La debacle final de López Portillo.

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El compromiso que significaba la nacionalización de la banca, anunciada el 1ro de septiembre de 1982 por José López Portillo, implicaba contener la fuga de capitales provocada por una crisis económica imposible de resolver debido a un cúmulo de problemas acumulados durante décadas. Esta decisión no era del agrado del presidente electo, Miguel de la Madrid, pero no podía atacar al presidente en funciones y tuvo que dar su apoyo a la medida.

El presidente de la Asociación de Banqueros, Víctor Manuel Herrera, estaba en contra de la medida y lanzó críticas precisas sobre sus alcances. Según su perspectiva, no se estaban resolviendo los problemas estructurales de la crisis, sino que solo se estaba comprando la deuda en dólares de la banca privada, lo que significaba que la crisis económica persistiría.

Tanto los partidos de izquierda como los satélites del PRI, el PSUM, e incluso los conservadores seguidores de la doctrina social de la Iglesia vieron esta medida como positiva y favorable para las clases populares. Por otro lado, el PAN y el sinarquista PDM adoptaron una postura en contra de la medida, acusando al gobierno de buscar chivos expiatorios para la crisis que habían provocado al querer implantar un «capitalismo monopólico del Estado».

A pesar de la resistencia de De la Madrid, la nacionalización de la banca ayudó a aminorar la resistencia de los sectores populares del PRI que no lo querían por ser partidario del neoliberalismo. Esto fortaleció el apoyo de las bases sindicalistas, obreras y del campesinado, quienes realizaron numerosas marchas de apoyo a la presidencia y al proyecto político, asegurando su continuidad para el sexenio entrante.

El divorcio con los banqueros y el gobierno era definitivo. El gremio y las asociaciones empresariales desplegaron su defensa en medios escritos, exponiendo la profesionalidad del sector y cómo estaban siendo usados como chivos expiatorios por el fracaso del gobierno. Además, llevaron a cabo acciones legales para tratar de ampararse ante la nacionalización, las cuales resultaron infructuosas debido al control de la presidencia sobre la Suprema Corte y la validez del decreto por ser causa de utilidad pública.

Tanto el oficialismo priista como los partidos de izquierda se dedicaron a despotricar contra los banqueros y la oposición por sus reclamos, considerándolos desproporcionados y viendo la medida como una acción moderada. Esta nacionalización fue valorada de forma positiva por los sectores medio-alto de la sociedad y los populares que estaban convencidos de la justificación de López Portillo.

En el contexto internacional y a pesar de la postura de los banqueros mexicanos, el sector financiero vio de forma positiva el decreto y negó las acusaciones de que el país estaba «en camino al socialismo». Esta medida reconocía la deuda con los acreedores externos al garantizarles el pago en dólares, por lo que el FMI interpretó que el gobierno solo intentaba tomar el control para evitar la bancarrota total de la banca nacional.

A partir del 6 de septiembre, después de un feriado de dos días hábiles, la nacionalización se implementó en la vida real. El gobierno logró evitar que los empresarios cumplieran su amenaza de entrar en paro nacional, aunque estos se mostraron inconformes por el cepo cambiario fijado en 70 pesos por dólar cuando en realidad valía 120. Esta medida ayudó a evitar la fuga de capitales y comenzó a generar más confianza por parte de los ahorradores.

El gobierno aclaró que se estaban expropiando las instituciones bancarias, no así los ahorros de los clientes, quienes tenían asegurado su patrimonio. Además, se trataba de asegurar que el Banco de México fuera la única institución capaz de proporcionar la demanda de dólares para los mexicanos, desmintiendo el mensaje alarmista de los exbanqueros.

Durante el proceso de transición del poder entre López Portillo y De la Madrid, se designó a Carlos Tello Macías como el gobernador del Banco de México. Una de las medidas que el gobierno entrante quería implementar era garantizar la autonomía de la institución bancaria con respecto al gobierno. Sin embargo, López Portillo no lo consideró prudente en ese momento y tampoco logró sacar adelante su propuesta de indemnización de pagos a los banqueros.

En estas circunstancias, se aprobó la Ley Orgánica del Banco de México, dejando a De la Madrid con poco margen para la renegociación de la deuda. Esto llevó a dividir a los organismos del Estado para atender las diferentes problemáticas económicas. Mientras la Secretaría de Hacienda, en manos de Jesús Silva-Herzog, se encargaba de la negociación con el FMI, el Banco de México se encargaría de restituir la confianza de los ahorradores, estimular el crecimiento económico bajando 13 puntos la tasa de interés y mitigar los efectos de la crisis.

Así, el país se mantuvo entre un gobierno saliente y uno entrante con dos visiones diferentes de actuar. La transición culminó el 1ro de diciembre cuando De la Madrid asumió plenamente la presidencia, trayendo consigo a los funcionarios neoliberales y deshaciéndose de los funcionarios del antiguo gobierno, como ocurrió con la destitución de Carlos Tello.

Miguel de la Madrid recibió un país en completa crisis. Mientras en 1981 el crecimiento económico estaba en un 7% con una inflación del 28%, para finales de 1982 se redujo a un raquítico 1% y una inflación del 100%. Además, se produjo una devaluación del peso de un 466%, pasando de 27 pesos por dólar a 148.5 pesos por dólar. Aunque la devaluación puede estimular la entrada de inversiones, en el contexto mexicano de principios de los 80 fue desastrosa, ya que ocurrió como consecuencia de la salida de capitales de los inversionistas y no como una medida del gobierno.

Esta situación redujo los ingresos nacionales a un 9%, afectando gravemente a la clase trabajadora, que no podía cubrir sus necesidades básicas con sus salarios. A pesar de medidas como los aumentos salariales, estos fueron insuficientes para contrarrestar la inflación, lo que llevó a un aumento del desempleo, alcanzando un 10%, equivalente a 2.4 millones de personas sin trabajo. La importación de bienes y servicios disminuyó en un 40%. Se estima que la salida de capitales fue del 7.2% del PIB y la especulación fomentó la salida de 6,000 millones de dólares. Por lo tanto, la implementación del modelo neoliberal tenía un gran reto por delante.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José Luis Ávila. La era neoliberal.  

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Imagen: S/D. Jose Lopez Portillo en la toma de posesion de Miguel de la Madrid. Diciembre de 1982.

La acentuación de la crisis de 1982.

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Las acciones implementadas en los últimos meses del gobierno de José López Portillo en un intento por salvar la economía del país resultaron desastrosas. Una de las medidas más destacadas fue la aparición de dos cotizaciones del dólar: una para pagar deudas y otra libre. Esta estrategia se diseñó para evitar que los inversionistas aprovecharan un posible cepo cambiario y así sacaran sus fondos del país en busca de mejores rendimientos. Sin embargo, esta decisión tuvo un impacto negativo en la economía, ya que el peso experimentó una devaluación considerable. En apenas diez días, el tipo de cambio pasó de 84 pesos por dólar, valorado el 6 de agosto, a alcanzar los 120 pesos por dólar el 16 de agosto.

A pesar de las promesas gubernamentales de facilitar el pago de impuestos mediante prórrogas hasta diciembre de ese año y la implementación de un límite al control de precios para ese mismo mes, el gobierno continuó aumentando los precios de los servicios que proporcionaba. Esta situación se enmarcó en el contexto de un país ya endeudado por 200,000 millones de dólares debido a los créditos contratados.

Una de las acciones que generaron controversia fue el rescate de la aerolínea Mexicana de Aviación. Para evitar su quiebra, el gobierno adquirió el 87% de sus acciones. Además, se llevó a cabo un rescate similar con los grupos Alfa y Monterrey por parte de BANOBRAS, lo que incrementó la deuda en 400 millones de dólares. Aunque estas acciones buscaban rescatar a empresarios y evitar mayores crisis económicas, no lograron generar reciprocidad. Por el contrario, muchos empresarios continuaron sacando capitales del país, lo que agravó aún más la situación económica.

Incluso el anuncio de la banca internacional de otorgar al gobierno mexicano una prórroga de 90 días para iniciar negociaciones sobre el pago de la deuda no logró aumentar la confianza de los inversores. El presidente López Portillo se vio obligado a reconocer el fracaso de sus medidas y su incorrecto diagnóstico para resolver la crisis económica. Esta situación fue heredada al gabinete entrante de Miguel de la Madrid, representado por Jesús Silva-Herzog y Ramón Aguirre, quienes asumirían las responsabilidades en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, así como en la Secretaría de Programación y Presupuesto, respectivamente.

Durante el primer semestre del año, la inflación alcanzó tasas entre el 80% y el 90%, anulando cualquier ventaja que pudiera haber ofrecido la devaluación de febrero a los inversionistas. Incluso la mejora en la balanza comercial no logró mitigar los efectos de la fuga de capitales, lo que afectó principalmente a los trabajadores al ver reducida su capacidad de compra.

El agotamiento de las reservas del Banco de México obligó a López Portillo a solicitar un crédito de 1,000 millones de dólares al gobierno de Estados Unidos. Sin embargo, aprovechando la situación apremiante y cobrando el apoyo brindado a los sandinistas de Nicaragua, Estados Unidos impuso condiciones de pago que incluían entregar mensualmente 110 millones de barriles de petróleo a un precio de 24 dólares cada uno, 10 dólares por debajo de los precios fijados por la OPEP.

Ante estas condiciones, López Portillo suspendió las negociaciones el 17 de agosto. Esta decisión resultó beneficiosa, ya que Estados Unidos era el principal acreedor de la deuda de otros países petroleros y no podía permitir que todos entraran en moratoria. Así, se iniciaron conversaciones para reprogramar los pagos de la deuda, evitando una crisis internacional en el sistema financiero que habría involucrado a los gobiernos y bancos privados.

El gobierno estadounidense aceptó otorgar a México un crédito por 1,000 millones de dólares el 25 de agosto, esta vez con condiciones menos rigurosas al cambiarlo por 40 millones de barriles de petróleo cotizados entre 35 y 25 dólares. Con esto, López Portillo logró tener las condiciones necesarias para negociar la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) mediante una carta compromiso.

A pesar de estas buenas noticias, la fuga de capitales no se detuvo debido a la pérdida de credibilidad del gobierno en su capacidad para resolver la situación. Los bancos continuaron alentando a sus clientes a retirar sus inversiones del país debido a la incertidumbre sobre las condiciones económicas, el empleo, la estabilidad del peso, el aumento de la inflación o la posibilidad de quiebras empresariales.

La situación se volvió insostenible para contener la fuga de capitales, lo que llevó al gobierno a considerar la nacionalización de la banca como la solución final para evitar la quiebra. Esta opción fue elegida sobre otras propuestas como una fuerte devaluación, la libre flotación de la moneda (que no sería efectiva debido a la alta demanda de dólares), establecer un control de cambios o mantener la política monetaria actual en espera de resultados.

El plan de nacionalización fue diseñado por un grupo de expertos liderados por Carlos Tello Macías, secretario de Programación y Presupuesto y luego gobernador del Banco de México. Esto implicaba establecer un control de cambios y descentralizar el Banco de México. Aunque este plan ya era conocido en el gobierno, incluyendo al presidente entrante Miguel de la Madrid, quien se oponía a su implementación, López Portillo tomó la decisión unilateralmente, a pesar de haber prometido consultar antes a De la Madrid debido a las implicaciones estratégicas para la negociación de la deuda por parte del nuevo gobierno. El presidente llamó a todos los banqueros el 31 de agosto con el objetivo de «darles una lección».

Durante su informe de gobierno el 1ro de septiembre, López Portillo anunció la implementación de la nacionalización de la banca y el control generalizado de la tasa de cambios. Esta vez se le vio seguro de su acción, la cual justificó por la emergencia nacional que representaba la crisis. Consideró que esta medida era necesaria para acabar con la especulación y el rentismo que habían provocado los inversionistas y banqueros al retirar su capital del país, acciones que calificó como un saqueo.

Las reacciones ante estas medidas fueron negativas, ya que López Portillo no dejó claro cómo se llevaría a cabo el proceso de nacionalización y por haber dejado a los diputados la lista de los «empresarios sacadólares». Sin embargo, esto no representó un problema mayor, ya que esta acción aumentó su popularidad al mostrarlo como una figura fuerte que cumplía con su promesa de «defender al peso como un perro», realizada en febrero. Esto contribuyó a recuperar la confianza perdida y se le percibió como un líder capaz de tomar decisiones determinantes.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José Luis Ávila. La era neoliberal.  

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La industrialización en los 60.

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A pesar de que los inicios de la década estuvieron marcados por los problemas derivados de las secuelas de la crisis de 1954, ya se empezaban a sentir los efectos de las políticas económicas del llamado «desarrollo estabilizador». Este enfoque implicaba que el gobierno se endeudara para invertir en obras públicas y así promover la inversión privada nacional y extranjera. Una de estas medidas fue la solicitud de un crédito por 265 millones de dólares a la Tesorería de los Estados Unidos, al Banco de Importaciones y Exportaciones y al Fondo Monetario Internacional, con el fin de mantener la paridad del peso.

Otro desafío a resolver era la cuestión laboral, ya que era evidente que los bajos ingresos de los trabajadores habían provocado movimientos sindicales durante los últimos años del gobierno de Adolfo Ruiz Cortines y los primeros de Adolfo López Mateos. Además, el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 representaba una señal de alerta para abordar los problemas sociales y así prevenir la propagación del comunismo mediante una posible revuelta.

La solución que encontró el oficialismo fue ejercer un control absoluto sobre sus bases dentro del sindicalismo y acabar con las disidencias que estaban socavando la lealtad del sector obrero hacia el proyecto presidencial. Para ello, ordenaron arrestar a los líderes sindicales que habían liderado huelgas durante el último año de la administración anterior, reemplazándolos por los llamados «charros». Además, se ejecutó al caudillo Rubén Jaramillo, quien había liderado levantamientos campesinos en Morelos en años recientes.

Para mitigar las tensiones y evitar movilizaciones de trabajadores afectados, el gobierno otorgó mayores prestaciones laborales y creó organismos para brindarles apoyo. Se estableció el ISSSTE para proporcionar seguridad social a los trabajadores del estado, la CONASUPO para garantizar precios estables en productos básicos, se introdujeron los libros de texto gratuitos para las escuelas y se implementó un programa de desayunos escolares. Además, se decretó un aumento salarial del 6% y del 3.4% para la industria.

Estas acciones aseguraron la lealtad de los líderes sindicales y contribuyeron a controlar los problemas sociales, aunque se registró una disminución del 11% en la inversión. Ante esta situación, el secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, implementó una política de mayor inversión en obras públicas para evitar una desaceleración del crecimiento económico.

Estas medidas lograron su cometido para 1962 al nivelar la inversión privada y hacerla retornar al 11%, una tasa que se mantendría hasta los años 70. Gracias a estos esfuerzos, el aparato político conservó la confianza del sector empresarial, lo que garantizó la continuidad del sistema y aseguró los trabajos relacionados con la sucesión presidencial. Este puesto estaba destinado para el entonces secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, quien prometió seguir las mismas directrices económicas.

Ante estos resultados, la oposición tenía pocas opciones para presentar una oferta atractiva. El PAN eligió como candidato a José González Torres, quien criticó el papel del estado en la economía y la falta de democracia. También surgió el Frente Electoral del Pueblo, liderado por Ramón Danzós Palominos, denunciando la represión gubernamental contra los movimientos sociales. Sin embargo, este partido no fue reconocido por la Secretaría de Gobernación y sus líderes fueron perseguidos hasta su desaparición a principios de 1964.

En las elecciones, Díaz Ordaz ganó con 8 millones de votos, equivalentes al 88%, mientras que González Torres solo obtuvo 1,034,337 votos. Este éxito no se logró solo, ya que Díaz Ordaz recibió el respaldo de partidos satélites como el PARM y el PPS. Se formó una alianza con estos partidos «opositores» para evitar el crecimiento de nuevas fuerzas políticas y mantener al PAN en una posición marginal. Aunque estos partidos recibieron asistencia del gobierno al alcanzar solo un modesto 2.5% de votos, lo que les garantizó diputados federales.

Todo parecía indicar que el gobierno había encontrado la fórmula para salir del subdesarrollo. Habían logrado arraigar en la sociedad la cultura del ahorro, lo que permitía al estado obtener los recursos necesarios para seguir invirtiendo en obras públicas. La inflación estaba bajo control, la productividad del trabajo y del capital estaban en aumento, y la paridad peso-dólar se mantenía estable. Sin embargo, el problema a partir de 1965 radicaría en consolidar la base del financiamiento público mediante el control de la inflación y la estabilidad de la tasa de cambio. Se estaban dejando sin resolver los problemas estructurales relacionados con las distorsiones en la organización productiva.

La única solución aparente para mitigar este problema era aumentar la recaudación fiscal, ya que los impuestos aplicados hasta entonces eran insuficientes y se centraban principalmente en las rentas, intereses y dividendos, lo que se consideraba injusto. Por tanto, la Secretaría de Hacienda y el Banco de México comenzaron a trabajar en una reforma fiscal para abordar esta situación. Se propuso la implementación de un impuesto global sobre empresas y personas físicas, pero esta medida no se llevó a cabo debido al temor de la administración pública de perder la imagen benévola y triunfalista que se había construido en los últimos años.

Debido a esta indecisión, la carga impositiva apenas aumentó del 6.8% que se pagaba a principios de 1960 a solo el 7% en 1970. Según la opinión de los empresarios, una baja carga impositiva aumentaba la capacidad de ahorro de la sociedad, lo que cumplía uno de los objetivos del «desarrollo estabilizador». Sin embargo, esto no logró aliviar el déficit público, que rondó alrededor del 14% durante la década.

La situación fiscal empeoró aún más debido a la reducción en los niveles de recaudación, como se refleja en el impuesto sobre la renta, que disminuyó del 10% en 1955 al 5.7% en 1965. Por otro lado, el impuesto sobre el ingreso al trabajo aumentó del 17% al 32%. Ante esta situación, el gobierno se vio obligado a recurrir tanto a las reservas de los bancos comerciales como a solicitar más deuda a instituciones extranjeras. El sector bancario fue uno de los que más creció durante este período, pasando de tener solo el 11% del mercado en 1954 a alcanzar el 60% en 1970. Sin embargo, esta estrategia implicó una disminución en el ahorro gubernamental para poder reinvertir en el gasto público.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Elsa M. Gracida. El desarrollismo.

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La consolidación del “milagro económico”.

Imagen: Hermanos Casasola. Gustavo Díaz Ordaz saluda a la multitud, durante una manifestación, noviembre de 1963.