El sitio de Guadalajara y la batalla de Calpulalpan, la derrota conservadora

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Por segunda vez durante la Guerra de Reforma, la ciudad de Guadalajara se convirtió en un campo de batalla entre liberales y conservadores a finales de septiembre y principios de octubre de 1860. Esta vez, los conservadores se habían atrincherado en la ciudad bajo el mando del general Severo Castillo, mientras que los liberales, inicialmente liderados por Jesús González Ortega y posteriormente reemplazado por Ignacio Zaragoza, tenían la misión de tomarla.

Sin embargo, se enfrentaban a la dificultad de la pronta llegada de refuerzos conservadores liderados por Leonardo Márquez y Tomás Mejía, quienes contaban con una fuerza de 4,300 hombres y estaban financiados con $200,000 pesos obtenidos de préstamos forzosos durante su victoriosa campaña por el Bajío. Zaragoza se vio presionado por el tiempo y decidió tomar Guadalajara a toda costa, a pesar de que las tropas conservadoras rondaban los 6,000 efectivos, cuyas fuerzas se veían mermadas por la falta de recursos.

Así, en la mañana del 29 de octubre, Zaragoza inició el asalto, desencadenando una batalla cruenta y sin cuartel que dejó la ciudad en ruinas y ninguno de los bandos se proclamaba como vencedor después de 14 horas de combate continuo, dejando exhaustas a ambas fuerzas.

A pesar de haber quedado igualados, la situación en el bando conservador estaba siendo más apremiante al quedarse sin dinero y sin parque. Por lo tanto, Castillo decide iniciar conversaciones con el general liberal Manuel Doblado, algo a lo que Zaragoza no se opuso, ya que esto le permitió preparar los morteros y continuar con el bombardeo al día siguiente. La reunión resultó en un armisticio de 15 días, durante los cuales las fuerzas conservadoras defensoras de Guadalajara no podían abrir fuego contra las tropas liberales. Esto permitió a Zaragoza concentrarse en atacar a Márquez, quien se encontraba en Zapotlanejo, a 34 km de la ciudad.

Para enfrentarlo, Zaragoza comisionó al general Nicolás Regules para perseguirlo y enfrentarlo en las Lomas de Calderón el 1ro de noviembre. La batalla se desencadenó después de que Márquez atacara como represalia contra Zaragoza por negarse a negociar, pero no pudo hacer frente a las tropas liberales y se dio a la fuga. Cerca de 3,000 soldados conservadores fueron capturados en la huida.

Como consecuencia de la derrota de Márquez, el general Castillo decide seguir sus pasos y abandona Guadalajara el 3 de noviembre, lo que representó una derrota decisiva para los conservadores al dejar en manos de los liberales los puntos más importantes del Occidente. Esto permitió a los liberales recuperar el Bajío y comenzar a prepararse, tanto comprando armamento a Estados Unidos como obteniéndolo de la ferrería de Tula. Reunieron una fuerza de 30,000 soldados y 180 cañones para dirigirse hacia la Ciudad de México.

Para finales de octubre, Miguel Miramón sabía que la causa conservadora estaba en desventaja. Un golpe moral fue el retiro de la legación británica, la cual desconoció su gobierno y se instaló en Xalapa. Ante esta situación, Miramón decide vender mobiliario y propiedades para pagar deudas y costear su huida a Europa junto con su familia. Una vez recibida la noticia de la toma de Guadalajara y la derrota de Márquez, Miramón declara el estado de sitio en la capital el 13 de noviembre y vuelve a imponer un préstamo forzoso de $300,000 pesos. Además, ordena a Márquez incautar los bonos de la legación británica por un valor de $660,000 pesos. Emitió una proclama donde admitía la situación crítica y preparaba a los capitalinos para la batalla.

La campaña final de los liberales contra los conservadores comenzó con una victoria para las tropas de Miramón en Toluca el 9 de diciembre, donde capturaron valiosos prisioneros como los generales Santos Degollado y Felipe Berriozábal, lo que les dio impulso para enfrentarse a las tropas de González Ortega, que habían tomado posiciones en la loma de San Miguelito en Calpulalpan con una fuerza de 16,000 hombres.

El día 21, Miramón llegó con la plana mayor de los comandantes conservadores, incluyendo a Márquez, Mejía, Marcelino Cobos y Miguel Negrete, para intentar infligir una derrota milagrosa utilizando los talentos del ejército federal. Esto marcó el inicio de la batalla de Calpulalpan el 22 de diciembre. Miramón decidió atacar el flanco izquierdo de las tropas de González Ortega, conformadas por la división de Michoacán. Sin embargo, tanto él como Zaragoza anticiparon su estrategia y enviaron a las fuerzas del general Regules a resistir el embate con las brigadas de Jalisco y San Luis Potosí. La estrategia de Miramón falló, y fue el turno de González Ortega de atacar a Miramón con las divisiones de Zacatecas y Guanajuato, con el apoyo del fuego de 30 cañones, resistiendo los conservadores durante cerca de una hora.

El ejército conservador finalmente sucumbe al ataque de González Ortega. Aunque tuvieron un breve momento de esperanza con la carga de caballería comandada por Joaquín Miramón (hermano de Miguel), no fue suficiente para cambiar el curso de la batalla. Poco a poco, los soldados conservadores se rinden y algunos cambian de bando, mientras que otros caen prisioneros. Miramón logra escapar de la batalla y se refugia en la Ciudad de México para preparar a su familia para su partida hacia Cuba. Él mismo encuentra refugio en la embajada española y deja la capital el 1 de enero de 1861. Las tropas de González Ortega entran en la ciudad el 25 de diciembre.

A partir del 1 de enero, se inician los festejos generalizados por parte de los liberales en todas las ciudades en celebración de su victoria. Se restaura el gobierno de la Constitución de 1857, y se consolida con el regreso del presidente Benito Juárez al Palacio Nacional el 11 de enero. Así, se pone fin a una guerra cruenta de tres años donde los mexicanos quedaron divididos en bandos irreconciliables. Sin embargo, pasarían algunos años más para la derrota final de los conservadores.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Will Fowler, La Guerra de Tres Años, el conflicto del que nació el estado laico, 1857-1861.

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Imagen: Casimiro Castro. Batalla de San Miguel Calpulalpan, decada de 1860.

La debacle conservadora en la Guerra de Reforma.

La victoria liberal en la Batalla de Silao tuvo un impacto significativo que marcó una tendencia infranqueable en contra de los conservadores. Desde el gobierno de Juárez, se difundió la noticia del triunfo de Jesús González Ortega sobre el general Miguel Miramón. González Ortega aprovechó la oportunidad para presentar a los liberales como benévolos al liberar a los prisioneros capturados durante su campaña en el Bajío.

En el bando conservador, comenzó a surgir cierta inestabilidad con la reaparición pública del expresidente Félix María Zuloaga y la tensión generada por la disputa sobre la devolución de la investidura presidencial a Miramón por parte del presidente de la Suprema Corte, José Ignacio Pavón. Este movimiento dio lugar a la excusa perfecta para que la delegación británica retirara su reconocimiento al gobierno conservador.

A partir de ese momento, la estrategia de González Ortega se centraría en lograr la toma de Guadalajara, con el objetivo de dejar a los conservadores atrapados en la Ciudad de México y Puebla, preparándolos para el golpe final.

Miramón comenzaba a quedarse sin opciones; la mayoría de las grandes ciudades estaban en manos de los liberales, con excepción de Guadalajara, la Ciudad de México y Puebla. Esto se debía, en parte, al financiamiento que Juárez estaba recibiendo gracias al inicio de los procesos de desamortización y venta de propiedades de la Iglesia en los territorios donde tenían presencia. Además, contaba con el apoyo diplomático de Estados Unidos.

Miramón se vio obligado a tomar medidas extremas para sostener la guerra. A mediados de agosto, inició con el cambio de su gabinete y liberó a Leonardo Márquez para que apoyara al general Pedro Ogazón en el frente de Guadalajara. Sin embargo, lo que enfureció a sus aliados fue la imposición de cobros forzosos. Solicitó a los empresarios un impuesto de $300,000 pesos y a la Iglesia la donación de sus tesoros en oro y plata para amonedarlos.

Ninguna de estas medidas ayudaría a cambiar las tornas. Márquez, como señal de rebeldía, no se dirigiría al Occidente hasta octubre. Los empresarios se negaron a pagar este impuesto, llegando incluso a encarcelar a un par de ellos. Además, el arzobispado, horrorizado por el despojo, frenó la entrega de sus objetos litúrgicos en octubre.

Hubo un breve respiro para Miramón a principios de septiembre debido a un error que tambalearía la posición de Juárez a nivel internacional. El general Santos Degollado, desesperado por adquirir recursos para financiar la toma de Guadalajara, decidió confiscar una carga de plata con un valor de $1,127,414 pesos, de los cuales $400,000 pertenecían a capital británico. Esto provocó que la legación británica, junto con la francesa y la española, exigiera a Juárez la devolución del dinero, comprometiéndose a hacerlo el 24 de octubre, más un pago adicional en concepto de indemnización.

A pesar de este tropiezo, los $700,000 restantes fueron suficientes para comenzar el cerco sobre la capital tapatía. La primera acción fue el posicionamiento de las tropas liberales el 20 de septiembre de 1860 en el pueblo de San Pedro Tlaquepaque por parte de González Ortega. Al día siguiente, González Ortega escribió una carta al lugarteniente conservador, Severo Castillo, para tratar de convencerlo e intimidarlo para que rindiera la plaza sin necesidad de iniciar un derramamiento de sangre, aunque ya había algunos tiroteos en los alrededores. Esto llevó a que Castillo aceptara reunirse con González Ortega en la garita de Tlaquepaque para discutirlo. Puso como condición para la entrega la renuncia de Juárez y el inicio de un nuevo proceso electoral siguiendo las reglas de la Constitución de 1857, además de un proceso de reformas a la misma.

Al fracasar los intentos de González Ortega para la entrega pacífica de Guadalajara, el sitio inicia el 27 de septiembre con el corte del suministro de agua potable a la ciudad. Hasta el 1ro de octubre, la artillería comienza a devastarla, agotándose las pocas provisiones que tenían, lo que lleva a la población civil a retirarse sin ninguna posesión para salvarse de la batalla. A pesar de esta posición adversa, Castillo se niega a rendir la plaza y se encierra con sus 6,000 soldados, que poco a poco fueron disminuyendo. Estaba esperanzado en la llegada de los refuerzos de Márquez, quien parte junto con Tomás Mejía hasta el 10 de octubre, llevando a cabo una campaña relámpago donde recuperan Querétaro, León, Irapuato, Guanajuato y Lagos. En el bando liberal también empezaban a surgir problemas al enfermar González Ortega de «calenturas» que no lograban apaciguar, por lo que decide nombrar al joven general Ignacio Zaragoza como su reemplazo. Sería él quien tomaría las decisiones para contrarrestar la llegada de los refuerzos conservadores.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Will Fowler, La Guerra de Tres Años, el conflicto del que nació el estado laico, 1857-1861.

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Imagen:

 – Izquierda: Anónimo. Garita de Tlaquepaque, mediados de siglo XIX.

 – Derecha: Anónimo. Retrato de Jesus Gonzales Ortega, ca. 1860. 

La situación después de la batalla del 5 de mayo.

El panorama del conflicto entre México y Francia posterior a la batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862 para su momento fue un alivio, el gobierno de Juárez estaba consciente que con ella no lograrían evitar la escalada de la invasión, pero si representó un importante retraso para que lograsen su objetivo, pero sobre todo ganarían el tiempo necesario para organizar la defensa y poder darle batalla a los franceses, un panorama completamente diferente al de la invasión estadounidense de 1846 a 1848. Para los franceses, ese episodio no fue más que un tropiezo, Napoleón III tenía el potencial militar para culminar la invasión y expandir con ello su zona de influencia para imponer una barrera ante el cada vez creciente imperialismo estadounidense, pero la forma de hacer las cosas del ejército francés pasaba por grandes críticas hacia su estrategia aplicada en las guerras de Crimea y la independencia de Italia, donde las batallas celebres que ganaron como Sebastopol, el sitio de Malakoff, Magenta y Solferino escondieron sus grandes defectos tácticos como el desconocimiento del terreno o su estrategia de mantener un cuerpo solido del ejercito atacando un sitio y mandar tropas sueltas en los alrededores.

Todos estos problemas se vieron reflejados en la derrota de Puebla, donde vieron los mandos franceses que la expedición de 6,000 hombres no era suficiente para lograr el cometido y forzosamente tenían que traer más tropas, sobre todo aprendieron a respetar a los mexicanos quienes contaban con la experiencia ganada en la Guerra de Reforma o en la invasión estadounidense. Pero también el bando mexicano atravesaba por serios problemas, desde la falta del armamento necesario para mantener a los soldados equipados, muchas veces la falta de un equipo profesional del ejercito teniendo que recurrir a la leva, así como un duro golpe anímico con la muerte del general Ignacio Zaragoza el 8 de septiembre por tuberculosis, ocupando su puesto como general del Ejercito de Oriente Jesús Gonzales Ortega, quien formaría parte de esta generación de liberales civiles con un gran talento militar, convirtiéndose en el rival acérrimo del conservador y militar de carrera Miguel Miramón a quien terminaría derrotando. La situación de Gonzales Ortega tampoco era sencilla, al ser uno de los actores clave de la victoria liberal en la Guerra de Reforma le acarrearía fama y prestigio ante la sociedad, convirtiéndolo en un importante actor político donde lo llevaría a convertirse en presidente de la Suprema Corte, haciéndolo en el segundo al mando del país y un serio rival hacia Juárez.

A pesar de su posición, esto no evito que estuviera en el frente, primero persiguiendo a las gavillas conservadoras como la de Leonardo Márquez quien había ejecutado a los generales Leandro Valle y Santos Degollado, tocándole participar en las primeras maniobras para la defensa del país ante los franceses y enfrentándolos en el Cerro del Borrego en Orizaba, donde seria vencido por el Conde Lorencez. Una vez puesto en el mando de Zaragoza, Gonzales Ortega tenía dos opciones, la de hostilizar a los franceses hacia la sierra de Orizaba o encerrarse en Puebla para provocar un desgaste y atacarlos en su momento de debilidad, decantándose por esta segunda opción convencido de que los franceses buscarían la revancha, por lo que empezaría las maniobras para acumular las fuerzas necesarias y los recursos para sostener el sitio. Lograría juntar una fuerza de 24,828 hombres, 3,209 de caballería y 1296 de artillería, reclutando a los generales veteranos tanto de la batalla del 5 de mayo, de la Guerra de Reforma y de conflictos anteriores para sumar lo más que se pudo de la experiencia militar mexicana como Felipe Berriozábal, Porfirio Diaz, Miguel Negrete, Luis Ghilardi, Ignacio de la Llave, Tomas O ‘Horan, Ignacio Mejía, entre otros.

Con la perspectiva de recibirlos en Puebla, Gonzales Ortega ordena el completar y reforzar el sistema de fortificaciones de la ciudad, donde además de contar con los fuertes de Loreto y Guadalupe también estaban el Independencia, Zaragoza, Los Remedios, Hidalgo, Morelos, El Demócrata y el Iturbide (convento de San Javier), la posición que descarta para su ocupación fue el Cerro de San Juan al poniente, siendo esta la que aprovecharían los franceses para establecer su cuartel general. Además de contar con las fuerzas del Ejército de Oriente, también contaría con el apoyo del Ejecito del Centro, comandado por el expresidente Ignacio Comonfort y que se encargaría de mantener el abasto de la ciudad, siendo fortalecido con la adhesión de las fuerzas del licenciado Simón Guzmán.

Del lado francés, aprendieron de la humillante derrota y empezaron a hacer los movimientos necesarios para pasar la afrenta, empezando con la destitución del Conde de Lorencez del mando de la expedición para remplazarlo por el general Federico Forey, veterano de las campañas en África, Italia y Crimea, llegando al puerto de Veracruz el 25 de septiembre junto a una fuerza de 25,116 soldados y 5,845 caballos, estableciéndose en Orizaba. A diferencia de la impaciencia de Lorencez, Forey se tomó su tiempo para estudiar y plantear una estrategia para poder llevar a cabo su misión, por lo que empezaría el despliegue de tropas hasta febrero de 1863 cuando llega a Quecholac, teniendo bajo su mando a los generales Félix Douay y François Achille Bazaine, así como tuvo el apoyo de las fuerzas de Leonardo Márquez y sus 2,500 soldados. Hubo algunas críticas hacia la decisión de Forey de atacar Puebla, sobre todo de parte del embajador Dubois de Saligny quien recomendaba rodearla, pero era importante para el ejército francés lavar la derrota del 5 de mayo para poder mantener la moral, iniciando así el sitio en marzo.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Macias Guzmán. El gran sitio de 1863. La verdadera batalla de Puebla, del libro El Sitio de Puebla. 150 Aniversario.

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Imagen: Patricio Ramos. Descanso después de la batalla, de la serie El sitio de Puebla, 1862.

La derrota francesa en la batalla del 5 de mayo.

Los esfuerzos de Lorencez habían sido en vano y por más que mandaba soldados no lograría tomar el fuerte de Guadalupe, por lo que la batalla fue finalizada cuando inicia una tormenta de granizo y ordena la retirada a la hacienda de Los Álamos en perfecto orden y llevándose a sus heridos, una victoria que en el bando mexicano nadie esperaba. Mientras transcurría la batalla, en la Ciudad de México la vida de sus habitantes seguía su curso, solo en la clase política se estaban llevando a cabo movimientos ante la eventual llegada de los franceses, como lo demuestra el bando del general Anastasio Parrodi donde prohibía cualquier clase de reunión, diversiones públicas y un toque de queda a las 11 de la noche, mientras en Palacio Nacional como el Congreso y la Suprema Corte trabajaban normalmente, la presidencia recibía los reportes telegráficos de Puebla. Conforme transcurrían las discusiones legislativas, eran interrumpidas con la llegada del parte de guerra para informar la situación, hasta las 2:30 de la tarde fue cuando llega el mensaje donde anuncia la derrota francesa y su persecución por parte de la caballería, pero fue con la llegada del informe de Ignacio Zaragoza a las 5:40 pm cuando ya se dio por sentada la victoria.

De las bajas de la batalla, se estiman en el bando mexicano alrededor de 83 muertos y 215 heridos, mientras los franceses reportaron 117 muertos y 305 heridos, de los cuales dejaron valiosas provisiones abandonadas en el campo de batalla y que fueron recogidas y repartidas por la tropa mexicana, de donde destacaron algunas medallas obtenidas por su participación en la guerra de Crimea o las batallas de Magenta y Solferino. El ejercito baja de las fortificaciones y empiezan a desfilar por las calles poblanas con la banda de guerra, además de pasear a los prisioneros franceses quienes fueron tratados con respeto, aunque si hubo casos donde los soldados mexicanos les arrebataron sus condecoraciones provocando su desasosiego, el presidente Juárez ordeno que les fuesen devueltos. Los soldados que no habían sido heridos desfilaron a pie por las calles, mientras a los heridos se les cedieron el uso de los caballos incluyendo los oficiales, al finalizar fueron felicitados por el general Zaragoza y les dio 2 pesos como premio por la hazaña.

Esto no evito que el ejército mexicano bajara la guardia y esperaban un posible contrataque francés, incluso entre la población poblana tampoco se confiaron de la victoria, algunos ciudadanos se armaron ante la posibilidad de su llegada y no pocos siguieron preparando arcos con los colores de Francia para recibir a los expedicionarios. Para el día 6, llegaba el general Tomas O’Horan para reportar su éxito en Atlixco para detener el avance de las tropas de Leonardo Márquez, pero para el día 7 Zaragoza quedaría completamente tranquilo con la llegada de la brigada Guanajuato con 2000 soldados, desvaneciéndose la posibilidad del contrataque francés o de Márquez. Los franceses se habían atrincherado en el Cerro Amalucan para evitar la posibilidad de ser perseguidos, desde ahí vieron como Zaragoza no bajaba la guardia y se reforzaba con la llegada de los guanajuatenses, por lo que Lorencez ordena la retirada hacia Amozoc.

Tanto Zaragoza como el embajador Dubois de Saligny empezaron los juicios y señalamientos en contra del general Lorencez, empezando a analizar todos los movimientos ordenados solo señalaron el exceso de confianza y menosprecio a las tropas mexicanas, por lo que el gobierno de Napoleón III ordena mandar condecoraciones a los soldados destacados por sus acciones en batalla, mientras a Lorencez le mandó sus recriminaciones por la derrota y su destitución del mando de la expedición para remplazarlo por el general Frederic Forey. Mientras el gobierno mexicano iniciaría los procesos en contra de los colaboracionistas de los franceses, empezando por Juan N. Almonte cuyo nombre fue borrado como miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, mientras el gobernador Tapia de Puebla investiga a los funcionarios que habían renunciado a sus cargos antes de la batalla, así como también empezaron a reconocer tanto al general Zaragoza como a los generales y soldados participantes en las batallas de Cumbres de Acultzingo, Atlixco y Puebla, llegándole a ofrecer a Zaragoza un premio en efectivo que rechazo y pedía que fuese repartido entre sus hombres.

Esto no lo pudo ver porque el 4 de septiembre mientras hacia los preparativos para atacar a los franceses estacionados en Orizaba fue contagiado de tifo, siendo trasladado a Puebla de emergencia muriendo hasta el día 8, siendo remplazado con el mando del Ejército de Oriente por el general Jesús Gonzales Ortega. El gobierno de Benito Juárez obtuvo un valioso tiempo para ir preparando la defensa del país ante la inminente llegada de más tropas francesas, organizando tanto el traslado del gobierno conforme se diese la ocupación francesa, esto no evito que tanto Zaragoza como su tropa se les diese el reconocimiento por la hazaña del 5 de mayo y les fueron haciendo diferentes homenajes como el del 4 de diciembre en el Fuerte de Guadalupe donde el presidente les dio sus medallas. Con ello inicia la segunda fase de la guerra civil entre liberales y conservadores la cual fue aderezada por la intervención francesa y la instauración del Segundo Imperio de Maximiliano, pero la sorprendente victoria del 5 de mayo fue fundamental para alimentar la resistencia a la ocupación por 5 años hasta lograr derrotarlos definitivamente.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria.

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Imagen: José Cussachs. Batalla del 5 de mayo de 1862, 1903.

La batalla del 5 de mayo.

Cada bando pudo conformar sus posiciones, Ignacio Zaragoza se atrinchera en las fortalezas de Loreto y Guadalupe, mientras el Conde de Lorencez estaba dispuesto a atacarlos directamente para demostrar la superioridad de las fuerzas francesas y propinar un duro golpe psicológico al gobierno mexicano desoyendo los consejos de los conservadores. Pensando que los franceses actuarían con más mesura, Zaragoza había colocado a sus principales generales a defender la Ladrillera de Azcarate, punto localizado en la salida al camino hacia Veracruz al saber que el campamento francés se localizaba en Amozoc, pero desde el amanecer hasta las 10 de la mañana se extrañan la ausencia de los franceses y entendieron que el objetivo era atacar directamente los fuertes, por lo que Zaragoza ordena al general Felipe Berriozábal dejar la posición de la Ladrillera para reforzar la defensa de los fuertes y que dejase a Porfirio Diaz con el cuerpo de carabineros a caballo para defender en caso de cualquier imprevisto. Mientras en la ciudad se ordena el repique de campanas a las 10 de la mañana para anunciar el inicio de movimientos del enemigo para que los civiles se resguarden en sus casas y quedasen las calles despejadas ante una posible refriega.

Los franceses se localizaban en la hacienda de los Álamos desmontando el campamento para el ataque y Lorencez se había acuartelado en el rancho Oropeza para dirigir la batalla, siendo uno de sus primeros movimientos el mandar a los Cazadores montados a vigilar las posiciones mexicanas, mientras el primer ataque a los fuertes los ejecuta el Regimiento de Infantería de Marina conformado por 1000 hombres y dividido en tres para realizar el asalto. A ellos le siguieron el Regimiento de Zuavos con 1500 soldados para atacar el fuerte de Guadalupe, seguido por el cuerpo de Cazadores de Vincennes y por último el escuadrón de Cazadores de África, decidiendo atrincherarse la hacienda de Rementeria que se encontraba cercana al fuerte y donde podían esperar hasta tener la orden de avanzar. Deciden que para empezar a atacar la fortaleza decidieron abrir fuego con artillería al fuerte de Guadalupe, pero la altura en que se localizaban la fortaleza y la orografía hicieron que este ataque no resultara efectivo y que tras dos horas de ataque gastasen la mitad de sus municiones de artillería, provocando que Lorencez decidiese dar la orden para que la infantería iniciase el asalto a la fortaleza.

Inicialmente, la defensa mexicana en el fuerte no le infringió daños de consideración a los asaltantes por su posición en el cerro, pero cuando suben a la meseta superior, la infantería francesa fueron un blanco fácil de las artillerías de Loreto y Guadalupe dirigidos por el general Berriozábal, mientras para evitar un debilitamiento de la defensa, Zaragoza le ordena al general Francisco Lamadrid apoyar a los fuertes mientras el Batallón de Zapadores ocupaban un barrio que se localizaba en las faldas del cerro. Una vez pasada la primer descarga de la defensa, los zuavos recomponen las filas y atacan cuerpo a cuerpo al Batallón de Toluca que se encontraba en la primera línea, perdiendo el enfrentamiento y fueron forzados a retirarse, también la Marina fue atacada por el 6to Batallón de la Guardia Nacional compuesto por los voluntarios de Tetela y Zacapoaxtla comandados por el general Miguel Negrete quienes esperaron hasta el último momento para tenerlos lo más cerca posible, obligando a los franceses a bajar del cerro.

Ante esta primera derrota, Lorencez reorganiza el ataque y manda la segunda oleada, la cual pudo salvar el foso del fuerte de Guadalupe y subiéndose en los hombros de los soldados intentaron pasar las murallas, esta vez la defensa mexicana estaba en problemas porque se trataba del Batallón de infantería de Michoacán que estaban conformados por novatos reclutados hace 2 meses, por lo que se vieron presa del pánico al solo estar encargados de proteger la artillería y huyen a refugiarse en el templo, dejando solos a los artilleros de Veracruz que no contaban con armas para su defensa cuerpo a cuerpo. Dada la situación tan desesperada, los artilleros se defendieron como pudieron golpeando a los zuavos con las balas de cañón, los escobillones y las palancas que tenían para preparar los cañones, pero fueron salvados por la llegada de Berriozábal quien ataca el costado derecho y fueron reforzados por el Batallón Reforma de San Luis Potosí, mientras pudieron calmar a los michoacanos y los convencieron para regresar a la batalla, logrando rechazar la segunda oleada y volvieron a forzar a los franceses a bajar del cerro ante su incapacidad de tomar las fortalezas.

A la par conforme se fue dando la segunda oleada, hubo otra columna francesa destinada a apoderarse de posiciones en la zona del llano, pero este intento fue frustrado por la llegada del general Diaz quienes rechazan el ataque y hacen que se refugien en la hacienda de San José, dándole la confianza a Diaz para ir en su persecución, pero esta acción fue desaprobada por Zaragoza y le orden regresar porque ellos tenían superioridad numérica, orden que fue desobedecida y hace que lo amenazaran con ir a corte marcial por su desacato, a lo que Diaz se pudo disculpar argumentando que dicha orden no resultaba conveniente al no tener apoyo para la retirada. Todos los esfuerzos franceses habían sido rechazados con éxito por parte de los mexicanos, por lo que Lorencez intento con los soldados que le quedaban en el campo volver a recomponer las filas, pero en eso se desata una tormenta de granizo y eso hace reconsiderar que, ante el agotamiento de sus soldados, el no contar con ninguna posición ventajosa y al haber perdido la mitad de sus municiones no le quedaba de otra más que aceptar la derrota.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria.

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Imagen: Patricio Ramos Ortega. Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862, 1862-1865.

Las condiciones de franceses y mexicanos antes de la batalla del 5 de mayo.

La soberbia existente por parte de los franceses les hizo creer que sería una guerra rápida donde en una breve campaña podrían tomar la Ciudad de México y con ello obtener un estado títere a sus intereses, así se percibe en la estrategia del Conde de Lorencez quien desechando las sugerencias de Juan N. Almonte y Manuel Haro y Tamariz de atacar el sur de la ciudad de Puebla por el convento del Carmen, decide tomar los fuertes de Loreto y Guadalupe para demostrar su superioridad y desmoralizar a los mexicanos, como lo experimentaron en la batalla de las Cumbres de Acultzingo. Esto no desmoralizo a Ignacio Zaragoza, quien no deja de organizar a sus mandos militares para poder defender los principales puntos de la ciudad, pero esto no evitaba que tuviese ciertas dudas ante la débil resistencia ofrecida a los franceses a lo largo del camino a Puebla y teniendo estos antecedentes no descartaba la factibilidad de que los ejércitos intervencionistas llegaran a la capital. Uno de los factores a tomar en cuenta por el propio Zaragoza era la evidente superioridad armamentística de los franceses, mientras sus ejércitos estaban armados con fusiles de chispa de fabricación inglesa con diferentes calibres y con artillería con alcance de 1500 a 2000 m, los franceses contaban con armamento desarrollado por ellos, bien pertrechados y con alcances de hasta 3000 m, por lo que era un obstáculo difícil de sortear por la defensa mexicana.

También tenían que enfrentar el problema de la falta de profesionalidad de las tropas mexicanas al tratarse en buena parte tanto de voluntarios como de leva, por lo que era usual que no hubiese estrategias, actuasen de manera improvisada y cuando se enfrentaban a dificultades se rompiese el frente para salvaguardar sus vidas, sumado a que no contaban con forma de aprovisionar a las tropas más que pedir víveres a los ranchos y poblaciones cercanas, ni que decir de la falta de paga. En cambio, las fuerzas expedicionarias francesas contaban con años de experiencia en campañas militares tanto en Europa, África y Asia, donde siempre resultaron victoriosos gracias a la integración de la cultura militar de las tribus de Argelia, región invadida en 1830 y donde adoptaron a los zuavos como parte de su ejército de elite, además de ayudar a la formación de unidades como los Cazadores de África y a la Legión Extranjera, teniendo sus primeros éxitos en frentes como Crimea contra los rusos y las célebres batallas de Magenta y Solferino en Italia contra los austriacos. De ahí que las fuerzas expedicionarias francesas tuviesen una gran diversidad donde se encontraban franceses, argelinos, mercenarios senegaleses y de otras naciones africanas que llegaron como parte de un potente imperio francés en expansión.

En aquel entonces, Puebla poseía una población de entre 70 y 75 mil habitantes, quienes tenían fama de ser los más antijuaristas del país y con una arraigada cultura conservadora como consecuencia de su antigua importancia durante el virreinato, de ahí que una de las personalidades del orden político poblano fuese el obispo Pelagio Antonio Labastida y Davalos quien fue un duro rival durante la presidencia de Ignacio Comonfort. Según los viajeros de la época, la población poblana tenía muy arraigada la cultura católica en sus vidas y su quehacer diario estaba determinada por el orden de la Iglesia, por lo que cuando el gobierno federal se dispuso a realizar las ordenes de desamortización de las propiedades eclesiásticas ocasionaron una verdadera conmoción social y hacían lo posible por ayudar a los religiosos dándoles asilo en otros conventos o en sus propias casas. Esto le agregaba una dificultad mayor a las fuerzas republicanas ante una población poblana en favor de los invasores y que en cualquier momento hubiesen podido ayudarlos para desalojarlos, así se muestra con el gran recibimiento que les dieron a las tropas francesas un año después cuando pudieron tomar la ciudad.

A pesar de este panorama favorable a los franceses, se empezaron a percibir algunos problemas, como una posible traición de las fuerzas de apoyo conservadoras provocada por una serie de destituciones promovida por su presidente Félix María Zuloaga, quien sustituyó al general Leonardo Márquez por José María Cobos, ahí intervendría el ministro Manuel Doblado quien entra en contacto con Cobos y logran un acuerdo para alcanzar un armisticio donde las fuerzas del ejército conservador se abstuvieran en respaldar la invasión, aunque manteniendo su posición antagónica ante la republica de Juárez. Con ello, las fuerzas de Cobos y el mando de Zuloaga se mantienen neutrales, pero meten en problemas a Doblado al declarar meses después que parte del acuerdo consistía en que se generaría un movimiento para derrocar a Juárez, punto que fue necesario aclarar y desmentir, aunque no todos estuvieron dispuestos a seguir los acuerdos de la jefatura conservadora y apostaron por los franceses, como fue el caso de Márquez y el coronel Echegaray quienes no respetaban realmente el liderazgo de Zuloaga, este último hizo su pronunciamiento en la fortaleza de Perote e intentaría hacerse de su artillería, pero Zaragoza manda a la Brigada y los derrota en la Cañada de Ixtapa recuperando las armas.

El haber logrado la retirada de buena parte de los conservadores de esta primera incursión francesa fue fundamental para lograr el retraso de su avance a la capital, aunque los que permanecieron leales al proyecto intervencionista como Márquez y sus aliados quedaron activos en su beligerancia por los rumbos de Atlixco, Izúcar, Huaquechula y Tochimilco, pero todos ellos fueron manejables para la defensa republicana como la encabezada por Tomar O ‘Horan. Mientras los franceses rebosaban desde su campamento de Amozoc de la confianza de poder derrotar a un rival “inferior” propinándoles un duro golpe militar, Zaragoza, sus mandos militares y el apoyo prestado por el gobierno lograron arreglar buena parte de los problemas que hubiesen facilitado la llegada francesa y con ello ganaron tiempo valioso para organizar la resistencia republicana que les daría la victoria definitiva cinco años después. 

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria.

Imagen: Angus McBride.

  • Izquierda: Ejercito mexicano republicano de 1863 a 1867.
  • Derecha: Cuerpo de zuavos del ejército francés.

Los preparativos de Zaragoza para recibir a los franceses en Puebla.

El resultado del enfrentamiento en Acultzingo deja claro a Ignacio Zaragoza las necesidades del ejército mexicano para enfrentar a los franceses, teniendo claro que no debían enfrentarlos en campo abierto por lo poco preparadas que estaban sus tropas, pero lo que más les apremiaba era la falta de elementos necesarios para poder enfrentarlos. El ministro de Guerra, Pedro Hinojosa, puso atención en la necesidad de apurar tanto a Santiago Vidaurri como a Jesús Gonzales Ortega para poder mandar a Puebla sus respectivas tropas, siendo especialmente cuidadoso con Gonzales Ortega con quien se le procuro tratar con las cortesías debidas para contar con su apoyo debido a la fama alcanzada durante la Guerra de Reforma, pero una vez pasada la batalla de 5 de mayo con el triunfo de Zaragoza la actitud del gobierno cambia e incluso le retiran el mando de gobernador militar de San Luis Potosí resaltando su falta de compromiso con la defensa, asi como señalar la falta de apoyo por parte de Vidaurri.

Con la noticia de la presencia de fuerzas conservadoras en Atlixco y Santa Isabel, Zaragoza tenía el apremio de eficientar los servicios de la defensa, siendo una de sus acciones la destitución del gobernador Gonzales Mendoza quien a pesar de su buena voluntad y apoyo a la defensa no contaba con las aptitudes necesarias, dejando el puesto a Tomas O ‘Harán. También desde el gobierno federal hicieron sus movimientos, siendo el mismo Pedro Hinojosa una de las bajas debido a que su salud se había deteriorado y no podía hacer frente a las necesidades de ir a combate, prefiriendo mejor presentar su renuncia al no poder cumplir con su deber. El Ejercito de Oriente que había luchado contra los franceses en Acultzingo se incorporaba a las posiciones de Puebla, mientras el ministerio de Guerra se encargó en el mes de abril de ir fortificando los puntos clave de la ciudad, haciendo las obras necesarias en los fuertes de Loreto y Guadalupe que con el tiempo resultarían insuficientes. Las iglesias y los conventos fueron puntos importantes para considerar la defensa y se empieza a dotar de trincheras para facilitar las posiciones, considerándose de vital importancia las de San Javier, El Carmen y la de los Remedios por su posición estratégica en caso de que la batalla se trasladase a la ciudad.

En la ciudad, se haría un padrón de todos los hombres de 16 a los 60 años para conformar las guardias civiles para defender la capital, exceptuando a los extranjeros residentes y sobre todo a los franceses cuya comunidad era muy numerosa, pero se agradecía su participación en caso de que decidiesen integrarse. Una de las decisiones que tomaron fue que previendo la posibilidad de un sitio largo podía provocar un desabastecimiento de alimentos, por lo que a la población civil se les aconseja evacuar la ciudad y que solo se quedaran los hombres en condiciones de poder luchar, pero dada la premura ante la cercanía de las tropas francesas y como los caballos y mulas ya habían sido requisados para las acciones militares no se pudo llevar a cabo en su totalidad. El Ejercito de Oriente fue tomando posiciones en los alrededores de la ciudad, constando con una fuerza de 1200 hombres que estaban al mando de José María Arteaga, pero como había salido muy mal herido de la batalla de Acultzingo provocando la amputación de una de sus piernas hizo que fuese suplido por Miguel Negrete, quienes tomaron las posiciones de los fuertes de Loreto y Guadalupe mientras se formaron tres brigadas al mando de Felipe Berriozábal, Francisco Lamadrid y Porfirio Diaz quienes se acuartelaron en la plaza de San José.

Pero para evitar revitalizar las fuerzas francesas era preciso controlar a las gavillas conservadoras, siendo la más importante la dirigida por Leonardo Márquez quien se encontraba cerca y su incorporación podría representar un serio problema para la defensa, por lo que Zaragoza le encarga a O ‘Harán mantenerlo lejos de la zona y con ello lograron evitar que los franceses ganasen importantes refuerzos para la batalla. Los conservadores en ese momento se encontraban divididos y dubitativos en cuanto a su participación, esto debido a la presencia de Juan Nepomuceno Almonte dentro de los principales dirigentes dentro de la expedición francesa, pasando a empeorar su posición el que se haya declarado “jefe de la nación” ya que la gran parte reconocían como su líder al ex presidente Félix María Zuloaga. Las tropas francesas se fueron acercando a las proximidades de la ciudad siguiendo por Palmar, Quecholac, Acatzingo y Amozoc, donde pernoctaron en la noche previa a la batalla, siendo acompañados por los conservadores Almonte y Manuel Haro y Tamariz.

Ambos con experiencia militar que les habían otorgado el pelear en conflictos pasados quisieron intervenir en la planificación del ataque a Puebla con el conde Lorencez, Haro era de la opinión de no presentar batalla en Puebla para pasarse directo a la Ciudad de México, pero Lorencez rechaza es propuesta porque esto implicaría la posibilidad de corte de las líneas de comunicaciones, por lo que tanto Almonte como Haro le proponen atacar el sur de la ciudad y en específico el convento del Carmen, ya que contaba con extensos huertos y era un punto débil en la defensa, siendo un sitio habitual por donde los rebeldes entraban a la ciudad. Pero tanto Lorencez como Salligny estaban en contra de esta opción porque consideraban que del camino de Amozoc al sur de Puebla podían estar expuestos a un ataque, por lo que primó la idea de dar un golpe rápido y consideraron que el mejor lugar eran los fuertes de Loreto y Guadalupe, como vieron como “fácil” la victoria que tuvieron en Acultzingo contra el Ejercito de Oriente era una señal de debilidad e inferioridad de sus contrincantes, por lo que el hacer caer su punto más defendido podría implicar una rápida desmoralización de la defensa en general y con ello tomar el país. 

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria

Imagen:

  • Izquierda: Anónimo. Toma estereoscópica de Puebla, 1860, al fondo se ve la iglesia del fuerte de Guadalupe.
  • Derecha: R. Aguirre. General Ignacio Zaragoza, 1898.

La toma de posiciones del ejército francés

Ya una vez anunciado el fin de la Triple Alianza entre España, Gran Bretaña y Francia, las tropas españolas se retiran del territorio mexicano al iniciar sus negociaciones con el gobierno de Juárez por su lado, mientras la expedición francesa se iba afianzando en las posiciones donde el gobierno mexicano les había permitido llegar. Mientras tanto, Juan N. Almonte que recién había regresado al país bajo el amparo de los franceses, hace un pronunciamiento en Córdoba donde convoca al pueblo a rebelarse contra Juárez para así acabar con el bandolerismo de los liberales, de lado de gobierno Juárez hace un manifiesto a la nación para explicar la situación y llama a todos a defender de lo que sería una invasión inminente. Al carecer de los medios para poder financiar la resistencia, se declara que en cuanto los franceses iniciasen su avance se declara el estado de sitio, por lo que los habitantes de las poblaciones tomadas tenían el compromiso de abandonarlas para no prestar ninguna clase de apoyo a los invasores, pero si se quedaban en ellas podían ser considerados como traidores, así como a los que les presten cualquier clase de servicio.

Todos los varones entre los 20 y 60 años estaban obligados a irse a las armas para enfrentar a los invasores, así como a los gobernadores se les da la facultad de expedir las patentes de cuadrilla, un tema delicado porque podia implicar el fomento de la creación de cuadrillas de ladrones, por lo que se les da la condición de que no pueden estar ms de 10 leguas alejados del enemigo para no ser considerados como salteadores. Juárez se presenta ante el Congreso para dar un discurso para llamar a la lucha y pedir el apoyo de los diputados, siendo respondido al otorgarle poderes extraordinarios para poder dirigir las acciones de defensa.

Mientras los franceses dejan sus posiciones en Tehuacán para emplazarse en Córdoba, pero con esto no pretendían seguir los compromisos de los convenios de La Soledad, sino que la expedición al mando de Lorencez tenía las ordenes por parte de Napoleón de buscar cualquier excusa para justificar el internamiento en el país, la encontró con los enfermos por las enfermedades tropicales emplazados en Orizaba, donde había cerca de 600 soldados franceses sin ninguna justificación. Zaragoza trata primero de tratar el asunto con el antiguo comandante de la tropa De la Graviére diciéndole que no hacía falta la necesidad de una guardia al garantizarle a los enfermos su seguridad, es respondido por Lorencez para comunicarle su nueva posición y le dice que los soldados habían estado enfermos pero que estaban repuestos, sin ninguna clase de provocación este hecho sirvió de excusa para inventar que Zaragoza pretendía tomar de rehenes a los soldados enfermos, dando la vía libre a la ocupación de Orizaba el 19 de abril.

Al ver que los franceses iniciaban la invasión, Zaragoza manda al coronel Félix Diaz con un pequeño cuerpo de caballería a ocupar la posición de El Fortín, cercano a Córdoba, tenía como misión vigilar los movimientos de los franceses, de ahí se supo la marcha hacia Córdoba y fue en ese sitio donde se presentó el primer encuentro con un saldo de 5 muertos mexicanos y de donde Diaz pudo escapar. Tanto en Córdoba como en Orizaba algunos partidarios conservadores dieron por bueno el pronunciamiento de Almonte y empiezan a conformar un gobierno paralelo, pasando a ocupar el puerto de Veracruz, Alvarado y la Isla del Carmen. Algunos conservadores que se habían acogido a la amnistía del gobierno decidieron traicionar esa condición y pasarse del bando de los franceses, siendo recibidos con desprecio y burla por parte de ellos.

Juan Prim se retira de México con el compromiso de darle solución a los problemas con su pais y para desmarcarse de la invasión francesa, solo quedaba acordar con el representante británico Charles L. Wyke los lineamientos para las negociaciones, con ellos no había problema porque el gobierno británico ya se había manifestado con sus intenciones de dejar de lado cualquier intento de invasión por parte de Napoleón. Manuel Doblado llega a Puebla el 24 de abril para iniciar las conversaciones con Wyke, se llega al acuerdo de base de fijar una serie de pagos respaldados con un porcentaje reservado de los ingresos de las aduanas en los puertos, con la condición de no admitir la supervisión de interventores ingleses y pagables a determinado plazo de tiempo, asi como se desconoce cualquier compromiso de deuda contraído por los conservadores hacia ellos.

Lorencez inicia su camino para seguir avanzando y deja en Orizaba una pequeña guarnición junto a los enfermos, haciéndose acompañar tanto por el ministro Saligny y Almonte para llegar al pueblo de Acultzingo, mientras los planes de Zaragoza consistían en retrasar el avance enemigo en lo que ocupaban un lugar mejor para la defensa, por lo que el 28 de abril manda a ocupar las cumbres de las zonas altas al general José María Arteaga con el mando de 2,000 soldados y doce piezas de artillería de montaña y desde ahí atacan el campamento francés, suscitándose una escaramuza que duraría 3 horas y termina por retirarse al pueblo de Palmar. Los franceses vieron en el resultado del enfrentamiento una evidencia de la debilidad de los mexicanos al solo tener tres bajas y 30 heridos, calificando a sus rivales de débiles y cobardes e incluso corría a broma entre ellos que no hacía falta mandar al ejército, sino que bastaba con mandar a la gendarmería para tomar el país, mientras Zaragoza iba preparando a sus fuerzas para retenerlos en Puebla.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria

Imagen: Le monde Illustré. La plaza principal de Córdoba, Veracruz, ocupada por tropas francesas en 1862. Fuente: https://aguapasada.wordpress.com/2012/05/04/tropas-francesas-en-diversas-partes-del-estado-de-veracruz-2a-serie/

El rompimiento de Vidaurri con Juárez.

Los últimos meses de 1858 represento un cambio de tornas en lo referente a la guerra, cambiando la ventaja del bando liberal al conservador, donde Miguel Miramón había logrado finalizar tratados que le asegurarían el reconocimiento a su gobierno y la financiación de sus tropas, como la culminación de la firma del Tratado Mon-Almonte donde España reconocía su gobierno y el muy controvertido préstamo de la Casa Jecker que tendría consecuencias en el futuro. Pero dentro del bando liberal se había provocado una importante escisión de uno de sus aliados fundamentales, Santiago Vidaurri, quien fuera el cacique de Nuevo León y Coahuila y que se había manejado su presencia nacional según sus intereses y sobre todo para apuntalar su dominio regional, algo que era visto por el resto de los liberales con recelo y era tomado con mucho cuidado su participación en la guerra al no ser muy confiable.

La lejanía que representaba la frontera noreste le garantizaba a Vidaurri mantener su zona de influencia en forma autónoma y con la libertad de hacer crecer sus negocios, siendo la Ley de Nacionalización de los bienes de la Iglesia la oportunidad para poder acrecentar sus arcas, excusando que al ser el principal soporte financiero del Ejercito del Norte le correspondía por derecho administrar los recursos provenientes de las expropiaciones y sobre todo por tener como deber defender la frontera de las incursiones apaches y comanches. Juárez no pensaba lo mismo y le había asignado a Santos Degollado la repartición de lo obtenido de la venta de los bienes, algo que no fue bien visto por Vidaurri y que se sentía con la autoridad de disponer de ellos, tan solo la mayoría de los generales liberales pertenecían a su ejército como sucedía con Juan Zuazua, Ignacio Zaragoza y Mariano Escobedo. Para su suerte, su derrota en la Batalla de Ahualulco a manos de Miramón le había quitado impulso en su intentona de ganar el liderazgo de la lucha y fue obligado a encerrarse en Monterrey.

El revés que recibió Vidaurri cimbro las lealtades de sus generales quienes prefirieron una buena parte adherirse a las órdenes de Juárez, como sucedía con Zaragoza, José Silvestre Aramberri y Miguel Blanco, mientras Zuazua se mantenía leal. La derrota de Degollado en Tacubaya le dio la oportunidad a Vidaurri de querer recuperar la iniciativa, les escribe a los gobernadores liberales para que impulsen a Zuazua como general en jefe del ejército federal para reemplazar al “Héroe de las Derrotas” que solo sabia perder, pero esto fue detectado por Degollado e impulsa que se le quite cualquier mando de importancia a Zuazua para evitar cualquier margen de movimiento. Al ver truncada toda posibilidad liderar la lucha, Vidaurri decide romper con Juárez y le manda una carta a Zaragoza donde le hizo saber su decisión, pidiéndole su reincorporación a su ejército.

Para el 5 de septiembre, Vidaurri anuncia en cese de hostilidades con el bando conservador, ofreciéndose como mediador con los liberales y ordena al Ejército del Norte retirarse del campo de batalla para prestarse a la defensa de la frontera, sobre todo desconoce su reconocimiento a Santos Degollado como jefe del ejército federal. Pero este pronunciamiento fue negado por buena parte de los generales y Degollado declara a Vidaurri como sublevado, ordenando su arresto y pone a Aramberri como gobernador interino con el apoyo de Zaragoza, por lo que ante la deserción de buena parte de sus fuerzas hicieron que Vidaurri se viese obligado a partir rumbo a Texas mientras Zuazua le servía para protegerlo en la retaguardia.

Esta pelea entre Juárez y Vidaurri deja a las líneas liberales muy debilitadas y esta situación fue aprovechada por los conservadores para ocupar plazas, este fue el caso de Adrián Woll quien toma Aguascalientes y Zacatecas defendidas por Jesús Gonzales Ortega y Tomas Mejía con Ciudad del Maíz, en Tepic se da la lucha entre el liberal Esteban Corona contra el caudillo indígena Manuel Lozada quien termina ganando, mientras Manuel Cobos termina expulsando a los liberales de Oaxaca, solo contando con la victoria de Degollado en la batalla de Peñuelas o Loma de las Animas en Guanajuato pero sin ninguna repercusión de importancia a su favor. Mientras en Europa, Juan N. Almonte había logrado reanudar las relaciones diplomáticas con España, con quien se había acordado el pago de las indemnizaciones de los despojos a la comunidad española y había una opinión publica favorable a que intervinieran en la guerra, como fue el caso del general conservador Leopoldo O’Donell el mayor instigador sobre la intervención, pero contando con la oposición de Juan Prim, por lo que veía Almonte en su negociación con Alejandro Mon muchas dificultades para poder llegar a buen término las negociaciones.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Will Fowler, La Guerra de Tres Años, el conflicto del que nació el estado laico, 1857-1861

Imagen: 

  • Izquierda: Anónimo. Santiago Vidaurri, 1865
  • Derecha: Anónimo. Benito Juarez, S/D.

Los preparativos para la defensa de la Triple Alianza

El 31 de octubre de 1861 llegan a México las noticias de la conformación de la Triple Alianza entre Inglaterra, Francia y España para cobrar las deudas que tenía el gobierno con estos países, entre todos estaba la idea de   que España era la que estaba detrás de esta coalición y que aprovecharían para invadir el país en la menos oportunidad. De inmediato Benito Juárez junto a su ministro de Guerra Ignacio Zaragoza se ponen a alistar las defensas ante la eventual invasión, siendo el presidente el que informa y solicita a las diferentes entidades su apoyo y la unidad para enfrentar el problema que se venía, mientras Zaragoza se dispone a conocer la situación de la fortaleza de San Juan de Ulúa y el puerto de Veracruz junto con el gobernador Ignacio de la Llave.

El diagnostico de las condiciones del puerto fueron negativas, ante la falta de una fuerza naval para hacer contrapeso a los expedicionarios hacia inútil toda defensa del puerto que tarde o temprano terminaría por caer y provocaría un golpe moral fatal, por lo que Zaragoza junto con sus subordinados y las autoridades veracruzanas dictaminaron evacuar el puerto y trasladar las defensas al interior y a Tampico, quitando la ventaja de un ataque de los barcos de guerra. El plan estaba a favor de los defensores, si bien la toma de Veracruz hubiera representado un triunfo inicial, la clave era mantener a las tropas invasoras en la región costera sin posibilidad de recibir viveres o asistencia, ya que la resistencia se haría en la zona serrana y se les dejaría a su suerte para lidiar con las enfermedades tropicales como el cólera o el vómito negro que en esos momentos era la principal causa de muerte en las regiones costeras.

Es así que se retiran del puerto de Veracruz las piezas de artillería de las fortificaciones, se ponen una serie de medidas para el trato de los civiles con el extranjero para evitar que las guerrillas conservadoras pudiesen servir de apoyo y se hacen los planes de evacuación de las haciendas y ranchos ganaderos para que el enemigo no tuviese oportunidad de obtener alimentos, planeando asentarlos en Jalapa, Córdoba y Orizaba, aunque no se llevaría acaba hasta que los expedicionarios hayan mostrado actitudes hostiles. La línea de defensa también se basaría en estas ciudades, empezando desde Cerro Gordo para pasar por Chiquihuite, Jalapa, Córdoba y Orizaba, teniendo como sede el cuartel general Huatusco, aunque por la escases de recursos no pudieron poner las piezas de artillería en las posiciones adecuadas del sitio de Cerro Gordo y Chiquihuite.

Mientras tanto, Juárez busca un nuevo ministro de Exteriores, ofreciendo el puesto a diversos políticos como Francisco M. Olaguíbel, Sebastian Lerdo de Tejada y a Manuel Dublán, pero ninguno aceptaría, por lo que tuvo que llamar al general guanajuatense Manuel Doblado para que jugase un papel similar al de primer ministro y formara gobierno con un nuevo gabinete, pero quedando el propio Doblado con el encargo de Exteriores. Juárez sacrifica su papel para formar gobierno para tener una unidad política que sirviese como frente a la invasión, poniendo a todos los liberales con quienes había tenido desencuentros del lado de la nación, por lo que queda como ministro de Gobierno Jesús Terán y en el de Guerra y Marina Pedro Hinojosa, renunciando a sus cargos Blas Balcárcel y el mismo Zaragoza respectivamente. Buena parte del plan de defensa estaba llevado a cabo, solo faltaba el reconocimiento diplomático como interlocutor legitimo para solucionar los problemas diplomáticos con los representantes de los países en pugna.

En diciembre salen de la Ciudad de México las legaciones y ciudadanos de los países beligerantes acompañados por una guardia que les proporciona el mismo Juárez para garantizar su seguridad, siendo el primero el ministro Saligny junto con toda su comitiva y 400 colonos españoles que aprovecharon la seguridad para repatriarse, de todos ellos destaca el hijo de Agustín de Iturbide que tenía el mismo nombre y del que salían bromas de que el seria el que retomaría el trono de México. Los últimos en salir fueron los ingleses, que se prepararon para recibir a sus tropas en Veracruz. La necesidad en que se veía Juárez ante la amenaza extranjera hizo que promulgara un indulto para todos los que habían luchado en nombre del Plan de Tacubaya, con excepción tanto de los que se habían ostentado como presidentes (Zuloaga y Miramón), los firmantes del Tratado Mont-Almonte, los que participaron en el asesinato de Melchor Ocampo, los que fueron expulsados del país y los extranjeros participantes en el bando conservador.

Bajo este indulto se suman militares como Manuel Negrete, Juan Argüelles entre otros jefes que lo hicieron con la condición de que tenían que combatir a los invasores, se intenta convencer a Tomas Mejía con quien se entrevista Manuel Dublán y José María Arteaga con la promesa de otorgarle el grado de general de división y el mando militar en la Sierra Gorda, a lo que Mejía rechaza de forma tajante por su odio a los liberales que tenía como misión combatirlos. También el padre Miranda le dice a Leonardo Márquez (opinión personal: no entiendo porque) que se indulte, contestando que no veía amenaza a la integridad nacional la presencia de los ejércitos extranjeros porque según él no venían en misión de conquista, sino porque venían a meter orden al país, la misma posición que tenía su bando para luchar en contra de la “demagogia” de los liberales. Curiosamente, algunos liberales moderados tienen la misma opinión y piensan que todo esto es una patraña de Juárez para unificar a toda la clase política en su favor, incluso la Cámara de Diputados acusan de esta crisis a la mala gestión que hace la cancillería mexicana que agravo la situación.

Sin estar enterados de los acuerdos de Londres y abonando a los prejuicios mexicanos, la expedición española comandada por Manuel Gasset y Mercader toma la delantera y llegan a Antón Lizardo el 10 de diciembre, para el 14 mandan el ultimátum de rendición dando 24 horas para ceder la plaza, cosa que Ignacio de la Llave cede sin oponer resistencia apegándose al plan, llevándose lo que quedaba de la artillería y quemando todo lo que les fuera de utilidad. El plan tiene éxito y se ven los primero estragos de las enfermedades del puerto en los españoles, por lo que a pesar de los alegatos de los conservadores acusando a los liberales de provocar la invasión, todos los gobernadores se adhieren a la causa nacional y mandan tropas para la defensa, solo hubo un traspié por parte del general José López Uraga, comandante del Ejército de Oriente, quien tiene una entrevista con el ministro Saligny en Veracruz que pensando que era parte de la facción “menos peligrosa” le dice que preferiría rendirse ante el antes que con un español y en un acto de ingenuidad le dice información valiosa del ejército mexicano, provocando su sustitución y que su lugar sea ocupado por Ignacio Zaragoza. Hasta el 6 de enero llega la escuadra inglesa junto con el general Prim quien le recuerda a sus tropas que su misión no es de conquista, por lo que tanto mexicanos como expedicionarios tienen preparado el terreno para lo que se avecina.

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Federico Flores Pérez

Bibliografia: Raul Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria

Imagen: C. Castro y Francisco García. Vista aérea de Veracruz. (México). Siglo XIX