La colonización del lejano septentrión ha significado un reto tanto para los españoles, aliados indígenas y novohispanos que trataban de buscar un nuevo lugar para prosperar, no solo se enfrentaban a las adversidades del clima que impedían la formación de grandes campos de cultivo o la ausencia de metales en algunas regiones hacia poco atractivo su poblamiento. Pero lo que represento un reto aun mayor fueron las tribus nómadas que no se dejaron seducir por la vida ofrecida por los misioneros y no estaban dispuestos a dejar su modo de vida ancestral, por lo que defenderían con todo sus tierras de temporada de ser poblados por los novohispanos. La ausencia de recursos para poder sostener una campaña militar, la falta de incentivos para mantenerlas bajo su control y la belicosidad de los indígenas hizo que los españoles entraran en una relación de sobornos para que las tribus los dejasen estar en las tierras, aunque muchas veces los conflictos con los colonos echaban a perder esta delicada paz y provocaban que los indígenas ataquen las poblaciones, por lo que la violencia generalizada era el pan de cada día en el norte.
Fueron numerosos los pueblos que no se dejaron colonizar y evangelizar por los españoles, siendo uno de ellos los comanches o num-an-nuu que en su propia lengua quiere decir “el pueblo que vive junto”, su idioma pertenece a la extensa familia yuto-nahua y está relacionada con las lenguas shosheanas, abarcando un territorio que se extendía por las planicies del norte de Estados Unidos y el sur de Canada y sobrevivían de la recolección, el comercio con otros grupos y caza del venado. La relación de los comanches con la Nueva España inicia con la Revuelta Pueblo de Nuevo México en 1680, donde los indígenas sedentarios acabaron y expulsaron a los españoles de su territorio, en este contexto unos comerciantes pueblo llegan a caballo al territorio comanche para comerciar y de ahí adquirieron al caballo el cual se volvieron expertos en su manejo en poco tiempo, convirtiéndose en parte fundamental de su cultura.
Fue tal el cambio que simbolizo la llegada de los equinos que la cantidad que tenían definía la riqueza de la familia, por lo que los jóvenes guerreros en que recaían la estructuración de la familia se comprometía a adquirir más caballos incentivando la migración hacia el sur, por lo que gracias a la rapidez que les proporcionaban hizo que integraran a su alimentación al bisonte y se dedicaran a atacar a las poblaciones indígenas y de españoles en búsqueda de más caballos y recursos, ganándose el mote asignado por los ute de kim-ant-tsi que con su castellanización se transformó en comanche y quiere decir enemigo debido a su animosidad y violencia contra todos los grupos indígenas. A principios del siglo XVIII llegan a las planicies de Texas desplazando a los apaches lipanes y otros grupos de sus territorios, cambiando su forma de actuar para pasar a la adopción de estos para integrarlos a la tribu, garantizándoles la manutención de una población constante en proporción con lo que perdían en sus ataques.
Era común que los comanches raptasen mujeres y niños a manera de cautivos, lo que ayuda a su integración a la dinámica de la tribu y poder desposarlos, conformando grandes familias y permitiendo asentarse en las “rancherías” dando lugar a una nueva banda, por lo que la etnicidad se convirtió en un elemento más flexible para permitir su misma sobrevivencia. Su religiosidad permitía la mezcla de elementos indígenas con los cristianos, pero su base cultural descansaba en base del consumo y culto al peyote y la celebración de los powow o mitotes, elementos en común que comparten con grupos como los mismos lipanes, incluso con los huicholes y coras del Occidente, incluso estos elementos les permitiría en el siglo XIX al establecimiento de la Iglesia Nativa Americana.
Además de controlar plenamente las planicies de Texas, rápidamente verían interés en los territorios de Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León, produciendo una serie de ataques que resultaban aparatosos. Con la independencia de México y el establecimiento del Primer Imperio, fue fundamental para la administración entablar la paz con los “indios barbaros” del norte que mantenían una relación muy inestable de alianzas y enemistades que cambiaban con regularidad, sobre todo porque verían un territorio donde los españoles pudiese llegar en una hipotética campaña de reconquista o cuidarse de las ambiciones estadounidenses. De ahí la necesidad de mandar representantes para entablar los acuerdos de paz con los indígenas, siendo uno de ellos el que llegaría con el jefe capitán Guanique de los comanches, donde se comprometieron a devolver a los cautivos de ambos bandos, la defensa de la frontera de cualquier incursión indígena o extranjera proveyéndoles de municiones, el establecimiento de San Antonio de Béjar como punto para mantener las conversaciones con el gobierno mexicano y entablar relaciones de intercambio, así como la liberación de toda clase de impuesto sobre ello manejándose el sistema de trueque.
Además de disponer de la libre adquisición de caballos y el ofrecimiento de que se mandasen a México 12 jóvenes comanches para ser educados, todos estos acuerdos quedaron en solo buenos deseos y no se logró consolidar la paz con los comanches, por lo que rápidamente volvieron a entrar en guerra con ellos intensificado por la presión estadounidense sobre los comanches. A partir de la independencia texana y seguida por la invasión estadounidense, los comanches tenían más difícil seguir con su ritmo de vida en los territorios conquistados, por lo que a partir de 1840 se inicia una campaña donde se atacan los estados de Chihuahua, Durango, Zacatecas y San Luis Potosí, siendo las incursiones de 1845 y 1846 las más sangrientas con un saldo de 652 mexicanos muertos, incluso se sabe que una expedición se llegó a internar al centro del país atacando Querétaro.
A partir de 1850, las incursiones comanches en México cesan por el control que empiezan a ejercer los estadounidenses de sus fronteras, iniciando una campaña de acorralamiento que llega a su fin con su rendición a finales de la década de 1860 en Fort Sill, Oklahoma, donde se establecieron de forma definitiva en una reservación, aunque un grupo logra escapar en 1870 con destino a México y para 1888 se declaran exterminados o regresados los comanches prófugos. Actualmente en la reservación quedan 1598 comanches mientras hay un numero indefinido que quedaron libres y no les interesa recibir reconocimiento alguno más que el seguir viviendo según sus costumbres y recordando sus antiguas correrías, mientras para los mexicanos represento un episodio más de la violencia fronteriza que ayudo a forjar el carácter bravo de los norteños y que les serviría para su lucha en las guerras internas.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.
Federico Flores Pérez.
Bibliografía:
- José Medina Gonzales Dávila. Comanches. Del terror en las praderas a las memorias de un pueblo de centauros, de la revista Relatos e Historias en México no. 110.
- Andrés Ortiz Garay. Fumar la pipa de la paz. Un acuerdo del Imperio Mexicano con los comanches en 1822, de la revista Relatos e Historias en México no.70.
Imagen: George Catlin. La cacería del búfalo, 1847.