Las repúblicas de indios y sus relaciones con los españoles.

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Para el proyecto de segregación colonial destinado a constituir las repúblicas de españoles y las de indios, se enfrentaron a una dificultad adicional debido a los efectos de las diversas epidemias que azotaron a lo largo del siglo XVI. Estas epidemias cambiaron su patrón de afectación, pasando de impactar a la población en edades comprendidas entre 0 y 30 años, a afectar a los niños neonatos hasta los 5 años, lo que tuvo un impacto significativo en la recuperación demográfica de los indígenas.

Esta situación se vio agravada por la imposición del matrimonio monogámico como parte de la vida cristiana, lo cual suprimió otras formas de relaciones familiares que eran comunes en tiempos prehispánicos, como la poligamia o la poliginia. Como resultado, las familias que seguían estos esquemas familiares fueron obligadas a disolverse para forzar al varón a elegir a su esposa legítima. Como consecuencia de estas decisiones, las otras parejas y su descendencia quedaban como ilegítimas, perdiendo así cualquier tipo de legitimidad. Estas familias eran expulsadas de la casa principal y quedaban en una situación de miseria, sin recibir ningún tipo de apoyo, incluso llegando al extremo de favorecer a la mujer que aceptara convertirse al cristianismo en detrimento de aquellas que no lo hacían.

Los trabajos de evangelización se llevaron a cabo en estrecha colaboración entre los frailes del convento y las autoridades indígenas del cabildo. Los frailes solicitaban a los miembros del cabildo la realización de diversas obras, como la construcción de conjuntos eclesiásticos, la decoración de templos, la financiación de la liturgia y el mantenimiento de escuelas de primeras letras para los niños.

El cabildo se organizaba para disponer de los miembros de la comunidad y llevar a cabo los trabajos necesarios. También se encargaba de adquirir los materiales necesarios para las actividades religiosas, siendo común enviar a alguien de la comunidad a comprar lo necesario en los grandes mercados fuera del pueblo.

Con la incorporación de las cofradías y las mayordomías como elementos de organización, las responsabilidades del cabildo disminuyeron gradualmente. Las cofradías se encargaban de realizar ciertos trabajos como parte de sus actividades devocionales al culto de su santo patrono y la organización de los festejos.

A pesar de que la división entre las comunidades españolas e indígenas tenía como objetivo evitar los abusos y garantizar una conversión adecuada al cristianismo, esto no impidió que los españoles cometieran actos de violencia contra los indígenas. Estos actos incluyeron casos extremos, como la ejecución ordenada por el obispo Juan de Zumárraga del cacique don Carlos Ometochtzin, así como decretos de exilio y castigos físicos como azotes o encarcelamientos en las celdas de los conventos. Además, hubo actos de agresión motivados por la arrogancia de los españoles.

Estas acciones generaron desconfianza entre los indígenas hacia los españoles. Frente a la falta de comprensión por parte de los funcionarios o los frailes, era común que los indígenas adoptaran una actitud cerrada hacia los españoles y mostraran sumisión para evitar provocar su ira y replicar la relación que existía entre ellos. Sin embargo, también es cierto que, junto con estas relaciones conflictivas, hubo casos de genuina amistad o entendimiento. Algunos frailes permitían la celebración de expresiones de la antigua religiosidad y actuaban como intermediarios frente a los abusos de otros españoles. Además, los niños españoles a menudo actuaban como un puente entre las dos comunidades al establecer relaciones sinceras con los niños indígenas, basadas en la amistad.

Como resultado del choque entre culturas tan diferentes, surgió una natural falta de comprensión tanto por parte de los españoles como de los indígenas hacia las actitudes que reflejaban su idiosincrasia. Los frailes fueron quienes más dificultades encontraron para entender estas diferencias, y solo lograron hacerlo a través de la convivencia y el trato directo con los indígenas. A su vez, los indígenas hicieron todo lo posible por preservar sus costumbres, adaptándolas y reinterpretándolas, convirtiendo algunas de sus creencias en supersticiones que fueron consideradas inocuas.

Dentro de su propio entendimiento, los indígenas llegaron a cuestionar lo que consideraban incoherencias de la cultura española. Por ejemplo, algunos, como don Carlos, llegaron a considerar a las diferentes órdenes mendicantes como religiones diferentes, lo que les llevaba a seguir practicando su religión original. También había quienes creían que podían deshacer el bautismo lavándose la cabeza después, e incluso algunos se negaban a comer los animales traídos por los españoles por temor a convertirse en ellos.

A pesar de la sumisión al orden virreinal, algunos indígenas buscaron rebelarse contra él. Algunos recurrían a la figura del nahual, que se transformaba en jaguar para atacar a los españoles que maltrataban a los indígenas. También hubo casos de indígenas que decidieron practicar sus costumbres ancestrales y fueron castigados por ello, como el sacerdote tlaxcalteca que fue lapidado por su pueblo.

El mestizaje fue un fenómeno generalizado tanto en el contexto hispano como en el mesoamericano, y se produjo de manera fluida, aunque con matices en su desarrollo. Una de las formas más destacadas fue la consensuada, que involucraba a las familias nobles indígenas, las cuales casaban a menudo a sus hijas con funcionarios españoles para asegurar sus privilegios en el orden virreinal.

Paralelamente, era común que los españoles que residían en las repúblicas de indios (ya fueran autoridades civiles, hacendados o miembros del clero) establecieran relaciones clandestinas o de amasiato con mujeres indígenas. A pesar de la ilegalidad de estas uniones, las familias indígenas no solían denunciarlas, guardando el secreto y considerando a los hijos de estas relaciones como indígenas, lo que propiciaba el mestizaje de forma encubierta.

El número de mestizos aumentó gradualmente, principalmente en contextos urbanos, donde quedaban fuera de las categorías de españoles e indígenas. Hacia finales del siglo XVIII, los mestizos se convirtieron en el grupo mayoritario, representando aproximadamente el 37% de la población.

Este proceso de mestizaje no solo fue demográfico, sino que también tuvo implicaciones culturales y sociales significativas, contribuyendo a la formación de una nueva identidad y un tejido social más complejo en la sociedad colonial.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía:

 – Pablo Escalante Gonzalbo y Antonio Rubial García. El ámbito civil, el orden y las personas, del libro Historia de la vida cotidiana, volumen 1

 – Elsa Malvido. La población, siglos XVI al XX.

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Imagen: Códice Azoyú 2, siglo XVI. 

Los europeos y los recursos americanos.

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El contexto natural de América resultó demasiado complejo para las diferentes naciones europeas que llegaron a conquistar diversas zonas del continente, lo que llevó a resultados muy variados que determinaron las formas de gobierno en los reinos y colonias. El Perú fue el que mejor cumplió con las aspiraciones de los conquistadores españoles, ya que el Imperio Inca valoraba enormemente los metales preciosos como el oro y la plata. Según las fuentes históricas, se pagó un rescate de cerca de 1,326,536 pesos de oro y 51,600 marcos de plata por la liberación de Atahualpa, quien fue secuestrado por Francisco Pizarro. En cambio, los señoríos mesoamericanos resultaron una decepción para los españoles, aunque obtuvieron a cambio importantes contingentes de mano de obra indígena y el excedente de su producción agrícola.

Por otro lado, la experiencia de los ingleses en Norteamérica fue diferente. Encontraron territorios gélidos donde solo podían aprovechar la obtención de pieles de animales. Sin embargo, a partir de Nueva Inglaterra hacia el sur, tenían la posibilidad de obtener cosechas importantes con los excedentes de sus recursos.

Los colonos ingleses veían con desaprobación la práctica de cultivos temporales de los indígenas del sur de la Costa Este, quienes abandonaban sus tierras estacionalmente para trasladarse como nómadas a otros territorios. Esta costumbre explicaba, según los colonos, la aparente pobreza y baja densidad de población de los indígenas, a pesar de contar con abundantes recursos naturales. Sin embargo, esta movilidad dificultaba el establecimiento de relaciones de servidumbre con los indígenas.

En contraste, los españoles lograron someter tanto el territorio mesoamericano como el andino, regiones que tenían milenios de organización civilizatoria donde existían relaciones de sumisión entre el pueblo y sus gobernantes. Por lo tanto, las autoridades y conquistadores españoles simplemente se integraron en estas estructuras preexistentes para obtener beneficios, aunque les resultaba difícil adaptarse a los sistemas de intercambio basados en semillas de cacao y plumas en lugar de oro y plata. Este tipo de dominio fue llevado al extremo del abuso por parte de los conquistadores españoles, quienes cometieron tropelías y saqueos contra los indígenas, utilizando la figura de la encomienda, todo con el fin de alcanzar los mismos niveles de riqueza que la nobleza peninsular.

El maíz fue fundamental en la construcción del modo de vida indígena en gran parte del continente americano, permitiéndoles generar excedentes que les permitían mantener a sectores de la sociedad apartados de las actividades de subsistencia, especialmente en las regiones mesoamericanas y andinas. Aunque los españoles comenzaron a adoptar gradualmente la costumbre de consumir tortillas mesoamericanas, siempre añoraron el trigo y se esforzaron por introducirlo en el continente para que los indígenas lo cultivaran y así poder disponer de pan, ya sea de salvado para los colonos pobres o pan blanco, el cual tenía el doble de precio, para los adinerados. Esto se realizaba sin llamar la atención de los indígenas, quienes solo cultivaban trigo debido a la demanda española.

Contrariamente a lo que se pueda pensar, los ingleses valoraron la presencia del maíz y rápidamente lo adoptaron como alimento principal en las colonias. Esto se debió a la facilidad de su cultivo y a la dificultad de adaptar cultivos como el trigo, la avena y la cebada. Solo a finales del siglo XVII se logró establecer sembradíos de estos granos en la colonia de Chesapeake, sin que estos reemplazaran al maíz.

Con la llegada de los europeos también llegaron los animales de cría, destinados a proporcionar una fuente permanente de carne en su dieta o a servir como medio de transporte, como en el caso de los caballos. Sin embargo, los indígenas se vieron enfrentados a una serie de problemas, ya que el ganado solía destruir sus cultivos al adentrarse para alimentarse. En el caso de los españoles, delegaban la responsabilidad de la cría del ganado a los colonos pobres, quienes establecieron estancias y fincas para este fin.

Esta actividad económica resultó ser de gran importancia para territorios como la costa peruana, Chile y el norte de México, donde las sociedades giraban en torno a la cría de ganado, el cultivo de productos agrarios españoles como cereales, vid y aceites, así como la manufactura de artículos hispanos. Algunos cultivos indígenas adquirieron una importancia capital para la economía española, como fue el caso del cacao, el tabaco, el añil y la grana cochinilla, los cuales tuvieron una alta demanda en los mercados europeos y pronto fueron monopolizados por algunos terratenientes. Además, la cría de ganado vacuno y la producción de azúcar resultaron más prósperas que en la península, convirtiéndose en productos de exportación.

Los colonos ingleses se vieron obligados a conformarse con vidas más modestas al darse cuenta de la imposibilidad de encontrar las riquezas que los españoles habían hallado. Se vieron obligados a tener fincas pequeñas que debían defender de los indígenas y a ingeniar formas de aprovechar al máximo los recursos disponibles. No había forma de competir con las riquezas provenientes de los yacimientos de plata en México y Perú. La única manera de hacer sostenibles las colonias fue aprovechar las fértiles tierras de Chesapeake, donde descubrieron que eran adecuadas para el cultivo del tabaco. El éxito de las exportaciones de tabaco fue tal que intensificaron su cultivo y la población creció de forma exponencial, pasando de 2,500 habitantes en Virginia hacia 1620 a 100,000 al final del siglo.

Otra salvación para los colonos fue la posesión de la isla de Barbados en el Caribe hacia 1625, tras ser abandonada por los españoles. Descubrieron que sus tierras eran ideales para el cultivo de caña de azúcar y algodón, convirtiéndola en una potencia productora gracias a las técnicas importadas de Brasil por los portugueses durante las décadas de 1640 a 1650.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: John Elliot. Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830).

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Imagen: David B. Scott. Cultivos de tabaco en Jamestown, Virginia, hacia 1615, grabado de 1878.

Los itzaes del Peten ante la conquista española.

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Para el periodo Posclásico, la península de Yucatán experimentó un proceso de unificación política bajo el dominio de una triple alianza de reinos. Chichén Itzá, habitada por los itzaes; Uxmal, por los Xiu; y Mayapán, con los cocom, conformaban esta alianza. Sin embargo, en el siglo XIII, esta triada se deshizo cuando los cocom invadieron Chichén Itzá, estableciéndose como la potencia hegemónica. La derrota obligó a los itzaes a huir y establecerse en el Petén, territorio que distaba de su periodo de esplendor durante el periodo Clásico. Mientras tanto, el resto de los estados mayas de la península se sumieron en un periodo de guerras que provocó su decadencia cultural y social.

Durante un lapso de 250 años, los itzaes lograron constituir una nueva capital en una isla en medio del lago Petén Itzá, la cual recibió el mismo nombre. También fue conocida como Tayasal o Nojpetén. Este nuevo reino se estableció como la potencia dominante en la región del Petén, que para entonces había perdido importancia frente a los pequeños estados mercantes de la costa yucateca y los cacicazgos internos.

El reino fue uno de los primeros en ser visitados por los españoles en la región, siendo Hernán Cortés quien lideró una expedición a la Hibueras el 16 de marzo de 1525, acompañado por su comitiva de guerreros mexicas y tlaxcaltecas (para ese entonces, ya había ejecutado a Cuauhtémoc en Itzamkanak). Fueron recibidos por el halach huinic Ah Canek, quien los atendió de manera cordial. Según los informes, le dijo a Cortés que ya tenían conocimiento de su presencia gracias a su campaña inicial en Tabasco, y les prometió su conversión al cristianismo y su aceptación de la sumisión a la corona española.

Aunque la breve estancia dejó muy buenas impresiones en Cortés, los pueblos vecinos, como los cehache, advirtieron sobre la beligerancia de los itzaes en la región y cómo eran considerados como formidables guerreros. Esto se confirmó más tarde cuando se informaron sobre las acciones de los españoles en los estados circundantes, lo que les permitió a los itzaes diseñar una estrategia para mantener su independencia y enfrentar la llegada de nuevas expediciones españolas.

Dado que la península yucateca resultó ser una decepción para los españoles en cuanto a los recursos que podían obtener de los indígenas, su control se restringió únicamente al noroeste. En el sureste, su presencia se limitaba a Bacalar, como resultado de la brutalidad de las campañas de conquista lideradas por Francisco de Montejo y las incursiones de Alonso de Ávila. Como respuesta a estas circunstancias, la corona dictó disposiciones que enfatizaban que cualquier avance hacia el resto de la península debía realizarse de manera pacífica y como parte del proceso de evangelización.

Fue así como hasta finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, los franciscanos comenzaron a hacer acto de presencia en la zona, principalmente en los alrededores de la bahía de Chetumal. Dos franciscanos llegaron a Petén Itza alrededor de 1618, procedentes de Mérida. Sin embargo, esta visita dejó una mala impresión entre los itzaes, ya que uno de los religiosos destruyó una estatua de su dios Tzimin Chac (según las historias, se trata de un caballo que Cortés dejó como regalo y que posteriormente fue deificado). En respuesta, los itzaes iniciaron una política de aislamiento e intolerancia hacia cualquier intento de visita por parte de misioneros o mayas conversos que pudieran servir como espías para los españoles.

Para entonces, los itzaes estaban bien informados sobre la creciente animadversión de los mayas habitantes de Bacalar hacia los abusos de los colonos y los problemas ocasionados por los cambios en el clero religioso, especialmente cuando los franciscanos fueron reemplazados por el clero secular. Estos últimos no lograron cumplir con el compromiso de la evangelización y tuvieron que ser sustituidos nuevamente por los franciscanos. Esta situación desencadenó una serie de problemas en el territorio vecino conocido como Dzul Winiko’ob, que incluía poblaciones como la antigua ciudad de Lamanai y Tipú. Ante esta situación, los itzaes comenzaron a promover la discordia para alejar a los españoles de sus fronteras.

Los esfuerzos de los itzaes tuvieron éxito al lograr fomentar la rebelión de Tipú y expulsar a los misioneros de la región durante la Cuaresma de 1633. Además, el escaso interés mostrado por los españoles hacia la región, al no encontrar recursos que explotar, llevó a la decisión de evacuar a los mayas manchés, de filiación chol, que se habían convertido al cristianismo. Este movimiento contribuyó a convertir al Petén en una zona de resistencia ante la dominación española.

Con esto, el sureste se convirtió en un territorio indómito al que los mayas del noroeste podían huir cuando sufrían abusos por parte de las autoridades españolas. Sin embargo, esto no significaba un completo aislamiento de los mayas rebeldes respecto a los territorios colonizados. Muchos de ellos mantenían lazos familiares en los pueblos hispanizados y continuaban comerciando entre sí. Como resultado, los mayas «teppche» comenzaron a adoptar ciertas costumbres occidentales, como la plena utilización de herramientas de hierro en las labores indígenas, el uso de camisones e incluso el inicio de un proceso de mestizaje religioso.

No se limitaba únicamente a Petén Itza, ya que esta solo era el centro político de varias poblaciones ocultas en la selva. Por lo tanto, los españoles nunca comprendieron completamente las dimensiones del enemigo. Incluso cuando lograron conquistar la ciudad hacia 1699, no podían estar seguros de su control, ya que la isla se convirtió en el único punto bajo su dominio frente a miles de enemigos que los rodeaban. Este problema nunca se resolvió y se manifestó en conflictos posteriores, como la rebelión de Jacinto Canek o la Guerra de Castas en el siglo XIX.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Sergio Angulo Uc. Los mayas del Peten y el presidio de Los Remedios. Historia de una colonización tardía, 1700-1760.

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Imagen: S. Puerto y O. Quintana. Esquema de los espacios urbanos del centro de Tayasal, 2014.

Las primeras exploraciones a la península de Baja California.

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Una vez asegurado el dominio español sobre el imperio mexica, Hernán Cortés se dedicó a explorar el territorio en busca de oportunidades para expandirse tanto territorialmente como para aumentar su fortuna. Fue muy afortunado haber encontrado la costa del océano Pacífico, ya que esto le permitiría seguir el objetivo principal de la presencia ultramarina española: establecer un camino directo a Asia. Decidió establecer su primer astillero en Tehuantepec para comenzar a construir barcos para emprender el viaje transoceánico. En 1527, envió una expedición comandada por Álvaro de Saavedra Cerón hacia las Islas de la Especiería (Molucas) con el objetivo de localizar a la expedición de Jofre de Loaysa. Sin embargo, el establecimiento de la primera Audiencia de México, presidida por Nuño de Guzmán, frenó cualquier posibilidad de continuar su camino hacia el Lejano Oriente. Debido a estos obstáculos, Cortés se vio obligado a regresar a España en 1529 para presentarse ante la corte y defender sus derechos. Fue recibido por la reina Isabel de Portugal, quien le otorgó el Marquesado del Valle de Oaxaca y la autorización para descubrir y poblar islas en el Pacífico, así como para gobernar sobre tierras americanas del poniente que no estuvieran adjudicadas a gobernadores en funciones.

Con el respaldo real, Cortés regresó a la Nueva España para construir sus barcos tanto en Tehuantepec como en Acapulco. Se construyeron el Concepción y el San Lázaro en el primero, y el San Miguel y San Marcos en el segundo. La última nave fue utilizada para enviar a Diego Hurtado de Mendoza como avanzada, pero naufragó a finales de julio de 1532, resultando en la muerte del capitán. Sin embargo, los sobrevivientes afirmaron haber descubierto unas islas, las Marías.

La Audiencia de México hizo todo lo posible por obstaculizar la carrera de Cortés. Prohibió el uso de los cargadores tamemes para retrasar la construcción de las naves, lo que llevó a Cortés a reclamar al Supremo Consejo de Indias para que intercediera y le permitiera cumplir sus compromisos con la Corona. A pesar de los problemas, la pequeña armada quedó completa para octubre de 1533, zarpando del puerto de Santiago el Concepción bajo el mando de Diego Becerra y el San Lázaro con Hernando de Grijalva. Durante el viaje, el Concepción experimentó un conato de motín, tras el cual los rebeldes fueron dejados en las costas de Nueva Galicia. Mientras tanto, Grijalva parece haber logrado llegar a la isla de Revillagigedo.

Guiados por las historias transmitidas por los indígenas de Colima, las cuales mencionaban la existencia de unas islas con grandes riquezas y pobladas exclusivamente por mujeres, Hernán Cortés se sintió motivado a continuar las exploraciones en el Pacífico. Durante una expedición liderada por Fortún Jiménez en el Concepción, se afirmó haber encontrado una gran isla donde se criaban perlas. Sin embargo, esta expedición tuvo un final trágico: Jiménez murió a manos de los indígenas junto con otros veinte expedicionarios, mientras que el resto logró hacerse a la mar y llegar a la villa de La Purificación. A pesar de las pérdidas, Cortés se convenció de continuar con su empresa de explorar el océano, con la esperanza de encontrar grandes riquezas.

Aunque no se sabe cuándo recibió este nombre, la semejanza de la isla con las historias de los indígenas de Colima llevó a Cortés a llamar a este nuevo territorio California. Este nombre se relaciona con un territorio de las historias europeas, como la novela «Las Sergas de Esplandián», donde se atribuían grandes riquezas a un lugar habitado por guerreras amazonas.

A pesar de contar con el beneplácito de la corona, la audiencia dirigida por Guzmán tenía amplias facultades legales para disputar la soberanía de los territorios descubiertos. Comenzaron incautando la nave Concepción aprovechando su localización en la Nueva Galicia, lo que provocó que Cortés se dirigiera a reclamar su posesión ante Nuño de Guzmán mientras enviaba tres naves rumbo a Chiametla. Al no obtener resultados, Cortés decidió encabezar personalmente la expedición y partió al territorio que hoy ocupa la capital, La Paz, llegando el 1 de mayo de 1535 y desembarcando el 3 de mayo. Decidió llamar al lugar Santa Cruz en honor al día del santoral. Cortés se encargó de organizar la nueva colonia mientras enviaba sus naves para transportar colonos y provisiones desde Nueva Galicia. Sin embargo, solo lograron llevar los suministros, ya que la hostilidad del territorio impidió que la colonia prosperara. Además, el interés por las perlas, que eran el principal atractivo, disminuyó a medida que la necesidad de buscar sustento se volvió más apremiante.

Los esfuerzos de Cortés por sostener su nueva colonia resultaron en un fracaso, y con la llegada del primer virrey, Antonio de Mendoza, se solicitó la evacuación de Santa Cruz. Sin embargo, esto no detuvo a Cortés. En julio de 1539, envió al capitán Francisco de Ulloa para continuar explorando la «isla» en busca de tierras fértiles. Esta expedición descubrió que no se trataba de una isla, sino de una península, aunque terminó perdiéndose. Con esto, Cortés vio finalizada su carrera como explorador, y sería el gobierno de Mendoza quien continuaría con la exploración de las costas del Pacífico.

A pesar de que otras expediciones, como la de Hernando de Alarcón, que llegó al delta del río Colorado, demostraron que era una península, persistió la idea errónea de que era una isla. Ninguna expedición logró encontrar algo que motivara la colonización de la península, y este objetivo fue olvidado tras el descubrimiento y conquista de Filipinas. Sin embargo, paradójicamente, el descubrimiento de la ruta del Tornaviaje, donde los barcos navegaban hacia el norte para que las corrientes los llevaran por la costa hacia Acapulco, hizo que el control de California fuera vital para la ruta hacia Oriente. Esta importancia también fue reconocida por los piratas ingleses que llegaron a la zona.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ignacio del Rio. A la diestra mano de las Indias. Descubrimiento y ocupación colonial de la Baja California.

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Imagen: Diego Muñoz Camargo. Conquista de «Tonatiuh Yuetziyan», identificado como California. Lienzo de Tlaxcala, lamina 73, original del siglo XVI con edición facsimilar del siglo XVIII.

La llegada de las ordenes de monjas novohispanas.

Desde la conquista española y de forma más limitada durante el siglo XX, los conventos de monjas han desempeñado un papel crucial como medio de conexión entre la sociedad y el clero. Estos conventos han otorgado a las mujeres cierto nivel de participación en los procesos de dirección de las devociones religiosas de la población, lo que se ha traducido en la prestación de servicios caritativos a las clases menos privilegiadas.

De esta manera, los conventos han proporcionado a las mujeres un papel activo en la sociedad. Por ejemplo, en el caso de los potentados novohispanos, para ganar el prestigio de sus familias y ser considerados como piadosos y devotos, a menudo ofrecían generosas limosnas para mantener los conventos o enviaban a sus hijas a profesar como monjas, cubriendo la dote como «novias de Cristo» para formalizar su vida como novicias.

Los recursos obtenidos tanto a través de las limosnas como de las dotes no solo se destinaban al sustento de las monjas, sino que también se utilizaban para financiar programas educativos como la enseñanza de primeras letras y catecismo para mujeres, así como para proporcionar servicios hospitalarios. Además, estos recursos se empleaban para financiar la formación y consagración de mujeres con vocación religiosa que carecían de los medios económicos para costearlo por sí mismas.

Siendo la primera orden en llegar a la Nueva España, los franciscanos organizaron el proceso de integración de las mujeres a la vida religiosa, junto con la tarea de la evangelización. Esto se llevó a cabo mediante la formación de congregaciones de laicas a través de las segundas y terceras órdenes, donde los frailes ejercían como guías espirituales para hijas de conquistadores o de la nobleza indígena.

Para consolidar el modelo monacal, se siguieron las directrices establecidas en el Concilio de Trento, que requerían que las órdenes guardaran los votos de clausura absoluta y obligatoria para mantener un estilo de vida contemplativo. Sin embargo, también se permitió que ciertas congregaciones mantuvieran cierto contacto con la sociedad o encontraran formas de sustento a través de la producción de bienes.

El modelo monacal tuvo tanto éxito que hacia finales del siglo XVIII se contabilizaban alrededor de medio centenar de conventos en la Nueva España, destinados a atender a diferentes sectores sociales. Además de la presencia de clarisas como una rama de la Orden de San Francisco, también había dominicas, carmelitas y jerónimas, cada una con diferencias profundas en cuanto a las actividades doctrinales y las funciones que desempeñaban ante la sociedad.

Una de las particularidades del establecimiento de las órdenes monásticas femeninas en la Nueva España es que no surgió por iniciativa de las órdenes mendicantes, sino que fue impulsada por mujeres de las primeras generaciones coloniales que se encontraban marginadas de la sociedad, como viudas, doncellas y huérfanas españolas. Para estas mujeres, ingresar a un convento representaba una forma de encontrar protección social y espiritual, y el clero vio en esto una oportunidad para ayudarlas.

El primer sistema de organización confesional para las mujeres fue a través de los beaterios, donde las «beatas» o beguinas eran laicas que asumían votos y compromisos religiosos bajo la supervisión de un sacerdote o fraile. Este sistema de beaterios persistió incluso después del establecimiento de los monasterios, sirviendo como alternativa para mujeres muy pobres. A partir de los beaterios, surgieron las clarisas, las concepcionistas y las dominicas, mientras que en el siglo XVII llegaron las carmelitas descalzas y las agustinas.

Por ejemplo, el Convento de la Concepción en la Ciudad de México se estableció a partir del beaterio de la Madre de Dios, las carmelitas descalzas del beaterio de San Nicasio y las dominicas de Santa Catalina del beaterio de Nuestra Señora de Santa Ana. Estos beaterios incentivaron la llegada de monjas profesas, invitadas por las mismas beatas debido a la afinidad que sentían hacia determinadas órdenes.

La fundación de un nuevo convento conllevaba todo un ritual, que comenzaba con la invitación de la comunidad solicitante a los monasterios matrices. Estos enviaban una primera generación de hermanas, que llevaban un velo negro hasta llegar a su nuevo hogar. Estas hermanas debían establecer tanto las reglas de su propia orden adaptándolas al lugar, como el establecimiento del coro.

En algunos casos, las monjas que salían del convento para fundar otro cambiaban de orden en el nuevo, un proceso que requería la aprobación papal.

Una de las preocupaciones de las monjas era proporcionar protección a las mujeres desamparadas de las comunidades donde se establecían. Para ello, implementaban programas de reclusión forzosa para las recogidas de casadas, «perdidas» y «arrepentidas», transformándolos en conventos o colegios monacales. También se encargaban de integrar a la vida religiosa los beaterios que se encontraban en las poblaciones, con el objetivo de convertir a las beatas en religiosas. Sin embargo, muchas veces estas últimas se negaban y preferían mantener su vida «laica».

El primer convento de monjas en la Nueva España fue el de la Purísima Concepción, fundado bajo la iniciativa del obispo fray Juan de Zumárraga en 1540. Sin embargo, su reconocimiento tanto ante la ley como ante el rey no se produjo hasta 1567. Desde entonces y hasta 1633, se fomentó la fundación de nuevos monasterios en la Nueva España, llegando a un total de 30, que representaban más de la mitad de los conventos fundados en ese período.

La necesidad de establecer comunidades monásticas se debió a la consolidación de la población virreinal en las ciudades, que crecía tanto de forma natural como por la llegada de migrantes. Además, existía un fervor devocional hacia Santa Teresa de Ávila, cuya devoción fue aprobada por Roma a pesar de su temprana muerte en 1582. Esto fue un reflejo de la consolidación de la influencia cultural española en las Indias.

Las comunidades monacales se concentraron principalmente en las grandes ciudades, siendo la Ciudad de México y Puebla las que albergaban la mayoría. Otras ciudades como Guadalajara, Oaxaca, Valladolid, Querétaro, Mérida, San Cristóbal de las Casas y Atlixco solo fundaron un convento cada una. Las órdenes más numerosas fueron las concepcionistas con 13 conventos, seguidas de las clarisas con 5, las dominicas con 6, las jerónimas descalzas con 3 y las carmelitas descalzas con 1.

El auge de las comunidades monacales llegó a su fin con la llegada del virrey-obispo Juan Palafox y Mendoza en 1641, quien aceleró la secularización del clero y asumió la administración de los recursos de los conventos bajo el episcopado.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Rosalva Loreto López. Hermanas en Cristo. Balances, aproximaciones y problemáticas del monacato novohispano, del libro Mujeres en la Nueva España.    

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Imagen:

  • Izquierda: Convento de la Purisima Concepcion, Ciudad de Mexico, siglo XVI.
  • Derecha: Anónimo. Monja capuchina leyendo a un nativo, siglo XVIII.

La construcción de la narrativa de Cuauhtémoc.

A lo largo del tiempo, las narraciones sobre ciertos eventos adquieren diferentes significados según los intereses de la época, ya sea exaltando episodios o personajes específicos por el significado que se les atribuye. En el caso de México, uno de los temas centrales es la Conquista de Tenochtitlan, cuyo simbolismo ha variado desde la celebración por la integración al mundo occidental hasta la condena por la destrucción de la civilización indígena.

Uno de los personajes que se ha convertido en un héroe del nacionalismo mexicano es Cuauhtémoc, el último tlatoani de la Triple Alianza. A él le tocó liderar la resistencia contra las tropas hispanas y sus aliados indígenas, comandadas por Hernán Cortés. Cuauhtémoc se encontró acorralado en Tlatelolco y trató de escapar con una comitiva en secreto, pero fue descubierto por un bergantín que lo capturó. Fue martirizado para que confesara dónde estaba el tesoro real y finalmente fue ahorcado en un proceso polémico durante el viaje de Cortés a las Hibueras.

La construcción de la identidad de Cuauhtémoc comenzó con las primeras narraciones, que varían en cuanto a su edad. Algunas lo presentan como un joven príncipe de 17 o 18 años, sobrino de Moctezuma Xocoyotzin, como lo menciona la crónica de Francisco de Aguilar. Por otro lado, Bernal Díaz del Castillo lo describe con 25 o 26 años. Cabe destacar que ambos estuvieron presentes en los hechos, por lo que diferentes escritores eligen la fuente que mejor les conviene y ofrecen distintas versiones. Por ejemplo, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl apuesta por la imagen del príncipe adolescente, mientras que Antonio de Solís se inclina por la versión de Díaz del Castillo.

Con el paso del tiempo, la identidad criolla novohispana se fortalece y comienza a asociarse más con el bando indígena que con el de los conquistadores (aunque los frailes evangelizadores siguen siendo vistos como los salvadores de los indígenas). En consecuencia, las nuevas narraciones le otorgan a Cuauhtémoc virtudes y hazañas para enaltecer esta visión heroica y trágica de su vida. Este fenómeno se acentúa con la llegada de la independencia, donde se resalta la asociación nacionalista con el devenir de los mexicas, y por ende, sus líderes son considerados héroes. Tanto liberales como conservadores recibieron con agrado la versión ofrecida por el historiador estadounidense William Prescott en su «Historia de la Conquista de México», quien retrata a Cuauhtémoc como un gran guerrero y lo asocia a la relación que tuvo Aníbal con los romanos.

Con el transcurso de los años, esta actitud se radicaliza hacia una posición más extrema, presentando a Cuauhtémoc como el defensor de los valores de la mexicanidad frente a los invasores extranjeros. Para los liberales, exaltar las figuras de aquellos que enfrentaron a los españoles, como Cuitláhuac, Cacama y Coanacoch, se convirtió en una forma de enaltecer la valentía originaria. Incluso se incluiría en este relato patrio a aquellos que fueron contrarios a los mexicas, como Xicoténcatl el Joven o el mítico Tlahuicole, quienes servían como ejemplo de valentía ancestral.

El episodio de la huida sucedida cuando Tlatelolco estaba casi tomada fue relatado por el religioso Francisco López de Gómara, cuya obra es polémica porque nunca viajó a las Indias, pero sí conoció a muchos de los conquistadores de México, como el propio Cortés, y basándose en ello hizo su versión de la conquista. En su relato, destaca la fascinación causada por la huida y captura de Cuauhtémoc, a quien ve como parte de un estratega cuyo objetivo era continuar la guerra.

Mientras que Francisco de Aguilar señala que Cuauhtémoc fue capturado en una canoa pequeña con un remero, Gómara magnifica la escena, presentando a una gran comitiva capturada por el bergantín al mando de García Holguín. Además, Gómara describe al joven tlatoani en una actitud de resistencia, hasta que se da cuenta de lo bien armada que iba la embarcación y decide rendirse, una versión que también comparte Bernal Díaz del Castillo.

Todo esto se adereza con el tormento infligido a Cuauhtémoc para que revelara la ubicación del tesoro. Gómara escribe que cuando le quemaron los pies y le preguntaron por el tesoro, Cuauhtémoc respondió: «¿Estoy yo en algún deleite o baño?» Esta frase fue retomada en 1870 por el escritor y político Eligio Ancona en su novela «Los Mártires del Anáhuac», transformándola en «¿Estoy yo acaso en un lecho de rosas?»

Los cultos patrios en torno a los «héroes prehispánicos» jugaron un papel fundamental en el contexto del siglo XIX para ayudar a forjar la identidad nacionalista, especialmente en las primeras décadas, cuando el país enfrentaba varias invasiones extranjeras. La figura de Cuauhtémoc sirvió para infundir en los mexicanos que lucharon contra estadounidenses, franceses y españoles el espíritu de resistencia y la disposición para dar la vida por la patria.

El éxito de la facción liberal en la lucha contra los conservadores y en la derrota de la intervención francesa fortaleció la visión indigenista en la sociedad. Mientras tanto, figuras como Cortés y La Malinche fueron vistas como representantes de la facción derrotada, que simbolizaba a los extranjeros y a los traidores. La nación moderna emergente, victoriosa, pudo enorgullecerse de haber vengado a Cuauhtémoc y a los mexicas.

Este discurso se consolidó durante el Porfiriato, un período en el que finalmente llegó la ansiada «paz», lo que permitió al Estado consolidar el discurso nacionalista. Una de las grandes obras de este período fue el «Monumento a Cuauhtémoc» de 1887, creado por el escultor Miguel Noreña y el ingeniero Francisco M. Jiménez. Esta obra combinó elementos grecorromanos del legado clásico de la Academia de San Carlos con uno de los primeros ejemplos de arte «neoindigenista», inspirado en el arte prehispánico.

La exaltación de estos valores patrios realizada a finales del siglo XIX tenía como objetivo no solo educar al pueblo, que se encontraba en un proceso lento de instrucción, sino también enaltecer al régimen y al presidente Díaz. Se intentó vincular directamente a Díaz con Cuauhtémoc al distribuir biografías tanto del líder indígena como del general, para afianzar la idea de su papel como defensores de la «patria». Sin embargo, esta actitud fue observada por los medios críticos, como «El Hijo del Ahuizote», que en su caricatura «Una fiesta a Cuauhtémoc» expuso cómo toda esta parafernalia era simplemente una excusa para fortalecer el culto al presidente, construyendo la imagen oficialista de que el Estado era el heredero de la resistencia mexica, de Hidalgo y Juárez, y donde el general Díaz sería el heredero de la voluntad patria.

Esto contribuyó a que la figura de Cuauhtémoc trascendiera al régimen porfirista, al quedar definitivamente fijada como héroe en la sociedad. Su culto continuaría a través del aparato político del régimen revolucionario, impulsando la propaganda con su imagen e incluso inventando la supuesta tumba de Ixcateopan y su relato para dar mayor veracidad a las construcciones ideológicas realizadas en ese tiempo.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía:

  • Citlali Salazar Torres. En consecuencia, con la imagen. La imagen de un héroe y monumento: Cuauhtémoc, 1887-1913.
  • Guy Rozat Dupeyron. Cuauhtémoc. Tan cerca y tan lejos, de la revista Relatos e historias en México no. 48.

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Imagen:

  • Izquierda: S/D. Monumento a Cuauhtémoc, Miguel Noreña y Francisco M. Jiménez, hacia 1915.
  • Derecha: Joaquin Ramirez, La rendicion de Cuauhtémoc, 1892.

La problemática presencia española en las Filipinas.

Actualmente, la escasa memoria histórica que prevalece en la sociedad, junto con la mala enseñanza que ha sido dirigida para favorecer los intereses de unos pocos, ha borrado muchos episodios de la historia. Esto ha sido aprovechado por diversos grupos para reescribirla y ofrecer una versión romántica e idílica del pasado, como ocurre con los movimientos irredentistas que, sin mayores explicaciones, ensalzan antiguos imperios para asumirse como sus herederos.

Uno de estos casos lo encontramos en el fenómeno de los hispanófilos y su nostalgia hacia el imperio español. Hacen énfasis en las últimas colonias perdidas en manos del expansionismo estadounidense a finales del siglo XIX, como es el caso de Filipinas, el único enclave hispano en Asia. Incluso, si nos volvemos más exigentes, un sector del nacionalismo mexicano también la reivindica debido a sus 250 años de pertenencia al virreinato de Nueva España.

Sin embargo, con el paso del tiempo, se han olvidado las razones por las cuales Filipinas formó parte del mundo hispano, y especialmente las impresiones que se tenían sobre ese territorio. Si nos atenemos a los testimonios desde los siglos XVI hasta finales del XIX, queda claro que no eran en absoluto positivos.

Estamos hablando de un territorio que se localiza a una distancia de 11,000 kilómetros con respecto a España, donde no había ni oro ni plata, y las enfermedades estaban a la orden del día. Muy pocos españoles y novohispanos estaban dispuestos a asentarse en el archipiélago, y los que llegaban solo estaban impacientes para regresar lo más pronto posible a sus lugares de origen. Esta es una de tantas explicaciones por las cuales la cultura hispana resulta superficial dentro de la identidad filipina moderna. El único lazo que permitió cierto nivel de gobernabilidad del archipiélago en estos tres siglos han sido las órdenes mendicantes, donde los frailes tuvieron un poder mucho mayor que el que tuvieron en Hispanoamérica al asumir las funciones tanto religiosas como políticas y económicas de los pueblos. Fue por ellos que el catolicismo hispano sí lograría permear en los diferentes grupos indígenas.

Debido a la lejanía, fue que la monarquía le adjunta su responsabilidad a la Nueva España, la cual, tanto su gobierno como sus habitantes, mantuvieron al mínimo su interés sobre aquellas islas al solo proporcionarles defensas mínimas, reflejándose la debilidad de la colonia cuando se independiza México y España se vio obligada a asumir la responsabilidad de mantenerla.

Las defensas del archipiélago se tuvieron que valer de la formación de milicias locales de indígenas bajo el mando de unos cuantos militares españoles, muy alejado de lo que se logró con la formación de los ejércitos realistas en América y muy similar al modelo de las tropas coloniales de África y Asia. Aunque se debe destacar que, a pesar de que los militares no se interesaban en hablar los idiomas de los indígenas, lograron formar tropas muy eficaces.

Hasta 1771, la capitanía no poseía una armada propia y fue después de la invasión británica de Manila cuando decidieron formar la suya propia, la llamada «Armada Sutil», compuesta por algunos buques artillados que lograron contener la piratería. Fueron relevados por la Armada Real hasta mediados del siglo XIX. A lo largo de su existencia, las Filipinas españolas no se vieron comprometidas por invasiones de las potencias europeas, pero sí tenían a un poderoso enemigo al que poco podían hacer por frenar, y solo les quedaba contenerlos y evitar que cometieran atrocidades en los pueblos bajo su jurisdicción: los moros de Mindanao y Joló.

Antes de la llegada de los españoles, el archipiélago estaba prácticamente aislado de las dinámicas del sudeste asiático. Sin embargo, en el siglo XV, la llegada de comerciantes árabes y malayos marcó un cambio significativo. Comenzaron a islamizar a los pueblos isleños y a formar los primeros sultanatos, dando inicio a una mayor estructuración política con su propia concepción del islam. Esta transformación coexistía con las tribus animistas.

Así, los sultanatos empezaron a configurarse como estados feudales primitivos que dependían en gran medida de la mano de obra esclava para atender sus cultivos y la pesca. Se convirtieron en naciones guerreras que dependían de asaltar y esclavizar a otros pueblos para subsistir, siendo los asentamientos hispanos los que tuvieron que lidiar con ellos. Sin embargo, lo que los convirtió en enemigos implacables fue su profundo conocimiento del entorno insular. Utilizaban naves ligeras que les permitían navegar sobre los arrecifes, lo que les facilitaba realizar incursiones en los pueblos, incendiarlos y retirarse rápidamente con su cargamento de prisioneros.

Los gobernadores españoles tenían que lidiar con enemigos implacables, escurridizos y muy aguerridos. Apenas se recuerdan hazañas como la de Sebastián Hurtado de Corcuera al intentar someter a los moros del lago Lanao en 1637, siendo necesario mantener ataques constantes a las fortalezas musulmanas en las islas. Sin embargo, ninguna de estas expediciones lograría acabar de fondo con el problema, y la «Armada Sutil» tampoco lograría gran cosa. Fue solo hasta el siglo XIX, con la llegada de barcos de vapor y una mejor artillería, cuando las cosas comenzaron a favorecer a los españoles. Hacia 1896, el ejército estaba a punto de someter el lago Lanao, que era el último reducto de los moros, cuando tuvieron que retirarse al iniciarse la guerra de independencia.

Todo esto demuestra que el colonialismo no es un fenómeno idílico donde la superioridad de un pueblo se manifiesta de manera evidente. Se trata de periodos complejos para los territorios sometidos, donde la potencia colonial tenía que disponer de los recursos para mantener territorios fuera de sus fronteras, y su permanencia dependía de los vaivenes del tiempo.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Julio Albi de la Cuesta. Moros. España contra los piratas musulmanes de Filipinas (1574-1896).

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Imagen: Antonio de Brugada. Ataque a la isla y fuerte de Balanguingui, 16 de febrero de 1848. Fuente: https://www.elespanol.com/el-cultural/historia/20220202/ignorada-feroz-guerra-espana-siglos-piratas-filipinas/646935391_0.html

El fin de Santa Elena.

Los esfuerzos de los españoles por mantener a flote el establecimiento de Santa Elena estaban mostrando algunos resultados, ya que despertaron el interés de los indígenas por poseer mercancías de manufactura española o novohispana, a cambio de poder explotar los bosques de los alrededores. Además, los jefes de las tribus estaban enviando a sus hijas a estudiar el catecismo en las misiones de la colonia. Sin embargo, el poder español aún era muy frágil como para empezar a imponer condiciones. Esto quedó patente con la rebelión de los guales, oristas y escamazus a mediados de 1576 en respuesta al asesinato de algunos indígenas guales por parte del capitán Alonso de Solís. Estos indígenas habían asesinado a un cacique que se había convertido al catolicismo, y Solís consideró necesario ajusticiarlos.

Esta situación provocó que Santa Elena fuera sitiada por mes y medio por los indígenas, hasta que llegaron barcos procedentes de San Agustín para evacuar la villa. Cabe destacar que las mujeres mantuvieron una posición aguerrida, ayudando tanto a rescatar a sus maridos como a cargar con los víveres. Finalmente, todo quedó a merced de los indígenas, quienes incendiaron los edificios de madera.

Ni las menguantes redes de intercambio hispanas pudieron ganarse a los indígenas, tampoco lo lograron los franciscanos, quienes quedaron a cargo de la evangelización en 1573 después del fracaso jesuita. Llevaron a 18 frailes para predicar entre los guales y los oristas, pero su empeño no tuvo éxito y tuvieron que dejar la región hacia 1575.

Dos años después del abandono de Santa Elena, los españoles intentarían reocupar la villa de la mano del sobrino de Menéndez de Áviles, Pedro Menéndez Márquez. Este decidió reconstruir el fuerte, pero más hacia el suroeste de su ubicación original. Además, usaría elementos prefabricados armados en San Agustín para tener listas las defensas lo más pronto posible y así asegurar la defensa de la villa sin estar vulnerables ante los indígenas.

La expedición de 93 colonos logró rápidamente la segunda fundación de Santa Elena con construcciones de madera reforzadas con aplanados de cal para prolongar su duración. También se aseguraron de mantenerla bien abastecida de cañones y pertrechos para poder defenderse. El problema fue que muy pocos colonos del primer asentamiento regresaron; prefirieron quedarse en la seguridad de San Agustín.

Poco a poco, la nueva Santa Elena iba tomando forma a medida que se construían más casas. También se intentó hacer las paces con los indígenas, y algunas tribus llegaron a pagar un pequeño tributo para defenderse de las continuas incursiones francesas en la zona. Sin embargo, esto no fue señal de pacificación, ya que los españoles no dejaron de abusar de los indígenas, lo que provocaba que estos no pudieran salir de la villa sin correr el riesgo de ser asesinados.

Con ello, Santa Elena no recuperaría su papel como centro de poder y quedaría relegada a ser un presidio fronterizo. A pesar de los intentos de los colonos por dedicarse a la agricultura o la ganadería, incluso solicitando permiso al rey para llevar ganado, los terrenos cercanos a Santa Elena eran tan inhóspitos para la siembra que se consideró seriamente desmantelar la villa hacia 1580. El único recurso para mantenerse eran los ingresos provenientes del situado.

Fue crucial mantener la moral de los colonos para asegurar su permanencia en la villa. Por lo tanto, la vida religiosa y la firmeza del liderazgo de Menéndez Márquez y el oficial Gutierre Miranda fueron fundamentales para mantener el orden y la justicia en la villa, aunque fueron acusados de ser demasiado severos.

Se intensificaron los esfuerzos por asegurar la supervivencia de Santa Elena, como el reacondicionamiento del fuerte para hacerlo más grande, ya que representaba un problema para la defensa y gran parte de la obra se estaba arruinando debido a la humedad. Todos los soldados del presidio tuvieron que participar en las obras de construcción. Sin embargo, a pesar de estos trabajos, el destino de la villa fue sellado por el aumento de la presencia pirata. En 1586, Francis Drake atacó San Agustín y la destruyó, pero paradójicamente, cuando pasó por Santa Elena y la vio tan bien construida gracias a las recientes obras, decidió no atacarla.

Las pérdidas sufridas por los ataques de Drake hicieron imposible que los españoles pudieran mantener presencia en dos plazas. Aquí es donde entraron en juego los celos de Menéndez Márquez hacia la gestión de Miranda. A pesar de que la villa se mantenía en buenas condiciones, la influencia de Menéndez Marquez en el Consejo de Indias llevó a la orden de desmantelamiento de Santa Elena.

Así llegó Menéndez Márquez a Santa Elena el 7 de agosto de 1587 con la orden a los colonos de desmantelar la villa y la artillería para embarcarla y llevarla a San Agustín. A pesar de las protestas de Miranda, quien se negaba a abandonar la villa, el proceder del gobernador no cambió y los colonos tuvieron que abandonar sus casas y tierras con las pocas pertenencias que tenían. Aunque el abandono de Santa Elena fue un alivio para los colonos, quienes se sentían inseguros y tenían que pagar precios muy altos por los víveres, el reasentamiento en San Agustín tampoco fue sencillo al ver la villa destruida y tener que trabajar en la reconstrucción de las casas y las defensas.

Con esto, Santa Elena moriría definitivamente como proyecto de colonización de la Costa Este y su ubicación llegaría a perderse por muchos años debido a su posición en terrenos de marismas. Fue encontrada por arqueólogos en el siglo XX, dejando el territorio de Carolina y Georgia para que lo ocuparan los colonos ingleses.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Luis Arnal Simón. Inician las expediciones. Las grandes expediciones y fracasos, del libro Arquitectura y Urbanismo del Septentrión Novohispano. Fundaciones en La Florida y el Seno Mexicano, siglos XVI al XVII.

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Imagen: 

– Izquierda: S/D. Plano de los restos del fuerte de Santa Elena. Fuente: https://lostworlds.org/santa_elena_mission/

– Derecha: S/D. Excavaciones realizadas en Santa Elena, Carolina del Sur, 1979. Fuente: https://cnycentral.com/news/offbeat/remains-of-lost-spanish-fort-found-on-south-carolina-coast

La campaña de Montejo “El Mozo” sobre Yucatán.

Para mediados de 1531, Francisco de Montejo se encontraba en la recién fundada Salamanca de Campeche cuando recibió a la expedición de Alonso de Ávila, la cual había escapado milagrosamente de Chetumal y logrado llegar a Puerto Caballos en Honduras, desde donde unos barcos los llevaron de vuelta. Sin embargo, la presencia de los sobrevivientes no fue bien recibida por los mayas. Aunque los señoríos de Can Pech y Ah Canul habían aceptado el vasallaje a Montejo con la esperanza de enfrentarse a sus enemigos, a cambio recibieron una carga de tributos para mantener las tropas españolas, ser utilizados como mano de obra en la construcción de edificios y como servidumbre. Solo recibieron la promesa de bienestar y protección del rey, así como las primeras predicaciones del cristianismo. La falta de beneficios hizo que los habitantes de los cuchcabalob se mostraran más irritados por la presencia de los españoles y empezaron a conspirar para dejarlos a su suerte cuando estuvieran en una posición de debilidad, aprovechando la enemistad de los españoles con el halach huinic de Sotuta, Nachí Cocom, quien alistaba a su ejército para enfrentarlos.

Previamente, hacia el 11 de junio, Montejo enfrentó con su centenar de soldados a un ejército de coalición de varios señoríos del occidente de Yucatán en la llamada Batalla de San Bernabé. La táctica de los mayas consistía en capturar a Montejo para provocar la caída del frente. Se sabe que lograron aislarlo y sujetarlo, pero al no matarlo en el momento para llevarlo como prisionero, les dio la oportunidad a los expedicionarios de rescatarlo. Con armas de fuego y caballos, lograron derrotar a los guerreros mayas. Este éxito llevó a Montejo a entrar en la contraofensiva, organizando grupos armados para atacar a las poblaciones vecinas y reafirmar su dominio. Con esto, logró el sometimiento de Can Pech y Ah Canul, consolidando su ventaja mediante el establecimiento de una ruta naval que los comunicaba con Tabasco. Esto les permitió obtener refuerzos de 200 soldados.

Hacia mediados de 1532, Montejo ya tenía el dominio de Campeche y comenzó a organizar las expediciones de conquista de la península. Puso al mando a su hijo, Francisco de Montejo el Mozo, con una fuerza de 150 hombres, mientras él se quedaba en el puerto con una pequeña comitiva.


A pesar de la gran desventaja de contar con un reducido número de expedicionarios, Montejo confiaba en que la superioridad tecnológica podría hacer que los señoríos lo vieran como una fuerza necesaria para acabar con sus enemigos. Por lo tanto, planteaba reducir las acciones militares para dar paso a la diplomacia. De esta manera, podrían conformar una red de alianzas donde solo tendrían que preocuparse por neutralizar a esos rivales. Por otro lado, el Mozo dirigió su expedición hacia la costa norte, donde el cuchcabal de Ceh Pech los recibió en Motul para enfrentar a su rival Ah Kin Chel, asentado en Tecoh, una ciudad que tenía fama de ser grande. A pesar de los peligros, la expedición del Mozo fue recibida cordialmente por el halach huinic de Tecoh, quien se mostró dispuesto a entrar en alianza para combatir a Sotuta y Cupul. Durante las negociaciones, el Mozo expresó al halach huinic sus intenciones de fundar una villa española en el interior y que estaban en búsqueda de un lugar para establecerse. En este contexto, reveló la existencia de Chichen Itzá, que para entonces estaba abandonada y pertenecía al señorío de Cupul. Sin embargo, la fama y devoción que aún conservaba la ciudad incentivaron al Mozo a establecerse en ella.

Así, el Mozo inició el viaje a Chichen Itzá acompañado de sus aliados de Ceh Pech y Ah Kin Pech. Fueron recibidos con hostilidad por parte de las poblaciones de Cupul, pero no por parte de las fuerzas del cuchcabal, lo que les permitió hacer algunas escalas en Sotuta, Tases, Chikinchel y Ecab antes de llegar a la afamada ciudad. Una vez terminado su recorrido, fueron recibidos en Chichen Itzá por el batab Nacon Cupul. Tras conocer las ruinas, el Mozo determinó que cumplía con todos los requisitos para fundar una ciudad, como la disponibilidad de agua, alimentos, una red de caminos y sobre todo la gran cantidad de material de construcción disponible de las ruinas. Por lo tanto, tomó la decisión de fundar la Ciudad Real de Chichen Itzá. El Mozo se dispuso a realizar los trabajos de repartimiento de los solares y a construir algunas estructuras para establecer el gobierno. Además, mandó a explorar los alrededores sin encontrar ninguna resistencia. Esto provocó que los españoles se confiaran sobre su situación, ya que tenían sometidos Champotón, Campeche y Ah Canul al occidente, la sumisión alcanzada por Ávila en Acalan, así como los tratos alcanzados por él y el reconocimiento de los señoríos de Ecab, Cozumel y Chikinchel, lo que les hizo pensar que estaban cerca de lograr el dominio de la península.

Con estas circunstancias, el Mozo comenzó a organizar el sistema de encomiendas en los alrededores de Chichen Itzá, lo que puso de manifiesto los problemas derivados de la relación asimétrica de sumisión a los españoles, ya que los mayas no recibían nada tangible a cambio. Surgieron problemas debido a la ambición de algunos soldados, quienes despojaban a los mayas de las pocas joyas de oro que poseían, a pesar de que su principal producción consistía en maíz y frijoles. Esto llevó a que los mayas de Chichen Itzá se rebelaran contra Montejo, y el jefe Nacon Cupul estuvo cerca de asesinarlo. Sin embargo, pudo ser interceptado y ejecutado. A pesar de ello, las demás poblaciones de Cupul se rebelaron y estuvieron dispuestas a expulsar a los españoles. El Mozo solicitó apoyo a Ceh Pech y Ah Kin Pech para obtener provisiones, pero al estar rodeados de enemigos, esta tarea resultó imposible. Ante esta situación, Montejo ordenó realizar correrías sobre los pueblos encomenderos para despojarlos de tributos y poder sobrevivir. Sin embargo, esto solo aumentó la animadversión hacia los españoles, lo que llevó a más cuchcabalob a unirse para derrotarlos.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Guillermo Goñi. Las conquistas de México y Yucatán.

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Imagen: Frederick Catherwood. Teocalli en Chichen Itza, 1839-1840.

La situación de Centroamérica durante la conquista española.

Los territorios que conforman el istmo centroamericano presentaban, a inicios del siglo XVI, un contexto muy complejo que fue determinante para la conformación de los sistemas de dominación colonial español. Esto tiene como trasfondo el encontrarse en una región cultural fronteriza de dos modelos de formas de vida. Por un lado, el mesoamericano, basado en la conformación de estados con una organización civilizatoria que abarcaba por completo Guatemala y se extendía por toda la costa del Pacífico hasta la península de Nicoya. Por otro lado, las costas del Caribe con sus selvas formaron parte del área cultural llamada «Zona Intermedia», que incluía Colombia, Venezuela, Panamá y porciones considerables de Costa Rica (exceptuando Nicoya), Nicaragua y Honduras. Los habitantes de esta zona vivieron bajo el modelo tribal de forma seminómada.

Esto provocaría, en primer lugar, que el centro de la dominación española se basara en Guatemala como la cabeza de la región y partiera desde allí para conquistar y evangelizar a los pueblos de influencia mesoamericana. En cambio, las tribus seminómadas de la selva quedarían relegadas de cualquier esfuerzo de colonización, ya que resultaba complicado tanto conquistarlos como hacer que se asentaran en pueblos para reducirlos a la servidumbre. Sin embargo, esta falta de atención por parte de los españoles hacia el oriente de Centroamérica cambiaría con la cada vez más creciente presencia de los piratas ingleses en sus costas. Estos piratas entablaron relaciones cordiales con uno de los pueblos más numerosos de la región, los misquitos, quienes se resistieron a la dominación española y se convirtieron en valiosos aliados de los ingleses, adquiriendo la capacidad de asaltar los pueblos de la región y provocar inestabilidad.

El peligro de la influencia inglesa hizo que los españoles tomaran en serio el sometimiento de las tribus de la selva e impidieran que los ingleses se asentaran en la región. Esto se logró combinando los esfuerzos entre las reducciones de los indígenas para su conversión y las campañas militares para acabar con las tribus belicosas y los aliados de los ingleses.

La primera iniciativa correría a cargo de las órdenes mendicantes, que se propusieron la conversión de las tribus de la selva. Participaron en la campaña de fundación de conventos, tanto franciscanos, dominicos y mercedarios provenientes de Guatemala como de Panamá. Sin embargo, en una situación similar a la encontrada en el norte de México, enfrentaron serias dificultades para lograr su objetivo. Estas dificultades incluyeron la obstinación de los indígenas por mantener su vida nómada, los ataques a las misiones para defenderse, la huida de los indígenas a la selva y, sobre todo, las enfermedades que afectaron tanto a los misioneros como a los indígenas.

Como resultado, las únicas misiones que resultaron exitosas fueron las cercanas a los pueblos españoles, ya que no podían internarse en las selvas debido a lo imposible que resultaba mantener las misiones en esas condiciones. Sin embargo, los indígenas aumentaron su animadversión hacia los misioneros debido a la inminente relación entre las misiones y las enfermedades. Esta situación se mantuvo hasta después de las independencias y con el establecimiento de los latifundios en el siglo XIX.

A los misioneros no les quedaba otra opción que tratar de convencer a los indígenas para que se acercaran a las misiones. Para lograrlo, comenzaron a hacer obsequios en herramientas de metal como machetes, hachas y agujas a cambio de su bautizo. También introdujeron el ganado vacuno y porcino en la región como fuente de alimento. La única región donde esta relación resultaría exitosa fue en Costa Rica, gracias a los esfuerzos de los franciscanos.

Las principales regiones rebeldes en la zona eran tres: el Petén de los mayas, al cual se le suma Belice; Taguzgalpa, localizado en la costa caribeña de Nicaragua y Honduras. De esta deriva en las costas la región de la Mosquitia, el territorio de los misquitos, quienes gracias a la relación entablada con los ingleses les permitió conformarse en un reino bajo su protección.

La sociedad de los misquitos había experimentado cambios profundos desde la llegada de los españoles, ya que los esclavos fugados de las haciendas y rancherías españolas encontraron refugio en sus territorios. Esto llevó a que se formara una sociedad mestiza, dando origen a los zambos-misquitos. Esto facilitó el establecimiento de colonos británicos en las costas del Caribe, con el aval de los misquitos para comerciar con ellos.

Mientras tanto, los misquitos habían entablado expediciones vía canoa para internarse por los ríos tierra adentro y atacar tanto a las tribus rivales como a los asentamientos españoles. Capturaban a sus habitantes para venderlos como esclavos y llevarlos hacia Jamaica.

Un tercer foco rebelde se estableció en los límites de Costa Rica con Panamá, abarcando desde el valle de Talamanca, las montañas Tabasará, hasta las tierras bajas de Chiriquí y Veraguas. Esta región era el hogar de tribus como los cabécares, bribris, viceítas, chánguinas y ngöbes. Por último, estaba la provincia del Darién, que resultó imposible de colonizar debido a las condiciones extremas de la selva (aun hoy es una región peligrosa). Esta área era el hogar de los chocó y los cuna.

El fracaso de los misioneros para pacificar la región convirtió la costa caribeña de Centroamérica en una verdadera amenaza para la dominación española. Los objetivos más preciados eran el binomio comercial de Panamá y Portobelo, que era la llave para comunicar la metrópoli con el Perú. A partir del siglo XVIII, los gobiernos coloniales apostaron por la militarización de la zona para intentar expulsar a los ingleses de la región, pero ninguno de sus esfuerzos resultaría exitoso. La soberanía de la región le tocaría resolverla a las naciones centroamericanas en el siglo XIX.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Juan Carlos Solorzano F. La frontera colonial del Istmo de América Central (1575-1800): indios, frailes, soldados y extranjeros en los límites de la colonización hispánica, de la revista Boletín de la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica no.53

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Imagen: John Cockburn. Indios misquito atacando la villa de Chiquirí. 1740.