Los grupos otomíes en México.

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Una de las familias lingüísticas con una amplia presencia en la zona mesoamericana ha sido la otomangue, que incluye grupos como los zapotecas, mixtecas, chiapanecas, los mangue de Centroamérica y los otomíes, quienes ocupan una distribución en el centro-occidente de México y conforman cuatro grupos muy relacionados. A lo largo de la historia, los pueblos otomianos fueron menospreciados por pueblos dominantes, como los nahuas, quienes los tacharon de «salvajes» o «montañeses». Esta carga negativa fue seguida por los españoles, lo que provocó que su historia fuera olvidada y contada principalmente por fuentes religiosas o los propios caciques.

Dentro de la familia otomiana, podemos dividirla en dos grupos: aquellos que mantuvieron el modo de vida nómada y seminómada de Aridoamérica, como los chichimeca-jonaz de Guanajuato y los pames; y aquellos que tienen sus raíces en la tradición mesoamericana, como los otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecas. Los otomíes son el grupo de mayor distribución, con marcadas diferencias regionales.

Debido a la falta de fuentes, el pasado mesoamericano otomí ha sido relegado por parte de los investigadores. Es común encontrar argumentos que atribuyen a este grupo el papel de grupo primigenio en el Centro de México o el de migrantes llegados durante el colapso teotihuacano. En todos estos enfoques, es evidente la carencia de trabajos que permitan comprender su participación en los desarrollos de la cultura preclásica, teotihuacana o tolteca.

Un aspecto fundamental para comprender su alcance es el estudio de los señoríos en el Valle de Toluca, especialmente en el noroccidente de la Cuenca de México. Se centra en Azcapotzalco, habitado por los tepanecas de filiación otomí, que fueron el reino principal desde Teotihuacan, durante el periodo tolteca y hasta su caída en manos de los mexicas. Fuera de estos dos casos (incluyendo el de Xilotepec y su papel en la conquista del Querétaro colonial), el resto de los pueblos otomianos carecen de las fuentes necesarias para trazar su historia antes de la llegada de la conquista, salvo por algunas referencias. Por lo tanto, es necesario recurrir a investigaciones arqueológicas y etnográficas en esas regiones para obtener más información.

El corazón de los grupos otomíes podría considerarse el Valle de Toluca, donde predominan los matlatzincas y mazahuas, seguidos por algunos pueblos otomíes y los ocuiltecas de Ocuilan y el sur del valle. Hacia el noroccidente se localiza el señorío de Xilotepec, de clara filiación otomí, descendiendo hacia Chiapan, donde convivían con comunidades nahuas, para llegar a la Sierra de las Cruces o Quauhtlalpan. Desde allí, bajaban hacia la Cuenca de México, pasando por Tlacopan, Azcapotzalco, Naucalpan y la zona serrana del occidente, como Cuajimalpa, para continuar hacia Coyoacán, conviviendo con pueblos nahuas y matlatzincas. Se tiene conocimiento de poblados otomíes hasta Xochimilco. Al norte de la cuenca, la presencia otomí sigue por Cuautitlán, Zumpango, Tizayuca, internándose hacia el actual estado de Hidalgo, donde tienen su segundo núcleo cultural: Meztitlan, un señorío que logró mantener su independencia frente a los mexicas.

A partir de Hidalgo, las comunidades otomíes continúan dispersándose hacia el noreste, y se tiene constancia de su presencia en la Huasteca en algunas poblaciones. Sin embargo, la zona nuclear fue la Sierra Norte de Puebla, en pueblos como Pahuatlán, donde convivían tanto con los nahuas como con los totonacos. Otro corredor otomí puede rastrearse desde el valle de Teotihuacán, siguiendo por los llanos de Calpulalpan para internarse en Tlaxcala, de mayoría nahua. Se establecieron al oriente del volcán La Malinche en pueblos como Huamantla, Ixtenco y Tecoac, erigiendo el señorío de Tliliuhquitepec al norte, aliado de los estados tlaxcaltecas. Hacia el Valle de Puebla, su presencia se fue diluyendo en unos pocos pueblos como San Salvador el Seco, Quecholac y Tepeaca, con algunas comunidades en Huejotzingo, Tecali y Cuauhtinchan. Su punto más meridional fue una estancia en Coxcatlán llamada Otontepetl.

Más al sur, en el estado de Guerrero, la población otomí experimentó una significativa disminución durante las primeras décadas de la conquista, generando incertidumbre, especialmente con la influencia de factores como los chontales y los cohuixcas. No obstante, a través de referencias etnohistóricas, conocemos la convivencia de comunidades nahuas, mazahuas y matlatzincas, como en Tepecoacuilco, Cocula, Teahuixtlan, entre otros lugares.

Hacia el occidente, la presencia de los grupos otomianos parece estar vinculada a las tensiones generadas por la expansión mexica hacia el Valle de Toluca. Esto condujo a la expulsión de otomíes, matlatzincas y mazahuas, quienes fueron acogidos por el reino de Michoacán para frenar el avance mexica, dando origen a los llamados pirindas. El núcleo principal de los pirindas estuvo en Indaparapeo y Tiripitio, extendiéndose hacia Charo, Huetamo, Taximaroa (Ciudad Hidalgo), Tuzantla, Ucareo y Zitácuaro. Su punto más occidental fue Colima, aunque parece que la presencia otomí llegó con la conquista, con el asentamiento de los aliados tlaxcaltecas.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Pedro Carrasco Pizana. Los Otomíes. Cultura e historia prehispánica de los pueblos mesoamericanos de habla otomiana.

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El fin de la rebelión religionera.

Entre 1874 y 1875, los religioneros lograron expandirse por buena parte del territorio michoacano sin que el ejército federal pudiera frenarlos, ya que recibían el apoyo de muchas comunidades que no toleraban la actitud anticlerical mostrada por el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, quien llevaba a la radicalidad los postulados de la Constitución de 1857. A pesar de lo que se podría creer, la lucha religionera estaba sustentada en una serie de objetivos políticos a cumplir una vez que hubieran derrotado a las fuerzas del gobierno, como el Plan de Terremendo suscrito por el caudillo Socorro Reyes en octubre de 1874. Sin embargo, el objetivo con mayor alcance fue formulado por Jesús Ortega, alias «El Licenciado», en enero de 1875. En este documento, se reafirma que los objetivos del movimiento son llevar al país a la democracia y a la libertad plena. A pesar de esto, hay una contradicción en la cuestión religiosa, ya que establece como objetivo la derogación de la libertad de cultos, aunque tampoco aboga por establecer un estado teocrático.

Todo se configura entre los meses de febrero y marzo, cuando los principales liderazgos religioneros se reúnen en el pueblo de Nuevo Urecho y acuerdan un plan generalizado promulgado el 3 de marzo, respaldado por el Manifiesto de Tzitzio. En este documento, deslegitiman a la Constitución por haberse impuesto por las armas y por atacar uno de los pilares de la nación, la religión. Establecen como objetivos el desconocimiento de la Constitución y del presidente Lerdo de Tejada. Proponen la designación de un presidente interino que respete el catolicismo y nombre a un ministro plenipotenciario para enviarlo al Vaticano y negociar con el Papa la formulación de un concordato, que establecería a la Iglesia católica como la religión del estado. Al mismo tiempo, llaman a elecciones populares para establecer una república representativa y popular.

A pesar de ser una agenda conservadora, el plan no aborda las causas de su antiguo aliado, el ejército, ya que lo que quedaba del ejército conservador e imperial se ha integrado a las gavillas guerrilleras en contra del gobierno, perdiendo sus reivindicaciones como grupo de interés.

Avanzó el año y las fuerzas federales no lograban acabar con la resistencia religionera. Descubrieron que, además de recibir el apoyo de los pueblos, también contaban con la financiación de algunos sectores de la clase media urbana. Zamora fue la que más respaldó a los rebeldes. Sin embargo, hacia finales de año, la tendencia comenzó a cambiar como consecuencia de los abusos y saqueos cometidos, que estuvieron a la par de lo ocurrido en Cotija, como el caso de Tlazazalca donde quemaron 500 casas de civiles.

Fue así como Lerdo de Tejada tuvo que recurrir a uno de los veteranos prestigiados del liberalismo para combatirlos, Mariano Escobedo. Su estrategia consistía en acudir a las víctimas de los religioneros para convertirlas en aliados del gobierno, ayudándolos a combatirlos denunciando su ubicación o formando parte de las guardias civiles. La estrategia fue un éxito y a partir de 1876, las gavillas religioneras comenzaron a sufrir importantes derrotas, y sus filas empezaron a reducirse. Esto se debió a que algunos decidieron abandonarlos a su suerte o se acogieron al indulto ofrecido por el gobierno. Así, lograron capturar a los principales cabecillas y los enviaron a la horca.

Otro factor decisivo para la derrota religionera fue el limitado alcance de sus objetivos al capturar ciudades, ya que carecían de capacidad gubernativa y no sabían cómo mantenerlas tras su posesión. Solo en la Tierra Caliente se llegó a conformar una especie de gobierno religionero, pero perdieron el apoyo de los sectores católicos. Tampoco ayudó que las altas jerarquías católicas se deslindaran de la rebelión al mismo tiempo que se promulgaba el Plan de Nuevo Urecho. En marzo, los arzobispos de México, Guadalajara y Michoacán suscribieron la «Instrucción Pastoral», donde hicieron pública su condena hacia los actos violentos contra el gobierno, sin acusar directamente a los religioneros. Esta declaración marcó la postura de la Iglesia frente al Estado, presentándose como un organismo moderado y descartando cualquier beligerancia hacia él. Este enfoque fue impulsado por Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, arzobispo y acérrimo enemigo de los liberales, quien supo interpretar los nuevos tiempos del país. Esta posición fue respaldada por el arzobispo de Morelia, José Ignacio Árciga, mientras que el único que mantenía una postura favorable a los objetivos religioneros fue el obispo de Zamora, José Antonio de la Peña, aunque nunca manifestó públicamente sus preferencias y finalmente tuvo que seguir el ejemplo.

Para finales de 1876, el movimiento religionero estaba en vías de extinción debido a la implacable campaña de Escobedo. Sin embargo, lograron colarse entre el amplio descontento político hacia el gobierno de Lerdo de Tejada, liderado por la rebelión del general Porfirio Díaz y su Plan de Tuxtepec, promulgado en enero. Para poder sobrevivir, se replegaron a la Tierra Caliente e intentaron avivar el movimiento en el estado de Guerrero.

A principios de año, se sabe que existían algunos contactos entre religioneros y porfiristas, sin comprometerse realmente. Sin embargo, con la debacle en el campo de batalla, varios caudillos se sumaron a la rebelión porfirista a partir de julio. Se informó que algunos grupos lanzaban vivas a la religión y a la Constitución de 1857. A finales de 1876 y principios de 1877, los caudillos religioneros lucharon a favor de la causa tuxtepecana y comenzaron a capturar bajo su bandera las ciudades michoacanas. Colocaron como gobernador al eximperialista Felipe N. Chacón. Sin embargo, poco tiempo después de que Díaz ascendiera a la presidencia, la mayoría de los caudillos murieron asesinados en circunstancias poco claras. A pesar de esto, Díaz optó por establecer una relación más pragmática con la Iglesia, dejando de lado los radicalismos liberales para poder gobernar.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ulises Iñiguez Mendoza. Los religioneros contra la Republica Restaurada: ¡Viva la religión y mueran los protestantes! De la revista Historia Mexicana no.72.

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Imagen: Anónimo. Calle Real (hoy Hidalgo) de Zamora a finales del siglo XIX. Fuente: https://www.facebook.com/photo.php?fbid=661914379447707&set=pb.100068874514076.-2207520000&type=3

El nacimiento y desarrollo de Cotija de la Paz.

El territorio occidental del actual Michoacán viviría unos inicios dentro de la vida virreinal turbulentos, ya sea por su posición fronteriza dentro del reino purépecha al limitar con los cacicazgos y tribus seminómadas nahuas de Jalisco, esta situación fue heredada a los españoles quienes se abrieron paso con la ayuda purépecha a someter a sangre y fuego a los diferentes pueblos en su camino hacia el norte. Gracias al desarrollo económico que tendría Guadalajara, la misma Valladolid y el Bajío hizo que esta región limítrofe en las cercanías del lago de Chapala lograse tener un desarrollo ganadero al ser los abastecedores de estos tres polos de desarrollo. De las poblaciones que se vieron beneficiadas tenemos a Cotija, fundada por españoles en el siglo XVI, aunque hay discrepancias sobre el origen de su nombre al atribuirle procedencia purépecha y chichimeca donde quiere decir “sitio donde la garganta es más ancha”, también hay otra versión que le atribuye una procedencia hispana al ser el resultado de un anagrama de la palabra “jacobita” reforzando la leyenda del origen judío de los colonos, aunque esta versión se encuentra descartada por la existencia de documentos del siglo XVIII y XIX donde sus habitantes demostraron su “limpieza de sangre”.

El origen del pueblo deriva de la concesión hecha por las autoridades a Melchor Manzo de Corona “El Viejo” hacia 1578 para establecer estancias de ganado mayor y caballerías de tierras en los límites de las tierras correspondientes al pueblo de Tacátzcuaro, por lo que no tuvo una fundación formal, sino fue el asiento de las casas de rancheros criollos quienes hasta mediados del siglo XX seguían hablando un dialecto derivado del castellano antiguo. Su presencia difería de las fundaciones realizadas en la región las cuales se trataban de reducciones indígenas realizadas por los misioneros agustinos y franciscanos para su evangelización, por lo que estos pueblos poseían preminencia ante las autoridades frente a establecimientos como Cotija, la cual hasta el siglo XVIII por fin se le reconocería como pueblo. Fue gracias al incremento de la dinámica económica de ese siglo cuando Cotija pudo despegar para pasar de ser una estancia de rancheros gracias al incremento de la demanda de animales para el transporte para comunicar a Guadalajara con Valladolid, Colima, Querétaro, Pachuca, Sayula, Zacatecas y México para transportar diferentes productos mineros de la región.

De este periodo destacaría la formación de una pequeña elite local que aprovecho la bonanza para amasar una pequeña fortuna, siendo el más destacado el caso de Vicente Valencia y Valencia alias “El Huacalón”, nacido en 1769, inicia su vida empresarial como arriero, permitiéndole obtener los recursos para hacerse de una mina de sal en Colima, convirtiéndose así diversificar sus negocios para acrecentar sus riquezas. Gracias a su éxito como empresario, “El Huacalón” seria el artífice del desarrollo de Cotija al establecer en ella el primer comercio formal en su plaza, dedicándose al comercio a crédito otorgando hasta un año a pagar por sus mercancías que compraba directo de la Nao de China en Acapulco, haciendo que personas provenientes de diferentes pueblos de la región llegasen a comprar ante este sistema tan atractivo para conseguir las últimas novedades. Incluso aprovecharía su participación en la venta de la sal de su mina para entablar tratos en Santa María del Oro, Nayarit, población de origen minero destacado por su producción aurífera, permitiéndole entrar en la rama de la joyería al ser uno de sus principales distribuidores.

Esto hizo posible que para finales de siglo XVIII y principios del siglo XIX, el “joven” pueblo de Cotija se volviera en un pequeño polo de desarrollo con un potente capital acumulado para invertirlo en su propio desarrollo urbano, tan solo en el censo de 1822 ya había rebasado en población al histórico centro regional, Jiquilpan, al llegar a tener 4,047 habitantes frente a sus 3,259 pobladores siguiendo en descenso el resto de pueblos como Tingüindín, Tarécuato, Patambán, Los Reyes, Tacátzcuaro y San Angel. Fue así como ya en la época independiente Cotija tratara de nivelarse en con el resto de las grandes poblaciones en la región en el ámbito urbanístico y arquitectónico, formando parte de un movimiento arquitectónico olvidado y poco valorado que al dia de hoy está a merced de las necesidades modernas y el desinterés del gobierno, la arquitectura neoclásica mexicana.

El neoclásico llega en las últimas décadas del siglo XVIII como parte de las reformas borbónicas impulsadas por la corona, donde pretendían imbuir los valores de la Ilustración en los reinos de Indias, cambios que tenían que ver con el mundo del arte donde aún seguía los lineamientos del barroco y que se pretendía desplazar por el racionalismo. Hasta ese entonces, la arquitectura novohispana se había conformado a base de la practica dada a lo largo de siglos y que fue heredada en los diferentes gremios de constructores, por lo que la corona buscaba normar su práctica con el establecimiento de la Academia de San Carlos en la Ciudad de México en 1781, buscando con ello emular la gloria del pasado grecorromano y dejar el oscurantismo de la religión representado en lo exuberante del barroco. Con los cambios políticos de la primera mitad del siglo XIX, el neoclasicismo representaría los valores de la joven republica al estar desconectado con el pasado hispano, acercándolo con las naciones desarrolladas como Francia y Estados Unidos quienes marcaban el camino a seguir en la nueva era, y ese sería la morfología a seguir por los pueblos de Occidente quienes económicamente estaban mejor posicionados que el resto del país.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: Gerardo Guízar Bermudez. Jose Maria Llerena. Un arquitecto ilustrado en Cotija de la Paz y su legado en el Obispado de Michoacan.

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Imagen: Anónimo. Mapa de la Intendencia de Valladolid de Michoacan, 1774.

Los primeros años de Francisco J. Múgica.

Dentro del estudio de la revolución, podemos encontrar diferentes personajes que tuvieron diferentes roles tanto en la lucha como en la conformación del régimen presidencialista, desde los caudillos populares quienes levantaron a las masas como a los intelectuales quienes le dieron solidez a la lucha al construir una base política. Uno de los arquitectos del nuevo orden revolucionario fue sin duda Francisco J. Múgica, quien como otras muchas personas en la historia no estaba destinado a tener un papel relevante en la historia, sino que fueron las circunstancias lo que lo desviaron de su camino como una persona normal y lo llevo a ser uno de los ideólogos de la revolución, estando cerca de pasar a tener un papel más activo al intentar llegar a la presidencia. Nacido en Tingüindín, Michoacán, hacia el año de 1884, Francisco José Múgica fue hijo de un maestro quien parecía le iba a legar su profesión, por lo que para que llevase una educación superior lo inscribe al Seminario de Zamora como alumno externo, si bien se apasionaría por las clases de latín y de los discursos de los emperadores romanos, siempre se mostró rebelde hacia las clases de teología, estando cerca de ser expulsado y por un dispendio del obispo de Zamora se le permitió saltarse la materia para que siguiera estudiando.

Hacia 1906, tenía cumplidos los 22 años y se disponía a buscar empleo, fue en esa etapa cuando descubre las publicaciones periódicas de los opositores al régimen porfirista como el “Hijo del Ahuizote”, “El Diario de Hogar” y “Regeneración”, los cuales lee ávidamente y decide unirse a la militancia del Partido Liberal Mexicano tratando de hacer carrera como periodista, atreviéndose a mandar un artículo a los editores de “Regeneración” en Saint Louis Missouri y seria publicado en la primera plana. Esto lo animó a seguir escribiendo y llegaría a convertirse en corresponsal en Michoacán del diario, dando el siguiente paso a crear sus propias publicaciones como “El Rayo”, “El Faro”, “La Voz”, “La Luz”, “La Prensa Libre” y “El Demócrata Zamorano”, todos ellos fueron perseguidos y clausurados por las autoridades locales por la radicalidad de su discurso. Ante la efervescencia del ambiente político de finales de la década, Múgica decide apoyar las intenciones del general Bernardo Reyes para competir por la vicepresidencia, llevándolo a armar un zafarrancho en un mitin que se estaba organizando en favor del oficialista Ramon Corral y le valdría ser arrestado por los desmanes.

Cuando sale de prisión, decide organizar los esfuerzos de la oposición en Michoacán para acabar con el gobierno de Porfirio Diaz en las elecciones, fundando un nuevo diario llamado 1910 donde exponía sus ideales, mientras se fue acercando con otros opositores como Gildardo Magaña, Antonio Navarrete, Eugenio Méndez y su hermano Carlos, quienes empezarían a conformar las bases en el estado de la campaña de Francisco I. Madero. El problema fue que en Michoacán hubo poca movilización hacia la campaña de Madero y tendrían una participación marginal en las elecciones, por lo que ante la derrota convence a su familia para mudarse a la Ciudad de México y ahí entraría en contacto con personalidades de la militancia maderista, quienes al ver lo inútil que resultaba la lucha democrática decidieron apostar por la lucha armada, siendo Múgica uno de los conspiradores. Teniendo la rebelión como objetivo, los maderistas empiezas a ayudar tanto en la impresión de los pronunciamientos para mantener informados al resto de los rebeldes, como también apoya la fabricación de bombas desde la colonia Guerrero, pero la conspiración fue descubierta y muchos de los colaboradores fueron arrestados, con excepción de Múgica quien logra huir hacia San Antonio con las intenciones de reunirse con la cúpula maderista como representante de sus compañeros quienes se fueron a insurreccionar Michoacán.

Logra entablar contacto con el círculo cercano a Madero como su secretario Roque Gonzales Garza, su hermano Alfonso y Federico Gonzales Garza, quienes lo llevaron a administrar el diario “México Nuevo”, pero el mantener el apoyo maderista no cesó su espíritu crítico hacia los rumbos que tomaba la revolución, llegando a declarar que su apoyo a Madero no era con el fin de empoderarlo como caudillo, si no por defender los ideales del liberalismo y la democracia. Si bien no pudo obtener el financiamiento del levantamiento de sus compañeros michoacanos, obtuvo la propuesta de participar en la lucha armada vía Coahuila para sumarse a las fuerzas rebeldes en Ojinaga, Chihuahua, la cual aceptó y participaría en las batallas más importantes de la campaña junto con Madero como la de Cuchillo Parado, la Sierra del Burro y Casas Grandes, a la vez seguía con sus esfuerzos periodísticos para mantener al pueblo informado. Una vez alcanzada la renuncia de Diaz en mayo de 1911, fue comisionado como delegado de paz maderista en Michoacán para entrar en contacto con las guerrillas rebeldes y acordar la paz, a la vez que fue haciendo campaña a favor de Madero para las elecciones por el Partido Constitucional Progresista de Camilo Arriaga.

Pero como muchos otros revolucionarios, se decepcionaría por las políticas de pacificación maderista donde implicaba la entrega de armas de los grupos rebeldes, dando señales de alarma tanto por el mantenimiento en sus puestos de algunos políticos porfiristas y por el incumplimiento de las demandas hechas durante la rebelión, criticándolo desde su periódico “El Despertador del Pueblo”. Ante la falta del empleo prometido por parte del gobierno maderista al seguir manteniendo su línea critica, recibiría la propuesta por parte del gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, para encargarse de la Dirección de Estadísticas del estado, sirviéndole para pagar su boda con Angela Alcaraz. No pasó mucho tiempo de su matrimonio cuando estallaría la sublevación de los porfiristas del ejercito contra el gobierno hacia febrero de 1913, siendo mandado por Carranza a la capital para ofrecerle a Madero el apoyo de las tropas del estado, integrándose a los cuerpos de voluntarios mientras le iba informando a Carranza el curso de los acontecimientos, pero al triunfar los golpistas de Victoriano Huerta alcanza a salir de la ciudad un día antes del asesinato de Madero y con ello se une a la lucha constitucionalista.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Anna Ribera Carbó. Francisco J. Múgica. El presidente que no tuvimos.

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Imagen: Hermanos Casasola. Francisco J. Mujica en la Comision primera de constitución durante una asamblea, 1916.

El estallido de la rebelión religionera.

La radicalidad anticatólica con la que se manejó el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada colmó la paciencia de un importante sector de la sociedad en el Occidente quienes ya no soportaron las continuas limitaciones que le hacían al ejercicio de su fe, el acoso al que sometían al clero y sobre todo por la permisividad que dio para la entrada de los protestantes a las poblaciones. Desde 1873 se fueron dando algunas rebeliones donde se mezclaron la animadversión hacia las autoridades liberales con cuestiones de fe en algunos pueblos de Michoacán, Jalisco y el Estado de México y que fueron reprimidas por el ejército federal, pero la que acarrearía más problemas seria la suscitada en Zamora el 12 de diciembre, desembocando en dos motines que se alzaron bajo el grito de ¡Viva la religión y mueran los protestantes!, la cual a pesar de que fue reprimida por la Guardia Civil provocaría que en enero del siguiente año se rebelasen bajo la misma consigna en Sahuayo, empezándose a ligar con otros conflictos latentes en los pueblos michoacanos para dar inicio a la rebelión religionera.

A pesar de que el movimiento tiene como parte de su discurso una clara amenaza a los protestantes, en realidad para los religioneros no estaban interesados en atacar a las personas no católicas, sino que identificaban como tal a los funcionarios de los gobiernos municipales, estatales y federales al pertenecer al partido liberal, como se dejó constatado en Quiroga donde los rebeldes llegaron a gritar ¡Viva la religión, mueran los empleados!, siendo esta una clara sentencia hacia los burócratas. Con lo reciente que había resultado el conflicto entre liberales y conservadores, hizo que existiese una importante base de guerrilleros conservadores que extendieron su rango de acción tanto en Michoacán como en el Bajío, siendo los rancheros quienes eran los principales apoyos para las gavillas quienes asaltaban a la menor oportunidad tanto a las guardias civiles desplegadas como a cualquiera que representase al gobierno federal. Fueron pocos los liderazgos que tuvieron los religioneros y estos se limitaban a ser figuras de alcance local como los casos de Socorro Reyes, Eulogio Cárdenas e Ignacio Ochoa, siendo Reyes quien le da solidez a la rebelión al publicar un plan en octubre de 1874 en Teremendo al proponer llegar a un estado de equilibrio entre política y religión, buscando eliminar iniciativas que llevaban al “comunismo y a la impiedad” y dejar al catolicismo como la única religión en el país.

El año de 1875 sería considerado como el de la mayor actividad al sumarse a la rebelión pueblos como Tacámbaro en la Tierra Caliente, Jiquilpan y empezaron a aumentar los alcances de las batallas hacia Tlalpujahua, Maravatío y Angangueo, donde recibían el apoyo de la población y les permitían llevar los ataques hacia Zamora, Cotija, Taretan, Apatzingán y Los Reyes con un alto grado de devastación. Las guerrillas conservadoras iban aumentando en número de integrantes y su organización iba mejorando conforme aumentaba su experiencia en batalla, pasando las gavillas de tener decenas de voluntarios a cientos, permitiendo con ello llevar a cabo asaltos de mayor envergadura a pueblos de mayor categoría o llegando incluso a ciudades, sumándose a la lucha regiones como la Tierra Caliente y la cuenca del Lago de Pátzcuaro. La ciudad más castigada por el conflicto sin duda fue Cotija al tener que ser víctima de ataques y saqueos de los meses de febrero hasta mayo, recibiendo la mayor ofensiva en junio cuando fue asaltada por cerca de 600 hombres bajo la dirección del “general Mesa”, rebelión que no hubiese llegado a más si no fuese por el convencimiento del pueblo de la legitimidad de la lucha y con ello era suficiente para darles la ayuda necesaria, mientras el ejército federal era ignorado en sus peticiones de ayuda.

Los religioneros se valieron para el financiamiento de la lucha de las haciendas de la región a las cuales o asaltaban o les imponían prestamos forzosos, aunque también no descartaron el extorsionar a pueblos para lograr cumplir el objetivo, fue por ello que la organización de la guerrilla lograría ser más audaz en sus ataques como sucedió en el de Zamora sucedido en abril. Según los informes, se trató de un ataque sorpresa donde las autoridades quedaron abrumadas al ver de repente varias calles llenas de religioneros, lo que hacía evidente la complicidad de los zamoranos con los rebeldes, permitiéndose asaltar las casas de los funcionarios del ayuntamiento. El siguiente blanco se daría el 23 de mayo en Apatzingán, cuando el caudillo Antonio Reza arrasa con 50 fincas y quema tanto el archivo de la ciudad, casas, locales comerciales e incluso la iglesia saldría dañada por un incendio, a pesar de la destrucción, no habría muchas bajas al solo contabilizarse diez muertos y treinta heridos en ambos bandos, pero aun con la gravedad del ataque esto no impidió que el gobierno ocultase los hechos con el apoyo de la prensa para tratar de evitar darle herramientas a los enemigos políticos de Lerdo de Tejada.

Para la segunda mitad del año de 1875 la guerra empezaría a recrudecerse al seguir con su expansión, esta vez lo haría hacia el sureste llegando a Coalcomán, mientras Cotija se había convertido en un campo abierto para que los religioneros entrasen a saquear sin que los federales pudiesen hacer algo por evitarlo, teniendo que recurrir las autoridades a ofrecer recompensas a la población por información que les permitieran saber cuándo podrían volver a atacar. Los caudillos de la Tierra Caliente se empezarían a concentrar para perpetrar el mayor ataque hasta el momento, asaltarían Taretan con una fuerza de 1,400 hombres, si bien lograron su objetivo al poder saquear los comercios de la ciudad, los federales pudieron desalojar a la población para evitar con ello bajas civiles, aun con la realización de estas acciones, el gobierno seguía siendo mal vista por los michoacanos y no cesarían su apoyo hacia la lucha religionera.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ulises Iñiguez Mendoza. Los religioneros contra la Republica Restaurada: ¡Viva la religión y mueran los protestantes! De la revista Historia Mexicana no.72.

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Imagen: Anónimo. Escena en el rio Duero, Zamora, Michoacan, 1907. Fuente: https://www.facebook.com/photo/?fbid=553600946945718&set=a.399039712401843

Los inicios del movimiento religionero.

Uno de los hitos históricos importantes en la historia del Occidente mexicano sin duda es la guerra cristera, la cual se llevó a cabo a finales de la década de los veinte como respuesta a la postura jacobina radical del gobierno revolucionario de Plutarco Elías Calles y que iba en contra de la religiosidad popular. Pero resulta que el movimiento cristero tiene antecedentes en el siglo XIX surgiendo como parte de la lucha entre liberales y conservadores para gobernar el país, siendo conocidos como los religioneros, aunque muchos escritores contemporáneos también los llegaron a conocer como cristeros. Esta rebelión ocurrida en el periodo de la Republica Restaurada casi ha quedado en el olvido salvo por algunos escritos del siglo XIX que han servido para realizar algunas escasas investigaciones de tesis, la cual tuvo como raíz la materialización del orden liberal de la mano del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, teniendo como origen en Michoacán.

A lo largo de su desarrollo histórico, el estado de Michoacán fue conformando una sociedad con fuerte raigambre conservadora, por lo que cuando se produce el estallido del enfrentamiento entre liberales y conservadores se generarían numerosos caudillos populares que lucharon tanto en la Guerra de Reforma como en la Intervención francesa a favor del Segundo Imperio. Con la derrota de los conservadores en 1867, hubo una paz tensa generalizada debido a que Benito Juárez si bien aplica los principios constitucionales de la separación entre la Iglesia y el Estado, también buscaba limar asperezas con el clero, esto lo demuestra al permitir el regreso del exilio del arzobispo Pelagio Antonio Labastida y Davalos, por lo que deja sin efecto las leyes de reforma en los lugares con mayoría conservadora. Las cosas empezaron a complicarse a raíz de la muerte de Juárez en julio de 1872 para que ascendiese el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Sebastián Lerdo de Tejada, perteneciente a una de las familias políticas más importantes del liberalismo radical, acaba con la reconciliación juarista para mostrar una posición anticatólica rayando en los abusos, como ordenar la expulsión de los jesuitas que habían regresado en el gobierno de Ignacio Comonfort, una polémica redada a casas que servían como conventos ocultos echando a la calle a 450 religiosas de diferentes congregaciones en la Ciudad de México y el decreto de extinción de la orden de las Hermanas de la Caridad, quienes se habían ganado el cariño popular por sus actividades hospitalarias y educativas.

Para empeorar la situación social, Lerdo de Tejada le da entrada a la iglesias protestantes para realizar actividades proselitistas y así intentar rebajar la popularidad del catolicismo, provocando que muchas comunidades se organicen para rechazar a toda costa la entrada tanto de los pastores como de sus feligreses, pero lo que termina por acabar con la paciencia de los conservadores fue la prohibición de realizar manifestaciones de religiosidad en espacios públicos, quedando vedadas las procesiones, echar cohetes y limitar el repique de las campanas de las iglesias. Hacia finales de 1873, empiezan a suceder los primeros hechos de violencia contras las autoridades políticas en los pueblos de Tejupilco, Zinacantepec y Temascaltepec en el Estado de México, donde los indígenas se levantan bajo la consigna de ¡Viva la religión y mueran los protestantes! Esto provoco varios motines y a que fuese linchado el jefe político y varios funcionarios encargados de la recaudación de impuestos, por lo que el gobierno federal entra en acción mandando al coronel Tuñón Cañedo acabando con el levantamiento y dejando una estela de ejecutados.

En marzo de 1874 ocurre otro hecho reaccionario en el pueblo de Ahualulco, Jalisco, donde previamente se había instalado el pastor protestante John L. Stephen, cuya labor misionera empieza a tener éxito logrando algunos conversos y esto despertó el odio por parte de la comunidad, haciendo que el pueblo asaltara su casa y lo linchara junto a su ayudante José Islas. El tratamiento hecho por parte de la prensa católica sobre estos acontecimientos siempre fue el de exculpar al pueblo de estas acciones para pasar la responsabilidad al gobernó, sosteniendo como provocaciones el continuo acoso por parte del gobierno a quien acusaban de seguir las directrices de la masonería para acabar con la Iglesia católica. Las acusaciones también provenían del gobierno sobre la creciente inestabilidad social, responsabilizando a los curas de incentivar a su feligresía a cometer esos actos de barbarie, por lo que abren procesos judiciales contra los sacerdotes de Ahualulco y Temascaltepec por azuzar al pueblo, pero finalmente fueron absueltos.

La presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada fue un periodo muy álgido donde se quiso seguir al pie de la letra el espíritu de la Constitución de 1857, ya que algunos de sus artículos llegaron a ser reformados para imponerle un tono más radical, lo que sin duda le provoco otro frente abierto de carácter popular que conformaría la oposición junto con otros liberales como la creciente popularidad de su rival el general Porfirio Diaz. Los pueblos michoacanos intentaron dialogar con sus representantes políticos para que relajasen las reglamentaciones y les permitiesen recobrar su vida cotidiana donde la religión ocupaba un papel central en la comunidad, pero ante la negativa y la intransigencia de estos provocaron la tensión popular frente al gobierno, terminando por estallar en una nueva rebelión a finales 1873 con el apoyo de varios los caudillos conservadores.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Ulises Iñiguez Mendoza. Los religioneros contra la Republica Restaurada: ¡Viva la religión y mueran los protestantes! De la revista Historia Mexicana no.72.

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Para saber más: https://www.arthii.com/las-acciones-politicas-de-sebastian-lerdo-de-tejada/

Imagen:

  • Izquierda: Jose Maria Villasana. Caricatura de Sebastian Lerdo de Tejada basado en la fabula «La rana que quiso ser buey hinchándose y reventó». Revista El Ahuizote, 13 de febrero de 1874.
  • Derecha: Jose Guadalupe Posada. Manifestacion antireeleccionista, principios de siglo XX 

Lázaro Cárdenas, gobernador de Michoacán.

Después de los problemas provocados durante el gobierno de Francisco J. Múgica para imponer un gobierno radical en Michoacán, asciende a la gobernatura su alumno político Lázaro Cárdenas hacia 1928, aunque debido a su inexperiencia le valió ser calificado por Álvaro Obregón como un incompetente, tenía las simpatías por parte de Plutarco Elías Calles quien le da su apoyo para poder asumir el cargo al considerarlo uno de sus generales “más fieles”. Aprendió muy bien de los errores cometidos por Múgica durante su gobierno y vio que para provocar el cambio que esperaban no era necesario crispar el ambiente social como lo había pretendido hacer, sobre todo porque el estado se encontraba en una posición vulnerable al situarse en el epicentro de la Guerra Cristera que ya llevaba dos años de haber estallado, teniendo el compromiso de solucionar el problema agrario para ir empoderando sus bases sociales y a su vez ir desactivando los focos rebeldes. Hay que decir que su periodo de cuatro años no los pudo cumplir en su totalidad debido a que por diez meses se ausenta para asumir el papel como el primer presidente del PNR después del asesinato de Obregón y en 1929 combate la rebelión cristera por siete meses para evitar perder su influencia militar, encargando el gobierno tanto a su secretario de gobierno Gabino Vázquez y a su hermano el diputado Damaso Cárdenas quienes siguieron sus directrices.

Una de las bases de su política de gobierno era sin duda el reparto agrario, donde trabajaría para deshacer todos los contratos adquiridos durante el Porfiriato y que perjudicaban a las comunidades de la Meseta Tarasca, decretando primero en 1930 la Ley de Tierras Ociosas donde se autorizaba la expropiación de los terrenos que no estaban siendo sembrados, y en 1931 se avanza con el decreto de la Ley de Expropiación por Causa de Utilidad Pública, aunque esta última fue revertida por el gobierno federal al considerarla como un exceso de autonomía. Esto no impidió que se repartiesen cerca de 141,663 hectáreas durante su gobierno a cerca de 181 pueblos entre 15,753 ejidatarios, todo esto acompañado con un trabajo de afianzar sus redes políticas al dotar de infraestructura para fomentar el mejoramiento de la producción como caminos, presas, canales de riego y sobre todo de construir cerca de 1023 escuelas para los campesinos, además de irlos afiliando a los sindicatos junto con los obreros.

La clave para lograr cumplir con estos proyectos fue su habilidad para convencer a los otros dos poderes estatales para destrabar las acciones ejecutivas, con el poder judicial sirvió que en los primeros meses de su administración nombrase como secretario general de gobierno a Agustín Leñero, con quien tenía muy buenas relaciones con los jueces encargados y logro gestionar la distribución de recursos para financiar mejoras en las instalaciones, así como mejorar la posición de los juzgados municipales otorgándoles mejores salarios. Al nivel legislativo, si bien contaba con la base dejada por Múgica, tenía la amenaza de la influencia de grupos afines a la CROM como una de las posibles oposiciones y con fuerza dentro del sector obrero, pero esto no impidió a que Cárdenas pudiese consolidar su propio bloque de diputados y operaba para ir acabando al nivel municipal con las posibles resistencias anulando las elecciones donde no le convenia como sucedió como en Maravatío, Uruapan, La Piedad, Acuatizo, Zitácuaro, Puruándiro, Tlalpujahua, entre otros.

Su principal brazo político donde congregaba a sus bases era la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo, fundada al poco tiempo de asumir la gobernatura, congregaba a las agrupaciones obreras del estado, a los grupos afines a Múgica, los representantes agraristas de las comunidades y los miembros del Partido Comunista, congregando la representación del millón de habitantes que tenía el estado en esos años y que se congregaban principalmente en Morelia, Uruapan, Zamora, La Piedad, Zitácuaro y Sahuayo en orden de importancia. La misión de la CRMDT fue conglomerar en sus filas al sector agrario ante la falta de una gran clase obrera urbana, aunque no los dejo de lado al incluir dentro de sus objetivos el respeto por parte de los empresarios de cumplir con el horario de ocho horas, el salario mínimo, disposición de servicios de atención médica y evitar los reajustes o reducciones salariales. Dentro del sector agrario, el CRMDT les garantizaba a las comunidades la autonomía para resolver sus asuntos y sobre todo promovían el trabajo colectivo para el desarrollo de los proyectos de producción en el campo, pero también se exigía el fin de las relaciones de compadrazgo de los lideres y que corrompían a los mandos.

A pesar de la fuerza que iba ganando el CRMDT en el estado, Cárdenas no dejo que se convirtiese en una fuerza que en algún momento pudiese llegar a revelarse en contra de sus objetivos, esto lo vemos por ejemplo con el fin de su gobierno en 1932 donde la confederación promovía la candidatura de Ernesto Soto Reyes, pero Cárdenas decide no hacerles caso y elige como su sucesor al general Benigno Serrato quien contaba con la aprobación del Jefe Máximo, lo que llevo a Cárdenas a hacerles una fuerte llamada de atención tanto a Soto Reyes como a los liderazgos del CRMDT. En su papel como gobernador, se encargó de facilitarle las gestiones de CRMDT para beneficiar a las comunidades, así como el ir acabando con las resistencias regionales existentes contra sus bases como lo eran los hacendados o los agraristas en contra del liderazgo de Cárdenas, por lo que poco a poco empezaría a apuntalar su liderazgo en el estado, así como sentar las bases del arraigo político del sistema de partido único con el PNR.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.

Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Enrique Guerra Manzo. La gobernatura de Lázaro Cárdenas en Michoacán (1928-1932): una vía agrarista moderada, de la revista Secuencia no.45

Imagen: Anónimo. Lazaro Cardenas en la detención del guerrillero cristero Simon Cortes, ca. 1929.

El panorama de Michoacán después de la revolución.

El fenómeno de la Revolución mexicana no se puede generalizar como un levantamiento nacional contra el gobierno de Porfirio Diaz, cada estado tiene sus particularidades y estas explican las acciones que tomaron cuando sucede el estallido de la rebelión, ya sea para convertirse en los principales actores como Chihuahua, Sonora, Coahuila y Morelos, los que decidieron combatir cualquier influencia que amenazase el orden como Oaxaca, Chiapas y Yucatán, así como los que tuvieron una respuesta ambivalente o de plano les dio igual. Este fue el caso de Michoacán, una de las entidades que podemos considerar “revolucionadas” porque desde 1910 no hubo una postura por tomar las armas y ni se vieron influenciados por movimientos cercanos como el zapatismo, todavía para 1914 los michoacanos se referían a los revolucionarios como los “fronterizos” desmarcándose con este término de toda vinculación con ellos. La revolución inicia con la llegada del coahuilense Gertrudis Sánchez proveniente de la Tierra Caliente guerrerense para instalarse en Huetamo después del asesinato del presidente Madero, tratando de conformar la “División del Sur” para combatir a Victoriano Huerta, pero su pronunciamiento tuvo pocos seguidores y pasaría a ser un movimiento aislado junto a los demás revolucionarios locales.

Pero a partir de 1915 fue cuando se hizo sentir el ambiente revolucionario en tierras michoacanas con la fase de la lucha de facciones, donde algunas bandas de villistas entrarían en el territorio a atacar y saquear haciendas y ranchos de la zona, pero de 1916 a 1918 se desata el periodo de mayor violencia con la entrada del caudillo local Inés Chávez, quien no tenía ninguna convicción más que la de un simple bandido y seria uno de los principales focos del desorden en el estado. Ya con el estado revolucionario en el poder, las autoridades michoacanas trataron de seguir las viejas normas porfirianas con disposición a negociar las nuevas reglas con el gobierno, por lo que gobiernos como el de Pascual Ortiz Rubio (1917-1920), Sidronio Sánchez Pineda (1922-1924) y Enrique Ramírez (1924-1928) no hicieron mayores cambios más que procurar restaurar la bonanza perdida. Esta situación tuvo como antecedente la llegada de uno de los políticos del ala radical revolucionaria hacia 1920 y quien le había dado muchas de las características disruptivas al nuevo orden nacional, Francisco J. Múgica, acompañado por un joven general constitucionalista que había sido su alumno sobre la forma en que debía de manejarse el país, Lázaro Cárdenas.

Uno de los principales problemas de Múgica era que carecía de toda base social para implementar su proyecto de tinte agrarista, ya que sumado a la apatía del campesinado se enfrentaba a las fuerzas de los terratenientes y el clero michoacano que era muy fuerte en esos tiempos, pero hallaría en los indígenas el punto para empezar a ejercer presión y desatar los cambios para hacer realidad. Inicialmente, Múgica era partidario de la repartición de las tierras para crear pequeñas propiedades como estaba previsto por el proyecto obregonista, pero al darse cuenta de las mañas de los hacendados para usar esta figura en su favor determino que la mejor opción a realizar era la de establecer el sistema de ejidos para las comunidades indígenas, pero esta propuesta estaba muy limitada en sus apoyos a restringirse a la Meseta Tarasca, mientras las regiones más ricas como la cuenca del rio Tepalcatepec y la zona de Chapala los hacendados tenían pleno dominio, la costa estaba muy poco desarrollada y no estaba lo suficientemente poblada.

Una de las maneras para intentar hacerse del favor de las mayorías era la de establecer un sistema de propaganda para dar a conocer sus ideas, como sucedió con el periódico “El Heraldo”, así como organizar la conformación de un Partido Socialista y la Liga de Comunidades y Sindicatos Agraristas del Estado de Michoacán (LCSAEM) para usarlo como plataforma política ante la sociedad, pero sus esfuerzos eran inútiles ante el poder de la oposición que tenían la capacidad de presionar tanto al presidente como a la Secretaria de Guerra para protegerlos de las agresiones de los agraristas radicales y hacerlos desarmar. Mientras la Iglesia contrarrestaba su política anticlerical por la influencia que mantenía en la sociedad y aprovechaban el tiempo de la misa para despotricar contra el gobernador y organizaba marchas para exhibir su fuerza. Toda esta presión hizo que el gobierno de Múgica fracasara en su intento de implementar sus políticas radicales, mientras otros políticos de su mismo bando habían logrado llevarlas a cabo con éxito en el sureste.

La falta de apoyo por parte del gobierno de Obregón quien buscaba una conciliación con los grandes propietarios hizo que cuando Múgica intenta centralizar el poder de su gobierno, la Iglesia y los potentados presionaran para removerlo del cargo hacia 1922, comenzando con ello un periodo de los gobernadores Sidronio Sánchez y Enrique Ramírez quienes establecen la manutención del antiguo orden prerrevolucionario donde las reformas sociales tardaron en aplicarse para no afectar los intereses de los grupos de poder. Esto tendría como consecuencia en el estallido de la guerra cristera en 1927 tanto por la radicalización de las políticas anticlericales de Plutarco Elías Calles y por el incumplimiento de lograr una medida satisfactoria para atender al campo, como Múgica y Cárdenas se habían adherido al callismo los hizo participes dentro del nuevo orden que se implementa con el llamado “Grupo Sonora”, tocándole al mismo Cárdenas entrar en la gobernatura hacia 1928. Si bien era partidario de las ideas de Múgica, al haber estado cerca de el en su administración le brindaría la experiencia suficiente para poder gobernar, quedándole claro que no podía implementar una política radical sino que tenía que moderarse.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Enrique Guerra Manzo. La gobernatura de Lázaro Cárdenas en Michoacán (1928-1932): una vía agrarista moderada, de la revista Secuencia no.45

Imagen: El general Francisco J. Múgica con militantes del Partido Socialista Michoacano. Toma posesión como gobernador, 21 de septiembre de 1920

La campaña de Iturbide sobre el Bajio.

En 1813, la campaña de Iturbide era manejada con gran precisión convirtiéndose en la principal fuerza realista en Guanajuato y Michoacán, caracterizado por su sangre fría donde muchas veces rayaba en la crueldad con la forma en como trataba a los prisioneros insurgentes, siendo una práctica general el que hubiese una gran cantidad de fusilados, como ocurrió en Salvatierra el 16 de abril donde entra en Viernes Santo en la población dejando un saldo de 350 rebeldes muertos. Todas estas acciones eran respaldadas por su superior el general Félix María Calleja, quien en ese año toma posesión por orden de la corona del puesto de virrey, representando un beneficio para Iturbide al asignarle el mando tanto de una división del Ejercito del Norte y del recién creado Regimiento de Infantería de Celaya con 1,200 hombres reclutados en el Bajío, además de ordenar la financiación de sus fuerzas por parte de los habitantes de Guanajuato y Querétaro al quedar con el liderazgo de las fuerzas de la intendencia.

El compromiso de Iturbide con Calleja incluía el de mantenerlo constantemente informado de todas las acciones emprendidas en la región, incluyendo la manutención de los caminos, el cuidado del ganado, convoyes de mercancía y de plata, además de adquirir la responsabilidad de impartir justicia y de alentar la producción económica. Los resultados aportados para la defensa realista hicieron que Calleja exculpase a Iturbide de las constantes quejas dadas por los pueblos y los potentados del Bajío debido a los excesos de sus tropas al despojar tanto de insumos para el ejercito o de las constantes solicitudes de préstamos forzosos, siendo común que contemos con numerosas cartas de Iturbide donde justificaba sus acciones y solicitaba perdón por los inconvenientes generados. Todo esto lograría controlar a la insurgencia al suprimir todos los brotes rebeldes como el de los hermanos López Rayón y de otros cabecillas en la región, haciéndolo el blanco principal de la prensa insurgente al denunciar todos los abusos que cometía contras las poblaciones rebeldes.

También seria en este año cuando se termina por consolidar el relevo del movimiento de Miguel Hidalgo, esta vez dirigido por el también sacerdote José María Morelos quien se destacaba por su don natural de mando y por ser muy efectivo contra los realistas, reafirmando la insurgencia en el sur con la conformación del Congreso de Anáhuac en Chilpancingo y con ello le dio un cuerpo solido de objetivos a seguir para alcanzar la independencia definitiva. Después de propinar una serie de victorias decisivas en el sur de la Intendencia de México (territorio correspondiente al actual estado de Guerrero y Morelos) y en Oaxaca, su siguiente objetivo era la de revitalizar la insurgencia en Michoacán y tomar Valladolid, en ese entonces a cargo del general Diego García Conde y a la capital seria asignado para su defensa el general Ciriaco de Llano bajo el mando del Ejercito del Norte, quien a su vez lleva a Iturbide como parte de la comitiva. Para ese entonces, la campaña de Morelos se había mantenido invicta e incluso lograría escapar del propio Calleja en el sitio de Cuautla, pero sería Iturbide quien rompe con esa racha con la batalla de Lomas de Santa María el 25 de diciembre en las cercanías de Valladolid, propinándole una derrota donde casi fue capturado Morelos y con ello les daría esperanzas a las fuerzas realistas de lograr la victoria.

Todos estos logros alcanzados por Iturbide contra la insurgencia hicieron que durante su visita a la Ciudad de México en febrero de 1814 pidiera que se le nominara para ser miembro de la Orden Nacional de San Fernando, creado por las Cortes para poder darle reconocimiento a los militares destacados al servicio del gobierno español, pero a pesar de contar con el apoyo de los demás militares realistas no tendría respuesta por parte de la corona. Lo cierto es que las acciones de Iturbide habían logrado frenar el avance de la insurgencia de Morelos, siendo desde ese entonces un punto de coyuntura al representar la decadencia del movimiento y dando lugar a la captura de personajes fundamentales como Mariano Matamoros, las propias instituciones creadas por los independentistas le retiraran su confianza a Morelos de dirigir el movimiento, provocando con ello una serie de derrotas. Aun con este desaire, no impidió que Iturbide celebrase las noticias de la reinstauración absolutista de Fernando VII y la abolición de las Constitución de Cádiz, tocándole la noticia en Irapuato y haciendo una gran fiesta el 17 de octubre acompañada de los repiques de campaña de las iglesias, la misa solemne en honor al rey, una representación teatral de la batalla de Puente de Calderón y el fusilamiento de 50 prisioneros insurgentes.

Una posible de las acciones que pudo haber revertido la caída de la insurgencia fue la promulgación de la Constitución de Apatzingán el 22 de octubre de 1814 donde se le ofrecía a los novohispanos la oportunidad la oportunidad de vivir bajo un régimen republicano democrático y garantizando la igualdad social en contraposición a la vuelta absolutista, algo que resultaba muy atractivo en un orden donde los peninsulares estaban en la cima de la pirámide. Para contrarrestar la propagación de la oferta independentista, Iturbide toma represalias mucho más fuertes para desalentar cualquier connato de rebelión, ordenando que cualquier persona que tuviera algún arma seria acusado de rebelde y podía ser encarcelando, no importando si se tratara de hombre, mujer o niño. Esto daría lugar a un aumento significativo los abusos de los realistas y provocando las quejas por parte de los sacerdotes que calificaban de inhumanas las acciones de Iturbide, pero todas ellas eran pasadas por alto por Calleja quien justificaba ante el rey la eficacia de Iturbide.

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Federico Flores Pérez

Bibliografía: William Spence Robertson. Iturbide de México. 

Imagen: Anónimo. Batalla entre insurgentes y realistas. Litografía, siglo XIX.

Pátzcuaro en los primeros años de la dominación española.

El estado purépecha tuvo como una de sus bases lo que se podría considerar un modelo de desarrollo basado en una triple alianza de estados, lo que para Tenochtitlan fueron Texcoco y Tlacopa, para Tzintzuntzan tuvo como sus aliados primigenios los señoríos de Ihuatzio y Pátzcuaro, este último tenía una gran importancia religiosa al ser considerado un sitio sagrado por donde podían comunicarse con los dioses y el inframundo. A pesar de esto, en los años previos a la llegada los españoles atravesaban un periodo de decadencia debido a la revalorización de Tzintzuntzan como la única cabeza del estado tarasco retirando también a Ihuatzio (un proceso similar por el que estaba atravesando Tenochtitlan y fue truncado con la conquista), se estima que debió de abarcar un espacio de 100 hectáreas con una población de 5,000 habitantes, siendo un poco menor a Ihuatzio.

Una vez llegada la invasión española, la región de la cuenca de Pátzcuaro se vería muy afectada por las acciones de la expedición de Nuño de Guzmán, quien a pesar de la rendición del calzonci Tangaxoan II para evitar la destrucción de su pueblo, esto no evito que llegasen los efectos de la guerra y las epidemias que mermaron a los purépechas, por lo que entre los años de 1522 y 1538 los indígenas fueron presa del repartimiento en las encomiendas para trabajar en las minas o integrarlos a las expediciones hacia el noroeste, provocando el despoblamiento de Pátzcuaro. Esta situación tan precaria que la dejo en una condición de aldea empieza a ser revertida con la llegada de Vasco de Quiroga, sacerdote especializado en derecho quien empieza en la Nueva España como oidor de la Audiencia y que observaba con atención el proceso de evangelización de Michoacán y determino que sería el lugar ideal para empezar su proyecto utópico de los pueblo-hospital como la forma más efectiva para desterrar la idolatría de los indígenas y garantizar su cristianización.

Hacia 1536, el papa Paulo III crea el Obispado de Michoacán mediante la Bula “Illius fulciti praesidio” asignando el nombramiento de obispo a fray Luis de Fuensalida, pero este declina el ascenso y recae en Vasco de Quiroga, quien para entonces ya había iniciado sus planes con la fundación de Santa Fe de la Laguna en la antigua Uayameo en 1533. Ya con la investidura, establece la sede del obispado en Tzintzuntzan, declarando como catedral el templo de San Francisco, la cual se había construido en una plataforma que había sido la zona palaciega y se localizaba a la mitad del cerro Yarahuato, pero en realidad solo se trataba de un acto protocolario para respetar la condición de capital de la antigua ciudad purépecha y muda la sede a Pátzcuaro, argumentando que se trataba de un barrio de la “Ciudad de Michoacán” y por lo tanto se estaba cumpliendo con el mandato papal, esta decisión la toma argumentando que Tzintzuntzan no tenía las condiciones para ser asiento de la sede catedralicia.

Esta decisión fue apelada por buena parte de la nobleza purépecha y por los franciscanos, pero Vasco de Quiroga contaba con el apoyo del gobernador indígena Pedro Cuinierángari, perteneciente a la nobleza de Pátzcuaro, ya que con esto la que había sido la ciudad menor dentro de la antigua estructura prehispánica se empoderaba frente a la antigua capital. Las pretensiones de Vasco de Quiroga era la de dejar un testimonio para combatir la idolatría mediante la conquista total emulando a Granada, por lo que para la construcción de la sede catedralicia la hace en medio del antiguo centro ceremonial y dispone de los materiales de los antiguos edificios prehispánicos para erigir la ciudad que sería la manifestación a gran escala de la idea del pueblo-hospital para poder albergar a miles de indios.

Para la planificación de la ciudad, se recurrió a un maestro en geometría para el trazado de la lotificación que tendría como base los terrenos de la catedral, viviendo en el primer cuadro los indígenas y los españoles vivirían en un barrio dos leguas al noreste llamado Chapultepec, pero era fundamental la congregación de los indígenas que fue apoyada por el gobernador Pedro y respaldada con una campaña para convencerlos para mudarse a Pátzcuaro, calculándose que llegaron entre 30 y 40 mil indígenas. Esto supuso el disgusto de los encomenderos por ver mermado el número de indígenas a quienes controlaban y el cambio de sede no tuvo el visto bueno del virrey Antonio de Mendoza, suponiendo una serie de litigios por la disputa tanto por el alcance del obispado y los derechos de los encomenderos, sobre todo porque pronto tendría la respuesta española con la fundación de una nueva ciudad en Guayangareo con el nombre de Valladolid y que rivalizaría con el proyecto de Quiroga.

La situación hizo que Quiroga viajase a España hacia 1547 para resolver esa serie de problemas que se le estaban presentando, fue durante esa ausencia cuando los españoles aprovecharon para desviar el trabajo para la erección de Valladolid, todo gracias a la entrada del nuevo gobernador, Antonio Huitziméngari, perteneciente al linaje real de Tzintzuntzan, por lo que los indígenas vuelven a ser repartidos entre los encomenderos. Vasco de Quiroga regresa siete años después y encuentra un panorama adverso, pero contaba con el respaldo de la orden real que dictamina que se siga con lo proyectado por el obispo, por lo que de 1554 hasta 1565 se continúan con las obras de construcción de la ciudad y su catedral, pero con su muerte se empiezan a evidenciar serios problemas, como las condiciones del terreno que arruinaron la estructura de las construcciones, por lo que tuvieron que reducirse los alcances de Pátzcuaro y los posteriores obispos de Michoacán preferirían la centralización del poder en Valladolid quedando los planes de Quiroga en el abandono.

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Federico Flores Pérez.

Bibliografía: Igor Cerda Farias. Pátzcuaro. De puerta del cielo a la ciudad de Michoacán, del libro Pátzcuaro. Grandeza de una ciudad.

Imagen:

  • Izquierda: S/D. Retrato de Vasco de Quiroga.
  • Derecha: Basílica de Nuestra Señora de la Salud, Pátzcuaro, Michoacán, siglo XVI.