El temor de los mesoamericanos a los eclipses.

La cosmovisión mesoamericana se fundamenta en el principio de situar al Sol como el supremo gobernante de la existencia misma. Este astro dicta el orden de la realidad, estableciendo las funciones que deben cumplir tanto objetos, animales, seres humanos y dioses. Sin embargo, como todas las cosas tienen un fin, la finitud del Sol está determinada por la constante lucha entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. Estas deidades se alternan el patronazgo de las eras, inicialmente asumiendo el papel de regentes del astro y luego siendo derrocadas mutuamente para dar lugar a otras deidades como Tláloc, Chalchiuhtlicue y Nanahuatzin, quien gobierna sobre el actual sol Nahui Ollin, «cuatro movimiento», subordinado a Tezcatlipoca. El fin del sol actual está predestinado por una serie de terremotos que eventualmente destruirán el mundo conocido.

Tras el fin de un sol, se inicia un período de anarquía donde las fuerzas nocturnas se apoderan del mundo, perdiéndose todo sentido existente y permitiendo que todos los seres realicen acciones contrarias a su naturaleza, como atacar a aquellos que no lo hacían o incluso consumirse entre sí. La existencia del Sol es fundamental para restaurar el orden en la realidad y garantizar que todos cumplan con su función.

El Sol mismo necesita ser nutrido para mantener su existencia, lo que le permite atravesar el inframundo durante la noche para resurgir al amanecer con sus fuerzas restauradas. Sin embargo, en la concepción indígena, hay momentos de crisis en los que el Sol podría «morir», como durante el Fuego Nuevo, que simboliza el fin del ciclo de 52 años, o durante los eclipses, referidos en náhuatl como Tonatiuh qualo o «el sol es comido», un disfraz cultural que también alude al acto sexual. Tanto en la iconografía prehispánica como en su posterior integración en tiempos coloniales, encontramos representaciones gráficas de un jaguar devorando un corazón, que corresponde al fin del primer Sol presidido por Tezcatlipoca cuando los jaguares empezaron a devorar a los gigantes, animal asociado con las fuerzas nocturnas. Esto se refleja en algunos documentos coloniales que hacen referencia a esta imagen, interpretándola como las fases del eclipse donde el Sol aparece «mordido».

Los indígenas modernos siguen manteniendo en sus creencias la idea de la lucha entre las fuerzas solares y nocturnas en los eclipses, representando al jaguar como el agente que devora al sol, así como a otros animales como águilas, murciélagos, serpientes e incluso hormigas. Además, se ha incorporado la religión católica al considerar este fenómeno como el momento en que «el Diablo le pega a Dios», recordando que Tezcatlipoca suele ser relacionado con el príncipe de las tinieblas.

Según los informes recopilados por los religiosos, cuando la sombra de la Luna comienza a proyectarse sobre el Sol, se considera una pérdida del equilibrio, como si estuviera «inquieto», lo que indica una ruptura del «orden y la moralidad». A medida que avanzan las etapas del eclipse, se interpreta como si el Sol estuviera muriendo. Para los mesoamericanos, era posible evitar esta muerte revitalizando al Sol mediante ofrendas de sangre, ya sea con sacrificios autosacrificiales o sacrificando personas con malformaciones como jorobados, albinos, leprosos, siameses y enanos (los tlaxcaltecas sacrificaban personas «bermejas» o pelirrojas), considerados encarnaciones o hijos de Xolotl-Nanahuatzin. Con esto, se intentaba recrear el mito del nacimiento del Sol actual.

Estos momentos eran aprovechados por los sacerdotes para reprender al pueblo por sus malas acciones contra el orden sagrado, advirtiendo que como castigo divino, los dioses ocultarían al Sol. Se llamaba a ofrecer sacrificios, sangre propia y hacer ruido para revitalizarlo, ya fuera entonando cantos guerreros para animarlo, llorando angustiados ante su muerte, o simplemente haciendo ruido, además de encender fogatas o incluso quemar sus casas para preservar el fuego.

El eclipse era un evento con consecuencias funestas, ya que durante este tiempo se creía que corría el «viento malo» y las tzitzimime, espíritus de mujeres muertas durante el embarazo que se transformaban en seres demoníacos devoradores de almas, tenían libertad para acechar. En esos momentos, la gente debía resguardarse en sus casas, evitar comer y beber agua hasta que el Sol reapareciera, ya que de lo contrario podrían enfermarse. Se consideraba que el Sol había perdido su calor, por lo que era común que las personas portaran elementos rojos para preservar este calor solar. La ausencia de este calor solar podía tener efectos graves en las mujeres, como alteraciones en sus ciclos menstruales, esterilidad o deformidades en los fetos, como el labio leporino. Por ello, se las escondía para protegerlas, y debían llevar consigo objetos afilados como protección.

Las consecuencias físicas de mirar directamente el eclipse, como la ceguera, se consideraban un castigo divino. Se le daban diferentes explicaciones simbólicas, como la ceguera temporal de los astros o el momento en que el Sol y la Luna mantenían relaciones, lo que lo convertía en un acto de transgresión que merecía castigo para los mortales (de ahí la superstición de que presenciar actos sexuales causa enfermedades oculares).

El eclipse era visto como un evento anómalo que perturbaba el orden establecido al interrumpir la trayectoria habitual del Sol con un momento de oscuridad. Se consideraba consecuencia de las acciones de los dioses, representando un lapso de debilidad del Sol que sucumbía ante las faltas de la humanidad, lo que podía llevarlo a la muerte y tener serias repercusiones en personas vulnerables como los neonatos o los niños, quienes podrían sufrir deformidades o transformarse en animales. Durante estos momentos, los religiosos aprovechaban para reprender a la sociedad, culpándola por el eclipse como resultado de sus faltas en sus deberes con los dioses. Se veía como una oportunidad para redirigir sus acciones y cumplir con sus obligaciones hacia los dioses.

Hoy en día, muchas de estas creencias populares persisten, y algunas costumbres similares se practican aún en algunos pueblos, muchas veces desconocen el origen de estas practicas. Estas tradiciones forman parte de la rica herencia mesoamericana y representan un intento de explicar estos fenómenos naturales como una forma de relacionar la conducta humana con el cosmos y sus seres divinos.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jaime Echeverria García. “El Sol es comido”: representaciones, practicas y simbolismos del eclipse solar entre los antiguos nahuas y otros grupos americanos, de la Revista Española de Antropología Americana, vol. 44, núm. 2.

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Imagen:

  • Izquierda: Serpiente aparece devorando al Sol. Codice Dresde, folio 57, cultura maya, Posclasco Temprano.
  • Centro: Representacion de un eclipse. Codice Borbonico, cultura mexica, Posclasico Tardio.
  • Izquierda: Eclipse solar con influencia europea. Codice Telleriano Remensis, t. I, parte III, lám. XXIX, siglo XVI.

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