La independencia en Arizpe.

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Durante el periodo virreinal, las provincias de Sonora y Sinaloa estuvieron bajo un mismo gobierno debido a su escasa población y su posición como frontera. Con la implementación de las reformas borbónicas en los reinos de Indias, que incluían la creación de intendencias, estas dos provincias se fusionaron en la intendencia de Arizpe al designarse esta villa sonorense como la capital. Sin embargo, las condiciones en ambas provincias eran diferentes: mientras que en Sinaloa se había resuelto el problema indígena con su sumisión completa, en Sonora la relación con las tribus nómadas era ambivalente. Algunas tribus como los ópatas y los eudeves respaldaban el dominio novohispano, mientras que otras como los yaquis, mayos, seris, algunas bandas pima y los apaches eran más hostiles.

Debido a esta situación, el territorio sonorense mantuvo un sistema de presidios para defenderse de los ataques indígenas. Estos presidios incluían Buenavista para controlar a los yaquis, Pitic y Horcasitas para los pimas y seris, y en los límites fronterizos se encontraban los presidios de Altar, Tucson, Santa Cruz y Fronteras para combatir a los apaches. Además, contaban con el apoyo de los ópatas en los presidios de Bacoachi y Bavispe. Para finales del siglo XVIII, la fuerza militar en Sonora consistía apenas en 907 soldados, mientras que en Sinaloa solo se contaba con milicias de pardos para mantener el orden.

El estallido de la rebelión de Hidalgo se propagó rápidamente por la intendencia de Arizpe. El primero en enterarse fue el gobernador Alejo García Conde, informado por agentes de la Junta de Seguridad de Guadalajara. En ese momento, la provincia no mostraba una gran agitación social y, de hecho, previamente había demostrado lealtad a Fernando VII. Además, el aislamiento geográfico de la provincia facilitó la labor de los curas para denunciar a los insurgentes.

Sin embargo, al sur de la intendencia, donde se encontraban las poblaciones mineras con una comunicación constante con el resto del virreinato, lugares como San Ignacio y San Sebastián recibían información sobre la lucha de los insurgentes contra los «gachupines» afrancesados, proveniente de Acaponeta. Esto despertó simpatías hacia la causa insurgente entre algunos habitantes. Las autoridades de la intendencia se enteraron pronto de esta situación en el sur y tomaron medidas para enfrentarla. En primer lugar, contaron con el apoyo de los curas para disminuir el apoyo a la causa insurgente. Además, en Sonora se formó un ejército de voluntarios indígenas bajo el mando del teniente coronel Pedro Villaescusa, con la intención de marchar hacia El Rosario y evitar cualquier posible incursión insurgente.

La caída de Guadalajara en noviembre de 1810 generó preocupación en la intendencia, lo que llevó a que tanto los españoles de San Sebastián como algunas tropas en Mazatlán entraran en pánico y buscaran refugio en El Rosario. En este contexto, Hidalgo envió a José María González de Hermosillo para extender la insurrección a Arizpe. Hermosillo ingresó a la intendencia el 1 de diciembre con una fuerza de 2,000 hombres y 300 caballos. Para el 21 de diciembre, Hermosillo atacó El Rosario y derrotó al ejército de Villaescusa. La deserción de cuatro compañías de pardos de Mazatlán, que se unieron al bando insurgente, aumentó las fuerzas insurgentes a 4,125 hombres y fortaleció su armamento. Esto permitió que tomaran San Sebastián sin enfrentar resistencia seis días después.

A pesar de estos reveses, los mandos realistas no perdieron la esperanza. Mientras Villaescusa se retiraba a San Ignacio Piaxtla para reorganizarse, García Conde formó nuevos batallones de 400 indios ópatas a caballo como refuerzo bajo su dirección. Con esta estrategia, lograron derrotar a las tropas de Hermosillo en San Ignacio el 8 de febrero de 1811, infligiendo de 300 a 750 bajas al bando insurgente.

La presencia de los militares sonorenses, junto con el resto de las fuerzas realistas, incluyendo a criollos y ópatas que alcanzaron grados militares, comenzó a influir en las decisiones políticas del virreinato, siendo mandados tropas presiliarias a combatir a la insurgencia siendo muy eficaces debido a su experiencia militar. Estos militares fueron seducidos por las propuestas de Agustín de Iturbide y abrazaron la causa Trigarante. Un ejemplo de esto es el teniente-coronel Mariano Urrea y otros militares que se unieron gracias a la intervención de Pedro Celestino Negrete. Como resultado, una parte significativa de las tropas sonorenses se unió al bando independentista y se unió a la misión de Celestino Negrete para derrotar a los realistas del noroeste.

Esto llevó a enfrentamientos entre las fuerzas independentistas y sus antiguos jefes, como García Conde (quien ascendió a comandante general de las Provincias Internas de Occidente) y José de la Cruz, quienes decidieron servir en las defensas de Durango al ver que la causa realista estaba perdiendo terreno. José de la Cruz juró su adhesión a la independencia en Chihuahua el 26 de agosto de 1821 y el 6 de septiembre en Arizpe. Esta fue la primera participación significativa de los sonorenses en los primeros años de la independencia. Su experiencia adquirida en la lucha contra los indígenas los convirtió en fuerzas indispensables en la guerra, pero también provocó la ruptura de la alianza entre los españoles y los ópatas, así como un aumento en la violencia debido a los ataques de los apaches.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José Marcos Medina Bustos. La independencia en la Intendencia de Arizpe, del libro La Independencia en las provincias de México.

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  • Izquierda: José Antonio de Alzate y Ramírez. Plano de las Provincias de Ostimuri, Sinaloa, Sonora y demás circunvecinas y parte de California, 1772.
  • Derecha: S/D. Alejo García Conde.

La independencia en la Nueva Vizcaya.

En los alrededores del Camino Real de Tierra Adentro, el orden social distaba de tener presencia en aquellos territorios. Desde la incorporación de la Nueva Vizcaya, los españoles no lograron una pacificación duradera de los indígenas de la región, ya fueran los tepehuanes, los tarahumaras, los huicholes o los belicosos apaches, que constantemente realizaban incursiones en los pueblos.

Incluso a principios del siglo XIX, seguía muy presente en la conciencia indígena la rebeldía nacida del milenarismo de hace dos siglos, mezclándose con el crecimiento del sentimiento nacionalista criollo. Surgieron movimientos como la rebelión del “indio Mariano” de Nayarit en 1801, que tuvo repercusiones en la Intendencia de Durango, siendo secundado por el “transtornado Mesías de Durango” y el “indio Rafael”, movimientos que fueron reprimidos.

En lugar de detener estas inquietudes sociales, el enrarecimiento del contexto monárquico de la península con la intervención napoleónica de 1808 hizo que arraigara el sentimiento autonomista. Muchos cabecillas indígenas se sumaron a la iniciativa del Ayuntamiento de México, y con su represión surgió una conspiración por parte de los gobernadores de Santa María de Ocotán, José Domingo de la Cruz Valdez, y el de Guazamota, Tomás Páez, quienes fueron denunciados y detenidos antes de tomar las armas.

Con este antecedente, no es sorprendente que los indígenas duranguenses se unieran a la causa de Miguel Hidalgo, especialmente los de la región del Mezquital en el sur. Estos indígenas se habían sublevado en el pueblo de San Andrés del Teul y amenazaban con tomar Sombrerete para dirigirse hacia Durango. Sin embargo, los realistas, comandados por el capitán Pedro María Allende, ocuparon la villa e impidieron que la rebelión se propagara por la intendencia.

La responsabilidad de la defensa de Durango recayó en el comandante general de las Provincias Internas de Occidente, Nemesio Salcedo, quien estableció a Sombrerete como punto fuerte para impedir la incursión de los insurgentes zacatecanos. La pacificación del Mezquital llevada a cabo en noviembre de 1810 fue fundamental en este proceso.

La contrainsurgencia tuvo éxito y los realistas convirtieron a Durango en un bastión confiable para luchar contra los independentistas. Sin embargo, esto no impidió que los tepehuanes siguieran siendo un elemento de desestabilización al rebelarse continuamente. Como ningún movimiento estaba interconectado con otro, los realistas pudieron reprimirlos sin problemas.

El Obispado de Durango desempeñó un papel importante en los procesos llevados a cabo contra los religiosos insurgentes que cayeron prisioneros en manos realistas. Es importante tener en cuenta que el alto clero siempre se mantuvo fiel al rey, mientras que el bajo clero, al estar en contacto directo con el pueblo, apoyaba a las poblaciones que se sumaron a la insurgencia. Esto llevó a la degradación sacerdotal de los miembros capturados para que pudieran ser fusilados. Un caso destacado es el del vicario del valle de Topia, Salvador Parra, quien tenía antecedentes rebeldes al sumarse a las conspiraciones de 1808 y contaba con un historial de continuas fugas hasta que se unió a la insurgencia. Se convenció de secundar el movimiento al toparse con emisarios napoleónicos como Torcuato Medina, reafirmando su idea de luchar contra los “gachupines” afrancesados.

Otro religioso colaboracionista destacado fue Telesforo Alvarado, cura de Pueblo Nuevo, quien ayudó en la rebelión del sinaloense José María González Hermosillo. González Hermosillo tomó villas importantes como el Real de Rosario, Mazatlán y San Sebastián, incentivando a que los indígenas de los cuales Alvarado era responsable se sumaran a sus fuerzas.

Dentro de los territorios que conformaron la Intendencia de Durango o Nueva Vizcaya estaba Chihuahua. Se sabe que muchas de las autoridades de la villa fueron partícipes del movimiento autonomista de 1808 y su anulación hizo que también participaran en conspiraciones para rebelarse. Este fue el caso de la conspiración denunciada y detenida en enero de 1811, encabezada por el regidor y capitán Salvador Porras, el auditor peruano Mariano Herrera y el teniente de Mazatlán, Juan Pedro Walker.

La provincia fue muy favorable a las reformas implantadas por el constituyente de Cádiz, por lo que la implementación de la democracia para la elección de los representantes y miembros del ayuntamiento tuvo un gran recibimiento por la sociedad chihuahuense, que participó activamente. Sin embargo, el gobernador de Durango, Bernardo Bonavia, obstaculizó los procesos desconociéndolos y declarándolos nulos.

Todos estos problemas provocaron malestar entre los criollos que se veían cooptados por las autoridades realistas, como fue el caso de José Félix Tres Palacios, quien estuvo muy activo en la búsqueda de igualdad social. Sin embargo, el empeño de los españoles por ocupar los principales puestos del ayuntamiento llevó a Tres Palacios a participar en una nueva conspiración en enero de 1814, en la que también participaron estadounidenses, la cual fue denunciada.

La restauración del orden constitucional de 1820 renovó el interés de la sociedad de la Nueva Vizcaya por continuar con el experimento democrático. Se eligieron tres diputados más un suplente, además de ser responsables de las elecciones de la provincia de Sonora y Sinaloa para dos diputados. El interés por participar llevó a provincias como Nuevo México a solicitar su representación. Sin embargo, paralelamente al restablecimiento del orden gaditano, surgió el movimiento Trigarante de Agustín de Iturbide, proclamando la independencia. A este movimiento se sumó el militar español Pedro Celestino Negrete, comisionado para liberar el noroeste. Negrete se enfrentó al comandante general de la Nueva Galicia, José de la Cruz, que se había refugiado en Durango.

Inesperadamente, la capital de la Nueva Vizcaya se convirtió en un punto de resistencia realista frente a los iturbidistas, quienes iban sumando apoyos como el del capitán general de las Provincias Internas de Occidente, Alejo García Conde. Negrete sitió Durango en agosto de 1821 y la rindió el 3 de septiembre. Con esto, finalizó la era virreinal en el septentrión e inició su vida dentro de la nación mexicana.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jose de la Cruz Pacheco. El proceso de independencia en la Intendencia de Durango, del libro La Independencia en las provincias de Mexico.

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– Izquierda: Mapa de las intendencias de la Nueva España, en verde limon vemos a la Intendencia de Durango.

– Derecha: Ramón P. Cantó. Retrato de Pedro Celestino Negrete, siglo XIX.

El surgimiento del orozquismo y el zapatismo en Durango y Sinaloa.

En 1912, numerosos grupos revolucionarios se sintieron desilusionados por la manera en que Francisco I. Madero gobernaba. En lugar de abordar sus reclamos y demandas, Madero optó por seguir las prácticas del régimen porfirista sin realizar cambios significativos, confiando en la letra de la ley. Esto desencadenó el surgimiento de caudillos que desempeñaron un papel crucial en el estallido del conflicto, como Pascual Orozco y Emiliano Zapata.

Muchos grupos que no formaban parte de los núcleos revolucionarios del orozquismo y el zapatismo se unieron a sus causas para justificar sus levantamientos. Un ejemplo de esto fue Benjamin Argumedo en la Comarca Lagunera. Antes de la rebelión, Argumedo estaba familiarizado tanto con los principios de Zapata como con los contactos magonistas. Para ganarse la adhesión de las masas, adoptó los ideales del zapatismo y se alzó en armas en el pueblo de El Gatuño en Coahuila, bajo los gritos de ¡Viva Zapata! ¡Tierra y libertad!

Al igual que en La Laguna, en la Sierra de Durango surgieron varios caudillos que lideraron a indígenas en su lucha contra las injusticias de las mineras. Tal fue el caso de Calixto Contreras, Orestes Pereyra y Agustín Castro, quienes lograron llegar a acuerdos con el gobierno maderista y mantuvieron su adhesión al bando oficialista. Esto generó tensiones significativas entre los rebeldes de Argumedo y los caudillos maderistas de la sierra, culminando en el ataque de las fuerzas rebeldes a pueblos como Cuencamé, bajo el control de Contreras.

Con el progreso de la guerra, estas fricciones llevaron a la definición del bando de Argumedo como orozquista, mientras que los liderazgos maderistas se unieron al movimiento de Pancho Villa. Junto a Argumedo, surgió el liderazgo de Jesús José «Cheché» Campos Luján en Mapimí. Ambos líderes lanzaron ataques contra las haciendas de la región, alentando a los peones a unirse a su movimiento y a compartir tanto las cosechas como las tierras de las haciendas, desencadenando el bandolerismo en la región.

Así fue como en el noroeste se gestó un movimiento que mezclaba el orozquismo, el magonismo y el zapatismo, adaptándolo a los intereses de los rebeldes en la región, distribuidos en La Laguna, Durango y Sinaloa. Sin embargo, esto no impidió que el movimiento contara con el respaldo de los orozquistas, dada su proximidad con Chihuahua. Aquellos que se mantenían al margen del movimiento agrarista de Argumedo eran las guerrillas de Matías Pazuengo y Domingo Arrieta, que permanecían en la zona limítrofe de Durango y Sinaloa. Estos nunca depusieron las armas al no encontrar garantías para mejorar sus condiciones de vida, dedicándose a hostilizar los distritos de San Dimas, Santiago Papasquiaro y Tamazula.

La atención se intensificó con la decepción de las últimas guerrillas maderistas en la zona, ya que descubrieron las intenciones golpistas de algunas agrupaciones adheridas a la conspiración de Bernardo Reyes y lo informaron al gobernador de Durango. Sin embargo, este no les hizo caso y su única recompensa fue la exhortación al licenciamiento, lo que provocó la salida de caudillos como Conrado Antuna en la comunidad de Topia.

El dominio de la zona limítrofe de Durango y Sinaloa resultaba crucial para los rebeldes debido a los depósitos de metales preciosos explotados por mineras privadas. Estos depósitos constituían una fuente de financiamiento y suministro de armas para los grupos guerrilleros. A diferencia de las haciendas presentes en otras regiones, en esta zona se encontraban compañías mineras que se convertían en el blanco de la guerrilla.

Dada la topografía agreste de la sierra, las compañías mineras estadounidenses se encontraban en una posición vulnerable al carecer del respaldo de las fuerzas de los gobiernos de Sinaloa o Durango. Tanto su producción como su arsenal defensivo estaban a disposición de los rebeldes, quienes asaltaban estas minas sin mayores dificultades. La sierra se transformó en un verdadero bastión guerrillero que no dejaba de expandirse, alimentado por la decepción de las comunidades al no percibir mejoras por parte del gobierno maderista. Mientras tanto, sus liderazgos se familiarizaban y adherían a los principios de los postulados orozquistas y zapatistas, siendo la presencia del orozquismo más significativa entre las comunidades de la región.

El constante contacto de los rebeldes serranos hizo que los caudillos sinaloenses de la zona limítrofe adoptaran como propios los ideales agraristas del orozquismo y el zapatismo duranguense. Francisco Quintero se adhirió en Badiraguato, y con él, comenzaron a descender hacia el resto del territorio de Sinaloa, tanto por San Ignacio como por San Dimas, expandiéndose luego hacia Mocorito, Culiacán y Navolato. En esta región, se destacó la adhesión a la causa zapatista de los revolucionarios que anteriormente habían sido maderistas. Estos se habían sentido decepcionados por el trato y la expulsión al exilio de Juan Banderas. En un acto de venganza, Manuel Vega, un seguidor de Banderas y comerciante, se levantó en armas en Culiacán bajo los postulados del zapatismo.

Este movimiento particular del noroeste se desarrolló sin un contacto directo con el núcleo morelense, adhiriéndose a los ideales de la lucha del Plan de Ayala.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Diana María Perea Romo. La rebelión zapatista en Sinaloa.

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 – Izquierda: Anónimo. Conrado Antuna, 20 de abril de 1912. Fuente: https://www.facebook.com/photo/?fbid=614558824037188&set=a.593458629480541

 – Derecha: Anónimo. General Banderas con sus ayudantes civiles y militares, Culiacan, 1911. 

Los revolucionarios sinaloenses contra el gobierno de Madero.

El problema estructural del movimiento maderista ha sido el limitado alcance de sus objetivos frente a las necesidades de los rebeldes que se levantaron en armas contra Porfirio Díaz. Básicamente, Madero pensaba que lo único necesario era democratizar el país y no cambiar las estructuras que mantenían a gran parte de la población en la desigualdad. Esto provocó que a lo largo del país, los revolucionarios vencedores empezaran a reclamar la necesidad de llevar a cabo reformas más profundas, incluso deshaciéndose de la estructura política porfirista que Madero estaba respetando en gran parte.

Este descontento se manifestó en Sinaloa, donde el caudillo Juan Banderas reclamó que se nombrara como gobernador interino al porfirista Gaxiola Rojo. Ante la presión popular, Gaxiola Rojo renunció al puesto para cederle el lugar a Banderas y así resolver el problema. Sin embargo, esta decisión no ayudó a calmar las tensiones, ya que la entrada de Banderas en su lugar no fue bien recibida por los grandes potentados. Estos estaban recelosos de la ausencia del ejército federal y temían tener que depender de la seguridad del ejército rebelde.

A finales de septiembre de 1911, asume la gobernatura, ya bajo el orden maderista, el profesor José María Rentería. No tendría una tarea fácil, ya que se enfrentaba a constantes huelgas, tanto de los mineros de Mineral de Panuco que buscaban mejorar sus condiciones de trabajo, como de los rurales que habían experimentado una reducción de su sueldo. Además, debía conciliar con los demás caudillos maderistas para que le permitieran trabajar.

Rentería tenía que enfrentar las quejas y denuncias presentadas en su contra por abusos y actos de corrupción, incluyendo acusaciones contra personajes prominentes como Banderas, Joaquín Cruz Méndez y Justo Tirado. Estos líderes mantenían una fuerte presencia en la sociedad y seguían siendo considerados peligrosos, ya que tenían la capacidad de reactivar la rebelión. Tanto los informes del gobierno como los de la inteligencia estadounidense señalaron a Banderas como el caudillo más peligroso, capaz incluso de incitar al pueblo estadounidense.

Ante esta situación, el gobierno de Madero decidió actuar contra Banderas. Aprovechando un viaje que este realizaría a la Ciudad de México para entrevistarse con el presidente, se ordenó su arresto bajo el cargo de rebelión contra el gobierno estatal y el fusilamiento de un coronel porfirista en la toma de Culiacán.

Aunque lograron enviar al exilio a Banderas, el problema no estaba resuelto debido a que la desmovilización y las campañas de licenciamiento no avanzaban con rapidez. Los caudillos mantenían su fuerza, ya que los revolucionarios no veían avances en el cumplimiento de las promesas hechas y mantenían la desconfianza. Uno de los problemas principales era que muchos de estos revolucionarios perderían el estatus adquirido durante la rebelión al aceptar el licenciamiento. Además, elementos como armas y caballos formaban parte de su modo de vida desde antes de la revolución, siendo tanto su medio de transporte como de subsistencia para actividades como la caza.

El gobernador Rentería tampoco contaba con una estructura para mantener el orden, ya que el cuerpo porfirista fue desarticulado y todo estaba en manos de los rebeldes. Además, algunos nombramientos de los poderes locales resultaron ser muy polémicos ante la opinión pública. Un ejemplo de esto fue en la comunidad de Cacalotán, donde Rentería nombró a Rafael Lizárraga como director político, quien tenía fama de despótico y hostil ante las necesidades populares.

Rentería no lograba conciliar los intereses populares con los objetivos del gobierno de pacificar el estado. Redujo el problema a que se trataba de grupos opositores en contra de su administración. Para intentar demostrar cierta fuerza, ordenó el cateo de las propiedades de los caudillos en busca de armas o caballos que pudieran estar relacionados con la causa de la rebelión y su detención. Estas acciones fueron muy mal vistas por la opinión pública.

Para finales de 1911, Sinaloa vivía una situación de tensa calma que en cualquier momento podía romperse. Esta situación era común en buena parte del país como resultado del desencanto hacia el gobierno de Madero. Dos movimientos que amenazaban el frágil orden maderista eran el de Pascual Orozco en Chihuahua y el de Emiliano Zapata en Morelos. Estos dos caudillos eran observados por otros grupos rebeldes fuera de su zona de acción. Como resultado, en estados alejados, estas facciones se declaraban como orozquistas o zapatistas sin ningún tipo de nexo aparente. Se encontraron casos de rebeldes orozquistas de la Sierra Juárez en Oaxaca o de zapatistas en Jalisco, Chihuahua, La Laguna y Durango.

Los seguidores de Banderas eran los principales grupos resentidos por las acciones del gobierno maderista en contra de su caudillo, teniendo una gran presencia en Navolato, Mocorito y Culiacán, donde Francisco «Chico» Quintero, Manuel Vega y Antonio Vega, quienes habían ocupado puestos durante su gobernatura interina, quedaron como sus representantes. Estos líderes tenían como base de su rebelión la sierra. Dado que esta región nunca lograría ser pacificada en su totalidad, estos tres líderes tendrían la oportunidad de establecer ahí su base, aprovechando su condición inexpugnable ante las fuerzas del gobierno y donde el bandolerismo era parte de la vida. Se convirtieron en una amenaza para las grandes ciudades, que se veían vulnerables ante la imposibilidad de enfrentarlos y frenarlos. Además, contaban con la posibilidad de interconectar los movimientos rebeldes de la sierra de Sinaloa con los de Durango.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Diana María Perea Romo. La rebelión zapatista en Sinaloa.

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Imagen: Lohn. Tropas de Francisco Quintero antes de tomar la prisión de Culiacan, 1912. Fuente: https://www.facebook.com/profile/100064404231034/search/?q=Francisco%20%22Chico%22%20Quintero.&locale=es_LA

Las leyendas de Pancho Villa.

Una de las figuras más populares de la historia mexicana, quien al mismo tiempo tiene tanto acérrimos fanáticos como quisquillosos enemigos es sin duda la del general Francisco Villa, uno de los grandes caudillos de la revolución cuyo liderazgo llevaría a las fuerzas revolucionarias a acabar con el poder de Porfirio Diaz y Victoriano Huerta, empodero a una clase media-baja de rancheros y obreros que estaban siendo explotados por el orden porfirista y quienes serian sus principales bases para conformar sus fuerzas, pero no podría contra las fuerzas constitucionalistas de Venustiano Carranza y Álvaro Obregón y se encamina a unos años oscuros donde se dedica a atacar pueblos hasta su rendición. Por estas razones, es que uno de sus principales biógrafos, Friederich Katz, describe la existencia de tres leyendas que toman diferentes partes de la vida de Villa para darle sustento a sus posiciones: una leyenda blanca propagada por el propio Villa centrada en la justificación para su entrada en la guerra, la leyenda negra concentrada en los abusos y atrocidades cometidas tanto por el cómo por sus mandos durante la revolución, por ultimo tenemos a la leyenda épica que tiene como origen la repercusión de sus hazañas y el recuerdo dejado al nivel popular entre la sociedad quien lo inmortalizo en historias y corridos propagados por generaciones.

El origen de la leyenda blanca la tenemos a partir de la autobiografía dictada a su secretario Manuel Bauche Alcalde en 1914 cuando era gobernador provisional de Chihuahua, estas memorias serian retomadas por el escritor Martin Luis Guzmán para realizar el libro “Memorias de Pancho Villa” editado en 1938. De las convenciones tenidas por todas las versiones es que nace con el nombre de Doroteo Arango en 1878 en el Rancho de la Coyotada, Durango, una de las haciendas más grandes del estado que estaba bajo la propiedad de la familia López Negrete, de la cual sus padres, Agustín Arango y Micaela Arámbula, eran aparceros de la hacienda y tuvo otros cinco hermanos: Antonio, Hipólito, Mariana y Martina. Su padre muere cuando era joven y se vio obligado a hacerse el sostén de la familia trabajando como aparcero, pero cuando tenía dieciséis años se enfrenta al dueño de la hacienda, don Agustín López Negrete, quien ante la negativa para llevarse a una de sus hermanas corre a la familia y Arango le dispara en un pie, por lo que tiene que huir de los guardianes de la hacienda quienes tienen la orden de detenerlo, no matarlo.

Desde 1894, Arango sobrevive en la sierra como bandido, siendo perseguido por las autoridades, algunas veces lo prendieron y se escapaba de la prisión sin escatimar el tener que matar a rurales si era necesario, por lo que para tratar de escapar de la persecución se cambia el nombre por el de Francisco Villa, según esta versión, toma el apellido porque su padre le había confesado que era hijo ilegitimo de Jesús Villa, con esto y ante la dificultad de andar solo se une con los bandidos Ignacio Parra y Refugio Alvarado, ganando mucho más dinero que como trabajador. Se dice que asaltaron a un rico minero de Chihuahua al que le quitaron 50,000 pesos repartiéndose el dinero, pero según su versión en once meses se gastó su parte tanto dando una parte a su familia como repartiendo el dinero entre los pobres, por lo que regreso a su vida como bandido, pero se separa de sus socios por haber matado a un viejo por no quererles vender pan, formando una nueva banda que asaltaba en la sierra de Durango. Cansado de la vida de bandido, Villa parte rumbo a Parral, Chihuahua, para tratar de encontrar un trabajo honesto, primero como minero donde se lastima un pie y después como albañil, pero al poco tiempo retoma sus actividades delictivas robando ganado, actividad que no le genera mucho beneficio.

En algún punto de 1910, conoce a quien cambiaria el rumbo de su vida y lo orienta hacia su camino revolucionario, Abraham González, perteneciente a una de las familias de potentados chihuahuenses y quien era uno de los seguidores de Francisco I. Madero esperando entrar en la política estatal, siguiéndolo en su camino para buscar un lugar y que lo llevaría a integrarse a la rebelión. Con sus memorias, Villa siempre trato de ponerse en su papel de víctima de las circunstancias culpando al orden porfirista manifestado en Chihuahua con el poder del clan Creel-Terrazas como los culpables de que tuviese que elegir el camino de la ilegalidad, manifestando siempre su astucia para eludir a las autoridades, su compasión por los más pobres y justificando sus asesinatos como defensa propia. A lo largo del estallido de la revolución, Villa se caracterizó por su ingenio para poder derrotar a los federales gracias a sus años como bandido y al conocimiento obtenido de los caminos de la sierra, ganándose el respeto de los rebeldes y sus actos como el repartir las riquezas de la familia Terrazas hizo que empezase a nacer la leyenda épica que lo pone como el luchador de los desposeídos, llamando la atención de EU.

Por el otro lado, los inicios de la leyenda negra tienen como bases dos documentos, un informe recabado por la inteligencia estadounidense construido en 1914 y las memorias de Celia Herrera, miembro de la familia Herrera quienes fueron revolucionarios y se habían hecho enemigos de Villa, por lo que el mismo persigue y mata a muchos de ellos. En ambos documentos, Villa es descrito como un asesino a sangre fría de carácter muy voluble y capaz de cometer cualquier clase de atrocidad para con sus víctimas, dedicado al robo de ganado o al secuestro de personas donde si no obtenía lo que esperaba los despedazaba, incluso ponen que su ingreso a la revolución fue para intentar lavar sus crímenes metiéndose casi por casualidad, se dice que trató de meterse entre las fuerzas de Pascual Orozco y este lo rechaza por su fama como bandido, pero como se encontraba necesitado de gente tuvo que aceptarlo a regañadientes. Resulta muy complicado darle la veracidad a alguna de esas versiones, siendo obligatorio el tener que realizar trabajos de historia local para dar con algún dato, por lo que lo mejor para poder estudiar al villismo es conocer el entorno de Chihuahua de finales de siglo XIX para entender el entorno de Villa.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Friedich Katz. Pancho Villa, vol. 1

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Imagen: S/D. Pancho Villa.

El avance insurgente sobre Zacatecas.

Poco a poco, el llamado a la rebelión de Miguel Hidalgo estaba cobrando fuerza entre la sociedad zacatecana, por un lado, desde Aguascalientes estaba entrando el coronel Rafael Iriarte quien iba reclutando a los arrieros que se encontraba en el campo, además de ir convenciendo de la causa a varios frailes pertenecientes a las ordenes franciscana y agustina quienes muchos de ellos deciden participar en la guerra. El sur fue la región donde más tuvo adhesión a la causa independentista, ya que poblaciones como Nochistlán, Tlaltenango, Juchipila, El Teul, Jalpa y Atolinga tenían una gran población de origen indígena que vivieron una etapa de aumentos en los precios del maíz y donde los potentados estaban acaparando la producción, viéndose atraídos por las promesas de cambiar el orden, por lo que pronto se dispusieron a saquear las propiedades de los españoles y llegaron a capturar al intendente Francisco Rendon quien se disponía a refugiarse a Guadalajara. Fue tal el encono social surgido por el constante deterioro del modo de vida que pronto los insurgentes locales llegaron a los extremos como asaltar las cajas reales y saquearlas, teniendo como su principal caudillo en la región a Daniel Camarena quien también llega a participar en los abusos cometidos por el propio Hidalgo en Guadalajara.

Para noviembre de 1810, Iriarte entraba en la ciudad de Zacatecas y con ello logra consolidar la red de comunicación y abasto tanto de alimentos como de armamento hacia el norte, teniendo como objetivo usar el Camino Real de Tierra Adentro para expandir la lucha hasta el septentrión, por lo que sigue su trayectoria para tomar Fresnillo y Sombrerete. Por su lado, los realistas apenas estaban recomponiendo el frente con la derrota que le asestaron a los insurgentes en Aculco, por lo que para ese momento el general Félix María Calleja solo podía mantenerse informado sobre las acciones de los insurgentes en Zacatecas, mientras iba preparando la ofensiva para recuperar Guanajuato y hacerlos retroceder rumbo al Occidente, por lo que las pocas fuerzas que tenían en Zacatecas solo les quedaba resistir como pudieran hasta recibir el apoyo esperado. Las cosas empiezan a cambiar el rumbo a finales de 1810, ya que los realistas recibieron refuerzos provenientes del norte con una fuerza de 1200 hombres compuestos de veteranos en la guerra y de aliados comanches y gileños, derrotando a los insurgentes en la Hacienda de Santiaguillo y propiciando la recuperación de Fresnillo, aunque fue aprovechado para incorporarlo a Durango.

Con el avance de Calleja sobre el Bajío, logra entablar relaciones con el mismo Iriarte con quien se mandan cartas donde Calleja debido a que había tomado prisionera a su esposa, por lo que le promete si se cambia de bando recibirlo con grado militar dentro de su ejército, si bien al final no acepto, libera a su esposa y gracias a esa negociación fallida Calleja obtuvo información más detallada de la situación zacatecana y los objetivos insurgentes en el norte. Las pinzas empiezan a cerrarse con la derrota de Hidalgo el 17 de enero de 1811 en la batalla de Puente de Calderón, viéndose obligado a emprender el camino hacia el norte con el fin de llegar a EU y obtener patrocinio para la causa, siendo uno de los primeros lugares a donde llega Aguascalientes donde se reúne con Iriarte, pero su estancia en la hacienda del Pabellón fue cuando se da su destitución del mando del movimiento para pasar al general Ignacio Allende, convirtiéndose en una figura simbólica sin poder de decisión y le retira el mando a Iriarte

Para el 21 de marzo fue cuando se da la captura de Hidalgo y Allende en las Norias del Bajan, mientras Iriarte formaba parte de la comitiva logrando escapar del apresamiento, pero Allende había dado órdenes al nuevo líder Ignacio López Rayón de hacerlo fusilar por saberse de su comunicación con Calleja y su falta de apoyo en la batalla de Puente de Calderón, ejecutándolo al poco tiempo en Saltillo. Sería el mismo López Rayón quien toma el relevo para continuar con la lucha en Zacatecas mientras José María Morelos hacia lo suyo en el sur, quien contó con la suerte de aprovechar la toma de las minas de Quebradilla y Vetagrande para refinanciar la lucha con la plata producida, obteniendo el impulso para revitalizar la lucha insurgente ganando la batalla de Puerto Piñones y retomando Fresnillo, mientras en el bando realista contaba con el mando de Juan Manuel Ochoa “El Rayo de Zacatecas” quien estaba en la capital acompañado de su cuerpo de tarahumaras flecheros, este impulso insurgente llega a su fin el 3 de mayo en la batalla de la hacienda del Maguey en Aguascalientes donde los realistas se hicieron 125 prisioneros y provoca la huida de Rayón hacia Michoacán.

A partir de mayo, Ochoa empieza el proceso de consolidación del poder realista sirviéndose de los religiosos para desengañar a los habitantes de los pueblos del engaño insurgente, así como mantener una escuadra de milicia para proteger de asaltos y reconstruir económicamente la intendencia colocando a militares como administradores de las minas y las haciendas ganaderas. El único foco importante que quedaba en la insurgencia era el sur, donde los pueblos de Villanueva, Jerez, Juchipila y Tlaltenango mantenían el pulso contra los realistas, pero esto no impidió a Ochoa a restablecer en plenitud el gobierno virreinal y en 1812 da la bienvenida al nuevo orden otorgado por la Constitución de Cádiz, estableciendo el nuevo orden democrático en la intendencia, pero aun con el restablecimiento del absolutismo en 1814 no fue detonante para el estallido de un nuevo levantamiento popular sino que mantendrían su lealtad al rey hasta 1821.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Mariana Terán Fuentes. Guerra, lealtad y gobernabilidad en la Intendencia de Zacatecas, del libro La Independencia en las provincias de México.

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Imagen: 

  • Izquierda: Victor Labielle. Detalle de Batalla en el Monte de las Cruces, 1886.
  • Derecha: Carl Nebel. Vista de la mina de Vetagrande cerca de Zacatecas, 1834.

El fin de la rebelión tepehuana.

Para finales de 1617 y principios de 1618 los españoles hicieron todo lo posible por detener los brotes rebeldes de los tepehuanes que continuamente iban atacando a los pueblos de Guadiana, por lo que se pusieron como una de sus prioridades la captura de uno de los lideres y principal instigador del levantamiento, Gogoxito. Se forma una comitiva liderada por los capitanes Soria y García, acompañados por el jesuita Alonso de Valencia y un destacamento de cuarenta indígenas aliados entre xiximes, laguneros y acaxees dirigidos por el alférez Gonzalo de Uría, quienes llegaron a un lugar conocido como El Astillero y se encuentran con mensajeros de Gogoxito quienes intentaron confundirlos para perderlos, pero en lugar de eso fueron aprendidos y sometidos a tortura de las cuales solo sobreviviría uno. Según la información que recabaron, Gogoxito se encontraba en Guatimapé, mientras un importante número de tepehuanes de Tenerapa y Santa Catalina se encontraban en Sariama, apostando por seguir en el camino rumbo a Sariama y usando al enviado sobreviviente como guía, decision afortunada porque en el camino a Guarisamey entra en choque con la guardia de Gogoxito, logrando matarlo en el enfrentamiento.

La muerte del caudillo Gogoxito no fue suficiente y las tropas del gobernador siguen con su campaña pacificadora más allá de Guarisamey para reprimir la rebelión de algunos pueblos y rancherías xiximes, terminando en los territorios de los humes en la sierra de Sinaloa quien según los testimonios de la expedición se trataba de un pueblo civilizado con tradición agrícola. Conforme se empieza a correr la voz de la muerte de Gogoxito, tanto los tepehuanes, acaxees y otros grupos que los siguieron en el levantamiento empezaron a rendirse ante los españoles entablando tratados de paz con el gobernador Gaspar de Alvear, solamente hubo un combate contra algunos tepehuanes y xiximes insurrectos en Sapioris. Con ello inicia el proceso de restablecimiento del orden donde los jesuitas se encargarían de recuperar las misiones destruidas y volver a fungir su papel como cabezas religiosas de los pueblos indígenas, mientras el gobernador Alvear continuaría en la tarea de ir sofocando los grupos rebeldes que sobrevivían en la sierra hasta el final de su administración en diciembre de 1620, siendo sustituido por el almirante Mateo de Vega quien se encarga de acabar con los últimos reductos de la rebelión tepehuana y continua la campaña contra los tobosos y los tarahumaras dirigidos por Juan Coclé.

El éxito inicial de los tepehuanes contra el poder novohispano se debió a la red de alianzas mantenidas con otros grupos indígenas, pero la organización mantenida por las autoridades de Nueva Vizcaya para enfrentar la rebelión fue el punto vital desde donde les permitiría negociar a cualquier precio la paz con los diferentes liderazgos rebeldes y poco a poco fueron desarticulando la rebelión, fomentando la desconfianza y quitándoles la culpa para depositarla en los tepehuanes. La destrucción de pueblos, misiones, haciendas y rancherías retrasarían en cuanto a progreso material a la Nueva Vizcaya cerca de 50 años, por lo que una de la decisiones para darle más solidez a la presencia española fue la de erigir el obispado de Nueva Vizcaya para poder infundir confianza en los mineros neovizcainos, además de que les tocaría sacar réditos de la imagen mariana de El Zape convirtiéndola en un importante culto local y símbolo de la victoria sobre la “barbarie” de los indígenas. Solamente se registraría un último levantamiento liderado por el cacique de Santiago Papasquiaro como respuesta al despojo de tierras promovidos por el responsable del santuario de El Zape Martin Suarez, aunque finalmente aceptaron entrar en conversaciones con el gobernador al comprobarse que recibían ayuda en los tiempos de hambrunas y solo se ocupaban algunos terrenos baldíos, congregándose en una nueva población.

Una vez sofocada la rebelión, se empieza la tarea de reconstrucción de las misiones y pueblos del reino, por lo que hubo un fuerte impulso por parte del gobierno y también serviría como apoyo importante el culto a la “Virgen del Hachazo” de El Zape, usándose tanto con fines propagandísticos como la victoria de la verdadera fe sobre los idolatras y sobre todo por la cantidad de limosnas aportadas por los devotos. Con ello se empieza a estructurar el regreso de los jesuitas en las poblaciones de Topia, Santiago Papasquiaro, Santa Catarina, San Andrés, entre otras poblaciones, además de servir para continuar con la expansión hacia el norte en la región de La Laguna reforzando las misiones de Parras y Rio Nazas para ser la entrada hacia la Sierra Tarahumara. Mientras, los procesos de reducción de las poblaciones indígenas (entiéndase como la congregación de comunidades pequeñas en un solo pueblo) y la pacificación de los grupos rebeldes continuo a lo largo de las siguientes décadas, pero esto no evito que los tepehuanes y otras etnias siguiesen recurriendo a sus chamanes para seguir realizando sus ceremonias.

Si bien, el reino de la Nueva Vizcaya había logrado su pacificación en la década de los 30, la rebelión tepehuana mostraría muchas de las características de las guerras de expansión sostenida por los españoles en el septentrión, las cuales de no haber tenido el soporte de las minas de plata encontradas a lo largo de la Sierra Madre Occidental hasta Chihuahua, no se hubiese concretado el impulso para seguir más adelante, ya que los indígenas no tenían ningún beneficio de la presencia de los misioneros que lo que ofrecía su ancestral orden autóctono. También vamos a ver como los indígenas mostraron permeables a la recepción de nuevos conceptos del cristianismo propagado por los misioneros para usarlos en favor de sus intereses, como ocurrió con la mutación del mensaje milenarista al mezclarse con la religiosidad indígena para poder articular la rebelión en manos de sus representes religiosos. Con ello, a lo largo del periodo novohispano y posteriormente el independiente, los indígenas se irán rebelando cuando han percibido abusos por parte de las autoridades civiles o de la iglesia, pero las diferencias existentes entre los grupos indígenas como disputas por las tierras o incluso más antiguas, impidieron que se formalice un movimiento para expulsar a los europeos, por lo que al poco tiempo regresaban aprovechando esas divisiones y volvían a imponer el orden colonial.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: José de la Cruz Pacheco Rojas. Milenarismo tepehuán. Mesianismo y resistencia indígena en el norte de México.

Imagen:

  • Izquierda: Chorografía de las misiones apostólicas que administro antes en Topia y Tepehuana, y administra en Nayo, Tarahumara, Chínipas, Sinaloa, Sonora, Pimería y California de la Compañía de Jesus en la America Septentrional, siglo XVII.
  • Derecha: Miguel Cabrera. Hermano de Santarén, religioso jesuita muerto durante la rebelión tepehuana de 1616, siglo XVIII.

El avance de la rebelión tepehuana.

Fueron pocos los sobrevivientes del ataque a El Zape quienes lograron llegar a Indé, población minera que estaba bien pertrechada y lograría aguantar hasta el paso del gobernador rumbo a Guanaceví, la cual supo a tiempo de la rebelión indígena y también logro guardar los suficientes víveres y parque para resistir. Pero los planes de los tepehuanes iban más allá, tanto los acaxee como los xixime de la sierra de Sinaloa recién se habían enterado de la guerra y amenazaban con entrar para desterrar a los españoles, incluso los indígenas avecindados en Guadiana tenían planeado tomar la ciudad por asalto mientras iban colaborando en las labores de fortificación, pero esta conspiración fue descubierta por un religioso quien escucho los planes y se mandó a arrestar a 75 indígenas, entre ellos caciques quienes informaron que el ataque se daría el 22 de noviembre, pero la circulación de un informe falso de que llegaba a la ciudad una fuerza de 2,000 indios flecheros provoca que los españoles ejecutasen a todos los prisioneros.

El 19 de diciembre sale de Guadiana el gobernador Gaspar de Alvear rumbo a Indé y Guanaceví para reorganizar la defensa llegando con 61 soldados españoles a caballo y 120 indios conchos aliados, al día siguiente se dirige a La Sauceda donde ve indicios de un ataque tepehuan, llegando cerca de 800 tepehuanes al ataque que más bien se trató de un combate preventivo, ya que los españoles no habían caído en el plan de emboscada y prefirieron dejarlos sufriendo bajas menores. De este enfrentamiento surgiría la versión de José de Arlegui, quien da una cifra disparatada al decir que habían enfrentado y matado a 15,000 tepehuanes, versión que estaría arraigada en la cultura popular de La Sauceda donde en el siglo XIX llegaron historias de haber existido montículos con los restos de los indígenas muertos en la batalla o como supuestamente salían huesos cuando se araba el campo por los rumbos de Cacaria.

Al mismo tiempo en que el gobernador se encontraba en La Sauceda, se había desatado la violencia en Guanaceví al aumentar los asaltos, asesinatos e incendios, debido a que se encontraba una de las minas más productivas de la región se prestó a ir en su ayuda pasando por las poblaciones de San Juan del Rio e Indé para reorganizar su defensa y recabar provisiones. Llega el 15 de enero de 1615 y encuentra que los colonos habían logrado refugiarse en la iglesia, pero el resto del pueblo había sido saqueado e incendiado, más precaria encontraría la situación cuando llega a El Zape días después donde encontró los cuerpos de los misioneros asesinados, iniciando el camino de regreso rumbo a Santa Catarina y Santiago Papasquiaro, pero en las cercanías de Santa Catarina entraría en batalla con los tepehuanes donde capturo algunos prisioneros y de ellos supo que el centro de la rebelión se encontraba en Tenerapa, donde se encontraban los caudillos Mateo Canelas y Gogoxito. Es así que deciden atacar la población por sorpresa, aunque fueron alertados de la llegada española y muchos pudieron huir, pero los españoles habían provocado 60 bajas y se hicieron con 200 prisioneros, los cuales algunos fueron ahorcados o vendidos.

Muchos de los cuerpos de los religiosos muertos durante los asaltos eran mandado a Guadiana para recibir su debido entierro y ser homenajeados como mártires, pero aun con la disuasión que pudo suponer el ataque a Tenerapa, los tepehuanes persistían en su plan de atacar la capital y empezaron a merodear sus alrededores, intentos que fueron deshechos por la vigilancia de las fuerzas españolas y sus aliados conchos. A pesar del triunfo de las fuerzas del gobernador contra los rebeldes, cada vez más pueblos se iban levantando destruyendo las misiones, llegando peticiones de ayuda provenientes de Atotonilco, Nombre de Dios e incluso de Chametla en Sinaloa, incrementándose el peligro de la extensión del conflicto ante una posible incorporación de los acaxees y xiximes. En el oriente, se empezaron a suscitar algunas inquietudes entre los indígenas de Parras y La Laguna al verse tentados para revelarse contra los españoles, pero los franciscanos lograron convencerlos de desistir a la guerra y sobre todo se vieron persuadidos por la amenaza de la viruela, ya que lo vieron como una maldición que solo afectaba a los indígenas y a los españoles no, creyendo que era mejor estar en paz con los religiosos.

Fue tal la fuerza del mensaje rebelde que sus efectos se llegaron a sentir en Nueva Galicia, por lo que parte de las fuerzas de Nueva Vizcaya junto con las tapatías empiezan a perseguir cualquier indicio de entrar en contacto con los indígenas de la región y después sería sellada la audiencia con la llegada de voluntarios de México. Mientras del lado de los tepehuanes, habían logrado incorporar a su lucha a algunos grupos de tobosos, conchos, tarahumaras y acaxees quienes tuvieron refugio en la Sierra Madre, pero sus posiciones cada vez se veían más asediadas por los españoles quienes poco a poco iban cerrando posiciones entorno a los enclaves tepehuanes, ejecutando a cuanto líder caía en sus manos, aunque los indígenas contaban con la ventaja de conocer a la perfección los recovecos de la sierra para aparecer y atacar a los perseguidores.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: José de la Cruz Pacheco Rojas. Milenarismo tepehuán. Mesianismo y resistencia indígena en el norte de México.

Imagen: S/D. Mural de batalla entre indigenas y españoles.

El estallido de la guerra de los tepehuanes.

Hartos de los duros procesos de evangelización y sometimiento al poder de los españoles, los indígenas de la Nueva Vizcaya empezaban a manifestar su rebeldía primero por medio de sus interpretaciones religiosas del cristianismo mezclado con las creencias autóctonas, naciendo asi un culto milenarista donde se adopta la idea del fin de los tiempos donde los injustos serian castigados por sus pecados, en este caso los españoles, mientras ellos tendrían como recompensa el retorno a su antiguo orden. Los inicios del siglo XVII marca el estallido de las rebeliones indígenas en la provincia, siendo los acaxees de la sierra los que no aguantaron los abusos de los mineros y la destrucción de sus elementos culturales, arrancando la guerra en Topia donde destruyeron la iglesia del pueblo y extienden el ataque a los pueblos de San Andrés, Las Vírgenes, Sinaloa y Cósala matando indiscriminadamente a españoles e indígenas conversos, cuenta la leyenda que en San Andrés el sacerdote Alonso Ruiz sale con una cruz para arengar la defensa del pueblo y que fue blanco de varios arqueros, milagrosamente ninguno le dio y eso hizo que se retiraran y los defensores pudieron recibir refuerzos.

La violencia se dispara por toda la región al generalizarse el ataque hacia cualquier establecimiento español que encontrasen destruyéndolo y matando a sus moradores, asi como el sometimiento a constantes rapiñas los caminos de la sierra y el ataque a las rancherías para robarles el ganado, forzando al gobernador de Nueva Vizcaya Rodrigo de Vivero y Aberrucia a salir de la capital para tratar de enfrentarlos sin muchos resultados. La campaña fue seguida por su sucesor Francisco de Urdiñola al trasladarse con 60 soldados españoles bien armados y un gran número de “indios flecheros” de La Laguna a Topia, mientras la iglesia intentaba sin mucho éxito el crear canales de dialogo y pacificación con los indígenas con nulos resultados, hasta que los sacerdotes entraron con una comitiva armada fue cuando aceptaron pactar la pacificación. Aun con esto, otros grupos acaxee continúan con el ataque a los pueblos de indios que se habían negado a participar en la rebelión, por lo que el mismo obispo Alonso de la Mota participa activamente en las conversaciones con los jefes convenciéndolos de deponer la armas.

Mientras tanto, el gobernador Urdiñola y el capitán Juan de Castañeda se encargarían de perseguir a los principales instigadores del movimiento, sobre todo a los llamados “falsos obispo”, capturando al apodado “Perico” del pueblo de Chacala y quien ejercía una gran influencia religiosa entre los indígenas con sus predicas y sus llamados “apóstoles”, terminaron siendo juzgados y ahorcados. El problema de los acaxee fue que no lograron formar alianzas con otros grupos para fortalecer su movimiento, además los religiosos no habían formado una ideología fuerte para poder asegurar el compromiso de los rebeldes, por lo que para evitar levantamientos futuros los españoles procedieron a reducir las poblaciones de la región de 70 que había a solo 24 para tenerlos bien vigilados. Todos estos errores fueron aprendidos por los tepehuanes, quienes se iban guardando el resentimiento hacia las acciones d ellos españoles y que los misioneros estaban dejando de lado para privilegiar una rápida expansión, provocando una conversión superficial permitiéndoles mantener gran parte de sus pensamientos y que fue aprovechado por el anciano hechicero Gogoxito para conformar las bases de su rebelión.

Gracias a su mensaje de retorno a las viejas costumbres junto combinado con el milenarismo cristiano, Gogoxito organiza una gran rebelión que seria fulminante debido a que se produjeron levantamientos en múltiples lugares al mismo tiempo abarcando desde pueblos, haciendas, minas y ranchos hacia el 21 de noviembre de 1616, matando en primera instancia a una gran cantidad de misioneros jesuitas. Una de las poblaciones más afectadas sería El Zape, donde se estaba llevando a cabo un festejo religioso entorno a la virgen del lugar y había congregado a una gran cantidad de españoles y sería un gran objetivo, mientras habían logrado propinar un golpe en la población de Santa Catarina matando a los colonos en mayoría indígenas mexicas y purépechas, junto a los mestizos y españoles además de arrasar con el pueblo quemando las casas. Santiago Papasquiaro también fue víctima de los ataques tepehuanes, donde cerca de 500 indígenas cercaron la iglesia para prenderle fuego y obligar salir a los refugiados, llevándolos al panteón para matarlos, solo el pueblo de Guatimapé había logrado repeler el ataque, mientras los sobrevivientes hicieron lo posible para llegar a Guadiana y a La Sauceda.

Ante los informes de los ataques, el gobernador Gaspar de Alvear y Salazar conformaba el contrataque encabezado por el capitán Martin de Olivas Gordejuela, llegando con sus tropas a La Sauceda a tiempo para rechazar el ataque tepehuan, pero a su vez no dejaron que salieran de ahí siendo obligados a fortificarse por 42 días. Esto hizo posible que los tepehuanes llegasen a El Zape el día 18 para darle muerte a 18 españoles y sus cerca de 60 sirvientes negros, en este suceso ocurriría uno de los prodigios de la religiosidad novohispana, ya que la virgen depositada en la población fue objeto de la furia de los tepehuanes al ser flechada, ahorcada, partida de un hachazo, mutilada y finalmente arrojada a una ciénega, por lo que una vez finalizada la guerra la imagen seria recuperada y restaurada convirtiéndose en una imagen milagrosa al convertirse en un símbolo de la victoria española, elevando al El Zape a convertirse en un importante santuario regional y elevando el hecho al martirologio novohispano.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: José de la Cruz Pacheco Rojas. Milenarismo tepehuán. Mesianismo y resistencia indígena en el norte de México.

Imagen: Virgen de El Zape. Durango, siglo XVII. Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=y9gPnGucB90&ab_channel=MiiMiidgo

Los profetas tepehuanes.

La evangelización jesuita de los indígenas de Durango tuvo huecos importantes desde donde las antiguas costumbres pudieron sobrevivir, la población anciana fue la más renuente en aceptar la fe de los conquistadores y prefirieron mejor retirarse a las montañas para seguir manteniendo su vida ancestral, pero manteniendo la comunicación con sus parientes quienes les informaban las penurias por las que atravesaban con los españoles. Fueron ellos quienes empiezan a intentar convencer a los tepehuanes de alejarse de las misiones para reincorporarse al antiguo sistema de rancherías, por lo que las figuras de los chamanes empiezan ganar la atención de los indígenas como liderazgos carismáticos cuyo prestigio podía representar una figura de contrapeso a la de los misioneros y la opresión que ejercían los españoles.

Hacia 1615 es cuando inician los movimientos de los chamanes quienes inician una campaña a lo largo del territorio tepehuán y en Sinaloa a un tlatol encargada de comunicar su mensaje entre los indígenas, se sabe que en un principio su presencia era tímida y cautelosa por el temor de que fuese denunciado con los españoles. Sus primeras apariciones se hicieron por Sinaloa entre los indios Guasave (posiblemente Nío) donde ayudo a una mujer enferma, con ello empieza a convencer al resto de los indígenas de la fuerza de los antiguos dioses, pero el misionero Alberto Clerici se da cuenta de la presencia del hechicero y procede a exorcizar a la mujer, según las fuentes el hechicero se vuelve a hacer presente el 31 de julio en el día de San Ignacio y esta vez fue el misionero quien supuestamente logra echarlo con sus oraciones, pero la influencia del tlatol quedaría entre los indígenas.

Se sabe que varios indígenas mantenían visiones del dios traído por le tlatol pidiéndoles que tuvieran listos sus arcos y flechas para la rebelión, pero el padre Clerici se entera de que iba sucediendo gracias a sus informantes conversos quienes le señalan la existencia de un ídolo, por lo que se dieron a la tarea de buscarlo, encontrándolo para quemarlo y sustituirlo por una imagen de San Ignacio, esta es a la que se le sigue rindiendo culto hoy en día y tiene fama de ser milagrosa. Mientras en la sierra entre los acaxees, se tienen noticia del mismo personaje quien era la voz de aquella deidad para llamarlos a la rebelión, es posible que se haya tratado de un dios de la guerra de quien se sabe su mensaje llego hasta Acaponeta a través de diferentes mensajeros quienes estuvieron predicando a lo largo del año para que estallase la rebelión en 1616.

La difusión del mensaje tuvo éxito gracias a las ancestrales redes interétnicas las que permitieron concretar alianzas para acabar con un enemigo en común, la forma en que los misioneros destruyeron sus templos y sus ídolos habían provocado un gran malestar, pero por la proliferación de las ideas cristianas hicieron que se fueran mezclando conceptos como el “castigo del cielo” o el “ser tragados por la tierra” para los que no siguieran la rebelión. Se sabe de la labor de dos profetas ancianos del pueblo de Tenerapa llamados Quautlatas y Gogoxito, de quien se sabe había sido convertido, pero había dejado el cristianismo, quien iba divulgando el mensaje del dios de la guerra hasta que fue capturado, pero al llevar consigo una cruz en su pecho hizo que el gobernador de la Nueva Vizcaya lo castigara con unos azotes al considerarlo que solo propagaba una “superstición diabólica”.

Se sabe que esa imagen la usaba para poder acercarse a los indígenas conversos sin causar reticencias y con ello les podía dar el llamado a la guerra, prometiéndoles el fin de sus penurias, convenciendo así a los tepehuanes, acaxees y xiximes, solo les faltaban los tarahumaras. Según los informes, este dios de la guerra tepehuán tenía su santuario en los terrenos de Tenerapa, comunidad que solo era un pueblo de visita debido a lo difícil que era llegar a ella y era dependiente de Santiago Papasquiaro, estas condiciones permitieron que en la región surgiese la resistencia hacia la evangelización y preparasen para el contrataque, así como sucedía con el caso de Otinapa, Tejamen y Guatimapé, localizados en terrenos boscosos donde podían esconderse y atacar cuando tuvieran la oportunidad.

Lo que nos dicen las fuentes era que los rebeldes identificaban a su dios por medio de la figura de la pequeña cruz, la cual no tenía que ver con la imagen cristiana ya que durante la guerra solían destruir los objetos cristianos y quemar las misiones. También hay que tomar en cuenta que dentro de la religiosidad indígena la cruz era un símbolo importante al representar los cuatro puntos cardinales, que por las condiciones existentes y para facilitar la llegada del mensaje haya sido la imagen ideal para lograr el convencimiento de los indígenas. Para los jesuitas era imposible compaginar las creencias indígenas con las cristianas, las primeras eran consideradas obras del demonio que debían de ser desterradas a toda costa, pero inevitablemente había algunos puntos en común o similares que ayudaron tanto a facilitar la conversión como el mensaje a la guerra de los chamanes tepehuanes, sumada a las malas condiciones vividas por los indígenas hicieron que para 1616 la sierra de Durango y Sinaloa se convirtiese en el polvorín a punto de estallar.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: José de la Cruz Pacheco Rojas. Milenarismo tepehuán. Mesianismo y resistencia indígena en el norte de México.

Imagen: 

  • Izquierda: Imagen de San Ignacio de Nío, Sinaloa, siglo XVII.
  • Derecha: Ruinas de la misión jesuita de San Ignacio Nío, Sinaloa, siglo XVII.