El noroeste en la guerra de facciones.

Destacado

A finales de 1914, las principales ciudades de Sinaloa se encontraban bajo control carrancista, con el respaldo de los generales Ramón F. Iturbe en Culiacán y Juan Carrasco en Mazatlán. Mientras tanto, Ángel Flores estaba en campaña en el norte del estado para enfrentar a los partidarios del exgobernador de Sonora, José María Maytorena, y así ayudar a aliviar la presión en el frente de la frontera norte, en manos de Benjamín Hill y Plutarco Elías Calles.

La campaña en el sur de Sonora comenzó a finales de noviembre con éxito con la toma de la Estación Don por parte del coronel Manuel Mesta. Sin embargo, tuvo que suspenderse temporalmente para atender la rebelión de la guarnición de Baja California Sur, que desconoció el mando de Carranza. Ángel Flores fue enviado para reprimirlos y la campaña se reanudó el 1 de enero.

Flores y Mesta ocuparon las principales poblaciones de la región, como Navojoa, Huatabampo, y llegaron hasta Álamos. Lograron obligar a Maytorena a dividir sus fuerzas para enfrentar a los carrancistas, contando con el apoyo de los indígenas mayos.

Gracias a la ayuda de los mayos, los mandos maytorenistas lograron neutralizar a Flores, quien para marzo se encontraba quedando acantonado en Navojoa. El 19 de abril, el general Ramón V. Sosa atacó a Flores aprovechando la salida de Mesta y casi logró derrotarlo al quitarle su artillería, dejándolo con una última línea de defensa. Sin embargo, Mesta logró reaccionar ante el ataque y pudo regresar con sus fuerzas, evitando que Flores cayera.

La expedición carrancista no estaba alcanzando sus objetivos y prácticamente solo estaba controlando los sitios a donde llegaban. Por lo tanto, no pudieron internarse en Chihuahua con la intención de enfrentar a los villistas. En lugares como Álamos, la posesión se intercalaba entre Flores y los maytorenistas.

Mientras tanto, en Sinaloa, la situación del general Iturbe se complicaba al tener que enfrentar a las guerrillas villistas en la sierra de Durango, a la rebelión de Rafael Buelna en Nayarit y a los indígenas encabezados por el agrarista Felipe Bachomo. A pesar de estos problemas, se estaba cumpliendo el objetivo de la estrategia de Obregón, que era mantener a Maytorena encerrado en Sonora.

Para acabar con esta situación, los maytorenistas intentaron aislar a Flores en el valle de El Fuerte. Contaron con refuerzos mayos que saboteaban la comunicación con el puerto de San Blas y se aliaron con el movimiento de Bachomo. Para el 26 de junio, lograron tomar El Fuerte, obligando a los destacamentos carrancistas a retirarse hacia Choix y Chihuahua. Sin embargo, como consecuencia de este movimiento, las tropas maytorenistas del sur quedaron muy debilitadas.

Flores aprovechó esta debilidad para reiniciar la campaña en Sonora. Esta vez, cruzó el límite en el río Mayo y volvió a tomar Álamos con la ayuda de Mesta. Esta acción constitucionalista se vio favorecida por las noticias del frente sobre la derrota villista en el Bajío. Como resultado, las fuerzas de Flores se consolidaron en el sur de Sonora y comenzaron a perseguir a los mayos rebeldes y a los yaquis.

Hacia septiembre, llegó un edicto de amnistía decretado por Obregón para hacer las paces. Varios caciques de la región aceptaron esta propuesta.

En el caso de Nayarit, si bien el convencionista Rafael Buelna gozaba de un nivel de popularidad tan alto que logró tomar el territorio casi sin disparar un solo tiro al llegar, representaba un problema al ser un frente aislado. Estaba alejado del frente villista y, para ser útil, tenía que enfrentarse a los constitucionalistas del sur de Sinaloa.

Su incursión resultó problemática al tener que tomar un paraje en el límite estatal conocido como «La Muralla», una pequeña sierra que servía de barrera natural y que estaba bajo el control del general carrancista Juan Carrasco. Buelna se llevó los primeros días de febrero para tomar este punto estratégico, pero la falta de parque impidió que continuara la campaña por Sinaloa y fue obligado a acantonarse en ella.

La gente de Buelna se entrevistó con Villa para solicitarle el suministro necesario para armar a sus fuerzas. Sin embargo, estas peticiones se realizaron mientras ocurría la campaña del Bajío. Como resultado, Buelna fue obligado a retirarse de «La Muralla» el 9 de abril, lo que facilitó la entrada del general Iturbe. A partir de entonces, comenzó una resistencia basada en Santiago Ixcuintla, donde las fuerzas de Buelna atacaban a las fuerzas carrancistas. Sin embargo, la derrota de los villistas y la falta de armamento llevaron a Buelna a retirarse a partir del 17 de agosto.

La revolución en Baja California estuvo en manos de su gobernador Esteban Cantú, quien, a pesar de tener una afiliación porfirista, cambiaba de bando según lo requerido por las circunstancias. Se asoció con la Convención cuando esta estaba en ascenso y, una vez derrotada, reconoció al gobierno de Carranza. Sin embargo, solo disponía de fuerzas para controlar las poblaciones fronterizas. Su influencia desaparecía en el resto de la península, donde surgieron movimientos locales.

Por ejemplo, los yaquis de Mulegé y Santa Rosalía se revelaron en octubre de 1914, pero fueron sofocados por las tropas de Iturbe. Sin embargo, cuando Iturbe se retiró para el frente sinaloense, La Paz fue tomada por el convencionista Crispín Rosas en enero. Ambos bandos combatieron en algunas batallas, pero la situación no cambió significativamente.

La resolución de la situación llegó con el alzamiento de Eduardo Burns, quien se rebeló contra el general a cargo del territorio, Félix Ortega. Burns se replegó a Santa Rosalía para telegrafiar a Maytorena en busca de órdenes, y este le ordenó abandonar la península. Finalmente, Baja California quedó bajo control carrancista.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Pedro Salmerón. 1915. México en guerra.

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 – Izquierda: S/D. General Ramon F. Iturbe. Fuente: https://www.facebook.com/ahgsin/photos/a.299622360097025/2960549557337612/?type=3

 – Centro: Hermanos Casasola. Jose Maria Maytorena, retrato, 1914.

 – Izquierda: S/D. General Rafael Buelna. Fuente: https://www.facebook.com/photo/?fbid=1818396748225917&set=pcb.1818396788225913&locale=es_LA

La independencia en Arizpe.

Destacado

Durante el periodo virreinal, las provincias de Sonora y Sinaloa estuvieron bajo un mismo gobierno debido a su escasa población y su posición como frontera. Con la implementación de las reformas borbónicas en los reinos de Indias, que incluían la creación de intendencias, estas dos provincias se fusionaron en la intendencia de Arizpe al designarse esta villa sonorense como la capital. Sin embargo, las condiciones en ambas provincias eran diferentes: mientras que en Sinaloa se había resuelto el problema indígena con su sumisión completa, en Sonora la relación con las tribus nómadas era ambivalente. Algunas tribus como los ópatas y los eudeves respaldaban el dominio novohispano, mientras que otras como los yaquis, mayos, seris, algunas bandas pima y los apaches eran más hostiles.

Debido a esta situación, el territorio sonorense mantuvo un sistema de presidios para defenderse de los ataques indígenas. Estos presidios incluían Buenavista para controlar a los yaquis, Pitic y Horcasitas para los pimas y seris, y en los límites fronterizos se encontraban los presidios de Altar, Tucson, Santa Cruz y Fronteras para combatir a los apaches. Además, contaban con el apoyo de los ópatas en los presidios de Bacoachi y Bavispe. Para finales del siglo XVIII, la fuerza militar en Sonora consistía apenas en 907 soldados, mientras que en Sinaloa solo se contaba con milicias de pardos para mantener el orden.

El estallido de la rebelión de Hidalgo se propagó rápidamente por la intendencia de Arizpe. El primero en enterarse fue el gobernador Alejo García Conde, informado por agentes de la Junta de Seguridad de Guadalajara. En ese momento, la provincia no mostraba una gran agitación social y, de hecho, previamente había demostrado lealtad a Fernando VII. Además, el aislamiento geográfico de la provincia facilitó la labor de los curas para denunciar a los insurgentes.

Sin embargo, al sur de la intendencia, donde se encontraban las poblaciones mineras con una comunicación constante con el resto del virreinato, lugares como San Ignacio y San Sebastián recibían información sobre la lucha de los insurgentes contra los «gachupines» afrancesados, proveniente de Acaponeta. Esto despertó simpatías hacia la causa insurgente entre algunos habitantes. Las autoridades de la intendencia se enteraron pronto de esta situación en el sur y tomaron medidas para enfrentarla. En primer lugar, contaron con el apoyo de los curas para disminuir el apoyo a la causa insurgente. Además, en Sonora se formó un ejército de voluntarios indígenas bajo el mando del teniente coronel Pedro Villaescusa, con la intención de marchar hacia El Rosario y evitar cualquier posible incursión insurgente.

La caída de Guadalajara en noviembre de 1810 generó preocupación en la intendencia, lo que llevó a que tanto los españoles de San Sebastián como algunas tropas en Mazatlán entraran en pánico y buscaran refugio en El Rosario. En este contexto, Hidalgo envió a José María González de Hermosillo para extender la insurrección a Arizpe. Hermosillo ingresó a la intendencia el 1 de diciembre con una fuerza de 2,000 hombres y 300 caballos. Para el 21 de diciembre, Hermosillo atacó El Rosario y derrotó al ejército de Villaescusa. La deserción de cuatro compañías de pardos de Mazatlán, que se unieron al bando insurgente, aumentó las fuerzas insurgentes a 4,125 hombres y fortaleció su armamento. Esto permitió que tomaran San Sebastián sin enfrentar resistencia seis días después.

A pesar de estos reveses, los mandos realistas no perdieron la esperanza. Mientras Villaescusa se retiraba a San Ignacio Piaxtla para reorganizarse, García Conde formó nuevos batallones de 400 indios ópatas a caballo como refuerzo bajo su dirección. Con esta estrategia, lograron derrotar a las tropas de Hermosillo en San Ignacio el 8 de febrero de 1811, infligiendo de 300 a 750 bajas al bando insurgente.

La presencia de los militares sonorenses, junto con el resto de las fuerzas realistas, incluyendo a criollos y ópatas que alcanzaron grados militares, comenzó a influir en las decisiones políticas del virreinato, siendo mandados tropas presiliarias a combatir a la insurgencia siendo muy eficaces debido a su experiencia militar. Estos militares fueron seducidos por las propuestas de Agustín de Iturbide y abrazaron la causa Trigarante. Un ejemplo de esto es el teniente-coronel Mariano Urrea y otros militares que se unieron gracias a la intervención de Pedro Celestino Negrete. Como resultado, una parte significativa de las tropas sonorenses se unió al bando independentista y se unió a la misión de Celestino Negrete para derrotar a los realistas del noroeste.

Esto llevó a enfrentamientos entre las fuerzas independentistas y sus antiguos jefes, como García Conde (quien ascendió a comandante general de las Provincias Internas de Occidente) y José de la Cruz, quienes decidieron servir en las defensas de Durango al ver que la causa realista estaba perdiendo terreno. José de la Cruz juró su adhesión a la independencia en Chihuahua el 26 de agosto de 1821 y el 6 de septiembre en Arizpe. Esta fue la primera participación significativa de los sonorenses en los primeros años de la independencia. Su experiencia adquirida en la lucha contra los indígenas los convirtió en fuerzas indispensables en la guerra, pero también provocó la ruptura de la alianza entre los españoles y los ópatas, así como un aumento en la violencia debido a los ataques de los apaches.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: José Marcos Medina Bustos. La independencia en la Intendencia de Arizpe, del libro La Independencia en las provincias de México.

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  • Izquierda: José Antonio de Alzate y Ramírez. Plano de las Provincias de Ostimuri, Sinaloa, Sonora y demás circunvecinas y parte de California, 1772.
  • Derecha: S/D. Alejo García Conde.

El surgimiento del orozquismo y el zapatismo en Durango y Sinaloa.

En 1912, numerosos grupos revolucionarios se sintieron desilusionados por la manera en que Francisco I. Madero gobernaba. En lugar de abordar sus reclamos y demandas, Madero optó por seguir las prácticas del régimen porfirista sin realizar cambios significativos, confiando en la letra de la ley. Esto desencadenó el surgimiento de caudillos que desempeñaron un papel crucial en el estallido del conflicto, como Pascual Orozco y Emiliano Zapata.

Muchos grupos que no formaban parte de los núcleos revolucionarios del orozquismo y el zapatismo se unieron a sus causas para justificar sus levantamientos. Un ejemplo de esto fue Benjamin Argumedo en la Comarca Lagunera. Antes de la rebelión, Argumedo estaba familiarizado tanto con los principios de Zapata como con los contactos magonistas. Para ganarse la adhesión de las masas, adoptó los ideales del zapatismo y se alzó en armas en el pueblo de El Gatuño en Coahuila, bajo los gritos de ¡Viva Zapata! ¡Tierra y libertad!

Al igual que en La Laguna, en la Sierra de Durango surgieron varios caudillos que lideraron a indígenas en su lucha contra las injusticias de las mineras. Tal fue el caso de Calixto Contreras, Orestes Pereyra y Agustín Castro, quienes lograron llegar a acuerdos con el gobierno maderista y mantuvieron su adhesión al bando oficialista. Esto generó tensiones significativas entre los rebeldes de Argumedo y los caudillos maderistas de la sierra, culminando en el ataque de las fuerzas rebeldes a pueblos como Cuencamé, bajo el control de Contreras.

Con el progreso de la guerra, estas fricciones llevaron a la definición del bando de Argumedo como orozquista, mientras que los liderazgos maderistas se unieron al movimiento de Pancho Villa. Junto a Argumedo, surgió el liderazgo de Jesús José «Cheché» Campos Luján en Mapimí. Ambos líderes lanzaron ataques contra las haciendas de la región, alentando a los peones a unirse a su movimiento y a compartir tanto las cosechas como las tierras de las haciendas, desencadenando el bandolerismo en la región.

Así fue como en el noroeste se gestó un movimiento que mezclaba el orozquismo, el magonismo y el zapatismo, adaptándolo a los intereses de los rebeldes en la región, distribuidos en La Laguna, Durango y Sinaloa. Sin embargo, esto no impidió que el movimiento contara con el respaldo de los orozquistas, dada su proximidad con Chihuahua. Aquellos que se mantenían al margen del movimiento agrarista de Argumedo eran las guerrillas de Matías Pazuengo y Domingo Arrieta, que permanecían en la zona limítrofe de Durango y Sinaloa. Estos nunca depusieron las armas al no encontrar garantías para mejorar sus condiciones de vida, dedicándose a hostilizar los distritos de San Dimas, Santiago Papasquiaro y Tamazula.

La atención se intensificó con la decepción de las últimas guerrillas maderistas en la zona, ya que descubrieron las intenciones golpistas de algunas agrupaciones adheridas a la conspiración de Bernardo Reyes y lo informaron al gobernador de Durango. Sin embargo, este no les hizo caso y su única recompensa fue la exhortación al licenciamiento, lo que provocó la salida de caudillos como Conrado Antuna en la comunidad de Topia.

El dominio de la zona limítrofe de Durango y Sinaloa resultaba crucial para los rebeldes debido a los depósitos de metales preciosos explotados por mineras privadas. Estos depósitos constituían una fuente de financiamiento y suministro de armas para los grupos guerrilleros. A diferencia de las haciendas presentes en otras regiones, en esta zona se encontraban compañías mineras que se convertían en el blanco de la guerrilla.

Dada la topografía agreste de la sierra, las compañías mineras estadounidenses se encontraban en una posición vulnerable al carecer del respaldo de las fuerzas de los gobiernos de Sinaloa o Durango. Tanto su producción como su arsenal defensivo estaban a disposición de los rebeldes, quienes asaltaban estas minas sin mayores dificultades. La sierra se transformó en un verdadero bastión guerrillero que no dejaba de expandirse, alimentado por la decepción de las comunidades al no percibir mejoras por parte del gobierno maderista. Mientras tanto, sus liderazgos se familiarizaban y adherían a los principios de los postulados orozquistas y zapatistas, siendo la presencia del orozquismo más significativa entre las comunidades de la región.

El constante contacto de los rebeldes serranos hizo que los caudillos sinaloenses de la zona limítrofe adoptaran como propios los ideales agraristas del orozquismo y el zapatismo duranguense. Francisco Quintero se adhirió en Badiraguato, y con él, comenzaron a descender hacia el resto del territorio de Sinaloa, tanto por San Ignacio como por San Dimas, expandiéndose luego hacia Mocorito, Culiacán y Navolato. En esta región, se destacó la adhesión a la causa zapatista de los revolucionarios que anteriormente habían sido maderistas. Estos se habían sentido decepcionados por el trato y la expulsión al exilio de Juan Banderas. En un acto de venganza, Manuel Vega, un seguidor de Banderas y comerciante, se levantó en armas en Culiacán bajo los postulados del zapatismo.

Este movimiento particular del noroeste se desarrolló sin un contacto directo con el núcleo morelense, adhiriéndose a los ideales de la lucha del Plan de Ayala.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Diana María Perea Romo. La rebelión zapatista en Sinaloa.

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 – Izquierda: Anónimo. Conrado Antuna, 20 de abril de 1912. Fuente: https://www.facebook.com/photo/?fbid=614558824037188&set=a.593458629480541

 – Derecha: Anónimo. General Banderas con sus ayudantes civiles y militares, Culiacan, 1911. 

Los revolucionarios sinaloenses contra el gobierno de Madero.

El problema estructural del movimiento maderista ha sido el limitado alcance de sus objetivos frente a las necesidades de los rebeldes que se levantaron en armas contra Porfirio Díaz. Básicamente, Madero pensaba que lo único necesario era democratizar el país y no cambiar las estructuras que mantenían a gran parte de la población en la desigualdad. Esto provocó que a lo largo del país, los revolucionarios vencedores empezaran a reclamar la necesidad de llevar a cabo reformas más profundas, incluso deshaciéndose de la estructura política porfirista que Madero estaba respetando en gran parte.

Este descontento se manifestó en Sinaloa, donde el caudillo Juan Banderas reclamó que se nombrara como gobernador interino al porfirista Gaxiola Rojo. Ante la presión popular, Gaxiola Rojo renunció al puesto para cederle el lugar a Banderas y así resolver el problema. Sin embargo, esta decisión no ayudó a calmar las tensiones, ya que la entrada de Banderas en su lugar no fue bien recibida por los grandes potentados. Estos estaban recelosos de la ausencia del ejército federal y temían tener que depender de la seguridad del ejército rebelde.

A finales de septiembre de 1911, asume la gobernatura, ya bajo el orden maderista, el profesor José María Rentería. No tendría una tarea fácil, ya que se enfrentaba a constantes huelgas, tanto de los mineros de Mineral de Panuco que buscaban mejorar sus condiciones de trabajo, como de los rurales que habían experimentado una reducción de su sueldo. Además, debía conciliar con los demás caudillos maderistas para que le permitieran trabajar.

Rentería tenía que enfrentar las quejas y denuncias presentadas en su contra por abusos y actos de corrupción, incluyendo acusaciones contra personajes prominentes como Banderas, Joaquín Cruz Méndez y Justo Tirado. Estos líderes mantenían una fuerte presencia en la sociedad y seguían siendo considerados peligrosos, ya que tenían la capacidad de reactivar la rebelión. Tanto los informes del gobierno como los de la inteligencia estadounidense señalaron a Banderas como el caudillo más peligroso, capaz incluso de incitar al pueblo estadounidense.

Ante esta situación, el gobierno de Madero decidió actuar contra Banderas. Aprovechando un viaje que este realizaría a la Ciudad de México para entrevistarse con el presidente, se ordenó su arresto bajo el cargo de rebelión contra el gobierno estatal y el fusilamiento de un coronel porfirista en la toma de Culiacán.

Aunque lograron enviar al exilio a Banderas, el problema no estaba resuelto debido a que la desmovilización y las campañas de licenciamiento no avanzaban con rapidez. Los caudillos mantenían su fuerza, ya que los revolucionarios no veían avances en el cumplimiento de las promesas hechas y mantenían la desconfianza. Uno de los problemas principales era que muchos de estos revolucionarios perderían el estatus adquirido durante la rebelión al aceptar el licenciamiento. Además, elementos como armas y caballos formaban parte de su modo de vida desde antes de la revolución, siendo tanto su medio de transporte como de subsistencia para actividades como la caza.

El gobernador Rentería tampoco contaba con una estructura para mantener el orden, ya que el cuerpo porfirista fue desarticulado y todo estaba en manos de los rebeldes. Además, algunos nombramientos de los poderes locales resultaron ser muy polémicos ante la opinión pública. Un ejemplo de esto fue en la comunidad de Cacalotán, donde Rentería nombró a Rafael Lizárraga como director político, quien tenía fama de despótico y hostil ante las necesidades populares.

Rentería no lograba conciliar los intereses populares con los objetivos del gobierno de pacificar el estado. Redujo el problema a que se trataba de grupos opositores en contra de su administración. Para intentar demostrar cierta fuerza, ordenó el cateo de las propiedades de los caudillos en busca de armas o caballos que pudieran estar relacionados con la causa de la rebelión y su detención. Estas acciones fueron muy mal vistas por la opinión pública.

Para finales de 1911, Sinaloa vivía una situación de tensa calma que en cualquier momento podía romperse. Esta situación era común en buena parte del país como resultado del desencanto hacia el gobierno de Madero. Dos movimientos que amenazaban el frágil orden maderista eran el de Pascual Orozco en Chihuahua y el de Emiliano Zapata en Morelos. Estos dos caudillos eran observados por otros grupos rebeldes fuera de su zona de acción. Como resultado, en estados alejados, estas facciones se declaraban como orozquistas o zapatistas sin ningún tipo de nexo aparente. Se encontraron casos de rebeldes orozquistas de la Sierra Juárez en Oaxaca o de zapatistas en Jalisco, Chihuahua, La Laguna y Durango.

Los seguidores de Banderas eran los principales grupos resentidos por las acciones del gobierno maderista en contra de su caudillo, teniendo una gran presencia en Navolato, Mocorito y Culiacán, donde Francisco «Chico» Quintero, Manuel Vega y Antonio Vega, quienes habían ocupado puestos durante su gobernatura interina, quedaron como sus representantes. Estos líderes tenían como base de su rebelión la sierra. Dado que esta región nunca lograría ser pacificada en su totalidad, estos tres líderes tendrían la oportunidad de establecer ahí su base, aprovechando su condición inexpugnable ante las fuerzas del gobierno y donde el bandolerismo era parte de la vida. Se convirtieron en una amenaza para las grandes ciudades, que se veían vulnerables ante la imposibilidad de enfrentarlos y frenarlos. Además, contaban con la posibilidad de interconectar los movimientos rebeldes de la sierra de Sinaloa con los de Durango.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Diana María Perea Romo. La rebelión zapatista en Sinaloa.

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Imagen: Lohn. Tropas de Francisco Quintero antes de tomar la prisión de Culiacan, 1912. Fuente: https://www.facebook.com/profile/100064404231034/search/?q=Francisco%20%22Chico%22%20Quintero.&locale=es_LA

El gobierno virreinal frente a la caída demográfica de los indígenas de Baja California.

La presencia española en América tuvo como su principal agente para garantizar su permanencia no a las armas ni a su «voluntarismo civilizador», sino a un factor que no podían controlar y que también les causó serios problemas: las enfermedades pandémicas. Estas enfermedades, desarrolladas en el contexto del «Viejo Mundo», hicieron que a los nativos americanos les resultara imposible adquirir las defensas que los colonos europeos tenían hacia ellas. Resultaba evidente cómo, poco después de establecerse misioneros o poblaciones españolas en diversas regiones, el número de habitantes descendía de manera crítica, generando así un grave problema demográfico. Aunque esto acababa con las resistencias a la presencia española y facilitaba la colonización, también planteaba la dificultad de no contar con la mano de obra a la que estaban acostumbrados para prosperar.

Este fenómeno se reflejó en el avance de la conquista hacia el noroeste, en dirección a los territorios de Sonora y las Californias. Allí, fue imposible penetrar mediante el uso de la fuerza debido a la resistencia indígena. Los jesuitas, convencidos de que ofrecer las bondades del cristianismo y la civilización europea podría lograr lo que los colonos no habían conseguido, se embarcaron en esta empresa con consecuencias desastrosas.

Desde finales del siglo XVI, los indígenas del noroeste entraron en contacto con los españoles a través de expediciones de conquista, misioneros voluntariosos, indígenas cristianizados y, en el caso de Baja California, piratas anglosajones que fondeaban en las costas para asaltar las naves españolas. Todos estos encuentros provocaron, con el tiempo, la proliferación de diversos brotes epidémicos que afectaron a las tribus nómadas.

La cultura chamánica de estos grupos se vio superada por la virulencia y mortandad de las enfermedades. Sin embargo, al asociar estas epidemias con la presencia de los europeos, lograron preservar su prestigio y atribuyeron la culpa a los misioneros. Estos últimos también tuvieron que lidiar con los enfermos de su feligresía, y los limitados alcances de la medicina europea hicieron que solo pudieran brindar cuidados paliativos para asegurar un final digno.

Los primeros brotes se dieron en los principales establecimientos españoles en la región, como Chametla y Culiacán, donde según los informes, casi extinguieron a la población indígena. Esta tendencia continuó con la llegada de los jesuitas, quienes establecieron sus misiones en la Pimería y California, fundando la misión de Nuestra Señora de Loreto en 1697.

En ese entonces se creía que los «californios» poseían inmunidad frente a las enfermedades, pero esto se debe a que los contactos eran esporádicos, como se demostraría con el avance de los jesuitas por la península y el aumento de fallecimientos en las cercanías de los territorios de las misiones, mientras que las tribus que permanecían alejadas se mantenían sanas. Lo que no se anticipó es que el sistema de «reducción» de las misiones, donde se congregaban diferentes tribus de una región para vivir en pueblos, era el principal agente de contagio de las enfermedades. En ese momento, la única explicación para su aparición era la voluntad divina, y nunca se consideró que las condiciones de hacinamiento fueran la causa, y que aquellos que seguían siendo trashumantes lograban salvarse de su contagio.

Aunque no hay registros que nos permitan saber cuáles fueron los brotes que afectaron a las diferentes regiones, todo indica que en Baja California la enfermedad que arraigó más en la población fue la sífilis, provocando no solo la muerte de los indígenas, sino también la esterilidad de los sobrevivientes.

Las estimaciones de los investigadores indican que la población de la península en 1697 debió haber alcanzado cerca de 41,500 habitantes. Estos números se redujeron alarmantemente en un 83% hacia 1768 con la expulsión de los jesuitas, quedando solamente 7,149 habitantes. Esto evidencia que en pequeñas poblaciones indígenas, como históricamente ha sido el caso de Baja California debido a sus condiciones agrestes, era más probable que se extinguieran que que sobrevivieran.

Esto contrasta con el caso de los vecinos Sonora y Sinaloa, donde, a pesar de que los indígenas también fueron víctimas de las epidemias, al tener una población más numerosa lograron amortiguar la mortalidad. Para mediados del siglo XVIII, empezaron a mostrar una tendencia hacia la recuperación gracias a la adaptación genética a las enfermedades. Sin embargo, esto no ocurrió con los indígenas californios, que nunca se recuperaron y mantuvieron números poblacionales marginales hasta su desaparición e integración a la población mestiza en el siglo XIX (con excepción del norte).

Una vez desalojados los jesuitas de las misiones, su lugar sería ocupado brevemente por los franciscanos del colegio de San Fernando, siendo reemplazados por los dominicos hacia 1773. Aunque los dominicos llegaron a informar de una ligera recuperación demográfica entre los indígenas, esto se debía a que ya estaban incluyendo en los censos a las misiones del norte de la península que aún no habían sido evangelizadas.

La situación en la península era catastrófica, ya que las enfermedades habían afectado especialmente a la población femenina, dejándolas muy débiles para concebir y con la posibilidad de contagiar a sus hijos durante el parto. Esto se agravó aún más con la prohibición de las relaciones polígamas tradicionales en las sociedades indígenas, lo que impedía que los hombres buscaran mujeres aptas para concebir. Para 1771, en tan solo tres años después del último censo, la población se redujo nuevamente a 5,094 habitantes distribuidos en 13 pueblos de misión. Esta situación provocó, por un lado, el ataque del clero secular para promover la desamortización de las misiones, así como la preocupación del gobierno al no saber qué hacer. Mientras tanto, los indígenas se resignaron y se dedicaron a la vida religiosa con la esperanza de que las oraciones los salvaran de la muerte.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Francisco Altable. Humanitarismo, redención y ciencia médica en Nueva España. El expediente de salud pública para frenar la extinción de los indios en la Baja California (1797-1805), de la revista Secuencia, núm. 80.

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Imagen: Ignaz Tirsch. Colono y mujer california, 1762-1767. 

La arqueología en el valle del rio Fuerte, Sinaloa.

El actual territorio de estado de Sinaloa es uno de los menos investigador por los arqueólogos, ya sea por su complicada orografía, la ausencia de llamativos edificios o el problema que representa el crimen organizado ha impedido que se lleven a cabo grandes campañas de excavación metodológica o de preservación de los vestigios prehispánicos de la zona, aun asi, hay notables esfuerzos donde se han empezado a realizar algunas exploraciones en determinadas regiones, como es el caso del Valle del rio Fuerte. Según los análisis salidos de las excavaciones, se sabe que el valle fue poblado hace al menos 10,000 años por los cazadores recolectores, de los cuales hace 4,500 empezaría a detonarse la agricultura como medio de vida para sus pobladores y con ello acarrearía a partir del 200 d.C. un incremento de la población hasta la llegada de los españoles en el 1532. Hasta el momento, no se ha encontrado un asentamiento con arquitectura monumental, una de las explicaciones por lo cual sucedió esto es por la diversidad étnica y la fragmentación de la población en pequeñas organizaciones sociales, lo que podría explicar los reportes del siglo XVI los cuales dicen que el valle estaba poblado por grupos como los tehuecos, cinaloas, ahomes, comoporis, batucaris, zuaques, zoes y huites.

Aun con sus huecos de información, las fuentes de los misioneros jesuitas como el caso de Martin Pérez y su “Relación de la Provincia de Nuestra Señora de Sinaloa” nos revela datos interesantes sobre las prácticas religiosas de los indígenas y con ello podríamos imaginarnos como era su modo de vida, esto nos señala la creencia de un dios de la fertilidad llamado Hirisihua, quien es hijo de una diosa virgen llamada Huaqueruhi, a quienes les pedían por tener cosechas exitosas y que los protejan de todo mal. A Hirisihua se le solía representar de diferentes edades, ya sea como niño o como un anciano, tenía como residencias los numerosos cerros de la sierra los cuales eran lugares sagrados a donde los indígenas realizaban sus ceremonias, así como la realización de algunas actividades que podían tener un sentido ceremonial o incluso lúdico, reportándose como los lugares donde se llevaban a cabo desde los juegos de pelota o ulama, la práctica de ejercicios de tipo militar como el tiro con arco e incluso reportan la práctica del juego de mesa mesoamericano por excelencia, el patolli.

Se han localizado en la región dos importantes asentamientos prehispánicos, Mochicahui donde se han encontrado numerosos enterramientos vinculados con las elites al encontrarse como ofrendas numerosos objetos suntuarios producto de los intercambios comerciales, así como testimonios de la cultura Aztatlán del Posclásico Temprano, pero el que ha sido identificado como el principal centro ceremonial es el Cerro de la Mascara, el cual abarca un área de 17,000 m2 donde se han encontrado numerosas piedras agrupadas en 15 conjuntos con cerca de 300 petrograbados. Según las estimaciones, el sitio pudo haber iniciado su historia ritual desde el año 200 d.C. para terminar un siglo antes de la llegada de los españoles, el cual sirvió para plasmar en las rocas diferentes diseños que van desde personas, animales y vegetales, todos ellos representados de forma abstracta y la semejanza con otros elementos mesoamericanos han permitido asociar algunos de ellos con el culto a Venus y al Sol. Actualmente algunos cerros de la región siguen manteniendo actividad ritual por parte de los indígenas, específicamente de los mayos o yoremes quienes realizan ceremonias de peticiones de lluvia y por el bienestar de la cosecha en lugares como el cerro Cahuinahua el cual cuenta con representaciones rupestres.

Precisamente en la religiosidad yoreme podemos rastrear las posibles razones de la inexistencia de centros ceremoniales a la manera mesoamericana, y es que el espacio donde se llevan a cabo solo se trata de enramadas sencillas donde se reúne la comunidad para presenciar las danzas de las fiestas religiosas o para llevar a cabo las asambleas, además de acondicionar un espacio para colocar un altar y también otro para servir como cocina de los banquetes de las fiestas. Si bien las ceremonias yoreme siguen el calendario católico e incluso las enramadas están orientadas tomando como referencia las iglesias, los días más importantes dentro de su ceremonial religioso son los que se encuentran cercanos a los equinoccios y solsticios, por lo que celebraciones como la Semana Santa, San Juan, San Miguel y el de la Virgen de Guadalupe tienen un lugar de gran importancia en el calendario yoreme. La muestra de la conexión entre los mayos modernos con los pobladores prehispánicos de El Fuerte lo encontramos en el sitio arqueológico El Cobrizo, donde se ha encontrado una calzada limitada por muros de piedra que llevan a un espacio donde se localiza un altar de piedra, que por las dimensiones que tiene y las orientaciones identificadas con el solsticio de verano nos indican que se pudo tratar de un ramadón precolombino.

Uno de los investigadores más importantes quien realizo trabajos de exploración en la región fue Gordon Ekholm en los años 1937 a 1939, localizando 26 sitios arqueológicos en un área que abarcan las cuencas los ríos Fuerte, Choix, Culiacán y el estero de Las Piedras, identificando como una de las principales tradiciones culturales en Guasave, de donde excava el sitio El Ombligo donde localizo hasta 166 entierros con ricas ofrendas conformadas por cerámica, cascabeles de cobre, una máscara de perico y restos humanos usados para realizar objetos suntuarios. En estos trabajos localizo loque pudieron ser cráneos usados a la manera de ofrenda, pudiendo ser utilizados como trofeos y por lo tanto es una evidencia del arraigo de las costumbres guerreras en la sociedad sinaloense prehispánica, si a esto le sumamos la calidad de los materiales presentes en las ofrendas, todo nos indica de la existencia de una elite local que tenía la capacidad de acceder a productos de mayor calidad que los locales, como lo tenemos con la presencia de la cerámica de la cultura Aztatlán y que está asociada con la religiosidad de la región Mixteca-Puebla del centro.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Luis Alfonso Grave Tirado. Ideología y poder en el México prehispánico. De los mayas a los mayos de Sinaloa.

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Imagen: Petrograbado en el Cerro de la Máscara, El Fuerte, Sinaloa. Fuente: https://www.facebook.com/CerroMascara/photos/pb.100064505959622.-2207520000./2624948290907995/?type=3&locale=es_LA

Los inicios de la revolución en Sinaloa.

El trabajo proselitista de los maderistas hacia 1910 en las poblaciones más recónditas de la sierra sinaloense tendría frutos para cuando estalla la revolución, donde gracia a su complicada orografía la convertiría en una fortaleza infranqueable para que pudiesen ser reprimidos por las tropas porfiristas, convirtiéndose en un importante foco rebelde que sirviese de ejemplo para el gradual crecimiento de la insurgencia. El aumento de las guerrillas despertarían la suspicacia tanto de las autoridades locales como de la misma población civil ante el temor de que llegasen a sus pueblos a provocar desmanes, naciendo una paranoia donde cualquier persona que se internase a buscar trabajadores era vista con temor ante la posibilidad de tratarse de un caudillo, despertando alarma el asalto a Gómez Palacio en Durango por parte de Benjamín Argumedo lo que enciende las sospechas sobre su implicación por parte de los grupos sinaloenses.

Inicialmente, la prensa de Culiacán no tenía identificados a los guerrilleros y no les habían asignado alguna denominación, pero localizaron el foco de su surgimiento en Badiraguato, Topia y Tamazula en Durango, donde haciendo uso de su conocimiento del terreno provocaban a los federales para llevar a cabo persecuciones estériles para desgastarlos. Mientras fue creciendo la rebelión entre las diferentes asociaciones maderistas al nivel nacional, los diferentes caudillos guerrilleros determinaron que lo mejor consistía en reunirse los diferentes grupos guerrilleros para facilitar su defensa y apoyarse en los asaltos a las minas, sobre todo porque las autoridades de las poblaciones limítrofes entre Durango y Sinaloa ya se estaban organizando para rechazar y perseguir a los guerrilleros. Esto lo vemos en las acciones de Juan Banderas quien se mostró muy colaborativo con otros grupos guerrilleros de la zona serrana, con ello la guerrilla empezaba a esparcirse por los distritos de Tamazula en Durango, San Ignacio, San Dimas, Cósala, El Fuerte, Badiraguato y empezaban a alcanzar el de Sinaloa llegando a Mocorito.

El crecimiento de los grupos guerrilleros tendrían como primer logro la toma de Culiacan del 20 al 31 de mayo de 1911, siendo el incentivo tanto para conectar con los rebeldes de Durango como para extender el campo de acción hacia el territorio de Tepic, teniendo presencia en el pueblo limítrofe de La Concepción para seguirse hacia Ixtlán del Rio, Acaponeta, Rosamorada y Santiago con la dirección del caudillo Martin Espinoza de El Rosario. Misma situación ocurría en la sureña Escuinapa donde los “revoltosos” de El Quelite empezarían a hacer acto de presencia en los ranchos aledaños a Mazatlán, poniendo en verdaderos problemas a las autoridades porfiristas al no lograr la pacificación de los rebeldes. Los guerrilleros no solo se alimentaron de los rancheros desencantados del sistema porfirista, sino que también se valieron de la leva llevándose a las personas indeseables de las poblaciones, desde los vagos de los pueblos hasta de criminales y presos en los ayuntamientos, pero esta misma practica era realizada por parte de las autoridades porfiristas quienes realizaban la leva hacia la población general para combatir a los rebeldes.

Una buena parte de los rebeldes salieron de las filas del desempleo de las minas surgida de la crisis en la industria de 1907, provocando en su momento el cierre de numerosos yacimientos a lo largo de la sierra, por lo que cuando caían en manos de los rebeldes, estos hacían lo posible para reabrirlas y volverlas a poner a producir para poder financiar el esfuerzo de guerra, aunque también tuvieron que asumir las demandas de los mineros con respecto a sus salarios adeudados por los hacendados. Esto ocurre en los minerales de San Dimas y Tayoltita en Durango, de donde nace el liderazgo revolucionario de Matías Pazuengo como representante de los mineros desempleados, así como en San Ignacio, Rosario y Santiago de los Caballeros, en muchos casos se tuvo que llegar a un acuerdo con los mineros donde se logró persuadir para que trabajaran pagándoles en especie en lo que duraba el conflicto, ya que era peligroso pagarles en efectivo debido a la proliferación de ladrones.

Los indígenas también se levantan en armas siguiendo el llamado revolucionario, para ese entonces todavía tenían fresca la memoria sobre su apoyo prestado en la segunda mitad del siglo XIX a la rebelión de Plan de Tuxtepec donde lucharon para prevenir la reelección de Sebastián Lerdo de Tejada, siendo el pueblo de Ajoya uno de los principales beligerantes en la región bajo el liderazgo de Jesús Vega. Para junio la revolución había “terminado” con la toma de Ciudad Juárez por parte de los maderistas, por lo que en un acto de pacificación iniciaría un programa de licenciamientos en las ciudades donde los revolucionarios tenían que entregar sus armas a cambio de darles dinero por sus servicios prestados, dándoles la opción de integrarse a un nuevo cuerpo de rurales o regresar a sus vidas antes de la revolución, pero muchos siguieron manteniendo activas las guerrillas al no ver cumplidas sus demandas. Es así que en los primeros meses se vio una situación tensa donde maderistas adheridos al gobierno provisional luchaban contra los maderistas rebeldes, esto empeora al poner como gobernador interino al porfirista Celso Gaxiola Rojo, pero para calmar la situación renuncia para darle su lugar al caudillo Juan Banderas.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Diana María Perea Romo. La rebelión zapatista en Sinaloa.

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Para saber más: https://www.arthii.com/el-desarrollo-de-la-rebelion-maderista-en-sinaloa/

Imagen: Anónimo. Campamento federal, frente al Panteón no. 2, durante el  mes de Mayo 1911, Mazatlan. 

El desarrollo de la rebelión maderista en Sinaloa

La animadversión social provocada por las elecciones donde ganaría el porfirista Diego Redo, hizo que despertase entre los grupos populares del campo sinaloense la oportunidad de hacer rebelarse en contra de los abusos provocados por los latifundistas en el estado, empezando a organizarse las acciones guerrilleras encabezadas por Gabriel Leyva y Maximino Gámez por la zona de Guasave, aunque al poco tiempo fueron emboscados por el cuerpo de rurales y ahí moriría Leyva. Mientras en el sur, en el distrito de Mazatlán donde se había conglomerado la resistencia contra el circulo porfirista de Culiacán, sobre todo porque era la región donde había más lazos de las bases sociales con el campesinado, naciendo liderazgos como el de Justo Tirado de Palma Sola, pequeño propietario quien se había involucrado con los círculos maderistas mazatlecos y quien tenía buenas ligas tanto con los comerciantes como con los potentados del puerto, siendo el nexo con los rancheros y agricultores quienes se iban mermando ante la subida de impuestos.

Mazatlán fue un punto fundamental en la dispersión de la causa maderista, ya que gracias a las extensas redes familiares la causa se empieza a dispersar tanto por el campo, alcanzado la sierra y llegando a tener difusión hasta Durango, uno de estos agentes fue el empresario calero Juan Carrasco quien aprovechaba sus escalas de las rancherías para llegar a Mazatlán para dar a conocer el mensaje de Madero. Con ello, las sociedades del campo iban integrándose a la vida política de la ciudad gracias al crecimiento orgánico que abarcaba la familia, amistades y compadrazgos, pero todavía no era suficiente para conformarse ejércitos revolucionarios locales debido a las necesidades inmediatas para seguir con sus vidas, por lo que las autoridades porfiristas empezaron a mantener vigilados tanto a Justo Tirado como a su familia. Esto no evito que empezasen a surgir algunos movimientos guerrilleros aislados como el de Matías Pazuengo, iniciado en el distrito de San Dimas, Durango, avecindado a Sinaloa y de vocación minera, donde le llegan las noticias de la gira de Madero y a raíz de la polarización regional crea una guerrilla de apenas 25 hombres dentro de los mismos mineros, siendo impulsados por las noticias llegadas de otras guerrillas surgidas en las comunidades mineras de Chihuahua y Coahuila.

Otra de las comunidades duranguenses levantadas por el flujo maderista de Sinaloa fue Tamazula, donde los pleitos por la enajenación de tierras consideradas baldías provocan el levantamiento de los hermanos Domingo y Mariano Arrieta, descendientes del caudillo liberal Teófilo Arrieta y quienes tenían la posesión del terreno Vascogil en Topia, pero se fueron involucrando en las luchas de sus vecinos para evitar el despojo de sus propiedades, ganándose seguidores tanto en Topia, Tamazula, Tepehuanes, Canelas y Santiago Papasquiaro. Fue en esta población cuando deciden entrar en acción asaltando a unos empleados de una compañía deslindadora quitándoles las armas que tenían para amedrentar a los pobladores y a partir de ahí se irían a la clandestinidad con un gran número de seguidores. Uno de los primeros actores políticos del Partido Antirreeleccionista, Martin Espinoza, al terminar las elecciones estatales había sido perseguido por las autoridades y lo llevaron a huir hacia EU, pero logra regresar por la Ciudad de México y de ahí regresa a El Rosario para empezar a conformar un grupo revolucionario usando propaganda y lograría conformar una fuerza considerable de 400 hombres.

El clima de abusos hacia los trabajadores provocaría que otras personas se lanzaran a la lucha, ese fue el caso de Juan M. Banderas alias “El Agachado” de Tepuche, quien por un enfrentamiento con un capataz estadounidense a quien termino matando hizo que antes de 1910 tuviese una vida ajetreada en las minas y eludiendo la detención por parte de las autoridades, debido a este antecedente lo convierte en partidario de la causa maderista, por lo que cuando sucede la derrota ante Porfirio Diaz se dirige a la sierra de Badiraguato para empezar a reclutar gente. Dentro de los interesados estaba Jesús Caro Iribe, joven de 18 años quien se había enterado de las historias alrededor de Banderas y queda impactado por las razones de su persecución, pero esto no fue suficiente para que entrara en su grupo, fue debido a que los hombres de Banderas llegaron a su casa y amenazaron con despojar a su familia de sus armas y el ganado si no se les unían, por lo que sus fuerzas iban creciendo tanto por el convencimiento hacia sus ideales o por el miedo a perder lo poco que tenían.

Por toda la sierra de Sinaloa, no faltaban los testimonios de los pueblos, ranchos y haciendas donde uno o todos los trabajadores se habían ido para unirse a la guerrilla, lo que llego a suponer una amenaza a la producción regional debido a la falta de personal para mantener las labores del campo o de las minas. Los sinaloenses estaban más que fogueados en el uso de las armas, ya sea por el arraigo de la cacería del venado en la sierra, pero sobre todo por la inestabilidad de los conflictos a lo largo del siglo XIX los había convertido en una sociedad preparada para defenderse y eran excelentes tiradores, sumado a la gran ventaja ofrecida por la sierra como una zona fácil de defender y donde era imposible que las fuerzas porfiristas pudiesen llevar a cabo una contraofensiva. Como sucedió en todo el país, el 20 de noviembre de 1910 no represento un inicio generalizado de las hostilidades contra el gobierno porfirista, pero poco a poco y dependiendo de la región empezarían a levantarse en armas pequeños grupos rebeldes a lo largo del país, por lo que fue hasta 1911 cuando la prensa sinaloense empieza a interesarse por los reportes de la proliferación de los grupos rebeldes a lo largo de la sierra.  

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Diana María Perea Romo. La rebelión zapatista en Sinaloa. 

Imagen: Anónimo. Juan M. Banderas y su Estado Mayor. Fuente: https://sinaloa.space/juan-m-banderas-y-su-estado-mayor-efemerides-25-noviembre-001/

Del ullamaliztli al ulama de Sinaloa.

El juego de pelota se convertiría en una de las características omnipresentes en las culturas mesoamericanas, el simbolismo imbuido en esta actividad como representación del paso del sol por el firmamento ayudo a que sirviese como parte de la liturgia de las ciudades-estado e incluso se le diese otra connotación fuera de lo ceremonial, desde una forma de resolución de disputas políticas entre las dinastías o incluso llegaría a convertirse en una de las primeras actividades lúdicas al nivel popular como deporte. Debido a su vinculación con la religiosidad mesoamericana, a la llegada de los españoles se impulsa la persecución de su práctica prohibiéndose en los pueblos de indios, pero en lugares aislados donde la presencia española era muy débil y se debía pactar con los pueblos para garantizar la gobernabilidad del sistema virreinal fueron los lugares donde sobrevivieron y los religiosos solo lo vieron como un entretenimiento para las celebraciones religiosas. Gracias a eso, sobrevivió su practica en algunos pueblos de Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Sinaloa, si bien tuvo que adaptarse a las nuevas circunstancias debiendo de extinguir la presencia de las canchas, pudo llegar a nuestros días bajo diferentes modalidades.

Desde 1978 nace como un esfuerzo de preservación el “Proyecto ulama”, donde los investigadores se dieron a la tarea de registrar y preservar las modalidades que sobrevivieron en el mundo rural sinaloense, donde se identificaron muchas de las referencias dejadas por los cronistas del siglo XVI, esto fue identificado en la década de los 40 gracias al trabajo de prospección arqueológica de Isabel Kelley sobre los estados de Nayarit, Sinaloa y Durango, época donde la tradición estaba muy viva en los pueblos. Se han identificado tres variantes, dos como el ulama de cadera y el de antebrazo donde solo se golpea la pelota con solo el cuerpo y el ulama de palo, donde su usa una clase de mazo, teniendo una gran difusión en las comunidades cercanas a Escuinapa y Mazatlán, aunque con diferentes grados de arraigo según la variante. La relación entre los escritos dejados por los religiosos con lo encontrado en el contexto sinaloense es total, el nombre ulama viene del náhuatl y describe la acción de golpear la pelota con las nalgas, por lo que ullamaliztli es el nombre dado al juego en general, incluso al espacio trazado para jugarlo se le llama taste, una deformación de tlachtli que es como se denominaba en náhuatl a la cancha.

 Al igual que en la época de la conquista, el ulama pudo tener arraigo social gracias a su uso lúdico donde han sido objeto de apuestas, pero uno de los usos que desafortunadamente se ha ido perdiendo fue el sentido religioso que se llegó a registrar, ya que se hacían partidas en las celebraciones patronales de los pueblos. Su importancia en la religiosidad popular era tal que los jugadores tenían que pasar por un periodo de abstinencia sexual para que llegasen purificados al partido de la fiesta, requisito que vemos en otras actividades devocionales de las poblaciones indígenas. Otra de las manifestaciones de su herencia prehispánica la tenemos en la ubicación de los tastes, siendo usual que se elijan lugares considerados sagrados dentro de la religiosidad mesoamericana como en las faldas de un cerro, en otros pueblos se han encontrado su ubicación en las cercanías de sitios con petroglifos, incluso hay testimonios donde indicaban se jugaban en las cercanías de los cementerios, todos estos lugares tienen una vinculación tanto con el mundo acuoso como con el inframundo, aunque su significado se perdió en el tiempo y repetían el trazado de las canchas para perdurar la tradición, llegando a ser usados como sitios de asamblea.

Las reglas del juego y sus aditamentos son idénticos a los usados en los tiempos mesoamericanos, el taste es un espacio alargado de 60 m de largo por 4 m de ancho, dividido a la mitad por una línea llamada analco y se usan piedras para delimitar la cancha, los jugadores son llamados taures formando equipos de entre 3 y 5 personas quienes portan una serie de fajas y cinturones para golpear una pelota de hule sólido, que puede pesar medio kilo para la variante de antebrazo y llegando a los 3 o 4.5 kilos para el de cadera. El juego inicia con un saque que tiene que pasar por arriba del analco, el segundo tiene que ser por el suelo atravesando igualmente la línea media, el puntaje se da cuando el equipo contrario no puede hacer la devolución de la pelota o cruza la línea limítrofe de uno de los extremos, ganando el equipo que alcance primero el marcador de ocho. El puntaje del juego a diferencia de los occidentales es oscilatorio, es decir, en lugar de que los equipo acumulen puntos a lo largo del partido, se van restando al que lleva más, como ejemplo en un marcador 3-0 si ese equipo marca un punto queda 2-1, siguiendo el juego hasta quedar 8-0.

Como el juego no tiene reglas escritas y solo se basan en la transmisión de la tradición a la siguiente generación, provoca que pueda haber variables de interpretación de una comunidad a otra o incluso diferencias entre una y otra generación, por lo que cuando juega una comunidad y otra suele haber reclamos por la forma de cómo hacer los saques o de hacer los puntajes. Los veteranos juegan un papel fundamental en la partida al participar como árbitro del partido, siendo el quien determina la validez de una jugada, llegando a castigar en el pasado con azotes a los jugadores que no estuvieran dándolo todo. Actualmente en Sinaloa se tienen solamente a cuatro comunidades que siguen poniendo en práctica el ulama, pero la falta de reglas fijas para su realización, la fama del futbol o el beisbol con sus ligas profesionales y la extinción de los árboles de hule en la región (encareciéndose el precio de látex a precios estratosféricos) amenazan la subsistencia de este deporte, aunque familias como los Páez del pueblo de El Chamizal han revitalizado el deporte al nivel regional, pero el esfuerzo más conocido fue el de la familia Lizárraga de La Sábila quienes importaron el ulama a Xcaret como un espectáculo turístico, pero su simbolismo religioso es el que se encuentra en serio peligro de desaparecer ante su secularización.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Manuel Aguilar Moreno. Ulama: Pasado, presente y futuro del juego de pelota mesoamericano, de la revista Anales de Antropología vol. 49-I.

Imagen: Partido de ulama en Sinaloa. Fuente: https://mazatlaninteractivo.com.mx/2020/03/el-ulama-es-un-juego-tradicional-de-origen-prehispanico/

El maderismo en Sinaloa.

La primera década del siglo XX se caracterizó por la aparición de las grietas ocasionadas por los abusos del sistema porfirista con su predilección por los grandes potentados, teniendo como una de las válvulas de escape la política como una oportunidad de cambiar las cosas en el país esperando reemplazar a las viejas autoridades. Pero el afán por parte del régimen de seguir manteniendo el control del país impide que la sociedad participe en la política y persiste en su intento de dejar a su círculo cercano en los principales puestos en el gobierno nacional como en los estatales, siendo el campo de cultivo para el estallido revolucionario. Debido a la avanzada edad de muchos de estos funcionarios, fue común en esos tiempos se fuesen muriendo en el poder, esto sucedió en el caso de Sinaloa con la muerte del gobernador Francisco Cañedo en 1909, figura central de la política estatal al empezar su influencia desde 1877 con la victoria del Plan de Tuxtepec y ejerciendo el poder directamente durante 22 años con algunas pausas.

Con este vacío de poder en el estado, pronto empezaría la lucha para ocupar el lugar de Cañedo y se perfilaron dos candidatos, Diego Redo quien tenía el apoyo del círculo porfirista y sobre todo el de Ramon Corral (exgobernador de Sonora y vicepresidente de Diaz), mientras la oposición fue representada en José Ferrel, periodista avecindado en la Ciudad de México quien fue invitado por su primo Francisco Valadés a participar. Además de esta pugna política, también salió a relucir las viejas rivalidades localistas que luchaban por ostentar el poder en el estado, por un lado estaba Culiacán como la ciudad capital donde se focalizaban los políticos porfiristas, del otro se encontraba Mazatlán la cual se había convertido en el polo económico del estado y que a mediados del siglo XIX le llego a despojar a Culiacán de su posición como capital, convirtiéndose en el centro natural de los opositores al dar cabida a los comerciantes y a las clases medias. Para estas elecciones, se llegaron a conformar 75 clubes políticos en favor de Redo y Ferrel solo llego a formar 53, además de que Ferrel tenía el problema de ser un completo desconocido en el estado por lo que Valadés tuvo que apoyarlo con su periódico para darlo a conocer.

Estos esfuerzos por disputar el poder no rindieron frutos debido a la persecución del oficialismo a los opositores, este fue el caso de Martin Espinoza de Rosario y que era partidario de Ferrel, empezando a hacer campaña en el distrito de Concordia, pero las autoridades empezaron a perseguirlo acusándolo de sedición y lo arrestan en el día de las elecciones, cuando es liberado huye hacia Altar, Sonora, para pasar a EU y regresar a la Ciudad de México donde se integra al partido antirreeleccionista. La elección fue ganada por Redo al combinarse tanto la inexperiencia de los opositores y la persecución de las autoridades estatales, por lo que la frustración de la derrota haría que Mazatlán se convirtiese en el principal centro de los partidarios de Francisco I Madero, quien llega en enero de 1910 con la intención de encontrar adeptos en los ferrelistas. Su gira inicio en Mazatlán donde sienta las bases de sus partidarios en el estado, de ahí se dirige a Culiacán para ser recibido por los obreros y comerciantes, continuando hacia Angostura y terminando en Mocorito, en todos ellos logra fundar sus clubes políticos poniendo como sus principales organizadores a los principales liderazgos opositores de cada lugar. 

Una de las personas que intento entrar en la política estatal y vio en el maderismo la oportunidad para entrar fue el abogado Gabriel Leyva Solano, quien tenía una larga carrera como litigante ayudando a los campesinos del centro y norte de Sinaloa a defender la propiedad de sus tierras, de sus casos más destacados se encuentra el juicio entre el pueblo de Ocoroni contra José María Rojo quien había reportado sus terrenos como baldíos para apoderarse de ellos, o el de los pobladores de Cubirí de Pórtelas contra Francisco Mussot. Su trabajo lo convertiría en un acérrimo antiporfirista y dentro de sus primeras incursiones en la política se volvería partidario de Bernardo Reyes, llevándolo a unirse a la campaña de Ferrel, después de su derrota se suma a la campaña de Madero cuando visita Mocorito y lo comisiona para hacer labores políticas en Guasave, Ocoroni, Angostura y sus pueblos cercanos. Tuvo como su aliado y socio en la campaña a su amigo Maximino Gámez, ranchero de Cabrera de Inzunza, fue el que hizo una activa campaña para formar bases maderistas en los pueblos, haciendas y ranchos quienes se veían despojados por los hacendados y empresas en el estado.

Pronto, las actividades de Leyva serian vistas como peligrosas por los porfiristas de Sinaloa, sobre todo sus enemigos que se había hecho en su trabajo de abogado como José María Rojo y otros grandes potentados iniciarían la persecución de los maderistas en los pueblos, por lo que Leyva le informa a Madero de las acciones del gobierno contra sus seguidores y familias, llamándolo a escalar las cosas de la campaña para pasar a la rebelión.  Sin esperar una respuesta, Leyva, Maximino y su primo Narciso Gámez empiezan a conformar una guerrilla para prepararse a lo peor, pero el 12 de junio su grupo fue atacado por una cuadrilla de rurales comandados por Ignacio Herrera y Cairo  en Cabrera de Inzunza, siendo perseguidos y por medio de una traición de uno de sus seguidores fueron alcanzados en Aguaje de Bainoro, logrando escapar Maximino y Narciso, pero Leyva es capturado y ejecutado mediante la “Ley Fuga” en el camino hacia Cabrera de Inzunza el 13 de junio, por lo que a partir de ahí los Gámez consolidan su guerrilla que estaría muy activa en los años de la revolución. 

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Diana María Perea Romo. La rebelión zapatista en Sinaloa. 

Imagen: S/D. Los primeros revolucionarios: Narciso Gámez (izquierda, sentado), Maximino Gámez (derecha, sentado), Alfonso Salazar (izquierda, de pie) y Gabriel Leyva (derecha, de pie).