Las elecciones de 1880.

Destacado

El clima político hacia finales del primer mandato de Porfirio Díaz parecía estable, ya que al anunciar que no buscaría la reelección le dio certeza a todas las facciones que lo apoyaron a su llegada de que cumpliría los postulados de su Plan de Tuxtepec. Por lo tanto, muchos de los opositores a la reelección de Benito Juárez empezaron a moverse para buscar apoyos políticos y ganar los comicios.

La opinión general sobre el primer período de Díaz era positiva. Aunque no había logrado controlar todos los focos rebeldes, especialmente en el Occidente, sí había conformado una red de acuerdos para mantener el poder de los caciques regionales. Además, había alcanzado acuerdos con el gobierno estadounidense para resolver el problema de la rebelión apache en la región fronteriza, logrando así una situación de estabilidad.

La oposición que se generó para las elecciones no pretendía romper con este orden porfirista, ya que ninguno estaba realmente enfrentado con el presidente como para representar una amenaza. Sin embargo, estaban motivados por la posibilidad de ejercer una democracia funcional en el país. Se generaron dos bandos: el militar, compuesto por generales de amplia experiencia y gran influencia, y el civilista, integrado por civiles con una gran preparación académica.

Dentro del bando militar, los interesados en competir fueron los generales Jerónimo Treviño de Nuevo León y Trinidad García de la Cadena de Zacatecas. Ambos iniciaron su carrera durante la Revolución de Ayutla, formando parte del bando liberal y luchando en la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa. Con esto, ganaron una importante posición de influencia en sus estados, y cuando Díaz intentó llegar al poder, contaron con su apoyo incondicional, lo que les valió ascender a las gobernaturas de sus estados.

Otra opción atractiva era la de quien se había destacado tanto como militar, político y escritor: Vicente Riva Palacio. En ese momento, Riva Palacio ya había consolidado su influencia en el Estado de México y había formado parte del régimen de Díaz como secretario de Fomento, destacando por su versatilidad y sus ideas para modernizar el país. Sin embargo, su independencia en el manejo de los asuntos hizo que perdiera el favor de Díaz, quien lo consideró un elemento peligroso y le comunicó que no contaba con su apoyo para la candidatura. Esto resultó en un alejamiento del gabinete, tanto de González como del segundo periodo de Díaz, llegando incluso a perseguirlo. No obstante, sus servicios finalmente fueron recompensados al ser nombrado embajador en España.

Del lado de los civilistas estaba el abogado Ignacio Vallarta de Jalisco, quien destacó como un importante político desde el gobierno de Juárez y ocupó diferentes puestos como gobernador de su estado, diputado, secretario de Gobernación de Juárez, secretario de Relaciones Exteriores de Díaz y presidente de la Suprema Corte en el momento de la sucesión.

Otro candidato de importancia fue Justo Benítez, paisano de Díaz y su amigo, quien lo apoyaba desde la trinchera política y llegó a considerarse su mentor ideológico. Díaz recompensó a Benítez dándole la secretaría de Hacienda, pero su independencia en el manejo de los asuntos hizo que lo vieran como un posible Benito Juárez. Por esta razón, no recibió la bendición del presidente para sus pretensiones electorales y fue atacado por la prensa. Incluso, no se benefició de las políticas conciliatorias posteriores.

Por último, se encontraba Manuel María de Zamacona, otro político de larga trayectoria y representante de la vieja guardia liberal. Fue compañero de Francisco Zarco y un incondicional del presidente Juárez. Además, tenía amplios conocimientos jurídicos y diplomáticos, ya que fue uno de los agentes de confianza de Juárez durante las negociaciones con las potencias durante la guerra con los conservadores.

En ese momento, la única opción viable para el proyecto de Díaz era sin duda Manuel González, ya que además de contar con la ventaja de haberse mantenido alejado de las luchas políticas de la capital, había construido buenas relaciones con los gobernadores de los estados, algunos de los cuales eran caciques. Esta era su carta fuerte, al tener el respaldo de líderes como Hipólito Charles de Coahuila, Francisco Naranjo y Servando Canales de Tamaulipas. Incluso contaba con el apoyo de Treviño a pesar de tener aspiraciones presidenciales.

Todo esto hizo posible que la candidatura de González se diera por consenso, a pesar de la imagen de imposición debido a su clara cercanía con el presidente. Esto se debió especialmente a que los gobernadores estaban en contra de que se le diera la candidatura a Benítez, a quien veían como un peligro. Fue un logro significativo donde los poderes estatales se doblegaron ante el poder presidencial.

Una vez establecidos los candidatos, la campaña fue seguida de cerca por una amplia cobertura periodística de los principales diarios, que jugaron un papel importante al apoyar a cada candidato en sus editoriales. Si bien criticaron la existencia de un candidato oficialista, no adoptaron un tono confrontativo. Una vez que González ganó las elecciones, los diarios se limitaron a recordar los pendientes dejados por Díaz.

Algunos periódicos, como el «Monitor Republicano», destacaron la división dentro del partido tuxtepecano al surgir diferentes candidaturas. Se señaló que la facción porfirista tenía graves riesgos de sucumbir una vez finalizado el cuatrienio. Algunos autores recordaron el pasado conservador de González, vinculándolo con las gavillas que asesinaron a Leandro Valle y a Santos Degollado. Esto favoreció las candidaturas de Vallarta o Zamacona debido a su indiscutible compromiso con el liberalismo.

Incluso se cuestionó la nacionalidad mexicana de González, sosteniendo que en realidad era español y por lo tanto no podría ser presidente. Sin embargo, el gobierno actuó para silenciar esas acusaciones y buscó su fe de bautismo en Canales y en el general Ramón Corona por Tamaulipas. También se dijo que de ganar la presidencia, quien realmente gobernaría sería su secretario particular, Ramón Fernández, quien lo había apoyado de esa forma en su gobierno en Michoacán.

Los resultados de las elecciones fueron apabullantes: González alcanzó los 11,000 votos, seguido por Benítez con tan solo 1,500 y García de la Cadena con poco más de 1,000. El resto obtuvo cantidades ínfimas. Además, se logró el «carro completo» en la Cámara de Diputados y las legislaturas locales, sentando las bases para la construcción de la fuerza del presidente y la consolidación de las bases porfiristas.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Silvestre Villegas Revueltas. Un acuerdo entre caciques: La elección presidencial de Manuel Gonzales (1880), de la revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea no. 25.

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Imagen: 

 – Izquierda: S/D. Manuel Gonzalez, ca. 1880.

 – Centro: Anónimo. Justo Benitez. Ministro de Hacienda, 1877.

 – Derecha: S/D. Trinidad García de la Cadena

La construcción de la “democracia” porfirista.

La consolidación del modelo republicano liberal se logró gracias al liderazgo de Benito Juárez, quien lo defendió de los esfuerzos conservadores por derribarlo. Sin embargo, es importante destacar que en aquel momento no existía una cultura democrática sólida en el país, lo que dio lugar a la construcción de la figura presidencial como si fuera soberana.

Tras la derrota francesa, Juárez continuó presentándose a las elecciones. Su prestigio acumulado le permitía mantenerse en el poder, lo cual generaba molestias en otros sectores del liberalismo que esperaban su oportunidad para ascender. Por ejemplo, Porfirio Díaz representaba a las fuerzas militares y se levantó en armas al perder las elecciones, utilizando la democracia como pretexto.

La muerte fue el único evento que pudo separar a Juárez del poder, y fue entonces cuando ascendió Sebastián Lerdo de Tejada, quien era juez de la Suprema Corte. Sin embargo, Lerdo también sucumbió a las tentaciones del poder y se presentó a la reelección en 1876. En esta ocasión, Díaz aprovechó la división dentro del grupo juarista y la oposición a la presidencia de Lerdo para obtener los apoyos necesarios y triunfar con el Plan de Tuxtepec, colocándose en la presidencia bajo la causa antirreeleccionista.

A diferencia del resto de los liberales, Díaz era considerado moderado, lo que le permitió obtener numerosos apoyos en diversos sectores de la sociedad mexicana, incluidos los grupos conservadores. Estos últimos encontraron un respiro del acoso durante el periodo juarista y, sobre todo, durante el gobierno de Lerdo, lo que les permitió llegar a acuerdos donde, a cambio de garantizar la gobernabilidad del régimen, se pasaba por alto la aplicación estricta de las leyes radicales de la Constitución de 1857.

El éxito en la consolidación de un sistema centralizado en torno a su liderazgo hizo que Díaz se encariñara con el poder. Sin embargo, aún no podía despojarse por completo de los ideales que lo habían llevado a la presidencia, como el antirreeleccionismo promovido en el Plan de Tuxtepec. Por lo tanto, por «congruencia», decidió no presentarse en las elecciones de 1880. No obstante, buscaba una manera de mantener el poder sin ostentarlo directamente. Para lograr esto, utilizó su círculo de amistades para elegir a su sucesor. Este perfil correspondió al general Manuel González, quien había sido un antiguo conservador bajo el mando de José María Cobos y Leonardo Márquez durante la Guerra de Reforma, pero que se acogió al indulto de Juárez ofrecido para enfrentar a los franceses.

Durante la guerra de intervención, González, quien era coronel, estuvo subordinado a las órdenes del general Díaz, a pesar de que paradójicamente se habían enfrentado en la Guerra de Reforma en los territorios del Estado de México, Puebla y Oaxaca. González fue uno de los hombres de confianza de Díaz durante los enfrentamientos contra los franceses, especialmente en las batallas de Miahuatlán y la del 2 de abril en Puebla, donde su participación fue determinante y perdió un brazo.

Durante los desafíos de Díaz hacia el gobierno de la República Restaurada, González fue uno de sus aliados en la lucha. Sin embargo, ante el fracaso del Plan de La Noria, se acogió al indulto y se retiró a su natal Matamoros. A pesar de esto, no perdió el contacto con Díaz y durante la rebelión de Tuxtepec, le permitió tener una sólida red de apoyos entre los empresarios tamaulipecos y regiomontanos, además de contar con el abastecimiento de la frontera.

A pesar del fracaso inicial de Díaz en el noreste, cambió sus planes y decidió dirigirse al sur para encabezar la rebelión, dejando a González a cargo del norte, siguiendo una estrategia de pinza. Las fuerzas de González destacaron al derrotar a las tropas lerdistas en batallas como la de Tecoac, asegurando el triunfo de Díaz y comprometiéndose aún más en recompensarlo.

Una vez en el poder, Díaz nombró a González como gobernador de Michoacán en 1877 y lo ascendió al rango de general de División. Posteriormente, lo designó como ministro de Guerra en 1879 y le encomendó la jefatura de Operaciones del Ejército de Occidente. Esta posición lo hizo responsable de los territorios que se extendían desde Guanajuato hasta Baja California y con la tarea de combatir la rebelión de los seguidores del fallecido Manuel Lozada en Tepic.

El distanciamiento de las luchas en la capital llevó a Díaz a confiar en González, lo que le permitió considerarlo como su sucesor. A pesar de haber comenzado en bandos opuestos, su cercanía se fortaleció durante la intervención, cuando Díaz apadrinó al hijo de González, convirtiéndose en compadres. Sin embargo, lo que realmente contribuyó a que González fuera elegido como sucesor fue su habilidad para manejar los intereses tanto de los caciques como de los caudillos militares, lo que lo convertía en una garantía para la continuación del nuevo orden nacional.

Para poder gobernar, Díaz había tejido una red de intereses entre caudillos y caciques del país, construyendo un equilibrio mediante su intervención. De esta manera, el ejército respetaba la autonomía de los municipios y escuchaba las peticiones de los pueblos, lo que contribuyó a alcanzar la estabilidad en términos de paz y orden. Este enfoque comenzó a dar resultados positivos al impulsar el crecimiento económico del país.

Las generaciones de aquellos años veían con buenos ojos y consideraban necesaria la perpetuación del proyecto porfirista, ya que su enfoque moderado atendía las necesidades de todos los sectores sociales. Sin embargo, esto implicaba un golpe serio a la cultura democrática, que estaba dispuesta a ser sacrificada en nombre del orden y el progreso. Tanto los poderes regionales, el ejército y la sociedad civil habían buscado sin éxito alcanzar esta estabilidad después de la independencia.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Silvestre Villegas Revueltas. Un acuerdo entre caciques: La elección presidencial de Manuel Gonzales (1880), de la revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea no. 25.

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Imagen: «Cedacito nuevo ¿dónde te pondré?», caricatura de la revista El Padre Cobos, octubre de 1880. 

El fin de la rebelión religionera.

Entre 1874 y 1875, los religioneros lograron expandirse por buena parte del territorio michoacano sin que el ejército federal pudiera frenarlos, ya que recibían el apoyo de muchas comunidades que no toleraban la actitud anticlerical mostrada por el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, quien llevaba a la radicalidad los postulados de la Constitución de 1857. A pesar de lo que se podría creer, la lucha religionera estaba sustentada en una serie de objetivos políticos a cumplir una vez que hubieran derrotado a las fuerzas del gobierno, como el Plan de Terremendo suscrito por el caudillo Socorro Reyes en octubre de 1874. Sin embargo, el objetivo con mayor alcance fue formulado por Jesús Ortega, alias «El Licenciado», en enero de 1875. En este documento, se reafirma que los objetivos del movimiento son llevar al país a la democracia y a la libertad plena. A pesar de esto, hay una contradicción en la cuestión religiosa, ya que establece como objetivo la derogación de la libertad de cultos, aunque tampoco aboga por establecer un estado teocrático.

Todo se configura entre los meses de febrero y marzo, cuando los principales liderazgos religioneros se reúnen en el pueblo de Nuevo Urecho y acuerdan un plan generalizado promulgado el 3 de marzo, respaldado por el Manifiesto de Tzitzio. En este documento, deslegitiman a la Constitución por haberse impuesto por las armas y por atacar uno de los pilares de la nación, la religión. Establecen como objetivos el desconocimiento de la Constitución y del presidente Lerdo de Tejada. Proponen la designación de un presidente interino que respete el catolicismo y nombre a un ministro plenipotenciario para enviarlo al Vaticano y negociar con el Papa la formulación de un concordato, que establecería a la Iglesia católica como la religión del estado. Al mismo tiempo, llaman a elecciones populares para establecer una república representativa y popular.

A pesar de ser una agenda conservadora, el plan no aborda las causas de su antiguo aliado, el ejército, ya que lo que quedaba del ejército conservador e imperial se ha integrado a las gavillas guerrilleras en contra del gobierno, perdiendo sus reivindicaciones como grupo de interés.

Avanzó el año y las fuerzas federales no lograban acabar con la resistencia religionera. Descubrieron que, además de recibir el apoyo de los pueblos, también contaban con la financiación de algunos sectores de la clase media urbana. Zamora fue la que más respaldó a los rebeldes. Sin embargo, hacia finales de año, la tendencia comenzó a cambiar como consecuencia de los abusos y saqueos cometidos, que estuvieron a la par de lo ocurrido en Cotija, como el caso de Tlazazalca donde quemaron 500 casas de civiles.

Fue así como Lerdo de Tejada tuvo que recurrir a uno de los veteranos prestigiados del liberalismo para combatirlos, Mariano Escobedo. Su estrategia consistía en acudir a las víctimas de los religioneros para convertirlas en aliados del gobierno, ayudándolos a combatirlos denunciando su ubicación o formando parte de las guardias civiles. La estrategia fue un éxito y a partir de 1876, las gavillas religioneras comenzaron a sufrir importantes derrotas, y sus filas empezaron a reducirse. Esto se debió a que algunos decidieron abandonarlos a su suerte o se acogieron al indulto ofrecido por el gobierno. Así, lograron capturar a los principales cabecillas y los enviaron a la horca.

Otro factor decisivo para la derrota religionera fue el limitado alcance de sus objetivos al capturar ciudades, ya que carecían de capacidad gubernativa y no sabían cómo mantenerlas tras su posesión. Solo en la Tierra Caliente se llegó a conformar una especie de gobierno religionero, pero perdieron el apoyo de los sectores católicos. Tampoco ayudó que las altas jerarquías católicas se deslindaran de la rebelión al mismo tiempo que se promulgaba el Plan de Nuevo Urecho. En marzo, los arzobispos de México, Guadalajara y Michoacán suscribieron la «Instrucción Pastoral», donde hicieron pública su condena hacia los actos violentos contra el gobierno, sin acusar directamente a los religioneros. Esta declaración marcó la postura de la Iglesia frente al Estado, presentándose como un organismo moderado y descartando cualquier beligerancia hacia él. Este enfoque fue impulsado por Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, arzobispo y acérrimo enemigo de los liberales, quien supo interpretar los nuevos tiempos del país. Esta posición fue respaldada por el arzobispo de Morelia, José Ignacio Árciga, mientras que el único que mantenía una postura favorable a los objetivos religioneros fue el obispo de Zamora, José Antonio de la Peña, aunque nunca manifestó públicamente sus preferencias y finalmente tuvo que seguir el ejemplo.

Para finales de 1876, el movimiento religionero estaba en vías de extinción debido a la implacable campaña de Escobedo. Sin embargo, lograron colarse entre el amplio descontento político hacia el gobierno de Lerdo de Tejada, liderado por la rebelión del general Porfirio Díaz y su Plan de Tuxtepec, promulgado en enero. Para poder sobrevivir, se replegaron a la Tierra Caliente e intentaron avivar el movimiento en el estado de Guerrero.

A principios de año, se sabe que existían algunos contactos entre religioneros y porfiristas, sin comprometerse realmente. Sin embargo, con la debacle en el campo de batalla, varios caudillos se sumaron a la rebelión porfirista a partir de julio. Se informó que algunos grupos lanzaban vivas a la religión y a la Constitución de 1857. A finales de 1876 y principios de 1877, los caudillos religioneros lucharon a favor de la causa tuxtepecana y comenzaron a capturar bajo su bandera las ciudades michoacanas. Colocaron como gobernador al eximperialista Felipe N. Chacón. Sin embargo, poco tiempo después de que Díaz ascendiera a la presidencia, la mayoría de los caudillos murieron asesinados en circunstancias poco claras. A pesar de esto, Díaz optó por establecer una relación más pragmática con la Iglesia, dejando de lado los radicalismos liberales para poder gobernar.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ulises Iñiguez Mendoza. Los religioneros contra la Republica Restaurada: ¡Viva la religión y mueran los protestantes! De la revista Historia Mexicana no.72.

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Imagen: Anónimo. Calle Real (hoy Hidalgo) de Zamora a finales del siglo XIX. Fuente: https://www.facebook.com/photo.php?fbid=661914379447707&set=pb.100068874514076.-2207520000&type=3

El balance de Porfirio Diaz frente a EU.

A pesar de que en el siglo XIX existía un sentimiento de resentimiento hacia Estados Unidos dentro de la sociedad mexicana, tanto el gobierno de Porfirio Díaz como el de su compadre Manuel González eran conscientes de que para superar la crisis constante, era necesario contar con el capital estadounidense, que era el más predominante. Sin embargo, también veían como necesaria la entrada de inversiones europeas para ir sustituyendo gradualmente la dependencia de Estados Unidos.

Cuando Díaz regresó al poder en 1884, contaba con dos ministros que mantenían posiciones opuestas. Por un lado, estaba Ignacio Mariscal, quien era antiyanqui y abogaba por el acercamiento a Europa. Por otro lado, estaba Matías Romero, con amplia experiencia en relaciones diplomáticas con Estados Unidos y que no veía problemas en mantener esas relaciones. Díaz decidió utilizar a ambos para manejar las relaciones con ambos frentes y ser el equilibrio entre ambas posturas.

A finales del siglo, Estados Unidos mantenía una política confrontativa con México debido a las pocas garantías que brindaba para la seguridad de sus ciudadanos. La idea de una posible intervención militar o la anexión de Baja California y Sonora estaba presente. A pesar de esto, Díaz continuó con el reclamo del territorio de El Chamizal, iniciado por Juárez, manteniendo al mismo tiempo la prudencia en las relaciones bilaterales.

Uno de los frentes que estaba a punto de escapar de su control fue el caso de Centroamérica, ya que hacia 1885, el presidente de Guatemala, Justo Rufino Barrios, anunció la reunificación del resto de las repúblicas centroamericanas, lo que supondría una amenaza para la posesión de Chiapas y el Soconusco. Por lo tanto, Díaz desplegó tropas disuasorias en territorio chiapaneco y, sobre todo, respaldó la resistencia salvadoreña para que el ejército guatemalteco se concentrara en El Salvador.

Otro problema surgió en 1889 con la Conferencia Interamericana, donde Estados Unidos propuso la formación de una unión aduanal que permitiría a los empresarios estadounidenses pasar libremente por el continente sin pagar los gastos aduanales, lo que afectaría a los inversionistas europeos y los condenaría a la dependencia. Con la ayuda de las legaciones chilena y argentina, se descartó el proyecto. Sin embargo, uno de los momentos en que Díaz se enfrentó a Estados Unidos fue en la disputa entre Venezuela y Gran Bretaña por la colonia de Guyana, donde la cancillería estadounidense intervino a favor de los venezolanos, presentándose como protectores del continente y evocando la doctrina Monroe. Díaz respondió en un discurso en 1896 llamando a extender la doctrina hacia cualquier potencia que interviniera en otros países.

Con esta declaración, se pretendía establecer una llamada «Doctrina Díaz», instando a los países a rechazar el intervencionismo tanto europeo como estadounidense. Sin embargo, en el contexto americano, donde la amenaza de una invasión europea era inexistente, este mensaje iba en contra de las acciones de Estados Unidos. Aunque México no podía realizar acciones prácticas para frenar el intervencionismo estadounidense, procuró apoyar a las naciones afectadas a través de la cancillería, participando en acciones diplomáticas para mediar entre los actores beligerantes. Esto incluyó su participación en los conflictos de República Dominicana, Colombia por el problema de Panamá y, sobre todo, en la cuestión española en Cuba y Puerto Rico.

Coincidentemente, en 1898 falleció el ministro Matías Romero y Estados Unidos triunfó al tomar el control del Caribe español. A partir de entonces, la balanza se inclinó completamente a favor de Ignacio Mariscal, quien viró hacia el apoyo europeo. Para reemplazar a Romero, Díaz designó a José Yves Limantour, encargado de lidiar con los empresarios estadounidenses y facilitar la entrada de inversiones europeas, como fue el caso de Weetman Pearson.

En varias ocasiones, la cancillería estadounidense intentó convencer a Díaz de que México adoptara una política intervencionista tanto en el Caribe como en Centroamérica. Incluso Theodore Roosevelt llegó a proponer la anexión mexicana de estos territorios como una forma de mejorar el prestigio internacional de México, presentándolo como el «guardián de la paz» para legitimar las acciones estadounidenses. Sin embargo, Díaz no cayó en la trampa y asumió el papel de velar por los intereses de estas naciones.

Una vez expuesta la posición de México, sirvió como un verdadero contrapeso en los conflictos de las naciones centroamericanas entre 1906 y 1909, evitando la presencia estadounidense y estableciendo tratados de paz en estos frentes. Logró reducir los intereses intervencionistas de Estados Unidos, haciendo que Roosevelt lo viera como un socio igualitario. Esta posición de fuerza diplomática a nivel panamericano la mantuvo hasta el último año de su gobierno, cuando se debilitó debido a la recesión global de 1907. Este evento evidenció los serios problemas de desigualdad en México y deterioró la posición de Díaz, especialmente con la llegada a la presidencia de Estados Unidos en 1908 de William H. Taft, quien adoptó un enfoque más beligerante.

En los últimos años, el gobierno de Díaz comenzó a actuar en contra de los intereses estadounidenses en el país como una forma de protegerse ante el inminente fin del régimen, respaldando las inversiones europeas. Esto fue percibido tanto por Taft como por su Secretario de Estado, Philander C. Knox, como una afrenta a la seguridad nacional de Estados Unidos, ya que consideraron que violaba la posición neutral de México. El último enfrentamiento diplomático se dio por el asunto de Nicaragua en 1909, cuando el aliado de Díaz, José Santos Zelaya, fue derrocado por una rebelión instigada por la cancillería estadounidense, que aprovechó el retiro mexicano como protector. México se limitó a prestar apoyo a Zelaya en su exilio y a expresarse en contra del golpe.

El punto final se dio con el estallido de la Revolución de 1910. Aunque Estados Unidos se había comprometido a mantenerse neutral ante los conflictos internos, decidió relajar estas medidas y permitió que Madero alimentara la rebelión sin intervenir. Además, numerosos agentes porfiristas en Estados Unidos se unieron al bando maderista para derrocar al gobierno de Díaz.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jürgen Buchenau. Inversión extranjera y nacionalismo: lo paradójico de la política internacional de Porfirio Diaz, de la revista Dimensión Antropológica vol. 6.

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Imagen: S/D. El presidente de Mexico, general Porfirio Díaz y de los Estados Unidos, Mr. William Taft, quienes se ven acompañados de sus ayudantes, el capitán Butt y el teniente coronel Pablo Escandón. 16 de octubre de 1909.

El contexto político después de 1867.

Con la derrota de los franceses, el proyecto conservador quedó descartado como opción a seguir. Después de 1867, todo parecía indicar que se lograría implementar el modelo republicano sin mayores obstáculos. Sin embargo, el problema residía en la baja cultura política que permeaba en la sociedad, sumada a la vulnerabilidad económica del país, lo que podría desencadenar nuevamente luchas por el poder, como las ocurridas en la primera mitad del siglo.

Ante esta situación delicada, la nación necesitaba la figura del hombre fuerte para obtener un símbolo de unidad entre la clase política y el resto de la sociedad. Esta fue la razón por la cual tanto Benito Juárez como Sebastián Lerdo de Tejada optaron por seguir en la presidencia a través de la figura de la reelección. De esta manera, buscaban ganarse la legitimidad ante el pueblo y poder continuar ostentando el poder utilizando los medios legales que les otorgaba la Constitución de 1857.

En ese momento, el país se encontraba profundamente dividido a nivel regional bajo la influencia de los caciques, quienes actuaban como el verdadero poder que controlaba la vida de las comunidades. Dirigían desde la economía al entablar relaciones con los hacendados, hasta el ámbito social, siendo la última instancia en decidir sobre cualquier asunto de relevancia. Los políticos se veían obligados a ganarse las simpatías de los caciques para asegurar la afluencia de votos que les garantizara la victoria, siendo compensados posteriormente con algún favor a través de políticas públicas.

Esta situación complicaba la implementación de cualquier acción ejecutiva en el poder, ya que los políticos tenían la obligación de conciliar los diferentes compromisos regionales que asumían para poder gobernar. Esto provocó que a lo largo del siglo XIX, el país estuviera marcado por la inestabilidad, producto de las revueltas regionales provocadas por los caciques a quienes no se les cumplía, o peor aún, cuando se daba fuerza a las ambiciones de algún caudillo militar.

El cacique no tenía ambiciones más allá de su región de origen. Este tipo de relación tenía sus raíces desde la época prehispánica, y su único objetivo era asegurar la permanencia en el poder, evitando el surgimiento de algún liderazgo que pudiera desafiarlo. Por ello, el gobierno federal intentaba poner rivales políticos para intentar controlarlos en caso de representar una amenaza.

A lo largo de la lucha por el poder entre los liberales y conservadores, los caciques desempeñaron un papel crucial al respaldar a uno u otro bando. Incluso con la victoria asegurada para los liberales, el sistema caciquil continuó tan vigente como antes, imponiendo límites tanto al poder de los caciques como al gobierno federal. Se estableció un sistema de alianzas debido a la debilidad del gobierno para quitarles su poder regional.

Bajo este sistema, y para que el modelo republicano siguiera existiendo, la clase política estatal debía contar con el visto bueno de los caciques. Eran ellos quienes proponían a los candidatos para los puestos de elección popular, y luego se llevaba a cabo el juego democrático. El compromiso asumido por los caciques con el gobierno federal era luchar contra cualquier movimiento que amenazara la paz pública.

Otra función de los caciques era garantizar el mantenimiento de la infraestructura pública, comprometiéndose a asegurar el buen estado de los caminos o el alumbrado público. Sin embargo, las disputas por los cobros de impuestos con el gobierno, como fuente de conflictos, llevaron al estado a asumir este papel con la renuncia tácita de acceder a esta financiación a partir de la década de los setenta.

Con el paso del tiempo, el gobierno federal lograría centralizarse como la fuente principal de poder, ya que gradualmente el país se iba pacificando. Esto llevó a que los caciques fueran relajando sus cuotas de poder, mientras que el gobierno, como manera de compensación, les otorgaba títulos honoríficos y puestos en la administración pública, como diputados, senadores o alcaldes de sus comunidades, para mantenerlos apaciguados. Este proceso provocó el fortalecimiento del estado central en detrimento de los poderes regionales.

En la segunda mitad del siglo, las nuevas dinámicas implicaban congraciarse con el presidente para obtener legitimidad política. Surgieron así nuevos cacicazgos políticos respaldados por el presidente, que rivalizaban con los caciques tradicionales. Este fenómeno se convirtió en uno de los motores de la lucha social que desencadenaría la Revolución de 1910. Quien iniciaría esta nueva tendencia sería el propio Juárez, quien desde la Guerra de Reforma se aseguró de formar grupos locales cuya lealtad pudiera contar, ya fuera para combatir a los conservadores o respaldarlo en las luchas internas de los liberales. De esta manera, se aseguró la conformación de un pequeño grupo de personas influyentes y leales, con la mira puesta en convertirse en el siguiente presidente con su respaldo.

Dentro del círculo político de Juárez conformado en la República Restaurada se encontraban personas como José María Iglesias, Sebastián Lerdo de Tejada e Ignacio Mejía. Todos ellos fueron colaboradores en las labores de gobernanza durante los periodos de guerra y participaron como generales con un indiscutible talento. Dado que los políticos liberales se subordinaron a los dictados de la Constitución, esto permitió a Juárez consolidar el poder y eliminar a rivales peligrosos, como sucedió con Jesús González Ortega.

Estos colaboradores eran conscientes de que su lealtad a este nuevo sistema presidencialista eventualmente les beneficiaría al «asegurarles» un futuro en el puesto. Sin embargo, había otro sector de militares que habían participado en el bando liberal y que quedaban fuera del nuevo orden republicano. Todos ellos decidieron respaldar las aspiraciones del general Porfirio Díaz, quien se había vuelto muy popular por su lucha contra la intervención francesa.

Ante la imposibilidad tanto de Díaz como de estos militares de ingresar en el círculo juarista y tras perder en las elecciones de 1871, encontraron la excusa perfecta para levantarse en su contra con la bandera antirreeleccionista. Este conflicto se mantuvo hasta la muerte de Juárez en 1872 y durante la presidencia interina de Sebastián Lerdo de Tejada. Cuando Díaz triunfa con su Plan de Tuxtepec en 1876, observó lo efectiva que resultaba la estructura presidencialista.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Silvestre Villegas Revueltas. Un acuerdo entre caciques: La elección presidencial de Manuel Gonzales (1880), de la revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea no. 25.

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Imagen: Jesus Alamilla. «Que la suerte decida «pero sin trampas»», de la revista El Padre Cobos, 30/07/1871.

La Montaña de Guerrero en el Porfiriato.

Para 1910, el estado de Guerrero tenía 60 años de haber sido conformado de partes de los estados de México, Michoacán y Puebla, estimándose una población de 594,278 habitantes cuya vida económica giraba en torno al eje del camino de México a Acapulco, siendo el puerto, Chilpancingo, Iguala y Taxco los polos principales de un desarrollo que apenas empezaba a llegar. Esto provocaba que las regiones fuera de ese eje estuvieran completamente relegadas de cualquier indicio de desarrollo, como sucedía con los casos de las regiones de La Montaña y la Costa Chica, territorios antiguamente pertenecientes a Puebla y que debido a su terreno abrupto hizo imposible cualquier clase de aprovechamiento al no poder comunicar los pueblos mediante caminos y otros medios de comunicación (aun hoy resulta difícil llegar a algunas poblaciones), por lo que la forma para entrar es por medio de Chilpancingo para llegar a Tixtla, seguido por Chilapa y de ahí a la capital regional, Tlapa, en la cual confluye el comercio de los pueblos nahuas, mixtecos, tlapanecos y algunos de la Costa Chica con posibilidad de salir a Puebla.

En los años del Porfiriato y hasta el día de hoy, tanto La Montaña como la Costa Chica concentran buena parte de la población indígena del estado, por lo que ante la falta de vías de comunicación entre las comunidades hicieron que la miseria se volviera endémica entre ellos, a esto hay que aumentarle que la educación en el estado estaba muy retrasada al reportarse para los años 1909 a 1910 solamente 431 alumnos que pudieron terminar la educación primaria de los cuales es muy dudoso si alguno de ellos pudiera haber salido de La Montaña. Debido a estas condiciones de aislamiento, hizo que la región fuese gobernada de forma casi feudal por jefes políticos quienes tomaron el control las cabeceras municipales, disponiendo a su voluntad del destino de sus habitantes, empeorando la situación la promulgación de una ley el 11 de noviembre de 1908 donde se establecía un impuesto de 25 centavos al mes a los hombres de 16 a 60 por vivir en el estado, provocando en La Montaña que en el día se fuesen a vivir al monte y regresasen a sus hogares en la noche para evadir a las autoridades. El camino de Tlapa a Puebla hizo que otros dos pueblos pudiesen salir de la pobreza para participar en la dinámica económica, Huamuxtitlán y Olinalá, estableciéndose un eje donde se concentraron los principales negocios de la región como la compra-venta de ganado y el acaparamiento de tierras en complicidad con los jefes políticos.

Durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX, la miseria endógena hizo a La Montaña una de las regiones con mayor inestabilidad social en el país al desatarse algunas de las rebeliones rurales junto con las de Chihuahua, Sonora y los mayas rebeldes al no aguantar estas situaciones de abuso, como la de febrero de 1882 donde los lideres Marcos Hernández de Xochihuehuetán y José Vázquez se levantaron en armas con una gavilla de 25 personas y asaltaron Tlapa para liberar a los prisioneros de la cárcel y hacerse de las armas para saquear los comercios de la ciudad como los locales de españoles. A principios del siguiente año, volvería a formarse un movimiento armado, pero esta vez con reivindicaciones sociales como la exigencia del repartimiento agrario y que los librasen de la opresión de los jefes políticos, el cual fue reprimido con facilidad por el gobierno del presidente Manuel Gonzales a través del gobernador Diego Álvarez. Conforme pasaba el tiempo, las reclamaciones indígenas empezaban a agarrar solidez ideológica para darle un mayor sustento popular, como paso con el caso de Pascual Claudio de Temalacalcingo, siendo conocido como el “coronel del ejército del pueblo” lanza el manifiesto “Tierra, industria y armas” el 12 mayo de 1884 con claros indicios de influencia del socialista utópico Plotino Rodakhanaty llevada por Francisco Zalacosta, donde reclamaban el reparto agrario, acceso a ganado e igualdad con respecto a los extranjeros.

A pesar de que estos movimientos eran rápidamente sofocados, era cierto que Porfirio Diaz estaba inconforme sobre como los gobernadores no lograban mantener la paz en la región, cayendo de su gracia Diego Álvarez (hijo y heredero político de Juan Álvarez) a quien relacionaban con los caciques de Huamuxtitlán y Tlapa y el poco tacto que tenían para con los indígenas, por lo que decide apoyarse en Francisco O. Arce para ocupar el puesto de gobernador y pudiese disminuir la presión en el estado. Una de las primeras acciones para estabilizar la región fue el mandar al ejército federal para que sirviese de intermediario, pero esto no freno la continua proliferación de manifiestos donde llamaban a la rebelión de los campesinos y que contaba con el supuesto aval del general Álvarez, dando pie al nacimiento del Ejercito Regenerador comandado por Silverio León en 1887. Por más que el ejército federal y estatal lograsen someter a un caudillo, en otro pueblo surgía otro levantamiento sin que hubiera nada para detenerlos como los mixtecos de Potoichan en Copanatoyac quienes asaltaron Tlapa, pero la realidad fue que al presidente Diaz no se preocupó mucho por resolver los problemas de raíz, mientras en lo político solo se reducía a acusaciones vacías de Arce hacia Álvarez como el supuesto instigador.

La falta de interés por resolver el problema de los campesinos en La Montaña hizo que el conflicto tuviese mayores alcances, como se demostró en 1891 cuando se agota la paciencia de la población hacia las comunidades protestantes apoyadas por el gobierno como un intento de contrarrestar el poder de la Iglesia católica representado en el obispo de Chilapa, quien ordena la expulsión de un templo masónico de Tlapa para tranquilizar a la población, aunque después tuvo que lidiar con el gobierno estatal. Los aires de la rebelión empezaron a bajar a la Costa Chica como lo demuestra el levantamiento de Juan Galeana en Ayutla hacia 1890, la del general Canuto A. Neri en 1893 y la de Rafael Castillo Calderón en 1901. Este fue el panorama con el que llegaron para las elecciones de 1910, quienes, ante la nula iniciativa por parte del gobierno, apoyaran a la candidatura de Madero al verlo como alguien recto y digno confianza para encontrar una resolución a sus problemas.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Francisco Herrera Sipriano. La Revolución en la Montaña de Guerrero. La lucha zapatista 1910-1918.

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Imagen: S/D. Procesión del señor del Nicho, Tlapa, Guerrero, finales de siglo XIX o principios de siglo XX.

Los inicios del movimiento religionero.

Uno de los hitos históricos importantes en la historia del Occidente mexicano sin duda es la guerra cristera, la cual se llevó a cabo a finales de la década de los veinte como respuesta a la postura jacobina radical del gobierno revolucionario de Plutarco Elías Calles y que iba en contra de la religiosidad popular. Pero resulta que el movimiento cristero tiene antecedentes en el siglo XIX surgiendo como parte de la lucha entre liberales y conservadores para gobernar el país, siendo conocidos como los religioneros, aunque muchos escritores contemporáneos también los llegaron a conocer como cristeros. Esta rebelión ocurrida en el periodo de la Republica Restaurada casi ha quedado en el olvido salvo por algunos escritos del siglo XIX que han servido para realizar algunas escasas investigaciones de tesis, la cual tuvo como raíz la materialización del orden liberal de la mano del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, teniendo como origen en Michoacán.

A lo largo de su desarrollo histórico, el estado de Michoacán fue conformando una sociedad con fuerte raigambre conservadora, por lo que cuando se produce el estallido del enfrentamiento entre liberales y conservadores se generarían numerosos caudillos populares que lucharon tanto en la Guerra de Reforma como en la Intervención francesa a favor del Segundo Imperio. Con la derrota de los conservadores en 1867, hubo una paz tensa generalizada debido a que Benito Juárez si bien aplica los principios constitucionales de la separación entre la Iglesia y el Estado, también buscaba limar asperezas con el clero, esto lo demuestra al permitir el regreso del exilio del arzobispo Pelagio Antonio Labastida y Davalos, por lo que deja sin efecto las leyes de reforma en los lugares con mayoría conservadora. Las cosas empezaron a complicarse a raíz de la muerte de Juárez en julio de 1872 para que ascendiese el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Sebastián Lerdo de Tejada, perteneciente a una de las familias políticas más importantes del liberalismo radical, acaba con la reconciliación juarista para mostrar una posición anticatólica rayando en los abusos, como ordenar la expulsión de los jesuitas que habían regresado en el gobierno de Ignacio Comonfort, una polémica redada a casas que servían como conventos ocultos echando a la calle a 450 religiosas de diferentes congregaciones en la Ciudad de México y el decreto de extinción de la orden de las Hermanas de la Caridad, quienes se habían ganado el cariño popular por sus actividades hospitalarias y educativas.

Para empeorar la situación social, Lerdo de Tejada le da entrada a la iglesias protestantes para realizar actividades proselitistas y así intentar rebajar la popularidad del catolicismo, provocando que muchas comunidades se organicen para rechazar a toda costa la entrada tanto de los pastores como de sus feligreses, pero lo que termina por acabar con la paciencia de los conservadores fue la prohibición de realizar manifestaciones de religiosidad en espacios públicos, quedando vedadas las procesiones, echar cohetes y limitar el repique de las campanas de las iglesias. Hacia finales de 1873, empiezan a suceder los primeros hechos de violencia contras las autoridades políticas en los pueblos de Tejupilco, Zinacantepec y Temascaltepec en el Estado de México, donde los indígenas se levantan bajo la consigna de ¡Viva la religión y mueran los protestantes! Esto provoco varios motines y a que fuese linchado el jefe político y varios funcionarios encargados de la recaudación de impuestos, por lo que el gobierno federal entra en acción mandando al coronel Tuñón Cañedo acabando con el levantamiento y dejando una estela de ejecutados.

En marzo de 1874 ocurre otro hecho reaccionario en el pueblo de Ahualulco, Jalisco, donde previamente se había instalado el pastor protestante John L. Stephen, cuya labor misionera empieza a tener éxito logrando algunos conversos y esto despertó el odio por parte de la comunidad, haciendo que el pueblo asaltara su casa y lo linchara junto a su ayudante José Islas. El tratamiento hecho por parte de la prensa católica sobre estos acontecimientos siempre fue el de exculpar al pueblo de estas acciones para pasar la responsabilidad al gobernó, sosteniendo como provocaciones el continuo acoso por parte del gobierno a quien acusaban de seguir las directrices de la masonería para acabar con la Iglesia católica. Las acusaciones también provenían del gobierno sobre la creciente inestabilidad social, responsabilizando a los curas de incentivar a su feligresía a cometer esos actos de barbarie, por lo que abren procesos judiciales contra los sacerdotes de Ahualulco y Temascaltepec por azuzar al pueblo, pero finalmente fueron absueltos.

La presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada fue un periodo muy álgido donde se quiso seguir al pie de la letra el espíritu de la Constitución de 1857, ya que algunos de sus artículos llegaron a ser reformados para imponerle un tono más radical, lo que sin duda le provoco otro frente abierto de carácter popular que conformaría la oposición junto con otros liberales como la creciente popularidad de su rival el general Porfirio Diaz. Los pueblos michoacanos intentaron dialogar con sus representantes políticos para que relajasen las reglamentaciones y les permitiesen recobrar su vida cotidiana donde la religión ocupaba un papel central en la comunidad, pero ante la negativa y la intransigencia de estos provocaron la tensión popular frente al gobierno, terminando por estallar en una nueva rebelión a finales 1873 con el apoyo de varios los caudillos conservadores.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ulises Iñiguez Mendoza. Los religioneros contra la Republica Restaurada: ¡Viva la religión y mueran los protestantes! De la revista Historia Mexicana no.72.

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Imagen:

  • Izquierda: Jose Maria Villasana. Caricatura de Sebastian Lerdo de Tejada basado en la fabula «La rana que quiso ser buey hinchándose y reventó». Revista El Ahuizote, 13 de febrero de 1874.
  • Derecha: Jose Guadalupe Posada. Manifestacion antireeleccionista, principios de siglo XX 

El establecimiento de la colonia de las Honduras Británicas.

Para mediados de siglo XIX, el establecimiento de Belice tenía que lidiar con las diferentes reclamaciones territoriales ejercidas tanto por México como por Guatemala, además de tener encima la presión estadounidense que esperaba echar a los británicos haciendo valer el “Destino Manifiesto”, por lo que tanto los colonos e incluso el mismo gobernador de Jamaica envían sus peticiones a Londres para alcanzar el reconocimiento oficial como colonia. Quien sí trato de dar entrada a la solicitud beliceña fue el primer ministro Henry John Temple, vizconde de Palmerston, empezando a considerar la propuesta para 1841, pero al poco tiempo fue desplazado de su posición por lord Aberdeen quien desecha la idea, volviendo al escritorio con el regreso de Palmerston en 1850 quien solo quiso notificarle a España (la “legitima” depositaria de los derechos del territorio) la decisión de conformar la colonia, pero las luchas parlamentarias volvieron a estancar el asunto.

Fue hasta 1859 con la redacción del Tratado de Límites con Guatemala cuando las autoridades británicas encontraron las condiciones para establecer la colonia, culminando el proceso el 12 de mayo de 1862 con la formación de la colonia de Honduras Británicas y se declara al superintendente Frederick Seymour como su gobernador, pero seguía manteniendo subordinación al gobernador de Jamaica al ser responsable de su supervisión. Como consecuencia del problema que les representaba la presencia de la Guerra de Castas en el territorio mexicano, les represento un reto para impedir la entrada de incursiones mayas para atacar los establecimientos madereros, por lo que hacía 1871 la Asamblea Legislativa y la Suprema Corte se vieron superados ante la magnitud del reto y se van declarando sus disoluciones, por lo que el Gobernador General empieza a concentrar el poder absoluto. A partir de las décadas de los 80 y 90 los madereros tratan de volver a constituir la Asamblea para recuperar el poder de decisión, logrando el visto bueno de Londres para 1892 como parte del proceso de separación con respecto a Jamaica, iniciado en 1884 al otorgar al gobernador el cargo de comandante en jefe de la colonia, finalizando en 1911 con la creación de la Suprema Corte independiente de la de Jamaica.

Si bien el problema con Guatemala había sido apaciguado momentáneamente con el tratado de 1859, con México no se había llegado a ninguna clase de acuerdo y en la década de los 60 los gobiernos no cesar en hacer valer sus derechos sobre Belice, como ocurrió durante el gobierno de Maximiliano en 1865 quien se niega a llegar a algún acuerdo con la Gran Bretaña, incluso el comisario imperial de Yucatán declara en diversas ocasiones que Belice entraba como parte de su jurisdicción y desconoce la figura de los madereros ingleses, descartando cualquier indemnización hacia ellos por el ataque de los mayas rebeldes. Para 1872 se vuelve a intentar negociar con el gobierno mexicano, considerando que el problema de la Guerra de Castas simbolizaba la nula capacidad de poder llevar el orden a Yucatán, pero también era cierto que se había conformado un círculo vicioso donde Belice se había convertido en albergue de los mexicanos huidos de la violencia, mientras por otro lado los madereros ingleses seguían alimentando la rebelión maya dándoles armas por el permiso de explotar las selvas de sus territorios. Para los 80, se da otro paso en la consolidación de la colonia al alcanzar el acuerdo del reconocimiento fronterizo entre México y Guatemala donde renuncian a la posesión del Soconusco y la costa chiapaneca, así como la delimitación del territorio del Peten, por lo que se estaban alcanzando las condiciones para restablecer las negociaciones con los ingleses.

Reinician las negociaciones en 1887 por parte de la cancillería en manos de sir Spenser Saint John, quien tenía como armas de presión el aumento sustancial de las inversiones británicas en México, además de informarles de la visita a la colonia de los generales Aniseto Zul y Cruz Xiab, jefes respectivamente de los indios Santa Cruz y de Tulum, quienes le solicita al gobernador general la incorporación de aquellos territorios a las Honduras Británicas bajo la protección de su majestad, pero al encontrarse en el proceso de la reelección de Porfirio Diaz las conversaciones fueron pospuestas. Como no había forma de derrotar a los mayas rebeldes sin el apoyo del gobierno británico, para 1893 el gobierno mexicano trabaja para darle fin a la disputa y aceptan como límite al rio Hondo al ser una barrera natural, hubo un problema con el reconocimiento de la posesión británica del cayo Ambergris al ser la única entrada a la bahía de Chetumal y por lo tanto estaban obligados a pedirles permiso de navegación.

Pero los británicos conceden la libertad de navegación a perpetuidad de las embarcaciones mexicanas y la prohibición de la venta de armas a los mayas rebeldes, con la condición de renunciar a los derechos soberanos españoles de los territorios entre los ríos Belice y Hondo, firmándose el Tratado de Límites Mariscal-Spencer en 1893 y ratificándose en 1897. Con la definición de la frontera, el gobierno de Diaz ya abrió la brecha para resolver de forma definitiva el problema maya que ya llevaba medio siglo de haber estallado sin que el pueblo yucateco pudiese lograr derrotar a los mayas cruzoob, por lo que el gobierno federal inicia el proceso para le entrada del ejército federal en la región, culminando la guerra con la fundación de Payo Obispo en 1898 en la Bahía de Chetumal y entrada del ejército mexicano en Chan Santa Cruz en 1901, la cual fungía como capital de los mayas rebeldes.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Mónica Toussaint Ribot. Belice: Una historia olvidada.

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Imagen: Bandera de la colonia de las Honduras Británicas.

La batalla del 5 de mayo.

Cada bando pudo conformar sus posiciones, Ignacio Zaragoza se atrinchera en las fortalezas de Loreto y Guadalupe, mientras el Conde de Lorencez estaba dispuesto a atacarlos directamente para demostrar la superioridad de las fuerzas francesas y propinar un duro golpe psicológico al gobierno mexicano desoyendo los consejos de los conservadores. Pensando que los franceses actuarían con más mesura, Zaragoza había colocado a sus principales generales a defender la Ladrillera de Azcarate, punto localizado en la salida al camino hacia Veracruz al saber que el campamento francés se localizaba en Amozoc, pero desde el amanecer hasta las 10 de la mañana se extrañan la ausencia de los franceses y entendieron que el objetivo era atacar directamente los fuertes, por lo que Zaragoza ordena al general Felipe Berriozábal dejar la posición de la Ladrillera para reforzar la defensa de los fuertes y que dejase a Porfirio Diaz con el cuerpo de carabineros a caballo para defender en caso de cualquier imprevisto. Mientras en la ciudad se ordena el repique de campanas a las 10 de la mañana para anunciar el inicio de movimientos del enemigo para que los civiles se resguarden en sus casas y quedasen las calles despejadas ante una posible refriega.

Los franceses se localizaban en la hacienda de los Álamos desmontando el campamento para el ataque y Lorencez se había acuartelado en el rancho Oropeza para dirigir la batalla, siendo uno de sus primeros movimientos el mandar a los Cazadores montados a vigilar las posiciones mexicanas, mientras el primer ataque a los fuertes los ejecuta el Regimiento de Infantería de Marina conformado por 1000 hombres y dividido en tres para realizar el asalto. A ellos le siguieron el Regimiento de Zuavos con 1500 soldados para atacar el fuerte de Guadalupe, seguido por el cuerpo de Cazadores de Vincennes y por último el escuadrón de Cazadores de África, decidiendo atrincherarse la hacienda de Rementeria que se encontraba cercana al fuerte y donde podían esperar hasta tener la orden de avanzar. Deciden que para empezar a atacar la fortaleza decidieron abrir fuego con artillería al fuerte de Guadalupe, pero la altura en que se localizaban la fortaleza y la orografía hicieron que este ataque no resultara efectivo y que tras dos horas de ataque gastasen la mitad de sus municiones de artillería, provocando que Lorencez decidiese dar la orden para que la infantería iniciase el asalto a la fortaleza.

Inicialmente, la defensa mexicana en el fuerte no le infringió daños de consideración a los asaltantes por su posición en el cerro, pero cuando suben a la meseta superior, la infantería francesa fueron un blanco fácil de las artillerías de Loreto y Guadalupe dirigidos por el general Berriozábal, mientras para evitar un debilitamiento de la defensa, Zaragoza le ordena al general Francisco Lamadrid apoyar a los fuertes mientras el Batallón de Zapadores ocupaban un barrio que se localizaba en las faldas del cerro. Una vez pasada la primer descarga de la defensa, los zuavos recomponen las filas y atacan cuerpo a cuerpo al Batallón de Toluca que se encontraba en la primera línea, perdiendo el enfrentamiento y fueron forzados a retirarse, también la Marina fue atacada por el 6to Batallón de la Guardia Nacional compuesto por los voluntarios de Tetela y Zacapoaxtla comandados por el general Miguel Negrete quienes esperaron hasta el último momento para tenerlos lo más cerca posible, obligando a los franceses a bajar del cerro.

Ante esta primera derrota, Lorencez reorganiza el ataque y manda la segunda oleada, la cual pudo salvar el foso del fuerte de Guadalupe y subiéndose en los hombros de los soldados intentaron pasar las murallas, esta vez la defensa mexicana estaba en problemas porque se trataba del Batallón de infantería de Michoacán que estaban conformados por novatos reclutados hace 2 meses, por lo que se vieron presa del pánico al solo estar encargados de proteger la artillería y huyen a refugiarse en el templo, dejando solos a los artilleros de Veracruz que no contaban con armas para su defensa cuerpo a cuerpo. Dada la situación tan desesperada, los artilleros se defendieron como pudieron golpeando a los zuavos con las balas de cañón, los escobillones y las palancas que tenían para preparar los cañones, pero fueron salvados por la llegada de Berriozábal quien ataca el costado derecho y fueron reforzados por el Batallón Reforma de San Luis Potosí, mientras pudieron calmar a los michoacanos y los convencieron para regresar a la batalla, logrando rechazar la segunda oleada y volvieron a forzar a los franceses a bajar del cerro ante su incapacidad de tomar las fortalezas.

A la par conforme se fue dando la segunda oleada, hubo otra columna francesa destinada a apoderarse de posiciones en la zona del llano, pero este intento fue frustrado por la llegada del general Diaz quienes rechazan el ataque y hacen que se refugien en la hacienda de San José, dándole la confianza a Diaz para ir en su persecución, pero esta acción fue desaprobada por Zaragoza y le orden regresar porque ellos tenían superioridad numérica, orden que fue desobedecida y hace que lo amenazaran con ir a corte marcial por su desacato, a lo que Diaz se pudo disculpar argumentando que dicha orden no resultaba conveniente al no tener apoyo para la retirada. Todos los esfuerzos franceses habían sido rechazados con éxito por parte de los mexicanos, por lo que Lorencez intento con los soldados que le quedaban en el campo volver a recomponer las filas, pero en eso se desata una tormenta de granizo y eso hace reconsiderar que, ante el agotamiento de sus soldados, el no contar con ninguna posición ventajosa y al haber perdido la mitad de sus municiones no le quedaba de otra más que aceptar la derrota.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Raúl Gonzales Lezama. Cinco de mayo. Las razones de la victoria.

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Imagen: Patricio Ramos Ortega. Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862, 1862-1865.

Los masones contra los católicos durante el Porfiriato.

Desde años antes de la independencia, las logias masónicas tenían una gran participación dentro de la vida política del país y una vez convertida en una nación autónoma conformaron la primera división de las facciones militantes, la logia de York formaría a los liberales y la logia de Escocia a los conservadores. Una vez consolidada la republica con la derrota de los franceses y el imperio, las logias empezaron un proceso de luchas internas al crearse numerosas asociaciones entorno a las principales figuras políticas del momento, pero todas ellas estaban reguladas por el Supremo Consejo de México donde tenía un papel en la cabeza el destacado escritor Ignacio Manuel Altamirano. Quien inicia el proceso de división desconociendo la autoridad del Supremo Consejo fue Juan de Dios Arias al crear el Supremo Gran Oriente de México con el fin de crear una gran logia madre, todo esto obedecía al control de los grados dividiéndose los primeros grados para el Supremo Consejo y los últimos le tocaban al Gran Oriente.

Con la llegada de Porfirio Diaz al poder por medio del Plan de Tuxtepec en 1877, inicia una lucha contra grupos masones relacionados con Sebastián Lerdo de Tejada, siendo la logia más atacada el Rito Nacional Mexicano, donde se produjo una gran escisión entre Ignacio Manuel Altamirano quien apoyaba a Diaz contra el intelectual Alfredo Chavero quien no apoyaba el triunfo de los porfiristas, produciéndose una nueva división al integrarse Altamirano al Gran Oriente. Para 1890 se tiene constancia de la existencia de 193 logias y de 15 grandes logias vinculadas al Gran Valle de México, le seguía el Rito Nacional dirigido por Benito Juárez Maza pero con menos miembros y los cismáticos como la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones y el Rito Mexicano Reformado. Las logias del Valle de México y el Gran Oriente se asocian y con ello se convierten en la principal fuerza que controlaba a las demás logias, disolviéndose para conformar la Gran Dieta Simbólica de los Estados Unidos Mexicanos como parte del esfuerzo del propio Diaz de darle centralizar el poder de la vida política del país.

El punto culmen del plan del presidente se daría en febrero de 1890 con la unión del Supremo Consejo de la Masonería Escocesa con la Orden del Gran Oriente de México, dando las condiciones para la conformación de la Gran Dieta Simbólica como el esfuerzo de unir a todos los grupos en una sola jurisdicción, todo con el objetivo de conformar un bloque solido que ayudase a las tareas reformistas del presidente quien fue declarado Gran Maestre. Todo este trabajo ayuda a consolidar los objetivos de Diaz al dar respaldo a su reelección, convirtiendo a los masones en un grupo que tenía como objetivo la reforma de la sociedad y avanzar en el proceso de secularización para restarle el poder a la iglesia. Esto no fue del agrado de los altos jerarcas de la iglesia, ya que desde 1880 mediante la intercesión del arzobispo Pelagio Antonio Labastida y Davalos había logrado que Diaz desistiese de mantener la política anticlerical de Juárez y Lerdo para hacer caso omiso a las leyes que los perjudicaban, siendo vista esta oportunidad por el presidente como la forma de traer la paz social y desactivar a un enemigo que permanecía latente.

La iglesia mexicana decide bajar las tensiones con el gobierno en parte gracias a la muerte del papa Pio IX en 1878 quien era uno de los principales respaldos de los conservadores, pero la intensión de unificación de los masones otorgándoles un gran poder despertó su animadversión al ir en contra de la encíclica de León XIII Humanum Genus de 1884, la cual declaraba a la masonería como uno de los enemigos de la sociedad al alentar la perdida de la fe. Si bien en un inicio se daría una respuesta unificada contra los masones en la prensa católica, al poco tiempo se produciría una división importante provocada por la publicación de la nueva encíclica en 1891 Rerum Novarum, donde ponía a la Iglesia como la principal defensora de los intereses de la clase trabajadora como respuesta a la aparición de grupos socialistas y anarquistas, por lo que con el nacimiento de este nuevo frente surgen los demócratas cristianos liberales quienes respaldaban la idea del republicanismo en contraposición con los tradicionalistas. Esta división sirve a los intereses de Diaz debido al empoderamiento dentro de la jerarquía católica de su paisano y obispo de Oaxaca Eulogio Gillow y por la muerte de Labastida para ser sucedido por Prospero María Alarcón, dando el apoyo al régimen de Diaz como el único capaz de conciliar al Estado y la Iglesia.

Durante los primeros encontronazos con la masonería en el gobierno de Diaz, la Iglesia conto con los medios para sostener la lucha contra la masonería presidido por connotados periodistas como Victoriano Agüeros, Trinidad Sánchez Santos, Manuel Filomeno Rodríguez, José de J. Cuevas, entre otros, quienes mostraban una postura moderada y no eran como tal defensores dogmáticos de la Iglesia, sino que estaban más movidos por los valores sociales de la religión y criticaban muchas de las posturas contradictorias mostradas por los masones. Diarios como El Tiempo, El Pájaro Verde, El Heraldo y La Voz de México eran los espacios donde estos periodistas lanzaban sus artículos en ataque a los masones, pero este alejamiento que tenían con respecto a las altas jerarquía hizo que sus opiniones fuesen tomadas en cuenta por los liberales por su carácter laico, por lo que cuando se publica la Rerum Novarum estos periodistas adoptan la doctrina social de la iglesia en contra de los abusos del liberalismo. Como respuesta, los masones llegaron a señalar que papas como el mismo Pio IX o León XIII formaban parte de las logias, provocando ciertas dudas con respecto al Vaticano por los supuestos acuerdos alcanzados con el papado, por lo que la lucha entre el liberalismo y la Iglesia ya no fue en el campo de batalla sino se daría con la pluma.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Salvador Cárdenas Gutiérrez. La lucha entre masones y católicos en el Porfiriato. La creación de la Gran Dieta Simbólica de México en 1890, del libro Masonería y sociedades secretas en México. 

Imagen:

  • Izquierda: Porfirio Diaz, Ramon Corona e Ignacio Manuel Altamirano, Diccionario Masónico.
  • Derecha: Escudo de la Gran Dieta Simbólica de los Estados Unidos Mexicanos.