Los grupos otomíes en México.

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Una de las familias lingüísticas con una amplia presencia en la zona mesoamericana ha sido la otomangue, que incluye grupos como los zapotecas, mixtecas, chiapanecas, los mangue de Centroamérica y los otomíes, quienes ocupan una distribución en el centro-occidente de México y conforman cuatro grupos muy relacionados. A lo largo de la historia, los pueblos otomianos fueron menospreciados por pueblos dominantes, como los nahuas, quienes los tacharon de «salvajes» o «montañeses». Esta carga negativa fue seguida por los españoles, lo que provocó que su historia fuera olvidada y contada principalmente por fuentes religiosas o los propios caciques.

Dentro de la familia otomiana, podemos dividirla en dos grupos: aquellos que mantuvieron el modo de vida nómada y seminómada de Aridoamérica, como los chichimeca-jonaz de Guanajuato y los pames; y aquellos que tienen sus raíces en la tradición mesoamericana, como los otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecas. Los otomíes son el grupo de mayor distribución, con marcadas diferencias regionales.

Debido a la falta de fuentes, el pasado mesoamericano otomí ha sido relegado por parte de los investigadores. Es común encontrar argumentos que atribuyen a este grupo el papel de grupo primigenio en el Centro de México o el de migrantes llegados durante el colapso teotihuacano. En todos estos enfoques, es evidente la carencia de trabajos que permitan comprender su participación en los desarrollos de la cultura preclásica, teotihuacana o tolteca.

Un aspecto fundamental para comprender su alcance es el estudio de los señoríos en el Valle de Toluca, especialmente en el noroccidente de la Cuenca de México. Se centra en Azcapotzalco, habitado por los tepanecas de filiación otomí, que fueron el reino principal desde Teotihuacan, durante el periodo tolteca y hasta su caída en manos de los mexicas. Fuera de estos dos casos (incluyendo el de Xilotepec y su papel en la conquista del Querétaro colonial), el resto de los pueblos otomianos carecen de las fuentes necesarias para trazar su historia antes de la llegada de la conquista, salvo por algunas referencias. Por lo tanto, es necesario recurrir a investigaciones arqueológicas y etnográficas en esas regiones para obtener más información.

El corazón de los grupos otomíes podría considerarse el Valle de Toluca, donde predominan los matlatzincas y mazahuas, seguidos por algunos pueblos otomíes y los ocuiltecas de Ocuilan y el sur del valle. Hacia el noroccidente se localiza el señorío de Xilotepec, de clara filiación otomí, descendiendo hacia Chiapan, donde convivían con comunidades nahuas, para llegar a la Sierra de las Cruces o Quauhtlalpan. Desde allí, bajaban hacia la Cuenca de México, pasando por Tlacopan, Azcapotzalco, Naucalpan y la zona serrana del occidente, como Cuajimalpa, para continuar hacia Coyoacán, conviviendo con pueblos nahuas y matlatzincas. Se tiene conocimiento de poblados otomíes hasta Xochimilco. Al norte de la cuenca, la presencia otomí sigue por Cuautitlán, Zumpango, Tizayuca, internándose hacia el actual estado de Hidalgo, donde tienen su segundo núcleo cultural: Meztitlan, un señorío que logró mantener su independencia frente a los mexicas.

A partir de Hidalgo, las comunidades otomíes continúan dispersándose hacia el noreste, y se tiene constancia de su presencia en la Huasteca en algunas poblaciones. Sin embargo, la zona nuclear fue la Sierra Norte de Puebla, en pueblos como Pahuatlán, donde convivían tanto con los nahuas como con los totonacos. Otro corredor otomí puede rastrearse desde el valle de Teotihuacán, siguiendo por los llanos de Calpulalpan para internarse en Tlaxcala, de mayoría nahua. Se establecieron al oriente del volcán La Malinche en pueblos como Huamantla, Ixtenco y Tecoac, erigiendo el señorío de Tliliuhquitepec al norte, aliado de los estados tlaxcaltecas. Hacia el Valle de Puebla, su presencia se fue diluyendo en unos pocos pueblos como San Salvador el Seco, Quecholac y Tepeaca, con algunas comunidades en Huejotzingo, Tecali y Cuauhtinchan. Su punto más meridional fue una estancia en Coxcatlán llamada Otontepetl.

Más al sur, en el estado de Guerrero, la población otomí experimentó una significativa disminución durante las primeras décadas de la conquista, generando incertidumbre, especialmente con la influencia de factores como los chontales y los cohuixcas. No obstante, a través de referencias etnohistóricas, conocemos la convivencia de comunidades nahuas, mazahuas y matlatzincas, como en Tepecoacuilco, Cocula, Teahuixtlan, entre otros lugares.

Hacia el occidente, la presencia de los grupos otomianos parece estar vinculada a las tensiones generadas por la expansión mexica hacia el Valle de Toluca. Esto condujo a la expulsión de otomíes, matlatzincas y mazahuas, quienes fueron acogidos por el reino de Michoacán para frenar el avance mexica, dando origen a los llamados pirindas. El núcleo principal de los pirindas estuvo en Indaparapeo y Tiripitio, extendiéndose hacia Charo, Huetamo, Taximaroa (Ciudad Hidalgo), Tuzantla, Ucareo y Zitácuaro. Su punto más occidental fue Colima, aunque parece que la presencia otomí llegó con la conquista, con el asentamiento de los aliados tlaxcaltecas.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Pedro Carrasco Pizana. Los Otomíes. Cultura e historia prehispánica de los pueblos mesoamericanos de habla otomiana.

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La configuración de Tlaxcala en el Posclásico.

A partir del siglo X, se inicia la conformación étnica del Valle Puebla-Tlaxcala que los españoles encontrarían. La región comenzó a dividirse en señoríos que controlaron el territorio actual del estado, y uno de los puntos de partida fue la pérdida de poder por parte de los olmecas-xicalancas de Cacaxtla, lo que provocó el abandono de la ciudad. Este evento marcó el surgimiento de pequeños estados con una vida principalmente aldeana y una notable disminución de la presencia de centros ceremoniales.

Todo indica que el principal motor de estos cambios fue la llegada de las migraciones tolteca-chichimecas, quienes se consideran responsables del desequilibrio en la región y contribuyeron a la decadencia de los olmecas-xicalancas, forzándolos a abandonar la zona. Este proceso dio lugar al nacimiento de nuevas zonas culturales que sentaron las bases para los señoríos tlaxcaltecas durante la conquista.

Dentro de estas nuevas culturas regionales, destaca la Texcala Tardía, que ocupó la zona del Bloque Nativitas. Construyeron solo dos ciudades fortificadas y alrededor de 250 asentamientos, que incluían aldeas, asentamientos rurales y algunas estructuras de tipo religioso. En esta etapa, empezaron a surgir las primeras referencias al culto a deidades como Camaxtli, Tezcatlipoca y Xipe Tótec.

Estos dos destacados asentamientos de la cultura Texcala fueron Tepeticpac y Tepeyanco. El primero se ubicó en la cima del Cerro Blanco, una posición altamente segura para su defensa e inaccesible para sus enemigos, convirtiéndose en inexpugnable gracias a las obras de fortificación. Por otro lado, Tepeyanco estaba estratégicamente situado al controlar la laguna de Acuitlapilco, los manantiales que la alimentan y las tierras circundantes, convirtiéndose en un importante centro productor de alimentos.

Se estima que durante su apogeo, ambas ciudades pudieron albergar una población de alrededor de 6,000 habitantes. Estos centros urbanos dieron origen a 15 señoríos: en el norte, Ocotelulco, del cual se derivó San Simón Tlatlauhquitepec; en el centro, San Tadeo Huiloapan y Huexoyucan; al oeste, Apizaco, dando lugar tanto a San Dionisio Yauhquemecan, San Martin Xaltocan y posiblemente Santa Barbara Acuicuizcatepec; al sureste, Tzompantepec y Ahuashuatepec; al noroeste, San Simeón Xipetzingo y San Pedro Ahuatepec; y al este, Texcalac y Toluca de Guadalupe.

Durante el periodo de los años 1000 al 1100, en el territorio de la cultura Texcala, se identifican 17 asentamientos que podrían considerarse como señoríos. Existe debate entre los investigadores acerca de la relación entre Tepeticpac y Ocotelulco. Algunos los consideran como señoríos independientes, mientras que otros sugieren que pudieron formar un solo señorío, con Tepeticpac como el asentamiento originario que también serviría como centro de resguardo en caso de invasiones, y Ocotelulco con funciones administrativas y comerciales.

Según las estimaciones, para el siglo XI, la región mantuvo una población de alrededor de 126,000 habitantes en una extensión de 1,600 kilómetros cuadrados, divididos en señoríos autónomos con una organización particular. El binomio Tepeticpac-Tepeyanco ostentaba el liderazgo, y en momentos de invasiones, todos los señoríos se unían para hacer frente a los enemigos. Curiosamente, la ciudad de Cantona se convierte en un gran ausente en este nuevo orden. Comienza a ser abandonada a partir del siglo X y queda desocupada en el XI. La razón de su caída y la despoblación subsiguiente de la región de la Cuenca Oriental hasta la colonia sigue siendo desconocida.

Hacia el norte del estado surge la cultura Tlaxco, la cual está vinculada con los pueblos de la etnia otomí y presenta una fuerte influencia cultural de la Huasteca. El poder se concentra en el poco conocido señorío de Tliliuhquitepec, que según la evidencia arqueológica pudo haber surgido tempranamente hacia mediados del siglo IX. Este señorío, según las fuentes, era un estado independiente tanto del imperio mexica como de la Confederación tlaxcalteca.

Se han identificado 47 asentamientos con una población estimada de 14,225 personas, divididos en dos señoríos, Cerro Capula y Cerro Tlaquexpa. Todos estos asentamientos están fortificados, y se sabe que mantenían buenas relaciones con sus vecinos sureños. Además, contaban con una organización militarista, con centros de poder ubicados en las cimas de los cerros y estructuras defensivas. Esto les permitía a los otomíes mantener una estrecha comunicación con los pueblos de la Costa del Golfo, tanto en su tradición cerámica prehispánica como en la moderna. Se ha teorizado sobre posibles lazos con el reino otomí de Metztitlán en la actual Hidalgo.

Al oeste del estado, la región está estrechamente ligada a los procesos históricos de la Cuenca de México, generando su variante local en la llamada cultura Amantla. Esta cultura abarcó la región de Calpulalpan y el sur del estado de Hidalgo, ocupando un área de 250 km2 con 30 asentamientos y una población de 8,200 habitantes. Se identifican como centros políticos a Amantla, Palo Hueco y Malpaís, los cuales mantuvieron despoblada la zona limítrofe con los pueblos Texcala y Cholula, sugiriendo un posible contexto de conflicto o guerra.

Esta región transicional estuvo vinculada a la influencia tolteca como base para crear su propia variante, lo que la diferenció tanto de los señoríos Texcala como de Tliliuhquitepec, con los cuales mantenía una rivalidad. El único vínculo con Tlaxcala se estableció hasta mediados del siglo XIX, cuando la región fue cedida a Tlaxcala. En las regiones sur y oriente del estado, con el centro en el valle de Huamantla, quedó bajo la órbita de Cholula. Anteriormente, esta zona había sido arrebatada por los olmecas-xicalancas de Cacaxtla, pero una vez expulsados, los cholultecas aprovecharon para recuperar el control de la región.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ángel García Cook. Tlaxcala a la llegada de los españoles según las evidencias arqueológicas.

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Imagen: Mario Alfredo Mercado. Estructura de Tepeticpac, Tlaxcala, Posclásico Temprano. Fuente: http://jaguarcilloviajero.blogspot.com/2019/09/un-dia-de-viaje-por-tlaxcala-y_24.html

La entrada española en la Gran Chichimeca.

Con la conquista de México-Tenochtitlan en 1521 empieza a surgir el nuevo orden hispano, el cual tuvo como una de sus primeros impulsos la búsqueda de riquezas para los aventureros que se prestaron a conquistar nuevas tierras donde pudiesen encontrar yacimientos de metales preciosos, búsqueda que iba siendo impulsada por la tradición orfebre de los pueblos indígenas donde usaban el oro como aditamento para sus gobernantes, pero tampoco fue tanto como para colmar la ambición de los conquistadores. A partir de ese entonces, los soldados empiezan a emprender diferentes campañas de exploración y de conquista a lo largo de Mesoamérica, donde aprovecharon el prestigio adquirido de haber sometido a los mexicas como una seria advertencia para los demás pueblos de la conveniencia de aliarse con los recién llegados, siendo uno de los conquistadores más prolíficos Nuño de Guzmán quien se dirigió hacia el occidente hacia 1536 y conforma el reino de la Nueva Galicia, siendo la base para continuar la exploración rumbo al norte.

Pero esta joven entidad seria amenazada por las condiciones prexistentes, ya que, a diferencia de los reinos indígenas de México y Michoacán, en el occidente pervivían sociedades agrícolas de menores dimensiones y con la presencia de población seminómada conocidos genéricamente como “chichimecas”, quienes a su vez no estaban interesados en someterse a ningún poder centralizado como lo habían hecho con los purépechas. Dos problemas se llegaron a conjuntar, la expedición de Francisco de Coronado de 1540 a 1542 que partió rumbo al norte ante la posible existencia de las ricas ciudades de Cíbola y que se vieron desilusionados ante el encuentro de las sociedades agrícolas de Nuevo México y la proliferación de tribus nómadas beligerantes, pero la más peligrosa fue la Guerra del Mixtón de 1541 a 1542 donde se vieron obligados de cambiar hasta tres veces la sede de la capital Guadalajara ante los constantes ataques de los caxcanes. Se había trazado una línea donde indicaba que cualquier excursión sería inútil, al norte de Querétaro y de la sede final de Guadalajara no había nada por lo cual seguir adelante, ni reinos del mismo calibre que el mexica o los tan ansiados metales preciosos, por lo que la exploración continuaría de la mano de los ganaderos en busca de mejores pastos y los misioneros en su labor evangelista.

La única fórmula posible para poder asegurar la presencia española en el Occidente era mediante un sistema militarizado con la construcción de presidios para proteger los nacientes pueblos y a los indígenas que aceptaban su cristianización, en estos casos serían muy útiles los contingentes de aliados indígenas del centro de México como los tlaxcaltecas, otomíes, mexicas e incluso purépechas que estaban más fogueados en el tipo de guerra entablado por los chichimecas, siendo fundamentales para asegurar el avance en el Bajío más allá al norte del rio Lerma. Para encabezar las expediciones, el primer virrey Antonio de Mendoza impulsa el sistema de encomiendas para incentivar a los españoles a trasladarse al occidente, con esto se logra concretar la fundación de nuevos pueblos como paso con Hernán Pérez de Bocanegra y Córdoba con Apaseo y Acámbaro, Juan Infante con Comanja y Juan Jaramillo con San Miguel el Grande. Al tener el antecedente de la Guerra del Mixtón cercano, Mendoza llama a los encomenderos a tratar con benevolencia a las tribus para evitar una nueva rebelión e insertarlos en el modo de vida español, siendo de utilidad la introducción de la ganadería y la cría del gusano de seda en el Bajío para convencerlos de incorporarse, mientras seguían avanzando en la fundación de plazas fuertes como Pénjamo erigida por el encomendero Juan de Villaseñor con el apoyo de los purépechas.

Mientras los rancheros y encomenderos hacían las cosas a su manera, las ordenes mendicantes estaban haciendo lo propio y se aventuraban más allá, este fue el caso de los agustinos de Metztitlán, desde donde el acceso a la sierra les daba la oportunidad de entrar en ella con el apoyo de los otomíes, por lo que a finales de la década de los 40 fundan Xilitla en la zona pame. Por el Bajío, los franciscanos hacían lo propio tomando como base Acámbaro donde serian dirigidos por fray Juan se San Miguel, quien logra fundar una población indígena de purépechas, otomíes y guamares cerca de San Miguel el Grande, pero no se quedó ahí y siguió adentrándose en territorios considerados como peligrosos como el habitado por los guachichiles, fundando Xichú que le serviría de enlace para llegar hasta Rio Verde, conformando una estructura misional que abarcaba iglesias, hospitales, conventos y escuelas para adoctrinar a los niños, aunque muchas de ellas solo llegaron a jacales. Otro de los principales misioneros fue fray Andrés Olmos, quien sería el principal evangelizador de la Huasteca y consolidando como principales puestos de avanzada a Panuco y Valles.

El único frente que quedaba por controlar era por los rumbos de Acaponeta, donde los indígenas no bajaban su animadversión a la presencia española, por lo que los soldados españoles no paraban de buscar yacimientos de oro y plata encontrando algunas vetas por la sierra de Guadalajara, todo esto fue posible gracias a que los caxcanes estaban siendo incorporados con éxito al modelo hispano. Esto no frenaría por completo el estallido de rebeliones indígenas por la Nueva Galicia, pero estas eran rápidamente sofocadas por los conquistadores, todas estas actividades eran sabidas por el virrey gracias al cuerpo de funcionarios que incluían dos corregidores, un juez y los comisionados en Jilotepec e Ixmiquilpan quienes le daban noticias de lo que hacían los conquistadores. Las cosas parecían haberse estabilizado en la naciente Nueva Galicia, pero en 1546 llegarían noticias que cambiarían dramáticamente los intereses de los españoles por el lejano septentrión.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Philip W. Powell. La guerra chichimeca (1550-1600).

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Imagen: 

  • Izquierda: Códice Techialoyan de Cuajimalpa, siglo XVI. 
  • Derecha: El virrey Antonio de Mendoza enfrentándose a los chichimecas en el cañón de Juchipila, Lienzo de Tlaxcala, lam. 58.

El panorama mesoamericano del Valle de Toluca.

Uno de los puntos nodales de las interacciones entre el Centro de México con el Occidente sin duda lo tenemos en el Valle de Toluca, siendo una de las regiones geográficas privilegiadas por la riqueza de sus recursos al contar con el sistema lacustre de las ciénegas donde nace el rio Lerma, además de haber contado con el aporte que le dio la actividad volcánica de tiempos prehistóricos por parte del Nevado de Toluca o Xinantecátl, quien tuvo un papel religioso importante en las sociedades indígenas. Lamentablemente, por parte del discurso oficial ha sido invisibilizada la importancia de esta región debido a la estigmatización social de los habitantes originarios al momento de la conquista española, ya que pertenecían a la familia otomí quienes eran tildados por los nahuas como barbaros y con otros calificativos nada positivos. Lo cierto es que el Valle de Toluca fue poblado por cuatro etnias emparentadas y quienes sobreviven hasta el día de hoy, empezando por los propios otomíes, los mazahuas, los matlatzincas y los ocuiltecas o tlahuicas, quienes antes de la llegada de los nahuas también ocupaban el actual estado de Morelos.

Debido a esta abundancia de recursos, dio pie a que pudiese albergar los primeros asentamientos de agricultores quienes aprovechaban su entorno lacustre, pero contaron con la ventaja de encontrarse en una región estratégica al ser la ruta de paso de la Cuenca de México con los pueblos de Michoacán, siendo uno de sus principales motores Cuicuilco quien tenía lazos con el Occidente. Quienes ejercerían una gran influencia en los pobladores del valle seria Teotihuacan con su afán de dominar las rutas comerciales, por lo que la influencia teotihuacana sería muy fuerte en las diferentes manifestaciones culturales como la cerámica, también vamos a encontrar ejemplos de arquitectura como el asentamiento de Ocoyoacac y en las primeras etapas de la ciudad de Calixtlahuaca. El final de Teotihuacan como potencia tuvo repercusiones para el desarrollo del valle provocando el desarrollo de las ciudades-estado del Epiclásico, destacando sitios como la misma Calixtlahuaca y Teotenango, quienes se erigieron como acrópolis al emplazarse en sitios elevados los cuales fueron modificados para fortificarlos.

Ya para el Posclásico, la región mantendría su importancia para la nueva potencia, los toltecas, quienes congeniaron con los estados matlatzincas para mantener abiertas las rutas comerciales con el Occidente, incluso sabemos gracias a las fuentes del siglo XVI que las dinastías locales jugaron un papel importante en el proceso de decadencia de Tula y debido a las redes de parentesco les dieron alberge a miembros de la nobleza tolteca. Una vez roto el orden tolteca, los pueblos toluqueños mantuvieron fuertes lazos con las elites políticas de la Cuenca de México, primero se convirtieron en subordinados de los chichimecas de Xólotl cuando había asentado su capital en Tenayuca, después sería remplazado por Azcapotzalco, con quienes había una mayor afinidad debido a la filiación otomí de los tepanecas, sabemos por las fuentes que muchos de los dioses matlatzincas eran adorados en Azcapotzalco. De las crónicas del centro de México, sabemos que la relación de los matlatzincas con los tepanecas era muy cercana y llegaron a ser muy participes en sus campañas de expansión, llegándoles a tocar una parte de los beneficios como el adquirir la tributación de Chalco y tenían influencia al oriente, esta relación trascendió a la caída de Azcapotzalco al convertirse en dependientes de su sucesor en la era mexica, Tlacopa.

El siglo XV fue un periodo muy complicado para los toluqueños debido a su grado de asociación que tuvieron con los tepanecas, por lo que al ser derrotados y conquistados por la Triple Alianza encabezada por los mexicas hizo que mantuviesen su beligerancia ante la potencia emergente, hay registros de que los señores del Matlatzinco (Valle de Toluca) formaron una liga con Chalco, Cuauhnahuac (Cuernavaca) y otros señoríos para hacer frente al expansionismo mexica. No pudieron hacer mucho y decidieron entablar relaciones cordiales con sus primeros reyes como Itzcóatl y Moctezuma Ilhuicamina llegando a participar en sus campañas de expansión, pero a la llegada de Axayácatl hacia el 1469 cambiaria el rumbo de sus relaciones con los señores matlatzincas para someterlos y convertir al valle de Toluca en el granero del imperio. Fue ahí donde el Cihuacóatl Tlacaélel aprovecho las rencillas entre los señores de Tollocan y Matlatzinco para supuestamente apoyar al último haciendo una exigencia de madera que resultaba insultante, por lo que la negativa que recibieron les dio la justificación para declarar la guerra.

Fue asi que con la anuencia del señor de Matlatzinco (Calixtlahuaca) Chimaltecuhtli, los mexicas tuvieron la entrada para someter a los diferentes pueblos del valle y principalmente atacar Toluca, siendo conquistada y la imagen de su deidad principal Coltzin fue llevada prisionera a Tenochtitlan, por lo que sus tierras empezaron a ser repartidas con su aliado y empezaron a colonizar el valle con pobladores mexicas. Pero eso no fue freno para que los mazahuas, matlatzincas y ocuiltecos mostraran su indignación por la ocupación y mantuviesen un estado de rebeldía en Tecaxic, Zinacantepec, Tlacotepec y Teotenango, provocando que los mexicas mantuvieran constantes incursiones primero con Tizóc y después con Ahuízotl a partir de 1486, siendo el quien hizo una mayor cantidad de sometimientos y extiende sus dominios sobre Xiquipilco, Xocotitlán, Calimaya, Zultepec, Chiapan y Xilotepec. Esto no fue motivo para disminuir su rebeldía de los pobladores toluqueños y esto hizo que los mexicas llevasen misiones de captura para los sacrificios, llegando a la destrucción total como el señorío de Tecaxic, por lo que muchas tierras dentro del valle quedaron como propiedad de la dinastía mexica hasta la conquista.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Rosaura Hernández Rodríguez. El Valle de Toluca. Época prehispánica y siglo XVI.

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Imagen: Vista frontal del Templo de Ehecatl, Calixtlahuaca, Estado de Mexico, cultura matlatzinca, Posclásico.

La mítica conquista y fundación de Querétaro.

La situación del centro geográfico del actual México previo a la conquista española era de una gran inestabilidad al localizarse en la región fronteriza entre los pueblos mesoamericanos y las tribus nómadas conocidas popularmente como chichimecas, esto incluso se complica en el caso de la región de la actual Querétaro al localizarse en la frontera entre el estado mexica y el purépecha donde se localizaban las poblaciones de Tlachco y Cinconque, cuyos nombre en purépecha eran los de Queretaro y Apapátaro, siendo el primero atribuido a la forma de la cañada localizada en la cercanía del pueblo y que tenía la forma similar a la de un juego de pelota. La conquista y pacificación de la región fue asignada a los otomíes del señorío de Xilotepec, localizada actualmente en el noreste del actual Estado de México, cuya llegada a Tlachco fue precedida por las antiguas ceremonias mesoamericanas de fundación de una comunidad donde se emplazó la ciudad según las normas mesoamericanas que incluían la sacralización del lugar, pero siguiendo la traza española.

La principal fuente que tenemos sobre su fundación la tenemos en la “Relación geográfica de Querétaro” donde se relatan los pormenores sobre los acontecimientos que definieron el establecimiento del pueblo, donde se apunta la alianza de los caciques otomíes encabezados por Fernando de Tapia o “Conin” junto con los soldados españoles quienes ayudaron a someter la región entre los años de 1548 y 1550, aunque hay una segunda versión donde se le atribuye la fundación al capitán general otomí Nicolas de San Luis Montañez secundado por Tapia y Martin de Toro, quienes se lanzaron a atacar a los chichimecas y los derrotan en la batalla del cerro Sagrenmal. La victoria implico la sumisión de los chichimecas encabezados por el cacique Juan Bautista Criado y sobre todo el compromiso de estos para cristianizarse, aceptando asentarse junto a los otomíes y a petición de los chichimecas se les proporciona una cruz de piedra y terrenos para la construcción de una iglesia para emplazarla en el cerro Sangremal, donde se atribuye la victoria a la aparición milagrosa del santo guerrero Santiago Apóstol.

Si bien los tres caudillos otomíes tienen sus respectivos relatos similares donde en cada uno se resalta el protagonismo de cada uno, sería el de San Luis Montañez el que tendría un mayor arraigo en el colectivo queretano al contener dos de los símbolos religiosos de importancia para la ciudad, la Santa Cruz de los Milagros y la presencia de Santiago Apóstol, de ahí que sea tomado como el santo patrono de la ciudad. Las particularidades que presenta con la tradición mesoamericana la tenemos con el relato de la peregrinación de los conquistadores otomíes siendo indicada por el oráculo entorno a la mítica cueva de Chiapa, a esto se le suma la aparición milagrosa señalando el lugar donde se habría de fundar el asentamiento y su posterior delimitación de los límites de este, todo relacionado con un ambiente lacustre para darle una mayor validez cosmogónica. Posterior al primer establecimiento otomí, le siguió otra migración proveniente de Xilotepec e indicada por la cueva de Chiapa, esta vez se asientan en las cuevas del sitio conocido como La Cañada vistiendo a la manera de los chichimecas, relato que indica ser mítico al ser imposible la habitabilidad de esas cuevas y comparte más el imaginario de otros relatos como el de Chicomoztoc, sumado a que estaban encabezados por siete jefes.

Según las narraciones indígenas, el pueblo de Tlachco se localizaba cerca de un pequeño lago, fundamental para la escatología mesoamericana para proseguir con el arquetipo de la mítica Tollan, señal que aseguraba el éxito de la fundación. La delimitación de los linderos se establece por ceremonias donde se fija la orientación de la ciudad definiendo los ejes que corresponden con las montañas y ríos de la región, posteriormente se pasan a flechar hacia los cuatro rumbos cardinales a manera de saludo y de ahí se pasa a flechar los manantiales y pozos de las cercanías para reclamar la pertenencia del agua a la comunidad. Después se hace el repartimiento de los terrenos entre los colonos y del templo principal, así como un banquete elaborado por los miembros más viejos del grupo, quedando con esto definidos tanto los barrios como los distritos de la nueva ciudad. Todo esto fue proseguido con una procesión de los 50 capitanes otomíes para localizar la cruz prometida a los chichimecas, siendo elaborada en La Cañada al probar fallidamente en otros sitios cercanos, lugar donde surge también el rio Tlachco para aumentar la sacralidad de su manufactura, comitiva que fue acompañada por músicos que tocaban los clarines y tiraban flechas.

La tradición mesoamericana nos indica que un nuevo estado o altépetl podía ser fundado sobre otro asentamiento previo y no en un sitio vacío, como pasa con el caso de Tlachco, por lo que al perder los pobladores originarios se les otorgaba la titularidad de sus tierras a los vencedores y que es refrendada con la victoria sobre los chichimecas en cerro Sangremal y matando al capitán Mazadin de los Maxorro, lo que provoca la rendición del cacique e integración de los chichimecas a los otomíes. Los ejes que se establecen son los correspondientes con las orientaciones norte-sur y este-oeste, correspondiendo con el cerro Cimatario el primero y La Cañada en el segundo para definir el centro poblacional en el Sangremal dividiéndose en cuatro cuadrantes. Una vez definido el centro, se empieza a asociar a la presencia de una cactácea donde se para un águila, indicándonos que el mito fundacional de los mexicas era común entre otros pueblos mesoamericanos y como este persistía en los primeros años de la conquista. Los españoles también jugaron su papel en la fundación con la fortificación a la manera de los castrum romanos y el establecimiento de las capillas para el culto, por lo que vemos la forma en que conquistadores indígenas y españoles colaboraron y convivieron ambas tradiciones culturales iniciando el proceso de mestizaje que conformaría la Nueva España.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Lourdes Somobano Martínez. Los rituales de fundación del siglo XVI y el trazo urbano del pueblo de Querétaro, de la revista Secuencia no. 60.

Imagen:

  • Izquierda: Guerrero otomí, Códice Pedro Martin de Toro, siglo XVII.
  • Derecha: Templo y convento de la Santa Cruz de Queretaro, siglo XVII.

Las misiones de la Sierra Gorda de fray Junípero Serra.

La región de la Sierra Gorda está conformada en un territorio con abundantes cerros, montañas, cañadas y ríos que le otorgaron una especial diversidad ecológica que va desde los bosques de coníferas en las tierras altas como ecosistemas cálidos en los fondos de las barrancas. Se localiza al norte de Querétaro, así como parte del noreste de Hidalgo, el este de Guanajuato y el sur de San Luis Potosí, territorio que le otorgaría la posibilidad en tiempos prehispánicos de dar cobijo a ciudades-estado con una compleja arquitectura como lo reflejan las ciudades de Ranas y Toluquilla. Sin embargo hacia el siglo IX, con la caída de la región fronteriza mesoamericana se vio obligada ser abandonada por los pueblos agrícolas, siendo ocupada por cazadores-recolectores del norte como los pame y los chichimeca jonaz pertenecientes a la familia otopame que mantuvieron a raya a mexicas y tarascos como a los españoles, los cuales debido a la dureza de sus enfrentamientos, la poca ventaja que ofrecía su control y a que pudieron hacer las paces con los grupos aledaños, prefirieron armar un cerco por toda la sierra donde las tribus pudieron mantener su estilo de vida.

El hecho de que perviviera un foco de “gentilidad” cercano al corazón de la Nueva España hizo que para el siglo XVIII las autoridades decidieran acabar con esta situación, por lo que mandan al capitán José de Escandón a conquistar la región (previamente ya había sometido a los indígenas de Tamaulipas) lo que devino en una campaña de exterminio entre los años de 1742 y 1748 que culminaría en la sangrienta batalla de la Media Luna. Es así que Escandón reorganiza el territorio para congregar a los indígenas en pueblos de misiones (sería nombrado Conde de Sierra Gorda), mientras que a los rebeldes se les aseguraba la muerte, por lo que de su propia propuesta encarga la misión de la evangelización a los franciscanos, por lo que mandan a fray Pedro Pérez de Mezquía para organizarse con Escandón sobre los planes para iniciar la evangelización, llegando a la conclusión de que se debían fundar cinco poblaciones: Jalpan, Tilaco, Landa, Concá y Tancoyol.

Pero el establecimiento de las misiones estaba resultando un fracaso, ya que de 1744 a 1750 rápidamente los indígenas estaban cayendo víctima de las enfermedades que estaba dejando el panorama regional en condiciones deplorables, mientras Escandón se encargaba de apoderarse de las tierras para dárselas a los hacendados y ganaderos mientras a los chichimecas les dejaban las peores. Con el riesgo de que todos los esfuerzos se fueran a la basura es que llaman a un fraile franciscano mallorquín que recién había llegado de España, fray Junípero Serra, quien había sido reclutado junto a otros misioneros por Pérez de Mezquía para fortalecer la campaña evangelizadora en la Sierra Gorda, quien fiel a su fe y a manera de penitencia, Serra se va caminando de Veracruz hasta la Ciudad de México por 15 días, lo que le produjo una cojera en la pierna izquierda de por vida.

Para cuando llega Serra a la Sierra Gorda entiende la difícil situación en que se encuentra el cumplir su objetivo, ya que por un lado entiende que el sistema misional tenía el objetivo de otorgarle a Escandón mano de obra barata para que trabajasen en las propiedades de los españoles, por el otro entendía que tenían que proteger a los indígenas de la serie de vejaciones que habían sufrido desde que habían sido sometidos y sobre todo dirigirlos a la protección de la iglesia.  Es así que se decide tomar partido por los indígenas y de inmediato pone en práctica las ideas utopistas de San Francisco organizándolos para que ya no fuesen objeto de abusos por parte de los españoles, lo que le trajo la enemistad con Escandón y no dudo en ponerlo de ejemplo sobre las crueldades que no se debían de hacer, lo que hizo que se ganara el mote de “exterminador de los indios pame”. Además, se dispuso a hacer repartos de tierra para que cada quien tuviese sus tierras para cultivas, decide no enseñarles el español, por lo que aprende el pame y empieza a dar servicio en su idioma para facilitar la comprensión del mensaje.

Cabe decir que además de la organización social que deja en las comunidades, dejaría un importante legado arquitectónico al construir cinco misiones que serían de los últimos ejemplares de la arquitectura barroca, permitiendo que además de los simbolismos católicos fundamentales para ir instruyendo a los indígenas en la fe, dejo que ellos mismos participasen en la composición de las portadas y los dejo que aportaran sus elementos culturales que combinaron sin ningún problema con la nueva religión, otorgando a cada iglesia un distintivo único. Destacan los relieves policromados de estuco, donde junto con los santos de la orden, ángeles y cruces fueron acompañados con representaciones de la vegetación regional, junto con sus animales que les dieron a cada uno la simbología que representaban en sus culturas. Esta originalidad única en la Nueva España hizo que en el año 2003 las cinco misiones de Serra fueran incluidas dentro de la lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO.

A pesar del éxito que tuvo Serra al lograr hacer prosperar la región recién incorporada al orden novohispano, para 1758 por órdenes de sus superiores se vio obligado a dejar la Sierra Gorda para encabezar el proyecto misional para la colonización de la Alta California, un trabajo de mayor calibre ante las implicaciones geopolíticas que le implicaba al virreinato incorporar de manera definitiva la frontera septentrional que se veían amenazada de ser perdida ente los rusos o los ingleses. Al igual que en su trabajo de la Sierra Gorda, implementa la creación de comunidades indígenas para instruirlas en el catolicismo y en el orden civilizatorio español, fundando la mayor parte de las que hoy son las principales ciudades californianas, pero desafortunadamente sus sistema fue desmembrado para 1770 deteriorando las condiciones en las que vivían los indígenas, algo que no hizo que cesase su actividad misionera que terminaría con su muerte en 1784 en la misión de San Carlos de Monterrey. A pesar de que en la actualidad se le acusa a Junípero Serra de haber cometido abusos contra los indígenas de California, en el caso de la Sierra Gorda se le recuerda con cariño al haberles dado una vida digna que duraría hasta la modernización.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura

Federico Flores Pérez

Bibliografía: Diego Prieto Hernández. Las misiones de Fray Junípero Serra en la Sierra Gorda queretana, de la revista Arqueología Mexicana no. 77

Imagen: Fray Junípero Serra, Misión de Landa, Querétaro, siglo XVIII.