española en territorio caribe lleva a las autoridades españolas a seguirle juicio por sus “rebeldías y muertes”; fue condenado a prisión, pero no tuvo lugar la sentencia, ya que murió en 1568, tras el alevoso incendio de su choza.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura

FUENTE: USLAR PIETRI Arturo. “Cuéntame a Venezuela”. Editorial Lisbona, S.
A. Caracas,
Venezuela, 1981.
REVISIÓN Y RECOPILACIÓN: Rubén Alvarado. 2023.

Imagen:

  • Izquierda: Anónimo. Nuestra Señora de Caracas, siglo XVII.
  • Derecha: Antiguo escudo de Caracas.

El trabajo en la sociedad novohispana.

Las urbes novohispanas fueron a lo largo del tiempo en los principales receptáculos de la influencia española al ser donde vivían tanto los peninsulares como los criollos, pero la Ciudad de México era la que concentraba a la mayor parte de la población, se estima que hacia 1570 había en el virreinato cerca de 60,000 españoles de los cuales el 30% vivía en la capital. Pero esto no los convertía en poblaciones exclusivamente europeas, ya que conforme pasaba el tiempo los “pueblos de indios” atravesaron por una decadencia constantes debido a las epidemias y a las limitantes del orden comunal, por lo que fue muy común la migración de indígenas a las ciudades para poder buscar más ingresos, siendo este el verdadero motor del mestizaje. Las ciudades requerían de una base trabajadora para poder sostener tanto sus actividades constructivas como para ocupar los diferentes puestos de servidumbre, dando lugar a la llegada de trabajadores libres, esclavos africanos y también trabajadores llegados como parte del tributo de las comunidades, quienes además de aportar alimentos mandaban fuerza laboral como pago.

El requerimiento de mano de obra del gobierno virreinal para con las comunidades indígenas constaba de llevar entre el 2 y el 10% de la población masculina a trabajar durante cierto tiempo tanto en las ciudades, fincas y minas españolas durante cierto tiempo y de forma rotativa, pero la continua debacle demográfica de los indígenas, la propensión de los capataces hacia la violencia y la alta demanda de trabajo que el tributo no podía cubrir hizo que la Corona decidiese promover el trabajo libre aboliendo el trabajo como tributo en una cedula real en 1632, con excepción del trabajo en las minas. Tres eran los núcleos donde perduro el trabajo como tributo para las comunidades, Zacatecas y Taxco los necesitaban para poder cubrir las plantillas de trabajadores tanto en las minas como en el proceso de purificación de la plata con el azogue, pero la capital era una de las que más requería mano de obra para realizar obras tanto de desagüe, limpieza y la construcción de obras de infraestructura, se estima que para 1570 la ciudad requirió de 600 trabajadores indígenas al mes como base para mantenerla.

La presencia de esclavos africanos para llevar a cabo estas labores también fue insuficiente para poder mantener el motor económico virreinal, fue en el periodo de 1570 hasta 1650 cuando se hicieron las mayores importaciones de esclavos para tratar de suplir la necesidad de depender del trabajo indígena, aunque en opinión de diferentes testimonios de la época, los esclavos africanos eran considerados ineficientes en muchas labores y era preferible contar con indígenas, pero esto no evito que las familias acaudaladas desistiesen de tenerlos. Los esclavos solo llegaron a abarcar la quinta parte de la fuerza de trabajo en las minas, mientras en las ciudades ocupaban los puestos como sirvientes domésticos, artesanos, vendedores, entre otros trabajos que competían con los trabajadores libres. Las haciendas se convirtieron en un principal receptáculo de trabajo esclavo llegando a reemplazar en algunos casos la necesidad de contratar indígenas, principalmente para labores donde se requería un mayor desgaste físico o también ocupando el papel de capataces.

Tanto los obrajes como las haciendas fueron figuras muy controvertidas en la sociedad novohispana, ya que a pesar de la existencia de leyes donde protegían a los peones del abuso de los hacendados, esto no impedía que en muchas ocasiones abusasen con la creación de contratos donde se facilitase su endeudamiento y con ello pudiesen disponer de ellos, esto se daba más en los obrajes urbanos quienes llegaban a aprisionar a sus trabajadores como pasaba en Puebla y Tlaxcala de donde se supo llegaban a tener hasta 100 trabajadores encerrados. Una de las claves para que sucediese el abuso patronal se daba por la contratación de convictos, por lo que había una gran diversidad en su plantilla entre españoles pobres, mestizos, indígenas y complementados con esclavos africanos, de quienes era común se les obligase a trabajar de forma extenuante, sin días para su descanso y manteniéndolos en condiciones miserables, sumado a que eran susceptibles a recibir castigos físicos.

Los rígidos escalones sociales impuestos por el gobierno virreinal les aseguraban a los españoles y criollos los mejores puestos de trabajo, mientras mestizos, indígenas y afrodescendientes estaban condenados a realizar trabajos de baja categoría con muy pocas oportunidades para mejorar sus condiciones al nivel de los europeos. Dentro de la demanda laboral, el artesano era el mejor pagado con 6 reales al día, seguido por los albañiles con 3 reales y en lo más bajo estaban los tenderos, panaderos y trabajadores de los obrajes, por lo regular el sueldo mínimo rondaba los 2.5 reales. Lo poco que ganaban no bastaba para cubrir las necesidades básicas, provocando con ello que los trabajadores solicitasen préstamos a sus patrones para poder comer y esto creaba un círculo vicioso donde el salario se iba para pagarle al patrón, por lo que la única alternativa para escapar de estos problemas era convertirse en trabajadores libres.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: R. Douglas Coupe. Los ámbitos laborales urbanos, del libro Historia de la vida cotidiana en México vol. II. La ciudad barroca.

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Para saber más: https://www.arthii.com/las-haciendas-pueblos-villas-y-ciudades-del-siglo-xvii/

Imagen: 

  • Izquierda: Anónimo. De indio y cambuja nace sambahija, siglo XVIII.
  • Derecha: Carlos Julião: Mineração de diamantes, Minas Gerais, Brasil, cerca de 1770.

La llegada de los holandeses al Caribe.

El entorno del Caribe fue muy complejo durante los 300 años del periodo colonial, ya que como España no tenía la suficiente población para ocupar todas las islas, la despoblación indígena producto de las epidemias y la guerra, así como la escases de productos que pudieran dar riquezas rápidas hicieron que el dominio español solo se concentrase en las principales islas como Cuba, Puerto Rico, La Española y Jamaica (esta última pasó por un periodo de decadencia y termino siendo arrebatadas por los ingleses en el siglo XVII), quedando el resto de las islas desocupadas. Esto le dio entrada a la llegada de las otras naciones europeas que vieron en estas islas menores lugares importantes tanto para el cultivo de caña de azúcar y como sitios para salvaguardar su flota corsaria para acosar a las posesiones españolas, haciendo acto de presencia Francia al oeste de La Española (actual Haití), Inglaterra ocupando las islas Bermudas, Barbados, Antigua y Barbuda, Bahamas y Caimán, asi como hizo su aparición una joven nación que acababa de independizarse, los Países Bajos.

La región de Flandes estaba constituida por diferentes estados dependientes del Ducado de Borgoña como parte del patrimonio de la dinastía francesa de Valois, este entra en crisis en la segunda mitad del siglo XV debido a la muerte del duque Carlos, quien no dejo heredero varón y todo fue legado a su hija María, quien para evitar que su patrimonio fuese a parar a manos del rey de Francia se casa con el archiduque de Austria Maximiliano de Habsburgo, teniendo como hijo a Felipe el Hermoso quien se termina casando con la princesa Juana de Castilla. Con el nacimiento de Carlos I de Castilla, los territorios de Flandes quedan integrados como patrimonio de la corona castellana, por lo que cuando gobernaba los flamencos vivieron un periodo de alta autonomía, pero a la llegada de Felipe II al trono, coincide con el periodo donde buena parte de los flamencos abandonan el catolicismo para adoptar las iglesias cismáticas como el calvinismo, lo cual iba en contra de la línea dura intolerante, empezando a tratar de centralizar el poder y a perseguir a los protestantes. Los rebeldes encuentran en el liderazgo del príncipe Guillermo de Orange a su principal soporte para legitimar la lucha e inician una guerra que dura cerca de 80 años hasta alcanzar su independencia en 1648 denominándose las Provincias Unidas de los Países Bajos.

A lo largo del periodo de guerra, los holandeses (gentilicio dado por la centralización del poder entorno al condado de Holanda dentro de los Países Bajos) iniciaron una serie de acciones subversivas para tratar de minar el poder de los Habsburgo, donde debido a su espíritu mercante sus navegantes se integran a la carrera colonialista estableciendo sus primeras factorías en África y en Asia, ya sea entablando relaciones con pueblos autóctonos o arrebatándoselas a los portugueses. Uno de los aciertos que tuvo el gobierno holandés fue el establecer la libertad religiosa, dándole oportunidad a la llegada de judíos sefarditas que iban huyendo de las políticas persecutorias en España y Portugal, ya que muchos de ellos habían participado en el establecimiento de las primeras redes comerciales de ambos reinos, se convierten en actores fundamentales para la consolidación del poder naval de las compañías holandesas al conocer de primera mano los territorios por donde se podían establecer.

El norte de Sudamérica está constituido por la región de la Guayana y que tiene como ejes tanto el Mar Caribe como el rio Orinoco, la cual estaba poblada por diferentes tribus seminómadas caribes quienes mantenían sus acciones hasta las Antillas Menores, pero su posición marina facilito la llegada de los españoles quienes se establecieron en las costas para explotar la sal y recolectar perlas. Debido a que los caribes se mantuvieron rebeldes y por su estilo de vida eran considerados “barbaros”, se dieron las condiciones para que la corona diera su autorización para capturarlos como esclavos, con ello los colonos de la naciente Venezuela tendrían garantizada la mano de obra para explotar los recursos de la región, por lo que indígenas y esclavos fugados se fueron estableciendo tanto al interior de la selva como en las islas que quedaron desocupadas como Aruba, Bonaire, Curazao, Tortuga, entre otras donde le dieron su apoyo a las incursiones piratas.

A diferencia de lo ocurrido en los reinos de Castilla y Aragón, la relación del reino de Portugal con los judíos fue menos áspera debido a que facilitaron su permanencia con su conversión al catolicismo, naciendo con ello una comunidad que mantenían en secreto su fe, por lo que muchos de ellos se integran a los esfuerzos de colonización de los portugueses como de los españoles después de la Unión Dinástica, razón por la cual muchos de los acusados por la Inquisición novohispana de judaizantes tengan por antecedente su procedencia portuguesa. Para finales del siglo XVI se dieron las condiciones para la entrada holandesa en el Caribe, ya que Felipe II los veta para que pudiesen comerciar en los puertos españoles y portugueses en 1598 y por lo tanto no podían adquirir sal, por lo que los marinos holandeses con el apoyo de los comerciantes judíos encuentran en los pueblos rebeldes indígenas y de exesclavos africanos de la Guayana y la península de la Guajira aliados valiosos para abastecer la demanda y que décadas después ayudarían al establecimiento de las colonias holandesa en Curazao y en Surinam.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Christian Cwik. Curazao y Riohacha: dos puertos caribeños en el marco del contrabando judío 1650-1750, del libro Ciudades portuarias en la Gran Cuenca del Caribe. 

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Para saber mas: https://www.arthii.com/el-control-de-las-migraciones-europeas-a-la-america-colonial/

Imagen:

  • Izquierda: Reinier Nooms. Antes de la batalla de Las Dunas, 1639.
  • Derecha: Herman Moll. Mapa de las Indias Occidentales, 1736.