La madrugada del 24 y 25 de octubre quedó grabada en la historia del puerto debido a la llegada del huracán Otis. Este fenómeno resultó atípico al alcanzar la categoría 5, provocando una estela de destrucción en los negocios y, sobre todo, en los hogares de muchos acapulqueños. Sin embargo, además de la tragedia causada por este desastre natural, la situación empeoró debido a la ausencia total de respuesta por parte de los gobiernos municipal, estatal y nacional. Esta falta de ayuda tanto para los damnificados como para proporcionar seguridad en los días siguientes permitió que la población tomara la lamentable decisión de saquear los comercios establecidos. Algunos lo hicieron para obtener los víveres necesarios para sobrevivir, mientras que otros aprovecharon la oportunidad para robar objetos de gran valor.
Todo esto evidencia la profunda crisis en la que ha caído Acapulco en los últimos 20 años. A pesar de haber sido en algún momento el destino turístico número uno del país y uno de los principales a nivel mundial, sus circunstancias se han ido precarizando. Lo que muchos desconocen es que la ciudad ha atravesado por lo menos tres periodos de decadencia, incluyendo el actual.
La llegada de los españoles representó una nueva oportunidad de desarrollo para la bahía. Su ubicación cercana a la Ciudad de México y sus necesidades de comunicación la convirtieron en un lugar ideal para albergar el puerto que se convertiría en la puerta del Pacífico. Este puerto obtuvo el monopolio para recibir tanto a las embarcaciones de Sudamérica como, sobre todo, a las provenientes de Filipinas.
A pesar de contar con tal distinción, esto no garantizó su desarrollo como ciudad. Los efectos insanos del clima cálido impidieron la llegada de colonos para establecerse. Además, la abrupta Sierra Madre obstaculizaba la comunicación con la capital, lo que hizo que el puerto solo se mantuviera como un pueblo de pescadores, fuertemente habitado por afrodescendientes al servicio de los potentados españoles. Estos últimos solo descendían al puerto cuando llegaba la Nao de China, siendo su feria la que cambiaba radicalmente su fisonomía.
El fin de la bonanza llegaría a mediados del siglo XVIII con la implementación de las reformas borbónicas. Acapulco perdió su posición privilegiada para favorecer a otros puertos como San Blas. Sin embargo, lo que selló su destino fue la apertura de la ruta de circunnavegación de África para llegar a las Filipinas, perdiendo importancia en el comercio mundial. Con ello, la presencia frecuente de la Nao disminuyó significativamente.
En el siglo XIX, Acapulco experimentó un periodo oscuro. Además de enfrentar su desaparición como destino del comercio mundial, tuvo que lidiar con los efectos de la decadencia nacional derivada de la inestabilidad política y la consiguiente crisis económica. En aquel entonces, el principal puerto del Pacífico en México era Mazatlán.
No obstante, Acapulco generaba algunos ingresos debido a su condición de puerto, donde llegaban algunos barcos mercantes estadounidenses o británicos. Esto contribuyó a consolidar su posición como la principal población en la costa del naciente estado de Guerrero, gracias a su relativa cercanía con la Ciudad de México. Se convirtió en un punto de reunión donde los escasos habitantes de la Costa Grande y la Costa Chica acudían tanto para adquirir mercancías como para gestionar trámites administrativos.
Durante el periodo de estabilidad del Porfiriato, el gobierno comenzó a ver a Acapulco como una posible zona de desarrollo. Se proyectó la comunicación a través del ferrocarril para revitalizarlo como puerto. Sin embargo, la llegada de la Revolución puso fin a esta iniciativa, que solo avanzó hasta Iguala. No obstante, los gobiernos posrevolucionarios no olvidaron esta deuda histórica, y durante la presidencia de Plutarco Elías Calles se inició la construcción de la carretera México-Acapulco.
Una vez consolidada la comunicación de Acapulco con el resto del país, lo que antes era una aldea de pescadores empezó a crecer gradualmente, impulsado tanto por las actividades económicas de la región como por su calidad de puerto. Sin embargo, a partir de los años cincuenta, se produjo un boom que dio origen a una nueva industria: el turismo. Las bellezas naturales y el clima, cuyos efectos nocivos fueron paliados por la medicina moderna, convirtieron a Acapulco en un excelente lugar de recreo para una creciente población urbana que buscaba escapar de la rutina diaria.
Los visitantes, tanto estadounidenses como de otras naciones desarrolladas, apreciaron las condiciones de la bahía para el descanso, lo que detonó el desarrollo de la hospedería y servicios centrados en los turistas como fuente de ingresos para la población acapulqueña, inversionistas foráneos y migrantes de los pueblos aledaños y otras regiones del estado. Con el tiempo, Acapulco se convirtió en un polo de desarrollo para una región previamente empobrecida, donde personas con poca educación tenían la posibilidad de salir adelante y ganar sueldos competitivos. La ciudad se transformó en todos los aspectos, ofreciendo una amplia gama de servicios, pero la clase gobernante no supo organizar el creciente urbanismo de manera ordenada. Como resultado, los grandes inversores comenzaron a acaparar las vistas de la playa, y la clase media-baja se estableció donde pudo, contribuyendo a un desarrollo desordenado.
Como ocurrió en el siglo XVIII, a partir de los años setenta, las circunstancias mundiales cambiaron la dinámica turística, dando lugar al surgimiento de nuevos destinos como Cancún, Puerto Vallarta o Los Cabos, también en México. A pesar de esta nueva competencia, Acapulco conservaba de manera saludable su estatus como destino mundial. La entrada de estos nuevos competidores no generó alarmas en la clase política acapulqueña y guerrerense, que consideraba al turismo como una fuente constante de ingresos. En lugar de utilizar estos recursos para diversificar su oferta económica, optaron por depender exclusivamente de él. Lo más preocupante fue el abandono de las clases populares, que carecían de apoyos para mejorar sus condiciones de vida y acceder a una educación de calidad (el estado es el de peores desempeños educativos al nivel nacional) .
Aunque Acapulco continuó expandiéndose como ciudad, mejorando sus servicios y aumentando su conexión con el mundo, la sociedad no experimentaba un desarrollo pleno. La única alternativa para progresar era trabajar en algún sector relacionado con el turismo. A partir de ahí, se tomaban decisiones cruciales, ya sea limitarse a la educación básica para dedicarse a algún oficio turístico o buscar una formación más avanzada en otras ciudades. Esto provocó la emigración de la población con una mayor preparación académica.
Así, Acapulco experimentó en las últimas décadas del siglo XX un declive sostenido, amortiguado por los ingresos del turismo. Mientras tanto, grandes sectores de la población del estado seguían viviendo en la pobreza, sin oportunidades para salir adelante. Esta situación propició el surgimiento de movimientos guerrilleros en la sierra, exigiendo mejores oportunidades, y facilitó la proliferación del narcotráfico, aprovechando la afluencia de personas en busca de «diversión».
Las primeras señales de descomposición comenzaron a manifestarse en la primera década de los 2000, con un aumento de la violencia reflejada en asesinatos y ejecuciones entre los propios narcotraficantes que disputaban el control del territorio. Esto llevó al gobierno estadounidense a emitir alertas a sus ciudadanos a partir de 2006, desencadenando el fin de la llegada de los springbreakers y un descenso anual en la presencia estadounidense. La incapacidad del gobierno federal para controlar la situación contribuyó a la mala imagen global de Acapulco.
La decadencia se intensificó con el tiempo, afectando seriamente a los empresarios de la ciudad. Hoteles, restaurantes, antros y lugares emblemáticos empezaron a cerrar o entrar en paro, mientras la presencia extranjera disminuía. Este declive se acentuó con el desarrollo de la llamada «Zona Diamante», ubicada al este de la bahía (hacia las playas de Revolcadero y Bonfil), mientras el mismo puerto empezaba a quedar abandonado.
A pesar de las evidentes señales de declive, el gobierno no intervino de manera adecuada y permitió que la ciudad cayera en manos de los narcotraficantes. Estos ampliaron su control al comenzar a extorsionar tanto a grandes empresarios como a pequeños comerciantes y vendedores informales mediante el «derecho de piso». Como resultado, más negocios cerraron debido a amenazas o a los asesinatos de quienes se negaron a pagar.
La vida en Acapulco disminuyó a un ritmo acelerado debido a la disminución de ingresos. Aunque la ciudad no perdía su atractivo para el turismo nacional, se sabía que estos visitantes no gastaban tanto como los extranjeros. Es común el desprecio generalizado de los acapulqueños hacia los «chilangos» que llevaban su propia comida o compraban en supermercados, optando por dormir en sus vehículos y evitando los restaurantes y hoteles. Esta actitud se justifica por los precios abusivos y los malos tratos que algunos acapulqueños les daban.
Sin embargo, lo que ha empeorado la imagen del puerto es su asociación con prácticas aberrantes, la prostitución infantil. Acapulco es considerado el segundo destino a nivel mundial donde familias de escasos recursos o niños y jóvenes sin oportunidades buscan compensar los bajos salarios del trabajo formal, atrayendo a gringos que se aprovechan de su situación. Este problema, lejos de ser combatido, ha dado lugar a zonas rojas como la colonia Centro o Caleta, especialmente durante altas horas de la noche.
El progresivo abandono por parte de las autoridades federales y locales ha llevado a que no se le dé la debida importancia a la protección civil, como ocurrió con el huracán Paulina en 1997, que fue el más fuerte hasta ese momento al ser de categoría 4. Este huracán afectó las partes altas de la ciudad, dejando a muchas personas damnificadas que hasta el momento no han recibido apoyo. Una advertencia significativa fue la tormenta tropical Manuel en 2013, que causó mayores daños en la Zona Diamante. Muchas viviendas construidas durante el boom inmobiliario de casas de interés social fueron destruidas al ubicarse en zonas inundables. Además, las autoridades brillaron por su ausencia al permitir el saqueo de los centros comerciales de la zona, provocando incluso el cierre de Costco.
Dado que los huracanes eran poco frecuentes y, cuando llegaban, solían ser de poca intensidad y afectar zonas puntuales de la ciudad, la advertencia sobre la llegada de Otis a finales de octubre de 2023 no fue tomada en serio. A pesar de su rápida evolución de tormenta tropical a huracán de categoría 5 en un lapso de tres días, ni el gobierno ni la sociedad tomaron medidas significativas al respecto.
El desastre ocurrió, y buena parte de la ciudad quedó afectada, con el agravante de la destrucción de la infraestructura, tanto eléctrica como, sobre todo, la de comunicación. Además, nadie estaba preparado para afrontar un desafío tan grande, ya que pocos tenían lo necesario para sobrellevar los días. Esto provocó que la mayoría viera en los supermercados la opción para abastecerse, pero o no abrieron porque sus empleados tambien resultaron afectados o también resultaron dañados por el huracán.
Junto con la falta de otros servicios, el personal de seguridad, como el ejército, la guardia nacional o la policía municipal, estaba ausente. Ante el abandono total de cualquier tipo de autoridad, se abrió la oportunidad para saquear los supermercados en busca de alimentos. Sin embargo, muchos aprovecharon la situación para robar productos de mayor valor, como pantallas, computadoras, celulares, e incluso atacaron tiendas departamentales y otros negocios de los centros comerciales.
Sumando las pérdidas causadas por el huracán, la iniciativa privada ahora tiene que lidiar con las pérdidas ocasionadas por los saqueos. Además del saldo de muertos y hogares destruidos, muchos negocios, tanto pequeños como grandes, se verán obligados a cerrar debido a la imposibilidad de contar con los recursos para reinvertir o porque ya no es viable mantenerlos abiertos. Así, además de tener que reconstruir la ciudad, surge el problema del desempleo.
Con el paso de los días, el gobierno ha comenzado gradualmente a realizar trabajos para restaurar el servicio eléctrico, mientras que las compañías de comunicaciones también se esfuerzan por reanudar sus servicios. Este proceso avanza lentamente debido al impacto de los daños. Además, el presidente López Obrador ofreció un programa de ayudas para financiar las labores de reconstrucción. Este programa se llevaría a cabo mediante una encuesta realizada por los «servidores de la nación» a los hogares afectados.
Aunque se realizó la encuesta, no abarcó a todos los hogares, ya sea por problemas operativos o porque no pudieron localizar a las personas que vivían en ellos. Esto se debió a que muchas personas tenían que trabajar o habían salido de la ciudad. Como resultado, los apoyos del gobierno solo fueron recibidos por algunas familias, y a otras no se les ha depositado, lo que ha llevado a que muchos acapulqueños tengan que afrontar las pérdidas con sus propios recursos.
Es importante destacar que los huracanes de categoría 5 son escasos, y el más reciente fue el huracán Katrina en 2005, que impactó en Nueva Orleans. A pesar de contar con la potencia económica de Estados Unidos, las pérdidas ascendieron a 163,600 millones de dólares y se tardaron 10 años en completar las labores de reconstrucción. En el caso de Acapulco, se estima un costo de reconstrucción de 16,000 millones de dólares.
No es por ser agorero, pero debo reconocer la dificultad de que Acapulco recupere su antiguo esplendor. No se vislumbra un interés externo significativo para invertir, y el contexto nacional probablemente preste más atención a temas electorales o a los megaproyectos que serán inaugurados a lo largo de 2024. Sumado al difícil contexto económico del estado (siendo el puerto la principal fuente de ingresos de uno de los estados más pobres del país), la reconstrucción llevará años.
Con ello, los pocos vestigios que quedaban del Acapulco Dorado se desvanecerán y solo serán recuerdos. Aunque su importancia no se perderá gracias a su proximidad con la Ciudad de México y por ser la conexión entre las regiones guerrerenses, la presencia de hoteles en ruinas marcará los años en que fue una potencia turística. Este declive no solo se debe al huracán, sino también a las decisiones y omisiones tomadas en torno al futuro de Acapulco.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.
Federico Flores Pérez.
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Imagen: Rodrigo Oropeza. Vista aérea de los daños causados por el paso del huracán Otis en Acapulco, estado de Guerrero, México, el 28 de octubre de 2023. Fuente: https://elcomercio.pe/mundo/mexico/huracan-otis-en-vivo-acapulco-al-menos-43-muertos-y-36-desaparecidos-mexico-hoy-domingo-29-de-octubre-del-2023-trayectoria-del-ciclon-categoria-5-potencialmente-catastrofico-donde-toco-tierra-el-huracan-otis-tecpan-de-galeana-nhc-guerrero-servicio-meteorologico-nacional-smn-conagua-windy-noticia/