La insurgencia potosina en los últimos años de la guerra.

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Desde 1811, con la captura de José Mariano Jiménez junto con el resto de la comitiva de Miguel Hidalgo, la insurgencia del noreste atravesó un periodo caracterizado por la fragmentación de la lucha en diferentes frentes: el texano, el tamaulipeco y el potosino. Estos frentes fueron combatidos por los militares realistas Félix María Calleja y Joaquín Arredondo, siendo uno de los escenarios más sangrientos debido a los esfuerzos realistas por acabar con las gavillas. 

Este periodo alcanzó su punto culminante durante 1814 y 1815 como consecuencia de la captura de José María Morelos, donde tanto la Huasteca como la Sierra Gorda fueron asoladas por una campaña de guerra total, en la cual los realistas se encargaron de perseguir y ejecutar a los insurgentes que cayeron en sus manos, llegando incluso a fusilar a cerca de 400 prisioneros. Con una insurgencia sometida y en continuo retroceso hacia el sur, la intendencia de San Luis Potosí estaba logrando ser pacificada gracias a la iniciativa del virrey Calleja con éxito. Sin embargo, con los ánimos rebeldes aún vivos, estos servirían de combustible para la llegada de un rebelde inesperado proveniente del otro lado del océano.

La restauración de la monarquía en manos de Fernando VII resultó ser una decepción al ver cómo acabaría con el gobierno liberal construido por el constituyente de Cádiz. Por lo tanto, muchos guerrilleros que lucharon contra la invasión francesa pasaron a enfrentarse al gobierno absolutista, como el caso de Xavier Mina, quien influenciado por el padre Servando Teresa de Mier fue convencido de combatir a Fernando VII desde la Nueva España.

Es así como comenzaron a organizarse desde Londres en 1816, apoyados por algunos políticos ingleses, para formar una expedición con soldados españoles, ingleses e italianos, desde donde partirían a Estados Unidos con la esperanza de reclutar más voluntarios y de conseguir tanto financiamiento como armas, pero continuamente fueron engañados y muchos de estos apoyos quedaron en promesas.

Fue así como llegaron a Soto la Marina en abril de 1817, estableciendo un fuerte y empezando a hacer propaganda con la imprenta que llevaron para impulsar a los novohispanos a unirse a su lucha. Lograron el apoyo de los habitantes de Croix y de Soto la Marina, dejando a Teresa de Mier en el fuerte mientras el resto de la expedición partía al interior, siendo atacados y derrotados por Arredondo dos semanas después.

A pesar de esta pérdida, Mina prosiguió su camino a través de la sierra tamaulipeca llegando a territorio potosino. En todo este tramo, fue reclutando voluntarios que se incorporaron a su comitiva, lo que les permitió llegar hasta Lagos con el fin de unirse a las fuerzas del caudillo Pedro Moreno.

Para ese entonces, los trabajos tanto de Calleja como de Arredondo dentro de la sociedad civil habían logrado inclinar la balanza a su favor por parte de las comunidades. Muchos rebeldes se habían levantado en armas debido a la posesión de la tierra como consecuencia de la secularización de las tierras comunales. Sin embargo, la falta de un liderazgo como el de Hidalgo hizo que estos movimientos pudieran ser sofocados por los realistas.

Ayudaría a esta tarea el reglamento de Calleja, donde fusiona las fuerzas civiles con las militares para combatir a la insurgencia. Con ello, las comunidades se hicieron responsables de su propia defensa y ayudó a arraigar los vínculos del ejército realista con el pueblo. Esta estrategia tendría sus frutos con la derrota de la expedición de Mina ya durante la administración del virrey Juan Ruiz de Apodaca.

Antes del estallido de la guerra, la intendencia potosina tuvo problemas para lograr su representatividad en el constituyente de Cádiz. Se eligió tanto al canónigo de Monterrey, Juan José de la Garza, como al terrateniente potosino Florencio Barragán. Sin embargo, el primero ni siquiera partió rumbo a España y el segundo murió antes de embarcarse. Por lo tanto, su única voz la tuvo en el representante de las Provincias Internas de Oriente, el cura Miguel Ramos Arizpe.

Como resultado de los trabajos legislativos, se autorizó el establecimiento de diputaciones provinciales independientes, siendo una de ellas la de San Luis Potosí, que permitiría a sus habitantes participar en la vida política instituyendo 33 ayuntamientos, aunque no lograron establecerse. Esto se debió a la campaña de Calleja que suspendió la ejecución de los mandatos liberales como consecuencia de la restauración absolutista de 1814.

Fue hasta 1820, con la entrada del Trienio Liberal, cuando se reinició el proceso de democratización de la sociedad. Se instaló hasta noviembre la diputación potosina, la cual también correspondía a la representación de Guanajuato. Sin embargo, hubo problemas al momento de implementarlo, como pasó con la representación de las Provincias Internas, que fue abolida por su comandante, el general Arredondo.

Por la diputación potosina, fue elegido el general realista Matias Martin de Aguirre, tocándole recibir a la propuesta autonomista de Iturbide en su estancia en Veracruz a principios de 1821, siendo responsable de exponer los problemas fronterizos con EU que trajo la implementación del Tratado Adams-Onis de 1819 y la conservación de las misiones indígenas. Asi finaliza la participación potosina dentro de la monarquia hispánica al sucitarse al poco tiempo la implementación del movimiento Trigarante de Iturbide, donde San Luis Potosi fue reducida al dividirse en varias provincias que conformaron el noreste mexicano en la primera mitad del siglo.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: María Isabel Monroy Castillo. La independencia en la intendencia de San Luis Potosí, del libro La Independencia en las provincias de México.

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Imagen:

– Izquierda: Obra de Gomez. Francisco Xavier Mina, 1888. Fuente: https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/xavier-mina-en-londres-nido-de-conspiradores-y-patriotas-americanos-1815-1816

– Derecha: S/D. Mapa de las intendencias, incluyendo la de San Luis Potosi. Fuente: https://www.facebook.com/YoAmoSanLuisMx/photos/a.1260251077371284/3032149406848100/?type=3

Las primeras exploraciones a la península de Baja California.

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Una vez asegurado el dominio español sobre el imperio mexica, Hernán Cortés se dedicó a explorar el territorio en busca de oportunidades para expandirse tanto territorialmente como para aumentar su fortuna. Fue muy afortunado haber encontrado la costa del océano Pacífico, ya que esto le permitiría seguir el objetivo principal de la presencia ultramarina española: establecer un camino directo a Asia. Decidió establecer su primer astillero en Tehuantepec para comenzar a construir barcos para emprender el viaje transoceánico. En 1527, envió una expedición comandada por Álvaro de Saavedra Cerón hacia las Islas de la Especiería (Molucas) con el objetivo de localizar a la expedición de Jofre de Loaysa. Sin embargo, el establecimiento de la primera Audiencia de México, presidida por Nuño de Guzmán, frenó cualquier posibilidad de continuar su camino hacia el Lejano Oriente. Debido a estos obstáculos, Cortés se vio obligado a regresar a España en 1529 para presentarse ante la corte y defender sus derechos. Fue recibido por la reina Isabel de Portugal, quien le otorgó el Marquesado del Valle de Oaxaca y la autorización para descubrir y poblar islas en el Pacífico, así como para gobernar sobre tierras americanas del poniente que no estuvieran adjudicadas a gobernadores en funciones.

Con el respaldo real, Cortés regresó a la Nueva España para construir sus barcos tanto en Tehuantepec como en Acapulco. Se construyeron el Concepción y el San Lázaro en el primero, y el San Miguel y San Marcos en el segundo. La última nave fue utilizada para enviar a Diego Hurtado de Mendoza como avanzada, pero naufragó a finales de julio de 1532, resultando en la muerte del capitán. Sin embargo, los sobrevivientes afirmaron haber descubierto unas islas, las Marías.

La Audiencia de México hizo todo lo posible por obstaculizar la carrera de Cortés. Prohibió el uso de los cargadores tamemes para retrasar la construcción de las naves, lo que llevó a Cortés a reclamar al Supremo Consejo de Indias para que intercediera y le permitiera cumplir sus compromisos con la Corona. A pesar de los problemas, la pequeña armada quedó completa para octubre de 1533, zarpando del puerto de Santiago el Concepción bajo el mando de Diego Becerra y el San Lázaro con Hernando de Grijalva. Durante el viaje, el Concepción experimentó un conato de motín, tras el cual los rebeldes fueron dejados en las costas de Nueva Galicia. Mientras tanto, Grijalva parece haber logrado llegar a la isla de Revillagigedo.

Guiados por las historias transmitidas por los indígenas de Colima, las cuales mencionaban la existencia de unas islas con grandes riquezas y pobladas exclusivamente por mujeres, Hernán Cortés se sintió motivado a continuar las exploraciones en el Pacífico. Durante una expedición liderada por Fortún Jiménez en el Concepción, se afirmó haber encontrado una gran isla donde se criaban perlas. Sin embargo, esta expedición tuvo un final trágico: Jiménez murió a manos de los indígenas junto con otros veinte expedicionarios, mientras que el resto logró hacerse a la mar y llegar a la villa de La Purificación. A pesar de las pérdidas, Cortés se convenció de continuar con su empresa de explorar el océano, con la esperanza de encontrar grandes riquezas.

Aunque no se sabe cuándo recibió este nombre, la semejanza de la isla con las historias de los indígenas de Colima llevó a Cortés a llamar a este nuevo territorio California. Este nombre se relaciona con un territorio de las historias europeas, como la novela «Las Sergas de Esplandián», donde se atribuían grandes riquezas a un lugar habitado por guerreras amazonas.

A pesar de contar con el beneplácito de la corona, la audiencia dirigida por Guzmán tenía amplias facultades legales para disputar la soberanía de los territorios descubiertos. Comenzaron incautando la nave Concepción aprovechando su localización en la Nueva Galicia, lo que provocó que Cortés se dirigiera a reclamar su posesión ante Nuño de Guzmán mientras enviaba tres naves rumbo a Chiametla. Al no obtener resultados, Cortés decidió encabezar personalmente la expedición y partió al territorio que hoy ocupa la capital, La Paz, llegando el 1 de mayo de 1535 y desembarcando el 3 de mayo. Decidió llamar al lugar Santa Cruz en honor al día del santoral. Cortés se encargó de organizar la nueva colonia mientras enviaba sus naves para transportar colonos y provisiones desde Nueva Galicia. Sin embargo, solo lograron llevar los suministros, ya que la hostilidad del territorio impidió que la colonia prosperara. Además, el interés por las perlas, que eran el principal atractivo, disminuyó a medida que la necesidad de buscar sustento se volvió más apremiante.

Los esfuerzos de Cortés por sostener su nueva colonia resultaron en un fracaso, y con la llegada del primer virrey, Antonio de Mendoza, se solicitó la evacuación de Santa Cruz. Sin embargo, esto no detuvo a Cortés. En julio de 1539, envió al capitán Francisco de Ulloa para continuar explorando la «isla» en busca de tierras fértiles. Esta expedición descubrió que no se trataba de una isla, sino de una península, aunque terminó perdiéndose. Con esto, Cortés vio finalizada su carrera como explorador, y sería el gobierno de Mendoza quien continuaría con la exploración de las costas del Pacífico.

A pesar de que otras expediciones, como la de Hernando de Alarcón, que llegó al delta del río Colorado, demostraron que era una península, persistió la idea errónea de que era una isla. Ninguna expedición logró encontrar algo que motivara la colonización de la península, y este objetivo fue olvidado tras el descubrimiento y conquista de Filipinas. Sin embargo, paradójicamente, el descubrimiento de la ruta del Tornaviaje, donde los barcos navegaban hacia el norte para que las corrientes los llevaran por la costa hacia Acapulco, hizo que el control de California fuera vital para la ruta hacia Oriente. Esta importancia también fue reconocida por los piratas ingleses que llegaron a la zona.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ignacio del Rio. A la diestra mano de las Indias. Descubrimiento y ocupación colonial de la Baja California.

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Imagen: Diego Muñoz Camargo. Conquista de «Tonatiuh Yuetziyan», identificado como California. Lienzo de Tlaxcala, lamina 73, original del siglo XVI con edición facsimilar del siglo XVIII.

La portentosa vida de la muerte.

La cultura mexicana se ha caracterizado por su peculiar relación con la muerte, la cual suele abordarse con cierta sorna y burla al referirse a ciertas personalidades de la sociedad. Esta actitud tiene raíces tanto en la cultura medieval introducida por los españoles, haciendo referencia al culto que resalta el triunfo de Cristo sobre la muerte con la resurrección, además de generar conciencia sobre la fragilidad de la vida humana y recordar que en cualquier momento se puede morir.

Es bastante difuso cómo se desarrolló la concepción de esta burla a la muerte en la sociedad novohispana. Existen sospechas de que pudieron haber referencias literarias o gráficas a nivel popular en los llamados pasquines. El problema radica en que estas publicaciones se realizaron en papel de mala calidad y la mayoría de ellas desapareció con el tiempo. Además, la existencia de aparatos censores como la Santa Inquisición impidió la supervivencia de materiales que cuestionaran el dogma, sin importar el sentido en que fueran creados.

Sin embargo, a finales del siglo XVIII surge una obra literaria novohispana que presenta referencias a esta cultura asociada a la muerte y al humor con el que se ha abordado este tema.

Es importante recordar que la literatura novohispana se centraba casi exclusivamente en la creación de contenido religioso, con poca presencia de literatura secular que explorara la ficción y se alejara de los temas eclesiásticos. No fue sino hasta finales del siglo XVII y el siglo XVIII que surgieron las primeras novelas en este contexto. Es en este contexto que aparece fray Joaquín Hermenegildo Bolaños, un fraile franciscano michoacano nacido en 1741 y residente en el convento de Guadalupe en Zacatecas. A él se le ocurrió relatar de manera ingeniosa y coloquial las peripecias de la muerte, adaptando las enseñanzas bíblicas. Además, contó con un apartado gráfico para ilustrar cómo imaginaba que sucedieron los hechos (se cree que las ilustraciones podrían haber sido obra del grabador Francisco Agüera).

Esta obra fue impresa en la Ciudad de México alrededor de 1792. Se narró de manera episódica a lo largo de 40 capítulos, detallando el nacimiento, las peripecias y la muerte de la propia muerte. Incluye un supuesto testamento de la muerte, destacando por su narración irreverente sobre el tema, pero manteniendo un tono eclesiástico para evitar la censura de la Inquisición.

Por la manera en que redactó el texto, es evidente que fray Joaquín Bolaños tenía muy presente la forma de predicar surgida de la Contrarreforma del siglo XVI. Atribuyó a la muerte un carácter que oscila entre la benevolencia y la crueldad, con la razón de asegurar en los mortales la obediencia a los mandatos de Dios, dejándoles mensajes moralizantes para su reflexión. En esta obra también se manifiesta el temor hacia la difusión de lo que consideraban ateísmo y el alejamiento de los valores de la cristiandad. Se percibe cierto aire milenarista propio de la orden franciscana, vinculado con el cristianismo primitivo, donde se fomenta el igualitarismo social. Sin embargo, dado que esta idea era perseguida por el clero secular al relacionarla con el protestantismo, Bolaños debió autocensurarse.

Sabemos que Bolaños tuvo actividad misionera en el Reino de Nuevo León y que posiblemente inició la redacción de su novela durante su estancia en Monterrey entre 1784 y 1785. Durante este tiempo, se enfrentó a la tarea de pacificar a los nómadas, a sus ataques a los pueblos y, sobre todo, tuvo que enfrentar la gran sequía que asoló al septentrión. Este podría haber sido el motivo que lo impulsó a iniciar su carrera como literato y a elegir a la muerte como vehículo para transmitir un mensaje propio de los predicadores.

Dada su experiencia en el norte, es plausible que Bolaños haya recurrido a la tradición medieval, donde la presencia de la muerte se manifestaba tanto en lo gráfico como en las conocidas «danzas macabras». Estas danzas cumplían la función de advertir a los vivos sobre la finitud de la vida y la inminencia del Apocalipsis, instándolos a arrepentirse de sus pecados para acceder al paraíso. Como parte de este mensaje y siguiendo el espíritu franciscano, Bolaños imprime en la novela la idea del abandono de las ambiciones y riquezas, consideradas inútiles para el alma. La narrativa refleja cómo la Muerte se encarga de poner fin a las vidas, ya sea de nobles o incluso de la alta jerarquía católica, que solo busca enriquecerse. Asimismo, critica la soberbia con la que el racionalismo y el cientificismo intentan sustituir los valores de la Iglesia.

Todo esto tiene el propósito de recordar el mensaje del fin de los tiempos, evidenciando en el libro cómo se manifiestan las señales de la venida de Cristo y, con ello, también el fin de la existencia de la Muerte. Esto destaca la escasa preparación de la humanidad para enfrentar el Juicio Final.

Esta obra refleja los sentimientos de desasosiego e incertidumbre que se tenían respecto al destino del mundo, especialmente ante los profundos cambios que ocurrían como respuesta a la modernización implementada por los Borbones y su intento de someter a la Iglesia a sus intereses. Bolaños, en este contexto, resucita la idea de la cercanía del Fin del Mundo para guiar a sus lectores hacia un buen comportamiento. Se vale de la ficción, basándose en sus estudios en la Biblia y añadiendo ideas del milenarismo franciscano. Su objetivo es llamar a los creyentes a llevar vidas austeras, utilizando a una Muerte sin formalidades para hacer sentir la amenaza de manera más cercana al lector.

No se sabe con certeza si este manejo coloquial de la muerte proviene de la vida cotidiana novohispana o del impacto que tuvo la obra en la sociedad. Sin embargo, aquí se vislumbra un posible antecedente de esta costumbre literaria que se volvería muy popular en el siglo XIX y que inspiraría la exploración de la muerte a través de la comedia, como se observa en las famosas calaveras literarias que aparecen cada año a principios de noviembre.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Mercedes Serna Arnaiz. La portentosa vida de la muerte, de fray Joaquín Bolaños: un texto apocalíptico y milenarista, de la Revista de Indias, vol. LXXVII, núm. 269.

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Imagen: Grabados del libro «La portentosa vida de la muerte», 1792

La necesidad de controlar las fronteras para el México independiente.

La situación heredada por los españoles en el septentrión era caótica, dado el vasto territorio bajo su control de facto en comparación con la escasa población que habitaba en las villas. Sumado a esto, el clima belicoso generado por la animadversión con las tribus hizo que, para finales del siglo XVIII y principios del XIX, los estadounidenses encontraran un escenario propicio para hacer negocios e incluso reclamar esas tierras. El gobierno mexicano solo contaba con el respaldo otorgado por el Tratado Adams-Onís, firmado en 1819, para reafirmar su soberanía sobre esos inmensos territorios. Sin embargo, carecían del personal necesario para garantizar la protección fronteriza, ya que heredaron las milicias virreinales. Además, la pobreza económica de las provincias hacía imposible competir o contener a los comerciantes estadounidenses de Missouri. Por lo tanto, la presencia de estos comerciantes era considerada necesaria para romper el aislamiento en el que vivían los habitantes del norte.

En los primeros trabajos legislativos, los representantes de Nuevo México fueron los principales impulsores para establecer el libre comercio con los estadounidenses, ya que constituía su única fuente de ingresos. Sin embargo, esta opinión no era compartida ni por el resto de los legisladores ni por el gobierno. Incluso los encargados de negocios mexicanos en Washington intentaban persuadir al gobierno de prohibir el comercio a través de la ruta de Saint Louis-Santa Fe.

Para aumentar la tensión, la sociedad novomexicana estaba completamente a favor de la presencia estadounidense y buscaba maneras de estrechar lazos. Además del factor económico y mercantil, esta presencia les otorgaba la fuerza necesaria para liberarse del yugo de los comerciantes chihuahuenses. Antes de la llegada de los estadounidenses, estos comerciantes eran los encargados de mantener la comunicación de la provincia con el resto del reino, imponiendo sus condiciones y vendiendo a precios elevados.

Desde el punto de vista de Chihuahua, la presencia de los comerciantes estadounidenses representaba una amenaza a su monopolio, ya que traían mercancías de mejor calidad. Además, este fenómeno suponía un problema a nivel nacional, dado que los comerciantes siempre habían actuado como agentes del gobierno de México, dictando las ordenanzas que debían acatarse. La amenaza aumentó considerablemente cuando las caravanas estadounidenses empezaron a descender hasta la capital, disputándoles el mercado.

El primero en tomar medidas fue el gobernador José de Urquidi, quien en 1825 convenció al secretario de Relaciones Interiores y Exteriores de aplicar aranceles a los comerciantes a su paso por la frontera. Estas medidas se implementaron con el fin de salvaguardar los intereses chihuahuenses, pero resultaron ser insuficientes.

En el ámbito exterior, la cancillería mexicana establecida en Washington, a través de su representante Pablo Obregón, estaba al tanto de los intereses estadounidenses en el mercado de Santa Fe. La importancia de este hecho se reflejó en el nombramiento de cónsules tanto para Santa Fe como para Saltillo, cuya función era brindar asistencia a los ciudadanos estadounidenses. En reciprocidad, se solicitó el permiso para establecer un consulado en Saint Louis, lo que permitiría mantener vigilancia sobre las caravanas.

Cualquier intento de ejercer control sobre la frontera resultaba insuficiente, ya que no se disponía de los recursos ni del personal necesario para garantizar la recaudación de derechos aduanales a las caravanas, que prácticamente transitaban de manera libre. Además, se tenía presente la limitación para imponer impuestos elevados debido a la permeabilidad de la frontera, lo cual podría incentivar el aumento del contrabando.

Uno de los problemas fundamentales residía en una de las antiguas promesas de la independencia: la eliminación de la estructura monopólica que sustentaba la economía española. Entre las clases populares, el libre comercio se percibía como una oportunidad para que más personas pudieran ganar dinero sin mayores controles.

Con el fin de cumplir con esas expectativas, desde el Primer Imperio se decidió mantener la Dirección de Aduanas virreinal, cambiando únicamente de personal. Esto se hizo con el objetivo de ejercer cierto control sobre las entradas de mercancías en los puntos de llegada, todo conforme al reglamento «Arancel general interino para el gobierno de las aduanas marítimas en el comercio libre del Imperio». Este reglamento establecía un cobro del 25% sobre el valor de la mercancía, más un derecho de 20 reales por tonelada, considerablemente más económico que el anterior sistema.

Los puntos de llegada para las importaciones se establecieron en Veracruz, Acapulco, Soto la Marina, El Refugio, San Blas, Mazatlán y San Diego, aunque con el tiempo se ampliaría la lista. Aunque existía un consenso en la implementación de una política comercial libertaria, otro sector abogaba por el proteccionismo. Estos individuos eran conscientes de que, si no se establecían límites a los comerciantes extranjeros, podrían afectar a largo plazo la economía del país. Por lo tanto, se produjo un aumento gradual de los aranceles aduaneros con una tendencia hacia la moderación.

Al concluir la década de los veinte, las aduanas se habían consolidado como una fuente segura de financiamiento para el Estado, dada la incapacidad de recaudar impuestos de manera efectiva de parte de los ciudadanos en general. Esto se convirtió en un incentivo para la llegada continua de comerciantes, a pesar del detrimento de la endeble industria nacional, la cual carecía de los medios para competir con las importaciones. Esto generó una constante demanda por parte del gobierno para que se les apoyara mediante la imposición de un mercado cerrado.

El principal producto de importación era la tela, alcanzando el 64% del total de ingresos. Esto desencadenó una serie de problemas que afectaron desde los agricultores de algodón y lino hasta las primeras fábricas textiles del país. Estas fábricas habían demostrado, en los últimos años del virreinato, su potencial para convertirse en la base de la industria nacional, convirtiendo al sector textil en uno de los rubros que los gobiernos buscarían proteger.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ignacio del Rio. Mercados en asedio. El comercio transfronterizo en el norte central de México (1821-1848).

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Imagen: S/D. Caravanas abasteciéndose de provisiones, principios de siglo XIX.

El cambio ideológico del Clásico al Posclásico.


Entre los años 650 y 900 d.C., se desarrolla un periodo de profundos cambios tanto en la geopolítica mesoamericana como en la ideología, conocido como Epiclásico. Durante este tiempo, la desaparición del estado teotihuacano como potencia político-religiosa desencadenaría una lucha entre diferentes ciudades-estado por alcanzar la supremacía regional. Es en este contexto donde el militarismo comienza a formar parte de la retórica religiosa para mantener los mecanismos de movilización social.

Es importante destacar que las percepciones de los investigadores sobre las dinámicas del periodo Clásico eran muy diferentes anteriormente. Se concebía a Teotihuacan como un estado teocrático gobernado por sacerdotes, quienes habían convertido a la metrópoli en un referente de la religiosidad mesoamericana. Esta concepción era similar a la idea romántica de los estados mayas gobernados por sabios contemplativos. Sin embargo, a medida que han avanzado las excavaciones y el análisis de los vestigios encontrados, se ha llegado a la conclusión de que los teotihuacanos mantenían una fuerte presencia militarista en diferentes regiones para controlar sus recursos.

Ante este contexto de inestabilidad ocasionado por la caída de los estados del Clásico, se produjo una movilización de las poblaciones que varió según las ocupaciones que mantenían. Mientras que los agricultores tendieron a quedarse en sus tierras, los artesanos migraron a regiones más lejanas con la esperanza de encontrar patrocinio en alguna otra corte. Por otro lado, la casta político-religiosa intentó fundar nuevos estados.

Sin embargo, lo que intensificó los cambios en el sur fue la llegada de los mesoamericanos norteños, quienes se vieron obligados a enfrentar una serie de cambios climáticos que alteraron el frágil modelo de vida sedentario que habían mantenido en las regiones semidesérticas del norte. Esta migración trajo consigo una renovación étnica en los estados mesoamericanos y, sobre todo, introdujo la cultura mesoamericana adaptada al contexto de la lucha contra los nómadas.

Otro cambio profundo fue la revalorización de una actividad productiva subestimada: el comercio. Gracias al surgimiento de los nuevos estados, se incrementó la demanda de productos de alto estatus por parte de las nuevas élites políticas, lo que otorgó a los comerciantes un nuevo papel en la sociedad y los volvió más influyentes.

Uno de los nuevos rasgos que surgió en esta Mesoamérica militarista fue la concepción de un nuevo modelo ideológico tras la desaparición de Teotihuacan, dando lugar a la noción de Tollan gobernada por la figura de la Serpiente Emplumada. Aunque no se puede descartar que este concepto estuviera presente en Teotihuacan, estas figuras retóricas se encuentran tanto en las crónicas de los españoles del siglo XVI como a nivel arqueológico.

A finales del siglo XIX, las famosas expediciones por México llevadas a cabo por el francés Désiré Charnay destacaron las similitudes tanto en lo artístico como en la distribución de dos ciudades separadas por cientos de kilómetros: Tula en el actual estado de Hidalgo y Chichen Itzá en Yucatán. Desde entonces, una de las misiones de los arqueólogos ha sido profundizar en esta relación estética, la cual ha sido confirmada. Por ejemplo, se han identificado elementos arquitectónicos similares, como las salas de columnas, el templo dedicado a Venus (la pirámide de Tlahuizcalpantecuhtli en Tula y el Templo de los Guerreros en Chichen Itzá), los conjuntos piramidales alrededor de patios en forma de anfiteatros, la orientación del juego de pelota, la presencia del chac mool y el tzompantli (aunque este último está sujeto a debate debido a la presencia de ejemplos del periodo Clásico en otras partes de Mesoamérica).

En los discursos iconográficos de ambas ciudades también se pueden observar estos vínculos. Por ejemplo, la presencia de la serpiente emplumada en relieves o en pilastras talladas, el aumento de representaciones de sacrificios y elementos bélicos, así como la representación de guerreros ataviados y listos para la batalla.

Uno de los puntos aún no resueltos en el debate académico es la naturaleza de la relación entre los mayas peninsulares y el Centro de México. Por un lado, hay una posición predominante que sugiere invasiones «mexicanas» a la península, donde se impusieron a las élites mayas y comenzaron a ejercer su influencia cultural. Por otro lado, existe la propuesta de que fueron los mayas quienes realizaron incursiones en el centro de Mesoamérica y fueron ellos quienes adoptaron influencias culturales «mexicanas», llevándolas a Yucatán. Esta última teoría podría explicar la influencia mayense en varios sitios del Epiclásico.

Existe una tercera posición conciliadora que sugiere que los comerciantes fueron los principales agentes en la difusión de esta influencia cultural. Según esta perspectiva, los «putunes», como se les llama en las fuentes, habitaron la Costa del Golfo y actuaron como intermediarios vía náutica en las redes de intercambio. Además, podrían haber llevado a un grupo político disidente tolteca a Chichen Itzá, donde decidieron construir una nueva Tollan.

Ha surgido una nueva perspectiva que plantea la presencia constante de comerciantes mayas en las redes de intercambio mesoamericano. Este grupo habría estado en contacto con diferentes reinos desde tiempos antiguos y, hacia el siglo IX, podrían haber alcanzado influencia ejecutiva suficiente como para llevar a cabo cambios culturales significativos. Según esta teoría, los comerciantes mayas crearon un estilo artístico ecléctico que fusionaba influencias mesoamericanas con su propia visión, adaptándolas a su manera.

En este sentido, durante el Posclásico, los mayas intentaron aumentar su prestigio frente a los estados rivales al mezclar la ideología religiosa nativa con elementos asociados a Tollan. Esta perspectiva cuestiona la idea presentada en las fuentes históricas, tanto indígenas como españolas, que señalan la llegada de grupos extranjeros que se impusieron a los locales y establecieron las dinastías del Posclásico.

Sin embargo, hasta el momento, la arqueología no ha encontrado evidencia de grandes movimientos migratorios en aspectos como la cerámica, la influencia lingüística o la genética. Esto sugiere que los relatos sobre la llegada de grupos extranjeros podrían haber sido intentos por parte de las élites de diferenciarse de sus súbditos y afirmar su estatus como miembros de una casta especial.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Alfredo López Austin y Leonardo López Lujan. Mito y realidad de Zuyúa. Serpiente emplumada y las transformaciones mesoamericanas del Clásico al Posclásico.

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Imagen: Relieve donde unos guerreros participan en la decapitación de un jugador de juego de pelota, Gran Juego de Pelota de Chichen Itza, cultura maya-tolteca, Posclásico Temprano.

El desarrollo del movimiento carrancista.

En todas las revoluciones sociales, han coexistido tanto sectores radicales que exigen cambios completos en las estructuras políticas como facciones moderadas o conservadoras que buscan integrarse al sistema que combaten, conservándolo en gran medida. Dentro de este contexto, podemos ubicar a personajes como Francisco I. Madero y, sobre todo, a Venustiano Carranza. Ambos surgieron en el contexto peculiar del noreste, donde el papel del hacendado fue relativamente benigno al proporcionar mejores condiciones a los peones. Esto dio lugar a una relación equilibrada entre ambas esferas sociales, donde cada una obtenía lo justo de la otra, sin generar animadversión.

Este contexto llevó a los hacendados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas a aspirar a participar en la política nacional. Convencieron al enviado de Porfirio Díaz, el general Bernardo Reyes, de que podían ser considerados como posibles sucesores de Díaz, manteniendo así el sistema implementado por él.

Venustiano Carranza proviene de una familia de hacendados de Cuatrociénegas, Coahuila, y a diferencia de Madero, contaba con considerable experiencia en la política del estado. Inicialmente, Carranza era partidario de las aspiraciones de Reyes. Sin embargo, cuando fue apartado por Díaz, se unió a la campaña de Madero y se sumó al estallido de la revolución, siendo recompensado con la gobernatura de Coahuila.

A diferencia de Madero, quien mantenía convicciones democráticas, Carranza estaba de acuerdo con el modelo porfirista tanto en lo político como en lo económico. A pesar de esto, no dudó en hacer promesas que no esperaba cumplir para incentivar la participación en la lucha de sectores que buscaban un cambio real. Esta contradicción se refleja en el Plan de Guadalupe de 1913, donde, aunque desconoce al gobierno golpista de Victoriano Huerta, no incluye concesiones a las demandas sociales revolucionarias. Básicamente, planteaba la restauración del orden constitucional de 1857 sin atender a las reclamaciones sociales revolucionarias.


Los principios con los que Carranza esperaba abordar la guerra consistían en debilitar la resistencia hacia el cambio político, buscando tener el respaldo de empresarios, terratenientes y el clero para evitar que los años de lucha se prolongaran. No estaba dispuesto a conceder más en el ámbito social, basándose en la insuficiencia de las concesiones realizadas por Madero, las cuales no lograron calmar a los agraristas y generaron descontento entre las élites. Sin embargo, enfrentaría la desventaja de contar con un limitado arraigo social para su lucha.

Esta falta de apoyo social quedó evidenciada en Coahuila, donde al declararse la guerra a Huerta en 1913, Carranza solo pudo contar con las fuerzas estatales para enfrentarse al ejército federal. Esto resultó en su huida del estado para refugiarse en Sonora, donde contaba con el respaldo del gobernador José María Maytorena, que mantenía un mayor control del estado. A pesar de estas garantías, Carranza enfrentaba problemas, ya que Maytorena, aunque compartía sus principios, mantenía una posición más indecisa sobre la preservación del espíritu constitucional de 1857 o la incorporación de demandas sociales. Finalmente, Maytorena pidió licencia para irse a Estados Unidos, dejando a Carranza con los revolucionarios sonorenses.

A diferencia de Coahuila, donde Carranza encontró respaldo entre las clases altas, en Sonora, la revolución quedó en manos de caudillos radicales de izquierda que comenzaron a incautar las propiedades de los potentados. A pesar de que los líderes sonorenses provenían de la clase media alta del estado, como Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, la revolución en Sonora estuvo marcada por acciones decididas para expropiar las propiedades de los terratenientes.

Dentro de su círculo en Coahuila, Carranza tenía un amplio margen de movimiento. Aunque contaba con miembros de la clase alta como Isidro Favela, Luis Cabrera y Pastor Rouaix en el grupo intelectual, las operaciones seguían siendo dirigidas por representantes de la clase media-baja urbana, como Pablo González, Lucio Blanco o el sindicalista Heriberto Jara. A pesar de no contar con representantes directos de los sectores campesinos en sus mandos, los líderes de la clase media habían desempeñado roles de dirección durante el Porfiriato y sabían cómo ganarse la confianza y tratar a los campesinos. Esto permitió que el sector sonorense ganara la confianza de los yaquis, motivo por el cual tomó en serio sus reclamos políticos.

Esta situación en la que Carranza carecía de un arraigo social significativo lo obligó a pactar la realización de reformas sociales respaldado por el Grupo Sonora, que eventualmente se convirtió en el principal brazo armado de los carrancistas. Como resultado, Carranza tuvo que ceder en acciones como el reparto de tierras de las haciendas, aunque procuró evitar dañar las propiedades y, siempre que pudo, intentó restituirlas a sus dueños. Para garantizar la integridad de los bienes de los potentados y financiar la lucha, se vio obligado a explotar los recursos de las áreas ocupadas.

El control de la zona petrolera del Golfo fue crucial en este sentido, y Carranza entró en acuerdos con empresas asociadas con la estadounidense Standard Oil para venderles el petróleo, desplazando a sus competidores británicos en ese sector y en el ferrocarril. Carranza accedió a las demandas necesarias para mantener financiada la lucha. De esta manera, mantuvo un delicado equilibrio entre su deseo de restablecer el viejo orden y la necesidad de formular reformas sociales según las demandas de los sonorenses.

Sin embargo, al concluir la lucha de facciones, se hicieron evidentes las fracturas entre Carranza y el Grupo Sonora. Esto se reflejó en el proceso para la formación de la Constitución de 1917, las represiones a varios sindicatos y, finalmente, el quiebre con el Grupo Sonora, que culminaría con la muerte de Carranza en 1920 y el ascenso de este grupo al poder.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Frederich Katz. La guerra secreta en México.

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Imagen: Hermanos Casasola. Venustiano Carranza en el Colegio Militar, agosto de 1914.

El gobierno virreinal frente a la caída demográfica de los indígenas de Baja California.

La presencia española en América tuvo como su principal agente para garantizar su permanencia no a las armas ni a su «voluntarismo civilizador», sino a un factor que no podían controlar y que también les causó serios problemas: las enfermedades pandémicas. Estas enfermedades, desarrolladas en el contexto del «Viejo Mundo», hicieron que a los nativos americanos les resultara imposible adquirir las defensas que los colonos europeos tenían hacia ellas. Resultaba evidente cómo, poco después de establecerse misioneros o poblaciones españolas en diversas regiones, el número de habitantes descendía de manera crítica, generando así un grave problema demográfico. Aunque esto acababa con las resistencias a la presencia española y facilitaba la colonización, también planteaba la dificultad de no contar con la mano de obra a la que estaban acostumbrados para prosperar.

Este fenómeno se reflejó en el avance de la conquista hacia el noroeste, en dirección a los territorios de Sonora y las Californias. Allí, fue imposible penetrar mediante el uso de la fuerza debido a la resistencia indígena. Los jesuitas, convencidos de que ofrecer las bondades del cristianismo y la civilización europea podría lograr lo que los colonos no habían conseguido, se embarcaron en esta empresa con consecuencias desastrosas.

Desde finales del siglo XVI, los indígenas del noroeste entraron en contacto con los españoles a través de expediciones de conquista, misioneros voluntariosos, indígenas cristianizados y, en el caso de Baja California, piratas anglosajones que fondeaban en las costas para asaltar las naves españolas. Todos estos encuentros provocaron, con el tiempo, la proliferación de diversos brotes epidémicos que afectaron a las tribus nómadas.

La cultura chamánica de estos grupos se vio superada por la virulencia y mortandad de las enfermedades. Sin embargo, al asociar estas epidemias con la presencia de los europeos, lograron preservar su prestigio y atribuyeron la culpa a los misioneros. Estos últimos también tuvieron que lidiar con los enfermos de su feligresía, y los limitados alcances de la medicina europea hicieron que solo pudieran brindar cuidados paliativos para asegurar un final digno.

Los primeros brotes se dieron en los principales establecimientos españoles en la región, como Chametla y Culiacán, donde según los informes, casi extinguieron a la población indígena. Esta tendencia continuó con la llegada de los jesuitas, quienes establecieron sus misiones en la Pimería y California, fundando la misión de Nuestra Señora de Loreto en 1697.

En ese entonces se creía que los «californios» poseían inmunidad frente a las enfermedades, pero esto se debe a que los contactos eran esporádicos, como se demostraría con el avance de los jesuitas por la península y el aumento de fallecimientos en las cercanías de los territorios de las misiones, mientras que las tribus que permanecían alejadas se mantenían sanas. Lo que no se anticipó es que el sistema de «reducción» de las misiones, donde se congregaban diferentes tribus de una región para vivir en pueblos, era el principal agente de contagio de las enfermedades. En ese momento, la única explicación para su aparición era la voluntad divina, y nunca se consideró que las condiciones de hacinamiento fueran la causa, y que aquellos que seguían siendo trashumantes lograban salvarse de su contagio.

Aunque no hay registros que nos permitan saber cuáles fueron los brotes que afectaron a las diferentes regiones, todo indica que en Baja California la enfermedad que arraigó más en la población fue la sífilis, provocando no solo la muerte de los indígenas, sino también la esterilidad de los sobrevivientes.

Las estimaciones de los investigadores indican que la población de la península en 1697 debió haber alcanzado cerca de 41,500 habitantes. Estos números se redujeron alarmantemente en un 83% hacia 1768 con la expulsión de los jesuitas, quedando solamente 7,149 habitantes. Esto evidencia que en pequeñas poblaciones indígenas, como históricamente ha sido el caso de Baja California debido a sus condiciones agrestes, era más probable que se extinguieran que que sobrevivieran.

Esto contrasta con el caso de los vecinos Sonora y Sinaloa, donde, a pesar de que los indígenas también fueron víctimas de las epidemias, al tener una población más numerosa lograron amortiguar la mortalidad. Para mediados del siglo XVIII, empezaron a mostrar una tendencia hacia la recuperación gracias a la adaptación genética a las enfermedades. Sin embargo, esto no ocurrió con los indígenas californios, que nunca se recuperaron y mantuvieron números poblacionales marginales hasta su desaparición e integración a la población mestiza en el siglo XIX (con excepción del norte).

Una vez desalojados los jesuitas de las misiones, su lugar sería ocupado brevemente por los franciscanos del colegio de San Fernando, siendo reemplazados por los dominicos hacia 1773. Aunque los dominicos llegaron a informar de una ligera recuperación demográfica entre los indígenas, esto se debía a que ya estaban incluyendo en los censos a las misiones del norte de la península que aún no habían sido evangelizadas.

La situación en la península era catastrófica, ya que las enfermedades habían afectado especialmente a la población femenina, dejándolas muy débiles para concebir y con la posibilidad de contagiar a sus hijos durante el parto. Esto se agravó aún más con la prohibición de las relaciones polígamas tradicionales en las sociedades indígenas, lo que impedía que los hombres buscaran mujeres aptas para concebir. Para 1771, en tan solo tres años después del último censo, la población se redujo nuevamente a 5,094 habitantes distribuidos en 13 pueblos de misión. Esta situación provocó, por un lado, el ataque del clero secular para promover la desamortización de las misiones, así como la preocupación del gobierno al no saber qué hacer. Mientras tanto, los indígenas se resignaron y se dedicaron a la vida religiosa con la esperanza de que las oraciones los salvaran de la muerte.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Francisco Altable. Humanitarismo, redención y ciencia médica en Nueva España. El expediente de salud pública para frenar la extinción de los indios en la Baja California (1797-1805), de la revista Secuencia, núm. 80.

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Imagen: Ignaz Tirsch. Colono y mujer california, 1762-1767. 

La importancia de Santa Fe en el septentrión.

El fin de la dominación española y la implementación de políticas de libre mercado por parte del gobierno mexicano finalmente otorgaron a la capital de Nuevo México el éxito tan ansiado para salir del aislamiento de siglos. Según las cifras del censo de 1817, el territorio apenas contaba con una población de 36,500 personas, de las cuales una cuarta parte eran indígenas, y el resto se componía de españoles, mestizos y criollos que vivían en una docena de pueblos dispersos. Santa Fe, por su parte, tenía una población de 6,700 habitantes.

La segunda ciudad en importancia era El Paso, ya que desde allí ingresaba el abasto proveniente de Chihuahua a través del Camino Real de Tierra Adentro. Le seguían Albuquerque, Socorro, Santa Cruz de la Cañada, Abiquiú y Taos, todas ellas separadas de Santa Fe por una distancia de 150 km. La llegada de los comerciantes estadounidenses de Saint Louis, Missouri, representó una oportunidad para finalmente romper el aislamiento endémico de la provincia y mejorar las condiciones de vida. Por esta razón, el establecimiento de la feria de Santa Fe se convirtió en un evento al que todos los neomexicanos deseaban asistir para conocer las últimas novedades.

Los caravaneros llegaban a establecerse en la Plaza Mayor con sus diligencias cargadas de mercancías. Algunos de ellos instalaban sus tiendas, mientras que otros vendían directamente desde las carretas. Sus compradores eran tanto los propios santafesinos como, principalmente, los intermediarios que adquirían productos al por mayor para revender en el resto del Septentrión.

Los primeros años del mercado generaron dudas sobre la eficacia de la idea, ya que los neomexicanos no tenían suficiente dinero para realizar compras importantes y tampoco tenían producción propia para realizar intercambios. Esto provocó que Santa Fe comenzara a perder su atractivo como destino final y se convirtiera en un puerto de entrada para los comerciantes estadounidenses que se dirigían a otras localidades del norte de México. Como resultado, se creó una ruta secundaria para llegar a El Paso y, desde allí, a Chihuahua, una ciudad que, para 1823, tenía una población de 10,190 habitantes y una economía sólida gracias a la mina de plata de Santa Eulalia. Chihuahua se convirtió en un mercado mucho más atractivo, donde muchos comerciantes vendían la mayor parte de sus mercancías y tenían la opción de seguir el Camino Real de Tierra Adentro para llegar hasta la Ciudad de México.

Fue así como Nuevo México se convirtió en un punto de entrada para los estadounidenses que buscaban acceder al mercado mexicano a través de Chihuahua. Desde allí, podían dirigirse hacia el este, desviándose hacia Saltillo, o hacia el oeste, abarcando regiones como Sinaloa, Sonora y las Californias. Aunque este último mercado era menor, el principal incentivo para las expediciones comerciales era obtener plata producida en los principales centros mineros del norte y luego introducirla en la economía estadounidense.

Lo único que Nuevo México podía aportar a este nuevo circuito comercial era su menguante producción ganadera, que se basaba en la cría de ovejas y que servía como alimento para las expediciones. Durante un tiempo, la producción de mulas por parte de los novomexicanos también fue demandada en Missouri. Sin embargo, esta nueva oportunidad para revitalizar la economía del norte resultó ser insuficiente, ya que se convirtió en una vía de salida de plata. Esto llevó a que Nuevo México se convirtiera en un mero productor de materias primas, sin contribuir significativamente al desarrollo de las comunidades del septentrión.

Esta situación se debe a la persistencia de los modelos de producción coloniales en los primeros años de la vida independiente. Intentaron seguir las antiguas prácticas de extracción de metales preciosos para adquirir mercancías de manufactura europea y asiática. A través de esta estrategia, se enfocaban en la presencia de las Filipinas como un medio para acceder a los productos chinos y, al mismo tiempo, retener el oro y la plata mediante el cobro de impuestos. A lo largo del período virreinal, se descubrieron varios minerales en la Sierra Madre Occidental y el Sur del territorio, lo que brindó la oportunidad de acumular riqueza y avanzar hacia una incipiente industrialización. La producción textil en los obrajes de Guanajuato, Querétaro, Guadalajara, Puebla-Tlaxcala y la Ciudad de México se convirtió en el eje de este proceso.

Debido al contexto de inestabilidad, las minas del norte se habían convertido en importadoras netas de mercancías provenientes del sur. Dependían por completo de la producción minera de sus yacimientos, sin tener una verdadera oportunidad de diversificación.

Tampoco favorecieron las limitaciones impuestas por los españoles en cuanto a la producción. Básicamente prohibieron la elaboración de textiles finos para acaparar el monopolio de las telas de alta calidad y vender las de procedencia peninsular. Esto provocó que la producción novohispana tuviera que ser de calidad media o baja para no competir con las importaciones peninsulares. Como resultado, el principal producto solicitado por el público mexicano a los comerciantes estadounidenses fue principalmente tela. Esta tela la producían ellos mismos o la importaban de Europa, llegando a los puertos de la Costa Este.

Esta situación les brindó la oportunidad de adquirir las últimas novedades textiles a precios más bajos para su uso diario, superando así los beneficios que proporcionaba el comercio a través de la antigua ruta que los conectaba con la capital. Sin embargo, carecían de la experiencia necesaria para aprovechar el nuevo panorama con un vecino como Estados Unidos, que estaba dispuesto a hacer negocios.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ignacio del Rio. Mercados en asedio. El comercio transfronterizo en el norte central de México (1821-1848).

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Imagen: Josiah Greg. El arribo de la caravana a Santa Fe. 1844. 

La situación del septentrión a finales del siglo XVIII.

Para tratar de hacer frente al nuevo orden donde tenían a serios rivales encima, durante el reinado de Carlos III se dispone la creación de la división administrativa de la Comandancia General de las Provincias Internas del Norte, esta tendría autonomía con respecto al virrey de la Nueva España para poder atender las necesidades de las poblaciones fronterizas, tocándole la organización a Teodoro de Croix al ser nombrado comandante general en 1776, siendo un reto el tener que ver por las necesidades de un territorio que iba desde el Golfo de California hasta la zona de la Bahía en Texas. Esta separación de los territorios del norte no cayo nada bien al virrey Antonio María de Bucareli, con quien Croix mantuvo una relación ríspida por esta independencia y esto dificultaría el conocimiento de la situación de las poblaciones, por lo que al año siguiente Croix decide emprender una inspección por todo el septentrión para conocer la situación real de las misiones, presidios y demás establecimientos de la región. Como resultado de las expediciones realizadas de 1777 a 1783 se vio una situación nada alentadora por el contexto de guerra permanente con las tribus, donde las misiones estaban en pleno proceso de extinción tanto por los problemas para mantener a los indígenas, la falta de personal religioso y el desinterés por parte del gobierno.

La situación de los colonos estaba resultando mucho mejor, ya que a pesar de que había cesado la fundación de nuevas poblaciones, las ciudades y las villas existentes estaban empezando a tener una era de bonanza como producto de la explotación minera y la cría de ganado como caballos y mulas, además de que empezaba a despuntar el comercio como consecuencia del retiro de los franceses de la Luisiana, por lo que se levantan la barrera aduanal y empezaron a fluir las caravanas de carretas provenientes de la nueva provincia, aunque sus mercancías se estaban vendiendo a precios muy elevados, los colonos podían costearlos. Para 1783, acaba la administración de Croix aportando generosos datos sobre la situación del norte, siendo remplazado por quien fuera el primer gobernador de California Felipe de Nevé, quien por la organización de la fundación del sistema misional ya tenía una amplia experiencia del contexto, pero sería a él a quien le toca lidiar con los inicios de la presión de los estadounidenses quienes ya estaban teniendo presencia en las riberas del rio Mississippi para exigir el derecho de navegación. Fue por ello que era imprescindible empezar a poblar la frontera para impedir posibles disputas territoriales, el problema es que no había gente para habitarlos, ya que mientras el territorio de Coahuila pasaba por un periodo de crecimiento constante, la situación de Texas era preocupante al no lograr la reducción de los indígenas en las misiones y por la violencia de las tribus.

Los franciscanos encargados de velar por las misiones texanas tenían el problema de las limitantes para ser poblados, ya que a pesar de contar con los recursos suficientes para poder alojar a los indígenas en buenas condiciones, se impedía el asentamiento de rancheros y colonos, provocando con ello a depender de sus esfuerzos para congregar a los indígenas e impedir la entrada de los colonos quienes hubiesen logrado incrementar la población. Como los misioneros ocuparon las mejores tierras para su proyecto evangelizador, los rancheros novohispanos estaban obligados a establecerse en lugares muy alejados y poco favorables para el desarrollo económico, teniendo como consecuencia que las misiones no contasen con la protección de los rancheros ante los ataques indígenas, esto a la postre daría pie al nacimiento de la aspiración autonomista que sería aprovechada por los estadounidenses en el siglo XIX. El caso contrario ocurría en el sur en Coahuila y Tamaulipas, donde los religiosos fueron remplazados por los hacendados, donde a pesar de que acapararon grandes extensiones de tierras para su explotación, la demanda por trabajadores y peones acasillados hizo que empezaran a nacer pequeñas rancherías para alojarlos, donde ya una vez llegada la independencia hizo que se fueran constituyendo como pueblos en toda forma.

Esto lo veremos con el caso del marquesado de Aguayo que poseía la hacienda de San Juan y la de Patos, de ellas nacerían las villas de Cuatrociénegas, Moctezuma, Santa Anna y Patos (actual General Cepeda), así como las propiedades de la Compañía de Jesús en Parras la cual como consecuencia de su expulsión dio lugar a la villa de Santa María de Parras en 1767. El proyecto planteado por Teodoro de Croix con el apoyo del padre José Agustín de Morfi fue la de poblar la región de La Laguna mediante el desarrollo de la economía basada en la agricultura y con ello crear un puente para conectar la zona del Bolsón de Mapimí con Saltillo, pero esto ya no pudo ser por la muerte de Morfi en 1783 promoción de Croix como virrey del Perú al año siguiente. La situación de inestabilidad seria atendida por el siguiente virrey Bernardo de Gálvez, quien conocía la situación al haber sido antes el gobernador de la Luisiana, pero con el iniciaría el proceso donde se menoscaba el poder de las Provincias Internas para regresar bajo el redil virreinal al darle una nueva división que no funcionaria, pero empodera a los colonos como organizaciones autónomas y que conocían mejor el territorio permitiendo su autogestión.

Con la llegada en 1789 del virrey Juan Vicente de Güemes, segundo conde de Revillagigedo, se cambia la estrategia para la comandancia al segregar las Californias, Nuevo León y Nuevo Santander para su reincorporación al virreinato, quedando dentro de las Provincias Internas Sonora, Nueva Vizcaya, Nuevo México, Coahuila y Texas con capital en Chihuahua. Para poder hacer frente al problema texano, el virrey Revillagigedo ordena la secularización de la misión de San Antonio Valero en 1793, las cuales estaban ocupadas por muy pocos indígenas quienes a veces trabajaban las tierras, beneficiando a los colonos de Béjar y San Fernando quienes las ocuparon, con ello se iniciaría el corto periodo de crecimiento poblacional del centro texano. Fue asi que el proyecto misional franciscano llega a su fin y con el tiempo se procede a la secularización del resto de las misiones, ya que por un lado los franciscanos ya no podían formar la cantidad de misioneros suficientes para poder atender a los indígenas y la feligresía podía ser atendida por el clero secular, pero aun así los franciscanos obstaculizaron la entrega de las misiones al argumentar que sus indígenas todavía no estaban preparados para entrar de lleno en la vida de la sociedad novohispana.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Luis Arnal Simón. Fundaciones del siglo XVIII en el noroeste novohispano, del libro Arquitectura y Urbanismo del Septentrión novohispano vol.1. Fundaciones del noreste en el siglo XVIII.

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Imagen: Theodore Gentilz. Agrimensores en Texas antes de la anexión a los EE. UU. 1845.

San Luis Potosí a principios del siglo XIX.

Con la implementación de las reformas borbónicas a lo largo del siglo XVIII representarían serios cambios administrativos a lo largo de los reinos de Indias con la creación de las intendencias, el septentrión no escaparía a estas reformas y pasaría afectar a San Luis Potosí, la cual se había convertido a lo largo del tiempo en el centro político de los territorios de Tamaulipas, Texas, Nuevo León y Coahuila al ser la principal financiadora de las campañas de colonización. Pero conforme se fueron consolidando las autoridades locales de esos territorios como Monterrey, Saltillo, Monclova o San Antonio, aprovechan el momento de descentralización de la antigua estructura virreinal e intentan alcanzar su autonomía administrativa, llegando como solución la creación de las Provincias Internas de Oriente, aunque bajo la supervisión del intendente de San Luis Potosí, este problema no se llegaría a resolver hasta el constituyente de Cádiz por medio de la intermediación de Miguel Ramos Arizpe cuando estas cuatro provincias quedan como intendencia.

Estas disputas internas no quedarían solo en lo político, también en lo eclesiástico nacería un proceso de separación con la creación de Obispado de Linares para pasar a administrar las jurisdicciones del septentrión, con ello el territorio potosino quedaría reducido a las jurisdicciones de Matehuala, Villa de Valles, Charcas, El Venado, La Hedionda y Salinas del Peñol Blanco, las cuales tenían la ventaja de ser uno de los centros mineros más importantes del virreinato por la extracción de plata. De esto dejaría constancia Alexander von Humboldt en su trabajo de la Nueva España y como existía la diferencia entre las poblaciones potosinas con los territorios del norte, los cuales a pesar de estar poco poblados se negaban a obedecer las órdenes del intendente potosino y encontraron la forma de saltarlo al solo seguir los mandatos del virrey. Las Provincias Internas de Oriente entrarían en una nueva problemática como consecuencia de la sesión de Luisiana en favor a Francia y su posterior venta a EU, ya que los límites entre Texas y Luisiana no estaba bien definida y acarrea en un corto plazo problemas diplomáticos, pero la cuestión grave en el contexto del noreste era sin duda los ataques de los nómadas a los pueblos y su negativa a someterse.

Con la crisis de la monarquía hispánica a raíz de la invasión napoleónica haría que el propio reino tomase cartas en el asunto para asegurar su lealtad al rey legítimo, teniendo como consecuencia la creación del Ayuntamiento de México con el cual se intentaba crear un gobierno autónomo para asegurar los derechos de Fernando VII, convocándose a todas las intendencias a mandar representantes para empezar a legislar y San Luis Potosí sería una de las que dieron su respaldo a la iniciativa, caso contrario de las intendencias de Querétaro, Guanajuato, Puebla y Guadalajara quienes negaron su apoyo, además que pronto tanto los peninsulares, el arzobispado de México y la Audiencia conspiraron para derrocar y apresar al virrey Iturrigaray. Una de las personalidades fundamentales en la defensa del régimen realista había comenzado su carrera en San Luis Potosí, el brigadier Félix María Calleja, quien llega durante la administración del virrey Revillagigedo y desde 1796 le fue confiada la comandancia de las tropas de las Provincias Internas de Oriente, además de tejer relaciones en la sociedad potosina derivando en su matrimonio con Francisca de la Gándara, hija de Manuel Jerónimo de la Gándara quien era un importante hacendado al occidente de la provincia, convirtiéndose en una figura de autoridad en el noreste.

El estallido de la guerra en Guanajuato implicaría un grave problema para las intendencias del centro por la facilidad con que se podría propagar la insurgencia, esto incluía a San Luis Potosí donde en los primeros momentos se sabía de la presencia de propagandistas insurgentes en comunidades como Tierranueva, la hacienda de Peñasco y en la misma capital, pero el poder de Calleja era tal que tenía una sólida red de espías y lograría acabar rápidamente con cualquier atisbo de rebeldía. Pero a pesar de estas precauciones, la cercanía con el epicentro no evito la propagación a través de las comunidades y paradójicamente los prisioneros de Calleja tuvieron en su alojamiento en los conventos de San Francisco y El Carmen el refugio perfecto para organizar las rebeliones con el apoyo de los religiosos quienes los custodiaban. Si bien, dentro de la población potosina el mensaje insurgente tuvo fuerza entre la población mestiza e indígena, los lazos realizados por Calleja hizo que los criollos se abstuviesen de apoyarlos y mostraran su lealtad a la causa realista, saliendo de ellos destacados militares quienes fueron fundamentales en la defensa como José Gabriel de Armijo, uno de los perseguidores de Morelos, Matías Martin y Aguirre quien lucha junto a Iturbide y combate a Xavier Mina, así como fue semillero de militares quienes ocuparon papeles importantes en la política mexicana como Miguel Barragán, Manuel Gómez Pedraza, José Esteban Moctezuma y Anastasio Bustamante (avecindado en SLP).

Calleja empieza a desplegar la defensa para acabar con los focos insurgentes a lo largo de la intendencia, donde además de disponer de las milicias bajo su mandato recibiría el apoyo de un batallón de huastecos, de trabajadores de las haciendas, así como el financiamiento de los principales potentados mineros potosinos y se le sumaron los de Zacatecas y Querétaro, conformando una fuerza que en un corto tiempo le serviría para combatir directamente a los insurgentes de Hidalgo. Por parte de los rebeldes, no contaban con una estrategia para derrotar a los realistas más que el captar a la mayor cantidad de voluntarios posibles para intentar ganar por el volumen del movimiento, razón por la cual a Calleja no le costaría tanto trabajo lograr el sometimiento de los focos insurgentes, sobre todo por el respaldo a las oligarquías quienes vieron en el brigadier al único capaz de evitar el desastre del Bajío.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: María Isabel Monroy Castillo. La independencia en la intendencia de San Luis Potosí, del libro La Independencia en las provincias de México.

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Para leer más: https://www.arthii.com/el-movimiento-insurgente-en-zacatecas/

Imagen: 

 – Izquierda: Carl Nebel. Vista de San Luis Potosi, 1829-1834.

 – Derecha: S/D. Felix Maria Calleja, siglo XIX