Los grupos otomíes en México.

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Una de las familias lingüísticas con una amplia presencia en la zona mesoamericana ha sido la otomangue, que incluye grupos como los zapotecas, mixtecas, chiapanecas, los mangue de Centroamérica y los otomíes, quienes ocupan una distribución en el centro-occidente de México y conforman cuatro grupos muy relacionados. A lo largo de la historia, los pueblos otomianos fueron menospreciados por pueblos dominantes, como los nahuas, quienes los tacharon de «salvajes» o «montañeses». Esta carga negativa fue seguida por los españoles, lo que provocó que su historia fuera olvidada y contada principalmente por fuentes religiosas o los propios caciques.

Dentro de la familia otomiana, podemos dividirla en dos grupos: aquellos que mantuvieron el modo de vida nómada y seminómada de Aridoamérica, como los chichimeca-jonaz de Guanajuato y los pames; y aquellos que tienen sus raíces en la tradición mesoamericana, como los otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecas. Los otomíes son el grupo de mayor distribución, con marcadas diferencias regionales.

Debido a la falta de fuentes, el pasado mesoamericano otomí ha sido relegado por parte de los investigadores. Es común encontrar argumentos que atribuyen a este grupo el papel de grupo primigenio en el Centro de México o el de migrantes llegados durante el colapso teotihuacano. En todos estos enfoques, es evidente la carencia de trabajos que permitan comprender su participación en los desarrollos de la cultura preclásica, teotihuacana o tolteca.

Un aspecto fundamental para comprender su alcance es el estudio de los señoríos en el Valle de Toluca, especialmente en el noroccidente de la Cuenca de México. Se centra en Azcapotzalco, habitado por los tepanecas de filiación otomí, que fueron el reino principal desde Teotihuacan, durante el periodo tolteca y hasta su caída en manos de los mexicas. Fuera de estos dos casos (incluyendo el de Xilotepec y su papel en la conquista del Querétaro colonial), el resto de los pueblos otomianos carecen de las fuentes necesarias para trazar su historia antes de la llegada de la conquista, salvo por algunas referencias. Por lo tanto, es necesario recurrir a investigaciones arqueológicas y etnográficas en esas regiones para obtener más información.

El corazón de los grupos otomíes podría considerarse el Valle de Toluca, donde predominan los matlatzincas y mazahuas, seguidos por algunos pueblos otomíes y los ocuiltecas de Ocuilan y el sur del valle. Hacia el noroccidente se localiza el señorío de Xilotepec, de clara filiación otomí, descendiendo hacia Chiapan, donde convivían con comunidades nahuas, para llegar a la Sierra de las Cruces o Quauhtlalpan. Desde allí, bajaban hacia la Cuenca de México, pasando por Tlacopan, Azcapotzalco, Naucalpan y la zona serrana del occidente, como Cuajimalpa, para continuar hacia Coyoacán, conviviendo con pueblos nahuas y matlatzincas. Se tiene conocimiento de poblados otomíes hasta Xochimilco. Al norte de la cuenca, la presencia otomí sigue por Cuautitlán, Zumpango, Tizayuca, internándose hacia el actual estado de Hidalgo, donde tienen su segundo núcleo cultural: Meztitlan, un señorío que logró mantener su independencia frente a los mexicas.

A partir de Hidalgo, las comunidades otomíes continúan dispersándose hacia el noreste, y se tiene constancia de su presencia en la Huasteca en algunas poblaciones. Sin embargo, la zona nuclear fue la Sierra Norte de Puebla, en pueblos como Pahuatlán, donde convivían tanto con los nahuas como con los totonacos. Otro corredor otomí puede rastrearse desde el valle de Teotihuacán, siguiendo por los llanos de Calpulalpan para internarse en Tlaxcala, de mayoría nahua. Se establecieron al oriente del volcán La Malinche en pueblos como Huamantla, Ixtenco y Tecoac, erigiendo el señorío de Tliliuhquitepec al norte, aliado de los estados tlaxcaltecas. Hacia el Valle de Puebla, su presencia se fue diluyendo en unos pocos pueblos como San Salvador el Seco, Quecholac y Tepeaca, con algunas comunidades en Huejotzingo, Tecali y Cuauhtinchan. Su punto más meridional fue una estancia en Coxcatlán llamada Otontepetl.

Más al sur, en el estado de Guerrero, la población otomí experimentó una significativa disminución durante las primeras décadas de la conquista, generando incertidumbre, especialmente con la influencia de factores como los chontales y los cohuixcas. No obstante, a través de referencias etnohistóricas, conocemos la convivencia de comunidades nahuas, mazahuas y matlatzincas, como en Tepecoacuilco, Cocula, Teahuixtlan, entre otros lugares.

Hacia el occidente, la presencia de los grupos otomianos parece estar vinculada a las tensiones generadas por la expansión mexica hacia el Valle de Toluca. Esto condujo a la expulsión de otomíes, matlatzincas y mazahuas, quienes fueron acogidos por el reino de Michoacán para frenar el avance mexica, dando origen a los llamados pirindas. El núcleo principal de los pirindas estuvo en Indaparapeo y Tiripitio, extendiéndose hacia Charo, Huetamo, Taximaroa (Ciudad Hidalgo), Tuzantla, Ucareo y Zitácuaro. Su punto más occidental fue Colima, aunque parece que la presencia otomí llegó con la conquista, con el asentamiento de los aliados tlaxcaltecas.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Pedro Carrasco Pizana. Los Otomíes. Cultura e historia prehispánica de los pueblos mesoamericanos de habla otomiana.

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El cambio ideológico del Clásico al Posclásico.


Entre los años 650 y 900 d.C., se desarrolla un periodo de profundos cambios tanto en la geopolítica mesoamericana como en la ideología, conocido como Epiclásico. Durante este tiempo, la desaparición del estado teotihuacano como potencia político-religiosa desencadenaría una lucha entre diferentes ciudades-estado por alcanzar la supremacía regional. Es en este contexto donde el militarismo comienza a formar parte de la retórica religiosa para mantener los mecanismos de movilización social.

Es importante destacar que las percepciones de los investigadores sobre las dinámicas del periodo Clásico eran muy diferentes anteriormente. Se concebía a Teotihuacan como un estado teocrático gobernado por sacerdotes, quienes habían convertido a la metrópoli en un referente de la religiosidad mesoamericana. Esta concepción era similar a la idea romántica de los estados mayas gobernados por sabios contemplativos. Sin embargo, a medida que han avanzado las excavaciones y el análisis de los vestigios encontrados, se ha llegado a la conclusión de que los teotihuacanos mantenían una fuerte presencia militarista en diferentes regiones para controlar sus recursos.

Ante este contexto de inestabilidad ocasionado por la caída de los estados del Clásico, se produjo una movilización de las poblaciones que varió según las ocupaciones que mantenían. Mientras que los agricultores tendieron a quedarse en sus tierras, los artesanos migraron a regiones más lejanas con la esperanza de encontrar patrocinio en alguna otra corte. Por otro lado, la casta político-religiosa intentó fundar nuevos estados.

Sin embargo, lo que intensificó los cambios en el sur fue la llegada de los mesoamericanos norteños, quienes se vieron obligados a enfrentar una serie de cambios climáticos que alteraron el frágil modelo de vida sedentario que habían mantenido en las regiones semidesérticas del norte. Esta migración trajo consigo una renovación étnica en los estados mesoamericanos y, sobre todo, introdujo la cultura mesoamericana adaptada al contexto de la lucha contra los nómadas.

Otro cambio profundo fue la revalorización de una actividad productiva subestimada: el comercio. Gracias al surgimiento de los nuevos estados, se incrementó la demanda de productos de alto estatus por parte de las nuevas élites políticas, lo que otorgó a los comerciantes un nuevo papel en la sociedad y los volvió más influyentes.

Uno de los nuevos rasgos que surgió en esta Mesoamérica militarista fue la concepción de un nuevo modelo ideológico tras la desaparición de Teotihuacan, dando lugar a la noción de Tollan gobernada por la figura de la Serpiente Emplumada. Aunque no se puede descartar que este concepto estuviera presente en Teotihuacan, estas figuras retóricas se encuentran tanto en las crónicas de los españoles del siglo XVI como a nivel arqueológico.

A finales del siglo XIX, las famosas expediciones por México llevadas a cabo por el francés Désiré Charnay destacaron las similitudes tanto en lo artístico como en la distribución de dos ciudades separadas por cientos de kilómetros: Tula en el actual estado de Hidalgo y Chichen Itzá en Yucatán. Desde entonces, una de las misiones de los arqueólogos ha sido profundizar en esta relación estética, la cual ha sido confirmada. Por ejemplo, se han identificado elementos arquitectónicos similares, como las salas de columnas, el templo dedicado a Venus (la pirámide de Tlahuizcalpantecuhtli en Tula y el Templo de los Guerreros en Chichen Itzá), los conjuntos piramidales alrededor de patios en forma de anfiteatros, la orientación del juego de pelota, la presencia del chac mool y el tzompantli (aunque este último está sujeto a debate debido a la presencia de ejemplos del periodo Clásico en otras partes de Mesoamérica).

En los discursos iconográficos de ambas ciudades también se pueden observar estos vínculos. Por ejemplo, la presencia de la serpiente emplumada en relieves o en pilastras talladas, el aumento de representaciones de sacrificios y elementos bélicos, así como la representación de guerreros ataviados y listos para la batalla.

Uno de los puntos aún no resueltos en el debate académico es la naturaleza de la relación entre los mayas peninsulares y el Centro de México. Por un lado, hay una posición predominante que sugiere invasiones «mexicanas» a la península, donde se impusieron a las élites mayas y comenzaron a ejercer su influencia cultural. Por otro lado, existe la propuesta de que fueron los mayas quienes realizaron incursiones en el centro de Mesoamérica y fueron ellos quienes adoptaron influencias culturales «mexicanas», llevándolas a Yucatán. Esta última teoría podría explicar la influencia mayense en varios sitios del Epiclásico.

Existe una tercera posición conciliadora que sugiere que los comerciantes fueron los principales agentes en la difusión de esta influencia cultural. Según esta perspectiva, los «putunes», como se les llama en las fuentes, habitaron la Costa del Golfo y actuaron como intermediarios vía náutica en las redes de intercambio. Además, podrían haber llevado a un grupo político disidente tolteca a Chichen Itzá, donde decidieron construir una nueva Tollan.

Ha surgido una nueva perspectiva que plantea la presencia constante de comerciantes mayas en las redes de intercambio mesoamericano. Este grupo habría estado en contacto con diferentes reinos desde tiempos antiguos y, hacia el siglo IX, podrían haber alcanzado influencia ejecutiva suficiente como para llevar a cabo cambios culturales significativos. Según esta teoría, los comerciantes mayas crearon un estilo artístico ecléctico que fusionaba influencias mesoamericanas con su propia visión, adaptándolas a su manera.

En este sentido, durante el Posclásico, los mayas intentaron aumentar su prestigio frente a los estados rivales al mezclar la ideología religiosa nativa con elementos asociados a Tollan. Esta perspectiva cuestiona la idea presentada en las fuentes históricas, tanto indígenas como españolas, que señalan la llegada de grupos extranjeros que se impusieron a los locales y establecieron las dinastías del Posclásico.

Sin embargo, hasta el momento, la arqueología no ha encontrado evidencia de grandes movimientos migratorios en aspectos como la cerámica, la influencia lingüística o la genética. Esto sugiere que los relatos sobre la llegada de grupos extranjeros podrían haber sido intentos por parte de las élites de diferenciarse de sus súbditos y afirmar su estatus como miembros de una casta especial.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Alfredo López Austin y Leonardo López Lujan. Mito y realidad de Zuyúa. Serpiente emplumada y las transformaciones mesoamericanas del Clásico al Posclásico.

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Imagen: Relieve donde unos guerreros participan en la decapitación de un jugador de juego de pelota, Gran Juego de Pelota de Chichen Itza, cultura maya-tolteca, Posclásico Temprano.

Los habitantes del Gran Tunal.

El centro del actual territorio mexicano se encuentra en la confluencia tanto de la Sierra Madre Occidental como la Oriental, donde los procesos geológicos dieron origen a un altiplano localizado al oeste del estado de San Luis Potosí, el norte de Guanajuato y el sureste de Zacatecas, conocido como la región del Gran Tunal por sus condiciones desérticas y la abundancia de nopaleras en su medio ambiente. Gracias a la presencia de los yacimientos de plata en la región fue posible que los españoles se interesasen en su colonización y la fundación de numerosas villas como la misma San Luis Potosí, pero previa a la conquista encontramos un territorio donde no era posible mantener un modo de vida sedentario, tanto por el clima seco como por la baja cantidad de lluvia, solo permitía el asentamiento de grupos nómadas quienes aprovechaban los pocos recursos estacionales disponibles. Esto ha provocado que el Gran Tunal haya quedado fuera del radar de las investigaciones arqueológicas, donde al solo tratarse de chichimecas nómadas no ameritaba mayor atención el estudio de campamentos o petrograbados, por lo que hay poco material al respecto y muchas veces solo se limitan a las crónicas españolas.

Uno de los temas donde podríamos ver la importancia del Gran Tunal en los tiempos precolombinos tiene que ver con las dinámicas comerciales mesoamericanas entre la región Occidente, el Altiplano Central, el Golfo de México y los cacicazgos militarizados norteños, una evidencia de esto lo tenemos en la persistencia del uso ritual del peyote tanto por los huicholes, los mexicas y las tribus nómadas, siendo esta región el hábitat de esta cactácea y donde existen santuarios como el famoso Wirikuta en Real de Catorce. Al nivel arqueológico, se ha investigado el sitio Cerro de Silva donde se han encontrado materiales tanto líticos como cerámicos de indudable influencia mesoamericana con un fechamiento de los años 100 a.C. al 1200 d.C., sobre todo en los entierros encontramos personajes que llevan la deformación craneal típica de los pueblos mesoamericanos, lo que podría indicar que los nómadas del Gran Tunal mantenían relaciones de diferente índole con los estados mesoamericanos limítrofes. En la región vecina de la Sierra Gorda, donde en tiempos mesoamericanos fue dividida en diversas ciudades-estado fortificadas, se han encontrado vestigios de material proveniente del altiplano potosino, por lo que es seguro que las tribus se hubiesen internado en diferentes temporadas y ahí se hubiese dado la interacción con los mesoamericanos con sus correspondientes intercambios culturales.

El éxito de la colonización mesoamericana de las zonas con una mayor captación de lluvia hizo posible el nacimiento de ciudades como La Quemada, Ranas, Toluquilla o Cañada de la Virgen, las cuales al haber alcanzado los niveles de organización estatal llevaron consigo la necesidad del comercio para abastecerse tanto de productos de primera necesidad para la población civil o de objetos suntuarios para las elites, manteniendo la comunicación con otras regiones mesoamericanas. Es posible que los nómadas del Gran Tunal hayan participado en la red de intercambios mesoamericana, ya que las fuentes coloniales relatan la presencia de solidas relaciones entre nómadas, seminómadas y agricultores de la región para apoyarse mutuamente, esto sin descartar la existencia de periodos de violencia de estos grupos. Pero también es evidente que hasta el momento no se han encontrado la presencia de redes comerciales en el corazón de Aridoamérica desde el oeste de San Luis Potosí, Coahuila, Nuevo León, hasta buena parte de Texas, lo que nos habla de la persistencia de los caminos por la sierra y de la poca necesidad mantener contacto directo de las tribus de esta zona, sino se dio de manera indirecta al comerciar con otros grupos aledaños a la zona mesoamericana.

Al ser un territorio semidesértico con recursos limitados, provocaría que las tribus tuviesen que adecuar un modo de vida cíclico para poder sostener la cacería y la recolección de determinados recursos, siendo necesario para asegurar la sobrevivencia de los diferentes grupos el establecer tanto territorios como tiempos determinados para poder establecerse, permanecer en él y desplazarse cuando haya terminado la temporada para irse a otro lado. En la zona se han encontrado tanto campamentos al aire libre y bajo techo, estas se hacían en las cuevas o en abrigos rocosos, las cuales se mantuvieron como la forma de habitación habitual durante gran parte de la historia indígena, teniendo un cambio en periodo llamado Venadito II del 100 a.C. al 200 d.C. cuando hay evidencia del inicio del contacto agrícola, como lo es la aparición de la presencia de cerámica y el inicio del uso de navajillas de obsidiana, teniendo como ventaja la presencia de yacimientos de obsidiana como el del Cerro del Sombrero. Según las referencias de las fuentes, lo más usual eran los campamentos al dejar constancia de la construcción de campamentos con la vegetación de la zona y su fácil desmantelamiento, en cambio en las cuevas no se ha localizado mayores evidencias de haber servido como habitación, por lo que es posible su uso exclusivo como sitios rituales al ser estos donde se alberga el arte rupestre de la región.

Los campamentos se solían asentar en las zonas de recolección, no se han encontrado en las cercanías de los pocos cuerpos de agua, indicándonos un profundo conocimiento de los recursos aprovechables en la región, incluso algunos investigadores proponen que la presencia de elementos líticos pudiera ser una señal de una cultura del reciclable, donde al no ser elementos perecederos podían dejarlos ahí para tiempo después reusarlos cuando hacía falta. Los elementos de la orografía sin duda conformaron parte de la vida ritual de las tribus, como lo vemos en el caso del Wirikuta huichol y su antiquísima tradición peregrina, esto lo vemos en los múltiples ejemplos de petrograbados donde plasmaron sus símbolos religiosos, los cuales de momento resultan indescifrables. Solamente mediante la arqueología podemos llenar los huecos que nos dejaron los procesos de conquista y colonización, pero hacen falta recursos para llevar a cabo los proyectos tanto de investigación como de conservación, solo asi podríamos detener las amenazas que ciernen sobre ellas ante las necesidades del mundo moderno que no deja de estigmatizar como una zona “vacía” de nulo desarrollo cultural.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Geiser Gerardo Martin Medina. Consideraciones sobre los pobladores del semidesierto en la región del altiplano potosino y el Gran Tunal durante la época prehispánica desde el paisaje y la territorialidad, de la revista Arqueología no. 62.

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Imagen: Pinturas con manos en negativo. Cueva del Almagre, SLP.

Guanajuato y las difusas raíces toltecas.

El Bajío siempre ha sido una región donde la fertilidad de la tierra ha dado pie a un intenso desarrollo agrícola para sus habitantes, pero desde el siglo IX se daría un proceso de desertificación donde los cultivos autóctonos como el maíz, la calabaza y el frijol no pudieron soportar las nuevas condiciones y eso obligo a los pueblos sedentarios asentados a migrar a otras regiones de Mesoamérica para dejar su lugar a los nómadas, estas condiciones imperaron hasta la conquista española y la introducción de productos europeos como el trigo cuando la región resucitó su vocación agrícola. Su posición en las riberas del rio Lerma-Santiago ha hecho que también se convirtiese en vector para comunicar el Altiplano Central con Occidente y sobre todo para iniciar las rutas hacia el Septentrión, compaginando en ella las diferentes tradiciones culturales de ambas regiones, aún no está clara la influencia que ejercieron los pueblos mesoamericanos de Guanajuato en el desarrollo de las civilizaciones vecinas.

El primer complejo cultural relevante por sus alcance fue Chupícuaro, el cual se desarrolló entre los años 650 a.C. hasta el 450 d.C., nombre dado por el sitio al sureste del actual estado de Guanajuato y que fue cubierto por las aguas de la Presa Solís, perdiéndose elementos fundamentales como la arquitectura, pero antes de ser inundada fue objeto de investigaciones intensas por parte de la naciente INAH y se pudo rescatar muchos elementos que se hubiesen perdido, sumado a nuevos trabajos realizados en los alrededores. Sobre su origen se ha teorizado su vínculo con la cultura El Opeño de Michoacán y Colima, pero también tiene un fuerte vinculo con un complejo de la Cuenca de México, la fase Ticomán, lo que podemos inferir una fuerte presencia de Chupícuaro en el Centro de México como se puede ver en algunos vestigios encontrados en Cuicuilco. Su cerámica colorida basada en tintes bayo, negro y crema y el intenso uso de elementos geométricos puede indicarnos que Chupícuaro es la principal base cultural de desarrollo de las culturas del norte, pudiendo encontrar el rastro del comercio mesoamericano por las cerámicas desarrolladas en Zacatecas, Durango hasta llegar a las culturas Hohokam y Mogollón.

Para los años 100 a.C. la influencia de Chupícuaro empieza a replegarse hacia algunas regiones aisladas para dar lugar al nacimiento de numerosos pueblos y centros ceremoniales de mayor complejidad, como se manifiesta en el desarrollo de la arquitectura monumental formando el modelo del patio hundido, construyéndose una gran plataforma con un patio con desnivel al centro y en los alrededores se construyen los basamentos piramidales. En el Clásico vamos a ver con mayor intensidad las influencias que confluyen en la red de caminos del Bajío, por un lado, se hace presente la influencia teotihuacana para formar su red que llega a alcanzar el centro de Jalisco, en el caso inverso, los pueblos de Occidente se manifestaron tanto en la presencia de algunas tumbas de tiro en el oeste del territorio y sobre todo por la construcción de los curiosos conjuntos circulares de la tradición Teuchitlán. Esta confluencia de tradiciones culturales en el Bajío podría resultar en el laboratorio donde nacería la cultura tolteca, ya que en muchos de sus principales sitios como Plazuelas, Cañada de la Virgen, El Cóporo o Peralta vamos a encontrar algunos elementos que serían característicos de este pueblo militarista.

Un ejemplo de esto lo vemos en el estilo cerámico Blanco Levantado, cuyos elementos nos recuerdan a la fase Coyotlatelco del Centro de México, al ser el primero anterior al segundo podría ser la evidencia de la llegada de los pueblos norteños en la búsqueda de nuevas tierras y posiblemente la conquista de los herederos de Teotihuacan. Otro sitio importante por la magnitud de sus vestigios es El Cerrito en Querétaro, fundado alrededor del 400 d.C. y con un gran basamento piramidal como templo principal, es la ciudad cuyos elementos tienen una relación directa con Tula, ya sea desde la cerámica y con el hallazgo de estelas y fragmentos con un claro origen tolteca, por lo que no resulta disparatado suponer que su cultura haya nacido en el Bajío y hubiese mantenido el control durante la etapa de expansión de Tula, cuyos límites todavía siguen siendo una incógnita debido tanto a la ausencia de fuentes como a las pocas investigaciones.

El periodo del 900 al 1200 seria cuando se da el declive de la región y la expansión de la presencia de las tribus nómadas, siendo cuando sucede una mayor proliferación de elementos considerados como militaristas propios de los guerreros del norte como lo es el chacmool, las salas de columnas como posibles lugares de reunión de políticos y militares, asi como elementos donde se ligan la guerra con la religión como el coatepantli y el tzompantli (aunque este aporte se duda debido al hallazgo de estructuras similares más al sur y anteriores a la migración chichimeca). Quedaría marcada como una frontera entre agricultores y nómadas el rio Lerma-Santiago, por lo que el sur del actual Guanajuato se integraría plenamente a la dinámica cultural de Occidente, como se demostró con la conquista purépecha y la fundación de numerosas poblaciones como Pénjamo, Apaseo, Acámbaro, Yuriria Puruándiro, Maravatío, la misma Guanajuato, Silao, entre otras. Desde la década del 2000, la arqueología guanajuatense despertaría de su letargo de años para empezar a ser integrada como una región de interés para las investigaciones, empezando con la excavación y restauración para ser visitadas por el público de las principales zonas arqueológicas, por lo que con el avance de las investigaciones podríamos tener más claridad tanto del desarrollo local de la región, el posible origen de los toltecas y del colapso de la frontera mesoamericana.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Beatriz Braniff. La colonización mesoamericana en la Gran Chichimeca. La tradición del Golfo y la tradición Chupícuaro-Tolteca, del libro La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas.

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Para saber más: https://www.arthii.com/el-camino-de-los-agricultores-rumbo-al-norte/

Imagen:

  • Izquierda: Figurilla femenina de terracota, Chupícuaro, Guanajuato, Preclásico Tardio. 
  • Derecha: Vista aérea del conjunto principal de Cañada de la Virgen, Guanajuato, Clasico Tardío. 

Zacatecas: el nuevo impulso para la conquista española del norte.

Para mediados de siglo XVI, el avance español se estaba frenando sobre el reino de la Nueva Galicia, sobre los factores se encuentra la falta de incentivos para seguir adelante al no encontrar los ansiados metales preciosos, pero uno de los más importantes fue la férrea oposición indígena cuyo modelo de vida entre seminómada y nómada impedía que los españoles crearan sus lazos de sumisión al no existir una nobleza sobre la cual pudiesen usar para controlar al resto. Esto provocaría problemas tanto para el establecimiento de autoridades civiles como para el trabajo evangelizador de los misioneros, ya que tenían que ocuparse de sofocar las rebeliones chichimecas que estallaban continuamente en el territorio, además de representar demasiado trabajo para los funcionarios virreinales, pero todo indicaba que en cualquier momento pudiesen dar con el oro y la plata como se demostró con algunos hallazgos de estos metales en la sierra cercana a Guadalajara.

Si bien la rebeldía de los indígenas había sido un impedimento para la imposición del orden español, no lo fue para las exploraciones individuales tanto de los mineros como de los ganaderos en búsqueda de los mejores pastos, pero sería el 8 de septiembre de 1546 cuando llegaron las ansiadas noticias que esperaban para concretar la ruta hacia el septentrión. Unos exploradores dirigidos por el capital Juan de Tolosa acompañado por ayudantes indígenas y cuatro franciscanos llegan al cerro de La Bufa en una región agreste y escarpada al norte de Guadalajara, estaba habitado por indígenas nómadas llamados zacatecas quienes participaron con los caxcanes en la Guerra del Mixtón en un intento por expulsar a los españoles del Occidente. Los zacatecas usaban el cerro como fortaleza para defenderse de los ataques de otras tribus y la llegada de los españoles despertaron las alarmas para ponerse en armas, pero gracias a la intermediación de sus ayudantes indígenas procedentes del pueblo de Juchipila (uno de los principales focos rebeldes) lograron entablar conversación y los convencieron de que no representaban una amenaza, respondiendo Tolosa a darles algunos regalos y ellos es reciprocidad les entregan pepitas de plata.

Ante el sorpresivo regalo, Tolosa empieza las exploraciones de los cerros cercanos para buscar las vetas de plata siendo apoyados por los zacatecas, lográndose llevar una carga de plata hacia Nochistlán logrando acreditar el contenido del metal, la noticia empezó a propagarse tanto al resto de la Nueva España como a la misma España. Pronto hicieron acto de presencia las principales autoridades de la Nueva Galicia como el gobernador Cristóbal de Oñate, el militar vasco Diego de Ibarra y su sobrino Francisco, quienes junto con Tolosa se convirtieron en los primeros potentados en adquirir sus riquezas de las minas de plata del cerro de La Bufa, las riquezas sustraídas fueron suficientes para reactivar el avance hacia el norte y pacificar la región sometiendo en lo posible los intentos de rebelión de los indígenas tanto por la vía militar como por medio de la evangelización. En los primeros meses las relaciones entre colonos con los indígenas habían sido cordiales, pero en los primeros meses de 1548 los españoles empezaron a caer en abusos al tratar de imponerles trabajos en las minas y empiezan a rebelarse, provocando que la gran parte de los españoles se regresasen a Guadalajara, pero Diego de Ibarra se niega y se queda para afianzar la viabilidad del asentamiento, convirtiendo su casa en una pequeña fortaleza.

Ibarra les garantiza a los colonos que decidiesen a quedarse con el tanto alimento, armas, y caballos para que pudiesen aguantar los ataques, pero esto no impidió que lo confinaran para hacerlos sucumbir al hambre, por lo que cesaron las actividades mineras para centrarse en buscar alimentos asaltando a los indígenas cuando tenían oportunidad, sumado a la falta de una autoridad que regulase las relaciones entre españoles con indígenas solo hizo que creciese la animadversión. La obstinación de Ibarra tuvo frutos y pronto empezaron a llegar más colonos junto con mano de obra esclava para trabajar en las minas, por lo que los indígenas empezaron a rebajar la violencia y la situación empieza a estabilizarse de 1549 a 1550, esto provocaría paradójicamente que muchos asentamientos de la Nueva Galicia fuesen despoblados para irse a tratar de adquirir parte de la plata de Zacatecas. Según un informe de abril de 1550, el real ya contaba con 34 compañías propietarias y operadoras de las minas, fundidoras, una cuadrilla de 100 esclavos africanos, un barrio indio e iglesias, era tal las riquezas de las minas que un trabajador libre podía hacer fortuna, teniéndose que poner un tope salarial para sus labores.

A partir de entonces, Zacatecas se convertiría en el centro de operaciones para las actividades españolas más al norte, ya que continuamente conforme iban adentrándose en la Sierra Madre iban encontrando otros yacimientos de plata provocando una carrera donde cualquier persona tenía la oportunidad de volverse rico de la noche a la mañana, además de volverse en un polo de desarrollo con continua demanda de mano de obra para las minas. Esto hizo necesario que se empezase a configurar una red de caminos para comunicar los diferentes reales de minas zacatecanos y mantenerlos abastecidos, siendo fundamental el comercio ganadero teniendo como punto de abasto Querétaro y Michoacán desde donde se mandaban las recuas atravesando las comunidades de Nueva Galicia, pero pronto se hizo patente la debilidad de la presencia española en el septentrión al tener caminos sin mucha protección, convirtiéndose en poco tiempo en un blanco para los ataques de los diferentes grupos chichimecas de la zona.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Philip W. Powell. La guerra chichimeca (1550-1600).

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Imagen: Imprenta de Jose Bernardo de Hogal. Descripción breve de la muy noble y leal ciudad de Zacatecas, 1732.

La entrada española en la Gran Chichimeca.

Con la conquista de México-Tenochtitlan en 1521 empieza a surgir el nuevo orden hispano, el cual tuvo como una de sus primeros impulsos la búsqueda de riquezas para los aventureros que se prestaron a conquistar nuevas tierras donde pudiesen encontrar yacimientos de metales preciosos, búsqueda que iba siendo impulsada por la tradición orfebre de los pueblos indígenas donde usaban el oro como aditamento para sus gobernantes, pero tampoco fue tanto como para colmar la ambición de los conquistadores. A partir de ese entonces, los soldados empiezan a emprender diferentes campañas de exploración y de conquista a lo largo de Mesoamérica, donde aprovecharon el prestigio adquirido de haber sometido a los mexicas como una seria advertencia para los demás pueblos de la conveniencia de aliarse con los recién llegados, siendo uno de los conquistadores más prolíficos Nuño de Guzmán quien se dirigió hacia el occidente hacia 1536 y conforma el reino de la Nueva Galicia, siendo la base para continuar la exploración rumbo al norte.

Pero esta joven entidad seria amenazada por las condiciones prexistentes, ya que, a diferencia de los reinos indígenas de México y Michoacán, en el occidente pervivían sociedades agrícolas de menores dimensiones y con la presencia de población seminómada conocidos genéricamente como “chichimecas”, quienes a su vez no estaban interesados en someterse a ningún poder centralizado como lo habían hecho con los purépechas. Dos problemas se llegaron a conjuntar, la expedición de Francisco de Coronado de 1540 a 1542 que partió rumbo al norte ante la posible existencia de las ricas ciudades de Cíbola y que se vieron desilusionados ante el encuentro de las sociedades agrícolas de Nuevo México y la proliferación de tribus nómadas beligerantes, pero la más peligrosa fue la Guerra del Mixtón de 1541 a 1542 donde se vieron obligados de cambiar hasta tres veces la sede de la capital Guadalajara ante los constantes ataques de los caxcanes. Se había trazado una línea donde indicaba que cualquier excursión sería inútil, al norte de Querétaro y de la sede final de Guadalajara no había nada por lo cual seguir adelante, ni reinos del mismo calibre que el mexica o los tan ansiados metales preciosos, por lo que la exploración continuaría de la mano de los ganaderos en busca de mejores pastos y los misioneros en su labor evangelista.

La única fórmula posible para poder asegurar la presencia española en el Occidente era mediante un sistema militarizado con la construcción de presidios para proteger los nacientes pueblos y a los indígenas que aceptaban su cristianización, en estos casos serían muy útiles los contingentes de aliados indígenas del centro de México como los tlaxcaltecas, otomíes, mexicas e incluso purépechas que estaban más fogueados en el tipo de guerra entablado por los chichimecas, siendo fundamentales para asegurar el avance en el Bajío más allá al norte del rio Lerma. Para encabezar las expediciones, el primer virrey Antonio de Mendoza impulsa el sistema de encomiendas para incentivar a los españoles a trasladarse al occidente, con esto se logra concretar la fundación de nuevos pueblos como paso con Hernán Pérez de Bocanegra y Córdoba con Apaseo y Acámbaro, Juan Infante con Comanja y Juan Jaramillo con San Miguel el Grande. Al tener el antecedente de la Guerra del Mixtón cercano, Mendoza llama a los encomenderos a tratar con benevolencia a las tribus para evitar una nueva rebelión e insertarlos en el modo de vida español, siendo de utilidad la introducción de la ganadería y la cría del gusano de seda en el Bajío para convencerlos de incorporarse, mientras seguían avanzando en la fundación de plazas fuertes como Pénjamo erigida por el encomendero Juan de Villaseñor con el apoyo de los purépechas.

Mientras los rancheros y encomenderos hacían las cosas a su manera, las ordenes mendicantes estaban haciendo lo propio y se aventuraban más allá, este fue el caso de los agustinos de Metztitlán, desde donde el acceso a la sierra les daba la oportunidad de entrar en ella con el apoyo de los otomíes, por lo que a finales de la década de los 40 fundan Xilitla en la zona pame. Por el Bajío, los franciscanos hacían lo propio tomando como base Acámbaro donde serian dirigidos por fray Juan se San Miguel, quien logra fundar una población indígena de purépechas, otomíes y guamares cerca de San Miguel el Grande, pero no se quedó ahí y siguió adentrándose en territorios considerados como peligrosos como el habitado por los guachichiles, fundando Xichú que le serviría de enlace para llegar hasta Rio Verde, conformando una estructura misional que abarcaba iglesias, hospitales, conventos y escuelas para adoctrinar a los niños, aunque muchas de ellas solo llegaron a jacales. Otro de los principales misioneros fue fray Andrés Olmos, quien sería el principal evangelizador de la Huasteca y consolidando como principales puestos de avanzada a Panuco y Valles.

El único frente que quedaba por controlar era por los rumbos de Acaponeta, donde los indígenas no bajaban su animadversión a la presencia española, por lo que los soldados españoles no paraban de buscar yacimientos de oro y plata encontrando algunas vetas por la sierra de Guadalajara, todo esto fue posible gracias a que los caxcanes estaban siendo incorporados con éxito al modelo hispano. Esto no frenaría por completo el estallido de rebeliones indígenas por la Nueva Galicia, pero estas eran rápidamente sofocadas por los conquistadores, todas estas actividades eran sabidas por el virrey gracias al cuerpo de funcionarios que incluían dos corregidores, un juez y los comisionados en Jilotepec e Ixmiquilpan quienes le daban noticias de lo que hacían los conquistadores. Las cosas parecían haberse estabilizado en la naciente Nueva Galicia, pero en 1546 llegarían noticias que cambiarían dramáticamente los intereses de los españoles por el lejano septentrión.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Philip W. Powell. La guerra chichimeca (1550-1600).

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Imagen: 

  • Izquierda: Códice Techialoyan de Cuajimalpa, siglo XVI. 
  • Derecha: El virrey Antonio de Mendoza enfrentándose a los chichimecas en el cañón de Juchipila, Lienzo de Tlaxcala, lam. 58.

Los europeos frente a la diversidad indígena.

Tanto para españoles como para los ingleses, al tener contacto con estos pueblos que mostraban culturas tan diferentes a las que habían tratado y hablando idiomas completamente ajenos represento un reto difícil de sortear, llegándose a cuestionar la humanidad de aquellos grupos o que pudiesen ser capaces de llevar una vida “civilizada”. Esta cuestión acaba con la llegada de los españoles tanto a territorio mesoamericano como al Perú, viendo como los indígenas habían desarrollado civilizaciones complejas serviría de apoyo a los misioneros para demostrar cómo eran capaces de tener los mismos avances que los europeos, aunque esto no quito que los considerasen en una eterna minoría de edad. Esta protección no abarcaba para todos, ya que el encuentro que tuvieron con los grupos chichimecas en la Nueva España o los mapuches de Chile les confirmaban la existencia de la figura del “bárbaro” imposible de llevar a la “civilización”, misma conclusión a la que llegaron los ingleses al contactar con las tribus de la Costa Este, aunque para su vergüenza se recriminaban como no eran capaces de someter a los que consideraban casi animales y como los españoles si habían logrado someter a los mexicas.

Una de las primeras tareas fue el aprender el idioma del pueblo dominante, cosa que lograron en diferentes casos como el de la Malinche en la campaña de Cortes o el caso de los colonos de Jamestown quienes intercambiaron con Powhatan la entrega de un sirviente dándoles al joven Thomas Savage, quien aprendió pronto el algonquino y seria la base para conocer el idioma. La “superioridad” armamentística de los europeos frente a las armas de los pueblos americanos es indiscutible por el uso de metales, además de contar con elementos sorpresa como la pólvora y los caballos sin duda ofrecieron a los indígenas un golpe de impacto, pero este factor sorpresa se fue perdiendo y aprendieron a lidiar con esta tecnología, la cual resultaba poco practica frente al uso del arco y flecha o la lucha cuerpo a cuerpo anulaba por completo esta ventaja. Parte de la suerte que tuvieron los españoles fue que en la primera etapa de expansión se encontraron con la presencia de estos dos grandes estados como el mexica y el inca, por lo que al derrotarlos y someterlos provoco un efecto domino donde el resto de pueblos sedentarios reconocieron la supremacía española al ocupar el puesto de poder, pero esta “facilidad” de circunstancias se anulaba cuando les tocaba lidiar con organizaciones más dispersas como las tribus nómadas del norte de México, la Amazonia y la Araucaria o con el caso de los pueblos mayas del Posclásico.

El caso más notable sobre la nulidad de la ventaja europea lo tenemos en la Costa Este, primero con los españoles que en el siglo XVI fue una empresa imposible lograr consolidar el dominio sobre La Florida al solo tener presencia efectiva en San Agustín, mientras sus diferentes campañas de exploración o de evangelización terminaban al poco tiempo por ser expulsados por los indígenas. La falta de resultados para conquistadores o misioneros para obtener una posición de poder hacía que pronto los españoles decidiesen abandonar el impulso para someter estas regiones indómitas, como sucedió con la Costa Este, la cuenca del Mississippi o el sureste de la península de Yucatán, incluso el septentrión novohispanos estuvo a punto de ser abandonado por el freno puesto por la resistencia indígena con la Guerra del Mixtón, pero el descubrimiento de las minas de Zacatecas en 1546 y los demás yacimientos de plata a lo largo de la Sierra Madre impulsaron a que los españoles siguieran con el avance hacia el norte en una situación de guerra eterna financiado por los pocos beneficios obtenidos por los colonos y que llegaría a ser heredada a México con la independencia para ser finalizada en el siglo XIX.

Este mismo problema fue el que enfrentaron los ingleses en la Costa Este, al ver la misma animadversión que mostraron los indígenas de la región hacia los españoles, los gobiernos coloniales optaron por crear un modelo militarista basado en presidios para proteger a los colonos, pero como mantener esta defensa implicaba un serio desfalco para ellos, pronto este sistema llega a su fin con la rebelión de Nathaniel Bacon de 1674 a 1677, haciendo que la corona desistiese de defenderlos y los dejaron bajo su propia responsabilidad. La incompatibilidad entre la sociedad colonial con la indígena al no darse las condiciones para establecer un modelo de dominio como el español, hizo que los ingleses los viesen como imprescindibles o un estorbo para la llegada de más colonos, volviéndose autosuficientes y provocando una mayor presión sobre las tierras de los indígenas, mientras las propias tribus eran más dependientes de los productos europeos haciendo que aceptasen las condiciones impuestas por los ingleses para evitar pleitos.

El atractivo que tenía la presencia inglesa en la Costa Este recaía en el comercio de las armas, que despertaron la fascinación de las tribus y que estaban dispuestos a entablar relaciones amistosas, esto a pesar de los intentos de prohibir su posesión por parte de la corona que emulaba a los españoles, la lejanía hacía imposible que se llevase a cabo este control como lo demostró el pujante negocio de Thomas Morton en Plymouth. Al dejar como ley muerta estas prohibiciones, paradójicamente les garantizo su sobrevivencia como se demostró en la Guerra del Rey Felipe al asegurarse la alianza de los mohicanos quienes finalmente los salvaron de ser expulsados. Pero al igual que en el resto del continente, el arma que fue vital contra los indígenas fueron las enfermedades, las estimaciones son muy disparejas y proponen cifras poblacionales que van de los 20 a los 80 millones de habitantes del continente, de los cuales entre 2 y 19 millones se estiman como la población de la Costa Este, donde al igual que en otras latitudes la mortandad llego al 90%, por lo que tenemos una región prácticamente despoblada con unos cuantos sobrevivientes que aseguraron mantener su independencia con respecto a los colonos. 

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: John Elliot. Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830). 

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Imagen: S/D. Colonos sorprendidos con la llegada de Samoset, el primer nativo que sabia hablar ingles, ca. siglo XIX.

El camino de los agricultores rumbo al Norte.

La agricultura mesoamericana tuvo su origen a lo largo de las sierras donde diferentes valles semidesérticos reunieron las condiciones adecuadas para poder alimentar a una gran población en intervalos de tiempos largos, esto dio pie a que fuesen experimentando a lo largo de generaciones por medio de la selección natural especímenes que daban un mayor volumen de alimento y poco a poco se fueron convirtiendo en pobladores sedentarios. Poco a poco, a través de las primigenias redes comerciales tribales se fueron esparciendo los conocimientos de la siembra del maíz, el frijol, la calabaza, el chile, entre otras especies que podían cultivarse sabiendo sus ciclos, adaptándose a diferentes ecosistemas y expandiendo el modo de vida aldeano junto con su modelo de organización social basado en jefaturas políticas vinculadas a la religión, llegando hasta la línea imaginaria del Trópico de Cáncer y sus amplias zonas de clima desértico. Por los vestigios encontrados, se han identificado dos tradiciones que expandieron la civilización mesoamericana, la primera conocida como la Tradición del Golfo vinculada posiblemente con el núcleo agrícola de la Sierra de Tamaulipas y que coloniza la zona subtropical de San Luis Potosí hasta llegar a la Sierra Madre, la otra es la Tradición Chupícuaro que se consolida en el Bajío y se sigue al noroeste.

Por la falta de investigaciones en la región, no se sabe si la tradición de la Sierra de Tamaulipas vinculada con hallazgos como la Cueva de la Perra se trata de un núcleo independiente al de Tehuacán o Tlacolula o si hasta allá fue de los primeros sitios a donde llegaron los agricultores, pero lo que si coincide es con los limites ecológicos señalados por el Trópico de Cáncer donde más arriba de aquella referencia empiezan a escasear las lluvias para dar lugar a ecosistemas áridos los cuales no pueden sostener la vida sedentaria. La topografía de San Luis Potosí nos marca tres regiones diferenciadas, la Huasteca en la parte baja de clima tropical, Rio Verde en la parte intermedia donde encontramos condiciones semiáridas, pero con cuerpos de agua suficientes para la agricultura, por último, tenemos el Gran Tunal con condiciones desérticas y donde ya no es posible tener grandes cultivos, región que comparte con Zacatecas y que fue el hogar de las tribus nómadas. Hacia el 500 a.C. vamos a encontrar las primeras aldeas agrícolas tanto en el centro-sur de Tamaulipas como en Rio Verde, teniendo como elemento articulador a la Huasteca que fue también un foco de influencia cultural, permitiendo el flujo de este pueblo continuase rumbo a la Sierra Gorda queretana y se formasen las poco estudiadas redes comerciales entre el Golfo y Occidente a través de los caminos de la sierra.

El éxito derivado de la expansión del modo de vida aldeano en Rio Verde dio pie a que la gran potencia mesoamericana fijase su atención en la región, Teotihuacan, por lo que vemos una mayor proliferación de la influencia huasteca de la mano con la teotihuacana como resultado de la gran actividad comercial entre los años 250 al 500 d.C. incluso se han encontrado en algunas ofrendas pipas tubulares del sureste de EU y podría indicarnos un posible contacto con la civilización del Mississippi. De los años 500 al 700 d.C. Rio Verde tendrá su etapa de mayor esplendor con la proliferación de centros ceremoniales con edificios religiosos circulares integrando en su trazado las canchas de juego de pelota, un elemento en común con las tradiciones culturales fronterizas como los guachimontones de Occidente o los sitios de la sierra de Sinaloa, siendo uno de los sitios más grandes San Rafael en San Luis Potosí. Pero uno de los sitios de importancia religiosa en la región vamos a tener al Lago de la Media Luna, un sitio muy importante para la arqueología subacuática donde se han encontrado importantes ofrendas por parte tanto de los pueblos de la tradición Rio Verde, de los grupos filiación huasteca e incluso de presencia de las tribus nómadas.

La Sierra Gorda tiene importantes atractivos que hicieron posible el asentamiento de grupos mesoamericanos, desde la diversidad de sus ecosistemas que van de bosques y selvas bajas alimentadas por sus numerosos ríos, la facilidad de su defensa otorgada por su complicada orografía y sobre todo los minerales como el cinabrio que fue un elemento importante para la parafernalia religiosa mesoamericana. La demanda por la adquisición del cinabrio por parte de las elites político-religiosas dio pie al nacimiento de la incipiente minería mesoamericana, que abre las primeras redes de yacimientos como los de la región del Soyatal donde encontramos tanto evidencias de mazos y mangos para cavar galerías de diferentes tamaños, esto hizo que los pueblos del centro de Veracruz se mantuviesen muy ligados con los pueblos de la Sierra Gorda como se manifiesta tanto con la presencia de la cerámica de Rio Verde como de los yugos y palmas de piedra del Clásico veracruzano relacionados con el juego de pelota. Los primeros fechamientos de la explotación de las minas nos dan desde los años 15 al 540 d.C., pero fue en el Clásico donde sedaría su periodo de esplendor cuando la actividad comercial minera hizo posible la construcción de ciudades-estado fortificadas en las cimas de los cerros para facilitar su protección.

Arqueológicamente, la región cultural de la Sierra Gorda se puede dividir en tres, la primera es llamada simplemente la “Sierra” y se caracteriza por la presencia de estas acrópolis en lugares de difícil acceso como el muy conocido binomio de Ranas y Toluquilla, Los Moctezumas, El Doctor, El Durazno, entre otros. Pegado a San Luis Potosí, tenemos una mayor influencia de Rio Verde dejando asentamientos dedicados a la explotación del tepetate, arcillas y la extracción de pigmentos como el almagre como Concá, Purísima, Arroyo Seco, El Carrizal, entre otros, por último tenemos una subárea de influencia huasteca donde vemos los patrones culturales básicos como vemos en sitios como Tancoyol, Tancamá, La Campana y Agua Zarca, siendo los dos primeros donde vemos el arraigo de sus nombres huastecos. Falta mucho trabajo por realizar en cuanto a la investigación de la región, de momento tenemos que esta influencia del Golfo llega hasta Xichú en la actual Guanajuato, por lo que no sabemos los alcances reales que tuvieron las regiones de Rio Verde y la Sierra Gorda en las relaciones geopolíticas de los estados huastecos e incluso no se descarta la influencia de metrópolis como El Tajín por la presencia de las palmas y yugos de piedra.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Beatriz Braniff. La colonización mesoamericana en la Gran Chichimeca. La tradición del Golfo y la tradición Chupícuaro-Tolteca, del libro La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas.

Imagen:

La conformación de San Luis Potosí.

El avance rumbo al septentrión resultaría muy complicado para los españoles debido a la existencia de sociedades seminómadas que habitaban las regiones semidesérticas del centro, por lo que no respondían a los mismos métodos con que habían sometido o integrado a las ciudades-estado mesoamericanas. Hubo dos ramas por donde las expediciones españolas empiezan a penetrar hacia el norte, la del occidente donde entraron en guerra directa con los nómadas del Bajio y al oriente en la zona huasteca donde se había conformado la provincia del Panuco, caracterizado pro la brutalidad que tuvieron con el trato a los indígenas de la región por parte del conquistador Nuño de Guzmán. A la parte central entre ambas provincias se le conoció como “llanos de los chichimecas”, habitado por los guachichiles que se caracterizaban por su fiereza para combatir a los invasores y que impedían la conexión, por lo que mapas como el de Ortelius de 1579 la señalaba como el límite de la Nueva España.

Estos años estuvieron marcados por las guerras chichimecas donde los españoles trataron de consolidar su presencia desde Guanajuato hasta las minas de Zacatecas, siendo el resto del territorio siendo controlado por los presidios militares que defendían el camino de los ataques chichimecas, teniendo como punto nodal a Querétaro que a su vez era la conexión con la Huasteca, incentivando el avance hacia el oriente teniendo como motor la búsqueda de metales como la plata. El eje zacatecano estaba presidido por los establecimientos de Zacatecas, Fresnillo, San Martin, Nieves, Sombrerete, San Martin y Mazapil, desde 1549 habían encontrado el hacia el oriente el yacimiento de las Salinas Viejas de Santa María, donde mandaron a trabajar los yacimientos a los caxcanes de Nueva Galicia para mantener a raya a los guachichiles. Esto dio lugar a consolidar el avance con el descubrimiento del mineral de Salinas de Santa María del Peñón Blanco hacia 1561, siendo importantes su posesión para la extracción de mercurio de las salinas para implementar el novedoso método de procesamiento del oro y plata por medio del azogue, requiriendo con ello mano de obra y llevando a unos incipientes alianzas con los guachichiles.

Inicialmente, la corona emite una real cedula donde se les permiten a los guachichiles salineros la fundación de un pueblo propio, pero los malos tratos propinados por los españoles provocaron que junto con los zacatecos de rebelasen y se avocaran a asaltar los caminos y a destruir los asentamientos españoles como el de Charcas y Agua Hedionda, siendo el primero una pérdida importante al ser el primer yacimiento de plata y oro en el altiplano potosino. A pesar de su destrucción en 1573, el conocimiento de sus riquezas hizo que diez años después decidieran reasentarse a dos leguas del antiguo establecimiento (hoy conocido como Charcas Viejas), gracias al apoyo del gobierno virreinal es que se consolida la conexión con Zacatecas y dio lugar para la fundación de otras fundaciones como Venado, Guanamé, Las Cruces, Espíritu Santo, Real de Pinos y Ojuelos, siendo respaldado por la creación de una red de presidios para proteger los caminos construyéndose estos establecimientos desde 1570 hasta 1590 llegando a San Luis Potosí.

Las décadas donde los españoles intentaron someter la región usando el argumento de la “guerra justa” resultaba insuficiente comparado con el gran conocimiento de los guachichiles de su terreno ofreciéndole una gran ventaja, por lo que en 1585 el clero toma cartas en el asunto y en el Concilio Provincial Mexicano queda improcedente esta justificación para tratar con las tribus, empezando el proceso conocido como la “paz comprada” respaldada con el trabajo de los misioneros. Para esto fue fundamental la colonización por medio de los indígenas aliados incorporados al sistema colonial como lo eran los tlaxcaltecas, aunque en un inicio se mantuvieron reacios los señoríos tlaxcaltecas a mandar a sus súbditos debido a la inestabilidad de la zona, pero les dieron garantías tanto el virrey Luis de Velasco y el capitán mestizo Miguel Caldera. Con él a la cabeza, sale la caravana tlaxcalteca el 6 de junio de 1591, llegando al fuerte Cuisillo en las cercanías de Zacatecas de donde procedieron a su repartimiento hacia diferentes sitios, aunque tuvieron problemas en Teul donde fueron masacrados por los zacatecos y tepecanos y fueron reasentados los sobrevivientes en Chalchihuites.

A pesar de que se pensó que el modelo de “pueblo de indios” pudiese servir como transición para los chichimecas para pasar al modo de vida sedentario, los tlaxcaltecas mantuvieron una actitud elitista y se consideraban a sí mismos como indios conquistadores, manteniéndose reacios a entablar relaciones con los chichimecas. El principio de colonización consistió en la fundación del pueblo tlaxcalteca a un lado de la población guachichil, sirviendo de división las calles que delimitaban los barrios los cuales poseían sus respectivas iglesias, dando inicio al proceso de asimilamiento cultural tanto de los guachichiles como los tlaxcaltecas que, si bien no se extinguieron, su identidad quedo diluida por la hispana y facilitando el repartimiento de sus tierras entre los españoles y los tlaxcaltecas. Cuenta la historia que Miguel Caldera se encuentra a un indígena de pintado de amarillo metálico bajando de Cerro San Pedro, dando la pista para el hallazgo de los minerales de oro y plata, corriéndose la noticia para que tanto españoles, purépechas y mexicas llegaran a la región para aprovechar los minerales, dando pie a la fundación por parte de Caldera y Juan de Oñate a la población de San Luis de Mexquitic el 3 de noviembre de 1592 aprovechando la mina de Potosí, consolidándose el dominio de la región mediante un sistema dual entre españoles y tlaxcaltecas.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José Antonio Rivera Villanueva. Transformación territorial de la frontera chichimeca, 1550-1591, del libro San Luis Potosí. La invención de un territorio. Siglos XVI-XIX.

Imagen:

  • Izquierda: Escudo fundacional de San Luis Potosi otorgado por el rey Felipe IV, 1656
  • Derecha: Mapa de San Miguel y San Felipe de los Chichimecas, 1580

La mítica conquista y fundación de Querétaro.

La situación del centro geográfico del actual México previo a la conquista española era de una gran inestabilidad al localizarse en la región fronteriza entre los pueblos mesoamericanos y las tribus nómadas conocidas popularmente como chichimecas, esto incluso se complica en el caso de la región de la actual Querétaro al localizarse en la frontera entre el estado mexica y el purépecha donde se localizaban las poblaciones de Tlachco y Cinconque, cuyos nombre en purépecha eran los de Queretaro y Apapátaro, siendo el primero atribuido a la forma de la cañada localizada en la cercanía del pueblo y que tenía la forma similar a la de un juego de pelota. La conquista y pacificación de la región fue asignada a los otomíes del señorío de Xilotepec, localizada actualmente en el noreste del actual Estado de México, cuya llegada a Tlachco fue precedida por las antiguas ceremonias mesoamericanas de fundación de una comunidad donde se emplazó la ciudad según las normas mesoamericanas que incluían la sacralización del lugar, pero siguiendo la traza española.

La principal fuente que tenemos sobre su fundación la tenemos en la “Relación geográfica de Querétaro” donde se relatan los pormenores sobre los acontecimientos que definieron el establecimiento del pueblo, donde se apunta la alianza de los caciques otomíes encabezados por Fernando de Tapia o “Conin” junto con los soldados españoles quienes ayudaron a someter la región entre los años de 1548 y 1550, aunque hay una segunda versión donde se le atribuye la fundación al capitán general otomí Nicolas de San Luis Montañez secundado por Tapia y Martin de Toro, quienes se lanzaron a atacar a los chichimecas y los derrotan en la batalla del cerro Sagrenmal. La victoria implico la sumisión de los chichimecas encabezados por el cacique Juan Bautista Criado y sobre todo el compromiso de estos para cristianizarse, aceptando asentarse junto a los otomíes y a petición de los chichimecas se les proporciona una cruz de piedra y terrenos para la construcción de una iglesia para emplazarla en el cerro Sangremal, donde se atribuye la victoria a la aparición milagrosa del santo guerrero Santiago Apóstol.

Si bien los tres caudillos otomíes tienen sus respectivos relatos similares donde en cada uno se resalta el protagonismo de cada uno, sería el de San Luis Montañez el que tendría un mayor arraigo en el colectivo queretano al contener dos de los símbolos religiosos de importancia para la ciudad, la Santa Cruz de los Milagros y la presencia de Santiago Apóstol, de ahí que sea tomado como el santo patrono de la ciudad. Las particularidades que presenta con la tradición mesoamericana la tenemos con el relato de la peregrinación de los conquistadores otomíes siendo indicada por el oráculo entorno a la mítica cueva de Chiapa, a esto se le suma la aparición milagrosa señalando el lugar donde se habría de fundar el asentamiento y su posterior delimitación de los límites de este, todo relacionado con un ambiente lacustre para darle una mayor validez cosmogónica. Posterior al primer establecimiento otomí, le siguió otra migración proveniente de Xilotepec e indicada por la cueva de Chiapa, esta vez se asientan en las cuevas del sitio conocido como La Cañada vistiendo a la manera de los chichimecas, relato que indica ser mítico al ser imposible la habitabilidad de esas cuevas y comparte más el imaginario de otros relatos como el de Chicomoztoc, sumado a que estaban encabezados por siete jefes.

Según las narraciones indígenas, el pueblo de Tlachco se localizaba cerca de un pequeño lago, fundamental para la escatología mesoamericana para proseguir con el arquetipo de la mítica Tollan, señal que aseguraba el éxito de la fundación. La delimitación de los linderos se establece por ceremonias donde se fija la orientación de la ciudad definiendo los ejes que corresponden con las montañas y ríos de la región, posteriormente se pasan a flechar hacia los cuatro rumbos cardinales a manera de saludo y de ahí se pasa a flechar los manantiales y pozos de las cercanías para reclamar la pertenencia del agua a la comunidad. Después se hace el repartimiento de los terrenos entre los colonos y del templo principal, así como un banquete elaborado por los miembros más viejos del grupo, quedando con esto definidos tanto los barrios como los distritos de la nueva ciudad. Todo esto fue proseguido con una procesión de los 50 capitanes otomíes para localizar la cruz prometida a los chichimecas, siendo elaborada en La Cañada al probar fallidamente en otros sitios cercanos, lugar donde surge también el rio Tlachco para aumentar la sacralidad de su manufactura, comitiva que fue acompañada por músicos que tocaban los clarines y tiraban flechas.

La tradición mesoamericana nos indica que un nuevo estado o altépetl podía ser fundado sobre otro asentamiento previo y no en un sitio vacío, como pasa con el caso de Tlachco, por lo que al perder los pobladores originarios se les otorgaba la titularidad de sus tierras a los vencedores y que es refrendada con la victoria sobre los chichimecas en cerro Sangremal y matando al capitán Mazadin de los Maxorro, lo que provoca la rendición del cacique e integración de los chichimecas a los otomíes. Los ejes que se establecen son los correspondientes con las orientaciones norte-sur y este-oeste, correspondiendo con el cerro Cimatario el primero y La Cañada en el segundo para definir el centro poblacional en el Sangremal dividiéndose en cuatro cuadrantes. Una vez definido el centro, se empieza a asociar a la presencia de una cactácea donde se para un águila, indicándonos que el mito fundacional de los mexicas era común entre otros pueblos mesoamericanos y como este persistía en los primeros años de la conquista. Los españoles también jugaron su papel en la fundación con la fortificación a la manera de los castrum romanos y el establecimiento de las capillas para el culto, por lo que vemos la forma en que conquistadores indígenas y españoles colaboraron y convivieron ambas tradiciones culturales iniciando el proceso de mestizaje que conformaría la Nueva España.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Lourdes Somobano Martínez. Los rituales de fundación del siglo XVI y el trazo urbano del pueblo de Querétaro, de la revista Secuencia no. 60.

Imagen:

  • Izquierda: Guerrero otomí, Códice Pedro Martin de Toro, siglo XVII.
  • Derecha: Templo y convento de la Santa Cruz de Queretaro, siglo XVII.