Una de las contribuciones más significativas del continente americano al mundo fue, sin duda, el tabaco. Esta planta estimulante fue utilizada por diversas sociedades indígenas. En el caso de Mesoamérica, su consumo estaba restringido a la nobleza y se llevaba a cabo en un contexto ceremonial. Los conquistadores, al entrar en contacto con el tabaco, quedaron fascinados por la nicotina que contiene. Sus propiedades estimulantes y medicinales llevaron a que los españoles lo incorporaran en su vida cotidiana, especialmente debido a su abundancia en la naturaleza.
Gonzalo Fernández de Oviedo, en 1535, menciona cómo los esclavos africanos se volvieron aficionados al consumo de tabaco para combatir el cansancio, lo que los llevó a explorar diferentes formas de procesamiento. La popularización del tabaco se debió en gran medida a los marineros encargados del comercio emergente con las Indias, quienes lo llevaron a diferentes puertos europeos. Desde allí, personas de diversos estratos sociales comenzaron a disfrutar del tabaco, ya que no estaba asociado con ninguna estigmatización religiosa por parte de las autoridades.
Gracias al éxito de su demanda, los españoles incursionaron en todo el proceso de producción del tabaco, desde su cultivo y maduración de las hojas hasta su comercialización. Sin embargo, es importante destacar que el cultivo y consumo del tabaco estaban ampliamente extendidos en la sociedad novohispana, y prácticamente cada hogar tenía la capacidad de producir la planta que necesitaba, así como de fabricar sus propios cigarrillos.
Aunque el tabaco era fácil de cultivar, no todos los lugares eran propicios para su cultivo, como en el caso de los centros mineros, los puertos y algunas villas y ciudades. Estos lugares representaron una oportunidad para la incipiente industria tabacalera, que encontró un mercado dispuesto a comprar el producto en vez de cultivarlo.
La forma de consumo era variada, ya que el tabaco se fumaba en pipa, en forma de polvo llamado rapé, en puros o en cigarrillos hechos por los propios consumidores. Según algunas fuentes, el cigarrillo tal como lo conocemos fue inventado por un hombre llamado Antonio Charro a principios del siglo XVIII. Este tipo de cigarrillos consistía en tabaco picado envuelto en papel, y Charro los vendía en el mercado del Baratillo en la capital. Para la época de José Gálvez, se registraban poco más de 500 cigarreras en la ciudad.
La distribución natural del tabaco abarcaba principalmente las regiones tropicales. Las principales zonas productoras incluían Veracruz, en torno a las ciudades de Orizaba, Córdoba, Jalapa y Papantla, así como el Occidente, con concentración en Compostela, Autlán, Guadalajara y algunos valles de Sinaloa y Tepic. Desde estas áreas se exportaba el tabaco hacia la Ciudad de México.
Además de estas regiones, también se reportaba producción de tabaco para consumo local en Yucatán, algunos valles de mediana altura en Oaxaca, Chiapas y Guatemala. En estas áreas, el tabaco se cultivaba para abastecer las ciudades y villas cercanas, y su producción y venta eran completamente libres bajo el gobierno.
El gobierno solo imponía impuestos relacionados con el comercio interno, como los peajes y los aranceles, pero no había restricciones para exportar el tabaco fuera de sus regiones de origen. Sin embargo, el comercio con Perú se vio afectado por una prohibición impuesta por la corona, que cortó los contactos comerciales entre ambos reinos coloniales.
Debido a las crecientes necesidades financieras de la monarquía española para mantener su presencia internacional, las autoridades empezaron a considerar al tabaco como una fuente de ingresos para el gobierno. Esta situación se vio agravada por la crisis derivada de las guerras en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVII. Como respuesta, se vieron obligadas a establecer un monopolio real o estanco sobre la producción de tabaco.
Una de las primeras medidas fue establecer la exclusividad de la exportación del tabaco cubano a los países europeos, el cual llegaba a Sevilla y desde allí se procesaba para la fabricación de puros o rapé. Respecto al tabaco proveniente del resto de las Indias, el estanco se concedía a individuos que prestaban dinero a la corona, y así quedaba saldada su deuda.
Con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII, las autoridades reales asumieron un papel más activo en la administración de los ingresos del estanco. Esto se reflejó en el decreto del monopolio del tabaco cubano en 1717, que estableció una factoría real encargada de su producción y exportación a Sevilla, con precios fijados. Posteriormente, se estableció el estanco en Perú, Venezuela, Nueva Granada, Filipinas y finalmente en la Nueva España, que se estableció en 1765.
Desde el contexto novohispano, virreyes como Juan Palafox y Mendoza ya habían considerado la imposición de impuestos al comercio del tabaco a mediados del siglo XVII con el fin de financiar a la Armada de Barlovento. A partir de entonces, surgieron diversas propuestas para implementar el estanco, pero con poco éxito. En 1748, se estimó que se podrían recaudar cerca de 12 millones de pesos a través de este impuesto.
A pesar de estas estimaciones, el virrey Revillagigedo se opuso a la implementación del impuesto debido a los intereses comprometidos por su aplicación, posponiendo la medida hasta la coronación de Carlos III y la llegada del virrey Cruillas en 1761. Sin embargo, la aplicación del edicto de establecimiento se pospuso nuevamente debido a la invasión inglesa a La Habana y Manila al año siguiente.
Finalmente, el impuesto solo comenzó a funcionar con la llegada del visitador José de Gálvez en 1765. Se estableció la Ciudad de México como centro organizacional, donde se ubicaron tanto la contaduría, la tesorería y los almacenes generales. Además, se administraron 11 factorías y 4 administraciones independientes encargadas de concentrar las producciones locales para luego distribuirlas a los estancos.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.
Federico Flores Pérez.
Bibliografía: Clara Elena Suarez Argüello. De mercado libre a monopolio estatal: la producción tabacalera en Nueva España, 1760-1800, del libro Caminos y mercados de México.
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Imagen:
– Izquierda: S/D. Planta de tabaco.
– Derecha: Gustave Doré. Fábrica de tabacos de Sevilla. 1874.