Con las exploraciones realizadas en el siglo XIX, los viajeros que las llevaron a cabo adquirieron la impresión de que la civilización maya era un pueblo pacífico dedicado a la astronomía y las artes. Sin embargo, conforme avanzaron los trabajos arqueológicos y, sobre todo, tras el logro del desciframiento de la escritura jeroglífica, pudimos adentrarnos en un periodo violento en el que la guerra constituía una parte significativa de la vida cotidiana de las ciudades-estado mayas.
En lo que respecta a la actividad bélica maya, contamos tanto con crónicas coloniales que hacen referencia a los conflictos desarrollados en el periodo Posclásico entre los cacicazgos de Yucatán, como con registros más extensos provenientes de las estelas y textos jeroglíficos del Clásico, especialmente de la zona de las Tierras Bajas, el Petén y las riveras del río Motagua. Estos registros nos permiten visualizar las complejas redes de alianzas y conflictos entre los diferentes reinos. Para el caso del Preclásico, aunque no se han encontrado tantos registros, las tendencias de periodos posteriores sugieren que esta situación podría haber persistido.
Una posible explicación para esta conflictividad podría estar relacionada con el crecimiento demográfico de los estados, que actuaba como motor de las incursiones bélicas. El sometimiento de otras comunidades implicaba obtener recursos adicionales para mantener a sus habitantes, mientras que los vencidos se veían obligados a aceptar las demandas, que recaían principalmente en la población campesina.
Además de contar con los elementos de la literatura maya como prueba de su belicosidad, esta también se refleja en sus diversas manifestaciones culturales. Desde las obras constructivas en las ciudades, que incluían murallas o fosos, hasta la iconografía bélica que encontramos en pinturas o emblemas, así como en las crónicas de los conquistadores que describen la sofisticada parafernalia marcial exhibida por los mayas al enfrentarlos. Es evidente que la conflictividad de la región estaba directamente relacionada con el crecimiento poblacional y las condiciones ambientales del área. Esta se caracteriza por tener tierras de baja productividad agrícola, lo que provocaba que al aumentar la demanda de alimentos y no poder producirlos, fuera necesario buscar recursos en los vecinos cercanos, intensificándose la actividad bélica durante el Clásico Tardío y con una gran presencia durante el Posclásico.
Cabe destacar que, debido a las características de la zona mesoamericana, las campañas bélicas eran estacionales y no escalaban a guerras a gran escala. Estaban limitadas tanto en tiempo como en alcance, ya que las guerras a largo plazo implicaban un consumo de los propios recursos del atacante. Por el contrario, las incursiones rápidas aseguraban a los gobernantes grandes ganancias y el aumento de su prestigio político y popular.
Según la opinión mayoritaria de los especialistas, los estados mayas no empleaban la guerra con el fin de expandirse territorialmente o de exterminar a sus enemigos, sino que se limitaban a la captura de prisioneros para sacrificarlos y cobrar tributos. Este último objetivo era fundamental para cumplir las obligaciones de la clase gobernante con los dioses y asegurar su favor hacia su pueblo. Sin embargo, una excepción a esta tendencia la encontramos en el caso de los quichés de los Altos de Guatemala, quienes durante el Posclásico Tardío vivieron una etapa de conquista. Hasta la llegada de los españoles, habían invadido ciudades como Chujuyub, Sacapulas, Xelaju, Zaculeu, Aguacatán y Xetulul, donde desplazaron a la clase gobernante existente para imponer la suya propia y asegurarse el cobro de tributos.
Además de la imposición de nuevas autoridades políticas, llevaron a cabo un proceso de integración religiosa en los territorios conquistados, introduciendo el culto a sus dioses Tohil o Awilix. Aunque se sabe que eran tolerantes con los cultos locales, impulsaron la construcción de pirámides dobles al estilo mexica, donde se erigía un templo para el dios de la comunidad y otro para el dios quiché.
La captura de prisioneros era una de las metas de los gobernantes para aumentar su prestigio y el de su dinastía ante su pueblo. Estos prisioneros eran utilizados como víctimas de sacrificio para la dedicación de nuevos templos, la ampliación de los existentes o la ascensión de un nuevo rey. Por lo tanto, era fundamental salir victoriosos de las campañas y dejar registrado este logro en estelas erigidas para perpetuarse en la memoria.
Sin embargo, esto no implicaba la necesidad de capturar la mayor cantidad posible de prisioneros durante la batalla. Según los relatos del Posclásico, los prisioneros de clase baja solían ser tomados e incluso podían ser adoptados. Pero aquellos que debían ser sacrificados eran los miembros de la élite enemiga o incluso el propio gobernante, ya que esto era señal de la superioridad del vencedor, así como los esclavos, niños y huérfanos.
Aunque la guerra no tenía como objetivo la destrucción total del enemigo para cobrar tributos, se debía dejar en manifiesto la superioridad del vencedor. Por ello, el objetivo de las campañas era desacralizar los templos del vencido, desfigurar las representaciones de sus gobernantes y destruir las imágenes de sus dioses patronos. Era muy común la decapitación de las esculturas enemigas.
Si bien las entidades políticas mayas no buscaban expandirse sobre otras (con la excepción de los quichés), esto provocaba que las redes de alianzas con otras ciudades-estado fueran importantes para organizar las campañas militares. En este sentido, existen tres posturas respecto a la extensión de estas entidades políticas.
En primer lugar, encontramos una postura más conservadora que sugiere que cada estado abarcaba alrededor de 2,500 kilómetros cuadrados de extensión, con una población que oscilaba desde unos pocos miles hasta un máximo de cien mil habitantes. Por otro lado, hay una tendencia que sugiere la existencia de grandes estados que se extendían por decenas de miles de kilómetros cuadrados y tenían grandes núcleos poblacionales. Estos estados poseían una red tanto de subordinados como de estados dependientes que estaban a disposición de las autoridades de una gran capital, como pudo haber sido el caso de Calakmul y el estado de Kaan.
Por último, existe una postura intermedia que describe una clase gobernante muy dinámica en cuanto a su relación con otros estados para alcanzar sus objetivos militaristas. Estas élites conformaban redes mediante alianzas o subordinaban a otros estados mediante la victoria en batalla. Esto podía dar lugar a la formación de grandes bloques regionales, pero por su misma naturaleza los hacía potencialmente muy frágiles.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.
Federico Flores Pérez.
Bibliografía: Liwy Grazioso. La guerra: Religión o política, del libro Religión Maya.
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Imagen: Rina Lazo. Reproducción de los murales de Bonampak, Chiapas, 1970, MNAH.