La turquesa en Mesoamérica.

Destacado

Dentro de la cosmovisión mesoamericana, era de suma importancia asociar su producción cultural con la vida misma. Elementos que mostraban tonalidades verdes y garantizaban la permanencia de ese color, a diferencia de las plantas, se volvían objetos sumamente preciados para las élites que buscaban vincularse con esta cualidad proveniente de los dioses. Es por esta razón que productos como las plumas de loros y quetzales, así como el jade, eran tan valorados por la clase político-religiosa para la confección de elementos suntuarios. A estos materiales se les añadía la turquesa, una piedra de tonalidad azul verdosa utilizada para realizar mosaicos.

A diferencia de los productos anteriores, que se obtenían principalmente en el sureste, la turquesa era mucho más difícil de conseguir debido a que sus depósitos se encontraban en la lejana Oasisamérica. Los comerciantes que se aventuraban en viajes para obtenerla debían enfrentarse a desafíos como los desiertos y el riesgo de ser atacados por nómadas. Sin embargo, el papel religioso otorgado a esta piedra impulsaba a los mesoamericanos a procurarla, lo que contribuyó a mantener la comunicación entre estas dos regiones culturales.

Químicamente, la turquesa es un fosfato hidratado de aluminio y cobre que le confiere una amplia gama de tonalidades que van desde el azul cielo hasta tonos más oscuros o con matices verdosos. Posee una dureza de entre 5 y 6 en la escala de Mohs y suele encontrarse en cristales pequeños, siendo poco común hallar minerales de gran tamaño.

En Norteamérica, la turquesa se encuentra en la llamada Provincia Porfidica del Suroeste, que abarca la frontera de Baja California, el Desierto de Altar en Sonora, California, Arizona, Nuevo México, Colorado, Utah y Nevada. Además, se han identificado algunos yacimientos aislados en Sonora y Zacatecas. Debido a su importancia para los mesoamericanos, sabemos que la explotación del mineral fue significativa para los indígenas de Oasisamérica.

El núcleo productor se localiza en la zona de la actual Santa Fe de Nuevo México, donde se han encontrado minas prehispánicas como Cerrillos, Turquois y Mount Chalchihuitl. También hay actividad minera en las Montañas Burro y las Montañas Little Hachita, en el condado de Grant, Nuevo México, así como en San Bernardino, California, en el condado de Conejos, Colorado, y en los condados de Clark y Lincoln, Nevada.

El uso de la turquesa se remonta al periodo teotihuacano y está vinculado con la expansión mesoamericana hacia el norte, siguiendo la Sierra Madre Occidental. Uno de estos depósitos se encontró en las inmediaciones de la entonces ciudad de Altavista-Chalchihuites, en Zacatecas, posiblemente siendo su descubrimiento el detonante del desarrollo mesoamericano en la región y ejerciendo influencia más al norte.

Dado que la región norteña siempre ha mostrado inestabilidad debido a su alta belicosidad, la adquisición de turquesa era mucho más complicada para cualquier entidad política. Esto hizo que su monopolio estuviera en manos de las grandes potencias capaces de costear las expediciones comerciales. Este control fue ejercido primero por Teotihuacán en menor escala, luego por los toltecas y finalmente por los mexicas.

En los últimos años antes de la conquista española, los mexicas eran los únicos que podían adquirir la turquesa, también conocida como teoxíhuitl, convirtiéndose en un elemento exclusivo de la nobleza. Su posesión estaba prohibida para los macehuales debido a la posición simbólica del mineral, vinculada con el Sol, lo que reforzaba el discurso ideológico de la élite.

Dentro de la religiosidad mesoamericana, el color azul cielo de la turquesa la vinculaba estrechamente con el Sol, convirtiéndola en un símbolo asociado a los elementos cálidos y solares que intervenían en la existencia de la vida, como el fuego, el alma, el verdor de las plantas y, sobre todo, el tiempo. No es sorprendente que en el idioma náhuatl se utilice la palabra «xíhuitl» para referirse a alguno de estos elementos.

Este fundamento se remonta incluso a la creación según la mitología mesoamericana, donde uno de sus dioses protagónicos, Xiuhtecuhtli, es el dios del fuego o el dios de la turquesa, que controla el fuego primigenio que origina la vida. Este fuego tiene como fuente al Sol, que al pasar por el cielo le otorga su tonalidad azul, dando inicio a los días, y el conjunto de ellos da como resultado los años.

Dada esta lógica, ya que la vegetación tiene una vida cíclica basada en el tiempo transcurrido en el año, es una de las razones por las cuales se le atribuye una naturaleza cálida a la turquesa. Por lo tanto, no es extraño que dentro de los difrasismos del idioma náhuatl para referirse al año se le relacione con un atado de ramas. Este simbolismo está presente durante la ceremonia del Fuego Nuevo, donde estas ramas deben ser encendidas para reiniciar el ciclo de los 52 años.

En el juego de los contrarios complementarios, la turquesa, debido a su naturaleza cálida, se contrapone al jade, que posee una naturaleza fría y representa la fertilidad de la tierra, el agua y la vida. Aunque el jade siempre ocupó una posición superior a la turquesa dentro de la sociedad, ya que el término «chalchihuítl» se refería genéricamente a cualquier piedra preciosa.

Un aspecto incompleto por parte de los mexicas fue relacionar la turquesa con su dios tutelar Huitzilopochtli, cuya arma fue designada como «xiuhcóatl» o serpiente de fuego. Esta arma estaba asociada con los cometas que cruzaban los cielos y también era el arma de las deidades del fuego, siendo considerada como un rayo del Sol. De esta manera, la turquesa se convirtió en un elemento indispensable para las clases gobernantes, manifestando su poder divino vinculado al Sol, al verdor y al tiempo. La adquisición de turquesa se convirtió en el motivo por el cual los mesoamericanos mantenían su relación con los pueblos de Oasisamérica.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Revista Arqueología Mexicana no. 141.

– Mutsumi Izeki. La Turquesa, una piedra verde cálida.

– Ricardo Sánchez Hernández. Geología de la Turquesa.

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Imagen: 

 – Izquierda: Mascara de Xiuhtecuhtli con aplicaciones de jade, cultura mexica, Posclásico Tardio. 

 – Derecha: Retrato del tlatoani Itzcoatl, Primeros memoriales, siglo XVI. 

Las mujeres y la guerra mexica.

Según las descripciones dejadas por las crónicas españolas, el rol de las mujeres en las sociedades mesoamericanas se consideraba principalmente pasivo, ya que se ocupaban principalmente de las labores del hogar, mientras que los hombres trabajaban en el campo o participaban en las batallas. A las mujeres se les asignaba el trabajo en la milpa, el tejido de vestimentas, la cocina, la crianza de los hijos y, en ocasiones, la venta de productos. Su función principal era ser madres de las siguientes generaciones, y el embarazo y el parto se concebían como un campo de batalla donde el hijo ocupaba el papel del prisionero y la madre era la guerrera victoriosa. Por lo tanto, en caso de morir durante el parto, se creía que su alma se convertía en parte de la guardia del Sol y recibía los mismos honores que los caídos en batalla.

Este orden social definía los roles de género y el papel que debían desempeñar las mujeres. La sociedad tenía como objetivo representar el orden cósmico, donde las fuerzas frías se complementaban con las cálidas para lograr el movimiento del universo. Por lo tanto, se consideraba normativo seguir con estos roles para mantener el equilibrio. Además de las labores domésticas, las mujeres desempeñaban otras actividades consideradas propias de su género, como ser parteras, trabajadoras de la sal, curanderas, casamenteras, amantecas, ayudantes de tlacuilos y, en algunos casos, la prostitución.

Dentro del contexto bélico del Posclásico, contamos con información suficiente sobre la vida de la sociedad mexica, aunque también existen importantes lagunas. Encontramos algunos testimonios que nos hablan sobre las acciones realizadas por los ejércitos cuando se encontraban en campaña. A pesar de las restricciones impuestas a las mujeres, estas mantenían su presencia tanto en las labores de mantenimiento de la soldadesca como víctimas o prisioneras de las batallas. Aunque no era común que las mujeres se convirtieran en guerreras convencionales, existen algunos testimonios que confirman su presencia en momentos de crisis. Por ejemplo, durante los asedios a las ciudades, como en la defensa de Tlatelolco por parte de su rey Moquíhuix ante los mexicas en 1470. En esta ocasión, una vez perdida la batalla, Moquíhuix ordenó que un escuadrón de mujeres desnudas se enfrentara a los invasores.

Esta misma situación se repitió durante el sitio de Tenochtitlan por parte de Cortés y sus aliados. Cuando la resistencia fue derrotada en la propia capital, Cuauhtémoc y sus tropas se refugiaron en Tlatelolco, donde, como medida desesperada, se ordenó que las mujeres y los niños participaran en la lucha.

Para llevar a cabo las campañas militares, se requería una organización logística que asegurara el bienestar de las tropas y evitara privaciones. Los alimentos eran fundamentales para cumplir con estos objetivos, y las tropas se abastecían ya sea en la propia México-Tenochtitlan con alimentos que pudieran aguantar el trayecto, o forzando a los pueblos tributarios a mantenerlos abastecidos, con el riesgo de ser atacados si no cumplían con esta obligación. Aunque no hay referencias directas sobre su presencia, se teoriza que existía un cuerpo de mujeres encargadas de las labores de avituallamiento de la tropa, ya que los hombres no podían realizar la cocina por sí mismos. Se cree que estas mujeres se dedicaban a preparar alimentos básicos para mantener a las tropas saciadas, como totopos, pinole, frijol molido, masa para atole, entre otros.

Aunque no hay descripciones directas de su participación, hay referencias en las crónicas que mencionan la presencia de mujeres en roles de servidumbre durante las campañas. Los señoríos aliados, como muestra de lealtad a los mexicas, enviaban doncellas a los campamentos para preparar la comida o para actuar como curanderas para los heridos. Este gesto servía como oportunidad para los aliados de demostrar su lealtad al tratar a los mexicas con la mayor consideración posible.

Una de las actividades que marcaba el inicio de las hostilidades entre los señoríos era el abuso contra la población civil del pueblo enemigo que se encontraba en sus dominios, siendo las mujeres víctimas habituales de estas agresiones. Por ejemplo, en el comienzo de la guerra mexica-tepaneca, los últimos ordenaron impedir que los mexicas pudieran acceder al mercado de Coyoacán, resultando en el ultraje de las mujeres que se encontraban dentro. Cuando una población enemiga caía en manos de la tropa, esta tenía todo el derecho de cometer atropellos contra la población no combatiente. Es común en las fuentes encontrar menciones donde los soldados abusaban de las mujeres, las capturaban junto a los niños para esclavizarlos, o incluso en casos extremos, se ordenaba su exterminio en los mismos pueblos o como víctimas de sacrificios. Según las investigaciones realizadas en los restos encontrados en el Templo Mayor, al menos el 25% pertenecía a mujeres. Aún no se ha podido determinar si provenían de las zonas de campaña a donde los mexicas fueron a dar en el momento de su captura. Aunque está demostrado que la mayoría eran foráneas, estas pudieron haber llegado a través del mercado de esclavos, donde eran adquiridas para ser ofrecidas a los dioses.

Este párrafo aborda de manera detallada y concisa la cuestión de los roles de género dentro de la sociedad mexica y su relación con la iconografía y la práctica militar. Se destaca cómo, a pesar de ciertas representaciones de las diosas con elementos militares, esto no implicaba un militarismo femenino institucionalizado, sino más bien una atribución simbólica de cualidades consideradas «masculinas». Además, se enfatiza la rigidez de los roles de género en la sociedad mexica, donde las mujeres estaban principalmente confinadas a labores domésticas y de cuidado, aunque en situaciones de emergencia como la defensa de la ciudad, todos los habitantes debían participar en la lucha. Finalmente, se señala cómo las mujeres también podían ser afectadas por las acciones de guerra, ya sea como víctimas directas o al ser condenadas a la esclavitud. Este análisis proporciona una comprensión completa de la dinámica de género en el contexto militar mesoamericano.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Marco Antonio Cervera Obregón. La participación de la mujer en los campos de batalla y en la guerra entre los mexicas, del libro Mujeres en la guerra y en los ejércitos.

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Imagen: Mujer moliendo en el metate. Codice Mendocino, Lamina 60, siglo XVI.

La construcción de la narrativa de Cuauhtémoc.

A lo largo del tiempo, las narraciones sobre ciertos eventos adquieren diferentes significados según los intereses de la época, ya sea exaltando episodios o personajes específicos por el significado que se les atribuye. En el caso de México, uno de los temas centrales es la Conquista de Tenochtitlan, cuyo simbolismo ha variado desde la celebración por la integración al mundo occidental hasta la condena por la destrucción de la civilización indígena.

Uno de los personajes que se ha convertido en un héroe del nacionalismo mexicano es Cuauhtémoc, el último tlatoani de la Triple Alianza. A él le tocó liderar la resistencia contra las tropas hispanas y sus aliados indígenas, comandadas por Hernán Cortés. Cuauhtémoc se encontró acorralado en Tlatelolco y trató de escapar con una comitiva en secreto, pero fue descubierto por un bergantín que lo capturó. Fue martirizado para que confesara dónde estaba el tesoro real y finalmente fue ahorcado en un proceso polémico durante el viaje de Cortés a las Hibueras.

La construcción de la identidad de Cuauhtémoc comenzó con las primeras narraciones, que varían en cuanto a su edad. Algunas lo presentan como un joven príncipe de 17 o 18 años, sobrino de Moctezuma Xocoyotzin, como lo menciona la crónica de Francisco de Aguilar. Por otro lado, Bernal Díaz del Castillo lo describe con 25 o 26 años. Cabe destacar que ambos estuvieron presentes en los hechos, por lo que diferentes escritores eligen la fuente que mejor les conviene y ofrecen distintas versiones. Por ejemplo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl apuesta por la imagen del príncipe adolescente, mientras que Antonio de Solís se inclina por la versión de Díaz del Castillo.

Con el paso del tiempo, la identidad criolla novohispana se fortalece y comienza a asociarse más con el bando indígena que con el de los conquistadores (aunque los frailes evangelizadores siguen siendo vistos como los salvadores de los indígenas). En consecuencia, las nuevas narraciones le otorgan a Cuauhtémoc virtudes y hazañas para enaltecer esta visión heroica y trágica de su vida. Este fenómeno se acentúa con la llegada de la independencia, donde se resalta la asociación nacionalista con el devenir de los mexicas, y por ende, sus líderes son considerados héroes. Tanto liberales como conservadores recibieron con agrado la versión ofrecida por el historiador estadounidense William Prescott en su «Historia de la Conquista de México», quien retrata a Cuauhtémoc como un gran guerrero y lo asocia a la relación que tuvo Aníbal con los romanos.

Con el transcurso de los años, esta actitud se radicaliza hacia una posición más extrema, presentando a Cuauhtémoc como el defensor de los valores de la mexicanidad frente a los invasores extranjeros. Para los liberales, exaltar las figuras de aquellos que enfrentaron a los españoles, como Cuitláhuac, Cacama y Coanacoch, se convirtió en una forma de enaltecer la valentía originaria. Incluso se incluiría en este relato patrio a aquellos que fueron contrarios a los mexicas, como Xicoténcatl el Joven o el mítico Tlahuicole, quienes servían como ejemplo de valentía ancestral.

El episodio de la huida sucedida cuando Tlatelolco estaba casi tomada fue relatado por el religioso Francisco López de Gómara, cuya obra es polémica porque nunca viajó a las Indias, pero sí conoció a muchos de los conquistadores de México, como el propio Cortés, y basándose en ello hizo su versión de la conquista. En su relato, destaca la fascinación causada por la huida y captura de Cuauhtémoc, a quien ve como parte de un estratega cuyo objetivo era continuar la guerra.

Mientras que Francisco de Aguilar señala que Cuauhtémoc fue capturado en una canoa pequeña con un remero, Gómara magnifica la escena, presentando a una gran comitiva capturada por el bergantín al mando de García Holguín. Además, Gómara describe al joven tlatoani en una actitud de resistencia, hasta que se da cuenta de lo bien armada que iba la embarcación y decide rendirse, una versión que también comparte Bernal Díaz del Castillo.

Todo esto se adereza con el tormento infligido a Cuauhtémoc para que revelara la ubicación del tesoro. Gómara escribe que cuando le quemaron los pies y le preguntaron por el tesoro, Cuauhtémoc respondió: «¿Estoy yo en algún deleite o baño?» Esta frase fue retomada en 1870 por el escritor y político Eligio Ancona en su novela «Los Mártires del Anáhuac», transformándola en «¿Estoy yo acaso en un lecho de rosas?»

Los cultos patrios en torno a los «héroes prehispánicos» jugaron un papel fundamental en el contexto del siglo XIX para ayudar a forjar la identidad nacionalista, especialmente en las primeras décadas, cuando el país enfrentaba varias invasiones extranjeras. La figura de Cuauhtémoc sirvió para infundir en los mexicanos que lucharon contra estadounidenses, franceses y españoles el espíritu de resistencia y la disposición para dar la vida por la patria.

El éxito de la facción liberal en la lucha contra los conservadores y en la derrota de la intervención francesa fortaleció la visión indigenista en la sociedad. Mientras tanto, figuras como Cortés y La Malinche fueron vistas como representantes de la facción derrotada, que simbolizaba a los extranjeros y a los traidores. La nación moderna emergente, victoriosa, pudo enorgullecerse de haber vengado a Cuauhtémoc y a los mexicas.

Este discurso se consolidó durante el Porfiriato, un período en el que finalmente llegó la ansiada «paz», lo que permitió al Estado consolidar el discurso nacionalista. Una de las grandes obras de este período fue el «Monumento a Cuauhtémoc» de 1887, creado por el escultor Miguel Noreña y el ingeniero Francisco M. Jiménez. Esta obra combinó elementos grecorromanos del legado clásico de la Academia de San Carlos con uno de los primeros ejemplos de arte «neoindigenista», inspirado en el arte prehispánico.

La exaltación de estos valores patrios realizada a finales del siglo XIX tenía como objetivo no solo educar al pueblo, que se encontraba en un proceso lento de instrucción, sino también enaltecer al régimen y al presidente Díaz. Se intentó vincular directamente a Díaz con Cuauhtémoc al distribuir biografías tanto del líder indígena como del general, para afianzar la idea de su papel como defensores de la «patria». Sin embargo, esta actitud fue observada por los medios críticos, como «El Hijo del Ahuizote», que en su caricatura «Una fiesta a Cuauhtémoc» expuso cómo toda esta parafernalia era simplemente una excusa para fortalecer el culto al presidente, construyendo la imagen oficialista de que el Estado era el heredero de la resistencia mexica, de Hidalgo y Juárez, y donde el general Díaz sería el heredero de la voluntad patria.

Esto contribuyó a que la figura de Cuauhtémoc trascendiera al régimen porfirista, al quedar definitivamente fijada como héroe en la sociedad. Su culto continuaría a través del aparato político del régimen revolucionario, impulsando la propaganda con su imagen e incluso inventando la supuesta tumba de Ixcateopan y su relato para dar mayor veracidad a las construcciones ideológicas realizadas en ese tiempo.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía:

  • Citlali Salazar Torres. En consecuencia, con la imagen. La imagen de un héroe y monumento: Cuauhtémoc, 1887-1913.
  • Guy Rozat Dupeyron. Cuauhtémoc. Tan cerca y tan lejos, de la revista Relatos e historias en México no. 48.

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Imagen:

  • Izquierda: S/D. Monumento a Cuauhtémoc, Miguel Noreña y Francisco M. Jiménez, hacia 1915.
  • Derecha: Joaquin Ramirez, La rendicion de Cuauhtémoc, 1892.

La guerra como parte de la mecánica de la vida.

Dentro de la cosmovisión indígena, la vida misma se consideraba como parte de la gigantesca lucha capaz de movilizar al mundo. Este proceso comenzaba desde el embarazo y el nacimiento, donde se concebía a la madre como una guerrera que se dirigía al campo de batalla. En el caso de que el bebé naciera, se consideraba como si hubiera capturado a un prisionero de guerra. En cambio, si se producían complicaciones que llevaban a la muerte de la madre, se le consideraba como una guerrera muerta en batalla y, por lo tanto, tenía el derecho de acompañar al Sol al atardecer.

El sexo masculino era el encargado de llevar la guerra en el mundo terrenal, por lo que desde muy pequeños se les criaba con el objetivo primordial de participar en batallas y cumplir con el deber de alimentar a los dioses, un compromiso adquirido desde el momento en que el bebé consumía maíz por primera vez, marcando así su transición a la humanidad. Todo este proceso era movilizado por el dios de la noche Tezcatlipoca, quien, adoptando su advocación Yáotl, se encargaba de sembrar la discordia entre la gente, garantizando así la existencia del conflicto y asegurando que todo continuara en movimiento.

En el caso de las guerras floridas, estas se integraban como parte de la cotidianeidad religiosa tanto de los mexicas como de las naciones participantes, como Tlaxcala y Huejotzingo. La zona limítrofe de estos estados se convertía en lugares para los rituales principales, como en la celebración del Ochpaniztli, donde se sacrificaba a una representante de la diosa madre Toci, y su corazón era enterrado en Huejotzingo, en el mismo lugar donde se sepultaban a los guerreros muertos.

Una vez que la víctima moría, era desollada, y la piel de su muslo se utilizaba para elaborar una máscara llamada «mexxayacatl». Esta máscara era portada por un joven con el título de Cuauhnochtli, quien tenía la responsabilidad de subir al cerro Popotl Temi, en las laderas del volcán Iztaccihuatl y los campos de batalla. Este lugar era idóneo para enterrar los cordones umbilicales de los niños recién nacidos, y se creía que les otorgaba bravura en su carácter. Sin embargo, también debía cuidar que sacerdotes de pueblos rivales no intentaran robarlos.

Según las interpretaciones modernas, la máscara de piel dedicada a Toci puede aludir como una representación de objetos asociados a la feminidad, como la suciedad, la muerte y el invierno que destruye las cosechas. Por lo tanto, al completarse esta serie de rituales propiciatorios, el portador debía deshacerse de ella para reiniciar el ciclo de las buenas cosechas, así como la renovación misma del ritual.

Otra interpretación sobre la realización de estas ofrendas en las cercanías del territorio enemigo es asegurar el nacimiento de varones en los estados rivales y, con ello, garantizar el mantenimiento del ciclo de la captura de prisioneros y su sacrificio. Es una especie de intercambio regenerativo que busca el bienestar de los enemigos. Durante la ceremonia de asignación de nombre a los niños (generalmente se les ponía el de algún ancestro), se invitaba a los niños del barrio a degustar un platillo llamado el «ombligo de Yáotl». Esto se interpretaría como si los sacerdotes del pueblo enemigo se hubieran llevado los cordones umbilicales.

Existe un debate sobre la intencionalidad de las guerras floridas, ya que algunos investigadores las interpretan como parte de la estrategia expansionista mexica para debilitar a sus enemigos mermando sus fuerzas guerreras. Sin embargo, según la lectura hecha por el doctor Stan Declercq, estas guerras se guiaban más por un espíritu de reciprocidad al reconocerse como parte del discurso «familiar». Esto sigue las teorías de Levi Strauss sobre las relaciones bélicas de las tribus del Amazonas.

Esto se refleja en las relaciones históricas entre estos estados, donde en ninguna de las guerras floridas se tuvo la intención de conquistar o exterminar al contrario. Más bien, a través de la guerra, se llevaba a cabo un intercambio de prisioneros para que cada gobernante cumpliera con su compromiso con sus respectivas deidades. De esta manera, se garantizaba la estabilidad de estas naciones como entidades autónomas. Un testimonio de esto lo vemos en una cita de la obra de Alvarado Tezozómoc, quien revela que en el consejo de guerra mexica existían tensiones entre sus mandos, creándose dos bandos: uno que apoyaba la permanencia de las guerras floridas para siempre y otro que buscaba suprimirlas para conquistar.

La existencia de estas relaciones bélicas también se interpretaba como un designio divino para mantener la discordia y la enemistad. Un testimonio relevante de las relaciones del Posclásico es cómo mexicas y tlaxcaltecas no podían casarse, ya que una forma en que diferentes pueblos lograban establecer relaciones de parentesco era enviar mujeres para que fueran tomadas como esposas. Sin embargo, en ocasiones esto no era del agrado de los dioses, quienes ordenaban su devolución o sacrificio. Esto sucedió con los mexicas cuando el rey de Colhuacan les entregó a una de sus hijas para que su líder la tomara como esposa. Huitzilopochtli ordenó su sacrificio para hacerla su esposa, pero según la historia, se «enamoró» de una diosa colhua al instante de la muerte de la joven, desatando así la guerra de este reino contra los mexicas. Una historia similar ocurrió con los mixes de Zempoaltépetl, donde sus vecinos les enviaron mujeres para casarse, pero su dios las rechazó, desatando una guerra.

Así, la guerra era un mecanismo cosmogónico para sustentar a los mismos pueblos y asegurar su supervivencia mediante el intercambio de prisioneros. Sin embargo, para que se dieran las guerras floridas, debían ocurrir entre grupos emparentados para lograr la adquisición de la vitalidad adecuada.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografia: Stan Declerq. Necoc Yáotl “Enemigo de ambos lados”: La guerra azteca anti expansionista, de la revista Trace CEMCA no. 82.

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Imagen: 

  • Izquierda: Fray Bernardino de Sahagun. Guerreros Aguila y Jaguar, de la Historia verdadera de las cosas de la Nueva España, siglo XVI.
  • Derecha: Anónimo. Captura de prisioneros durante el gobierno de Tizoc, Códice Mendoza, folio 65r.B

La construcción del concepto de la guerra mesoamericana.

La violencia ha sido uno de los rasgos que definen a todos los grupos humanos, esto llevado a una escala social provocaría lo que conocemos como la guerra, la cual tiene como fin el sometimiento de unos para ganar por parte del vencedor los derechos de algun territorio en disputa o tenerlo como subordinados con el pago de diferentes formas de tributo. En todos los lugares se han conformado diferentes discursos para poder justificar tales empresas para convencer a su pueblo de llevarlas a cabo, anteponiendo desde razones materialistas e ideológicas, ahí es donde entra la religión como el agente primigenio que induce en la sociedad a determinar quiénes son los enemigos de los cuales se deberían de cuidar. Con el caso de Mesoamérica, la guerra es considerada al nivel religioso como un deber con la cual se podía mantener la maquinaria para alimentar a los dioses, siendo esta una de las fuentes principales para celebrar los sacrificios humanos, reflejándose en el plano mítico como lo vemos en la historia de Mixcóatl contra sus 400 hermanos los mimixcoa o Huitzilopochtli contra sus hermanos Coyolxauhqui y los huitznahua.

Para poder cumplir con el deber sagrado de alimentar a los dioses, vemos en el periodo Posclásico (es posible que sea más antiguo) la existencia del desarrollo del concepto de la “guerra florida” o yaomiqui en náhuatl, donde la Triple Alianza encabezada por México-Tenochtitlan llega a acuerdos con los reinos aledaños para celebrar guerras simuladas con el fin de que cada uno se ganase los prisioneros necesarios para sacrificarlos, entrando la dinámica estados como Chalco, Huejotzingo y Tlaxcala. Cada uno de estos participantes crearon una retórica para justificar la guerra al decir que sus dioses patronos preferían a los prisioneros de estos pueblos a que se les ofrenden “barbaros” de otros lados. En apariencia no se les trataba como pueblos enemigos, ya que durante la celebración de los sacrificios eran invitados los gobernantes de estos reinos para contemplarlos, además de que eran recibidos con todas las cortesías y lujos disponibles, asi como invitarlos a fiestas y bailes durante su instancia, esto pasaba con el caso de Tenochtitlan donde la presencia de los gobernantes tlaxcaltecas y el de Huejotzingo era común, asi como invitaba a otros gobernantes como el cazonci de los purépechas para la realización de estas fiestas.

Una de las condiciones para la celebración de las guerras floridas tenían que ver en el reconocimiento de pertenencia de un mismo grupo étnico, como sucedía en el caso mexica donde tanto ellos como sus vecinos eran de origen nahua salidos de Chicomoztoc, mismos que en sus relatos sobre su nacimiento como pueblo reconocen a los otros como hermanos quienes en algún momento se separaron y dividieron sus destinos, por lo que no era posible realizar el pacto de las guerras floridas con pueblos donde no exista esta relación de hermandad. De ahí que en los mitos vemos esta idea plasmada de como el dios patrono mata a sus hermanos para establecer el mundo actual, además que en la esencia del sacrificio humano el prisionero se hacía inmediatamente parte de la familia del captor estableciéndose una relación de padre e hijo, por lo que al momento de la ejecución el padre estaba ofreciendo a su hijo a los dioses. En cambio, los otros pueblos como los otomíes no poseían de cualidad alguna para que alguno de sus prisioneros fuese ofrendado a Huitzilopochtli en el caso mexica, siendo muy común que la relación de una etnia a otra los considere como “no humanos” y por lo tanto llevaban cualquier carga negativa.

Para cualquier pueblo mesoamericano, con la relación de parentesco establecida entre captor y prisionero provocaba que el ultimo dejase de ser extranjero para adoptar el origen del primero, esto sucedía igualmente cuando un mexica era capturado por algún otro pueblo o si alguno de ellos era vendido como esclavo a otro señorío, esto lo vemos en un testimonio del Códice Aubin donde por la hambruna de 1450 varios mexicas se vendieron a los totonacas para tener de comer, se habían “atotonaquizado” y ya no eran percibidos como mexicas. También en el captor implicaba un cambio en su esencia, en su “tonalli” cuyas experiencias lo iban transformando, como el prisionero se había convertido en su hijo implicaba por ejemplo que no pudiese devorar sus restos en los banquetes antropófagos (esta misma restricción la vemos entre cazadores con su presa al ser alimento para los demás), esto provocaba que con cada prisionero capturado fuese perdiendo al nivel espiritual su ferocidad o tequayotili como guerrero.

Quien estaba exento de estas limitantes eran los gobernantes, quienes al tener el papel de intermediario con los dioses hacía que las almas de los prisioneros aumentasen su vitalidad en todos los sentidos, ganándose el apelativo de tecuani o devorador de hombres, cualidad fundamental para cualquier gobernante mesoamericano. Con este vínculo formado entre el captor y el prisionero iba en beneficio del captor, este prevalecía después de la muerte al volverse parte del captor de por vida, de ahí que al nivel religioso fuese considerado en realidad como un autosacrificio al tomarse como si el guerrero vencedor ofreciese su propia vida a los dioses y con ello gana los beneficios de la gracia divina. El alma del prisionero atravesaba por un proceso de fragmentación, mientras una parte de esta iba para su captor, la otra se convertia en hombre-águila la cual pasa a vivir en la Casa del Sol, mientras sus restos pasaban por diferentes destinos como el fémur que se convertía en reliquia transformándolo en un dios de la guerra o maltéotl, mientras la cabeza iba para el tzompantli como emulación de un árbol dando frutos.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografia: Stan Declerq. Necoc Yáotl “Enemigo de ambos lados”: La guerra azteca anti expansionista, de la revista Trace CEMCA no. 82.

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Los pueblos extranjeros dentro de la cosmovisión nahua.

Imagen: Fray Diego Duran, Guerra de conquista emprendida por los mexicas, Historia de las Indias de la Nueva España y Tierra Firme, cap. XXXIV.

El esplendor de Mitla.

Una de las razones del empoderamiento de Mitla en el contexto oaxaqueño lo debe a su posición estratégica, ya que al localizarse en la boca que comunica los Valles Centrales con el Istmo de Tehuantepec la convirtió en una entidad capaz de tener bajo su control la principal arteria hacia el Soconusco y la zona mixe, convirtiendo a su mercado en uno de los más importantes por su variedad de productos. Por la magnitud de las ofrendas encontradas en las tumbas, no se descarta que el mercado de Mitla haya sido uno de los más importantes al nivel mesoamericano, razones por las cuales se convirtió en uno de los objetivos prioritarios de conquista para los mexicas, quienes fijaron campañas de sometimiento durante los gobiernos de Ahuízotl y Moctezuma II a finales de siglo XV y la primera década del siglo XVI. A partir de esa época se empezaría a llevar a cabo el proceso de “mexicanización” de los Valles Centrales cambiando los nombres zapotecas y mixtecas por nahuas, como el caso de Mitla que se llamaba Lyobáa, además de establecer dos guarniciones identificadas en el Cerro El Plumaje y Acatepec en las cercanías de Monte Alban.

Fue tal la importancia de Mitla en el contexto mexica que era uno de los centros vectores en la circulación de tributos provenientes del Soconusco, provincia que tenía el deber de llevar cada 80 días y una semestral, que dada su lejanía con respecto a Tenochtitlan era demasiado alto la carga que llevaba a cuestas. Durante las primeras décadas de la conquista española, llegaría a su fin la primacía de Mitla al decantarse los españoles por Tlacolula, el cual era el segundo mercado importante y lo termina por encumbrar con el establecimiento de la cabecera de la congregación de pueblos indígenas, siendo a partir de entonces que Tlacolula ocuparía hasta el día de hoy su puesto en la cabeza del comercio regional. Aun con este golpe, Mitla tendría la segunda posición y entra en una nueva dinámica, donde el mercado resurgiría para octubre al congregar a todos los comerciantes de los valles para posteriormente reintegrarse al de Tlacolula, aunque esta posición también la hizo incorporarla a la estructura devocional de la región, siendo un punto nodal a donde llegaban los peregrinos que se dirigían a venerar al Señor de Esquipulas en Guatemala, no es raro ver en Mitla la presencia de productos guatemaltecos como textiles, teniéndose registros del establecimiento del mercado en la zona del Grupo de la Iglesia y de las Columnas.

Fue a partir del periodo Monte Alban V iniciado desde el 950 d.C. cuando sucede la decadencia de la acrópolis zapoteca para pasar a repartir sus habitantes hacia las principales poblaciones de los Valles, de la ciudades más pobladas en el contexto oaxaqueño estaban Coixtlahuaca en la Mixteca Alta con una densidad de 100,000 habitantes, mientras Mitla quedaría con 23,000, siendo superada por poco por la ciudad de Macuilxochitl. Se empezaría a detonar el esplendor de la ciudad al construirse los principales conjuntos arquitectónicos, dividiéndose entre la zona palaciega conformada por los Grupos del Arroyo, de la Iglesia y de las Columnas, estos no eran residencias particulares de la elite política de la ciudad, sino eran centros de reunión a donde se congregaba la clase política para la toma de decisiones y también para celebrar ceremonias religiosas relacionadas al poder, mientras el Grupo del Sur y El Calvario conformarían el centro ceremonial para ser seguido por la zona habitacional, el núcleo ceremonial es considerado como el primigenio establecido durante el periodo Clásico.

Vista del Conjunto de la Iglesia. Fuente: https://chiapastoursyexpediciones.com/tour.php?i=&t=128

La zona palaciega fue la construida durante el periodo de esplendor del Posclásico, siendo esta donde se conformaría el centro posterior a la conquista, como lo atestigua el Grupo de la Iglesia en donde se construyó la iglesia de San Pedro y San Pablo sobre el conjunto, usándose las construcciones prehispánicas como cantera para la iglesia, así como se aprovecharon algunos claustros zapotecas para establecer parte de las instalaciones parroquiales. El conjunto estuvo conformado por tres cuadrángulos de los cuales sobre uno se construyó parte de la iglesia, los cuales presentan en su fachada los muy representativos mosaicos de piedra conformando diseños de grecas enmarcados en jambas en la parte superior. Pero una de las razones por las que destaca el Grupo de la Iglesia fue por la de encontrarse algunos fragmentos de pintura mural usando rojo y blanco donde se aprecia la integración cultural zapoteca de la iconografía mixteca, identificándose algunos dioses como Tezcatlipoca, Mixcóatl, Quetzalcóatl y Tlaloc.

El conjunto mejor preservado es el Grupo de las Columnas, conformado por dos patios hundidos enmarcados por tres de sus lados por los conjuntos palaciegos, destacándose el principal al conservar gran parte de la fachada junto a los mosaicos de piedra, así como sus columnas monolíticas que sostenían la techumbre los cuales miden 4.05 m con un metro enterrado y con un diámetro de 0.945 m. Si bien la parte del pórtico perdió el techado hace mucho tiempo, el resto de las habitaciones que abarcan el palacio si lo tienen, todos ellos se encuentran profusamente decorados con los mosaicos de piedra con una capa de estuco para pintarse, a todos ellos se accede por una única entrada proveniente del patio central, es de destacar el grado de conservación del aplanado de estuco conservando su pintora roja en el piso y el cuerpo inferior del palacio, haciendo un gran juego con el color natural de la cantera de la fachada.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Nelly M. Robles García. Mitla. Su desarrollo cultural e importancia regional.

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Imagen: Ludovic Celle y Robert Markens. Reconstrucción virtual de Mitla. 

La economía en el Posclásico.

El año 800 d.C. marcaria un nuevo rumbo para la historia mesoamericana, ante la caída de Teotihuacan se provocaría un vacío de poder al nivel suprarregional difícil de cubrir y daría lugar a que las ciudades-estado locales empezasen a luchar para quedar con la supremacía de la región, pero a esto hay que sumarle la aparición de un nuevo factor desestabilizante, las migraciones o el regreso de los grupos mesoamericanos de la frontera norte que tuvieron que buscar lugar en el sur ante el empeoramiento de las condiciones para subsistir en las zonas semidesérticas. Desde el siglo I hasta el IX, los colonos mesoamericanos establecidos más allá del rio Lerma y a lo largo de la Sierra Madre Occidental y Oriental se adaptaron a condiciones donde había temporadas donde les permitían tener sus cultivos y tiempos más prolongados de sequias, este panorama estaba se complicaba con la presencia de las tribus nómadas que llegaban de forma estacional para poder aprovechar los mismos recursos que necesitaban los mesoamericanos, por lo que tenían que luchar continuamente contra las tribus y esto hizo que la cultura bélica estuviese más desarrollada, sobre todo adoptando buena parte del bagaje guerrero de los nómadas.

Posiblemente para estos años, se desata una rebelión por parte de los campesinos hacia las grandes metrópolis para seguir participando en sus continuas peticiones para el constante mantenimiento y construcción de las etapas de los grandes basamentos piramidales, en Teotihuacan se han encontrado edificios que fueron vandalizados por los rebeldes y hay evidencias de que fueron incendiadas, por lo que también explica la decadencia y abandono de otros grandes estados como Monte Alban, Cholula o las ciudades-estado mayas. En comparación, las nuevas ciudades-estado surgidas del colapso de las antiguas metrópolis vamos a encontrar que tienen tamaños más modestos y por lo regular están construidos en sitios de difícil acceso y fáciles de defender, siendo muy común la aparición de las acrópolis con la presencia de infraestructura defensiva como fosos o murallas para evitar las incursiones enemigas. Se aumentan la presencia del militarismo en las representaciones asociadas al poder y sobre todo en la religión, por lo que se promovía como vía de ascenso social la participación en el ejército para con ello llevar a cabo las campañas de conquista y con esto poder acceder a los tributos impuestos a los derrotados.

A diferencia del Preclásico y Clásico, con este periodo contamos con muchos más detalles de la historia de sus habitantes por su cercanía con la conquista española y porque buena parte de su pasado fue recopilado tanto por los cronistas españoles como por las elites que sobrevivieron a la guerra y con ello buscaron sostener la legitimidad de su poder ante el nuevo orden, siendo el Centro de México el que tuvo una mayor atención en el registro de la historia de sus pueblos. Uno de los pueblos de los que contamos con un amplio registro es el caso de los mexicas, identificados como parte de estos grupos conocidos como chichimecas, salieron de su hogar primigenio (Aztlán o Chicomoztoc) por el año 1064 siguiendo un trayecto a través de diferentes lugares hasta que llegaron en el año 1325 a establecerse en la isla de México, relato que tiene distintas variaciones según de donde venga la fuente, ya que además de México-Tenochtitlan hay bastante documentación de ciudades como Texcoco o Chalco.

Con la historia mexica vamos a encontrar varios paralelismo con otras historias de diferentes pueblos, llegaron como mercenarios al servicio de una potencia regional como lo era Azcapotzalco, que cuando entra en su periodo de decadencia es aprovechado para rebelarse y remplazarlos en su lugar como pueblo dominante, pero este tiempo como subordinados vasto para adaptarse en el contexto económico y cultural de la Cuenca de México, llevándose cerca de 100 años para cuando se revelan junto con Texcoco y Tlacopan para conformar la Triple Alianza o Excan Tlatoloyan. Las actividades económicas del contexto lacustre no basto para poder mantener el poder en la región como lo aprendieron con los tepanecas, por lo que una vez constituida la alianza se lanzan hacia una carrera expansionista donde primero reclamaron el poder sobre los antiguos dominios tepanecas y con ello empiezan a hacer incursiones en otras regiones mesoamericanas, todos estos esfuerzos estaban alimentados por una sociedad ideologizada donde se colocaron con el deber divino de alimentar al Sol, siendo la guerra el medio para capturar prisioneros y llevarlos al sacrificio, cumpliendo su papel como sostén del orden cósmico.

La zona maya todavía está envuelta en el halo de misterio la explicación de la decadencia de los reinos de las Tierras Bajas, una de las más plausibles nos habla de un periodo de sequía anormal que provoco serios problemas en la producción de alimentos y esto llevo a que surgiera un periodo de alta actividad bélica entre los vecinos, provocando con ello que grandes contingentes las abandonaran y se dirigieran hacia el norte de la península de Yucatán o al Altiplano guatemalteco. En el norte tenemos noticias de la conformación de la llamada Liga de Mayapan conformando una alianza tripartita entre Chichen Itzá, Uxmal y Mayapan hacia el siglo XI, sabiéndose que controlaron buena parte de la península, pero hacia el 1194 se da la traición de los cocom Mayapan a la alianza derrotando a los itzaes y provocando que huyeran hacia el Peten, provocando que los tutul xiu de Uxmal entablara una larga guerra que termina con la destrucción de Mayapan en 1441, pero para entonces ya la región hacia entrado en decadencia y fue dividida en pequeños reinos con ciudades-estado pequeñas y dirigidas por comerciantes. En los Altos de Guatemala también vamos a encontrar un clima de guerras constantes entre los quichés, los cakchiquel, los mam y otros pueblos mayas que se centralizan en acrópolis como Qumarkaj, Iximché, Mixco Viejo, Zaculeu y otras ciudades que se lanzaron por la supremacía de la región.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Enrique Semo, Historia económica de México, Vol. 1. Los orígenes.

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Para saber más: https://www.arthii.com/la-evolucion-de-la-politica-mesoamericana-en-el-clasico/

Imagen:

  • Izquierda: Conquistas de Culhuacán, detalles del Códice Mendoza, folio 2, siglo XVI.
  • Derecha: Pochtecas. Códice Florentino, lib., IX, f. 8r.

El culto a Xipe Tótec en el Posclásico.

Las coincidencias entre las descripciones de las crónica españolas con respecto a las representaciones de esta deidad de la tierra nos permite confirmar la existencia de la parafernalia religiosa vinculada con el dios Xipe Tótec, quien como representante del cambio permanente que presenta el mundo, se le atribuyo como si cambiase su piel con el cambio de las estaciones a la manera de las serpientes, por lo que en la liturgia religiosa se despellejaba al sacrificado para usar su piel a la manera de traje por parte del sacerdote. Desde los olmecas, los teotihuacanos, los zapotecas y muy posiblemente los mayas vemos la presencia de esta deidad con una máscara de piel, por lo que esta iconografía trasciende al periodo Clásico para continua al Epiclásico y el Posclásico sin muchos cambios, como es el caso de los toltecas como los herederos del culto teotihuacano y ya vemos como parte de su iconografía los atavíos típicos como el gorro cónico y el tocado en forma de nudo conocido como yopitzontli, con ellos adquiriría sus cualidades guerreras como parte del contexto bélico de la época.

Uno de los problemas que provienen de las fuentes es con respecto a el posible origen del culto, ya que diferentes autores le atribuyen diferentes procedencias, incluso esto se complica con la recopilación hecha en la obra de fray Bernardino de Sahagún y que le da dos diferentes lugares de nacimiento. El primero de ellos esta referenciado en el Códice Florentino donde señala que uno de sus principales lugares de culto estaba en Tlapa, en la Montaña de la actual Guerrero, donde vamos a encontrar numerosas referencias iconográficas plasmadas en los códices coloniales como el Azoyú o el Lienzo de Chiepetlán y existe una numerosa toponimia donde está relacionado este dios, incluso hay que sumar la posible vinculación étnica entre el pueblo tlapaneco y los yopes de la Costa Chica y Acapulco, cuya denominación es uno de los nombres del dios, “Yopi”. Los que apuestan por seguir la teoría tlapaneca se defienden al señalar otro de sus atributos como “dios del anáhuatl”, un tocado en forma de moño rojo vinculado con la costa, pero esto se complica porque Tezcatlipoca también comparte este atributo y se vincula por igual con el tocado, por lo que la solución para desatorar este problema es con el avance de la arqueología guerrerense.

El mismo Códice Florentino nos indica que el dios era muy venerado entre los zapotecas, correspondiendo con el antecedente cultural encontrado en Monte Alban, aquí juega la relación entre la denominación dada en náhuatl para nombrarlos zapotecas al denominarlos como procedentes de Zapotlán “el lugar del zapote” (uno de los nombres nahuas dados a Zaachila, conocida como Teotzapotlan), este fruto guarda su relación con Xipe Tótec y en especial el zapote blanco. Muestra de esto lo tenemos con la existencia de la diosa Tzapotlatenan, “la madre de Tzapotlán”, cuyas pocas referencias que tenemos es que era una deidad de la medicina dedicada a las enfermedades de la piel, como la sarna y las bubas, vínculos que la relacionan indiscutiblemente como una posible advocación femenina de Xipe Tótec con ciertos atributos para relacionarla con lo acuoso y los tlaloques. Para complicar aún más el asunto, el propio Sahagún hace referencia a la población llamada Zapotlán localizada en el actual estado de Jalisco (hoy Ciudad Guzmán), de donde encontramos tanto en la arqueología local como en el resto del estado numerosas evidencias de la popularidad del culto a Xipe Tótec.

Otro de los candidatos lo tenemos en la población de Coxcatlán, en el actual estado de Puebla en la región de Tehuacán, donde contamos con numerosos testimonios etnohistóricos donde señalan la popularidad del culto al dios de la tierra y estaba asociado al camino hacia Teotitlán del Camino en Oaxaca, incluso en Tehuacán se ha encontrado un temalácatl que es un monolito en forma de piedra donde se amarraba a los sacrificados por pelea gladiatoria. De esta modalidad es donde se señala como una de las manifestaciones del militarismo del Posclásico, donde encontramos su proliferación como tal es en los códices Nuttall y Becker I de los mixtecos, donde de momento los registros más antiguos los tenemos del Posclásico Temprano (900 al 1200) o las pictografías de la “Historia tolteca-chichimeca” donde nos narran los acontecimientos de la zona de Puebla y vemos la presencia del sacrificio gladiatorio al ser las victimas los gobernantes de Cholula y por lo que fueron premiados los chichimecas.

Su presencia en la Cuenca de México es notable al haber sido parte de la herencia teotihuacana, lo podemos encontrar en numerosas esculturas en barro relacionadas con la tradición cerámica Mazapa, como son el caso de la estatua de Coatlinchán y la de San Mateo Tezoquipan en Chalco, las cuales tienen señales de haber sido “matadas” ritualmente, estas tienen semejanza con la encontrada en Chalchuapa en El Salvador y evidencia la influencia cultural den Centro de México hacia Centroamérica asociada con la migración pipil. Incluso en los relatos de la migración mexica contamos con la existencia de su presencia dentro de los grupos que habitaron Aztlán-Chicomoztoc, ya que uno de los barrios que se movilizaron junto con los mexicas fue el de Yopico y ese fue uno de los calpullis más importantes en Tenochtitlan, así como tener su presencia dentro del centro ceremonial con el templo Yopico Calmecac y su tzompantli dedicado al sacrificio gladiatorio. Dentro de los relatos de los cronistas, Fernando Alva Ixtlixochitl señala que uno de los grupos migrantes provino de “Xalisco” comandados por su jefe Izcahui Cuexpálatl Yopi y llevaban como su deidad patrona a Tezcatlipoca, esto coincide porque Xipe Tótec es considerado como el Tezcatlipoca Rojo y sumado a las referencias históricas y arqueológicas de Zapotlán podemos encontrar la importancia de Xipe Tótec dentro de la fundación del estado mexica.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Carlos Javier Gonzales Gonzales. Xipe Tótec. Guerra y regeneración del maíz en la religión mexica.

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Imagen:

– Izquierda: Códice Borbónico, pág. 14, cultura mexica, siglo XVI.

– Derecha: Códice Borgia, lam. 25, cultura Mixteca-Puebla, Posclásico.

El colonialismo indirecto.

Las naciones imperialistas a lo largo de su historia tuvieron diferentes maneras de controlar sus dominios, ya sea de una forma centralizada como el sistema español o indirecta como la del colonialismo británico del siglo XIX, quienes acuñaron el término “indirect rule” para describir su modelo donde en las regiones que caían en su órbita buscaban dominar una élite gobernante local con la cual trataban mientras estos eran los encargados de atender los asuntos de los súbditos sin que los británicos se tuviesen que responsabilizar por su porvenir. Con este modelo, los británicos sometieron bajo su poder a los rajás de la India, príncipes malayos, los emires árabes, sultanatos y jefes tribales en África quienes tenían que responder ante un comisionado quien supervisaba los intereses de la metrópoli, con ello se aseguraban la consolidación de socios en esta clase gobernante y ellos mantenían su poder contando con la protección ofrecida por los británicos, pero cediéndoles ciertos poderes soberanos para alcanzar esta simbiosis.

Este modelo no es exclusivo de los británicos y fue implementado por diferentes potencias a lo largo del tiempo, ese es el ejemplo de los mexicas quienes mantenían a las autoridades locales como “socios” mientras ellos se aseguraban de pagar el tributo, incluso en un inicio el modelo español estaba enfocado hacia esa forma de relación para con los indígenas, pero la gran mortandad provocada por las epidemias dejaría a los estados indígenas muy debilitados y esto dio pie al establecimiento de un dominio directo bajo la administración de un virrey, aunque se pueden inferir algunas de estas características con la formación de los “pueblos de indios”. Algo donde los europeos fueron maestros fue en el desarrollo de la carrera armamentística con respecto a los pueblos de ultramar, por lo que el impacto de su devastación hacía que pronto se convirtiesen en socios indispensables para las elites locales, pero esta debía de cumplir con ciertas condiciones para ser efectiva como el mantener un pequeño ejercito colonial, no desgastarlo en diferentes frentes y cuando debían de actuar era de forma concentrada para mantener la imagen de superioridad y disuadir a cualquiera que se atreviese a cuestionar su presencia. El punto fundamental de esto era que los establecimientos coloniales fuesen sustentables económicamente al representar un gasto mínimo en la manutención de estos para que sean redituables, algo que cumplen los modelos mexicas, español y británicos.

Gracias a estas relaciones entabladas con las autoridades indígenas, las potencias coloniales podían permitirse un gradual aumento del control sobre los subordinados e ir debilitando a las fuerzas rivales, así lo hicieron los británicos en la India desde el establecimiento de las primeras factorías en el siglo XVI bajo el permiso del mogol ganando influencia entre los más de 600 principados hasta el debilitamiento de su poder en el siglo XVIII y dando el golpe definitivo a mediados de siglo XIX, mientras en el caso español tanto por la beligerancia prexistente como por el efecto de las epidemias hizo que fuese un proceso más violento. Los intereses tanto de británicos como de los españoles distaban en los objetivos, donde además de buscar el beneficio económico por parte de ambos, los españoles tenían la misión providencialista de la evangelización y por lo tanto debían de supervisarlos por medio de los encomenderos o los misioneros, por lo que no era posible entablar un modelo indirecto ante la necesidad de llevar el catolicismo con los indígenas, mientras los objetivos geopolíticos de los británicos hacia posible la formación de vínculos indirectos manteniendo a las elites locales.

El común de las razones para que se facilitara la entrada de las potencias imperialistas recaía en el contexto político regional, donde las luchas por el poder hicieron posible que determinados bandos formasen alianzas con los recién llegados para derrocar a los que ostentaban el poder y con ello se formaba un gobierno a conveniencia de los colonizadores al garantizarles el acceso a recursos o a expandir su presencia externa. Estas acciones las vamos a ver tanto con los mexicas, siendo retomada por Hernán Cortes poniendo familiares de los señores derrocados para colocar gobiernos que le eran favorables, ni que decir de la Compañía Británica de las Indias Orientales y su compleja red de socios entre la nobleza india y como mediante el establecimiento de contratos leoninos eran capaces de quedarse con la propiedad del principado en caso de que no hubiese un sucesor “legitimo”.

Con el caso del imperialismo español, durante los primeros años de la expansión la corona debía de encontrar la forma de incentivar la afluencia de expedicionarios para explorar las Indias como garantizar la asociación y respeto hacia las autoridades indígenas locales para evitar el abuso de sus representantes, por lo que dieron origen a la figura de las encomiendas donde el conquistador fungía como representante de la corona tocándole una parte de los tributos de los pueblos indígenas, mientras los caciques locales se encargaban de gobernar. Para poder justificar la retribución que debían de tener los encomenderos, se les adiciona el compromiso de facilitar el establecimiento de los misioneros dándoles los recursos que fuesen necesarios, por lo que para poder asegurar la gobernanza cualquier acto de gobierno debía de hacerse por intermediación del cacique quien daba las órdenes a su pueblo. Con ello se facilitó la entrada de las sociedades indígenas al nuevo orden colonial al respetar la autoridad del cacique para con su señorío, aunque si bien tiempo después esta figura fue controvertida por los abusos de los encomenderos, sirvió para afianzar el posterior control de los doctrineros y el empoderamiento de la nobleza indígena.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Bernardo García Martínez. Encomenderos españoles y British Residents. El sistema de dominio indirecto desde la perspectiva novohispana, de la revista Historia Mexicana no. 240. 

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Imagen:

  • Izquierda: Anónimo. Encomendero dando ordenes al tlatoani Tlilpotonqui. Códice Tepetlaoztóc, lamina K09, siglo XVI.
  • Derecha: Anónimo. Oficial ingles de la Compañía de las Indias Orientales Británicas fumando hokaah, miniatura mogola, mediados de siglo XVIII, India.

El desconocido Azcapotzalco prehispánico.

Uno de los actores que siempre han estado presentes en la historia nacional al ser los villanos de los mexicas han sido los tepanecas de Azcapotzalco, de quienes contamos con buena parte de su historia gracias a las fuentes mexicas coloniales, principalmente de cronistas como Hernando de Alvarado Tezozómoc quien indaga en parte de la historia dinástica tepaneca. Lamentablemente, su posición cercana a la Ciudad de México (tomando en cuenta que era periferia) hizo que fuese una de las poblaciones que fue absorbida por la creciente mancha urbana, por lo que muchas de sus estructuras desaparecieron al ser banco de materiales para los edificios coloniales y ante el creciente urbanismo. Antes de que ocurriese una pérdida irreparable (aunque no pudo prevenir su destrucción) los investigadores de la primera década del siglo XX interesados por desentrañar los secretos de los mexicas se interesaron por estudiar los restos de los tepanecas, por lo que incentivaron al joven arqueólogo Manuel Gamio a realizar un trabajo de inspección en los pueblos del entonces municipio.

El estudio se realiza entre 1911 y 1912 en el pueblo de San Miguel Amantla, donde por medio de calas encontró etapas de ocupación que iban desde el Preclásico (periodo conocido en aquellos tiempos como “de los Cerros”), evidencias teotihuacanas y mexicas, pero en otra excavación realizada entre 1912 y 1913 encuentra la ausencia de evidencias de los primeros pobladores encontrando solamente vestigios teotihuacanos y mexicas, de estos trabajos salió el célebre bracero-teatro tan característico de Teotihuacan. Posteriormente para 1918, Gamio realiza excavaciones en el atrio de la Parroquia de San Felipe y Santiago del siglo XVI, donde vuelve a encontrar presencia teotihuacana y mexica, pero una de los trabajos más importantes fue el realizado por Alfred Tozzer entre 1919 a 1921 en el pueblo de Santiago Ahuizotla, donde excava el montículo conocido como Loma Coyotlatelco y ahí descubre la cerámica llamada Coyotlatelco asociada con el periodo de decadencia teotihuacano.

Con el avance de la urbanización de Azcapotzalco, los avances en la investigación se han hecho a base de trabajos de rescate conforme iban avanzando las obras, de estos trabajos han salido importantes hallazgos como los vestigios del Pleistoceno de los que se encuentran nueve restos de mamuts, la mandíbula inferior de un caballo y restos de un bisonte americano. Del Preclásico sabemos de dos periodos de desarrollo cultural local, Zacatenco de 800 al 400 a.C. de donde la región se caracterizó por tener vocación alfarera repartido en diferentes aldeas, del 400 a.C. al I d.C. se desarrolla la fase Ticomán caracterizado por el abandono de muchas de las poblaciones Zacatenco para centralizarse en San Miguel Amantla que ocupa el papel de tributario de Cuicuilco. El periodo donde hubo una mayor actividad constructiva fue a partir del Clásico, donde gracias a la influencia de Teotihuacan sería un pueblo importante para la metrópoli y llevarían a cabo una importante actividad constructiva, que para las excavaciones realizadas en diferentes predios, se han encontrado cimientos de estructuras habitacionales estucadas.

Con la desaparición de Teotihuacan, llegaría el momento para Azcapotzalco de convertirse en el centro regional durante el Epiclásico (750-900 d.C.) correspondientes a las fases Coyotlatelco y Mazapa, aunque desafortunadamente como ocurre en el resto de la Cuenca de México, no se han realizado muchos trabajos sobre las circunstancias de ese periodo. Es con el Posclásico cuando contamos con la información de las fuentes que nos indica el nacimiento del imperio tepaneca hacia 1375, donde su tlatoani Tezozómoc llegaría a controlar la totalidad de la Cuenca y se lanzaría a dominar los reinos aledaños, gracias a la llegada de las migraciones chichimecas como los acolhuas y los mexicas. Los restos de la cultura mexica están repartidos territorialmente entre la Villa de Azcapotzalco y el Barrio de San Simón Pochtla, mientras los tepanecas se han encontrado en el Barrio de Santa Cruz Acayucan, San Marcos Coachilco y San Salvador Nextenco.

Sobre la información del Posclásico, contamos que Azcapotzalco era una importante población de vocación metalúrgica, dedicados a la confección de joyería de oro, cobre, bronce y aleaciones, pero para inicios del siglo XV con la muerte del tlatoani Tezozómoc ascienda Maxtla y desencadena una serie de ataques contra las principales casas dinásticas como la mexica y la acolhua por haberse negado a reconocerlo, pero en 1430 se conforma una alianza entre Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopa para conformas la Triple Alianza y le quitan su papel de centro rector de la cuenca. La victoria mexica impone una serie de divisiones en Azcapotzalco al repartirse su control con los vencedores, dividiéndose la ciudad entre un sector tepaneca en el oriente contando con 15 barrios y el mexica en el poniente con 14 barrios, esta segregación trasciende a los españoles y todavía hasta 1918 esta división era usada tanto para el repartimiento de las tierras o incluso las familias residentes seguían aquel patrón para los matrimonios. Si bien las estructuras prehispánicas se han perdido (como el caso de la Loma Coyotlatelco que se desconoce su ubicación real), los trabajos de construcción siguen siendo importantes al ser oportunidades para seguir excavando en las antiguas poblaciones tepanecas y con ello hacer los trabajos de rescate de los vestigios.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Revista Arqueologia Mexicana no.136.

  • Eduardo Matos Moctezuma. Manuel Gamio y la arqueologia de Azcapotzalco.
  • Susana Lam Garcia. Salvamentos arqueologicos en Azcapotzalco.

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Imagen: Parte de la exposicion del nuevo Museo de Azcapotzalco, Ciudad de Mexico. Fuente: https://almomento.mx/en-azcapotzalco-se-inaugura-museo-arqueologico/