Los grupos otomíes en México.

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Una de las familias lingüísticas con una amplia presencia en la zona mesoamericana ha sido la otomangue, que incluye grupos como los zapotecas, mixtecas, chiapanecas, los mangue de Centroamérica y los otomíes, quienes ocupan una distribución en el centro-occidente de México y conforman cuatro grupos muy relacionados. A lo largo de la historia, los pueblos otomianos fueron menospreciados por pueblos dominantes, como los nahuas, quienes los tacharon de «salvajes» o «montañeses». Esta carga negativa fue seguida por los españoles, lo que provocó que su historia fuera olvidada y contada principalmente por fuentes religiosas o los propios caciques.

Dentro de la familia otomiana, podemos dividirla en dos grupos: aquellos que mantuvieron el modo de vida nómada y seminómada de Aridoamérica, como los chichimeca-jonaz de Guanajuato y los pames; y aquellos que tienen sus raíces en la tradición mesoamericana, como los otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecas. Los otomíes son el grupo de mayor distribución, con marcadas diferencias regionales.

Debido a la falta de fuentes, el pasado mesoamericano otomí ha sido relegado por parte de los investigadores. Es común encontrar argumentos que atribuyen a este grupo el papel de grupo primigenio en el Centro de México o el de migrantes llegados durante el colapso teotihuacano. En todos estos enfoques, es evidente la carencia de trabajos que permitan comprender su participación en los desarrollos de la cultura preclásica, teotihuacana o tolteca.

Un aspecto fundamental para comprender su alcance es el estudio de los señoríos en el Valle de Toluca, especialmente en el noroccidente de la Cuenca de México. Se centra en Azcapotzalco, habitado por los tepanecas de filiación otomí, que fueron el reino principal desde Teotihuacan, durante el periodo tolteca y hasta su caída en manos de los mexicas. Fuera de estos dos casos (incluyendo el de Xilotepec y su papel en la conquista del Querétaro colonial), el resto de los pueblos otomianos carecen de las fuentes necesarias para trazar su historia antes de la llegada de la conquista, salvo por algunas referencias. Por lo tanto, es necesario recurrir a investigaciones arqueológicas y etnográficas en esas regiones para obtener más información.

El corazón de los grupos otomíes podría considerarse el Valle de Toluca, donde predominan los matlatzincas y mazahuas, seguidos por algunos pueblos otomíes y los ocuiltecas de Ocuilan y el sur del valle. Hacia el noroccidente se localiza el señorío de Xilotepec, de clara filiación otomí, descendiendo hacia Chiapan, donde convivían con comunidades nahuas, para llegar a la Sierra de las Cruces o Quauhtlalpan. Desde allí, bajaban hacia la Cuenca de México, pasando por Tlacopan, Azcapotzalco, Naucalpan y la zona serrana del occidente, como Cuajimalpa, para continuar hacia Coyoacán, conviviendo con pueblos nahuas y matlatzincas. Se tiene conocimiento de poblados otomíes hasta Xochimilco. Al norte de la cuenca, la presencia otomí sigue por Cuautitlán, Zumpango, Tizayuca, internándose hacia el actual estado de Hidalgo, donde tienen su segundo núcleo cultural: Meztitlan, un señorío que logró mantener su independencia frente a los mexicas.

A partir de Hidalgo, las comunidades otomíes continúan dispersándose hacia el noreste, y se tiene constancia de su presencia en la Huasteca en algunas poblaciones. Sin embargo, la zona nuclear fue la Sierra Norte de Puebla, en pueblos como Pahuatlán, donde convivían tanto con los nahuas como con los totonacos. Otro corredor otomí puede rastrearse desde el valle de Teotihuacán, siguiendo por los llanos de Calpulalpan para internarse en Tlaxcala, de mayoría nahua. Se establecieron al oriente del volcán La Malinche en pueblos como Huamantla, Ixtenco y Tecoac, erigiendo el señorío de Tliliuhquitepec al norte, aliado de los estados tlaxcaltecas. Hacia el Valle de Puebla, su presencia se fue diluyendo en unos pocos pueblos como San Salvador el Seco, Quecholac y Tepeaca, con algunas comunidades en Huejotzingo, Tecali y Cuauhtinchan. Su punto más meridional fue una estancia en Coxcatlán llamada Otontepetl.

Más al sur, en el estado de Guerrero, la población otomí experimentó una significativa disminución durante las primeras décadas de la conquista, generando incertidumbre, especialmente con la influencia de factores como los chontales y los cohuixcas. No obstante, a través de referencias etnohistóricas, conocemos la convivencia de comunidades nahuas, mazahuas y matlatzincas, como en Tepecoacuilco, Cocula, Teahuixtlan, entre otros lugares.

Hacia el occidente, la presencia de los grupos otomianos parece estar vinculada a las tensiones generadas por la expansión mexica hacia el Valle de Toluca. Esto condujo a la expulsión de otomíes, matlatzincas y mazahuas, quienes fueron acogidos por el reino de Michoacán para frenar el avance mexica, dando origen a los llamados pirindas. El núcleo principal de los pirindas estuvo en Indaparapeo y Tiripitio, extendiéndose hacia Charo, Huetamo, Taximaroa (Ciudad Hidalgo), Tuzantla, Ucareo y Zitácuaro. Su punto más occidental fue Colima, aunque parece que la presencia otomí llegó con la conquista, con el asentamiento de los aliados tlaxcaltecas.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Pedro Carrasco Pizana. Los Otomíes. Cultura e historia prehispánica de los pueblos mesoamericanos de habla otomiana.

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El desarrollo de las culturas de las Tumbas de Tiro.

El modelo constructivo de las tumbas de tiro del Occidente resulta algo único para el contexto mesoamericano, el cual inicia con la cultura El Opeño en Michoacán hacia los años 1500 al 1300 a.C. con la realización de tumbas de una cámara excavada en tepetate y con accesos escalonado, este fue cambiado para dar lugar al tiro para acceder a ella hacia los años 1000 al 800 a.C. en el territorio del actual municipio jalisciense de Mascota vinculado a la cultura Capacha. Fue en el periodo del 300 a.C. al 600 d.C. cuando el modelo de las tumbas de tiro vivió un periodo de expansión y masificación los territorios de Jalisco, Nayarit, Colima, el suroeste de Zacatecas y el oeste de Michoacán, aunque también se han encontrado ejemplos aislados de estas tumbas en Chilpancingo, Guerrero, una tumba en Teotihuacan, incluso en el Posclásico se han notificado algunas de ellas en Oaxaca en sitios como Coixtlahuaca y Jaltepetongo, así como una tumba purépecha localizada en el sitio de Huandacareo en Michoacán. Todas estas muestran como elemento en común la excavación del terreno dando forma de una cámara en forma de campana, aunque con los ejemplos localizados en el Posclásico pudiesen haberse tratado de desarrollos análogos sin la necesidad de la existencia de una relación directa con la tradición el Occidente.

Algo que resulta impactante y hasta el momento sin una explicación concluyente tiene que ver con la muy posible vinculación del desarrollo cultural de la región con el contacto con expediciones llegadas de Sudamérica, específicamente de los territorios del noroeste que abarcan el norte del Perú, Ecuador y Colombia, ya que en estos territorios también fue costumbre la de inhumar a sus muertos en tumbas excavadas en el terrero, tradición que se ha extendido hacia Panamá y Venezuela. Todo indica que los pueblos de la cultura Capacha pudieron haber mantenido contactos con la fase llamada Machalilla de Ecuador, la cual se desarrolló de los años 1500 al 1200 a.C. siendo posible la llegada de influencias de culturas como la San Agustín de Colombia; Chorrera, La Tolita y Jama Coaque de Ecuador; así como las peruanas Chavín de Huantar, Vicus, Gallinazo, Salinar, Moche, Paracas y Nazca. Esta influencia la veremos en un largo periodo que abarca desde el 1200 a.C. hasta el 700 d.C. siendo uno de los motores para el establecimiento de esta ruta la extracción del Spondylus, bivalvo de concha roja muy apreciada entre las cultura andinas y mesoamericanas y que debieron de haber requerido cuando las poblaciones locales eran afectadas por fenómenos como El Niño, ya que la ruta de ida y vuelta llegan a tardar un año en encontrar las condiciones para que las corrientes los lleven de regreso.

Junto con el desarrollo cultural entorno a las tumbas también es de destacar su muy particular arquitectura monumental, la cual los investigadores de la primera mitad del siglo XX no consideraron y llegaron a catalogar a los pueblos de Occidente como marginales al no encontrar indicios de centros ceremoniales, pero no tomaron en cuenta unos raros conjuntos concéntricos concentrados que son llamados localmente como guachimontones. Los guachimontones están conformados por una pirámide cónica y escalonada, donde a su alrededor de despliega una banqueta circular que la rodea y encima de esta se construyen basamentos piramidales rectangulares de menor tamaño, los cuales van desde los 8, 12 y 16 plataformas, ya fuera de este conjunto principal se localiza una cancha de juego de pelota para su uso ritual, demostrando con ello el mantenimiento de la liga con el resto de la tradición mesoamericana. Han sido varios sitios los que presentan esta forma de distribución localista, siendo el más grande localizado hasta el momento Teuchitlán al reunir 10 complejos concéntricos y dos juegos de pelota, seguido por Santa Quiteria, El Arenal, Ahualulco, Las Pilas, San Juan de los Arcos, Bugambilias, entre otros.

Es así que por la cantidad de centros ceremoniales encontrados se le ha denominado a esta tradición como Teuchitlán, la cual se desarrolló en la zona del volcán de Tequila en Jalisco como su núcleo cultural, si bien en un inicio se dudaba que los guachimontones pudiesen ser una de las características de los pueblos de las Tumbas de Tiro, esto se debe a los pocos trabajos de exploración realizados en el Occidente, pero de las campañas de investigación realizadas se han podido encontrar desde la región del norte de Jalisco y el sur de Zacatecas conocida como Bolaños, Huaynamota en Nayarit, la Bahía de Banderas, al norte del lago de Chapala, en el valle de Comala en Colima, así como los testimonios cerámicos de la fase Ixtlán del Rio. Otra de las regiones donde encontramos la presencia de guachimontones es en el Bajío, donde vemos algunos conjuntos localizados en sitios como Plazuelas, La Gloria y Peralta, pero a diferencia de su vecino aquí no vamos a encontrar tumbas de tiro y van a tener una proporción invertida, donde las plataformas rectangulares concéntricas son de mayor tamaño, mientras la pirámide circular central va a ser de menores proporciones.

Sobre las interpretaciones entorno a estos límites, los investigadores hablan de una influencia cultural ejercida por la zona nuclear de Teuchitlán y que llego a alcanzar tanto el Bajio como la costa del Pacifico, pero como muchos de estos guachimontones se tratan de conjuntos de menores proporciones podría hablarnos de la existencia de una relación cordial con los vecinos, pero a su vez aseguraron tanto la defensa como el acceso a materias primas prioritarias para las redes comerciales, por lo que su presencia nos indicaría un testimonio simbólico de su relación. Pero todavía quedan muchas incógnitas en cuanto a la tradición arquitectónica de los pueblos que conformaron la tradición de las Tumbas de Tiro, ya que hay centros ceremoniales que presentan el típico esquela mesoamericano de edificios ortogonales con la presencia de las tumbas dentro del territorio de Occidente, además que falta mucho material para poder establecer como se basaba la cultura política entorno a estos sitios, por lo que falta bastante por investigar en la región para lograr una interpretación lo más asertiva posible.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Verónica Hernandez Diaz. Muerte y vida en la cultura de tumbas de tiro, del libro Miradas renovadas al Occidente indígena de México.

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Imagen: Herb Roe. Reconstrucción del Circulo 2 y el Juego de Pelota de Guachimontones de Teuchitlán, Jalisco. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Guachimontones#/media/Archivo:Guachimaontones_Aerial_detail_HRoe_2015.jpg

Las condiciones del colapso teotihuacano.

Una de las incógnitas de la arqueología mexicana ha sido el rastrear las causas de la caída de la metrópoli del periodo Clásico, Teotihuacan, ya que a pesar de contar con evidencias donde nos indican el estallido de una revuelta popular contra las elites gobernantes como la causa principal de la caída de la ciudad, el problema ahora es rastrear los orígenes de la revuelta o del periodo de decadencia que la desencadeno. Las condiciones de los primeros años del milenio hicieron que Teotihuacan fuera la alternativa más fuerte para una población que hasta el momento habitaba el sur de la Cuenca de México y el valle Puebla-Tlaxcala, quienes sufrieron un aumento de la actividad volcánica de la región y esto hizo que muchos de ellos pasaran a engrosar la población de la naciente ciudad, esto sumado con el control de yacimientos de obsidiana como la Sierra de Navajas dio pie para transformarla en un núcleo tanto político como religioso tanto al nivel regional como el mesoamericano.

Los primeros investigadores de Teotihuacan llegaron a proponer basados en las evidencias de incendios en la ciudad el haber sido causados por la llegada de los toltecas, colocándolos como los conquistadores quienes habrían de ocupar el puesto de su subordinado, esto fue respaldado con la presencia de la cerámica Coyotlatelco, la cual tiene vínculos de origen con el Bajío, permitiendo formular con ello la teoría de la conquista e incluso el origen de la presencia de los grupos otomíes en la cuenca. Pero había bastantes argumentos en contra para poder sostener esta teoría, como el hecho de que se hubiese requerido de una invasión en gran escala para poder conquistar una metrópoli de gran magnitud, siendo prácticamente imposible tal hazaña, a esto hay que sumar que los grupos posteriores a Teotihuacan no retomaron los elementos simbólicos que le dieron estatus a sus gobernantes. Fue así que surge otra teoría, la del cambio climático a gran escala provocaría que los modelos de producción de alimentos sobreexplotaran la capacidad de regeneración del ambiente y con ello disminuiría la capacidad para poder sostener a su población en boyante crecimiento. Esto provocaría que las elites gobernantes empezasen a quedar desprestigiadas al fallar con la misión de ser los intercesores con los dioses y con ello empezarían a ser desplazados por un grupo de claros tintes militaristas, pero ello no frenaría la constante pérdida de influencia de la metrópoli sobre sus zonas subordinadas hasta ser desplazado por los estados vecinos, provocando con ello la crisis social y la caída de la misma.

De momento, todo indica que la caída de Teotihuacan se puede explicar con la existencia de las tres crisis, donde el cambio climático provocaría la llegada de migrantes, el exceso de la demanda ya no hizo posible dar la calidad de vida al resto del pueblo y eso acarrearía la pérdida de confianza hacia los gobernantes, provocando la disputa entre los grupos hegemónicos. El inicio de la decadencia teotihuacana iniciaría a partir del periodo llamado Xolalpan, el cual abarca según el autor de los años 450 al 650 o del 350 al 550, seguido por el periodo de decadencia que es el Metepec que va del 650 al 750 o el 550 al 650, fue en esos años cuando se ve la presencia de los grupos asociados a la tradición Coyotlatelco, la cual tiene una ruta que inicia desde el Valle de Toluca y se va hacia el sur de la Cuenca de México, esto no debería de ser vista como una muestra de debilidad por parte del estado teotihuacano, pero resulta una evidencia que estos grupos del Occidente fueron aceptados dentro de la sociedad metropolitana. Las evidencias de la decadencia la tenemos en las continuas clausuras realizadas de sectores de la ciudad, las cuales fueron abandonadas por un proceso ritual donde se les dejo ofrendas y pasaron a ser abandonadas, esto también se muestra en un continuo deterioro cultural que va desde la falta de mantenimiento en la infraestructura y la falta de calidad en la elaboración de elementos, siendo remplazados por las del grupo Coyotlatelco de una menor calidad.

Sabemos que estos grupos migrantes empiezan a reocupar algunos sectores de la ciudad para empezar a marcar presencia, como es el caso de los alrededores de las Pirámides del Sol y de la Luna al ser los ocupantes de las estructuras que conforman la plaza a su alrededor conforme se fue degradando la elite original. Hay algunos investigadores que sugieren que el origen de estos teotihuacanos originarios pudieran ser los enigmáticos olmecas-xicalancas, quienes pudieron ser el núcleo de la sociedad cosmopolita de migrantes que albergaba la ciudad y esa podría ser una explicación de su relación con diferentes etnias como los nahuas, mixtecos o popolucas, también se han llegado a mencionar a los otomíes como uno de los posibles actores en la caída teotihuacana, pero esa propuesta no cuenta con grandes bases al encontrarse evidencia de su relación tanto con los teotihuacanos, los del grupo Coyotlatelco y como con la caída desarrollaron su propio estilo.

De los movimientos registrados por las evidencias arqueológicas tenemos la transformación de diferentes espacios de la ciudad a lo largo del tiempo, esto va desde la clausura de callejones o la reocupación de edificios antes ocupados para el uso administrativo para ser de uso habitacional o artesanal, así como el continuo uso de la infraestructura anterior y su falta de mantenimiento, ya que el grupo Coyotlatelco no se caracterizó por emprender grandes obras constructivas. También es de notar un cambio de las relaciones con el exterior para enfocarse más en el interior de su territorio, siendo el aumento de malacates para producir telas la muestra de cómo fue disminuyendo el nivel de importaciones hechas por la ciudad para hacerlas ellos mismos, así como la adopción de otras ceremonias que no estaban presentes como la sacralización del pulque o la aparición de sacrificados por decapitación. Todo nos indica que el proceso de la decadencia teotihuacana fue lento y no se debió a la irrupción de un grupo extranjero, sino que fue la llegada de pobladores del Bajío cuya presencia era solicitada y poco a poco fueron integrándose a la sociedad, faltan todavía saber cuál fue la velocidad en que se dio el degradamiento político-social de la estructura de Teotihuacan, pero eso lo dirán las futuras investigaciones.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Natalia Moragas Segura. Sociedades en colapso: la transición del Clásico al Epiclásico en Teotihuacan, de la revista Dialogo Andino no. 41.

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  • Izquierda: Cajete trípode, cerámica Coyotlatelco, Clasico Tardío.
  • Derecha: Escultura destruida del palacio de Xala, Teotihuacan, Clasico Tardío.

La Guerra de Reforma a mediados de 1860

Si bien la guerra impidió que Santiago Vidaurri se convirtiese en el caudillo de los liberales, esto no ceso su influencia política en el noreste, lográndose consolidar como el cacique de la región al quedar electo como gobernador de Nuevo León y Coahuila, permitiéndole disponer del mando del Ejercito del Norte el cual había resultado imprescindible en la lucha contra los conservadores. A pesar de la ausencia de las fuerzas de Vidaurri a mediados de 1860, esto no impidió que los liberales entrasen en una etapa donde pasaban por diferentes victorias como la batalla de Peñuelas ganada por Jesús Gonzales Ortega en Aguascalientes, la toma de Toluca por Felipe Berriozabal, la toma de Salamanca por Manuel García Pueblita, la campaña sobre el sur de Puebla, la toma de Cuautla y el triunfo de Porfirio Diaz al tomar Oaxaca en manos de Marcelino Cobos. Para ese entonces, ambos bandos cometían el mismo nivel de atrocidades tanto contra el enemigo como contra la población civil, llegando a niveles como el ejecutar a todos los prisioneros, hacerse de tropas mediante la leva y permitir el saqueo de los pueblos a sus soldados, siendo un caso conocido el del guerrillero liberal Antonio Rojas en el Occidente.

Fue tal el nivel de devastación en los pueblos por dos años de guerra que ya era difícil para las tropas encontrar algo de valor, ni siquiera era posible encontrar caballos o armamento para mantener a las tropas, incluso para evitar la leva, cuando iba a llegar la tropa de cualquier facción a los pueblos serviría el que todos los hombres se fueran al monte mientras estuviesen bajo ocupación, haciéndolos más susceptibles a los abusos, teniendo que recurrir al reclutamiento de presos y convictos. Si para en un inicio del conflicto las diferentes facciones entregaban vales de pago para compensar en un futuro lo que se llevaban, en el tercer año se alejaron de todas las formalidades y se llevaban lo que podían sin más y sin ninguna justificación, incluso los altos mandos se sentían impotentes al verse impedidos por imponer disciplina a sus tropas. Al no encontrar la forma de mantener pagados a sus batallones, provocaban la deserción de una parte de ellos quienes se salían para conformar gavillas criminales y atacar a los pueblos, esto sucedió mucho en el Bajío y la Sierra Gorda donde aprovechaban el desorden de la guerra.

Era tal la violencia que se había arraigado en la vida cotidiana nacional, que se llegarían a niveles de franca crueldad hacia la población civil, siendo comunes las matanzas, los incendios en los pueblos, las ejecuciones públicas y actos aberrantes de tortura y vejaciones. La sociedad civil empezaría a manifestarse tanto con el gobierno de Miramón como con el de Juárez la persistencia de una guerra que no parecía tener fin y que solo dejaba una estela de destrucción, como una petición dirigida por 200 personas de la Ciudad de México para llamar al fin de la guerra, también muchos generales empezaron a tener conciencia sobre la necesidad de poner fin al ciclo de violencia, como el caso del generan Gonzales Ortega quien le perdona la vida a los prisioneros hechos en la batalla de Peñuelas a pesar de que Miramón rechazase la propuesta de canje. Aun con estos actos de misericordia por parte de Gonzales Ortega, no hacia olvidar en la sociedad el que fuera uno de los generales más jacobinos por su implacable persecución de curas y el saqueo al que sometía a las iglesias de sus objetos litúrgicos, aunque era conocido por ser un ferviente católico en su vida privada.

Como muchos otros generales liberales, Gonzales Ortega distaba de tener una formación militar al ser un oficinista de Teul, alternando su labor con la escritura de artículos y poemas donde exponía sus convicciones liberales, esto le valdría dar su paso en la política cuando se instituye el congreso constituyente de 1856 representando a Zacatecas como diputado. Con el golpe de estado de finales de 1857, hizo que Gonzales Ortega empezase a realizar esfuerzos para defender el orden constitucional y empieza a organizar la Guardia Nacional local, valiéndole ser electo como gobernador del estado, dando pie al emprendimiento de su persecución al clero, quienes mejor huyeron de todo el estado dejando a las comunidades sin sacerdotes. Para mediados de 1860, Gonzales Ortega decide dejar la gobernatura a su compadre Miguel Azua para pasar directamente al frente, donde asomaría su talento para conformar y organizar tropas como Santos Degollado, pero también se haría relucir su talento innato para la batalla al lograr estar a la altura de Miramón haciéndole frente sin problemas y llegando a vencerlo.

Esto lo demostraría en el Bajío, donde el “Joven Macabeo” estaba dispuesto a perseguirlo al enterarse de que había dejado Zacatecas, esperándolo con una fuerza de 3,282 soldados y su cuerpo de artillería a la que llamaba los “doce apóstoles”, decidiendo enfrentarlo en Silao pensando que sus fuerzas eran suficientes para capturarlo aprovechando su posición en llanura abierta para acribillarlos cuando se hicieran presente. A pesar de que Gonzales Ortega poseía una ventaja numérica al tener 8,000 soldados, la posición de Miramón podía anularla sin problema, por lo que en colaboración con Ignacio Zaragoza deciden movilizar sus fuerzas en la madrugada y colocar su artillería a 700 metros de la conservadora, iniciando el ataque en la mañana del 10 de agosto y aprovechando las condiciones lluviosas pudieron sorprender a Miramón. Después de una batalla de 3 horas, los liberales se hicieron con la victoria al lograr inmovilizar a las tropas conservadoras con la artillería, de la cual apenas y pudo escapar Miramón, dejándole a Gonzales Ortega un valioso botín conformado tanto de armamento y valiosos bastimentos.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Will Fowler, La Guerra de Tres Años, el conflicto del que nació el estado laico, 1857-1861.

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Imagen: Francisco de Paula Mendoza. Batalla de Silao del 10 de agosto de 1860, 1861.

Guanajuato y las difusas raíces toltecas.

El Bajío siempre ha sido una región donde la fertilidad de la tierra ha dado pie a un intenso desarrollo agrícola para sus habitantes, pero desde el siglo IX se daría un proceso de desertificación donde los cultivos autóctonos como el maíz, la calabaza y el frijol no pudieron soportar las nuevas condiciones y eso obligo a los pueblos sedentarios asentados a migrar a otras regiones de Mesoamérica para dejar su lugar a los nómadas, estas condiciones imperaron hasta la conquista española y la introducción de productos europeos como el trigo cuando la región resucitó su vocación agrícola. Su posición en las riberas del rio Lerma-Santiago ha hecho que también se convirtiese en vector para comunicar el Altiplano Central con Occidente y sobre todo para iniciar las rutas hacia el Septentrión, compaginando en ella las diferentes tradiciones culturales de ambas regiones, aún no está clara la influencia que ejercieron los pueblos mesoamericanos de Guanajuato en el desarrollo de las civilizaciones vecinas.

El primer complejo cultural relevante por sus alcance fue Chupícuaro, el cual se desarrolló entre los años 650 a.C. hasta el 450 d.C., nombre dado por el sitio al sureste del actual estado de Guanajuato y que fue cubierto por las aguas de la Presa Solís, perdiéndose elementos fundamentales como la arquitectura, pero antes de ser inundada fue objeto de investigaciones intensas por parte de la naciente INAH y se pudo rescatar muchos elementos que se hubiesen perdido, sumado a nuevos trabajos realizados en los alrededores. Sobre su origen se ha teorizado su vínculo con la cultura El Opeño de Michoacán y Colima, pero también tiene un fuerte vinculo con un complejo de la Cuenca de México, la fase Ticomán, lo que podemos inferir una fuerte presencia de Chupícuaro en el Centro de México como se puede ver en algunos vestigios encontrados en Cuicuilco. Su cerámica colorida basada en tintes bayo, negro y crema y el intenso uso de elementos geométricos puede indicarnos que Chupícuaro es la principal base cultural de desarrollo de las culturas del norte, pudiendo encontrar el rastro del comercio mesoamericano por las cerámicas desarrolladas en Zacatecas, Durango hasta llegar a las culturas Hohokam y Mogollón.

Para los años 100 a.C. la influencia de Chupícuaro empieza a replegarse hacia algunas regiones aisladas para dar lugar al nacimiento de numerosos pueblos y centros ceremoniales de mayor complejidad, como se manifiesta en el desarrollo de la arquitectura monumental formando el modelo del patio hundido, construyéndose una gran plataforma con un patio con desnivel al centro y en los alrededores se construyen los basamentos piramidales. En el Clásico vamos a ver con mayor intensidad las influencias que confluyen en la red de caminos del Bajío, por un lado, se hace presente la influencia teotihuacana para formar su red que llega a alcanzar el centro de Jalisco, en el caso inverso, los pueblos de Occidente se manifestaron tanto en la presencia de algunas tumbas de tiro en el oeste del territorio y sobre todo por la construcción de los curiosos conjuntos circulares de la tradición Teuchitlán. Esta confluencia de tradiciones culturales en el Bajío podría resultar en el laboratorio donde nacería la cultura tolteca, ya que en muchos de sus principales sitios como Plazuelas, Cañada de la Virgen, El Cóporo o Peralta vamos a encontrar algunos elementos que serían característicos de este pueblo militarista.

Un ejemplo de esto lo vemos en el estilo cerámico Blanco Levantado, cuyos elementos nos recuerdan a la fase Coyotlatelco del Centro de México, al ser el primero anterior al segundo podría ser la evidencia de la llegada de los pueblos norteños en la búsqueda de nuevas tierras y posiblemente la conquista de los herederos de Teotihuacan. Otro sitio importante por la magnitud de sus vestigios es El Cerrito en Querétaro, fundado alrededor del 400 d.C. y con un gran basamento piramidal como templo principal, es la ciudad cuyos elementos tienen una relación directa con Tula, ya sea desde la cerámica y con el hallazgo de estelas y fragmentos con un claro origen tolteca, por lo que no resulta disparatado suponer que su cultura haya nacido en el Bajío y hubiese mantenido el control durante la etapa de expansión de Tula, cuyos límites todavía siguen siendo una incógnita debido tanto a la ausencia de fuentes como a las pocas investigaciones.

El periodo del 900 al 1200 seria cuando se da el declive de la región y la expansión de la presencia de las tribus nómadas, siendo cuando sucede una mayor proliferación de elementos considerados como militaristas propios de los guerreros del norte como lo es el chacmool, las salas de columnas como posibles lugares de reunión de políticos y militares, asi como elementos donde se ligan la guerra con la religión como el coatepantli y el tzompantli (aunque este aporte se duda debido al hallazgo de estructuras similares más al sur y anteriores a la migración chichimeca). Quedaría marcada como una frontera entre agricultores y nómadas el rio Lerma-Santiago, por lo que el sur del actual Guanajuato se integraría plenamente a la dinámica cultural de Occidente, como se demostró con la conquista purépecha y la fundación de numerosas poblaciones como Pénjamo, Apaseo, Acámbaro, Yuriria Puruándiro, Maravatío, la misma Guanajuato, Silao, entre otras. Desde la década del 2000, la arqueología guanajuatense despertaría de su letargo de años para empezar a ser integrada como una región de interés para las investigaciones, empezando con la excavación y restauración para ser visitadas por el público de las principales zonas arqueológicas, por lo que con el avance de las investigaciones podríamos tener más claridad tanto del desarrollo local de la región, el posible origen de los toltecas y del colapso de la frontera mesoamericana.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Beatriz Braniff. La colonización mesoamericana en la Gran Chichimeca. La tradición del Golfo y la tradición Chupícuaro-Tolteca, del libro La Gran Chichimeca. El lugar de las rocas secas.

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Para saber más: https://www.arthii.com/el-camino-de-los-agricultores-rumbo-al-norte/

Imagen:

  • Izquierda: Figurilla femenina de terracota, Chupícuaro, Guanajuato, Preclásico Tardio. 
  • Derecha: Vista aérea del conjunto principal de Cañada de la Virgen, Guanajuato, Clasico Tardío. 

El fin de la batalla de El Ébano.

Esta población del este de San Luis Potosí se había convertido en decisiva para el destino de los bandos de la guerra de facciones, por un lado, los carrancistas se habían atrincherado en este pueblo petrolero cuyas condiciones físicas al localizarse en medio de un pantano la convirtieron en una fortaleza inexpugnable, del otro tenemos a los villistas dirigidos por Manuel Chao y Tomas Urbina quienes estaban presionados para lograr la meta de tomar Tampico. Los carrancistas se aseguraron de convertir a El Ébano en el bastión para evitar la entrada a la zona petrolera, además de abastecerla de un importante cuerpo de artillería, contaría con la dirección de la defensa a importantes generales como Jacinto B. Treviño, Manuel García Vigil, Pablo Gonzales y otros caudillos locales cuya experiencia en el combate contra los villistas ayudaron a mejorar las defensas, logrando superar con facilidad las oleadas villistas mandadas por Chao. Uno de sus ataques sería el perpetrado el 21 de marzo hacia la estación principal, aunque pudo ser rechazada con fuertes bajas para los carrancistas (aunque las fuentes no son claras u ocultan el hecho) al ser el blanco de los ataques los tanques de combustible.

Para los últimos días de marzo hasta el 2 de abril, los villistas de Chao se habían adaptado a la guerra de trincheras del sitio y lograron apoderarse del Cerro de La Pez, posición desde donde podían emplazar cañones para atacar el ala izquierda, mientras los carrancistas se habían fortalecido con la llegada de las tropas y la artillería de García Vigil desde Tampico. El 2 de abril seria fue un punto de inflexión por la llegada de Urbina al frente, quien ordena un ataque frontal de la caballería hacia la estación, aunque hay contradicciones con las declaraciones de Treviño al dejar constancia de que sus alambradas fueron cortadas (lo que indica el uso de infantería), pero las defensas carrancistas volvieron a rechazar a los villistas dejándoles cerca de 7,000 bajas entre muertos, heridos, prisioneros y fugados (de nuevo, no hay referencias de las bajas carrancistas). Los días posteriores, los villistas tendrían la iniciativa del sitio intentado acercarse a a la primera línea, pero esta vez serian repelidos tanto por los Batallones Rojos de la CROM como por los voluntarios tabasqueños del general Colorado.

Pasan los días sin que los villistas lograsen tener avances en El Ébano y su situación se empieza a ver más comprometida, por lo que para el 20 de abril Urbina se vio forzado a tener una conferencia telegráfica con Pancho Villa para buscar consejo, pero el Centauro del Norte también estaba enfrentando con duros reveses la campaña del Bajío y se estaba preparando para la batalla de Trinidad, por lo que solo le pudo aconsejar a su compadre el seguir intentando tomar El Ébano para irse sobre Tampico. Pero el 29 de abril, los villistas parecían tener un golpe de suerte al lograr hacer estallar uno de los depósitos de combustible incendiando las trincheras de los batallones rojos y las tropas del sureste, provocando un incendio de 3 días, pero esto no mermó la defensa de Treviño que como pudo lograría evitar que los villistas usasen la explosión a su favor y pudo rechazarlos con éxito construyendo una nueva línea de trinchera delante del incendio.

Tanto a Chao como a Urbina no les quedo más que seguir mandando incursiones para ver si lograban traspasar las trincheras, disminuyendo poco a poco la magnitud de los ataques ante una derrota inexorable, esto no evito que Treviño bajase la guardia ante la llegada de una nueva ofensiva, como sucedió el 5 de mayo al preparar las líneas del frente ante los rumores de un ataque de gran magnitud que nunca llego. El último ataque villista se daría el 12 de mayo donde lograron traspasar a las trincheras carrancistas, por lo que Treviño lanza la contraofensiva el día 15, pero para ese entonces los villistas iniciarían la lenta retirada para pasar al frente del Bajío en la decisiva batalla de Trinidad, trasladando cerca de 8,000 soldados mientras dejaban un batallón para intentar frenar el avance carrancista sobre San Luis Potosí.

Con el fracaso de la batalla de El ébano, los villistas dan por finalizada la campaña del noreste y con ello se olvidan de tomar Tampico, concentrándose en apoyar en lo posible a Villa en la campaña del Bajío, la única utilidad que obtuvieron fue la eliminación de las fuerzas del presidente convencionista Eulalio Gutiérrez de quien se tenía grandes dudas de su lealtad a la causa. Mientras los carrancistas habían logrado defender con éxito tanto a Tampico como a la zona petrolera, cuya industria estaba experimentando el auge de los combustibles derivado de la Primera Guerra Mundial, por lo que Treviño solo se limitó a defender El Ébano sin entrar en la persecución y exterminio de las tropas villistas. Los resultados de esta batalla serian una de las principales señales del inicio de la decadencia, además de ser la única muestra de una batalla de trincheras en la revolución, con ello toda la presión sobre el éxito del bando convencionista se concentraría en Villa en la campaña del Bajío, teniendo que enfrentar a las fuerzas del general Álvaro Obregón.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Pedro Salmerón. 1915. México en guerra.

Imagen: Anónimo. General Jacinto B. Treviño, San Luis Potosi, 1915.

La entrada española en la Gran Chichimeca.

Con la conquista de México-Tenochtitlan en 1521 empieza a surgir el nuevo orden hispano, el cual tuvo como una de sus primeros impulsos la búsqueda de riquezas para los aventureros que se prestaron a conquistar nuevas tierras donde pudiesen encontrar yacimientos de metales preciosos, búsqueda que iba siendo impulsada por la tradición orfebre de los pueblos indígenas donde usaban el oro como aditamento para sus gobernantes, pero tampoco fue tanto como para colmar la ambición de los conquistadores. A partir de ese entonces, los soldados empiezan a emprender diferentes campañas de exploración y de conquista a lo largo de Mesoamérica, donde aprovecharon el prestigio adquirido de haber sometido a los mexicas como una seria advertencia para los demás pueblos de la conveniencia de aliarse con los recién llegados, siendo uno de los conquistadores más prolíficos Nuño de Guzmán quien se dirigió hacia el occidente hacia 1536 y conforma el reino de la Nueva Galicia, siendo la base para continuar la exploración rumbo al norte.

Pero esta joven entidad seria amenazada por las condiciones prexistentes, ya que, a diferencia de los reinos indígenas de México y Michoacán, en el occidente pervivían sociedades agrícolas de menores dimensiones y con la presencia de población seminómada conocidos genéricamente como “chichimecas”, quienes a su vez no estaban interesados en someterse a ningún poder centralizado como lo habían hecho con los purépechas. Dos problemas se llegaron a conjuntar, la expedición de Francisco de Coronado de 1540 a 1542 que partió rumbo al norte ante la posible existencia de las ricas ciudades de Cíbola y que se vieron desilusionados ante el encuentro de las sociedades agrícolas de Nuevo México y la proliferación de tribus nómadas beligerantes, pero la más peligrosa fue la Guerra del Mixtón de 1541 a 1542 donde se vieron obligados de cambiar hasta tres veces la sede de la capital Guadalajara ante los constantes ataques de los caxcanes. Se había trazado una línea donde indicaba que cualquier excursión sería inútil, al norte de Querétaro y de la sede final de Guadalajara no había nada por lo cual seguir adelante, ni reinos del mismo calibre que el mexica o los tan ansiados metales preciosos, por lo que la exploración continuaría de la mano de los ganaderos en busca de mejores pastos y los misioneros en su labor evangelista.

La única fórmula posible para poder asegurar la presencia española en el Occidente era mediante un sistema militarizado con la construcción de presidios para proteger los nacientes pueblos y a los indígenas que aceptaban su cristianización, en estos casos serían muy útiles los contingentes de aliados indígenas del centro de México como los tlaxcaltecas, otomíes, mexicas e incluso purépechas que estaban más fogueados en el tipo de guerra entablado por los chichimecas, siendo fundamentales para asegurar el avance en el Bajío más allá al norte del rio Lerma. Para encabezar las expediciones, el primer virrey Antonio de Mendoza impulsa el sistema de encomiendas para incentivar a los españoles a trasladarse al occidente, con esto se logra concretar la fundación de nuevos pueblos como paso con Hernán Pérez de Bocanegra y Córdoba con Apaseo y Acámbaro, Juan Infante con Comanja y Juan Jaramillo con San Miguel el Grande. Al tener el antecedente de la Guerra del Mixtón cercano, Mendoza llama a los encomenderos a tratar con benevolencia a las tribus para evitar una nueva rebelión e insertarlos en el modo de vida español, siendo de utilidad la introducción de la ganadería y la cría del gusano de seda en el Bajío para convencerlos de incorporarse, mientras seguían avanzando en la fundación de plazas fuertes como Pénjamo erigida por el encomendero Juan de Villaseñor con el apoyo de los purépechas.

Mientras los rancheros y encomenderos hacían las cosas a su manera, las ordenes mendicantes estaban haciendo lo propio y se aventuraban más allá, este fue el caso de los agustinos de Metztitlán, desde donde el acceso a la sierra les daba la oportunidad de entrar en ella con el apoyo de los otomíes, por lo que a finales de la década de los 40 fundan Xilitla en la zona pame. Por el Bajío, los franciscanos hacían lo propio tomando como base Acámbaro donde serian dirigidos por fray Juan se San Miguel, quien logra fundar una población indígena de purépechas, otomíes y guamares cerca de San Miguel el Grande, pero no se quedó ahí y siguió adentrándose en territorios considerados como peligrosos como el habitado por los guachichiles, fundando Xichú que le serviría de enlace para llegar hasta Rio Verde, conformando una estructura misional que abarcaba iglesias, hospitales, conventos y escuelas para adoctrinar a los niños, aunque muchas de ellas solo llegaron a jacales. Otro de los principales misioneros fue fray Andrés Olmos, quien sería el principal evangelizador de la Huasteca y consolidando como principales puestos de avanzada a Panuco y Valles.

El único frente que quedaba por controlar era por los rumbos de Acaponeta, donde los indígenas no bajaban su animadversión a la presencia española, por lo que los soldados españoles no paraban de buscar yacimientos de oro y plata encontrando algunas vetas por la sierra de Guadalajara, todo esto fue posible gracias a que los caxcanes estaban siendo incorporados con éxito al modelo hispano. Esto no frenaría por completo el estallido de rebeliones indígenas por la Nueva Galicia, pero estas eran rápidamente sofocadas por los conquistadores, todas estas actividades eran sabidas por el virrey gracias al cuerpo de funcionarios que incluían dos corregidores, un juez y los comisionados en Jilotepec e Ixmiquilpan quienes le daban noticias de lo que hacían los conquistadores. Las cosas parecían haberse estabilizado en la naciente Nueva Galicia, pero en 1546 llegarían noticias que cambiarían dramáticamente los intereses de los españoles por el lejano septentrión.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Philip W. Powell. La guerra chichimeca (1550-1600).

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Imagen: 

  • Izquierda: Códice Techialoyan de Cuajimalpa, siglo XVI. 
  • Derecha: El virrey Antonio de Mendoza enfrentándose a los chichimecas en el cañón de Juchipila, Lienzo de Tlaxcala, lam. 58.

Un acercamiento a la arquitectura del siglo XIX

La historia de la arquitectura mexicana suele resultar ajena al conocimiento popular, ya que por un lado dentro del sistema educativo no ha jugado un papel a destacar más que una superficial admiración tanto por los centros ceremoniales prehispánicos o las iglesias barrocas, descartando los procesos evolutivos que tuvo que pasar el oficio de la construcción para irse profesionalizando con el paso del tiempo. Este caso empeora con respecto a la arquitectura del siglo XIX, la cual resultaría un periodo de estancamiento debido a los problemas de inestabilidad que se vivieron en las primeras décadas de la nación independiente y que solo se estabilizaría con la llegada de Porfirio Diaz al poder, siendo correspondido en el mundo de la arquitectura que fue revitalizado.

Los problemas de la arquitectura tienen como antecedente los profundos cambios provocados a raíz de la implementación de las reformas borbónicas en el siglo XVIII, cuando se quiso acabar con la tradición barroca que llevaba siglo y medio de desarrollo en las tierras novohispanas y que habían sido del agrado popular para reemplazarlo por el academicismo de la Ilustración, la cual pretendía equipararse con el mundo grecorromano como una aspiración con la que se pretendía gobernar por medio de la razón en lugar de depender de los religiosos, algo favorable a los Borbones quienes buscaban someter a la Iglesia bajo su poder. Es por esto que en 1781 se funda la Real Academia de San Carlos con la que se buscaba profesionalizar el oficio de la construcción la cual estaba en manos tanto de los gremios quienes pasaban sus saberes a los aprendices, teniendo como resultado una gran aceptación por parte de jóvenes quienes buscaban entrar para ser educados. Esta etapa formativa tuvo una buena base formativa al contar con las influencias de arquitectos como Miguel Constanzó y sobre todo con la presencia del valenciano Manuel Tolsá, despertando un sentido renovador por el neoclásico donde en muchas iglesias pasaron cambios que iban desde sus remodelaciones para adaptarse al nuevo estilo o al cambio de los viejos retablos barrocos para poner altares neoclásicos.

A diferencia de lo sucedido en España donde hubo una completa adopción del neoclásico (como lo demuestra la obra de Manuel Tolsá), en la Nueva España hubo resistencias para abandonar el barroco, como lo demostró el maestro Francisco Guerrero y Torres quien seria de los últimos representantes de esta tradición o la de Ignacio Castera, quien represento la práctica común de muchos maestros y arquitectos mexicanos quienes mezclaron el neoclásico con el barroco popular y que resultaría exitosa, mientras el intento de imponer el academicismo fracasa por la facilidad con la que se podían ignorar sus disposiciones. Lamentablemente el siglo XIX empieza con el pie izquierdo y determinaría la precariedad con la que el mundo de la construcción tendría que vivir, empezando primero con la crisis económica vivida en la monarquía que tuvo como consecuencia la expedición de la Cedula de Consolidación de Vales Reales en 1804 con la que se tuvieron que vender muchas fincas privadas para pagar los impuestos, asi como la expulsión de los jesuitas o la supresión de los antoninos fueron eventos que iniciaron la debacle, la cual fue continuada por la crisis provocada durante la independencia y la inestabilidad de los gobiernos republicanos provocaría tanto el estancamiento de la población y esta fue correspondida en la arquitectura.

Muestra de esto lo tenemos en la apariencia de las principales ciudades durante la primera mitad del siglo, las cuales mantuvieron inalterable su fisonomía heredada de los tiempos virreinales, indicándonos la falta de recursos por parte del estado para construir nuevas obras publicas debido a su quiebra financiera. No obstante, la arquitectura siguió viva en dos caminos, ya sea en la construcción de estructuras temporales como los arcos de triunfos que celebraban la llegada del político o el caudillo del momento, pero sobre todo en provincia las regiones que siguieron teniendo una alta actividad económica como el Bajío se convertiría en el nuevo eje de la construcción. Ambos llegaron a la conclusión que el neoclásico era el camino a seguir, por un lado la modestia decorativa y su simplicidad la hacia una alternativa muy económica para los tiempos de crisis que se vivían, en el plano ideológico también tenía correspondencia al ser un representante de la modernidad ilustrada, una aspiración de los liberales quienes habían heredado tanto el espíritu de los Borbones como la influencia de los Estados Unidos donde el estilo se había convertido en el preferido por la joven nación al representar la democracia.

Las cosas empiezan a cambia a partir de 1843 durante uno de los gobiernos de Antonio Lopez de Santa Anna, quien por medio de don Juan de Echeverria se encargaría de revitalizar a la Academia de San Carlos la cual apenas de podía mantener, llevando a maestros de la talla de Pelegrín Clavé en pintura, Manuel Vilar en escultura y en arquitectura llegaría el italiano Javier Cavallari, de donde surgiría una escuela de arquitectos de los cuales desafortunadamente buena parte de su obra ha sido destruida, como ocurrió con el caso del arquitecto español Lorenzo de la Hidalga quien se convertiría en el favorito de Santa Anna, pero que no queda mucho de sus grandes proyectos. La evolución de esta etapa la tendríamos durante el Según Imperio, si bien no se llegaron a construir la gran mayoría de las obras, si se hicieron muchos proyectos en el papel donde se reflejaban los gustos del emperador Maximiliano, como sucedió con el proyecto del Paseo del Emperador o el de remodelación del Palacio Nacional, trayendo consigo los primeros influjos del neogótico y sobre todo se inicia la revalorización del arte prehispánico. Todo esto sirvió de embrión que serviría de transición para pasar del frio neoclásico al eclecticismo del Porfiriato.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Carlos Lira. Arquitectura mexicana en el siglo XIX. Cuatrocientos años de occidentalización, de la revista Secuencia no. 27

Imagen:

  • Izquierda: Jacobo Gálvez. Teatro Degollado, Guadalajara, Jalisco, 1855-1866.
  • Derecha: Francisco Eduardo Tresguerras. Templo del Carmen, Celaya, Guanajuato, 1802-1807.