Saturnino Herrán, la expresión de dos eras.

El siglo XIX como sabemos fue un periodo muy convulso en la vida del joven país, la muestra de esto lo tenemos en las manifestaciones artísticas de la época. Las diferentes guerras que vivió el país provoco que se mantuviera aislada de las nuevas corrientes que surgían en Europa, llegando a cuentagotas pero con un efecto imperceptible, persistiendo los últimos rastros del plan borbónico de la Academia de San Carlos. Es así que el arte sobrevive como puede ante la inestabilidad, por un lado la arquitectura siguió el modelo neoclásico sin muchos cambios de la época virreinal pero con pocos ejemplos por caro que resultaba, la escultura logro sobrevivir con los cortos periodos en que San Carlos logro estar operativa, pero tanto la música, la poesía y la pintura lograron permear al nivel popular y pudieron persistir en los diferentes centros culturales de las ciudades importantes.

La llegada al poder de Porfirio Díaz represento la llegada del orden y la paz a gran parte de la república, y la reanudación del comercio internacional logro inyectar nuevos bríos al desarrollo artístico mexicano con su actualización con las tendencias europeas. Es en este entorno en que llego al mundo en el año de 1887 un joven hidrocálido cuyo talento es un puente entre el costumbrismo con el que la pintura logro persistir y el modernismo dando un paso certero en la formación del arte nacionalista.

Saturnino Herrán viene de una familia de Aguascalientes que fue beneficiada por el desarrollo que trajo el porfirismo. Su padre, don José Herrán y Bolado, fue un hombre polifacético que desempeño diversos oficios llegando a ser hasta inventor amateur y que logro hacerse un lugar en la política hidrocálida llegando a ser diputado federal, puesto en el que morirá en 1904. Esto hizo que su madre decidiera mudar a la familia a la Ciudad de México, que por las virtudes artísticas del joven logro ingresar a la Academia de San Carlos. Su talento hizo que rápidamente se ganara el aprecio de sus profesores y pronto se convertirá en maestro.

Su arte refleja el viejo arraigo del costumbrismo decimonónico y su fusión con las vanguardias europeas como el modernismo y el expresionismo. Lo que lograra esta amalgama fue la creciente ideología nacionalista que surgirá con el Porfiriato y que influye en su obra, él recoge la herencia española y funde con lo que ve en el mundo indígena, ya sea apreciando el revalorado arte prehispánico (trabajo un tiempo como copista en las excavaciones en Teotihuacán) como a sus herederos directos, siendo ellos parte integral de su obra y exhibiendo su belleza entre la elite.

Los tiempos de paz del Porfiriato terminaron y le siguió la convulsa época revolucionaria. A diferencia de sus contemporáneos como su maestro Gerardo Murillo (Dr. Atl), Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros, Saturnino no vio ningún beneficio en la caída del viejo orden y se mostró siempre partidario del régimen que tanto beneficios le dio, así como a otros intelectuales de la época. Pero en lugar de entrar de lleno a esta vorágine revolucionaria, prefiera abstraerse de ese mundo y centrarse solo en su arte para seguir sin interrupción en su universo romántico.

Desgraciadamente para el mundo, la muerte lo encontró a muy temprana edad, ya que a partir de 1916 su salud empezara a deteriorarse y en 1918 un mal estomacal lo llevara al hospital donde murió por una mala operación. Es difícil imaginar que habría sido del muralismo si se hubiera contado con el talento de Saturnino Herrán junto a Orozco, Rivera y Siqueiros en la arena artística, pero su obra sirve como testimonio de una época de una profunda modernización con un gran arraigo en sus raíces que logran conmover al que tenga la suerte de estar frente a ella.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura

Federico Flores Pérez

Bibliografía: Adriana Reynoso, Saturnino Herrán y su arte mexicanista, revista Relatos e Historias en México no. 63

Imagen: Saturnino Herrán, La ofrenda, 1913

Deja un comentario