La política exterior de Echeverria.

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El gobierno mexicano no estaba siendo proactivo en la resolución de la problemática fronteriza, como la migración ilegal o el creciente narcotráfico. Esto llevó al gobierno estadounidense a comenzar a presionar en el terreno comercial, un sector delicado y fundamental para Luis Echeverría para sacar al país de la crisis económica mediante el aumento de las exportaciones. Estados Unidos impuso restricciones a la importación de fresas, tomates, textiles y otros bienes, empeorando el panorama en agosto de 1971 con la aprobación de un impuesto del 10% sobre las importaciones. Esto llevó a Echeverría a dirigirse directamente al presidente Richard Nixon para lograr una excepción con los productos mexicanos. Además, otros altos funcionarios viajaron a Washington para tratar de revertir esta medida.

Aunque posteriormente el impuesto fue derogado, las relaciones con el gobierno de Echeverría se tensaron. México sostuvo la cancelación de las restricciones a sus importaciones y exigió un trato preferencial alegando la vecindad. Sin embargo, esto quedó estancado en vagas promesas que nunca se cumplieron. Esto provocó que México impusiera determinadas restricciones para la inversión.

Una de las medidas del gobierno fue promover la «mexicanización» de las empresas en el país, lo que implicaba que al menos el 50% del capital fuera nacional. Esto generó preocupación entre algunos empresarios estadounidenses que vieron amenazadas sus inversiones. Sin embargo, los congresistas estadounidenses dieron su visto bueno siempre y cuando se asegurara que los inversionistas recibirían una compensación justa.

En el plano diplomático, Nixon dio su beneplácito al plan del canciller Henry Kissinger para que Echeverría fuera el interlocutor con el resto de mandatarios de América Latina. Aunque se rechazó cualquier trato con respecto al gobierno de Cuba, se vio positivamente el deseo del presidente mexicano de ser conocido como el «líder del Tercer Mundo». Sin embargo, las intervenciones de Echeverría en el plano internacional comenzaron a sonar disruptivas para los intereses estadounidenses. Combinando el nacionalismo con una posición a favor de los países afectados por Estados Unidos, como se vio en su apoyo al ingreso de Vietnam a la ONU, Echeverría generó el disgusto de Washington por su tono radical y su completa identificación con las naciones tercermundistas.

Cuando Nixon renunció a la presidencia debido al escándalo «Watergate» y fue reemplazado por el vicepresidente Gerald Ford, los políticos estadounidenses empezaron a mostrar mayor animadversión hacia el discurso de Echeverría, acusándolo de llevar al país hacia el comunismo. En 1976, aumentaron los rumores publicados en la prensa sobre posibles cancelaciones de créditos e incluso se habló de una filtración de un memorándum del Banco Mundial que sugería la devaluación del peso, lo que provocó la salida de algunos capitales.

En cuanto a las relaciones con el resto del mundo, Echeverría mantuvo una política activa con el objetivo de diversificar las inversiones en el país. Realizó doce giras internacionales y visitas particulares a 30 países. Uno de sus primeros objetivos fue posicionarse como la cabeza de América Latina, reafirmando el Tratado de Tlatelolco de 1967, que aseguró el desarme nuclear y el compromiso de no adquirir armamento nuclear por parte de las naciones latinoamericanas.

Logró mantener buenas relaciones con diversas potencias, incluyendo el bloque de la Comunidad Económica Europea, la URSS, las disidencias socialistas como China y Yugoslavia, las naciones recién independizadas de Asia y África, e incluso realizó una visita al Papa en el Vaticano. A cambio, recibió importantes visitas como la de la reina Isabel II, el sha de Irán y numerosos primeros ministros.

La cuestión latinoamericana fue un aspecto crucial en las actividades de la cancillería mexicana durante la presidencia de Echeverría. Muchos de los gobiernos en la región eran de origen militar debido a golpes de estado, lo que llevó a las embajadas mexicanas a servir como refugio para los perseguidos políticos. Además, México enfrentó rivalidades con países como Brasil y Argentina, lo que se reflejó en los esfuerzos por crear el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe. Este sistema tenía como objetivo contrarrestar la influencia de Estados Unidos y establecer relaciones de libre comercio, aunque sus resultados a mediano plazo fueron infructuosos.

A pesar de la política exterior de buena voluntad de Echeverría, hubo dos casos en los que adoptó una posición antagonista. Por un lado, estuvo el conflicto con Israel debido a su apoyo a una iniciativa en la ONU que equiparaba el sionismo con el nazismo como consecuencia del conflicto árabe-israelí, lo que provocó un boicot de la visita de turistas judíos . Por otro lado, adoptó una posición beligerante contra la España franquista al proponer su expulsión de la ONU tras la ejecución de activistas vascos acusados de terrorismo en 1975.

Los esfuerzos de Echeverría en sus relaciones internacionales estaban teniendo éxito, especialmente en el ámbito del comercio exterior. Las exportaciones mexicanas al inicio de su sexenio totalizaban 14,703,000 pesos, con un 70% destinado a Estados Unidos. Para 1976, este volumen se había elevado a 51,905,000 pesos, con una disminución en la participación de Estados Unidos en las compras y un aumento en las compras de otros países del mundo.

A pesar de estos logros en el comercio exterior, el aumento en las importaciones fue significativo, pasando de 30,760,000 pesos en 1970 a 90,900,000 pesos al finalizar el periodo de Echeverría. Estados Unidos continuó siendo el mayor beneficiado al representar aproximadamente el 62% de las importaciones, lo que generó un balance negativo en el comercio exterior mexicano.

Aunque los objetivos económicos no se cumplieron totalmente, la representación mexicana logró posicionarse en el ámbito internacional gracias al llamado «poder blando». Esto se manifestó en la participación activa de intelectuales y científicos en comitivas internacionales, así como en intercambios culturales y colaboraciones científicas con diversas naciones, fortaleciendo la posición de México a nivel mundial.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Blanca Torres. La política exterior de México durante el gobierno de Luis Echeverria (1970-1976): El renovado activismo global, de la revista Foro Internacional, vol.62.

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Imagen: S/D. Recepcion de la reina Isabel II y el principe de Edinburgo de Luis Echeverria y su esposa Maria Esther Zuno a su visita a la Gran Bretaña, 1973.

El gobierno de Echeverria y su relación con EU.

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El periodo entre 1973 y 1975 marcó una reconfiguración en el frente diplomático del gobierno estadounidense, que buscaba fortalecerse en su lucha contra el bloque socialista. Esto se manifestó en la eliminación de gobiernos de izquierda en América Latina para imponer dictaduras militares, así como en la formación de un bloque de defensa con otras potencias capitalistas, dando origen al G5 y posteriormente al G7. En México, el gobierno de Luis Echeverría enfrentó dificultades para contener la decadencia del modelo de «desarrollo estabilizador».

La implementación de reformas fiscales encontró oposición por parte de los empresarios, y aumentar los ingresos y la demanda de exportaciones mexicanas en el mercado internacional resultó difícil. Esto condujo a un incremento en la inflación de precios en el país y obligó al gobierno a endeudarse más para llevar a cabo su plan de «desarrollo compartido». La retórica presidencialista, con un discurso marcado por tendencias izquierdistas y radicalismo, generó animadversión en la clase empresarial y pérdida de confianza en el gobierno. Esto llevó a que muchas inversiones se retiraran del país, provocando una crisis inevitable al final del sexenio de Echeverría.

Echeverría adoptó una política exterior que promovía el multilateralismo, pero no ignoraba la dependencia significativa del país en relación con los Estados Unidos. Por ello, buscó impulsar un mayor acercamiento a los países latinoamericanos, argumentando la importancia de las raíces históricas y culturales compartidas. Consideraba fundamental fomentar la unión de los mercados mediante la creación de empresas multinacionales. En cuanto a la relación con los Estados Unidos, Echeverría buscó establecer una relación de «respeto mutuo», reconociendo la necesidad de mantener la asociación con el mercado estadounidense pero también buscando profundizar los intercambios con Europa para reducir esa dependencia. Con respecto a la cercanía geográfica con los Estados Unidos, se esforzó por mantener relaciones equitativas.

Uno de los desafíos que abordó fue la cuestión de las importaciones tecnológicas. Su objetivo era incrementar las exportaciones de materias primas y productos manufacturados para consolidar la modernización industrial. Para lograrlo, incentivó la llegada de inversiones extranjeras destinadas a introducir nuevas tecnologías y apoyar a las empresas mexicanas en lugar de competir directamente con ellas.

El inicio del gobierno de Echeverría estuvo marcado por su interés en mantener una relación cercana con los Estados Unidos. Para lograrlo, contó con el respaldo del diplomático Emilio Rabasa, quien fue designado embajador en Estados Unidos y posteriormente asumió el cargo en la cancillería mexicana. Uno de los principales objetivos era mantener estrechas relaciones con Henry Kissinger, consejero principal del presidente Nixon. Esta asociación fue exitosa, ya que Kissinger utilizó a México como intermediario con otras naciones latinoamericanas, lo que se evidenció en sus frecuentes visitas y reuniones con el presidente Echeverría.

Aunque Rabasa renunció en 1975, el gobierno mexicano mantuvo otros canales de comunicación efectiva con Estados Unidos, como a través del embajador Joseph John Jova. La embajada mexicana también cultivó relaciones cordiales con empresarios estadounidenses, facilitando sus inversiones en México. Además, mantuvo una comunicación continua con el Congreso de Estados Unidos para resolver problemas bilaterales, aunque no evitó la existencia de desacuerdos en algunos temas.

El conflicto en torno al acceso al agua del río Colorado fue uno de los problemas difíciles de resolver entre México y Estados Unidos. La construcción de presas en territorio estadounidense afectaba los campos de cultivo en el delta de los estados de Sonora y Baja California al entregar aguas con mayor salinidad. Por su parte, la administración de Nixon recriminaba a México por su supuesta laxitud en temas como la migración indocumentada y el tráfico de drogas.

Desde la perspectiva estadounidense, el buen nivel de relaciones mantenidas en la década pasada aseguraba la adhesión mexicana a los intereses globales de Estados Unidos. México era considerado uno de los países prioritarios para la diplomacia estadounidense. Aunque reconocían la inestabilidad en la política interna mexicana, confiaban en superarla y no consideraban que representara una amenaza para el régimen. La falta de una política exterior activa en los sexenios anteriores hizo pensar al gobierno estadounidense que México no adoptaría posturas contrarias a sus intereses.

Henry Kissinger planeaba que México se convirtiera en el representante ante otros países de América y las amenazas que representaban sus posiciones nacionalistas. Sin embargo, se pasó por alto la necesidad de la política mexicana de mostrar cierta independencia en sus intereses, lo que llevó a tensiones y dificultades en la relación bilateral.

Los años de diplomacia mexicana con el gobierno estadounidense establecieron una serie de reglas para mantener una posición ambigua en público respecto a políticas desfavorables sin oponerse abiertamente, además de mantener una postura de poca presión en decisiones internacionales trascendentales, a diferencia de su enfoque más enérgico con otros países. Aunque se resolvió el problema del agua del río Colorado, México no logró reducir la migración ilegal ni detener el tráfico de drogas, a pesar de las campañas de destrucción de cultivos en el país. Echeverría argumentó la falta de un acuerdo conjunto en las acciones para combatir estos problemas. Para finales de su mandato, la cantidad de drogas que ingresaban a Estados Unidos seguía sin reducirse, generando reclamaciones por parte del gobierno estadounidense.

El tema migratorio también enfrentó dificultades, ya que México buscaba ampliar el programa «bracero» debido a la necesidad del mercado laboral estadounidense de mano de obra mexicana, estimando entre 5 y 6 millones de mexicanos ilegales en Estados Unidos. Sin embargo, Washington no logró llegar a un acuerdo debido a la presión de los sindicatos. Ante la falta de compromiso para negociar, el gobierno mexicano decidió abandonar sus intentos de brindar apoyo consular a los trabajadores migrantes.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Blanca Torres. La política exterior de México durante el gobierno de Luis Echeverria (1970-1976): El renovado activismo global, de la revista Foro Internacional, vol.62.

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Imagen: Henry Kissinger, con el entonces presidente de México Luis Echeverría, en el Museo Nacional de Antropología, con el Calendario Azteca de fondo en 1973. Fuente: https://www.eluniversal.com.mx/mundo/henry-kissinger-y-mexico-desde-su-amor-por-acapulco-hasta-sus-charlas-con-echeverria/

Los europeos y los recursos americanos.

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El contexto natural de América resultó demasiado complejo para las diferentes naciones europeas que llegaron a conquistar diversas zonas del continente, lo que llevó a resultados muy variados que determinaron las formas de gobierno en los reinos y colonias. El Perú fue el que mejor cumplió con las aspiraciones de los conquistadores españoles, ya que el Imperio Inca valoraba enormemente los metales preciosos como el oro y la plata. Según las fuentes históricas, se pagó un rescate de cerca de 1,326,536 pesos de oro y 51,600 marcos de plata por la liberación de Atahualpa, quien fue secuestrado por Francisco Pizarro. En cambio, los señoríos mesoamericanos resultaron una decepción para los españoles, aunque obtuvieron a cambio importantes contingentes de mano de obra indígena y el excedente de su producción agrícola.

Por otro lado, la experiencia de los ingleses en Norteamérica fue diferente. Encontraron territorios gélidos donde solo podían aprovechar la obtención de pieles de animales. Sin embargo, a partir de Nueva Inglaterra hacia el sur, tenían la posibilidad de obtener cosechas importantes con los excedentes de sus recursos.

Los colonos ingleses veían con desaprobación la práctica de cultivos temporales de los indígenas del sur de la Costa Este, quienes abandonaban sus tierras estacionalmente para trasladarse como nómadas a otros territorios. Esta costumbre explicaba, según los colonos, la aparente pobreza y baja densidad de población de los indígenas, a pesar de contar con abundantes recursos naturales. Sin embargo, esta movilidad dificultaba el establecimiento de relaciones de servidumbre con los indígenas.

En contraste, los españoles lograron someter tanto el territorio mesoamericano como el andino, regiones que tenían milenios de organización civilizatoria donde existían relaciones de sumisión entre el pueblo y sus gobernantes. Por lo tanto, las autoridades y conquistadores españoles simplemente se integraron en estas estructuras preexistentes para obtener beneficios, aunque les resultaba difícil adaptarse a los sistemas de intercambio basados en semillas de cacao y plumas en lugar de oro y plata. Este tipo de dominio fue llevado al extremo del abuso por parte de los conquistadores españoles, quienes cometieron tropelías y saqueos contra los indígenas, utilizando la figura de la encomienda, todo con el fin de alcanzar los mismos niveles de riqueza que la nobleza peninsular.

El maíz fue fundamental en la construcción del modo de vida indígena en gran parte del continente americano, permitiéndoles generar excedentes que les permitían mantener a sectores de la sociedad apartados de las actividades de subsistencia, especialmente en las regiones mesoamericanas y andinas. Aunque los españoles comenzaron a adoptar gradualmente la costumbre de consumir tortillas mesoamericanas, siempre añoraron el trigo y se esforzaron por introducirlo en el continente para que los indígenas lo cultivaran y así poder disponer de pan, ya sea de salvado para los colonos pobres o pan blanco, el cual tenía el doble de precio, para los adinerados. Esto se realizaba sin llamar la atención de los indígenas, quienes solo cultivaban trigo debido a la demanda española.

Contrariamente a lo que se pueda pensar, los ingleses valoraron la presencia del maíz y rápidamente lo adoptaron como alimento principal en las colonias. Esto se debió a la facilidad de su cultivo y a la dificultad de adaptar cultivos como el trigo, la avena y la cebada. Solo a finales del siglo XVII se logró establecer sembradíos de estos granos en la colonia de Chesapeake, sin que estos reemplazaran al maíz.

Con la llegada de los europeos también llegaron los animales de cría, destinados a proporcionar una fuente permanente de carne en su dieta o a servir como medio de transporte, como en el caso de los caballos. Sin embargo, los indígenas se vieron enfrentados a una serie de problemas, ya que el ganado solía destruir sus cultivos al adentrarse para alimentarse. En el caso de los españoles, delegaban la responsabilidad de la cría del ganado a los colonos pobres, quienes establecieron estancias y fincas para este fin.

Esta actividad económica resultó ser de gran importancia para territorios como la costa peruana, Chile y el norte de México, donde las sociedades giraban en torno a la cría de ganado, el cultivo de productos agrarios españoles como cereales, vid y aceites, así como la manufactura de artículos hispanos. Algunos cultivos indígenas adquirieron una importancia capital para la economía española, como fue el caso del cacao, el tabaco, el añil y la grana cochinilla, los cuales tuvieron una alta demanda en los mercados europeos y pronto fueron monopolizados por algunos terratenientes. Además, la cría de ganado vacuno y la producción de azúcar resultaron más prósperas que en la península, convirtiéndose en productos de exportación.

Los colonos ingleses se vieron obligados a conformarse con vidas más modestas al darse cuenta de la imposibilidad de encontrar las riquezas que los españoles habían hallado. Se vieron obligados a tener fincas pequeñas que debían defender de los indígenas y a ingeniar formas de aprovechar al máximo los recursos disponibles. No había forma de competir con las riquezas provenientes de los yacimientos de plata en México y Perú. La única manera de hacer sostenibles las colonias fue aprovechar las fértiles tierras de Chesapeake, donde descubrieron que eran adecuadas para el cultivo del tabaco. El éxito de las exportaciones de tabaco fue tal que intensificaron su cultivo y la población creció de forma exponencial, pasando de 2,500 habitantes en Virginia hacia 1620 a 100,000 al final del siglo.

Otra salvación para los colonos fue la posesión de la isla de Barbados en el Caribe hacia 1625, tras ser abandonada por los españoles. Descubrieron que sus tierras eran ideales para el cultivo de caña de azúcar y algodón, convirtiéndola en una potencia productora gracias a las técnicas importadas de Brasil por los portugueses durante las décadas de 1640 a 1650.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: John Elliot. Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830).

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Imagen: David B. Scott. Cultivos de tabaco en Jamestown, Virginia, hacia 1615, grabado de 1878.

El contexto geopolítico de los 70 y México.

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Desde mediados del siglo XIX, la política exterior mexicana se caracterizó por mantener un equilibrio para asegurar su independencia con respecto a otras potencias, especialmente para defenderse de la amenaza permanente de Estados Unidos. Esto implicaba jugar un sistema de contrapesos entre todas las potencias para garantizar su apoyo en caso de alguna agresión extranjera.

Así, Benito Juárez tuvo que apoyarse en Estados Unidos para enfrentar la agresión de Francia, Gran Bretaña y España. Porfirio Díaz, por su parte, se acercó a estas potencias para mantenerse distante del expansionismo estadounidense. Los gobiernos revolucionarios siguieron esta dinámica para adquirir el reconocimiento de su legitimidad, como ocurrió con Venustiano Carranza y Álvaro Obregón.

Conforme la tensión entre las potencias internacionales iba aumentando, amenazando con el estallido de otra guerra mundial, México aprovechó esta dinámica para lograr sus objetivos internos. Por ejemplo, Lázaro Cárdenas respaldó la expropiación petrolera apoyándose en las buenas relaciones mantenidas con Alemania para ganarse el favor de Estados Unidos y lograr que este intercediera para reducir la beligerancia de Gran Bretaña y los Países Bajos. Avila Camacho también se decantó por los aliados, al no serle de utilidad el Eje.

En la década de los 60, la cancillería mexicana fue muy activa en mantener los equilibrios diplomáticos ante la creciente Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Este principio fue adoptado por Adolfo López Mateos, quien realizó constantes giras en países de ambos bloques para asegurarse de mantener buenas relaciones con todos, disminuyendo así las posibilidades del surgimiento de algún movimiento desestabilizador que pudiera poner en peligro al gobierno.

Por otro lado, durante el mandato de Gustavo Díaz Ordaz, México se acercó a la órbita estadounidense como táctica para enfrentar las disidencias internas, como los movimientos sindicales y estudiantiles que alcanzaron su punto de crisis en 1968. Para justificar estas acciones ante la sociedad, Díaz Ordaz mantuvo una retórica sobre la conspiración comunista como fuente de desestabilización, en lugar de revisar su propio accionar.

La dinámica externa cambió nuevamente con la llegada de Luis Echeverría en 1970, quien decidió alejarse de la esfera estadounidense y apostar por el multilateralismo. Echeverría mantuvo relaciones cordiales no solo con el bloque soviético, sino también con el llamado «Tercer Mundo», compuesto por países que abogaban por mantener una posición neutral entre ambos bloques. A este grupo se unieron los países que emergieron del proceso de descolonización en Asia y África.

A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, México trató de mantener el equilibrio geopolítico para garantizar su independencia en la lucha internacional entre los bloques, manteniendo su presencia en la construcción de organismos internacionales destinados al mantenimiento de la paz global, como la ONU, el FMI, el Banco Mundial y el Banco Interamericano. Fruto de estos esfuerzos fue el Tratado de Tlatelolco de 1967, en el que las naciones latinoamericanas se comprometieron a no adquirir ni desarrollar armas nucleares.

Una de las razones por las que Echeverría apostó por la multipolaridad en lugar de seguir una línea favorable a Estados Unidos fue el evidente desarrollo de potencias que habían quedado debilitadas tanto por los efectos de la guerra como por la descolonización, como fue el caso de las naciones europeas y Japón, que ya se habían recuperado y ofrecían ser fuertes competidores a la hegemonía estadounidense. Para entonces, la situación externa de Estados Unidos era menos favorable, su fracaso en la Guerra de Vietnam estaba teniendo repercusiones tanto en su influencia como en la animadversión de grupos disidentes. Por lo tanto, el gobierno de Richard Nixon apostó, a través de su secretario Henry Kissinger, por mantener conversaciones con el gobierno soviético y debilitarlo mediante el estrechamiento de relaciones con China. En ese contexto, América Latina no tuvo una importancia prioritaria.

Las potencias coloniales también enfrentaban fuertes problemas internos que minaban su hegemonía. En Francia, por ejemplo, Charles de Gaulle fue obligado a dejar el poder, mientras que la lucha por el poder entre los conservadores británicos abrió la puerta para que las naciones del Tercer Mundo buscaran un cambio que les permitiera liberarse de la influencia colonial y empezar a desarrollarse económicamente.

Es así como el Movimiento de Países No Alineados buscó ganar una posición que les permitiera obtener igualdad con las potencias y resolver disputas y diferencias de manera equitativa. Esta postura fue favorable en un contexto de división de las potencias, y algunos reclamos pudieron avanzar, aprovechando factores como la creciente importancia de recursos energéticos como el petróleo.

En América Latina, esta posición fue aprovechada por gobiernos reformistas que buscaban cambiar su situación de debilidad frente a las empresas multinacionales. Países como Venezuela, Argentina, Perú, Colombia, Ecuador y Chile buscaron recuperar la soberanía sobre sus recursos y aprovechar el mercado para mejorar sus ingresos.

Aprovechando el distanciamiento de Estados Unidos, las naciones latinoamericanas buscaron ganar independencia respecto a los intereses estadounidenses. Un ejemplo de esto fue Salvador Allende en Chile, quien se acercó al bloque socialista y abogaba por mantener una posición de diversidad ideológica. Sin embargo, Estados Unidos reaccionó ante estos intentos de autonomía, y comenzó a actuar a través de la dirección de Kissinger. Esto se evidenció con el derrocamiento de Salvador Allende en septiembre de 1973, desencadenando una ola de golpes de Estado en el resto de las naciones latinoamericanas para instaurar dictaduras militares afines a los intereses estadounidenses.

Además, Estados Unidos aprovechó las divisiones en el seno de los países no alineados para brindar apoyo a algunas naciones y debilitar así el peso del bloque. La unificación de objetivos por parte de las naciones capitalistas también contribuyó a la desestabilización interna. Este fue el contexto al que Echeverría tuvo que enfrentarse ante las necesidades internas de México, que ya mostraba señales de agotamiento con respecto al «milagro mexicano».

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Blanca Torres. La política exterior de México durante el gobierno de Luis Echeverria (1970-1976): El renovado activismo global, de la revista Foro Internacional, vol.62.

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Imagen: S/D. Luis Echeverria en Cuba junto con Fidel Castro, 1975.

El intento de desarrollar el corredor del Istmo de Tehuantepec.

Las condiciones estaban dadas para emprender el desarrollo del paso a través del Istmo de Tehuantepec por parte de empresarios estadounidenses. Ya se había obtenido el reconocimiento por parte del presidente Jose Joaquín de Herrera de la posesión legal de la concesión de Garay, anteriormente en manos de una compañía británica. Sin embargo, ahora debían enfrentarse a las discusiones políticas en Washington, donde los liberales intentaban entorpecer lo que sería un proyecto respaldado por los esclavistas.

El empresario a cargo de las gestiones con ambos gobiernos era Peter A. Hargous. Durante la presidencia de Millard Wilmore y con Daniel Webster como secretario de Estado por parte del partido Whig, se llevaron a cabo las negociaciones. Webster, con más experiencia en tratos con México, intervino para aumentar las exigencias en las condiciones del proyecto. Estas incluían mantener tropas en la zona del Istmo para salvaguardar los intereses estadounidenses, la exención del uso de pasaportes en la zona del paso y la libertad para operar en ella. Prácticamente, se estaba solicitando establecer un protectorado.

El gobierno estadounidense planeaba utilizar como punto de presión la suspensión del pago pendiente de la indemnización por los territorios cedidos en el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, con el objetivo de forzar la aceptación del acuerdo. Esta táctica llevó al presidente Herrera a prohibir cualquier obra de construcción en la zona del Istmo hasta que se resolviera esta cuestión, limitándose solo a realizar viajes de exploración para conocer la región.

En este contexto, se enviaron varias expediciones desde Nueva Orleans, lideradas por ingenieros, con el fin de evaluar la forma más eficiente de aprovechar la hidrografía y orografía de la región. Determinaron como ideales la bahía Ventosa y la laguna Boca de Barra en el Pacífico. Asimismo, confirmaron que el río Coatzacoalcos era navegable para barcos de bajo calado hasta el punto conocido como Paso Sarabia, identificándolo como el lugar donde debían tenderse las líneas ferroviarias.

Además, se constató la disponibilidad de mano de obra local, más económica que la estadounidense, así como un clima favorable para la salud de los trabajadores estadounidenses. La construcción del paso representaba una oportunidad para mejorar la comunicación entre la próspera California y el centro económico del país, por lo que el costo de $7,847,896 pasaba a segundo plano.

Las exigencias del gobierno estadounidense resultaron inaceptables para el gobierno de Herrera, y no se llegó a un acuerdo. Ante esto, los inversionistas instaron al gobierno estadounidense a flexibilizarse para atender las demandas mexicanas. Sin embargo, los tiempos jugaron en contra al finalizar el mandato de Herrera y ascender Mariano Arista el 15 de enero de 1851, quien tenía una perspectiva diferente sobre los alcances de la concesión de Garay y el Tratado de Tehuantepec.

Para evitar ser tildado de traidor por la opinión pública, Arista detuvo las negociaciones para reformularlas. En este nuevo acuerdo, se permitió la presencia de un agente estadounidense para supervisar los movimientos de sus compatriotas en el Istmo. Además, se estableció la aplicación de las leyes mexicanas para los trabajadores y el desconocimiento de los alcances de la concesión sobre la propiedad de las tierras. Tanto Webster como Hargous se vieron obligados a aceptar estas condiciones.

El tratado fue aceptado tanto por el Congreso y el Comité de Relaciones Exteriores estadounidenses como por el presidente Arista. Esto llevó a Hargous y a Webster a considerar que ya era un hecho, comenzando a enviar mercancía e incluso pasajeros para transitar los caminos de la vía mientras se apresuraban en terminar las obras de infraestructura.

En el lado mexicano, el Congreso sesionó para declarar insubsistente la concesión De Garay. Como respuesta, se ordenó el cierre de los puertos de Minatitlán y Ventosa a las embarcaciones estadounidenses a partir de febrero. Además, se advirtió sobre la posible prohibición de la entrada de migrantes en la región. Incluso, el entonces gobernador de Oaxaca, Benito Juárez, recibió la orden de detener las obras en Tehuantepec.

Ante esta situación, el Estado mexicano se puso en alerta máxima y comenzó a realizar designaciones militares para la región del Istmo. Esto incluyó la fundación de cuatro colonias militares, la reconstrucción de un fuerte, el traslado de la comandancia general de Veracruz a Acayucan, el despliegue de tropas, el alistamiento de la guardia nacional en los estados vecinos, el reparto de armamento y el estacionamiento de tres buques de guerra en la desembocadura del río Coatzacoalcos. Estas medidas fueron seguidas por la expulsión de los grupos de reconocimiento de las compañías estadounidenses, el cierre de los consulados recientemente abiertos en Tehuantepec y Minatitlán, y el embargo de dos barcazas.

Ante las acciones mexicanas, el gobierno de Washington comenzó a difundir la anulación del tratado a través de la prensa y ordenó a las compañías exploradoras detener sus trabajos. Mientras tanto, el presidente Arista escribió a los principales involucrados explicando las razones de sus acciones. Justificó su decisión argumentando que no querían repetir lo sucedido en Texas y que no permitirían que un asunto menor desencadenara una controversia diplomática, que a su vez pudiera dar lugar a acciones de invasión. En cambio, propuso cambiar el enfoque para convertir el paso en una vía de comunicación interoceánica internacional.

Los empresarios estadounidenses estaban furiosos por la interrupción de los trabajos. Judah P. Benjamin, por ejemplo, se presentó ante el presidente Fillmore para instarlo a hacer cumplir el acuerdo. Benjamin consideraba enviar a sus 500 trabajadores sin importar las medidas mexicanas y se enfrentaba al dilema de elegir entre defender a sus ciudadanos o «aliarse con México para castigarlos». Sin embargo, el gobierno estadounidense se encontraba en una posición complicada, ya que el tratado no había sido ratificado por el gobierno mexicano y, por lo tanto, carecía de validez. Se limitó a buscar vías legales, además de que en octubre se había inaugurado un paso en Panamá que rivalizaba con la idea de Tehuantepec, lo que contribuyó a socavar el proyecto.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ana Rosa Suarez Argüello. La Tehuantepec Railroad Company y la construcción de una vía interoceánica (1850-1852), de la revista Secuencia no. 52.

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Imagen: Bono emitido por la Tehuantepec Company con un valor de 125 libras, 1853.

La evolución del Dia de Muertos contemporáneo.

Dentro de los elementos de la religiosidad de la cultura mexicana, el Día de Muertos ha sido utilizado como una de las celebraciones insignia del nacionalismo al incorporarle elementos folclóricos que la han acercado al legado indígena, alejándola de su origen católico. De esta manera, se han excluido elementos fundamentales de la liturgia, donde el sentido original era conmemorar a los santos que quedaron en el anonimato y a las almas de los difuntos en el purgatorio.

Las ceremonias dedicadas a los muertos originalmente incluían solo misas en las iglesias y la exhibición de las reliquias guardadas. Sin embargo, cambios ejecutivos, como la separación de los cementerios de las iglesias por razones de higiene, dieron paso a nuevas ceremonias, como las velaciones en las tumbas. Además, la costumbre española de preparar alimentos especiales durante esas fechas, que representaban las reliquias de los santos, marcó el inicio de la confitería mexicana alusiva a la fecha, como las calaveritas de azúcar y el pan de muerto.

Con el paso del tiempo, estas dos fechas fueron perdiendo su carácter solemne para dar paso a lo lúdico, lo carnavalesco y lo colorido como parte de la cultura de rememoración de los difuntos, separándose cada vez más de lo religioso. Este cambio fue respaldado por los avatares que forjaron al pueblo, como la lucha política por la separación de la Iglesia de la vida social.

Dentro de las luchas del nacionalismo mexicano, encontramos la contradictoria relación respecto al legado hispano y el arraigo a las culturas indígenas. Los Días de Muertos lograron superar la paradoja de su raíz europea al encontrar un punto en común con otros pueblos en el mundo en cuanto a la conmemoración de los fallecidos. Esto permitió despojarlos de elementos que representan la «colonización» y reemplazarlos con testimonios de la época y lo que nos ha llegado de tiempos mesoamericanos, desvirtuándolos de su sentido original para brindarles un nuevo significado adecuado a las necesidades modernas.

Toda esta construcción permitió separarse de las celebraciones de Fieles Difuntos realizadas a lo largo del mundo hispano, que se llevaban a cabo siguiendo la base solemne de las fechas. Incluso se sabe que hasta principios del siglo XX, los indígenas del suroeste estadounidense seguían conmemorando estas fechas, pero los procesos de modernización y las dinámicas sociales hicieron que perdieran importancia, como sucedió en España.

Uno de los problemas para determinar qué elementos provienen de la herencia indígena o española es la escasez de testimonios de escritores del periodo virreinal y del siglo XIX. Para ellos, estas festividades eran consideradas de poca importancia y asociadas a la «chusma». De lo poco que tenemos, se destaca la costumbre de las velaciones en las tumbas, que eran aprovechadas por los deudos para embriagarse, lo que llevó a que las autoridades intentaran prohibir las visitas a las tumbas.

Debido a este sesgo, enfrentamos grandes lagunas en el conocimiento de la historicidad de las tradiciones o de la actitud del mexicano hacia la muerte. Esta actitud fue descrita por primera vez por Octavio Paz y Sergei Eisenstein en el siglo XX al identificar el «desprecio a la muerte», simbolizado en la poca importancia que se le da al tema, al verla con naturalidad en lugar de considerarla un tabú, como suele ocurrir en la cultura occidental.

Esta falta de referencias ha llevado a que muchos investigadores no puedan identificar el origen de los elementos originales. Impregnados por el folclorismo, descartan el origen medieval de la celebración y le atribuyen un origen indígena. Incluso la arqueología no ha encontrado vínculos entre el tratamiento de los muertos prehispánico y las prácticas modernas. Sumado a la influencia de la clase política, esta falta de evidencia ha llevado a que la sociedad avale el origen indígena atribuido a la celebración.

A medida que el Día de Muertos se arraigaba como una fuente de la identidad mexicana, surgió uno de sus rivales más difíciles: la influencia estadounidense a través de celebraciones como Halloween. Esta festividad es prima, ya que resulta de la combinación entre la celebración católica y las tradiciones celtas de Gran Bretaña, pasando por un proceso de transformación en su llegada a Norteamérica.

Se sabe que la presencia de Halloween en México se hizo sentir primero en la frontera norte, donde hasta mediados del siglo XX no se celebraba el Día de Muertos. Luego, en la década de los 90, se extendió por todo el país, siendo adoptada debido a la afinidad en el sentido lúdico de ambas celebraciones y a la proliferación de productos de entretenimiento estadounidenses, como las películas de terror. Sin embargo, también se observa rechazo por parte de sectores nacionalistas, ya que es percibida como parte de la vieja rivalidad contra el imperialismo estadounidense.

La mercadotecnia de los productos y su atractivo han llevado a que la cultura del Halloween sea adoptada principalmente por las clases medias urbanas. Aunque una parte de quienes adoptaron la celebración se sienten más identificados con la cultura estadounidense, otra parte de la población tiene conciencia de la diferencia con el Día de Muertos, adoptando el Halloween principalmente por la diversión y la oportunidad de disfrazarse como deseen.

La presencia de Halloween ha despertado un sentimiento nacionalista en diversos sectores. Desde la perspectiva conservadora, se percibe como un rito de inspiración satánica, mientras que algunos intelectuales intentan defender, desde los valores patrios, la persistencia de lo que consideran originario. Este sentimiento nacionalista se utiliza para imponer cierta censura a la intromisión de elementos de Halloween en eventos oficiales del Día de Muertos.

A lo largo del tiempo, el Día de Muertos ha experimentado transformaciones y siempre ha tenido un cierto matiz mercantilista. Esto se refleja incluso en fuentes coloniales, donde se dejó testimonio de cómo los artesanos dulceros hacían esfuerzos para confeccionar alfeñiques para los primeros días de noviembre con temas alusivos a la muerte.

Podríamos afirmar que la tradición no está en peligro; de hecho, gracias a la presencia de la comunidad mexicana en EU, está influyendo culturalmente en el Halloween. Por lo tanto, podríamos hablar de un proceso de intercambio cultural. No obstante, vale la pena estudiar cómo la celebración se ha ido transformando a lo largo del tiempo y conocer las raíces de cada elemento, teniendo en cuenta que pueden haber surgido de este proceso de adaptación de la tradición a las necesidades de cada generación.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Stanley Brandes. El Dia de Muertos, el Halloween y la búsqueda de una identidad nacional mexicana, de la revista Alteridades vol.10, núm. 20.

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Imagen: Chloe Sayer. Desfile del Dia de Muertos en la Ciudad de Mexico. Fuente: https://polyglottes.org/2020/10/28/halloween-en-el-mundo-hispanohablante-dia-de-muertos-en-mexico/


La necesidad de controlar las fronteras para el México independiente.

La situación heredada por los españoles en el septentrión era caótica, dado el vasto territorio bajo su control de facto en comparación con la escasa población que habitaba en las villas. Sumado a esto, el clima belicoso generado por la animadversión con las tribus hizo que, para finales del siglo XVIII y principios del XIX, los estadounidenses encontraran un escenario propicio para hacer negocios e incluso reclamar esas tierras. El gobierno mexicano solo contaba con el respaldo otorgado por el Tratado Adams-Onís, firmado en 1819, para reafirmar su soberanía sobre esos inmensos territorios. Sin embargo, carecían del personal necesario para garantizar la protección fronteriza, ya que heredaron las milicias virreinales. Además, la pobreza económica de las provincias hacía imposible competir o contener a los comerciantes estadounidenses de Missouri. Por lo tanto, la presencia de estos comerciantes era considerada necesaria para romper el aislamiento en el que vivían los habitantes del norte.

En los primeros trabajos legislativos, los representantes de Nuevo México fueron los principales impulsores para establecer el libre comercio con los estadounidenses, ya que constituía su única fuente de ingresos. Sin embargo, esta opinión no era compartida ni por el resto de los legisladores ni por el gobierno. Incluso los encargados de negocios mexicanos en Washington intentaban persuadir al gobierno de prohibir el comercio a través de la ruta de Saint Louis-Santa Fe.

Para aumentar la tensión, la sociedad novomexicana estaba completamente a favor de la presencia estadounidense y buscaba maneras de estrechar lazos. Además del factor económico y mercantil, esta presencia les otorgaba la fuerza necesaria para liberarse del yugo de los comerciantes chihuahuenses. Antes de la llegada de los estadounidenses, estos comerciantes eran los encargados de mantener la comunicación de la provincia con el resto del reino, imponiendo sus condiciones y vendiendo a precios elevados.

Desde el punto de vista de Chihuahua, la presencia de los comerciantes estadounidenses representaba una amenaza a su monopolio, ya que traían mercancías de mejor calidad. Además, este fenómeno suponía un problema a nivel nacional, dado que los comerciantes siempre habían actuado como agentes del gobierno de México, dictando las ordenanzas que debían acatarse. La amenaza aumentó considerablemente cuando las caravanas estadounidenses empezaron a descender hasta la capital, disputándoles el mercado.

El primero en tomar medidas fue el gobernador José de Urquidi, quien en 1825 convenció al secretario de Relaciones Interiores y Exteriores de aplicar aranceles a los comerciantes a su paso por la frontera. Estas medidas se implementaron con el fin de salvaguardar los intereses chihuahuenses, pero resultaron ser insuficientes.

En el ámbito exterior, la cancillería mexicana establecida en Washington, a través de su representante Pablo Obregón, estaba al tanto de los intereses estadounidenses en el mercado de Santa Fe. La importancia de este hecho se reflejó en el nombramiento de cónsules tanto para Santa Fe como para Saltillo, cuya función era brindar asistencia a los ciudadanos estadounidenses. En reciprocidad, se solicitó el permiso para establecer un consulado en Saint Louis, lo que permitiría mantener vigilancia sobre las caravanas.

Cualquier intento de ejercer control sobre la frontera resultaba insuficiente, ya que no se disponía de los recursos ni del personal necesario para garantizar la recaudación de derechos aduanales a las caravanas, que prácticamente transitaban de manera libre. Además, se tenía presente la limitación para imponer impuestos elevados debido a la permeabilidad de la frontera, lo cual podría incentivar el aumento del contrabando.

Uno de los problemas fundamentales residía en una de las antiguas promesas de la independencia: la eliminación de la estructura monopólica que sustentaba la economía española. Entre las clases populares, el libre comercio se percibía como una oportunidad para que más personas pudieran ganar dinero sin mayores controles.

Con el fin de cumplir con esas expectativas, desde el Primer Imperio se decidió mantener la Dirección de Aduanas virreinal, cambiando únicamente de personal. Esto se hizo con el objetivo de ejercer cierto control sobre las entradas de mercancías en los puntos de llegada, todo conforme al reglamento «Arancel general interino para el gobierno de las aduanas marítimas en el comercio libre del Imperio». Este reglamento establecía un cobro del 25% sobre el valor de la mercancía, más un derecho de 20 reales por tonelada, considerablemente más económico que el anterior sistema.

Los puntos de llegada para las importaciones se establecieron en Veracruz, Acapulco, Soto la Marina, El Refugio, San Blas, Mazatlán y San Diego, aunque con el tiempo se ampliaría la lista. Aunque existía un consenso en la implementación de una política comercial libertaria, otro sector abogaba por el proteccionismo. Estos individuos eran conscientes de que, si no se establecían límites a los comerciantes extranjeros, podrían afectar a largo plazo la economía del país. Por lo tanto, se produjo un aumento gradual de los aranceles aduaneros con una tendencia hacia la moderación.

Al concluir la década de los veinte, las aduanas se habían consolidado como una fuente segura de financiamiento para el Estado, dada la incapacidad de recaudar impuestos de manera efectiva de parte de los ciudadanos en general. Esto se convirtió en un incentivo para la llegada continua de comerciantes, a pesar del detrimento de la endeble industria nacional, la cual carecía de los medios para competir con las importaciones. Esto generó una constante demanda por parte del gobierno para que se les apoyara mediante la imposición de un mercado cerrado.

El principal producto de importación era la tela, alcanzando el 64% del total de ingresos. Esto desencadenó una serie de problemas que afectaron desde los agricultores de algodón y lino hasta las primeras fábricas textiles del país. Estas fábricas habían demostrado, en los últimos años del virreinato, su potencial para convertirse en la base de la industria nacional, convirtiendo al sector textil en uno de los rubros que los gobiernos buscarían proteger.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ignacio del Rio. Mercados en asedio. El comercio transfronterizo en el norte central de México (1821-1848).

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Imagen: S/D. Caravanas abasteciéndose de provisiones, principios de siglo XIX.

La separación de colonos europeos y los indígenas.

El contacto y el proceso de colonización de los europeos dejaron muchas preguntas sobre los indígenas y su morfología, comenzando por el color de piel, que generalmente era moreno con diferentes tonalidades, sin llegar a los tonos oscuros de los africanos. Inicialmente, se planteó la teoría de la exposición solar debido a la poca ropa que llevaban, pero esta fue desechada rápidamente. Esto hizo que fueran percibidos como más «aceptables» y con menos carga negativa que los africanos.

Otra característica que evaluaron de los indígenas fue su civilidad, la cual provenía de núcleos como Mesoamérica y los Andes, con su respectiva zona de influencia como límites de su influencia. En este punto, los ingleses envidiaban a los españoles por haber tenido que conquistar ambas zonas, mientras ellos tuvieron que lidiar con los belicosos pueblos de la Costa Este. Llegaron a reconocer el trabajo «civilizador» de los españoles, aunque matizaron al criticar su tiranía.

En cuanto a la forma en que se relacionaron con los indígenas, observamos sus raíces en su desarrollo durante la Edad Media. En el caso español, durante siete siglos se habían establecido relaciones cordiales con la población musulmana, llegando a ser cotidianas e incluso adoptando muchas costumbres árabes por su mayor refinamiento. Sin embargo, siempre existió la barrera religiosa que limitaba las relaciones. Todo esto comenzó a cambiar a partir del siglo XV cuando los reinos de Castilla y Aragón infligieron derrotas contundentes a los reinos islámicos. La promesa de la Reconquista se cumplió, y ya no era necesaria la tolerancia hacia las comunidades musulmanas y judías que vivían en sus poblaciones, resurgiendo el sentimiento de «superioridad» que siempre estuvo presente.

En el caso inglés, siempre se identificaron como parte de un supremacismo anglosajón frente a los bárbaros gaélicos, como los irlandeses, cuya forma de vida siempre consideraron «miserable» e «irracional». Siempre asignaron a lo irlandés toda la carga negativa sobre lo malo de la sociedad, y esto se intensificó durante la separación de la Iglesia católica. Incluso llegaron a comparar a los indígenas con los irlandeses.

Con los ingleses siempre existió una tendencia hacia la segregación, como se revela en los Estatutos de Kilkenny de 1366, cuando prohibieron los matrimonios con irlandeses y la convivencia de ambas comunidades por el temor de que se «cayeran en las degeneradas costumbres irlandesas». Estas conductas se replicaron durante la fundación de la colonia de Virginia con la construcción de palizadas para protegerse tanto de los ataques como del «pecado». Este pensamiento tenía una fuerte influencia bíblica basada en las disposiciones hacia los hijos de Abraham de no relacionarse con paganos. Además, la alta devoción religiosa de muchos colonos, como los puritanos, hizo que les resultara impensable entablar parentesco con los indígenas.

Esto condujo a que las uniones mixtas fueran muy reducidas, como en el caso de Nueva Inglaterra, donde hasta antes de 1676 no hubo registro de ninguna. Sin embargo, fue diferente en el caso de Virginia, donde hubo menos mujeres. Aunque tampoco hay registros de estos matrimonios, la prohibición de relaciones angloíndias de 1691 revela que existieron, aunque en un número muy reducido. Más tarde, el historiador Robert Beverly lamentaría que no fueran más, ya que podrían haber evitado las guerras.

Desde la llegada de Colón a las islas del Caribe, la corona incentivó la existencia de matrimonios mixtos como medio incluso de pacificación de las regiones conquistadas. Era muy común que los expedicionarios tomaran como esposas o concubinas a varias indígenas, y si pertenecían a la nobleza, era aún mejor. Con el tiempo, esto crearía problemas dentro de la administración española debido al sistema que asignaba derechos diferentes a los indígenas y a los españoles. Dado que los mestizos se encontraban entre ambos círculos, si nacían de matrimonios formales podían considerarse criollos. Sin embargo, si estaban en la bastardía o eran rechazados por ambas sociedades, se generaban serios problemas identitarios.

Uno de los casos de éxito fue el de Paraguay, donde la necesidad de los españoles de establecer un punto de comunicación entre Buenos Aires y el Perú, junto con el interés de los guaraníes de tenerlos como aliados, hizo posible fundar Asunción hacia 1537 con pocos colonos, estableciendo así una sociedad mestiza.

Si bien los españoles intentaron mantener a colonos e indígenas separados, ya sea para evitar abusos, respetar los derechos o prebendas, e incluso para intentar convertir a los indígenas en cristianos ejemplares, las dinámicas económicas de ambas comunidades hicieron imposible mantener este aislamiento, dando lugar a un lento proceso de mestizaje tanto biológico como cultural, especialmente porque los indígenas seguían siendo útiles a los españoles como servidumbre en las ciudades. Hubo un intento de acelerar la asimilación mediante un edicto de 1550 que obligaba a los frailes a enseñar español a los indígenas, pero encontraron resistencia tanto entre los indígenas como incluso entre los mismos religiosos, quienes ignoraron la orden. Debido a esto, Felipe II tuvo que decretar en 1578 que los misioneros debían aprender algún idioma indígena para poder predicar. Las relaciones entre indígenas y españoles resultaron en intercambios lingüísticos que dieron origen a los dialectos del español.

En el caso de los ingleses, no hubo manera de que los indígenas se integraran dentro del mundo colonial, ya sea debido a su propia resistencia a someterse a las necesidades de los colonos o al miedo de estos últimos. Las tribus se fueron asimilando a medida que los colonos demostraron su supremacía. Solo los sectores más pobres de las colonias vieron en los indígenas una forma de salir de su miseria.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: John Elliot. Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830).

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Imagen: Sidney King. John Smith comerciando con los indígenas, siglo XX.

Editorial: América ¿El fin de la estabilidad regional?

Durante mucho tiempo, la dinámica del contexto americano se ha manejado en la lucha política entre derechas e izquierdas por el control de los gobiernos de los países, sin mencionar el creciente resentimiento estadounidense hacia la incesante presencia de migrantes que cruzan su frontera con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida que no encuentran en sus naciones. Sin embargo, este año se ha destacado por dos acontecimientos ocurridos en los últimos dos meses que podrían representar tanto un experimento insensato como el fin de la estabilidad regional entre los países. Por un lado, la victoria del proyecto libertario de Javier Milei en Argentina en las elecciones del 19 de noviembre, como consecuencia del fracaso de la política tradicional para mitigar la permanente crisis económica que lleva décadas. Por otro lado, en Venezuela, un polémico «plebiscito» impulsado por su gobernante Nicolás Maduro busca poner fin a una antigua disputa territorial: la posesión del Esequibo, que pertenece a la vecina Guyana. Este conflicto se remonta a la ocupación británica en el siglo XIX, que el gobierno venezolano no pudo recuperar. Tras la independencia de la colonia, fue imposible recuperarlo mediante instancias judiciales internacionales, y ahora pretenden hacerlo por la fuerza.

En el entramado político estadounidense, ha sido imposible para el gobierno del demócrata Joe Biden sortear el desafío representado por la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, donde mantienen una leve mayoría de 222 diputados frente a 213 demócratas. Esto es suficiente para sabotear cualquier intento de llevar a cabo reformas importantes o llevar a cabo la financiación de diversos proyectos. La radicalización de los republicanos, que buscan como meta lograr la reelección de Donald Trump en las elecciones de 2024, ha dejado poco margen para la negociación de acciones gubernamentales, como encontrar soluciones a la crisis migratoria mediante reformas. Esto ha llevado a soluciones a medias por parte del gobierno para intentar paliar la situación, mientras los republicanos mantienen su retórica frente al electorado para conservar sus bases y lograr el regreso de Trump. Como consecuencia de esta lucha, además de obstaculizar cualquier intento de resolver el problema migratorio, también han saboteado la financiación de Ucrania frente a Rusia, mientras Trump recupera popularidad entre la población. A los demócratas les queda como arma tanto la estabilización económica como la activación de casos judiciales contra el republicano. La resolución de estos casos podría llevar a su encarcelamiento y, con ello, sacarlo de la carrera electoral para reelegir a Biden.

Para el resto de América, podríamos hablar de un saldo favorable para la derecha. Esto se evidenció en las elecciones de Paraguay en abril, con la victoria de Santiago Peña por el Partido Colorado, que lleva 70 años en el poder, revirtiendo el saldo negativo derivado de la crisis de la pandemia de la cual no han podido recuperarse. En Ecuador, la crisis política derivada de la desaprobación hacia el gobierno de Guillermo Lasso y su fracaso por contener la fuerza del narcotráfico provocó la convocatoria a elecciones anticipadas. Se dieron las condiciones para el regreso del expresidente de izquierda Rafael Correa mediante la candidatura de Luisa González. Sin embargo, el asesinato del candidato Fernando Villavicencio, ordenado por el narcotráfico, hizo que Daniel Novoa entrara de forma sorpresiva, ganando las elecciones por el voto de indignación y debilitando aún más al correísmo como movimiento líder de las izquierdas. Guatemala vivió unas elecciones históricas con la victoria del candidato progresista Bernardo Arévalo, derrotando al oficialismo de derechas representado por la ex primera dama Sandra Torres. La situación comenzó a complicarse por el intento de las autoridades electorales de anular la elección por supuestas anomalías, provocando un aumento de la tensión social. Sin embargo, parece que el gobierno aceptó los resultados y hará la entrega del gobierno a principios del próximo año.

La situación argentina siempre ha sido delicada, con poco más de un siglo de inestabilidad protagonizado por el bloque nacionalista peronista. Este intentó llevar la justicia social a los sectores menos favorecidos, pero los militares siempre se mantuvieron activos y fungieron como fuerza desestabilizadora que provocó las salidas del gobierno de Juan Domingo Perón. El golpe de 1976, donde derrocaron a su esposa, fue el más grave al implantar una dictadura militar apoyada por Estados Unidos y que duró hasta 1983. Una vez regresada la democracia, Argentina osciló entre gobiernos de derecha e izquierda, implementando políticas económicas tanto neoliberales como estatizadoras. Esto provocó una alta inflación que afectó el valor del peso argentino, abonando a un lento proceso de dolarización de los ahorros para mantener el valor de su patrimonio. Para inicios del siglo XXI, el evidente fracaso de las políticas neoliberales dio paso al liderazgo peronista en manos de Néstor Kirchner, quien ganó las elecciones de 2003 e inició la transformación del movimiento al kirchnerismo. Este amplió sus vínculos regionales al alinearse con los regímenes de izquierda de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, iniciando un periodo que continuó con su esposa, Cristina Fernández, hasta 2015.

El aumento de la división social provocada por el kirchnerismo, la inflación galopante del 24% y la deriva autoritaria de la izquierda latinoamericana llevaron a que en las elecciones de 2015 ganara el candidato de derecha Mauricio Macri. Este llegó con la promesa de eliminar el «cepo cambiario» impuesto por Cristina en 2011 para evitar la fuga de capitales mediante la adquisición de dólares, además de recomponer las finanzas reanudando el pago de la deuda con el FMI. Sin embargo, el problema de la baja recaudación de impuestos necesarios para financiar los gastos persistió. En lugar de seguir imprimiendo dinero como lo hicieron los Kirchner, Macri mantuvo el financiamiento emitiendo deuda, además de seguir manteniendo el cepo cambiario. Todo esto provocó que, para 2019, la inflación se elevara hasta el 53%, resultando en la derrota de Macri y el regreso del kirchnerismo. Esta vez, aunque Cristina quiso volver a la presidencia, fue impedida por órdenes de investigación por corrupción y por su vínculo con el atentado islamista de 1994. Se vio obligada a dejar su lugar al que fue el ministro de economía de Néstor, Alberto Fernández, quien era de postura más moderada y fue artífice de la bonanza económica de los primeros años. Sin embargo, los efectos de una sequía inusual que destruyó las cosechas y la crisis del COVID provocaron que no pudiera cumplir con los compromisos con el FMI y se vio obligado a imprimir más dinero, llevando la inflación hasta el 100% en 2023.

La constante pérdida de las condiciones de vida debido a las acciones de la política tradicional hizo que la sociedad argentina se hartara tanto de los peronistas como de los neoliberales. Encontraron como respuesta a las posturas del panelista libertario Javier Milei, quien en sus programas ha presentado como solución a la crisis la reducción del Estado mediante la eliminación de ministerios, la desaparición del peso argentino para dolarizar la economía y se ha mostrado como un ferviente opositor a la agenda social progresista, vinculándose con Trump y Jair Bolsonaro.

A lo largo de la contienda electoral del 2023, Milei fue ascendiendo en las encuestas. Primero, ganó las primarias de agosto con un 30%, derrotando a la candidata de Macri, Patricia Bullrich, y a los peronistas encabezados por Sergio Massa. Para octubre, tuvo un revés frente a Massa, quien ganó con un 36% frente a su 30%, por lo que se vio obligado a negociar con Macri para obtener su apoyo al quedar su candidata fuera de la contienda. El 19 de noviembre, logra la victoria al alcanzar el 55%. A partir del 10 de diciembre, que tomó posesión, Milei implementó una serie de decretos polémicos para paliar la crisis, como devaluar la moneda en un 50% de su valor, ordenar la privatización de empresas estatales, la reducción de los ministerios del Estado, la disminución de los subsidios a energía, transporte y productos básicos, la anulación de potestades sindicales para facilitar despidos y la liberalización del mercado inmobiliario para fomentar la renta. Estas medidas provocaron un aumento de la tensión social y la convocatoria de protestas en estos primeros días.

Un caso anómalo en el contexto americano ha sido la tensión generada por Venezuela contra Guyana, donde pretende reclamar un territorio equivalente a 2/3 del territorio guyanés, conocido como el Esequibo. Esto es resultado de una añeja disputa que viene de tiempos coloniales. Durante la dominación española en América, hubo territorios que pasaron a ser nominalmente españoles sin que llegaran a fundarse pueblos o misiones en ellos, ya que muchas veces no contaban con los recursos para ello o había una gran animadversión de los indígenas. Esto ocurrió con la colonización de Guyana que, durante el siglo XVI, apenas pudo mantener la presencia de entre 2000 colonos o menos debido a la ausencia de recursos de valor. Esto dio pie a que, en el siglo XVII, los holandeses se interesaran por el territorio y expulsaran a los pocos españoles que encontraron, instituyendo la colonia de la Guyana Holandesa dedicada a los plantíos de caña de azúcar. Mantuvieron esta situación hasta finales del siglo XVIII, cuando, en el marco de la cuarta guerra anglo-holandesa, los británicos invadieron la colonia y, en los tratados de paz llevados a cabo en 1814, los holandeses cedieron los territorios de Demerara, Berbice y Esequibo.

Como España nunca reconoció la posesión legal del territorio del Esequibo a Holanda y menos el de Gran Bretaña, la heredera de la reclamación sería primero la Gran Colombia y posteriormente Venezuela al pertenecer a los territorios de la Capitanía. Incluso los ingleses llegaron a reconocer la frontera del río Esequibo, pero como tampoco tuvieron ni las gentes ni los recursos para ocupar la región, siguió manteniéndose desierta. Pero los británicos sí pudieron organizar una expedición liderada por Robert Schomburgk en 1840 al oír noticias de yacimientos de oro, y esta delimitó la frontera. Esto provocó el inicio de las protestas venezolanas con el respaldo de Estados Unidos, amparados en la Doctrina Monroe, culminando con el llamado laudo de París de 1899 conformado por dos jueces ingleses, dos estadounidenses en representación de Venezuela y uno ruso que debía tener una posición neutral, dando la razón a Gran Bretaña al asignarle el 90% del territorio y solo devolvieron el 10%. La decisión fue causa de polémica por las opiniones de los representantes estadounidenses sobre aspectos del juicio y hasta 1949 se dieron a conocer las irregularidades del juicio como la cercana relación del representante ruso con el gobierno británico. Por lo que el gobierno venezolano deshechó la resolución del laudo, pero las circunstancias del momento, como la desintegración del imperio británico, hicieron que el tema fuera ignorado y olvidado con la independencia de Guyana, llegando al compromiso de entablar negociaciones.

A partir de entonces, la cuestión del Esequibo fue olvidada y la reclamación empezó a ser secundaria, sobre todo porque Guyana fue desde su independencia en 1966 una nación agrícola con un gobierno socialista y era considerado uno de los países más pobres de América. Incluso el gobierno de Hugo Chávez mantenía buenas relaciones, disminuyendo el tono con tal de erigirse con el liderazgo de las naciones del Caribe, así como tener una tensa relación étnica entre los descendientes de indios que forman el 40% y los afrodescendientes el 30%. Las cosas cambiaron radicalmente en 2015 cuando las exploraciones de ExxonMobil dieron con un gigantesco depósito de petróleo en las aguas del Esequibo y en tierra notificaron la presencia de yacimientos de oro, siendo el país cuya economía creció más en el mundo al hacerlo por el triple desde el 2019, reactivando el conflicto por parte del gobierno de Nicolás Maduro amparándose en los documentos decimonónicos. A lo que el gobierno guyanés solicitó el arbitraje de la Corte de La Haya, y la cancillería venezolana rechazó. La crisis económica del gobierno venezolano y su intento de aplastar a la oposición hicieron que de nuevo el tema quedara en segundo plano, pero ante las elecciones presidenciales del siguiente año y con la baja popularidad de Maduro, hizo que apostara por realizar un plebiscito para recuperar puntos a favor, tomando como ejemplo a Rusia y sus acciones en Ucrania, sobre todo porque Guyana solo tiene 800,000 habitantes frente a sus 35 millones de venezolanos.

Pero Guyana tiene a su favor el entramado de relaciones que le son útiles para su defensa, tanto el de Estados Unidos como el de la Gran Bretaña, el de China, del cual es su principal socio, de Cuba, que también es el de Venezuela y el más importante, el de Brasil, que durante la agudización de la crisis desplegó tropas para defender el territorio ante una invasión venezolana. Todo esto obligó a Maduro a entablar negociaciones el 15 de diciembre y con ello acabó la amenaza de invasión, comprometiéndose ambos gobiernos a sostener conversaciones para llegar a un acuerdo.

El 2024 se avizora tenso en la lucha política, al pasar por procesos de elección de presidencia en países como Estados Unidos, República Dominicana, Uruguay, Panamá, El Salvador y Venezuela, siendo de gran importancia para el viraje geopolítico tanto del continente como del mundo. Sobre todo, no se debe olvidar las elecciones de México, donde a pesar de haber pasado por las crisis mundiales de los últimos años y ante una evidente desmejora de las condiciones de vida, la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador ha permanecido inmutable entre un 55% a 60%, y es posible que logre pasar la estafeta a su candidata Claudia Sheinbaum, pero esto lo revisaremos mañana.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

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Editorial: La escalada del Medio Oriente en 2023.


A lo largo del año, el contexto geopolítico del Medio Oriente se había estabilizado en conflictos que se volvieron «cotidianos» en la dinámica mundial, pero a principios de octubre, un ataque sorpresa y fulminante por parte de Hamas sobre las comunidades israelitas colindantes con Gaza volvió a elevar la tensión en la zona. Israel se encontró en una situación de vulnerabilidad no vista desde hace 50 años, desde la Guerra de Yom Kipur. La respuesta del gobierno de Benjamin Netanyahu fue invadir la Franja de Gaza para dar caza a los terroristas, poner fin a la capacidad operativa de Hamas y rescatar a los prisioneros israelíes tomados por los terroristas, desatando una crisis en Gaza. Los gazatíes volvieron a ver cómo destruían sus hogares y tuvieron que huir a la frontera egipcia en busca de refugio.

Tanto el ataque como la respuesta israelí han desestabilizado la geopolítica mundial, convirtiéndose en otro frente para Estados Unidos. Esto ha provocado un debilitamiento del apoyo a Ucrania, ya que se destinan recursos a Israel. Además, la respuesta social está muy dividida entre quienes apoyan la ofensiva israelita y los que defienden la causa palestina, reviviendo la antigua dicotomía sobre la existencia del estado judío o la reinstauración de Palestina.

Para comprender la situación, es crucial examinar el contexto israelí de los últimos años, donde la sociedad ha adoptado el populismo de derechas liderado por Netanyahu, quien ha estado en el poder durante cerca de 16 años (12 de forma consecutiva y dos periodos intermitentes). Su actual mandato comenzó a fines de 2022, derrotando a una coalición de centro-izquierda y aliándose con grupos radicales judíos.

A lo largo de este año, Netanyahu ha dirigido ataques contra las instituciones autónomas del Estado, como el Poder Judicial. Intentó reformarlo para otorgar al poder ejecutivo potestades en la elección de jueces, brindar inmunidad ante sus juicios y conceder al Parlamento (Knesset) la facultad de anular sus fallos. Su anterior mandato finalizó en 2021 debido a acusaciones de corrupción, lo que generó protestas masivas en marzo y lograron el aplazamiento de la implementación de estas reformas.

La sociedad israelí permanece ideológicamente dividida entre moderados y la derecha, esta última abiertamente anti-palestina y que busca la expulsión de los palestinos tanto de Cisjordania como de Gaza. Esto ha mantenido un estado de inferioridad de derechos para los palestinos y ha impulsado la construcción de asentamientos judíos en territorios palestinos, una situación que ha ocurrido sin intervención exterior.

En los últimos años, la causa israelí experimentaba un impulso en el contexto geopolítico, principalmente debido a la intervención de Donald Trump. Este decidió romper con la tregua diplomática, donde muchos países reconocían a Tel Aviv como la capital en lugar de Jerusalén, que también se considera capital de Palestina. Trump ordenó el traslado de la embajada estadounidense a la milenaria ciudad en 2017 y la reconoció como la capital de Israel. Este acto generó divisiones entre las naciones árabes: algunas continuaron abogando por la causa palestina, aunque sin tomar medidas significativas, y otras vieron la oportunidad de resolver antiguas disputas. Estados árabes como los Emiratos Árabes Unidos decidieron reconocer a Israel, seguidos por Bahrein, Sudán y Marruecos. Este último, como respuesta, obtuvo el reconocimiento tanto de Estados Unidos como de Israel sobre la posesión del territorio del Sahara Occidental.

Durante los últimos años, las negociaciones diplomáticas avanzaban para lograr el reconocimiento de Arabia Saudita, el centro religioso del mundo islámico. Esto, en última instancia, habría de poner fin al bloqueo diplomático de las naciones musulmanas para reconocer la existencia de Israel, con el objetivo de avanzar en la ejecución del plan de los «dos estados».

Para el caso palestino, las cosas no mejoraron desde la implementación de los Acuerdos de Oslo en 1993, donde la Organización de Liberación Palestina hace las paces con Israel y se compromete a construir un gobierno secular en Cisjordania. Esto molestó a las agrupaciones islamistas, como Hamas, que niegan cualquier intento de aceptar la presencia del estado judío y tienen como meta su expulsión. Agrupaciones políticas como Hamas empezaron a ganar partidarios frente al partido oficialista Al-Fatah, aprovechando la falta de voluntad real por parte de Israel para frenar la construcción de los asentamientos ilegales y la injusticia institucional imperante hacia los palestinos. Ganaron el apoyo de los habitantes de Gaza, territorio reconocido como parte del estado palestino y que permaneció ocupado por Israel desde 1967 hasta 2005, cuando lo devolvieron a la OLP como parte de los acuerdos de paz.

La rivalidad política entre Al-Fatah y Hamas provocó un conflicto en 2006 como consecuencia de las elecciones parlamentarias. La Franja de Gaza quedó bajo el control de Hamas, mientras que Cisjordania quedó con Al-Fatah, convirtiéndose en gobiernos independientes con posturas diferentes. Mientras Cisjordania busca por medios diplomáticos lograr la solución de los «dos estados», Hamas busca expulsar a los judíos de Tierra Santa y que vuelva bajo el control del Islam.

Dentro del sistema de relaciones en el mundo islámico, Hamas forma parte del bando chiita liderado por Irán. Sus orígenes en 1987 durante la Primera Intifada se remontan a una rama de la asociación radical de los Hermanos Musulmanes de Egipto. Hamas integra una coalición que trabaja en favor de los intereses iraníes, buscando liderar el mundo islámico (siendo enemigos de agrupaciones radicales sunitas como los wahabitas y salafistas) y luchando contra la presencia de Occidente en la región. En este entramado se incluye tanto a Siria, gobernada por Bashar Al Assad (donde el ejército iraní fue clave en la derrota del DAESH), como a Líbano, manteniendo presencia en la agrupación terrorista Hezbolá, la cual cuenta con cerca de 100,000 militantes y tiene fuertes lazos en la política libanesa. Además, se suma la situación en Yemen, donde los hutíes han estado en lucha desde 2015, controlando la capital Saná y el resto del oeste del país, siendo enemigos de los saudíes.

La intransigencia de Hamas al negarse a entablar acuerdos con Israel, fijándose como meta su destrucción, ha provocado como respuesta el endurecimiento del trato hacia Gaza y los palestinos. Esto ha convertido el territorio en una gigantesca «prisión al aire libre», al impedir la salida de los gazatíes e incluso limitar el espacio marítimo a unos pocos kilómetros mar adentro. Esta situación ha generado una zona de acinamiento con una población de 2,265,544 habitantes viviendo en 365 km2, aumentando el resentimiento que alimenta a Hamas.

Ante la imposibilidad de llegar a una solución entre el radicalismo judío y musulmán, ha vuelto a la conversación mundial la indiscutible injusticia que implica la existencia de Israel en el territorio palestino. Su creación siguió las directrices del proyecto sionista, que desde finales del siglo XIX compró tierras a migrantes provenientes de Europa en territorios del entonces Imperio Otomano. Desde entonces, la presencia judía aumentó como respuesta a la histórica discriminación que vivieron en el contexto europeo por siglos. La relación entre judíos y musulmanes se vio afectada cuando establecieron su propio estado, y a partir de 1945, con el fin del mandato británico, implementaron políticas de expulsión de árabes de sus hogares para dar espacio exclusivamente a los judíos.

Lamentablemente, no se observa disposición, ni de Israel ni de Hamas, para llegar a una solución negociada. Por lo tanto, continuaremos viendo excesos del ejército israelí contra los palestinos y ataques de estos últimos contra la población civil en venganza. Esto incrementa el odio entre ambos pueblos y alimenta la posibilidad de un eventual enfrentamiento donde prevalecerá quien pueda sobrevivir.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

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Imagen: Abed Khaled. Escombros de los edificios atacados por la aviacion israeli en el campo de refugiados de Jabaliya, Gaza, 2023. Fuente: https://www.rtve.es/noticias/20231110/guerra-israel-palestina-ultima-hora-directo/2460531.shtml