El resquebrajamiento del “desarrollo estabilizador”.

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Los esfuerzos del gobierno por equiparar al país con los estados desarrollados estaban dando resultados, como lo indicaba el regreso al mercado de valores internacionales después de 50 años, con la emisión de Bonos para Fomento Económico por un valor de 40 millones de dólares, los cuales fueron adquiridos, mostrando la confianza de los inversores internacionales. Este éxito se debió a la disciplina mantenida por el gobierno para pagar las deudas puntualmente y realizar liquidaciones anticipadas, como el pago de la antigua deuda pública en 1960 y las indemnizaciones por la expropiación petrolera en 1963.

Sin embargo, a pesar de estos logros, el Estado empezó a enfrentar mayores dificultades para financiar sus intervenciones económicas, lo que llevó a un aumento de la deuda del 6.1% al 9.2%. Esto se debía a la necesidad de mantener su presencia en diversos sectores, como el transporte (24%), la producción de electricidad (22%) y la industria (12%), mientras que el resto era invertido por el sector privado. Esta situación estaba generando dificultades para obtener los recursos necesarios para mantener la inversión.

Una señal clara de estos problemas se refleja en el mercado crediticio, dominado en un 67% por la banca privada, con plazos de vencimiento de 5 a 8 años en promedio y tasas de interés superiores al 10%, las más altas del mercado. Esto ha llevado a que el coeficiente por servicio de deuda se eleve por encima del 25%, lo que representa la capacidad de pago del país. El gobierno ha tenido que recurrir constantemente a la deuda para cubrir los déficits de inversión pública, lo que dificulta cada vez más estar al día con los pagos, aumentar las reservas internacionales y mantener la paridad cambiaria.

Para la década en cuestión, el déficit en el intercambio de mercancías y servicios se financió en un 28% mediante inversión extranjera y en un 72% a través de deuda, debido a la rigidez del sistema comercial en exportaciones e importaciones. En 1965, el crecimiento económico fue prácticamente nulo como resultado de estos problemas y de las condiciones desfavorables en el mercado de materias primas a nivel internacional. Para asegurar un crecimiento sostenible, era necesario aumentar las exportaciones de productos manufacturados para impulsar el crecimiento industrial, un objetivo que en ese momento no se estaba logrando en el mercado externo.

El aumento de las necesidades del país se reflejó en un crecimiento de la balanza comercial, pasando del 7.1% en la década de los 50 al 7.7% en los 60, como parte de la política de sustitución de importaciones. Esto fue consecuencia del proceso de industrialización y la necesidad de adquirir maquinaria que no estaba disponible en el país, lo que se tradujo en un aumento de las compras de divisas del 24% en 1955 al 44% en 1970.

A finales de la década de los 60, México se encontraba entre los países más endeudados, ya que las exportaciones no eran suficientes para cubrir los ingresos necesarios para solventar las importaciones. Esta situación también hizo al país más dependiente de las innovaciones extranjeras para mantener una planta productiva costosa, lo que contribuyó a socavar la estabilidad económica y el tejido social interno.

Aunque la economía del país seguía creciendo a tasas del 6%, sectores como el agrícola se rezagaban con apenas un 2% de crecimiento hacia finales de la década, experimentando varias caídas durante ese periodo. A pesar de su contribución al financiamiento del crecimiento industrial, la falta de inversión y de una reforma agraria llevó a que este sector se agotara, siendo incapaz de satisfacer siquiera la demanda interna.

Por otro lado, el sector manufacturero experimentó el mayor crecimiento durante la década, con un aumento del 8.9% en comparación con la media del 7%, representando cerca del 23% de la producción nacional. Este crecimiento revirtió la tendencia negativa observada en el lustro de 1950 a 1955. Según los planes de los economistas, se esperaba aprovechar este crecimiento mediante la creación de un mercado interno protegido y restringido, donde se daría preferencia al consumo de productos locales, con aranceles que alcanzaban cerca del 34% del valor.

Sin embargo, uno de los problemas derivados fue la ineficiencia para producir la tecnología necesaria para sostener la propia industria, que solo abarcaba el 5% del total frente al 44% de bienes de consumo. Además, la apertura a la inversión extranjera permitió que las empresas transnacionales acapararan el 62% de la producción total del país, al tener la capacidad de importar tecnología industrial sin competencia local. Esto resultó en una disminución en las contrataciones del sector manufacturero, que pasaron de un crecimiento del 4.7% en la década de los 50 a un 3.7% en los 60, a pesar de que la población seguía creciendo a una tasa del 3.4% anual.

El abandono del campo y el aumento de la migración a las ciudades en busca de mejores oportunidades también ejercieron presión sobre el mercado laboral, ya que la maquinaria industrial reducía la necesidad de contratar personal, lo que no lograba satisfacer la demanda de empleo de una población en crecimiento.

Para finales de la década, los especialistas se dieron cuenta de que el crecimiento industrial no era capaz de resolver los desequilibrios internos, especialmente en una sociedad con un gran crecimiento demográfico, que situaba a México como el cuarto país más poblado del mundo. Sin embargo, este crecimiento no se traducía en empleo suficiente, lo que resultaba en un excedente de población desempleada. La capacidad de ascender a la clase media, que había sido la más próspera, resultaba insuficiente, y la concentración de la riqueza no disminuía. En términos de ingresos, el 70% de la sociedad mexicana se repartía solo el 31% de los ingresos nacionales, mientras que el 20% correspondiente a la clase media obtenía el 28% y el 10% de la clase alta se quedaba con el 41%. Esto contribuyó al aumento de la población en pobreza extrema, especialmente concentrada en los estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, y al elevado índice de analfabetismo del 28% en todo el país.

Las tensiones sociales dentro del sistema se hicieron evidentes en 1968, donde resulta insuficiente para el gobierno acallarlos por medio de sus practicas represivas al no lograr un estado de bienestar generalizado. Esto marcó el inicio de un proceso de desaceleración del crecimiento económico en 1969, que el sistema de «desarrollo estabilizador» ya no pudo gestionar adecuadamente frente a la realidad nacional.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Elsa M. Gracida. El desarrollismo.

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Imagen:

  • Izquierda: S/D. Jovenes en la Zona Rosa. 1970.
  • Derecha: Cartón de Rius.

La industrialización en los 60.

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A pesar de que los inicios de la década estuvieron marcados por los problemas derivados de las secuelas de la crisis de 1954, ya se empezaban a sentir los efectos de las políticas económicas del llamado «desarrollo estabilizador». Este enfoque implicaba que el gobierno se endeudara para invertir en obras públicas y así promover la inversión privada nacional y extranjera. Una de estas medidas fue la solicitud de un crédito por 265 millones de dólares a la Tesorería de los Estados Unidos, al Banco de Importaciones y Exportaciones y al Fondo Monetario Internacional, con el fin de mantener la paridad del peso.

Otro desafío a resolver era la cuestión laboral, ya que era evidente que los bajos ingresos de los trabajadores habían provocado movimientos sindicales durante los últimos años del gobierno de Adolfo Ruiz Cortines y los primeros de Adolfo López Mateos. Además, el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 representaba una señal de alerta para abordar los problemas sociales y así prevenir la propagación del comunismo mediante una posible revuelta.

La solución que encontró el oficialismo fue ejercer un control absoluto sobre sus bases dentro del sindicalismo y acabar con las disidencias que estaban socavando la lealtad del sector obrero hacia el proyecto presidencial. Para ello, ordenaron arrestar a los líderes sindicales que habían liderado huelgas durante el último año de la administración anterior, reemplazándolos por los llamados «charros». Además, se ejecutó al caudillo Rubén Jaramillo, quien había liderado levantamientos campesinos en Morelos en años recientes.

Para mitigar las tensiones y evitar movilizaciones de trabajadores afectados, el gobierno otorgó mayores prestaciones laborales y creó organismos para brindarles apoyo. Se estableció el ISSSTE para proporcionar seguridad social a los trabajadores del estado, la CONASUPO para garantizar precios estables en productos básicos, se introdujeron los libros de texto gratuitos para las escuelas y se implementó un programa de desayunos escolares. Además, se decretó un aumento salarial del 6% y del 3.4% para la industria.

Estas acciones aseguraron la lealtad de los líderes sindicales y contribuyeron a controlar los problemas sociales, aunque se registró una disminución del 11% en la inversión. Ante esta situación, el secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, implementó una política de mayor inversión en obras públicas para evitar una desaceleración del crecimiento económico.

Estas medidas lograron su cometido para 1962 al nivelar la inversión privada y hacerla retornar al 11%, una tasa que se mantendría hasta los años 70. Gracias a estos esfuerzos, el aparato político conservó la confianza del sector empresarial, lo que garantizó la continuidad del sistema y aseguró los trabajos relacionados con la sucesión presidencial. Este puesto estaba destinado para el entonces secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, quien prometió seguir las mismas directrices económicas.

Ante estos resultados, la oposición tenía pocas opciones para presentar una oferta atractiva. El PAN eligió como candidato a José González Torres, quien criticó el papel del estado en la economía y la falta de democracia. También surgió el Frente Electoral del Pueblo, liderado por Ramón Danzós Palominos, denunciando la represión gubernamental contra los movimientos sociales. Sin embargo, este partido no fue reconocido por la Secretaría de Gobernación y sus líderes fueron perseguidos hasta su desaparición a principios de 1964.

En las elecciones, Díaz Ordaz ganó con 8 millones de votos, equivalentes al 88%, mientras que González Torres solo obtuvo 1,034,337 votos. Este éxito no se logró solo, ya que Díaz Ordaz recibió el respaldo de partidos satélites como el PARM y el PPS. Se formó una alianza con estos partidos «opositores» para evitar el crecimiento de nuevas fuerzas políticas y mantener al PAN en una posición marginal. Aunque estos partidos recibieron asistencia del gobierno al alcanzar solo un modesto 2.5% de votos, lo que les garantizó diputados federales.

Todo parecía indicar que el gobierno había encontrado la fórmula para salir del subdesarrollo. Habían logrado arraigar en la sociedad la cultura del ahorro, lo que permitía al estado obtener los recursos necesarios para seguir invirtiendo en obras públicas. La inflación estaba bajo control, la productividad del trabajo y del capital estaban en aumento, y la paridad peso-dólar se mantenía estable. Sin embargo, el problema a partir de 1965 radicaría en consolidar la base del financiamiento público mediante el control de la inflación y la estabilidad de la tasa de cambio. Se estaban dejando sin resolver los problemas estructurales relacionados con las distorsiones en la organización productiva.

La única solución aparente para mitigar este problema era aumentar la recaudación fiscal, ya que los impuestos aplicados hasta entonces eran insuficientes y se centraban principalmente en las rentas, intereses y dividendos, lo que se consideraba injusto. Por tanto, la Secretaría de Hacienda y el Banco de México comenzaron a trabajar en una reforma fiscal para abordar esta situación. Se propuso la implementación de un impuesto global sobre empresas y personas físicas, pero esta medida no se llevó a cabo debido al temor de la administración pública de perder la imagen benévola y triunfalista que se había construido en los últimos años.

Debido a esta indecisión, la carga impositiva apenas aumentó del 6.8% que se pagaba a principios de 1960 a solo el 7% en 1970. Según la opinión de los empresarios, una baja carga impositiva aumentaba la capacidad de ahorro de la sociedad, lo que cumplía uno de los objetivos del «desarrollo estabilizador». Sin embargo, esto no logró aliviar el déficit público, que rondó alrededor del 14% durante la década.

La situación fiscal empeoró aún más debido a la reducción en los niveles de recaudación, como se refleja en el impuesto sobre la renta, que disminuyó del 10% en 1955 al 5.7% en 1965. Por otro lado, el impuesto sobre el ingreso al trabajo aumentó del 17% al 32%. Ante esta situación, el gobierno se vio obligado a recurrir tanto a las reservas de los bancos comerciales como a solicitar más deuda a instituciones extranjeras. El sector bancario fue uno de los que más creció durante este período, pasando de tener solo el 11% del mercado en 1954 a alcanzar el 60% en 1970. Sin embargo, esta estrategia implicó una disminución en el ahorro gubernamental para poder reinvertir en el gasto público.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Elsa M. Gracida. El desarrollismo.

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La consolidación del “milagro económico”.

Imagen: Hermanos Casasola. Gustavo Díaz Ordaz saluda a la multitud, durante una manifestación, noviembre de 1963.

La consolidación del “milagro económico”.

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El gobierno mexicano, en busca de atraer inversión extranjera y aprovechando la devaluación de la moneda, logró aumentar significativamente la entrada de capital extranjero. Esto permitió al Estado adquirir créditos de instituciones internacionales, lo que a su vez llevó a un aumento considerable de la deuda externa, pasando de 105.8 millones de dólares en 1950 a 602.7 millones en 1958. Para sostener este esquema de deuda a largo plazo, se buscó fomentar la cultura del ahorro en la sociedad mexicana. El gobierno esperaba utilizar estos ahorros para reemplazar la deuda externa cuando fuera necesario, financiando así los proyectos estatales y fortaleciendo el mercado interno. Sin embargo, cualquier disminución en el ahorro podría tener consecuencias catastróficas.

Aunque al principio la reestructuración económica mostró resultados positivos, con un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) del 6.8% en 1956, este crecimiento se redujo al 3.8% en 1958 debido a una nueva fase recesiva en la economía mundial. Además, empezaron a sentirse las repercusiones del déficit comercial y se agotaron los beneficios de la devaluación.

La situación económica comenzó a deteriorarse debido al colapso de los precios de las materias primas clave como el zinc, plomo, cobre, algodón y café, siendo estos dos últimos los principales productos de exportación del país. Además, se observó una mayor demanda de productos esenciales como el maíz, lo que llevó a un aumento de los precios de la maquinaria necesaria para la modernización industrial, pasando de 287 millones de dólares en 1956 a 468 millones en 1958.

Esta situación impactó negativamente las reservas del Banco de México, que descendieron significativamente a 16.6 millones de dólares en 1957 y 77.3 millones en 1958, lo que generó preocupación por la posible salida de capitales. El sector privado expresó su desconfianza, reflejada en una caída del 10.8% en el ritmo de crecimiento de la inversión en 1957, seguido de un descenso al -1.6% en 1958. Esto provocó un aumento en los precios de los productos básicos y un deterioro del poder adquisitivo.

La crisis resultante reactivó los conflictos en el sector agropecuario, que había sido descuidado en términos de inversiones, en contraste con la preferencia dada a la gran propiedad y la industria, estimuladas por el control sindical del sector obrero, una situación que afectaba negativamente a la pequeña y mediana propiedad sin recibir beneficios significativos.

El periodo del presidente Adolfo Ruiz Cortines se iba terminando y la crisis económica que estaba quedando sin resolver podría disminuir su poder de decisión al momento de seleccionar a su sucesor. Para poder apaciguar a los sectores inconformes por la situación, Ruiz Cortines eligió a un perfil ligado a los sectores opositores como el vasconcelismo y al movimiento obrero: Adolfo López Mateos, quien fungía como su secretario del Trabajo y Previsión Social y, por lo tanto, era la liga de negociación con los sindicatos.

Dentro de la oposición también se estaban perfilando figuras que lideraban los sectores golpeados por la crisis. En el PAN, eligieron al empresario industrial Luis H. Álvarez, quien propugnaba por un proyecto de libre mercado hacia la iniciativa privada para salir de la crisis y como medio de impulso a la industrialización.

El proceso se vio ensombrecido por las acciones reaccionarias de los sectores disidentes al oficialismo, como la Unión General de Obreros y Campesinos de México, que protagonizó una serie de invasiones a terrenos en el occidente y el noroeste. Estos grupos fueron desalojados y atendidos parcialmente. Asimismo, el movimiento sindicalista de Demetrio Vallejo y Othon Salazar en el magisterio fue reprimido, y para desalentar a sus seguidores se autorizó un aumento de los salarios de los obreros.

Las elecciones pasaron sin mayores problemas y López Mateos las ganó con una votación del 90.4%. Esto provocó protestas del PAN, que acusó fraude al solo adjudicarles 705,303 votos y ganar solo 6 escaños del congreso. Como protesta, el partido convocó a los diputados a dejar vacantes sus curules, pero solo hicieron caso 2 y el resto fue expulsado del partido.

Una vez asegurado el poder, el gobierno quitó su careta conciliadora y mandó a arrestar a todos los líderes disidentes como Salazar, Vallejo y Valentín Campa bajo el cargo de “disolución social”, ataque a las vías de comunicación y a la economía nacional.

A pesar de la crisis vivida a finales del sexenio de Ruiz Cortines, se cumplió el propósito de lograr un crecimiento generalizado en buena parte de los sectores (exceptuando el agropecuario y minero que solo lo hicieron al 4%). El resto creció por encima de la tasa del 6.1%, como los servicios al 7.6%, el petrolero y petroquímico al 7.6%, el eléctrico al 9.3%, la construcción y la manufactura al 7.3%. Además, se cumplió con el compromiso de lograr el crecimiento del sector manufacturero, el cual obtuvo el 18.3% del PIB en 1956, superando al campo con su 17%, consolidando la modernización de la economía.

El aumento de la urbanización fue una consecuencia directa del crecimiento económico experimentado durante el periodo, con un incremento significativo en la población que residía en ciudades. En 1960, aproximadamente el 50.7% de la población vivía en áreas urbanas, en contraste con el 42.6% registrado en 1950. Este fenómeno se concentró principalmente en ciudades como la Ciudad de México, Guadalajara, Puebla y Monterrey. A pesar de esta tendencia urbana, la distribución de la población económicamente activa seguía teniendo una base agrícola considerable, con alrededor del 54% trabajando en el sector agrícola y solo un 14% en el sector manufacturero.

El crecimiento económico sostenido, con un promedio anual del 6.6%, reflejó el éxito de la colaboración entre el gobierno y el sector empresarial. Esta asociación buscaba gradualmente reducir la intervención estatal en la economía, de manera que hacia finales de la década de 1950, el gobierno tenía una participación del 34% mientras que los empresarios representaban el 66% en la actividad económica. El gobierno se comprometió a invertir en momentos de incertidumbre económica para estimular el retorno de la inversión privada.

Aunque hubo cierta desconfianza por parte de los empresarios debido a las inclinaciones políticas declaradas tanto por el PRI como por López Mateos hacia la izquierda, como se evidenció en la expropiación de la industria eléctrica para establecer la paraestatal CFE, el gobierno procuró mantenerlos tranquilos y les brindó garantías para evitar la retirada de sus inversiones. Esto se logró en parte gracias al manejo técnico y económico de funcionarios como Rodrigo Gómez y Antonio Ortiz Mena, quienes se ocuparon de mantener la estabilidad y confianza en el sector empresarial.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Elsa M. Gracida. El desarrollismo.

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Imagen: Hermanos Casasola. Adolfo López Mateos, protestando como presidente durante el cambio de poder, en Bellas Artes. 01-12-1958.

La importancia de Santa Fe en el septentrión.

El fin de la dominación española y la implementación de políticas de libre mercado por parte del gobierno mexicano finalmente otorgaron a la capital de Nuevo México el éxito tan ansiado para salir del aislamiento de siglos. Según las cifras del censo de 1817, el territorio apenas contaba con una población de 36,500 personas, de las cuales una cuarta parte eran indígenas, y el resto se componía de españoles, mestizos y criollos que vivían en una docena de pueblos dispersos. Santa Fe, por su parte, tenía una población de 6,700 habitantes.

La segunda ciudad en importancia era El Paso, ya que desde allí ingresaba el abasto proveniente de Chihuahua a través del Camino Real de Tierra Adentro. Le seguían Albuquerque, Socorro, Santa Cruz de la Cañada, Abiquiú y Taos, todas ellas separadas de Santa Fe por una distancia de 150 km. La llegada de los comerciantes estadounidenses de Saint Louis, Missouri, representó una oportunidad para finalmente romper el aislamiento endémico de la provincia y mejorar las condiciones de vida. Por esta razón, el establecimiento de la feria de Santa Fe se convirtió en un evento al que todos los neomexicanos deseaban asistir para conocer las últimas novedades.

Los caravaneros llegaban a establecerse en la Plaza Mayor con sus diligencias cargadas de mercancías. Algunos de ellos instalaban sus tiendas, mientras que otros vendían directamente desde las carretas. Sus compradores eran tanto los propios santafesinos como, principalmente, los intermediarios que adquirían productos al por mayor para revender en el resto del Septentrión.

Los primeros años del mercado generaron dudas sobre la eficacia de la idea, ya que los neomexicanos no tenían suficiente dinero para realizar compras importantes y tampoco tenían producción propia para realizar intercambios. Esto provocó que Santa Fe comenzara a perder su atractivo como destino final y se convirtiera en un puerto de entrada para los comerciantes estadounidenses que se dirigían a otras localidades del norte de México. Como resultado, se creó una ruta secundaria para llegar a El Paso y, desde allí, a Chihuahua, una ciudad que, para 1823, tenía una población de 10,190 habitantes y una economía sólida gracias a la mina de plata de Santa Eulalia. Chihuahua se convirtió en un mercado mucho más atractivo, donde muchos comerciantes vendían la mayor parte de sus mercancías y tenían la opción de seguir el Camino Real de Tierra Adentro para llegar hasta la Ciudad de México.

Fue así como Nuevo México se convirtió en un punto de entrada para los estadounidenses que buscaban acceder al mercado mexicano a través de Chihuahua. Desde allí, podían dirigirse hacia el este, desviándose hacia Saltillo, o hacia el oeste, abarcando regiones como Sinaloa, Sonora y las Californias. Aunque este último mercado era menor, el principal incentivo para las expediciones comerciales era obtener plata producida en los principales centros mineros del norte y luego introducirla en la economía estadounidense.

Lo único que Nuevo México podía aportar a este nuevo circuito comercial era su menguante producción ganadera, que se basaba en la cría de ovejas y que servía como alimento para las expediciones. Durante un tiempo, la producción de mulas por parte de los novomexicanos también fue demandada en Missouri. Sin embargo, esta nueva oportunidad para revitalizar la economía del norte resultó ser insuficiente, ya que se convirtió en una vía de salida de plata. Esto llevó a que Nuevo México se convirtiera en un mero productor de materias primas, sin contribuir significativamente al desarrollo de las comunidades del septentrión.

Esta situación se debe a la persistencia de los modelos de producción coloniales en los primeros años de la vida independiente. Intentaron seguir las antiguas prácticas de extracción de metales preciosos para adquirir mercancías de manufactura europea y asiática. A través de esta estrategia, se enfocaban en la presencia de las Filipinas como un medio para acceder a los productos chinos y, al mismo tiempo, retener el oro y la plata mediante el cobro de impuestos. A lo largo del período virreinal, se descubrieron varios minerales en la Sierra Madre Occidental y el Sur del territorio, lo que brindó la oportunidad de acumular riqueza y avanzar hacia una incipiente industrialización. La producción textil en los obrajes de Guanajuato, Querétaro, Guadalajara, Puebla-Tlaxcala y la Ciudad de México se convirtió en el eje de este proceso.

Debido al contexto de inestabilidad, las minas del norte se habían convertido en importadoras netas de mercancías provenientes del sur. Dependían por completo de la producción minera de sus yacimientos, sin tener una verdadera oportunidad de diversificación.

Tampoco favorecieron las limitaciones impuestas por los españoles en cuanto a la producción. Básicamente prohibieron la elaboración de textiles finos para acaparar el monopolio de las telas de alta calidad y vender las de procedencia peninsular. Esto provocó que la producción novohispana tuviera que ser de calidad media o baja para no competir con las importaciones peninsulares. Como resultado, el principal producto solicitado por el público mexicano a los comerciantes estadounidenses fue principalmente tela. Esta tela la producían ellos mismos o la importaban de Europa, llegando a los puertos de la Costa Este.

Esta situación les brindó la oportunidad de adquirir las últimas novedades textiles a precios más bajos para su uso diario, superando así los beneficios que proporcionaba el comercio a través de la antigua ruta que los conectaba con la capital. Sin embargo, carecían de la experiencia necesaria para aprovechar el nuevo panorama con un vecino como Estados Unidos, que estaba dispuesto a hacer negocios.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ignacio del Rio. Mercados en asedio. El comercio transfronterizo en el norte central de México (1821-1848).

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Imagen: Josiah Greg. El arribo de la caravana a Santa Fe. 1844. 

Las condiciones laborales de los inicios de la industria petrolera.

Para finales del siglo XIX se empiezan los trabajos para aprovechar una materia prima que no había resultado muy productiva a lo largo de siglos, el petróleo, siendo México uno de los países que poseía yacimientos a flor de tierra a lo largo de los estados de la costa del Golfo como Veracruz y Tamaulipas, por lo que Porfirio Diaz da facilidades a las empresas extranjeras para establecerse en el país creándose una relación de beneficio con los terratenientes propietarios de la región quienes arrendaban sus tierras. Las primeras décadas fueron fundamentales para el despunte de la industria ante el crecimiento económico de EU y su necesidad para adquirir una mayor cantidad de combustible, por lo que las empresas explotan los yacimientos localizados en los alrededores de Tampico y Minatitlán, con esto México se había convertido en el segundo productor en el mundo por debajo del vecino del norte, pero esto fue suficiente para despuntar el desarrollo en la región dando trabajo a cerca de 50,000 personas.

Aun con el estallido de la revolución, la industria siguió produciendo hasta la primera crisis llegada en 1915 con el acercamiento de la revolución a la región y el incremento de la demanda como consecuencia del estallido de la Primera Guerra Mundial, provocando que el modo de vida de los trabajadores se encareciera y provocase una primera exigencia para elevar los salarios, provocando con ello la conformación de los primeros sindicatos que tuvieron el respaldo del constituyente de 1917 al reconocer sus derechos fundamentales. La finalidad de los trabajadores era la de conformar acuerdos con las empresas para mejorar sus condiciones de vida, por lo que estaban a favor de la permanencia del capital privado extranjero en la industria, de ahí que se hayan negado a participar en el conflicto revolucionario, pero para 1919 la demanda del mercado empieza a bajar como consecuencia del fin de la PGM y por lo tanto ya no había motivo para sustentar las exigencias. Esto provoca una crisis inversa, con la baja del mercado petrolero mundial con el descubrimiento de nuevos yacimientos petroleros provocaría una sobreproducción que bajaría los precios, además que hubo una filtración masiva de agua salada en los yacimientos, por lo que las empresas se vieron obligadas a realizar despidos masivos para 1921.

Para ese entonces, la explotación petrolera estaba monopolizada por dos empresas extranjeras, la Compañía el Águila fundada por el inglés Weetman Pearson y que a raíz del cambio de propiedad de los recursos del subsuelo en la constitución la vende a la empresa anglo-holandesa Real Dutch Shell, poseyendo para ese entonces el 60% del negocio, eran seguidos por la estadounidense Standard Oil mediante la filial Huasteca Petroleum Company, la paraestatal Petromex y otras pequeñas compañías. Esto dificultaba la organización de los trabajadores en sindicatos, sumado al despido masivo de trabajadores hizo que en esas décadas se congregaran en agrupaciones obreras autónomas luchando cada una por su lado, como ocurrió con los trabajadores de la refinería El Águila en Tampico en 1923 donde se fueron a la huelga y lograron que la compañía les elaborasen los primeros contratos colectivos en el país, teniendo garantizadas alzas salariales, la jornada laboral de 8 horas y al pago de indemnización por despido. La organización de los trabajadores era una complicación por la lucha de los liderazgos de poder y había un gran resentimiento hacia los trabajadores extranjeros como los estadounidenses, quienes solían fungir como supervisores y solían tener salarios muy altos con respecto a los mexicanos.

El naciente proceso de centralización de la lucha obrera también pasa por dificultades para congregar a los trabajadores petroleros, la CROM solo pudo incorporar al sindicato de la refinería de Minatitlán cuando hacen una huelga a El Águila para que elevaran sus salarios en 1929, pero el sindicato de Tampico pudo defenderse de los intentos unirse a la organización nacional manteniendo su independencia. Muchas veces lo que salía perjudicando la lucha obrera eran las rivalidades internas de los sindicatos llegando a sabotearse o a pactar con la empresa para acabar con sus adversarios, un caso de estos sucedió en la huelga en la Huasteca Petroleum en 1925 donde habían logrado la formación de su propio sindicato, pero un bando provoca que se volviera a convocar a huelga para hacer que despidieran a los liderazgos contrarios, provocando con ello la indignación de los trabajadores y una llamada de atención del gobierno, por lo que el sindicato se deshace y muchos de ellos ya no fueron recontratados.

Para finales de la década de los veinte la industria vuelve a entrar en crisis por los efectos de la Gran Depresión, provocando la caída de la demanda del petróleo y se obliga a disminuir la producción, creciendo con ello los resentimientos en contra de los supervisores extranjeros al verse obligadas las empresas a realizar recortes salariales de entre el 10 y el 15%. Muchas de las pequeñas compañías fueron cerradas ante los bajos precios del mercado, también la Huasteca Petroleum fue traspasada a la Jersey Estándar y después absorbe a la Penn Mex Fuel Co., provocando un reajuste para sus trabajadores con la baja temporal del 15% de la plantilla laboral, el 10% trabajaría un día menos y el 25% de los trabajadores mejor pagados reducirían su salario por un 10%. Debido a la situación crítica en la industria, los sindicatos se vieron obligados a aceptar los recortes, por lo que tuvieron que cambiar el objetivo de la lucha de exigir el incremento de salarios al de preservar los puestos laborales, pero esto no evito que el número de trabajadores bajase de 50,000 que había para 1920 a solo 15,000 en 1935, por lo que esta minoría que había logrado conservar sus empleos se convirtieron en una clase privilegiada frente a los trabajadores eventuales que iban regresando cuando se iba aumentando la producción.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jonathan C. Brown. Los trabajadores y el capital foráneo en la industria petrolera mexicana, de la revista Secuencia no. 34

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Imagen: Anónimo. Cuadrilla de perforadores petroleros, c/a. 1910. Fuente: https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/para-entender-la-expropiacion-petrolera

Los empresarios frente a la Revolución.

Uno de los principales detonantes para el estallido de la revolución fue sin duda las duras condiciones como manejaban los empresarios su relación con los trabajadores, por lo que en un primer momento se mantuvieron a la expectativa de ver quien ganaba en la guerra para poder presentarse y trabajar juntos, sobre todo se defendieron como pudieron para evitar caes presa de la vorágine del conflicto. Toda esta expectativa finaliza en 1917 con la clara victoria del bando de Venustiano Carranza y su iniciativa de dotar de una nueva constitución para gobernar, pero como una parte importante de su movimiento estaba compuesto por el sector obrero representado en la Casa del Obrero Mundial y además de la influencia de personalidades como Álvaro Obregón, le dieron a la nueva constitución nuevas herramientas para proteger al mundo de los trabajadores frente al arbitrio de los patrones.

Las condiciones del mundo empresarial con el fin de la lucha armada era la de una gran participación extranjera que había en todos los sectores, siendo el capital nacional minoritario y estaba restringido a la industria de la transformación, el comercio y la producción agrícola, por lo que el gobierno tenía la difícil tarea de conciliar los intereses de los obreros con los empresarios quienes eran necesarios para la reconstrucción nacional. Una de las primeras respuestas para tender el puente con los empresarios fue la creación de la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, colocando al ingeniero Alberto J. Pani en su dirección, cuyo objetivo era llevar a cabo la promoción de la creación de los pequeños empresarios para empezar la consolidación de la clase media, siendo esta una alternativa para rebajar la lucha de clases sociales bajando el nivel de confrontación entre ambos colocando al Estado a la manera de arbitro.

Uno de los acercamientos dados por el gobierno fue la organización de foros con los empresarios para empezar a limar asperezas, siendo el primero el Congreso Nacional de Comerciantes llevado a cabo entre el 12 de julio y el 4 de agosto de 1917 el cual conto con la participación de 130 delegados representando tanto a las cinco cámaras de comercio extranjeras, cinco sociedades o cámaras mixta, dos sociedades para ayuda del comercio, cuarenta comercios sin ninguna clase de organización, entre otros. En la inauguración, Pani deja en claro que las metas del gobierno eran la incorporación de los empresarios al proyecto de la revolución, exponiendo el papel del estado como mediador cuya misión era el ascenso social mediante el ahorro y trabajo impidiendo el estancamiento de los recursos en unos cuantos. Los empresarios no fueron muy adeptos a esta idea como se demostró ante la generalización del alza de precios y la especulación, aun con esto, el gobierno seguiría intentando resolver estas disputas alentando la organización de su sector y ofreciendo opciones atractivas como la creación de un banco comercial para ir limando asperezas.

La respuesta de los empresarios fue la creación del Congreso Nacional de Industriales para dar oportunidad a los industriales de poder disponer de representación, aunque esta última no se podía cumplir del todo debido a que en cada estado había un sector predominante quien era el que dictaba buena parte de la política económica. En un inicio, el congreso tuvo representación de 24 estados y el Distrito Federal, quedando fuera Chiapas, Nayarit, Oaxaca, Quintana Roo y Campeche, este último si había designado a un representante que no llego, pero una de las grandes ausencias fue el caso de Morelos que, a pesar de la gran actividad de las haciendas azucareras, permanecía paralizada por los zapatistas y sus exigencias agrarias. El liderazgo quedaría dividido entre Eduardo Mestre y Alberto Henckel, siendo en un inicio conformada la representatividad en 34 miembros de la Sección Minera, 33 de la Pequeña Industria u otras, 28 de la Sección Textil y 15 de la Sección Petrolera quedando inaugurado hasta noviembre de 1917.

Sobre las intenciones del presidente Carranza de reformar las condiciones económicas, los empresarios le responden que para lograr alcanzar los planes que tenía en mente, era necesario aumentar la oferta de trabajo mediante un esfuerzo eficiente por parte del gobierno, tomando en cuenta que para la época había 3804 establecimientos industriales que le daban trabajo a cerca de 85,000 obreros y con un capital de 250 millones de pesos. Con respecto al problema obrero, apostaban por llevar una relación armoniosa con los trabajadores asignándoles su debido salario que resultase indispensable para vivir, pero también hacían notar que no se debía abusar de las exigencias para no descapitalizar la industria y se permita el correcto funcionamiento de esta. Donde sí hubo un completo desacuerdo fue por parte del sector petrolero y minero con respecto al artículo 27 sobre la propiedad del estado sobre los recursos del subsuelo y el articulo 123 también seria impugnado por los textileros.

Los empresarios argumentaron que la implementación de aquellos artículos violaba los principios de la propiedad individual, acusando de retroactiva la ley al adjudicarse el uso de recursos provenientes de la propiedad privada, el argumento de los jacobinos de la expropiación por causa de utilidad pública la veían como un peligro al significar la intervención del gobierno en la economía y por lo tanto solo traería la desconfianza de los empresarios para invertir. De las demás criticas estaban en lo referente a la limitante de la inversión extranjera al representar el 60% de los negocios minero y que no había forma de reemplazarlo con capital nacional, exponían su desconfianza a la intervención dentro del arbitrio obrero-patronal debido a que su ejecución podría estar movida por intereses políticos locales, de la reducción de la jornada de 10 horas a 8 decían que podía bajar la productividad de las empresas, reducían la ganancia de los trabajadores y el tiempo libre los podría hacer proclives al vicio, en cambio proponían el fortalecimiento del sistema del seguro del trabajador para poder cubrir los problemas de salud. Esta serie de conversaciones no tendrían el efecto deseado ni para el gobierno ni para los empresarios, por lo que los siguientes años serian protagonizados por el empoderamiento del sector obrero.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Nicolás Cárdenas García. La Revolución Mexicana y los inicios de la organización empresarial (1917-1918), de la revista Secuencia no.4

Imagen: Anónimo. Ernesto Chavero, Venustiano Carranza y el cuerpo de redaccion de «El Democrata Mexicano» y «La Compañia Editorial Nacional», 1911.

El impacto de las migraciones en el siglo XIX

Una vez lograda la independencia, los gobiernos mexicanos vieron que los 7 millones de habitantes que tenían por el gigantesco territorio heredado del virreinato no era suficiente para alcanzar el desarrollo, sumado a determinados problemas productivos atribuidos muchas veces a ideas racistas hizo que fuese fundamental el impulso de la migración europea al país, tomando el ejemplo de los Estados Unidos que resultaba exitoso. Anteriormente, los grandes flujos migratorios estaban entre la importación de esclavos africanos como de trabajadores españoles buscando oportunidades de progreso, la única que continuo fue la última porque durante el siglo XVIII el comercio de esclavos estaba en decadencia y ya no se importaban los grandes contingentes (prácticamente en la independencia el esclavismo estaba en vías de extinción), pero los migrantes españoles siguieron llegando a establecerse a lo largo del país y gracias al tiempo bajo su dominación, podían integrarse sin mayor problema.

Pero algo que representaba un serio problema para lograr las metas de las elites gobernantes fue el continuo ambiente de crisis vivido en diferentes regiones, esto desalentaba la migración incluida la española (la cual sufría del acoso de un latente sentimiento antihispano haciéndolos presa de abusos), la cual el 49% fijó su destino en Argentina, un 24% a Cuba y un 13% a Brasil, solamente el 2.7% de la migración española fue a parar a México. Con la llegada de Porfirio Diaz y la pacificación del pais, se volvió a revivir la idea de fomentar la migración europea, pero esta vez se pretendía incentivar la llegada de migrantes no latinos, no obstante, la comunidad española siguió manteniendo su importancia y nunca seria superada por las otras comunidades.

La segunda comunidad importante que se conforma en México fue la francesa, específicamente la proveniente del pueblo de Barcelonnette en la Alta Provenza, quienes empiezan a llegar a partir de 1821, pero eran más atractivos destinos como Estados Unidos, Canadá y Argentina, contabilizándose solamente en 1911 cerca de 200 ciudadanos franceses. La tercera fue la comunidad libanesa, la más tardía en llegar debido al empeoramiento de las condiciones en Líbano hacia 1860, pero siembre fue considerada menor al constar de 1,000,000 de personas migradas hasta 1914, de los cuales solo un 1.4.% llegan a México, llegando el primero hacia 1878.

A pesar de que México no fue un destino atractivo para los migrantes, los que llegaron tenían la iniciativa de generar negocios que resultaron exitosos (muchas de las grandes empresas mexicanas fueron fundadas por migrantes), un ejemplo lo tenemos en el caso de los españoles, mientras los que llegaron a Argentina y a Cuba se dedicaron a las labores del campo como jornaleros atraídos por los grandes salarios que se ofrecían a los trabajadores. Algo que contribuyó al éxito de estos migrantes para su progreso económico fue que constituyeron comunidades activas de apoyo mutuo para asegurar el bienestar de cada miembro, de ahí que los españoles y los franceses lograsen avanzar más rápido y aprovechar el arranque de la industrialización del país para poder ser los pioneros, pero los libaneses al ser los últimos en llegar no lograron consolidar estas redes de apoyo, por lo que estuvieron limitados a pequeños negocios en esa etapa.

Esta organización les permitió insertarse en los sectores de mayor productividad como el comercio, la industria y las finanzas, sumado a su posibilidad de invertir en diferentes sectores les permitió pronto acumular sus respectivas fortunas. En un inicio, estas empresas se constituyeron como colectivos donde cada socio podía sacar beneficio y contribuía según su área de especialización, pero conforme iban creciendo las empresas pasaron a convertirse en sociedades de responsabilidad limitada donde los socios recibían ganancias según el monto invertido. También cabe destacar que la forma en que se agrupaban dependía de cada comunidad, los franceses se organizaban entre todos los miembros de la colonia, los españoles se limitaban tanto a la familia e incluían amigos, los libaneses eran los más limitados al organizarse entorno a la familia nuclear.

Las especializaciones también estaban divididas según la comunidad a la que pertenecían, mientras los españoles se dedicaban más al comercio minorista de abarrotes y telas, los franceses les intereso participar en el desarrollo de las tiendas de novedad, los libaneses abarcaban la mercería y el comercio de género. En el sector industrial, tanto españoles como los franceses se interesaron por la producción textil constituyendo las grandes fábricas del Porfiriato, aunque después los libaneses terminan por desplazar a los franceses, cambiando los textiles por la siderurgia de Monterrey. La consolidación del sistema bancario mexicano gozo de la contribución de los españoles, quienes constituyeron los primeros bancos privados como lo fue el Banco Hispanoamericano (actualmente y con la línea de fusiones es Banco Santander), los franceses constituyeron una sociedad en su país para poder invertir en México, durante esos años los libaneses no tuvieron posibilidad alguna de meterse al sistema bancario. Si bien los españoles seguían siendo la comunidad más grande, no llegaron a compararse en cuanto al alcance logrado por los franceses gracias a su sistema de organización social, los libaneses tendrían su oportunidad, pero hasta el siglo XX cuando tuvieron mayor experiencia en los negocios.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Felipe de Jesús Bello Gómez. Inmigración y capacidad empresarial en los albores de la industrialización de México, de la revista Secuencia no. 68    

Imagen:

  • Izquierda: «Las Fábricas de Francia» en Guadalajara, 1877.
  • Derecha: «Ultimas modas de Paris», La Ilustración mexicana, 1851 

La cementera Cruz Azul

El siglo XIX fue un tiempo donde se dieron notables avances tecnológicos que encaminaron al mundo de hoy, siendo uno de los grandes beneficiados la construcción al desarrollarse uno de los sistemas constructivos que extenderá los límites de lo construible alcanzando alturas y abarcando grandes espacios que antes eran imposible realizar, el concreto armado. Hay que decir que el antecedente del concreto en la arquitectura la darían los romanos al usar las cenizas de los volcanes para producir recubrimientos y mamposterías, quedando olvidada por siglos, pero fue hasta el siglo XIX cuando en Inglaterra se desarrolla el cemento Portland patentado por Joseph Aspdin y James Parker en 1821 y para 1845 Joseph-Louis Lambot construye un bote de concreto armado, siendo a partir de ahí cuando se irían pensando nuevas aplicaciones para aprovechar la plasticidad y resistencia de la técnica al salirse de los limites ofrecidos por la piedra tallada.

Como en buena parte del mundo, México contaba con el antecedente con el uso de la argamasa de cal-arena para revestir sus estructuras de mampostería o de adobe, por lo que se contaba con una tradición de la explotación de la piedra caliza para su quema y pulverización para transformarla en cal usada en la construcción o en la cocina con el nixtamal. Serían los hermanos Enrique y Jorge Gibbon, de ascendencia inglesa y con el negocio de la minería en la familia, quienes para 1881 abrirían una fábrica en el barrio de San Fernando en la Ciudad de México donde intentarían fabricar su propia mezcla para crear piedra y mármol artificiales, pero años después se harían con la patente del cemento Portland y fundarían la empresa Gibson y Cía.

Mientras hacia 1887 llegarían al pueblo de San Lorenzo Tula en Hidalgo unos empresarios de origen español apellidados Unánue y Beristain, quienes se asocian con el mexicano Luis Castro para fundar la Compañía Manufacturera de Cal Hidráulica, pero duraría poco tiempo, aunque su pasaría desapercibido y los hermanos Gibbon deciden mudarse a la población. En 1888 los hermanos viajan a Londres para conseguir nuevos socios, logrando llamar la atención de inversionistas y fundan la Mexican Portlan Cement Company, quienes se establecen en la hacienda de Denyi y el molino de Jasso en Tula dotándolas de la infraestructura suficiente para estar a la altura de las fábricas al nivel mundial. Fue tal la importancia que tendría que lograría ser considerada por el régimen porfiriano y les construyen una estación del Ferrocarril Central Mexicano a 500 metros de la planta para facilitar la transportación de su producción.

A pesar de haber implementado las ultimas mejoras para asegurar la producción del cemento, no lograron alcanzar los estándares de calidad y no lograría hacer frente a las importaciones, por lo que se retrasa la apertura planta para poner bajo la dirección de José Watson la Fábrica de Buena Vista, quien lograría obtener los primeros contratos por parte del Gobierno del Distrito Federal en 1897, pero para ese entonces ya contaba con competencia interna con la Compañía Industrial de Cemento Privilegiado. De nuevo no podrían solventar sus problemas de calidad y tuvieron que cerrar en 1899, no sin antes de haber creado algunas pequeñas empresas dedicadas a la construcción que no lograrían parar lo inevitable a pesar de los extensos esfuerzos de Watson por mantener la cementera viva.

Fue en estas condiciones que llamarían la atención del banquero Fernando Pimentel y Fagoaga, quien se había ganado un espacio importante en la administración porfiriana a llegar a ser presidente municipal de la capital y vicepresidente del Banco Central Mexicano, así como socio de diferentes empresas como la Compañía Bancaria de Obra y Bienes Raíces la cual compraría la Fábrica de Buena Vista para incorporarla. Es así que se le vuelve a meter inversión para mejorar la fabricación y de 1906 a 1908 se haría de diferentes contratos de obra en la ciudad, por lo que para darle mayor proyección y representación fiscal se separa lo constructivo para constituir en 1909 la Compañía Manufacturera de Cemento Portland “La Cruz Azul”. Pero a pesar de contar con el monopolio de las obras de la capital, ya contaba con una gran competencia en el pais además de la Cemento Privilegiado, como Cemento y Materiales de Construcción de Gómez Palacios en Durango, Cementos Hidalgo y la que sería su vecina “La Tolteca”.

El periodo revolucionario se caracterizó por ser años de crisis tanto por el freno de la construcción de obra pública como por los esfuerzos de la guerra, siendo una de las más afectadas al ser tomadas sus instalaciones en 1913 por zapatistas, siendo el punto de quiebre en 1914 con el ascenso de Victoriano Huerta cuando la Compañía Bancaria entra en quiebra, partiendo sus directivos al exilio. En 1915 es cuando los zapatistas levantan el cerco, quedando a cargo un pequeño grupo de trabajadores, pero esto no hizo que se lograran levantar la producción a pesar de la dirección de Agustín Legorreta, director del Banco Nacional de México, al ponerse a cargo al ser hipotecada en 1918. Seria hasta 1925 cuando los trabajadores fundan el Sindicato de Obreros Progresistas “Cruz Azul” incorporada a la CROM, empezando a conformarse las primeras tentativas de formar una cooperativa entre los propios obreros, pero eso no impidió el proceso de compra por parte de su competidora “La Tolteca”. Este esfuerzo de los trabajadores fue percibido por el gobierno de Hidalgo y de 1931 a 1937 apoya a los sindicalistas el impedir que las instalaciones fuesen tomadas por los nuevos dueños, entrando los trabajadores a fabricar su propio cemento, por lo que la planta fue expropiada por el gobierno y se le otorga al sindicato, por lo que a partir de ahí hasta nuestros días tenemos el ejemplo de una compañía colectiva completamente funcional.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Oswaldo Ramírez Gonzales. Del Porfiriato a la Revolución. La Cruz Azul y los orígenes de la industria cementara, de la revista Relatos e Historias en México no. 116

Imagen: Anónimo. Arco de la fabrica de Cemento Cruz Azul en la Avenida 5 de Mayo de Ciudad de Mexico, 1932. Fuente: https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/cuales-fueron-los-origenes-de-la-industria-cementera-la-cruz-azul

Poblando la frontera, el nacimiento de Mexicali.

El territorio de Baja California había permanecido al margen de toda clase de desarrollo a lo largo del siglo XIX, sobreviviendo de milagro bajo la soberanía mexicana a las cesiones territoriales e invasiones filibusteras de la que fue presa en la primera mitad del siglo. Pero el auge de la vecina California hizo que plantease la necesidad de poblar la frontera noroeste al ver la posibilidad de poder capitalizar la cercanía con territorios como el Valle de Imperial de gran productividad agrícola, por lo que a principios del XX se empieza a poblar tanto del lado mexicano como del estadounidense, no sin antes plantearse la necesidad de encausar las aguas del rio Colorado para asegurar el agua para los cultivos, fundándose la población de Los Algodones el 14 de marzo de 1903 que primero empezaría con un campamento para pasar a establecer chozas de cachanilla, la cual después seria nombrado Mexicali al combinar los nombres de Mexico y California.

Fueron varios factores lo que aseguraron la pervivencia del establecimiento, todo girando entorno al contexto estadounidense, siendo el primero su entrada a la Primera Guerra Mundial lo que hizo que aumentase la demanda de algodón, siguiéndole la prohibición del consumo de alcohol y de los juegos de azar y un segundo aumento por la demanda de algodón debido a la Segunda Guerra Mundial. El que sería determinante fue la prohibición del alcohol, cuyo negocio pasaría a manos del crimen organizado que siempre estuvo dispuesto a mantener a flote el mercado, esto hizo que una cervecera ubicada en San Diego de nombre Aztec Brewery decidiese trasladar sus operaciones a Mexicali en 1921, siendo beneficiada por estar ubicada en el punto de confluencia de las vías ferroviarias que le permitían tener acceso a las materias primas y a la distribución de su producción, siendo la única que lo hizo a diferencia de las demás que se trasladaron a Canadá.

El nuevo flujo de dinero que procedía de la frontera hizo que llamase la atención de la clase política bajacaliforniana del momento, como fue el caso de los ex gobernadores Esteban Cantú y Abelardo L. Rodríguez quienes empezarían a aprovechar la entrada de turistas dispuestos a visitar los casinos de la frontera y que ofrecían carta libre tanto para el juego, el alcohol y la trata prostitución. Esto también sirvió para que el territorio pudiese acceder a producir sus propios ingresos para incentivar el desarrollo, logrando tener recursos para la construcción de escuelas, la pavimentación de calles y la instalación de drenaje, así como el lograr catapultar otras industrias como la ganadería, agricultura, construcción, aviación y la compra y venta de granos. Todo esto se hizo en anuencia del gobierno mexicano, que en lo externo comulgaba con las ideas del vecino del norte, pero en la práctica las pasaba por alto y permitía que tanto Cantú como Rodríguez manejasen todo lo referente a los negocios fronterizos.

Uno de los resultados que tuvo la afluencia de estos negocios prohibidos fue el desarrollo de la industria cervecera en Mexicali, aunque el estado contaba con el antecedente desde 1889 con la llegada de Howald Mauer para después de 24 años se fundara la Cervecería de Ensenada. Junto con el establecimiento de la Cervecería Azteca, también lo hizo un establecimiento mexicano de la mano de Miguel Ángel Quiroz y Heraclio Ochoa fundaron el 4 de julio de 1923 la Cervecería de Mexicali S.A. de C.V., siendo competencia de la estadounidense hasta que fue comprada dos años después por la mexicana. La industria cervecera se dinamizo de tal forma que nacieron otras dos cerveceras, la Compañía Cervecera de Tijuana y la Cervecería de Anza, por lo que muy pronto la cerveza bajacaliforniana se convertiría en una de las mejores al nivel mundial gracias a sus altos estándares de calidad, gracias a la llegada del químico y maestro cervecero Adolfo Bindher quien la mejora al agregarle las técnicas de las recetas alemanas.

Todo esto hizo que la Cervecería de Mexicali se convirtiera en la más importante en la región y dominase el 90% del mercado, llegando de una producción inicial de 48 barriles diarios a fabricar 6,000 treinta años después, creciendo a la par las instalaciones necesarias para garantizar la producción. Con el fin de la prohibición del alcohol en Estados Unidos hacia 1933, hizo que su expansión se garantizara al sur del país, por lo que fueron naciendo otras variedades para ofrecer más alternativas al mercado como fue el caso de las cervezas Suprema y Toro. Pero hacia 1945 surge otro competidor bajo la dirección del ex gobernador Alberto V. Aldrete, quien funda la Cervecería Tecate en 1945, por lo que se inicia la lucha por el mercado al crear la Tecate el envase conocido como “caguama” de 950 ml mientras la Mexicali lanza la “catedral” de 1.5 lt.

Pero hacia 1950 cae la cervecera Mexicali con la llegada de la Cervecería Cuauhtémoc de Monterrey, quienes se dedicaron a barrer la competencia con su producción de 33,000 barriles diarios que no se comparaban con sus 6,000, sumada a la mala administración de Víctor Gonzales Ips quien vivía en Francia hizo que la cervecera cerrara para 1973. Las instalaciones de la cervecera se volvieron un icono de la que se convertiría en la capital del estado, pero un incendio en 1986 destruye el edificio principal, pero su importancia fue tal que fue reconstruida con los planos originales para volver a estar presente en la vida de los bajacalifornianos. Es así que gracias al aprovechamiento de sus condiciones de frontera es que Los Algodones se transformaría en Mexicali, cuyo nombre aduce a su situación fronteriza al combinarse el nombre de nuestro país con el estado del vecino del norte, perpetuando los vínculos de esta región floreciente.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Javier Bonilla Vázquez. La fundación de Mexicali. Cerveza, entretenimiento e industria en el siglo XX, de la revista Relatos e Historias en México no. 47.

Imagen: Anónimo. Cerveceria Mexicali, 1923.

Monterrey en la Revolución.

La realidad del estado regiomontano difería completamente al contexto tanto de la frontera norte como del país, ya que gracias al gobierno del general Bernardo Reyes se lograría completar con éxito el proceso de industrialización del país enfocado en la capital Monterrey, por lo que buena parte de la población era de la clase media obrera y distaba de los problemas con los peones de las haciendas. Esto hizo que los regiomontanos fuesen partidarios de las pretensiones políticas del propio Reyes de querer heredar el poder de Porfirio Diaz, pero rápidamente su activismo fue suprimido por el propio Diaz quien lo manda a un discreto exilio, por lo que las necesidades que tenían de lograr una mayor participación política fueron depositadas en la candidatura de Francisco I. Madero quien era un viejo conocido de las elite gracias a su tío político y anterior gobernador Viviano L. Villarreal, aunque no representaba los intereses de las elites, como lo demostró el frio recibimiento que recibió en junio de 1910 y que devino en su detención y traslado a San Luis Potosí, pero una vez triunfador fue recibido con bombo y platillo.

Al triunfo de Madero, vuelve a poner a su tío Viviano como gobernador, mandato que terminaría en 1913 ante el asesinato de su sobrino y que puso su renuncia ante el gobierno golpista de Victoriano Huerta. La llegada de Huerta al poder fue recibida de buena manera por parte de la alta sociedad regiomontana, a lo que el general responde al poner a un gobierno civil que respondía a estas elites encabezado por el abogado Salomé Botello, amigo del hijo del general Reyes Rodolfo, pero esta situación difería con el gobierno municipal de Monterrey al mando de Nicéforo Zambrano y quien mostró su indignación ante el gobierno golpista, por lo que fue arrestado y mandado a la Ciudad de México.

Dada su posición prohuertista, la hizo foco de los ataques de los constitucionalistas procedentes de la vecina Coahuila, por lo que Botello se vio forzado a formar una guardia civil para la protección del estado llegando a formar el grupo Defensa Social de Monterrey, quienes además se encargaron de organizar la distribución de los enseres básicos para la población, de organizar donaciones para financiar la defensa y la administración pública y de servir de intermediarios con los empresarios para que estos contribuyeran a los embates. En marzo de 1913 empiezan los ataques de los constitucionalistas en el estado volando tres puentes de ferrocarril entre Bustamante y Lampazos, quienes estaban al mando de generales como Jesús Carranza, Pablo Gonzales entre otros, formando una campaña de sabotaje que duraría hasta octubre para preparar el terreno para el primer intento de tomar la capital.

Fue a partir del 13 de octubre de 1913 cuando ya se tienen informes de la presencia de tropas carrancistas llegando a juntar 2500 hombres divididos en tres columnas para ir preparando la toma de Monterrey, Pablo Gonzales tomaría Mina y refuerza a la columna de Jesús Carranza quien tendría su primer choque con los federales en Salinas Victoria, mientras Antonio I. Villareal toma posición en Zuazua como puesto de avanzada por su cercanía con la capital. Llega el 22 de octubre e inician los ataques por parte de Pablo Gonzales que hace su presencia en las goteras de la ciudad enfrentándose a los huertistas al mando del general Adolfo Iberri que contaba con 1700 soldados en Topo Chico, terminando con la toma de la Cervecería Cuauhtémoc donde tomaron como botín la cerveza que ahí se guardaba.  A la mañana siguiente inicia el ataque por todos los rumbos para intentar la ciudad, pero las tropas federales logran ser apoyados por refuerzos y logran echarlos, que ante la falta de soldados Gonzales da la orden de retirada.

La situación de Monterrey siguió igual durante meses llegando a 1914, ya que los constitucionalistas se encargaron de otros frentes de batalla, por lo que se vuelve a presentar la oportunidad hasta el 18 de abril cuando las tropas de Pablo Gonzales y Antonio I. Villareal sitian de nuevo la ciudad con una fuerza de 4500 soldados, mientras la ciudad estaba defendida por el general Wilfredo Massieu con una tropa de 3,000 y muy bien pertrechada cañones y ametralladoras. Mientras estaba la defensa de la ciudad, el gobernador Botello y el general Massieu arrestan al cónsul estadounidense en señal de protesta por la invasión del puerto de Veracruz, del otro lado los constitucionalistas vuelven a ocupar la Cervecería Cuauhtémoc y la estación del ferrocarril en el norte mientras por el poniente toman San Jerónimo, provocando la huida de las tropas federales que les dejan el parque y los prisioneros, formalizándose la toma de la ciudad con el 24 con la entrada el Palacio de Gobierno siendo nombrado Villareal como gobernador.

El gobierno constitucionalista no la tendría fácil a pesar de haber tomado la ciudad, ya que Villareal sostendría una furibunda campaña contra los que apoyaron a Huerta que consistió en la destrucción de edificios religiosos como fue el caso del Templo de San Francisco que era el mas antiguo de la ciudad, el fusilamiento de imágenes religiosas y la incautación de sus bienes y de los empresarios que apoyaron al huertismo como sucedió con la Cervecería Cuauhtémoc. Para junio reciben la visita de Venustiano Carranza donde es recibido por los empresarios para negociar condiciones para entablar las paces, cosa que no sucedió de inmediato y que solo se les retornaría sus bienes hasta 1916 con el gobierno de Pablo A. de la Garza.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Rocío Gonzales-Maíz. Mitos nacionales y realidades regionales. La Revolución de Monterrey, de la revista Relatos e Historias en México no. 83.

Imagen: Anónimo. Tropas constitucionalistas sobre la Avenida Padre Mier esquina con Calle Galeana después de la Toma de Monterrey. 1914