La organización política de la derecha en la posrevolución.

Después del fracaso de tratar de imponer una monarquía con el imperio de Maximiliano, los grupos conservadores pasan a un segundo plano para quedarse enfrascados en el ámbito regional o el de la feligresía, quedando fuera la Iglesia del ámbito político con algunos poderes al nivel regional como Jalisco, aunque algunos años después Porfirio Diaz pacta con el clero para evitar un resurgimiento de una fuerte oposición conservadora y él les ofrece desradicalizar el orden nacional para dejarlos recuperar algunas potestades haciendo caso omiso de algunos artículos de la Constitución de 1857, pero descartando su participación directa en la política. Asi la iglesia serviría para empoderar el liderazgo de Diaz entre los grupos conservadores, pero a la par con la proclamación de la encíclica Regnum Novarum del papa León XIII surgiría una oposición al dominio de las elites empoderando a la clase obrera, lo que a la postre surgirían grupos de trabajadores con el respaldo de la Iglesia para luchar por la democratización del país. Si bien participaron en la etapa inicial de la revolución junto con los maderistas, la decepción por la gestión de Madero los lleva a apoyar a los golpistas de Huerta y eso provocaría que los revolucionarios una vez en el poder llevaran una agenda radical jacobina.

La Constitución de 1917 manifestaría la intención de la política revolucionaria de excluir de la vida pública cualquier intención de la derecha por participar, algo que resultaba impensable en un país con una gran mayoría católica y una sociedad muy religiosa, por lo que artículos como el 3ro donde se garantizaba la laicidad de la educación, el 5to donde se desconocían a las ordenes mendicantes, el 24 sobre la libertad religiosa donde limitaba la manifestación de los ritos a los recintos religiosos y en lo domestico, el 27 donde le quitaron sus propiedades y su capacidad de adquirirlas, así como el 130 que le despoja de cualquier clase de participación política y representación jurídica terminaron por socavar la influencia social de la Iglesia. La virulencia con la que la política revolucionaria pretendía implementar su agenda provocaría el estallido de la Guerra Cristera en el Occidente y el Bajío, siendo un reflejo de lo irreal que resultaba desterrar a la religión de la sociedad y los limitantes del régimen por cumplir sus promesas, por lo que el orden del Maximato tuvo que recurrir a rebajar su tono y hacer caso omiso a muchas de sus leyes para evitar como Diaz el resurgimiento del conservadurismo como rival.

El conflicto cristero deja en evidencia la fractura de la derecha mexicana, por un lado estaba la feligresía tanto rural como urbana junto con el clero local quienes se habían abocado a la lucha para hacer respetar sus derechos como creyentes y su enojo por la situación en general, por el otro estaba el alto clero quienes siempre procuraron mantener una posición neutral sin dar un apoyo directo a la lucha y quienes finalmente acordaron con el gobierno los Acuerdos de Paz de 1929, viéndose defraudados al no contar con su respaldo y traicionados por los resultados. Fue así como las bases populares conservadores trataron de buscar las formas de participar en política, pero los partidos que formaban no estaban lo suficientemente estructurados y desaparecían al poco tiempo, por lo que una alternativa seria un aparato formado por la Iglesia en 1929 y seria la llamada Acción Católica Mexicana, la cual pretendía contrarrestar a otra asociación llamada Acción Católica de la Juventud Mexicana formada en 1913 y que tenía un móvil completamente radical al buscar imponer un nuevo orden católico.

Tanto el sector agrarista como el obrero surgido de la revolución no habían logrado solventar los problemas heredados del Porfiriato por las continuas luchas de poder entre sus liderazgos y las diferencias con sectores de sus bases, a su vez los potentados tanto nacionales como extranjeros estaban limitados en su representación frente a los abusos del gobierno a la formación de agrupaciones como la CONCANACO y la CONCAMIN para servir de interlocutores con la presidencia. Esta inconformidad de varios sectores sociales entrarían en consonancia con la situación global de descontento ante el orden posterior a la Primera Guerra Mundial, conformándose el fascismo como una ideología de estructura clientelar y tenía como base la conformación de un nacionalismo exacerbado apoyado en valores conservadores, teniendo consonancia en México con la formación de grupos como los Tecos en 1933 y los Conejos en 1936 encargados de integrar a los jóvenes a la nueva ultraderecha, representando una amenaza para las asociaciones de la Iglesia como la Unión Nacional de Estudiantes Católicos fundada en 1931 y de corte moderado.

Los grupos fascistas aprovecharían el talante obrero de los grupos seguidores del enfoque de la iglesia de León XIII y que tenían en común la rivalidad con los grupos socialistas para elevarlos a una posición antagónica, conjuntándolo con el liberalismo como los enemigos a vencer para regresar a un orden de “antiguo régimen” anterior a las reformas de la Ilustración. Dada la situación de crisis mundial y los problemas de consolidación del orden revolucionario, se le daría fuerza a la sobrevivencia del conservadurismo como una alternativa donde se ensalzaba un pasado utópico basado en el hispanismo y la religión, pero la fuerza mantenida por los liderazgos revolucionarios articulados en el poder de una presidencia de tintes autoritarios frenó el crecimiento de los grupos de ultraderecha para dejarlos en un papel marginal en el país.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura

Federico Flores Pérez

Bibliografía: Tania Hernández Vicencio. Tras las huellas de la derecha. El PAN, 1939-2000.

Imagen: S/D. Grupo de muchachos “acejotaemeros”.

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