Las elecciones de 1880.

Destacado

El clima político hacia finales del primer mandato de Porfirio Díaz parecía estable, ya que al anunciar que no buscaría la reelección le dio certeza a todas las facciones que lo apoyaron a su llegada de que cumpliría los postulados de su Plan de Tuxtepec. Por lo tanto, muchos de los opositores a la reelección de Benito Juárez empezaron a moverse para buscar apoyos políticos y ganar los comicios.

La opinión general sobre el primer período de Díaz era positiva. Aunque no había logrado controlar todos los focos rebeldes, especialmente en el Occidente, sí había conformado una red de acuerdos para mantener el poder de los caciques regionales. Además, había alcanzado acuerdos con el gobierno estadounidense para resolver el problema de la rebelión apache en la región fronteriza, logrando así una situación de estabilidad.

La oposición que se generó para las elecciones no pretendía romper con este orden porfirista, ya que ninguno estaba realmente enfrentado con el presidente como para representar una amenaza. Sin embargo, estaban motivados por la posibilidad de ejercer una democracia funcional en el país. Se generaron dos bandos: el militar, compuesto por generales de amplia experiencia y gran influencia, y el civilista, integrado por civiles con una gran preparación académica.

Dentro del bando militar, los interesados en competir fueron los generales Jerónimo Treviño de Nuevo León y Trinidad García de la Cadena de Zacatecas. Ambos iniciaron su carrera durante la Revolución de Ayutla, formando parte del bando liberal y luchando en la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa. Con esto, ganaron una importante posición de influencia en sus estados, y cuando Díaz intentó llegar al poder, contaron con su apoyo incondicional, lo que les valió ascender a las gobernaturas de sus estados.

Otra opción atractiva era la de quien se había destacado tanto como militar, político y escritor: Vicente Riva Palacio. En ese momento, Riva Palacio ya había consolidado su influencia en el Estado de México y había formado parte del régimen de Díaz como secretario de Fomento, destacando por su versatilidad y sus ideas para modernizar el país. Sin embargo, su independencia en el manejo de los asuntos hizo que perdiera el favor de Díaz, quien lo consideró un elemento peligroso y le comunicó que no contaba con su apoyo para la candidatura. Esto resultó en un alejamiento del gabinete, tanto de González como del segundo periodo de Díaz, llegando incluso a perseguirlo. No obstante, sus servicios finalmente fueron recompensados al ser nombrado embajador en España.

Del lado de los civilistas estaba el abogado Ignacio Vallarta de Jalisco, quien destacó como un importante político desde el gobierno de Juárez y ocupó diferentes puestos como gobernador de su estado, diputado, secretario de Gobernación de Juárez, secretario de Relaciones Exteriores de Díaz y presidente de la Suprema Corte en el momento de la sucesión.

Otro candidato de importancia fue Justo Benítez, paisano de Díaz y su amigo, quien lo apoyaba desde la trinchera política y llegó a considerarse su mentor ideológico. Díaz recompensó a Benítez dándole la secretaría de Hacienda, pero su independencia en el manejo de los asuntos hizo que lo vieran como un posible Benito Juárez. Por esta razón, no recibió la bendición del presidente para sus pretensiones electorales y fue atacado por la prensa. Incluso, no se benefició de las políticas conciliatorias posteriores.

Por último, se encontraba Manuel María de Zamacona, otro político de larga trayectoria y representante de la vieja guardia liberal. Fue compañero de Francisco Zarco y un incondicional del presidente Juárez. Además, tenía amplios conocimientos jurídicos y diplomáticos, ya que fue uno de los agentes de confianza de Juárez durante las negociaciones con las potencias durante la guerra con los conservadores.

En ese momento, la única opción viable para el proyecto de Díaz era sin duda Manuel González, ya que además de contar con la ventaja de haberse mantenido alejado de las luchas políticas de la capital, había construido buenas relaciones con los gobernadores de los estados, algunos de los cuales eran caciques. Esta era su carta fuerte, al tener el respaldo de líderes como Hipólito Charles de Coahuila, Francisco Naranjo y Servando Canales de Tamaulipas. Incluso contaba con el apoyo de Treviño a pesar de tener aspiraciones presidenciales.

Todo esto hizo posible que la candidatura de González se diera por consenso, a pesar de la imagen de imposición debido a su clara cercanía con el presidente. Esto se debió especialmente a que los gobernadores estaban en contra de que se le diera la candidatura a Benítez, a quien veían como un peligro. Fue un logro significativo donde los poderes estatales se doblegaron ante el poder presidencial.

Una vez establecidos los candidatos, la campaña fue seguida de cerca por una amplia cobertura periodística de los principales diarios, que jugaron un papel importante al apoyar a cada candidato en sus editoriales. Si bien criticaron la existencia de un candidato oficialista, no adoptaron un tono confrontativo. Una vez que González ganó las elecciones, los diarios se limitaron a recordar los pendientes dejados por Díaz.

Algunos periódicos, como el «Monitor Republicano», destacaron la división dentro del partido tuxtepecano al surgir diferentes candidaturas. Se señaló que la facción porfirista tenía graves riesgos de sucumbir una vez finalizado el cuatrienio. Algunos autores recordaron el pasado conservador de González, vinculándolo con las gavillas que asesinaron a Leandro Valle y a Santos Degollado. Esto favoreció las candidaturas de Vallarta o Zamacona debido a su indiscutible compromiso con el liberalismo.

Incluso se cuestionó la nacionalidad mexicana de González, sosteniendo que en realidad era español y por lo tanto no podría ser presidente. Sin embargo, el gobierno actuó para silenciar esas acusaciones y buscó su fe de bautismo en Canales y en el general Ramón Corona por Tamaulipas. También se dijo que de ganar la presidencia, quien realmente gobernaría sería su secretario particular, Ramón Fernández, quien lo había apoyado de esa forma en su gobierno en Michoacán.

Los resultados de las elecciones fueron apabullantes: González alcanzó los 11,000 votos, seguido por Benítez con tan solo 1,500 y García de la Cadena con poco más de 1,000. El resto obtuvo cantidades ínfimas. Además, se logró el «carro completo» en la Cámara de Diputados y las legislaturas locales, sentando las bases para la construcción de la fuerza del presidente y la consolidación de las bases porfiristas.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Silvestre Villegas Revueltas. Un acuerdo entre caciques: La elección presidencial de Manuel Gonzales (1880), de la revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea no. 25.

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Imagen: 

 – Izquierda: S/D. Manuel Gonzalez, ca. 1880.

 – Centro: Anónimo. Justo Benitez. Ministro de Hacienda, 1877.

 – Derecha: S/D. Trinidad García de la Cadena

La oposición en la Chihuahua porfirista.

Destacado

A pesar de que el gobierno de Enrique Creel había logrado un equilibrio de crecimiento económico que le daba oportunidad de realizar los despojos de tierra en el campo, la creciente clase media urbana compuesta por los trabajadores de la industria ferroviaria y minera estaban mostrando su inconformidad tanto por la falta de oportunidades y los bajos salarios comparándose con los trabajadores estadounidenses.

Una salida que tuvieron estos sectores sociales para manifestar su malestar estuvo en la limitada vida política, siendo muy popular la presencia del Partido Liberal Mexicano de los hermanos Flores Magon, manejando una línea radical donde abogaban por los derechos de los obreros defendiendo la jornada de 8 horas, salario de 8 pesos, la realización de una reforma agraria, el reparto de latifundios y la derogación de la reelección para que quedasen gobiernos de 4 años.

El acoso por parte del régimen porfirista a los magonistas hizo que fuesen elevando el tono para hacer el llamado a la revolución para derrocarlo, provocando con ello que los hermanos Flores Magon tuviesen que irse al exilio a EU y el partido quedase ilegalizado, por lo que desde el otro lado de la frontera empezarían a fraguar planes para lograr su cometido.

Uno de los puntos clave para la conspiración magonista era Chihuahua, donde Ricardo Flores Magón mismo se desplazó hasta la frontera con Ciudad Juárez para planificar la posible entrada de sus seguidores exiliados y dar inicio a la rebelión. Sin embargo, no contaba con la extensa red de informantes mantenida por el propio Creel tanto en México como en Estados Unidos, lo que resultó en la delación de sus seguidores y llevó al arresto de Flores Magón por parte del gobierno estadounidense.

A pesar de que los trabajadores chihuahuenses mostraron su firme apoyo al magonismo donando 25 centavos para continuar con la impresión del periódico “Regeneración”, esto no fue suficiente para que el llamado a la rebelión calara en la sociedad. Esto puede atribuirse, en parte, a que para 1905, el estado aún mantenía una fuerza económica considerable. Sin embargo, sobre todo, se debió a la disparidad en la organización entre la clase obrera y el resto del pueblo.

La organización obrera mexicana era prácticamente nueva en el sistema político, lo que facilitó que adoptara estructuras políticas provenientes de Europa. Sin embargo, para el resto de la sociedad, era necesaria la presencia de un caudillo al estilo decimonónico para movilizarse hacia la lucha.

Otro sector de la oposición sin duda era el moderado, quienes estaban completamente de acuerdo con los postulados de la lucha de los magonistas, aunque estaban vinculados con la Iglesia católica. A pesar de haber logrado la reconciliación con Porfirio Díaz, la Iglesia estaba en desacuerdo con algunas acciones, como la creciente influencia estadounidense, y expresaba su opinión a través de Silvestre Terrazas y su “Revista Católica”. Desde ese medio, se criticaba la penetración de los misioneros protestantes en los pueblos y el establecimiento de los mormones.

Además, esta postura reflejaba un cambio en la percepción del trabajo en las haciendas. A principios del siglo XIX, la convivencia entre la Iglesia y los hacendados era armoniosa, ya que los hacendados eran los principales prestamistas de la Iglesia. Sin embargo, con la desamortización de gran parte de las propiedades de la Iglesia, se volvieron muy críticos respecto a los abusos sufridos por los trabajadores.

Para 1901, Terrazas transformó su diario en “El Correo de Chihuahua”, desde donde mantenía críticas veladas tanto hacia el trabajo de Luis Terrazas, el de Creel y el de Díaz. Sin embargo, una controversia técnica ocurrida en 1906, con la última victoria de Luis para la gobernatura, llevó a que escribiera en su diario sobre la temporalidad de su período y pusiera en duda la idoneidad de Creel para ser gobernador debido a ser hijo de estadounidenses, convirtiéndolo en su enemigo.

A partir de entonces, Silvestre mostró una postura crítica hacia el régimen de Terrazas-Creel, enfatizando estas deficiencias y también comenzó a cubrir los abusos cometidos por el gobierno contra la población civil. Esto incluyó la noticia de la masacre de los huelguistas de Cananea, el paro de los mecánicos ferrocarrileros de Chihuahua y las quejas de los habitantes de Namiquipa, Cruces, Jiménez y Ciudad Juárez. Realmente no se sabe qué provocó el cambio de opinión de Silvestre con respecto al orden imperante. Posiblemente pudo influir la animadversión de la Iglesia hacia la indiferencia del gobierno ante la entrada de los protestantes, sabiendo que Creel llegó a hacer una importante donación a una de ellas para su funcionamiento.

Esto provocaría que el gobierno empezara a perseguir a Silvestre hacia abril de 1907, mandándolo a encarcelar bajo acusaciones de difamación. Aunque tenía la capacidad para ampararse y salir de la cárcel, esto no impidió que fuera detenido tanto en 1909 como en 1910.

El gobierno chihuahuense comenzó a atacar a “El Correo”, boicoteándolo para sacarlo de circulación. Esto se llevó a cabo retirando los anuncios del Banco Minero del periódico o comprando todos los ejemplares cuando el número de impresión era particularmente alto. A pesar de estos intentos, el régimen de Creel mantuvo una actitud aparentemente «benigna» hacia Silvestre. Esto se debía a que la forma de enfrentar a los periodistas incómodos por parte del régimen de Díaz solía ser encarcelarlos y, en ocasiones, torturarlos, pero raramente se los asesinaba. Aunque algunos gobernadores sí fueron sanguinarios, Creel prefirió alinearse con las prácticas porfiristas para evitar un enfrentamiento directo con el clero.

Dado que Silvestre nunca llamó a la rebelión armada, permitió que “El Correo” siguiera circulando a pesar de la animosidad del gobierno. El periódico se convirtió en uno de los voceros de la campaña de Madero y del estallido de la revolución, siendo más influyente que “Regeneración” en la politización de la sociedad.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Friedich Katz. Pancho Villa, vol. 1.

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 – Izquierda: Anónimo. Silvestre Terrazas, 1914. 

 – Derecha: S/D. Instalaciones del «Correo de Chihuahua». 

Los inicios de la educación femenina en Yucatán.


Una de las medidas que el bando liberal trató de implementar fue incentivar la educación femenina a nivel nacional. Sin embargo, en el contexto de la posguerra contra los conservadores, resultaba difícil de llevar a cabo debido a la falta de recursos. A pesar de ello, fue uno de los compromisos que intentó promover el presidente Benito Juárez hacia 1870, como parte del proceso de modernización del país y para dejar atrás la sumisión social a la Iglesia.

Aunque en ese momento se replicaba el modelo social heredado del virreinato, en el México decimonónico comenzaron a surgir oportunidades donde las mujeres podían superar su condición de amas de casa o su reclusión en los conventos. Surgieron algunas clases para señoritas orientadas a las artes, pero eran conocimientos accesibles únicamente para aquellas que provenían de familias acomodadas. Mientras tanto, el resto de las mujeres de la sociedad debían conformarse con la vida matrimonial o, en el caso de quedar viudas, afrontar su nueva situación social.

Esta situación empeoraba en las provincias, donde solo en algunas capitales estatales las mujeres tenían la posibilidad de educarse. Esto dependía en gran medida de si se encontraban dentro del flujo comercial de la época o si permanecían aisladas. Un ejemplo de esto es Yucatán, que estaba inmerso en la dinámica comercial del Caribe.

La condición cosmopolita de la península, que le permitía mantener contactos con puertos como Nueva Orleans y La Habana, hizo que las familias poderosas de Mérida (conocida por la infame «Casta divina») se mantuvieran al día de los acontecimientos políticos y sociales del mundo. Sin embargo, esto no impedía que el modelo conservador siguiera siendo la directriz a seguir por la sociedad. Es importante recordar que las élites yucatecas brindaron su apoyo tanto al bando conservador como al imperial.

A pesar de ello, en la península también tuvo una presencia fuerte el bando liberal, encabezado por el general Manuel Cepeda Peraza, quien había combatido a los conservadores desde la Guerra de Reforma. Fue él quien liberó a Mérida de las últimas fuerzas imperialistas en el país en junio de 1867, y como recompensa recibió el cargo de gobernador de Yucatán, que ocupó por poco menos de un año. Aunque su mandato fue breve (falleció en marzo de 1869), Cepeda Peraza adoptó el programa juarista y trató de implementarlo mediante la fundación de instituciones culturales y educativas, como el Instituto Literario de Yucatán. Entre sus compromisos estaba la educación femenina, aunque es importante mencionar que la noción liberal de educación para las mujeres no implicaba su liberación de los deberes familiares tradicionales. De este modo, perpetuaron el papel de subordinación al marido, se les consideraba menores de edad hasta los 30 años y se las veía como eternas menores de edad o débiles mentales.

Dentro de este contexto, surgieron mujeres yucatecas cuyas familias tenían los recursos suficientes para pagar por su educación. Entre ellas se destacaron Rita Cetina Gutiérrez, Gertrudis Tenorio Zavala y Cristina Farfán, quienes se formaron como poetisas y, aprovechando tanto la política juarista como las condiciones de promoción cultural dejadas por Cepeda Peraza, iniciaron una serie de proyectos.

Estas mujeres crearon una serie de instituciones culturales cuyo objetivo era promover la educación femenina e informar sobre las acciones llevadas a cabo por las agrupaciones feministas en el mundo para reivindicar el papel de las mujeres en la sociedad occidental. Así nació una sociedad literaria feminista, una escuela de paga para señoritas, otra para niñas pobres y una revista, todos estos proyectos fueron llamados por igual «La Siempreviva». En todas ellas, pudieron reunir a todas las mujeres ilustradas de la sociedad yucateca, que provenían de diversos contextos educativos: desde monjas de conventos hasta aquellas provenientes de familias protestantes o que se educaron en el extranjero, siguiendo los ejemplos de Rita Cetina y Gertrudis Tenorio, quienes eran mujeres que vivían solteras y se sostenían a sí mismas sin la necesidad de tener marido.

El objetivo del Instituto La Siempreviva fue proporcionar un espacio donde las mujeres pudieran liberarse de su condición de subordinación frente al hombre. Se buscaba que comprendieran que podían llevar vidas independientes al patriarcado, que aprendieran sobre los orígenes de la opresión, cuestionaran los roles de género asignados por la herencia cultural y, sobre todo, que formaran nuevas redes de amistades para apoyarse mutuamente en momentos difíciles y lograr su emancipación.

Sin embargo, la realidad fue que las condiciones sociales en Yucatán hicieron difícil que el instituto tuviera una mayor proliferación entre las mujeres. Eran pocas las que tenían la oportunidad de tener ingresos propios y ser solteras. Además, muchas de ellas no podían despegarse de sus obligaciones como madres. La alta mortalidad infantil de la época y la mortalidad materna durante los partos complicados también dificultaban que las mujeres pudieran liberarse de su dependencia del marido.

Además de su trabajo educativo, el instituto llevaba a cabo una labor editorial donde se daba espacio tanto a mujeres como a hombres intelectuales para que crearan escritos que fomentaran la idea de la emancipación femenina. Esto abarcaba desde la literatura romántica hasta textos que exaltaban las virtudes espirituales y morales, algunas referencias bíblicas y la enseñanza de la Ilustración y la laicidad.

Junto con la producción propia de las miembros de la asociación, Rita también alentó la traducción de textos feministas de procedencia estadounidense o europea. Dado que muchas de las escritoras yucatecas carecían de calidad literaria, se fomentó el uso de seudónimos para evitar críticas y escrutinio público. Además, se publicaron escritos donde se destacaba la promoción hacia la expansión de la educación.

A lo largo de sus textos, Rita resaltó la importancia de romper con las estructuras opresoras para la mujer y con la ignorancia que fungía como el principal yugo. También invitaba a sus lectoras a desarrollar metas y estrategias para acabar con su condición, todo con el fin de llevarlas al estado de «mujer ilustrada» que pudiera educar a las nuevas generaciones y ser ciudadanas ejemplares para alcanzar un estado de hermandad.

En este sentido, el feminismo decimonónico tuvo como meta alcanzar la igualdad entre mujeres y hombres, incluyendo la educación mixta. Esta meta fue alcanzada por una de las alumnas de Rita Cetina, Consuelo Zavala, quien en 1905 pudo fundar la primera escuela laica en el estado, que sigue en funciones. Todo este trabajo realizado en el siglo XIX explica lo particular que resultó el feminismo dentro de la política yucateca del siglo XX.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Piedad Peniche Rivero. Rita Cetina, La Siempreviva y el Instituto Literario de Niñas: una cuna del feminismo mexicano, 1846-1908     

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  • Izquierda: Revista La Siempreviva no. 19. Diciembre 20 de 1871.
  • Derecha: Retrato de Rita Cetina, siglo XIX.

El problema social de la muerte voluntaria en el Yucatán decimonónico.

Advertencia: El siguiente articulo trata temas de salud mental y sus efectos sociales, absténgase de leerlo si presenta problemas de depresión y si atraviesa por esa situacion consulte a un especialista, tu vida vale mucho y mereces ser feliz, todos los problemas son pasajeros.

La falta de oportunidades para llevar una vida plena ha sido un problema persistente en la sociedad a lo largo de los años. Esta situación se exacerbó durante el periodo de formación del país, cuando la quiebra del estado, la ausencia de derechos laborales a favor de los patrones y los bajos sueldos llevaron a muchas personas a acabar con su miseria tomando decisiones trágicas, sin que las barreras morales impuestas por el catolicismo resultaran de mucha ayuda.

Un caso particularmente interesante se dio en Yucatán durante la segunda mitad del siglo XIX, período en el cual los oligarcas yucatecos lograron avanzar en su lucha contra los mayas rebeldes, confinándolos en la Costa Oriental. Esta acción les permitió eliminar la amenaza que representaba la persistencia de una lucha popular que podría haberlos expulsado de la península. Al lograrlo, obtuvieron el control total de la población, imponiendo sus condiciones sobre todas las comunidades para que trabajaran en las haciendas henequeneras.

Estos oligarcas asignaron cuotas de trabajo a los campesinos a cambio de préstamos impagables, asegurando así su posición como peones y manteniéndolos atrapados en la pobreza, sin ninguna oportunidad de mejorar su situación.

El fenómeno del suicidio ha estado presente en todos los sectores de la sociedad, pero desde la perspectiva de la época, la muerte de un aristócrata no se equiparaba a la de un campesino. Esta diferencia se refleja en los testimonios periodísticos de la época, donde los primeros son tratados con un aire de respeto y admiración, influenciados por el espíritu del romanticismo, mientras que los segundos eran calificados como borrachos o locos, perpetuando una supuesta «superioridad intelectual» entre ricos y pobres.

Una de las explicaciones para el aumento de los niveles de suicidios, aunque pudo haber sido alta en otros periodos que no quedaron registrados, se relaciona con los intensos cambios producidos con la llegada del Porfiriato y el fin de la inestabilidad. Muchas personas no pudieron adaptarse al nuevo contexto y se vieron sin opción más que poner fin a sus vidas.

En esa época, al menos cuatro causas de suicidio eran reconocidas: el «melancólico», donde el difunto manifestaba cierta «racionalidad» en su decisión al no sobreponerse a una situación específica y expresaba su pesar por el impacto que causaría; el «romántico», donde los deseos amorosos no cumplidos eran motivo, siendo uno de los más respetados por la sociedad; por enfermedad mental; y por el alcoholismo.

En esa época, el suicidio dejaba de ser considerado un tema tabú por parte de la sociedad, que, según los postulados del catolicismo, lo veía como provocado por demonios con el objetivo de llevar las almas a la condenación eterna sin posibilidad de absolución. En cambio, comenzaron a emerger explicaciones del incipiente psicoanálisis a través de la prensa para racionalizar este fenómeno.

Así fue como los primeros psicólogos empezaron a abordar estas defunciones como el resultado de enfermedades mentales provocadas por los cambios de la modernidad. Algunas personas no pudieron lidiar con el ritmo de estos cambios y buscaron refugio en el alcohol y los excesos para sobrellevarlos, lo que los llevó a la locura. Por esta razón, los principales «focos» del problema se situaron entre las clases bajas. Sin embargo, esto no impidió que el suicidio siguiera llevando consigo el estigma social tradicional.

Las explicaciones racionalistas ayudaron a disminuir la condena social alrededor del suicidio, permitiendo guardar las apariencias. Al mismo tiempo, contribuyeron a forjar un supremacismo sobre ciertos sectores sociales al calificarlos como incompetentes, ya fuera con los pobres o con las mujeres, profundizando así su posición de debilidad.

Con el aumento del alfabetismo en la población, surgió un mayor interés por la lectura, aprovechado por medios como el periodismo para destacar sus publicaciones entre el público en general. Temas populares, como los crímenes y las muertes impactantes, capturaron la atención del público al aprovechar el morbo, creando las condiciones para dar a conocer casos de suicidios.

En ese momento, la labor periodística estaba dividida según la filiación ideológica. Por un lado estaban los laicos y, por otro, los conservadores. Esta división se refleja en la forma en que narraban los hechos, influida por el contexto yucateco, donde existían dos instituciones educativas: el Colegio de San Idelfonso, parte del Seminario y de tendencia católica, y el Instituto Literario Yucateco, de orientación liberal.

De esta división surgieron dos periódicos: «La Revista de Mérida», fundada en 1869 y de orientación católica, y «El Eco del Comercio», de 1880 y de corte independiente. A partir de esta línea, surgieron periódicos como «El Padre Clarencio» de Carlos P. Escoffie y «El Peninsular», fundado por Pino Suárez, que dieron espacio a la «nota roja» al publicar estos casos hasta 1903 y 1904.

Las mujeres siempre llevaron el estigma de asumir la responsabilidad de las familias y mantener la sumisión al marido. Cuando se aborda el tema del suicidio femenino, este lleva consigo una carga negativa al ser considerado una señal de ruptura del orden social familiar. En las notas, las mujeres eran tratadas de manera despectiva, y su descalificación aumentaba si eran pobres. Sin embargo, la forma de quitarse la vida, generalmente mediante envenenamiento, hizo que se moderara el tono en comparación con los hombres.

El campo fue un sector donde los suicidios proliferaron, ya que existía un sistema donde los únicos beneficiarios eran los hacendados. No había justicia para el campesino, y las condiciones en las que sus deudas aumentaban llevaron a que muchos no vieran otra solución más que quitarse la vida. Esto proporcionó material a las publicaciones antiporfiristas para denunciar las injusticias del sistema imperante.

Los testimonios dejados en los periódicos nos permiten vislumbrar que el Porfiriato fue un periodo complicado para muchas familias que no pudieron adaptarse a los cambios que precarizaron las vidas de la sociedad, como sucedió en Yucatán. Esto provocó que muchas personas decidieran poner fin a sus vidas para escapar del sufrimiento causado por un mundo que les negaba las oportunidades que esperaban.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Luis Roberto Canto Valdés. La muerte voluntaria en Yucatán durante el porfiriato, de la revista Secuencia no. 82.

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Imagen: Pedro A. Guerra. Retrato de una familia yucateca con su difunto, finales de siglo XIX-principios de siglo XX. Fuente: https://www.facebook.com/photo/?fbid=1042820650401026&set=a.735141191168975

La diversidad literaria en la Nueva España.

Durante el siglo XVIII, el pequeño grupo de novohispanos educados comenzó a variar en la producción literaria, alejándose del ámbito religioso que no perdía vigor. En este periodo, empezaron a interesarse por escribir tanto sobre la cotidianeidad como sobre la historia que aprendían en sus clases y de los relatos familiares. Esta serie de crónicas recibían el nombre de «teatros», concebidos como textos de mero entretenimiento con el objetivo de despertar la curiosidad del lector apelando a las emociones provocadas por lo escrito.

El pionero en esta clase de obras fue el franciscano fray Agustín de Vetancurt, quien logró imprimir su obra «Teatro mexicano. Descripción breve de los sucesos ejemplares históricos, políticos, militares y religiosos del Nuevo Mundo de las Indias» para 1698. La obra estaba dividida en cuatro partes y distribuida en dos volúmenes. En ella, se narran aspectos geográficos, la historia desde la época de los mexicas hasta la conquista española y el proceso de evangelización. Además, aborda los conventos franciscanos del momento, describe las imágenes religiosas más populares y ofrece descripciones de las ciudades de México y Puebla. Destaca por empezar a darle una concepción patria a la Nueva España.

Hacia 1741, nace un nuevo teatro llamado simplemente «Teatro Americano» de la pluma de José Antonio de Villaseñor y Sánchez, un trabajo encargado por el virrey con la intención de ampliar las descripciones abarcando todo el reino, incluyendo los territorios del septentrión como California, Nuevo México y Texas. Recopiló información de conocidos y a este le seguiría un anexo llamado «Suplemento al Teatro Americano», elaborado de 1754 a 1755 y dedicado a la capital. Este trabajo se considera como la primera obra geográfica que retrata la realidad mexicana.

Las grandes ciudades fueron objeto de interés tanto de los novohispanos como de los mismos peninsulares, quienes querían dar a conocer al resto de la monarquía cómo era el reino más rico. En el caso de la Ciudad de México, tenemos a dos autores: Juan Manuel de San Vicente con su obra «Exacta descripción de la magnífica corte mexicana», editada en Cádiz en 1770, y el trabajo del padre Juan Viera «Breve compendiosa descripción de la Ciudad de México» de 1777, donde la equipara al mismo nivel que Roma y Jerusalén.

Tanto Puebla como Querétaro fueron objeto de interés de los cronistas novohispanos al ser las segundas en importancia dentro del virreinato. Buscaban dejar constancia tanto de sus relatos fundacionales como de sus principales hitos urbanos, personas ilustres y, sobre todo, su devoción religiosa.

En el caso poblano, encontramos el trabajo del cura Miguel de Alcalá y Mendiola, quien escribió de 1714 hasta 1746 su «Descripción en bosquejo». También tenemos al dominico fray Juan de Villa Sánchez con su «Puebla sagrada y profana», así como la obra del notario apostólico Diego Antonio Bermúdez, quien dejó inconcluso su «Teatro Angelopolitano» en 1746. Villa Sánchez, como albacea, facilitó una copia al abogado Mariano Fernández de Echeverria, quien elaboró su «Historia de la fundación de Puebla de los Ángeles». Esta también quedó inconclusa debido a su muerte en 1785. También cabe mencionar el trabajo del agrimensor Pedro López de Villaseñor con su «Cartilla vieja de la nobilísima ciudad de Puebla» de 1781, donde se adentra en cuestiones metafísicas involucrando a fray Juan de Zumárraga y a la Virgen de Guadalupe.

En cuanto a Querétaro, encontramos hasta principios del siglo XIX sus primeras crónicas, como la del padre Joseph María de Zelaa e Hidalgo con «Las glorias de Querétaro», editado en 1803, además de un suplemento titulado «Adiciones» de 1810. En todos ellos se indaga en el relato fundacional queretano.

Un género que se desarrolló poco a lo largo del periodo virreinal fue el de la novela de ficción, ya que, a pesar de que obras como «El Quijote» gozaban de gran popularidad, su producción se vio cohibida por la gran presencia de las novelas españolas y porque resultaban más atractivas las hagiografías como medio de entretenimiento. Se considera al primer novelista novohispano a Bernardo de Balbuena, quien escribió hacia 1608 «El siglo de oro en las selvas de Erífile», retratando el mundo rural pastoril. Bajo esa temática, surge hacia 1620 de la pluma del bachiller Francisco Bramón «Los sirgueros de la Virgen sin original pecado», donde aborda desde lo cotidiano la religiosidad. Sin embargo, el primero que se alejó de esa temática fue Carlos de Sigüenza y Góngora, quien optó por lo profano con su obra «Infortunios de Alonso Ramírez» de 1690.

En el siglo XVIII, la literatura satírica empezó a volverse popular a través del trabajo de Francisco de Quevedo. Varios autores intentaron imitarlo para crear sus propias obras, como «Sueño de sueños» de José Mariano Acosta Enríquez. En esta obra, realiza un viaje onírico de tipo paródico por el inframundo, donde se encuentra tanto con Quevedo como con Cervantes, y hace referencias a otras novelas españolas, inglesas y francesas que estaban en boga en los círculos intelectuales novohispanos.

Para finales del siglo XVIII, surgen tres autores que serían parteaguas de la novela mexicana. El primero fue fray Joaquín de Bolaños, quien escribió en 1792 «La portentosa vida de la Muerte», creando un relato imbuido tanto en la religiosidad moralizante como en la fantasía de la tradición medieval para narrar la historia de este agente del destino. Se sabe que escribió una obra previa que fue censurada por la Inquisición llamada «Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla» de 1785, donde se burla de la actitud de la Iglesia con las diversiones profanas.

El cura tlaxcalteca José Miguel Guridi y Alcocer incursiona en su autobiografía ficcionada llamada «Apuntes», donde narra su vida tanto desde su sentir como dejando testimonio de la vida cotidiana y de los cambios de los tiempos de finales del virreinato. Pero sin duda, el que tuvo la mayor fama fue José Joaquín Fernández de Lizardi, reconocido como el «primer novelista» por obras tan influyentes como «El periquillo sarniento» de 1816 y «La Quijotita y su prima» de 1818, permeando la picaresca en el contexto novohispano para ofrecer una crítica social con un evidente sentido moralizante que ganó el cariño del público.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Antonio Rubial. Entre la dependencia y la autonomía. La literatura colonial en castellano, del libro Literatura. Historia ilustrada de México.

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 – Izquierda: Anónimo. Grabado de la edición original del «Periquillo Sarniento», 1816.

 – Derecha: Anónimo. Grabado de «La portentosa vida de la muerte», 1792.

Los primeros años de Francisco J. Múgica.

Dentro del estudio de la revolución, podemos encontrar diferentes personajes que tuvieron diferentes roles tanto en la lucha como en la conformación del régimen presidencialista, desde los caudillos populares quienes levantaron a las masas como a los intelectuales quienes le dieron solidez a la lucha al construir una base política. Uno de los arquitectos del nuevo orden revolucionario fue sin duda Francisco J. Múgica, quien como otras muchas personas en la historia no estaba destinado a tener un papel relevante en la historia, sino que fueron las circunstancias lo que lo desviaron de su camino como una persona normal y lo llevo a ser uno de los ideólogos de la revolución, estando cerca de pasar a tener un papel más activo al intentar llegar a la presidencia. Nacido en Tingüindín, Michoacán, hacia el año de 1884, Francisco José Múgica fue hijo de un maestro quien parecía le iba a legar su profesión, por lo que para que llevase una educación superior lo inscribe al Seminario de Zamora como alumno externo, si bien se apasionaría por las clases de latín y de los discursos de los emperadores romanos, siempre se mostró rebelde hacia las clases de teología, estando cerca de ser expulsado y por un dispendio del obispo de Zamora se le permitió saltarse la materia para que siguiera estudiando.

Hacia 1906, tenía cumplidos los 22 años y se disponía a buscar empleo, fue en esa etapa cuando descubre las publicaciones periódicas de los opositores al régimen porfirista como el “Hijo del Ahuizote”, “El Diario de Hogar” y “Regeneración”, los cuales lee ávidamente y decide unirse a la militancia del Partido Liberal Mexicano tratando de hacer carrera como periodista, atreviéndose a mandar un artículo a los editores de “Regeneración” en Saint Louis Missouri y seria publicado en la primera plana. Esto lo animó a seguir escribiendo y llegaría a convertirse en corresponsal en Michoacán del diario, dando el siguiente paso a crear sus propias publicaciones como “El Rayo”, “El Faro”, “La Voz”, “La Luz”, “La Prensa Libre” y “El Demócrata Zamorano”, todos ellos fueron perseguidos y clausurados por las autoridades locales por la radicalidad de su discurso. Ante la efervescencia del ambiente político de finales de la década, Múgica decide apoyar las intenciones del general Bernardo Reyes para competir por la vicepresidencia, llevándolo a armar un zafarrancho en un mitin que se estaba organizando en favor del oficialista Ramon Corral y le valdría ser arrestado por los desmanes.

Cuando sale de prisión, decide organizar los esfuerzos de la oposición en Michoacán para acabar con el gobierno de Porfirio Diaz en las elecciones, fundando un nuevo diario llamado 1910 donde exponía sus ideales, mientras se fue acercando con otros opositores como Gildardo Magaña, Antonio Navarrete, Eugenio Méndez y su hermano Carlos, quienes empezarían a conformar las bases en el estado de la campaña de Francisco I. Madero. El problema fue que en Michoacán hubo poca movilización hacia la campaña de Madero y tendrían una participación marginal en las elecciones, por lo que ante la derrota convence a su familia para mudarse a la Ciudad de México y ahí entraría en contacto con personalidades de la militancia maderista, quienes al ver lo inútil que resultaba la lucha democrática decidieron apostar por la lucha armada, siendo Múgica uno de los conspiradores. Teniendo la rebelión como objetivo, los maderistas empiezas a ayudar tanto en la impresión de los pronunciamientos para mantener informados al resto de los rebeldes, como también apoya la fabricación de bombas desde la colonia Guerrero, pero la conspiración fue descubierta y muchos de los colaboradores fueron arrestados, con excepción de Múgica quien logra huir hacia San Antonio con las intenciones de reunirse con la cúpula maderista como representante de sus compañeros quienes se fueron a insurreccionar Michoacán.

Logra entablar contacto con el círculo cercano a Madero como su secretario Roque Gonzales Garza, su hermano Alfonso y Federico Gonzales Garza, quienes lo llevaron a administrar el diario “México Nuevo”, pero el mantener el apoyo maderista no cesó su espíritu crítico hacia los rumbos que tomaba la revolución, llegando a declarar que su apoyo a Madero no era con el fin de empoderarlo como caudillo, si no por defender los ideales del liberalismo y la democracia. Si bien no pudo obtener el financiamiento del levantamiento de sus compañeros michoacanos, obtuvo la propuesta de participar en la lucha armada vía Coahuila para sumarse a las fuerzas rebeldes en Ojinaga, Chihuahua, la cual aceptó y participaría en las batallas más importantes de la campaña junto con Madero como la de Cuchillo Parado, la Sierra del Burro y Casas Grandes, a la vez seguía con sus esfuerzos periodísticos para mantener al pueblo informado. Una vez alcanzada la renuncia de Diaz en mayo de 1911, fue comisionado como delegado de paz maderista en Michoacán para entrar en contacto con las guerrillas rebeldes y acordar la paz, a la vez que fue haciendo campaña a favor de Madero para las elecciones por el Partido Constitucional Progresista de Camilo Arriaga.

Pero como muchos otros revolucionarios, se decepcionaría por las políticas de pacificación maderista donde implicaba la entrega de armas de los grupos rebeldes, dando señales de alarma tanto por el mantenimiento en sus puestos de algunos políticos porfiristas y por el incumplimiento de las demandas hechas durante la rebelión, criticándolo desde su periódico “El Despertador del Pueblo”. Ante la falta del empleo prometido por parte del gobierno maderista al seguir manteniendo su línea critica, recibiría la propuesta por parte del gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, para encargarse de la Dirección de Estadísticas del estado, sirviéndole para pagar su boda con Angela Alcaraz. No pasó mucho tiempo de su matrimonio cuando estallaría la sublevación de los porfiristas del ejercito contra el gobierno hacia febrero de 1913, siendo mandado por Carranza a la capital para ofrecerle a Madero el apoyo de las tropas del estado, integrándose a los cuerpos de voluntarios mientras le iba informando a Carranza el curso de los acontecimientos, pero al triunfar los golpistas de Victoriano Huerta alcanza a salir de la ciudad un día antes del asesinato de Madero y con ello se une a la lucha constitucionalista.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Anna Ribera Carbó. Francisco J. Múgica. El presidente que no tuvimos.

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Imagen: Hermanos Casasola. Francisco J. Mujica en la Comision primera de constitución durante una asamblea, 1916.

Las publicaciones comunistas de la segunda mitad del siglo XX.

A pesar de la represión existente por parte del gobierno mexicano, los intelectuales comunistas encontraron en el mundo editorial la oportunidad de explayar sus ideas políticas sobre como arreglar los problemas del país, aunque al tratarse de publicaciones financiadas por ellos mismos, el rango de distribución de estos libros y revistas se limitaba a los círculos militantes y asociaciones políticas que estaban por todo el país. A partir de la década de los cincuenta, los grupos comunistas que habían sido oprimidos por el sistema presidencialista tuvieron un nuevo aire gracias al contexto geopolítico del momento, siendo la Revolución Cubana una fuente importante que revitaliza al movimiento y le da armas para criticar al sistema del nacionalismo revolucionario que estaba empezando a mostrar algunas fisuras, naciendo con ello el Movimiento de Liberación Nacional inspirado en la experiencia cubana. Lo que termina por revivir al comunismo como opción política fue sin duda el movimiento estudiantil de 1968, donde el desencanto producido ante la inflexibilidad del gobierno hizo que varios jóvenes universitarios vieran en el comunismo una alternativa para salir de un orden que ya no les garantizaba crecer en lo personal al tener que seguir a rajatabla los mandatos del presidente.

A pesar de que la juventud tuvo como preferencias las ideas comunistas, esto no represento para el PCM volverse en el eje de la izquierda mexicana, ya que a lo largo de la primera mitad del siglo su alineamiento a los intereses de Moscú provocaría una serie de escisiones importantes que resultaban imposibles de reconciliar como el caso de los trotskistas que siguieron por su lado, o el de intelectuales de la talla del escritor José Revueltas quien era un severo critico de esta centralización ideológica y tenía un importante grupo de seguidores universitarios, ni que decir de la infiltración del maoísmo y de grupos indignados ante la invasión soviética a Checoslovaquia. Es así que cada agrupación de las diferentes izquierdas socialistas empieza a generar sus propias revistas para con ello poder expresar sus ideas para la década de los 70, teniendo como parteaguas el golpe propinado por el gobierno en 1976 al diario Excelsior quienes usando a las bases sindicales expulsan de la dirección a Julio Scherer por mantener una línea editorial de crítica contra el gobierno de Luis Echeverria, viviéndose un momento de efervescencia en el sector periodístico. Para intentar controlar a las crecientes bases socialistas que iban creciendo en sus seguidores, el gobierno de José López Portillo intenta unificar a todas las izquierdas en un solo partido político, por lo que, aprovechando el impulso democratizador donde se legaliza la entrada en las elecciones de otros partidos como el PCM, se organiza el Partido Socialista Unificado de México (PSUM).

Anteriormente el gobierno contará con el Partido Popular Socialista como la organización que debía mantener el control de las organizaciones obreras, las cuales quedaron bajo el liderazgo de Vicente Lombardo Toledano y con ello esperaron mantener a raya a los seguidores del PCM, razón por la cual crean como aparato propagandista la revista “Avante” en 1961 para distribuirse entre los trabajadores sindicalizados. En ella se hacía una abierta crítica hacia los comunistas a quienes acusaban de mantener prácticas corruptas a costa de los obreros, pero a su vez mantenían una línea crítica contra el gobierno por el problema agrario, donde denunciaban la falta de apoyo al mundo rural y como el proyecto presidencialista estaba quedando corto ante un campo que se estaba quedando en el atraso. También mantenían una línea dura nacionalista donde promovían la idea de que uno de los principales enemigos estaban los capitalistas estadounidenses quienes eran vistos como agentes para implantar el imperialismo yanki, acusando a los lideres sindicales que mantenían una postura dócil frente a los empresarios de que eran pagados por la embajada.

Por parte de los liderazgos estudiantiles surgidos del 68 sale la revista “Punto Crítico”, saliendo a la luz en 1972 y que tuvo como sus primeros colaboradores a muchos de los disidentes encarcelados en la prisión de Lecumberri y que fueron liberados por el indulto de Echeverria, teniendo como principal objetivo el promover el análisis y debate político para los trabajadores del campo y de las ciudades, todo para combatir el imperialismo, la burguesía mexicana y al aparato gubernamental. Por esta razón, la línea editorial no buscaba que la revista sirviese para la creación de una organización política, simplemente buscaban fomentar la exposición y el debate de ideas para ayudar a la consolidación de la izquierda, aunque desde los organizadores de la revista siempre estuvo presenta la opción de hacerlo. La revista estuvo vigente hasta la década de los 90 cuando varios miembros de la mesa editorial empiezan a ser contratados en diferentes sectores como el gobierno, en nuevas asociaciones políticas o en nuevos diarios, pero sus miembros revelan que su paso por la revisa los ayudo a entender la importancia del periodismo en la vida pública.

El PCM no se quedaría con los brazos cruzados y en 1975 lanzan la revista “Socialismo”, siendo la ventana por donde intentaban propagar el socialismo teórico y criticaban abiertamente al gobierno, denunciando como la burguesía usaba al nacionalismo revolucionario como herramienta para mantener sus intereses y que reprimían al proletariado como sucedió con el caso de los ferrocarrileros de 1959 y la masacre de estudiantes del 68. Los trotskistas desde el asesinato del mismo Trotski en 1940 iban poco a poco conformando una agrupación al margen de los dictados soviéticos, donde gracias a la reforma de 1976 crean el Partido Revolucionario de los Trabajadores y publican la revista “La Internacional” al año siguiente, haciéndose un lugar en el debate de las izquierdas. Ante la crisis vivida a finales de la década de los 80, surge un proyecto editorial de nombre “Socialismo” en 1989, donde se recogía el debate ante el eventual resquebrajamiento del bloque comunista, la tensión social derivada de las elecciones de 1988 donde la izquierda se había convertido en un importante rival del sistema y las consideraciones que habría que tomar ante el futuro, siendo un actor fundamental en el rico mundo editorial de los grupos de izquierda.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Luciano Concheiro y Ana Sofia Rodríguez. Las revistas del comunismo, del libro Camaradas. Nueva historia del comunismo en México.

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  • Izquierda: Revista Punto Crítico no.53.
  • Derecha: Revista Socialismo no. 6.

El gradual aumento de la participación femenina en el siglo XIX.

Los primeros pasos para que las mujeres avanzasen para ejercer un mayor papel en la sociedad se darían de forma muy gradual ya una vez alcanzada por la independencia, pero esta se daría de forma muy lenta al existir valores culturales imbuidos tanto de la cultura española como la indígena que veía muy mal la participación de las mujeres fuera de sus casas. Las primeras propuestas se dieron poco después de la consumación durante la configuración del nuevo orden, el escritor e intelectual de la época Joaquín Fernández de Lizardi fue el primero en proponer que para el Congreso constituyente de 1822 las mujeres pudiesen participar como representantes de la nación, propuesta que fue desechada y ridiculizada por buena parte de la sociedad por los prejuicios existentes, esa fue la única propuesta seria debido a que en los años siguientes serian de completa turbulencia con gobiernos efímeros, pero en todos estos conflictos siempre contaron con las presencias de las mujeres quienes atendían a sus familiares que participaban.

Poco a poco, en la prensa empezarían a hablar los periodistas acerca del papel de la mujer, aunque siempre desde una perspectiva machista donde la colocaban en una posición menor como madre u objeto de deseo, las únicas que de momento que tenían oportunidad de acceder a una mayor educación limitadas a las artes eran las familias adineradas de la época, mientras para las de clases bajas estaban a la disposición de sus maridos. Fue hasta la consolidación de la república en 1868 con la derrota de los franceses y el Según Imperio cuando empiezan a surgir posturas serias sobre la acción ciudadana de las mujeres, siendo un aliciente el ejemplo dado en Estados Unidos cuando un grupo de damas de Missouri ganaron desde el apartado legal el derecho a participar en la política de su estado, esto influyo a que en 1871 durante las elecciones presidenciales un grupo de mujeres hicieran campaña para la reelección de Benito Juárez. Muchos intelectuales empezaron a apoyar estos primeros esfuerzos de las mujeres por que se les tomen en cuenta, sobre todo para que pudiesen acceder a las mismas oportunidades educativas de los hombres al demostrarse su capacidad para desempeñar las primeras funciones, por lo que los institutos empiezan a dar algunos lugares para ellas como sucedió con Guadalupe Marquecho, la primera graduada de enfermería en 1872.

Gracias a estas mujeres que tuvieron acceso a la educación privada empezaría a existir un pequeño grupo de intelectuales quienes luchaban por la igualdad, esto dio pie al surgimiento de periódicos como “Las Hijas del Anáhuac” de Laureana Wright, donde incluso muchas de sus colaboradoras se colocarían seudónimos tomados de la cultura náhuatl como influencia del indigenismo nacionalista. Por el lado de los conservadores, ellos defendían la posición tradicionalista al argumentar que el papel que tenían las mujeres era el de ser esclavas, cortesanas o rameras, por lo que el cristianismo le había dado el papel de ser parte de la columna vertebral de la sociedad al hacerlas cabezas de las familias, pero en contra de esta idea eran contestados que a lo largo de la historia los hombres han menospreciado ese papel de las mujeres para verlas como esclavas en vez de compañeras de vida. El idealismo entorno a la mujer estaba enfocado en una postura patriarcal, ya que reconocían su capacidad para poder educar y criar a los niños, sumado a la idea generalizada del “sexo débil”, pedían de forma condescendiente que no se les tratara mal y que era un deber de los hombres el velar por su bienestar.

El crecimiento del movimiento feminista estadounidense fue seguido por la prensa mexicana, teniendo como las primeras referencias desde 1848 reportando la Primera Convención sobre los Derechos de la Mujer y de ahí todas las noticias salidas de estas agrupaciones hasta 1880 cuando se dio un incremento de las protestas de las agrupaciones femeninas para exigir su emancipación. Uno de los primeros en pedir la liberación femenina fue el diario “La Patria”, donde la línea editorial interpreta la Constitución de 1857 con referencia a que todos los nacidos en México eran ciudadanos libres, sobre todo aprovecharon la ambigüedad y la falta de precisión dejada en la redacción para encontrar un resquicio legal donde se avalaba la participación de las mujeres en la toma de decisiones. A pesar de la negativa del sector político de hacer alguna clase de concesión, los que si empezaron la apertura sería el mundo académico quienes impulsaron la profesionalización de las estudiantes, teniendo como logro la graduación de la primera doctora, Matilde P. Montoya hacia 1887.

Poco a poco, el gobierno fue impulsando proyectos para que las mujeres se fuesen instruyendo para convertirse en el soporte económico de sus hogares, como paso con la Escuela de Artes y Oficios de la Ciudad de México en 1872 donde ofrecieron becas para que las mujeres aprendiesen labores de la industria, labores que para principios de siglo se consideraban los trabajos en fábricas y talleres como vulgares. Mientras para las clases medias y altas se esperaban que se cultivasen en áreas intelectuales como la música, la pintura, la costura, el bordado o la teneduría de libros, pero el enfoque principal era que se convirtieran en amas de casa ejemplares.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jaime Olveda Legazpi. La mujer mexicana en la búsqueda de la equidad de género, de la revista Relatos e Historias en México no. 164.

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Imagen: S/D. Portada del Album de la Mujer, 25 de noviembre de 1883.

Los masones contra los católicos durante el Porfiriato.

Desde años antes de la independencia, las logias masónicas tenían una gran participación dentro de la vida política del país y una vez convertida en una nación autónoma conformaron la primera división de las facciones militantes, la logia de York formaría a los liberales y la logia de Escocia a los conservadores. Una vez consolidada la republica con la derrota de los franceses y el imperio, las logias empezaron un proceso de luchas internas al crearse numerosas asociaciones entorno a las principales figuras políticas del momento, pero todas ellas estaban reguladas por el Supremo Consejo de México donde tenía un papel en la cabeza el destacado escritor Ignacio Manuel Altamirano. Quien inicia el proceso de división desconociendo la autoridad del Supremo Consejo fue Juan de Dios Arias al crear el Supremo Gran Oriente de México con el fin de crear una gran logia madre, todo esto obedecía al control de los grados dividiéndose los primeros grados para el Supremo Consejo y los últimos le tocaban al Gran Oriente.

Con la llegada de Porfirio Diaz al poder por medio del Plan de Tuxtepec en 1877, inicia una lucha contra grupos masones relacionados con Sebastián Lerdo de Tejada, siendo la logia más atacada el Rito Nacional Mexicano, donde se produjo una gran escisión entre Ignacio Manuel Altamirano quien apoyaba a Diaz contra el intelectual Alfredo Chavero quien no apoyaba el triunfo de los porfiristas, produciéndose una nueva división al integrarse Altamirano al Gran Oriente. Para 1890 se tiene constancia de la existencia de 193 logias y de 15 grandes logias vinculadas al Gran Valle de México, le seguía el Rito Nacional dirigido por Benito Juárez Maza pero con menos miembros y los cismáticos como la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones y el Rito Mexicano Reformado. Las logias del Valle de México y el Gran Oriente se asocian y con ello se convierten en la principal fuerza que controlaba a las demás logias, disolviéndose para conformar la Gran Dieta Simbólica de los Estados Unidos Mexicanos como parte del esfuerzo del propio Diaz de darle centralizar el poder de la vida política del país.

El punto culmen del plan del presidente se daría en febrero de 1890 con la unión del Supremo Consejo de la Masonería Escocesa con la Orden del Gran Oriente de México, dando las condiciones para la conformación de la Gran Dieta Simbólica como el esfuerzo de unir a todos los grupos en una sola jurisdicción, todo con el objetivo de conformar un bloque solido que ayudase a las tareas reformistas del presidente quien fue declarado Gran Maestre. Todo este trabajo ayuda a consolidar los objetivos de Diaz al dar respaldo a su reelección, convirtiendo a los masones en un grupo que tenía como objetivo la reforma de la sociedad y avanzar en el proceso de secularización para restarle el poder a la iglesia. Esto no fue del agrado de los altos jerarcas de la iglesia, ya que desde 1880 mediante la intercesión del arzobispo Pelagio Antonio Labastida y Davalos había logrado que Diaz desistiese de mantener la política anticlerical de Juárez y Lerdo para hacer caso omiso a las leyes que los perjudicaban, siendo vista esta oportunidad por el presidente como la forma de traer la paz social y desactivar a un enemigo que permanecía latente.

La iglesia mexicana decide bajar las tensiones con el gobierno en parte gracias a la muerte del papa Pio IX en 1878 quien era uno de los principales respaldos de los conservadores, pero la intensión de unificación de los masones otorgándoles un gran poder despertó su animadversión al ir en contra de la encíclica de León XIII Humanum Genus de 1884, la cual declaraba a la masonería como uno de los enemigos de la sociedad al alentar la perdida de la fe. Si bien en un inicio se daría una respuesta unificada contra los masones en la prensa católica, al poco tiempo se produciría una división importante provocada por la publicación de la nueva encíclica en 1891 Rerum Novarum, donde ponía a la Iglesia como la principal defensora de los intereses de la clase trabajadora como respuesta a la aparición de grupos socialistas y anarquistas, por lo que con el nacimiento de este nuevo frente surgen los demócratas cristianos liberales quienes respaldaban la idea del republicanismo en contraposición con los tradicionalistas. Esta división sirve a los intereses de Diaz debido al empoderamiento dentro de la jerarquía católica de su paisano y obispo de Oaxaca Eulogio Gillow y por la muerte de Labastida para ser sucedido por Prospero María Alarcón, dando el apoyo al régimen de Diaz como el único capaz de conciliar al Estado y la Iglesia.

Durante los primeros encontronazos con la masonería en el gobierno de Diaz, la Iglesia conto con los medios para sostener la lucha contra la masonería presidido por connotados periodistas como Victoriano Agüeros, Trinidad Sánchez Santos, Manuel Filomeno Rodríguez, José de J. Cuevas, entre otros, quienes mostraban una postura moderada y no eran como tal defensores dogmáticos de la Iglesia, sino que estaban más movidos por los valores sociales de la religión y criticaban muchas de las posturas contradictorias mostradas por los masones. Diarios como El Tiempo, El Pájaro Verde, El Heraldo y La Voz de México eran los espacios donde estos periodistas lanzaban sus artículos en ataque a los masones, pero este alejamiento que tenían con respecto a las altas jerarquía hizo que sus opiniones fuesen tomadas en cuenta por los liberales por su carácter laico, por lo que cuando se publica la Rerum Novarum estos periodistas adoptan la doctrina social de la iglesia en contra de los abusos del liberalismo. Como respuesta, los masones llegaron a señalar que papas como el mismo Pio IX o León XIII formaban parte de las logias, provocando ciertas dudas con respecto al Vaticano por los supuestos acuerdos alcanzados con el papado, por lo que la lucha entre el liberalismo y la Iglesia ya no fue en el campo de batalla sino se daría con la pluma.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Salvador Cárdenas Gutiérrez. La lucha entre masones y católicos en el Porfiriato. La creación de la Gran Dieta Simbólica de México en 1890, del libro Masonería y sociedades secretas en México. 

Imagen:

  • Izquierda: Porfirio Diaz, Ramon Corona e Ignacio Manuel Altamirano, Diccionario Masónico.
  • Derecha: Escudo de la Gran Dieta Simbólica de los Estados Unidos Mexicanos.

Porfirio Díaz y su contradictoria relación con la inversión extranjera.

Durante el mandato de Porfirio Díaz, una de sus principales características fue el aumento de la participación del capital privado en el país, fundamentalmente siendo respaldado por las inversiones tanto de Estados Unidos como de las naciones europeas quienes eran los principales financiadores de empresas y de los proyectos de infraestructura para incrementar la entrada del progreso. Pero su apoyo incondicional que le dio a los empresarios en general contra los intereses del provocaría las condiciones que terminaran con el estallido de la revolución, no por nada fue popular la expresión “México: madre de los extranjeros y madrastra de los mexicanos” por esta clara preferencia de darles cualquier clase de facilidad para hacer sus negocios, muchas veces violando el orden de las leyes y de las comunidades para lograr sus objetivos.

Esta actitud de aparente subordinación contrasta con las acciones del régimen donde se eleva el nivel del nacionalismo con el fortalecimiento de muchas de las figuras arquetípicas de la historia y fomentando el espíritu contra cualquiera de las naciones invasoras valiéndose de su condición de veterano de la Intervención francesa, tratando de dar una imagen donde en las acciones el país se manejaba con plena independencia y moviéndose según sus intereses. Lo mismo podríamos apreciar la negativa de pagar una compensación simbólica a las naciones acreedoras de los compromisos de mediados de siglo XIX y que provocaría el retraso del reconocimiento de Gran Bretaña y le impidió acceder a créditos necesarios para reactivar la economía, pero una de las relaciones más contradictorias la vemos con la relación con Estados Unidos, dejando por un lado su afianzamiento como el principal socio comercial y por el otro mantenía el discurso antiyanqui más vivo que nunca, sobre todo después de haber echado a los españoles del Caribe en 1898.

La misma política exterior representaba esta suma contradicción entre el dilema nacionalista y la necesidad de traer la inversión extranjera sin perder soberanía, lo mismo intentaban fortalecer el despunte industrial de la frontera norte y por el otro intentaba formar un frente antiimperialista con otros regímenes latinoamericanos como el de Cipriano Castro de Venezuela y el de José S. Zelaya en Nicaragua. La explicación y el origen de esta relación se vivió en sus primeros años de gobierno con el pleito que mantuvo contra los presidentes estadounidenses Ulises S. Grant y su sucesor Rutherford B. Hayes, siendo ellos quienes intentaron imponer condiciones excusando el golpe contra Sebastián Lerdo de Tejada para reconocer su gobierno, tal fue la crisis que se llegaron a concentrar tropas de ambos países en la frontera a la espera de una posible invasión, y es ahí donde Díaz usa su basa la cual eran los empresarios ferrocarrileros e industriales estadounidenses quienes persuadieron a Hayes de hacer cualquier acción contra México ante la perdida de sus inversiones y el presidente estadounidense no le queda otra más que reconocer a Diaz en 1878.

La tendencia general que se tenía sobre la percepción nacional popular era la de un rechazo hacia todo lo que representase la presencia estadounidense, en cambio dentro del liberalismo había un sector donde se quería poner como un ejemplo a seguir si no es que de plano pedían su integración como pasaba con algunos miembros de la clase alta capitalina o los grandes potentados yucatecos. Buena parte de la tendencia oficialista era la de construir la identidad patria entorno al culto de la personalidad del presidente, como sucedió con Antonio López de Santa Anna quien por su participación en la “guerra de los pasteles” fue considerado como un héroe patrio y con el Tratado de la Mesilla fue tomado como un vendepatrias, o el propio Benito Juárez por su lucha contra la intervención francesa y el imperio de Maximiliano, pero la disputa sostenida contra el poder legislativo evito que fuese usado como arma retorica para fortalecer la presidencia. En cambio, Díaz quien tenía un gran manejo de la propaganda le sirvió para usar la tendencia antiyanqui junto con la victoria diplomática sostenía contra Hayes hizo que ante el pueblo fuese considerado un patriota con antecedentes en su lucha contra los franceses y del que no había duda de que los defendería frente a los extranjeros.

Para ello, tanto Porfirio Diaz como sus partidarios hicieron uso tanto de la obra pública, la prensa, las fiestas cívicas, el renombramiento de calles y los incipientes libros educativos para venderse como el protector del país y heredero de la voluntad de Benito Juárez, siendo fundamental su ensalzamiento como prócer y a su vez le sirvió para hacer las paces con la facción juarista a la cual había combatido tanto en la rebelión de La Noria y en la de Tuxtepec. A partir de esta victoria que tuvo como resultado el reconocimiento de EU, tanto Díaz como su sucesor y compadre Manuel Gonzales tuvieron como conclusión la importancia de mantener de su lado a los empresarios extranjeros como método de defensa contra el gobierno estadounidense y las potencias europeas, por lo que empezaron a movilizar al poder legislativo para profundizar el proceso de liberalización de tenencia de la tierra y así colocarlos como dueños, solo así pudo lograr normalizar la relación con Gran Bretaña gracias a la ayuda de los empresarios británicos.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Jürgen Buchenau. Inversión extranjera y nacionalismo: lo paradójico de la política internacional de Porfirio Diaz, de la revista Dimensión Antropológica vol. 6

Imagen: Jose Guadalupe Posadas. Homenaje a Hidalgo, 3 de enero de 1910.