La Baja California prehispánica.

Uno de los territorios más singulares de América, está conformada por una península alargada que está rodeada por un lado el Océano Pacifico y por el otro el Mar de Cortes, conectada hacia el norte con el resto del continente por la articulación que hace la Sierra Juárez hacia el resto del sistema montañoso de California y es vuelto a ser separado por la desembocadura del rio Colorado, obedeciendo el límite tectónico de la Falla de San Andrés. Estas particularidades hicieron que solo una fracción del norte serrano quedase con una porción del bosque de piñones del resto de California, por lo que el resto de la península quedo dominando el desierto con un manchón en el sur de selva subtropical en la Sierra la Laguna, siendo determinante para que la población originaria sea completamente nómada sobreviviendo de los recursos que les ofrecía el desierto y las costas.

La población indígena se dividió en dos familias lingüísticas que tuvieron un rango de desarrollo muy diferente, los primeros eran los yumanos que se localizaban al norte del paralelo 30 y ocuparon la región serrana de los bosques de piñones y el delta del rio Colorado, estos pueblos eran los únicos que mantenían el contacto con el resto de los grupos indígenas de California y Sonora, por lo que conocieron tanto una agricultura muy incipiente y la cestería. Lograron desarrollar los aditamentos para poder almacenar alimentos y lograron conformar una estructura social estratificada basada en liderazgos hereditarios que mantenían guerras rituales con sus vecinos, logrando conformar aldeas y rancherías semipermanentes. Estos grupos lograron adaptarse al sistema misional que trajo el dominio español y pudieron sobrevivir, por lo que actualmente constituyen la única población indígena que queda en la península y que está siendo amenazada por la aculturalización y su baja natalidad.

Gran parte de la península fue poblada por los grupos de filiación guaycura-pericú, los cuales mantuvieron un modo de vida completamente nómada subsistiendo de lo que encontraban en el desierto y en el mar. En un inicio, vamos a encontrar una proliferación de campamentos entorno a la región del Cabo, dejando testimonios de su presencia tanto con los restos de ellos y una prolífica cultura funeraria que nos deja un gran número de enterramientos donde dejaron ofrendas de ornamentos de conchas y mechones de cabello. Pero una de sus manifestaciones culturales que han despertado el interés de todos es sin duda el Complejo Gran Mural, localizado en la parte central de la península y que está constituida por numerosas cuevas que contienen un gran acervo de pinturas rupestres donde nos reflejan sus creencias relacionadas con figuras chamánicas y en relación con la cacería del venado y el aprovechamiento de los recursos marinos.

Como en el resto de América, los primeros grupos humanos basaban su forma de vida en la cacería de megafauna, que en el caso bajacaliforniano sus presas eran los bisontes prehistóricos, pero los cambios climatológicos que implicaron el fin de la glaciación entre los años 12,000 y 8,000 a.C. también hicieron que los cazadores-recolectores cambiasen de hábitos al desaparecer los bisontes, cambiando de las puntas de lanza Clovis a las Folsom más pequeñas. Uno de los puntos de convergencia entre ambas tradiciones fue la explotación de la obsidiana de los yacimientos del Valle del Azufre en la parte central de la península e iniciando por le año 10,000, que debido a su eficacia como material para la fabricación de puntas y flechas hizo que se convirtiera en un punto medular para la economía nómada, siendo la base para que naciera en las sierras del centro la tradición de Gran Mural por el año 3,300 a.C.

Si bien en el extremo sur no se desarrolló la tradición de las pinturas murales, se ha encontrado una tradición cultural basada en el culto a los muertos, como lo atestigua los numerosos enterramientos en el complejo conocido como cultura Las Palmas, la cual tiene su origen desde el año 3380 y que llega sin muchos cambios hasta la evangelización. En la misma región de El Cabo se localizaron testimonios de la vida chamánica de las sociedades nómadas y que fueron conocidas por los jesuitas, encontrando tejidos de cabello humano que eran usados de forma ritual, los cuales obtenían como forma de pago por sus servicios y eran muy importantes para sus rituales. Junto a los artículos de cabello, también encontramos tablas de ramas de mezquite aplanadas o de madera llevada por la marea y donde pintaban diseños geométricos con pintura roja y negra, así como la localización de ídolos de madera pintadas en rojo y negro con adornos de cabello y plumas.

Además de estos vestigios, también encontramos lo que serían los “bastones de mando” que terminaban en abanicos y les otorgaban a los chamanes la voz de mando en los rituales, objeto que podemos encontrar tanto en las pinturas rupestres como en las descripciones de los misioneros. Todo esto nos habla de la importancia que tenían los chamanes dentro de la sociedad nómada peninsular y que dirigían su vida ritual en torno a su presencia, asegurándoles que obtendrían el sustento diario que en su forma de vida resultaba muy azaroso, por lo que es injusto catalogar a estos grupos como “complejos” o “no complejos” si no tomamos en cuenta tanto las evidencias como los testimonios de los misioneros. Fueron ellos los que nos dejaron parte importante del legado cultural de estos pueblos, quienes a pesar de que los jesuitas intentarían una evangelización pacifica, tanto las epidemias como las rebeliones provocaron que estas sociedades se extinguiesen o quedasen muy mermadas, desapareciendo a finales de siglo XIX.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: María de la Luz Gutiérrez. Los nómadas de siempre en la Baja California, del libro La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas.

Imagen: Pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco, Baja California Sur

Deja un comentario